Me acuerdo que todo ocurrió una tarde lluviosa, y estoy casi segura de que era el mes de junio, aunque la memoria puede traicionarme. Mientras la gente corría a resguardarse del aguacero en los establecimientos y en los toldos de colores, yo esperaba mi transporte bajo la protección de la parada de autobuses. Había olvidado mi paraguas en casa, por ello mis cosas estaban empapadas y mi ropa húmeda se adhería a mi piel, provocando una sensación desesperante. El ocio me llevaba a mirar con más insistencia mi reloj de pulsera, preguntándome por qué demonios el autobús se demoraba tanto en llegar, y porqué rayos tenía que haberme enamorado de un tipo como él, que lo único que quería era llevarme a la cama. Suspiré, pensando en que quizá todos tenían razón y yo era demasiado imbécil como para abrir los ojos.
Tan absorta me encontraba meditando que no me di cuenta de que una chica se había sentado a un lado mío. Vestía una camiseta a rayas, con un par de jeans azules y botas altas. Un chaleco café le cubría de la lluvia, al igual que un paraguas negro, el cual sacudió levemente y cerró, dejándolo a un lado suyo. Se veía cansada, pues las leves ojeras bajo sus ojos delineados delicadamente con maquillaje demostraban que no había dormido en alguno tiempo. Sinceramente, era bastante bonita, pues aunque su cabello era corto y castaño, la blancura de su piel la hacían agradable a la vista. Sin poder evitarlo, esbocé una sonrisa, pero no me imaginé que ella me la devolvería. Me sonrojé al instante.
Hacía viento y la lluvia aún no amainaba. Miré nuevamente mi reloj, solamente para distraerme, aunque no tenía sentido que lo hiciera, porque el autobús no iba a apresurarse por más prisa que yo tuviera. Cerré los ojos, reviviendo nuevamente aquellas imágenes que me habían dejado en shock esa misma tarde. Ambos abrazados en la cama de él, desnudos, con una sonrisa en el rostro. Los dos durmiendo. Y yo ahí como toda una perdedora. Definitivamente lo era.
Sentí que las lágrimas resbalaban por mi rostro pero no me molesté en enjugarlas. La rabia dio paso a la tristeza, pero cuando menos me di cuenta, sentí un abrazo protector y el confort proveniente de un frágil cuerpo. Abrí los ojos, pensando en que eran imaginaciones mías, y lo siguiente que pude sentir fue un par de cálidos labios sobre los míos. Dejé escapar un gemidillo de sorpresa, pero ella aprovechó para hundir más sus labios en los míos y explorar mi boca. Y yo no sé qué era lo más desconcertante: que le hubiera permitido a una completa desconocida (y una mujer, además) el besarme, o que ese beso me estuviera gustando como ninguno otro en mi vida.
Nos separamos cuando la falta de oxígeno se hizo presente. Estoy segura de que el temblor de mi cuerpo fue lo que la hizo sonreír de aquella manera, pero no me importó, pues ese gesto tan simple me descolocó severamente. Le miré con mil preguntas en los ojos, pero con un nudo en la garganta que me impedía pronunciarlas.
-Ten, puedes ponerte esto. Estás empapada y podrías resfriarte- me dijo, mientra se quitaba el chaleco y me lo acercaba. Yo lo tomé, confundida.
-Debo irme- continuó- Ya llegó mi autobús. Fue un gusto conocerte.
Y mientras ella subía a su autobús, yo metí las manos en los bolsillos del chaleco, y me alegré al comprobar que había dejado una tarjeta. Al menos me quedaba el consuelo de que volvería a ver sus ojos castaños una vez más.
Su nombre es Helen, y es mi novia desde hace dos años.
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