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Las hadas por Gadya

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Notas del fanfic:

Basado en el cuento homónimo de Charles Perraul y presentado para el Fairynejo n_n

Notas del capitulo: Conste que esto es una de las cosas más bizarras que haya escrito jamás... conste que entran bajo su propio riesgo

LAS HADAS (Adaptación de una adaptación del cuento homónimo de

                  Charles Perrault)

 

 

                  Hace mucho, mucho tiempo, en una comarca lejana, existió una hacendosa costurera, que vivía cerca del bosque encantado con  sus dos hijos varones. Si bien los niños no se llevaban más de dos años de diferencia, eran tan distintos entre sí como el día de la noche.

 

                  Ikki, el mayor, un bello niño moreno de penetrante mirada y alborotada melena azul, era malhumorado y holgazán, y las mujeres del lugar rehuían de tratar con él por sus malos modales y su testarudez. Muy por el contrario, Shun, el más pequeño, era una delicia. Unos prolijos bucles verdes enmarcaban su rostro, eternamente soñador e inocente, siempre adornado por una sonrisa, despuntando su trato delicado.

 

                  Su madre los adoraba, y, si bien era complicado criar sola a dos varones, se esmeraba en su educación. Enseñando con el ejemplo, siempre buscaba que sus hijos fueran buenas personas, muchachos nobles de buen futuro y buen partido para cualquier jovencita. Como trabajaba lejos, muy entrado en el pueblo, cada mañana repartía entre sus hijos las tareas del hogar, porque a pesar de ser hombres, ella pensaba que debían ser capaces de mantener en condiciones un hogar, y se marchaba con su canasto de hilos y cintas, retazos y agujas, cantando alegremente mientras el sol se asomaba en el horizonte. Sin embargo, Ikki siempre se las ingeniaba para cargar a Shun con su trabajo también, y escaparse a jugar por ahí, o fastidiar al pequeño, que debía cumplir con todas las responsabilidades del aseo y mantención de la casa, para que, a su regreso, su madre encontrara todo inmaculado.

 

                  Apenas la señora regresaba del pueblo, Ikki corría a recibirla, y entre tanto festejo (Quien???? Ikki???? O.o) le contaba, presuroso, todo lo que había trabajado esa mañana. Por supuesto, siempre eran puras mentiras, pero eso su madre no lo sabía, y siempre lo felicitaba. Shun callaba la verdad dolido, pues no le parecía justo, pero era lo mejor... él no quería disgustar a su mamá, que siempre llegaba agotada.

 

                  Después de cenar, solían sentarse junto a la chimenea, y la señora les contaba historias fantásticas de los diminutos habitantes del bosque encantado que los esperaba frente a la puerta de su casa. Ikki cabeceaba aburrido sin prestar atención, a fin de cuentas era un muchacho, él no creía en tontos cuentos de hadas que jamás se cumplían, sólo eran engaños para quienes fueran lo suficientemente idiotas como para creerlos. Por el contrario, Shun los oía embelesado, soñando con protagonizar él, algún día, alguno de esos cuentos de fantásticos seres. La inocencia y dulzura del pequeño fastidiaban al mayor, quien a menudo se burlaba de su infantil comportamiento, sin querer admitir que, en el fondo, estaba celoso; y al pasar el tiempo, esos celos se marcaron en su rostro, siempre contraído en una mueca de disgusto. Al contrario, Shun creció bello, siempre rodeado de su halo de dulces ensoñaciones, hasta convertirse en un jovencito encantadoramente hermoso.

 

                  Todas las noches, antes de apagar las velas, la madre se despedía de sus hijos, y mientras los arropaba, les contaba la historia de las hadas del lugar; curiosa colonia de seres fantásticos, encargados de juzgar a los habitantes de la  comarca y probar sus virtudes, recompensándolos o castigándolos según su desempeño durante la única prueba que le hacían. Ikki se ocultaba bajo las sábanas refunfuñando, para no oír las tontas historias que su madre le contaba, convencido de que las dichosas hadas no existían; en cambio, Shun se dormía con la ilusión de conocerlas algún día y deseando soñar con ellas.

 

                  Aquel crudo y nevado invierno se marchó por fin de la zona, llevándose al hombro su gélida capa blanca, y la primavera regresó, adornada de bellas flores y embriagadores perfumes, dispuesta a pintar de vivos colores cada rincón del pueblo; y junto a ella, las hadas retornaron al bosque, reclamándolo como suyo y llenándolo de susurros y mágicos sonidos. Había llegado la hora de examinar algunos jóvenes, y entre el grupo de experimentadas criaturas, se repartieron a aquellos que debían ser probados, entre ellos, los hijos de la costurera. Dos muchachitos alados rieron al saber que esos jóvenes quedaban a su cargo, y raudos, partieron a observarlos.

 

                  Cualquier soñador del pueblo hubiera pensado que las hadas sólo eran mujeres, y qué decepción se hubieran llevado al conocer a estos dos sabios jovencitos! Sentados en las ramas de un árbol, observaban atentamente la casa de la costurera, decantándose por uno de los mozuelos. Así, a Ikki le tocó en suerte un joven de largos cabellos verdes, curiosos ojos magentas y aire solemne, a pesar de su risa fácil, y a Shun, un muchacho de oscuros cabellos y mirada esmeralda empapada de tranquilidad.

 

                  Mientras tanto, ajenos a estos preparativos, dentro de la casa de la modista la situación era la misma de cada mañana. Ni bien Shun hubo acabado de limpiar las ventanas, se dispuso a preparar la comida para recibir a su madre. Ikki, celoso de su actitud, tomó cenizas de la apagada chimenea, y con ellas, manchó los cristales recién lavados. El menor suspiró decepcionado al notar el hollín, y sin perder tiempo, tomó una  vasija y partió hacia el arroyo en busca de agua para asear todo antes de que su madre retornase.

 

                  En el camino de regreso se cruzó con un anciano que lo llamó débilmente. Shun corrió donde él, preocupado por su frágil aspecto: sentado sobre una roca, cubría sus viejas vestiduras con un raído manto morado, y a los ojos del muchacho, no debía poder moverse sin la ayuda del precario bastón que descansaba a sus pies.

 

-Oye muchachito- dijo el anciano con su voz aguardentosa- Serías tan amable de alcanzarme un poco de agua? Me siento muy  cansado para ir hasta le arroyo!-

 

                  A pesar de la sorpresa que la repentina aparición de aquel anciano le había causado, Shun no dudó un instante y le sonrió con dulzura

 

-No se preocupe, abuelo!- exclamó en su habitual tono alegre  -Descanse, que yo le sostendré mi vasija para que pueda beber!-

 

                  Y diciendo esto, acercó los bordes del recipiente, para que pudiese beber con facilidad. No contento, aún con ello, se sentó luego a su lado, y entabló con él amable charla, esperando a que se repusiera de su cansancio y pudiera continuar su viaje.

 

                  El anciano se rebeló, al fin, como quien era, un apuesto muchacho de melena amarronada y delgadas alas translúcidas que relucían al sol. Shun abrió los ojos en sorpresa, al fin, el momento con el que tanto había soñado; frente a él se hallaba aquel que debía probarlo. El alado joven posó sus manos en las  mejillas del muchachito, y con una sonrisa cálida iluminó su corazón.

 

-Haz pasado la prueba.- afirmó, y su voz fue como un susurro entre la hierba. -Eres un buen muchacho, y por tus buenas obras, yo te premio. A partir de este instante, cada vez que pronuncies palabras de aliento o esperanza, o realices alguna buena acción, de tus manos brotarán flores y valiosas alhajas. El encantamiento se esfumará cuando encuentres el amor!-

 

                  El jovencito agradeció, y sin esperar un segundo, corrió hacia su hogar. Sentía que el corazón iba a estallar en su pecho, y el viento generado por su afanosa carrera despeinaba su ondulada melena, pero no le importaba, y al vislumbrar su casa, comenzó llamar a su hermano. Lo encontró en la puerta, con su habitual malhumor, y con algarabía le contó lo ocurrido, mientras sus manos se cubrían de perlas y flores.

 

                  El mayor, envidioso por su suerte, tomó la vasija, y luego de vaciarla, se encaminó al arroyo, sin entender, aún, por qué había lo que hacía, y buscando, por todos lados, al dichoso anciano. De regreso, se cruzó con un elegante caballero que lo llamó desde la orilla del camino

 

-Discúlpame, muchacho. Serías tan amable de alcanzarme un poco de agua? Me siento muy cansado para ir hasta el arroyo! -

 

                  Ikki observó de mal talante al hombre que le suplicaba ayuda, se veía bastante joven como para estar cansado, y sus ropajes, ciertamente, evidenciaban su buen pasar. Enfadado por no haber encontrado al viejecito, acabó descargando toda su frustración en su repuesta al acomodado hombre

 

-Yo no tengo por qué darle agua!- respondió de mala gana. -Si tiene sed, vaya usted a buscarse la suya propia!-

 

                  El hombre frunció el ceño ante aquella respuesta, y buscó entablar una charla para comprobar si realmente el muchacho era como dejaba ver, pero sólo más duras respuestas y un despliegue de malos modales por parte del joven que acabaron por enfurecerlo.

 

                  Descubriendo su verdadera identidad ante el moreno, le tomó  por la frente, enfocando sus pupilas magentas en los sorprendidos ojos de su víctima

 

-Eres una pésima persona- dijo entre dientes y miró con enojo al muchacho. -y por tu comportamiento serás castigado. A partir de este momento, cada vez que pronuncies palabras negativas o cometas alguna mala acción, de tus manos brotarán lodo y bichos. El hechizo sólo se romperá cuando hayas aprendido la lección!-

 

                  El mozo se alejó de allí turbado, y culpando a su hermano de su desgracia, juró vengarse. Regresó al hogar al mismo tiempo que su madre, y sin dejar que Shun interviniera, le contó cómo el pequeño lo había engañado para que el hada lo castigara, pero como era otra de sus mentiras, de sus manos comenzaron a brotar alimañas que se retorcían en el escurridizo barro.

 

                  Shun no pudo soportar las miradas inquisitivas de su madre y las terribles acusaciones de su hermano retumbando en su cabeza como una pesadilla, y sin poder controlarse, huyó al bosque a llorar amargamente.

 

                  Se tumbó sobre un tronco caído a lamentar su suerte, sin percatarse que sus sollozos habían atraído a un joven caballero, que, sentado a su lado, le miraba con ternura. Sus ojos, celestes como el cielo de primavera, le acariciaban, intentando consolarle, enmarcados por sus cabellos rubios, que atrapaban lo últimos destellos del sol de la tarde. Se quedó sentado a su lado largamente, hasta que las lágrimas del peliverde menguaron y se dio cuenta de su presencia.

 

-Quién eres?- preguntó el rubio, robándose la duda de entre la alborotada cabellera de Shun

 

-Mi nombre es Shun- dijo, amargamente, el peliverde. -y soy hijo de la costurera del pueblo-

 

-Y por qué lloras?- volvió a preguntar el muchacho, buscando las pupilas de su acompañante sin éxito alguno.

 

                  Shun comenzó a desgranarle su historia, regando el verde pasto del bosque con perlas y perfumadas flores. De a tantos, un  nuevo sollozo escapaba de su garganta, malos tragos consolados por una mano compañera en su hombro y cálidos susurros en su oído, que, de a poco, sanaban su herido corazón, y de pronto, en compañía de aquel amable desconocido, sus penas ya no le pesaron tanto.

 

                  Alzó su mirada, atreviéndose, por primera vez, a buscar las orbes de aquel que tanta gentileza había tenido para con su humilde persona, y su corazón dio un salto al hallarlas, cálidas, luminosas, comprensivas, robándose, de a poco, sus miedos, y reemplazándolos por un tímido sonrojo.

 

                  Aquella mirada lo envolvió, y sintió como si hubiese conocido desde siempre a aquel fino joven que lo acompañaba. Apenas podía articular sus pensamientos, y al fin, sólo una de las tantas preguntas que rondaban su cabeza, asomó entre sus labios

 

-¿Y tú? ¿Cómo te llamas?-

 

-Hyoga- dijo el rubio con su voz melodiosa, y su mirada profunda intensificó el rubor en las mejillas del peliverde, que optó por ocultarlo entre sus bucles verdes, agachando la cabeza.

 

-¿Qué haces aquí?-

 

-Paseaba por aquí cuando te escuché llorar, y fue como si el  resto del mundo desapareciera... sentí que te conocía, y no pude evitar el necesitar encontrarte- y su blanca mano tomó la pálida de Shun con dulzura.

 

                  Shun sintió su corazón latir con fuerza, tanto que creyó que Hyoga podría oírlo, todo parecía un sueño... a pesar de que jamás había imaginado enamorarse de un hombre, no podía concebir un momento más perfecto que ese... ya no podía negarlo, aquel muchacho lo había conquistado.

 

                  Algo en su mano brilló, llamando poderosamente la atención del  peliverde. En el dedo anular de su amado, un dorado anillo refulgía con una marca que él bien conocía... el sello real, que identificaba a su compañero como el príncipe heredero. Los  ojos del muchacho se explayaron sorprendidos, y en un rápido movimiento, se encontraron con los azules del rubio, que lo tranquilizaban.

 

-¿Quién eres?- preguntó nervioso ante su descubrimiento

 

-Sólo un hombre que te ama- respondió el muchacho en un  susurro, aferrando su mano. -Ven conmigo- dijo, por fin, poniéndose de pie. Shun lo miró por un momento. No veía en él un príncipe más de lo que realmente podía vislumbrar, al hombre que, en una tarde, lo había cautivado con su silenciosa presencia. Al fin se paró, y un abrazo fue su muda respuesta. Lo seguiría, sin importarle a dónde lo llevara.

 

                  Cabalgaron hasta el amanecer, en que un palacio se recortó, ante sus ojos, en el paisaje. Hyoga entró exultante, llevando de la mano a un apenado Shun, y fue recibido efusivamente por sus padres, que, apenas repararon en la presencia del peliverde, preguntaron por su identidad.

 

-Es la persona que eligió mi corazón- dijo Hyoga decidido.

 

                  Su padre, un hombre mayor de mirada severa, estalló en rotunda negativa, pero Hyoga no cedió, estaba enamorado y no renunciaría a su felicidad. La reina, una hermosa mujer de cabellera dorada, miró a la joven pareja con una sonrisa, y,  efusiva, abrazó a Shun, feliz por el cambio que había producido en su hijo... por fin, su niño había madurado, y por eso, intercedió por ellos ante su esposo.

 

                  Fue duro, pero luego de horas de espera para los muchachos, y de una larga discusión real, el soberano aceptó a la pareja,  y, si bien no podía casarlo, comenzó a hacer planes para la bendición real. Hyoga corrió a anunciarle a su amado la decisión de sus padres, y por primera vez, se fundieron en un beso dulce, que, sin palabras, confesaba al mundo sus sentimientos. Shun se perdió en aquel mágico momento, en los brazos de su amado en su cintura, aferrándolo contra su cuerpo, en sus labios, que, con infinita ternura, pintaban su futuro de felicidad, y comprendió que el hechizo se había roto. ¡Había encontrado el amor!

 

                  Tal fue su alegría que, olvidando viejos sinsabores, luego de dos meses Shun regresó a su viejo hogar, a invitar a su familia a la ceremonia, que se realizaría esa noche. Al entrar, halló a su madre y a su hermano dando los últimos toques a un exquisito traje de gala para él. Al verle atravesar el umbral, corrieron a recibirlo entre risas y voces de alegría, ante su atónita mirada ¿Qué había sucedido?

 

                  Su madre le contó que, con el tiempo, Ikki había acabado contándole la verdad arrepentido. En castigo, ella le había enviado de pueblo en pueblo a buscarlo, y en el trayecto, había desarrollado el muchacho sus mejores virtudes, y se había enterado del feliz destino de su hermano. Regresó a su casa, y a pesar de que odiara la costura, ayudó a su madre en la confección del traje que ahora le ofrecían. Sin duda el ropaje era magnífico, y Shun, emocionado, abrazó a su hermano con ternura.

 

-Lo siento, Shun- dijo Ikki arrepentido.

 

-No importa, hermano... ya no importa- respondió Shun, e Ikki sonrió agradecido, rompiendo, con ese gesto, el encantamiento. ¡Había aprendido la lección!

 

                  Esa noche Shun pudo sonreír a su madre y a su hermano, mientras avanzaba, emocionado, hacia donde su amado le esperaba, radiante, para recibir la bendición real. Al llegar con él, tomó sus manos y sintió cómo el tiempo se detenía en su mirada. Hyoga le sonreía enamorado, y su sola compañía endulzaba la noche en un toque mágico. Conmovido por el amor que los jóvenes se profesaban, el rey bendijo la unión de la pareja, y Shun se arrojó a los brazos de su príncipe, a desvanecerse en sus besos que sabían a dicha, mientras, desde la copa de un árbol, dos bellos muchachos alados sonreían satisfechos.

Notas finales: No me tiren con nada, por favor XD

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