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¡Elfitos! por midhiel

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¡Elfitos!

Capítulo Uno: La despedida


En la alcoba que compartía con su esposo Aragorn, el Rey de Gondor, el príncipe Legolas terminó de cargar la maleta, preguntándose, por enésima vez, si sería seguro dejar marido e hijos solos por un día y medio.

-Estás dudando otra vez, ¿no? – reprochó Aragorn a sus espaldas -. Ya te lo he dicho, Legolas, te has casado con el legendario Rey Elessar. La sangre de Isildur corre por mis venas y las de nuestros hijos. No hay nada de qué preocuparse.

-Justamente tu arrogancia es lo que me preocupa – suspiró el elfo, antes de cerrar la maleta.

-Vamos, elfito lindo, ¿qué puede salir mal? Nuestros cuatro preciosos hijos son capullitos tiernos que hay que cuidar como un jardín. ¿Te conté que de niño me encargaba de una parcela de los jardines de Imladris?

-Cuidar niños no es lo mismo que plantar flores. Me preocupa dejarlos, tú no estás con ellos todo el tiempo, Aragorn – hizo un ademán de alzar la valija, pero su atento marido corrió como rayo a levantarla -. Apenas los ves por la tarde antes de su cena. ¿Y el bebé? Detestas cambiar pañales, detestas bañarlos porque terminas empapado, y detestas que te despierten por la noche. Aragorn – lo miró con firmeza -, ¿estás seguro que podrás con nuestros cuatro hijos tú solo?

-¿Por qué sugieres que no podré con los niños? – rebatió el rey, profundamente ofendido -. Llevamos diez años de casados, veinte de conocernos, y dudas que consiga encargarme de nuestros hijos. Dices que paso poco tiempo con ellos. Lo que importa es la calidad, no la cantidad. Y conozco a cada hijo como la palma de mi mano. A Gilraen le encantan los dulces. A Celuiel le gusta acicalarse y se cambia de vestido tres veces al día. Ethuil es la más tímida pero también la más dulce y afectuosa. Y Eldarion es un bebé de ocho meses. ¿Qué problemas puede causar un bebé?

Legolas lo escuchó atentamente y quitó una carta de su bolsillo.

-Aquí hay una lista con consideraciones para cada uno – explicó, extendiéndosela a su marido -. A Gilraen le encantan los dulces pero no debe probar nada con nueces porque se pone más loca que un balrog. Hay que evitar que Celuiel se exponga a los rayos de Anar.

-Cierto – respondió Aragorn, recordando el diagnóstico de Elrond, su padre adoptivo -. Adar dijo que Celuiel es foto… Foto… Foto – se sobó la frente -. ¡No me sale la mordoriana palabra!

-Fotofóbica – corrigió Legolas con calma.

-¡Eso mismo! – exclamó el hombre.

-Por lo tanto, vigila que no pase mucho tiempo al aire libre, sobre todo cerca del mediodía – prosiguió el elfo -. A Ethuil le cuesta ir a la cama, especialmente de noche. Si desaparece y no la encuentras al arroparla, búscala en la copa del mallorn que la Dama Galadriel te obsequió para tu coronación. Adora esconderse allí. Y finalmente Eldarion ya está dando sus primeros pasos. No dejes a su alcance objetos que pueda tocar porque se lleva todo a la boca.

Aragorn tomó la carta con una sonrisita de autosuficiencia.

-Aragorn, hablo en serio – amonestó Legolas.

Depositando la maleta en el piso, el rey lo abrazó con tanta fuerza que el elfo suspiró, y le plantó un fogoso beso.

-No te preocupes por nada, mi amor – le aseguró, clavándole su gris y cariñosa mirada -. No pienses ni en mí, ni en las niñas, ni en Eldarion. Sólo consigue una fuente bonita y regresa a casa.

Legolas frunció el ceño. Su sexto sentido le advertía que Aragorn podía ser amoroso y divertido con los niños pero no estaba listo para ocuparse de ellos.

-¿Acaso no confías en mí? – preguntó el hombre, suspicaz con su expresión.

-No es eso, sólo que…

Y antes de que pudiera terminar, su esposo lo sumergió en otro beso, no menos ardiente.


…………..


El aniversario del milenio de bodas de los padres de Legolas se acercaba. El elfo había decidido obsequiarles una exquisita fuente de mithril para el jardín de Mirkwood, que sólo se tallaba en un pueblito cercano a Minas Tirith, y por eso tenía que viajar a buscarla.

Al principio, había pensado llamar a los talladores al palacio para no tener que viajar. Pero Aragorn, que llevaba un tiempo queriendo quedarse solo al cuidado de los niños (necesitaba probarse a sí mismo que podía con las tres niñas y el bebé), lo estimuló a emprender el trayecto.

Y así Legolas, el Príncipe Consorte de Gondor, se tomaría un día de merecido descanso, visitando el pueblo.

En la explanada, el elfo despidió a su familia. Los cuatro vástagos habían heredado sus orejas picudas y el cabello ondulado de su padre édain. Gilraen, que tenía siete años y había sido llamada así en honor a la difunta madre del rey, era tan parecida a Aragorn de niño que el mismo Elrond no salía de su asombro cada vez que la saludaba. Celuiel tenía cinco y era tan parecida a Legolas como su hermana a su padre édain. Además era elegante, coqueta y delicada como el elfo y no soportaba que nadie dijera groserías en su presencia. Esto le costaba peleas colosales con Elboron, el hijo de ocho años de los senescales, Faramir y …owyn, que tenía la lengua de una serpiente. Las seguía Ethuil, suave, tímida y cariñosa. Tenía cuatro años y había heredado los ojos de Aragorn y el cabello y belleza de su adar.

Eldarion era el menor y el único varón de la prole. Tenía el cabello de su padre édain y los ojos de su padre elfo. Era un bebé tranquilo, pero obstinado y cuando se trataba de caminar o gatear, no había niñera que lo detuviera, porque los cuatro niños habían heredado la agilidad y rapidez de Legolas.

El bello príncipe besó a cada hijito en la mejilla y les prometió que estaría de regreso muy pronto. Cuando se despidió de Eldarion, que sonreía en brazos del rey, y se cruzó con su esposo, los ojos azules se le llenaron de lágrimas. Era harto difícil separarse de su amor.

-Todo estará bien, mi vida –lo consoló Aragorn -. Sólo dedícate a disfrutar de tu viaje.

Legolas le echó los brazos al cuello y lo besó. Aunque lo iba a disfrutar, sentía que extrañaría enormemente a su familia.

-¿Tienes la carta? – preguntó el elfo, sin saber qué decir.

-Doblada en mi bolsillo.

Legolas le dio otro beso y lo liberó. Dos pajes se acercaron para acompañarlo hasta la carroza real.

-Namarië – saludó a los cinco, agitando la mano.

Aragorn y los niños le respondieron, sacudiendo las suyas.

Sin querer prolongar la despedida, el príncipe subió al carruaje y uno de los criados le cerró la puerta.

Apenas la carroza se perdió en la distancia, las medias elfitas cuchichearon entre ellas. Aragorn se entretenía quitando una pelusita de la mejilla de Eldarion, hasta que sus hijas se le aproximaron.

-¿Podemos quedarnos jugando un rato en el jardín? – preguntó Gilraen, la mayor y, por lo tanto, la vocera del grupo.

-No veo por qué no –autorizó su padre, indulgente.

-¿También yo, papá? – preguntó Celuiel, ilusionada.

Aragorn creyó recordar algo de la exposición al sol y las quemaduras consecuentes, pero, sin darle importancia, asintió.

Las tres niñas brincaron de entusiasmo.

El rey se alegró de ver felices a sus hijas y entró en el palacio con su hijo en brazos.



………….


Como cada tarde, Aragorn regresó a su apartamento y se echó en el sillón, dispuesto a disfrutar de una copita de alé y platicar de la jornada con su esposo.

-Cierto que Legolas no está – recordó -. Pero no tengo que apenarme. Mañana ya estará de regreso.

El hombre degustó un sorbito de su alé, cuando una doncella entró, preocupada.

-Majestad, la princesa Celuiel está en su alcoba.

-¿Le pasó algo? – se asustó el rey.

-Sí, Majestad. Las princesas permanecieron hasta pasado el mediodía en el jardín y la niña sufre de complicaciones con los rayos de Anar.

Aragorn sintió que le acertaban un golpe en la cabeza. La famosa foto… foto… foto, como se llamara. ¡Legolas iba a matarlo!

-¿Cómo está mi hija?

-Roja como una langosta. ¡Oh, lo siento, Majestad! Quiero decir, colorada. Lord Elrond la está atendiendo y humectando su piel con hierbas y abundante agua. Dice que en cuanto acabe, se acercará a hablaros.

Aragorn dejó la copa y corrió a la alcoba de la niña. La niñera no había exagerado, Celuiel estaba acostada gimiendo, tan roja como una langosta. Con el cabello rubio, el tono hacía ver su carita como un tomate rodeado de una cinta áurea. Elrond, que por esas coincidencias que arreglan los Valar, justo se encontraba de visita en Minas Tirith, le estaba sobando el bracito suavemente con una paño húmedo.

-Quiero a ada – sollozó la niña con un puchero.

-Tu ada no está aquí ahora –respondió Elrond -. Pero está tu padre, que pareciera haber hecho un curso intensivo para aprender a cuidarlos.

Celuiel no captó el sarcasmo pero Aragorn, a sus espaldas, sí.

-Papá me dejó jugar al sol. Pensé que no me pasaría nada.

Elrond rodó los ojos.

-¿Cómo estás, thithen? – inquirió Aragorn, preocupado.

-¡Duele!

-Estoy frotándole una mezcla de hierbas para que no se le formen ampollas – aclaró el medio elfo, seriamente -. Hay que repetir la operación cada tres horas. También les di a sus hermanas una infusión para el dolor de cabeza. ¡Tus hijas estuvieron a punto de insolarse, Estel!

Aragorn sentía ganas que lo partiera un rayo. Calladito, se sentó junto a la niña e intentó abrazarla.

-¡No la toques! – ordenó Elrond, pero ya fue tarde.

Celuiel lloró, más de susto que de dolor, y Aragorn saltó como resorte.

-¿Qué he hecho? – se preguntó, desesperado, y recordó la misiva de Legolas. Buscó en un bolsillo y en el otro. Se palpó la camisa y los pantalones. ¡Lo que le faltaba! Había perdido la carta.

La niña se calmó con hipidos. Su abuelo terminó de humectarla y, con Aragorn, le dieron un beso de consuelo y se retiraron. Aún dolorida, Celuiel brincó de la cama para buscar cintas, espejo, cepillo, y peinarse. Quemada o no, debía verse hermosa siempre.

Aragorn y Elrond llegaron a la sala.

-¿Cuánto le durará el color? – quiso saber el rey.

-Normalmente desaparece al cabo de una semana –explicó su padre -. Pero al menor roce le dolerá, al menos por tres días.

-Quieres decir que cuando Legolas regrese…

-Sí, Estel. Cuando Legolas regrese, la verá así – aclaró -. Pero me dijo que te había dejado una carta con las recomendaciones para cada niño. ¿La tienes? ¿No leíste que Celuiel es fotofóbica?

-Al parecer perdí la carta – admitió el hombre, avergonzado -. Pero tú los conoces como Legolas. ¿Sabes que hay de Gilraen, Ethuil y Eldarion?

-Son tus hijos, Estel. Si no los conoces, ¿cómo esperas que los conozca yo? ¿No pasas todas las tardes con ellos?

Aragorn recordó lo de la cantidad y calidad, y se dio cuenta que, como su esposo lo había observado, él no los conocía. Buscó entre su ropa otra vez la carta. ¿Dónde la había guardado? No podía habérsele caído.

Justo entonces, entró la niñera con Gilraen y Ethuil de la mano.

-Majestad, las princesas fueron encontradas en la cocina del palacio.

-¿Qué hacían allí? – Aragorn ya no daba para más sorpresas.

-Queríamos preparar un pastel –admitió la mayor.

-¡Sí! – confirmó Ethuil y corrió a los brazos de su padre, que la alzó y besó afectuosamente -. Para ti, papá. ¡Con muchas nueces!

¿Nueces? El rey podía jurar que Legolas había repetido esa palabra.

-Volveré en tres horas para examinar a Celuiel – anunció Elrond -. Te sugiero que te quedes con tus hijas.

-No pensaba moverme de aquí, adar.

-Papá, preparamos la masa para que un cocinero la hornee – comunicó Gilraen, alegremente -. Esta noche cenarás tu pastel.

-Gracias, preciosas – Aragorn besó a cada una en la mejilla -. Ahora vayan a visitar a su hermana que está sola, mientras yo me ocupo de ver en qué anda Eldarion.

Las obedientes niñas se dirigieron a la alcoba sin protestar.

Aragorn enfiló hacia la nursery. Había olvidado lo de Celuiel y el sol, pero ya no se permitiría más errores.

O al menos, eso era lo que esperaba.

....


Este fic está terminado y lo actualizaré a diario. Mañana subiré el siguiente capítulo. Espero les haya gustado

Gracias por leer

Midhiel

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