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¡Elfitos! por midhiel

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Capítulo Tres: Perdidos En El Jardín

Aragorn buscó a su hija a través de los senderos que formaban las plantaciones. La llamó varias veces, pero el jardín real era inmenso y su voz encontraba eco en las frondosas ramas.

-Un árbol… Un árbol – repetía el rey, golpeándose el mentón con el dedo -. Legolas me dijo que se escondería en la copa de algún árbol. ¿Pero de cuál?

-¿Señor? – alguien lo llamó a sus espaldas.

Aragorn giró en seco.

-Elboron – suspiró, frustrado. Por un segundo se había ilusionado con la presencia de algún adulto que pudiera ayudarlo.

-Ethuil se perdió, ¿verdad? – preguntó el niño con picardía -. El señor Legolas la busca casi todas las noches. Camina por aquí, luego dobla al llegar a aquel árbol. ¡Ah, no! Aguarde… Creo que al llegar a aquel otro… y después de mucho, mucho caminar, la encuentra.

-¿Por las dudas no sabes exactamente en qué árbol la encuentra?

Elboron frunció el ceño y se rascó la cabeza. ¿Qué árbol era exactamente?

-No es un árbol. Es una fuente.

-No, de ninguna manera – negó el rey, sacudiendo la cabeza -. Sé que se trata de un árbol, pero no puedo recordar cuál.

-Es una fuente y yo podría ayudarlo – se ofreció el niño voluntariosamente -. Conozco cada fuente de este jardín. Las conté a todas. ¡Son cincuenta! Apuesto a que usted no lo sabía.

-Lo que sé es que deberías volver enseguida a la cama – Aragorn le cortó la ilusión de un tajo -. Muchas gracias por tu ofrecimiento pero vete ya, que te deben andar buscando.

-Pero yo lo puedo ayudar – insistió.

-Elboron, sólo regresa a tu casa.

El niño sacudió la cabeza y, con un puchero, cruzó las manos sobre el pecho en actitud desafiante.

Tan obstinado como su madre guerrera, pensó Aragorn e hizo un mohín de fastidio. Afortunadamente Elboron no lo notó.

-Si quieres ayudarme, podrías intentar recordar qué árbol trepa mi hija – propuso el rey.

-No es ningún árbol, señor Aragorn. Es una fuente.

-Estoy convencido que es un árbol.

-Es una fuente.

Aragorn perdió la paciencia.

-Mejor regresa a tu casa, chiquillo.

-No soy ningún chiquillo –rebatió Elboron, ofendidísimo -. Tengo ocho años – le enseñó ocho dedos -. ¿Ve? Sólo me faltan dos para completar todos los dedos de todas mis manos.

-Ah – sopló Aragorn con sorna -. Si yo tuviera que enseñarte mi edad, necesitaría las manos y los pies de un ejército completo.

El niño abrió inconmensurablemente los ojos.

-¿Tan viejo es, señor Aragorn?

El rey rodó los ojos. Niños. Y él que pensaba que sólo sus vástagos se habían vuelto imposibles.

-¡Mamá! – sonrió Elboron de pronto y corrió en dirección a su madre.

Éowyn se había acercado por un senderito aledaño.

-Ya son horas de dormir, Elboron. ¿Qué haces aquí? ¡Aragorn! Buenas noches.

-Buenas noches, Éowyn –saludó Aragorn secamente. El niño le había quitado la paciencia.

-¿Sucede algo? –inquirió la mujer, alzando una ceja.

-El señor Aragorn no encuentra a Ethuil y yo lo estoy ayudando – avisó su hijo, dándose aire de importante.

-¿Ethuil se perdió? – preguntó Éowyn al rey.

-No exactamente – contestó Aragorn -. Sólo que cada vez que se acuesta a dormir, corre a esconderse en no sé qué famoso árbol.

-Fuente – corrigió Elboron.

-Elboron, no se responde así a los mayores – amonestó su madre y se volvió hacia el hombre -. Legolas suele venir a buscarla. Se esconde en la copa del mallorn. Búscala allí.

Aragorn sintió que el alma regresaba a su cuerpo.

-Gracias – suspiró.

-De nada – sonrió Éowyn -. Y ahora Elboron, a la cama.

El niño hizo otro puchero. Su madre lo sujetó de la mano y enfilaron hacia el palacio.

………..

Ethuil estaba calladita, acurrucada en el centro del mallorn, intentando conciliar el sueño. De los cuatro hijos de Legolas, era la única que había heredado su pasión por la naturaleza y anhelaba dormir, al menos una noche, cobijada bajo las estrellas.

Era una niña muy sensible y tímida, la más parecida a su adar en carácter, y la partida de su progenitor la había dejado un poquito triste.

Aragorn llegó hasta el árbol y, recordando sus lejanos años de montaraz, lo trepó con una agilidad que el mismísimo Legolas admiraría. Llegó hasta la cima y allí, acurrucada en posición fetal en el centro, encontró a su hijita.

-Ethuil, preciosa. Me diste un gran susto – suspiró.

La niña abrió los ojos, se los restregó con los puñitos, y al reconocerlo, se echó a su cuello.

-¡Papá! ¿Viniste a dormir conmigo?

-¿Dormir? No, tithen. Vine a llevarte a la cama – la abrazó -. ¿Por qué te escapaste? ¿Fue por la caída y el golpe en la frente?

Ethuil sacudió la cabeza.

-¿Fue porque no está ada?

La niña negó de cuenta nueva.

-Entonces, ¿cuál es la razón, hija?

-¡Adoro el jardín! – exclamó.

Su padre le sonrió con indulgencia.

-Igualita a tu ada. Él también adora este jardín. Los árboles, las flores, los pájaros, las ardillas. Cuando faltaban pocas semanas para que nacieras, me pedía que lo acompañara por las noches a recorrerlo y nos quedábamos un largo tiempo debajo de este árbol. Quizás por eso, te guste tanto a ti.

-Sí, quizás – suspiró la niña, bajando la cabeza -. ¡No quiero dormir en la cama! ¡Quiero dormir aquí!

Aragorn la acomodó en sus brazos. Se sentó en el centro del mallorn con las piernas cruzadas y sentó a la niña en su regazo.

-No puedes dormir aquí, tithen – le explicó con calma -. No quiero que pases la noche aquí solita. Tienes una cama cálida, con sábanas y mantas de colores para abrigarte – Ethuil suspiró con tristeza -. Pero te propongo algo. Nos quedaremos un rato más aquí y después te cargaré en brazos hasta la cama.

-Está bien – aceptó la niña, desilusionada.

Aragorn pensó cómo podría levantarle el ánimo.

-También te propongo algo más. Cuando ya ada esté de regreso, buscaremos una noche para dormir aquí tú y yo. En la copa de este mallorn, acompañados por las estrellas.

La carita de Ethuil se iluminó.

-¿En serio, papá? ¿Lo prometes, prometes?

-Lo prometo, prometo –rió el rey -. Si tú me prometes ahora que volverás a la cama sin protestar.

-¡Sí! – la niña puso una expresión seria y llevó su mano al corazón -. Lo prometo, papá.

Aragorn asintió.

-Entonces, permanezcamos un ratito más aquí y después descenderemos.

Ethuil recargó la cabeza dorada contra su pecho. Dormir en la copa del mallorn, acompañada de su papá, sonaba más divertido que hacerlo sola.

Aragorn aguardó un tiempo prudencial y bajó con su hija semi dormida en brazos.


………

-Aquí está Ethuil –avisó el rey a la niñera, en voz baja. Durante el trayecto, la pequeña se había dormido profundamente en sus brazos -. ¿Cómo están sus hermanos?

-Los tres están dormidos, Majestad –avisó la joven.

Aragorn suspiró con alivio.

-Puedes retirarte –concedió el monarca -. Yo me encargaré de arropar a mi hija.

-Gracias, Majestad.

La niñera saludó con una reverencia y se retiró.

Aragorn llevó a Ethuil hasta su lecho, la arropó y le dio el beso de las buenas noches en la frente. La niña dormía tan profundo que ni se movió.

Su padre apagó la lámpara de aceite y recorrió las otras recámaras para despedir a cada uno de sus vástagos. El último fue Eldarion.

-Qué consuelo que seas un bebé – observó al arroparlo -. De los cuatro, eres el único que no me ha dado trabajo.

Al menos, esto estaba por verse.

……..

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