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El monasterio de monte Favale por Akaito Shion

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Notas del fanfic:

Una novela corta es una obra literaria en prosa en la que se narra una acción fingida en todo o en parte, y cuyo fin es causar placer estético a los lectores con la descripción o pintura de sucesos o en lances interesantes, de caracteres, de pasiones y de costumbres. El relato aparece como una trama más complicada o intensa, con mayor número de personajes que además están más sólidamente trazados, ambientes descritos pormenorizadamente, etcétera.

El monasterio de monte Favale


 


Capítulo 1


Aquel sueño, donde estaban los ojos violetas


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Estaba en un gran campo de cebada, a lo lejos había un molino girando al son del viento; todo a mí alrededor se veía dorado. La belleza de ese lugar era magnifica, estaba atardeciendo y el aire pasaba por mi cara acariciándola y meciendo mi cabello, esos tonos índigos y morados que el cielo tenía se hicieron intensos. Pero no eran nada comparados con la mirada profunda de aquel que estaba al lado de mí y que me sonreía plenamente.


 


Entonces desperté. Mi cuerpo se removía estrepitosamente en la cama de un lado a otro. Tenía tanto sueño que me negaba a abrir los ojos, me pesaban tanto. Abrí apenas un ojo y noté que aún estaba  oscuro, demasiado. Iba a dormir de nuevo, pero deliberadamente me quitaron la sábana. Esa voz molesta la conocía muy bien.


Que mas daba, ya no podía soñar con el trigal… ¿Era un trigal? Abrí los ojos con pesadez  y le miré. Mukahi Gaguko, tenía 22 años y era; un hijo de papi. Él lo tenía todo en esta vida. No era muy alto, sin embargo tenía muy buen ver, poseía  una cara muy fina y grácil además de tener  el cabello rojizo como el mismo fuego.  Simplemente era apuesto y elegante, nadie lo negaría;  pero si bien le sobraban  “virtudes”  todo se compensaba con la humildad de la cual carecía. En fin, con el tiempo ambos terminamos siendo amigos y simpatizándonos aún en contra de mis expectativas. Y es que, yo no soy del tipo rico, de hecho sí lo conocí es en la universidad donde yo entré como alumno becado. Si he de admitir Gakuto no me agradaba en lo más mínimo, con el tiempo entendí que el dinero no era lo que lo hacía engreído. Él simplemente había nacido así, había que entenderlo.


Y era así como había acabado entendiéndolo y soportándolo, por eso; ahora que metía mi ropa en una maleta no había de que preocuparse, alguna idea  -por su puesto loca- tenía. No había problema hasta que noté un pequeño detalle mientras me tallaba los ojos.


-¡Se puede saber qué haces empacando mi oveja!- le dije casi en un espasmo, mientras veía como mi muñeco de felpa favorito era comprimido en una maleta con mis cosas.


-Nos vamos, ¡Ahora!- muy bien, eso era una orden. Tomando en cuenta que él aún no comprendía lo que era la amistad, pensaba que podía hacer conmigo lo que quería. Si no fuera porque lleva más de un mes entre el limbo y una personalidad pasiva-agresiva, lo ignoraría.


-¿A dónde se supone que  vamos?-  Caminé un poco y busqué algo entre el armario, ya  casi vacío, que ponerme. Entonces lo noté; eran apenas las tres de la mañana.


-¡Cómo que a donde! Es obvio, iré con él-


-¿Qué?- abrí  los ojos de par en par, sin duda se había vuelto loco, un mes y medio sin sexo y se había puesto feo el asunto.


Tomando en cuenta que la única persona a parte de mí, capaz de tolerarlo, se había  ido al otro lado del mundo era un tanto lógico que iría tras él en  determinado momento. Oshitari Yuushi, novio de Gakuto,  era un prototipo de ser perfecto: alto, piel blanca, cabello azulado y sobre todo inteligente sin contar que él hasta cierto punto era una persona agradable, si no es que hipócrita, era casi perfecto de no ser porque era homosexual aunque eso a mí no me molestaba, pero a sus padres sí. Él se había ido por un nuevo proyecto, era historiador y antropólogo por lo tanto viajaba a menudo.  Mukahi siempre lo acompañaba, esta vez no había sido el caso.  Cuando el pelirrojo se enteró que, el lugar a donde llegaría su novio estaba  a más de cuatro horas de algo que se podía llamar ciudad, que no había internet, celular, y el increíble número de comodidades a las que él estaba acostumbrado declinó la oferta. Decidió esperarlo, y me pidió mudarme con él “para no aburrirse” la verdad es que odia estar solo. No pude negarme, además que después de un tiempo, es fácil acostumbrarme a la vida que él lleva.


Hacía frío, tomando en cuenta que eran casi las cuatro. Ya habíamos salido de su lujoso apartamento, y afuera del edificio de quince pisos estaba uno de sus autos con el chofer esperándonos. Era simpático el señor Henry, un señor de ya casi tercera edad traído de Estados Unidos solo para ser el chofer del “señorito” era tranquilo, no por eso menos excéntrico. Tenía el  extraño gusto de coleccionar diferentes clases de hilos y telares, alguna vez me los mostró. Si bien manejaba perfectamente aquel chofer, nunca era muy solicitado. Mukahi tenía el gusto de manejar, adoraba ir por las carreteras a muy altas velocidades, por lo que se me hacía extraño que tan singular personaje estuviera llevándonos al aeropuerto de Narita.


Sin muchos contratiempos, llegamos a la entrada del aeropuerto más grande de la ciudad por la entrada “B” para primera clase, sin necesidad de documentar equipaje, sin tener que hacer filas, y solo presentando mi pasaporte, fuimos directamente a lo que era una avioneta solo para los dos. Nunca había subido a una. Debó admitir, me sorprendí, había subido a aviones en un vuelo normal en clase económica, donde me ofrecieron un vaso de jugo de manzana y con eso me había sentido feliz.


Ahora estaba en un cómodo asiento al lado de Gakuto, con una pantalla de televisión más grande que la de mi habitación. Había dos azafatas con lindos uniformes azul marino dando las clásicas instrucciones de vuelo. A las cinco de la mañana, un  lunes de marzo, el vuelo con destino al otro lado del mundo salió. Aquella avioneta blanca arrancó, subiendo a una altura de 33.000 pies volando por el cielo de Japón por la madrugada, desafiando la ley de la gravedad.  Miré el bello cielo obscuro y la ciudad por debajo, coloreada por los focos destellantes que iluminaban la ciudad, haciéndole competencia a las mismas estrellas. En poco tiempo dejamos la ciudad para, internarnos en obscuro mar, y ya no poder distinguir entre el mar y el cielo. Pero no sería por mucho, ya casi amanecería.


Una de las azafatas fue a darme el desayuno, filete de salmón con una guarnición. No tenía hambre, pero desde pequeño mi madre me había enseñado a nunca desperdiciar la comida, así que degusté sin pena ni gloria aquel pedazo de filete. Sin embargo; tenía sueño. De hecho ver dormir a Gakuto me incitaba a copiar su acción.  Él, desde que subió a la avioneta, parecía que se había programado para dormir, supongo que debió estar ocupado toda la noche moviendo cuanta influencia tuviera cerca para salir de madrugada.


 Yo había preferido ver todo animadamente. A decir verdad esto me emocionaba, quería brincar  de la emoción, pero hacer eso me apenaba; al menos frente a Gakuto. Enseguida recargué mi cuerpo en el asiento acomodándome en este. Ya había amanecido, no sabía cuántas horas de vuelo serían y no tenía la intención de preguntar, suspiré.


 Sin duda alguna mi vida había dado un vuelco completo desde que entré a esa universidad. No me gustaba, de hecho tenía que esforzarme mucho, tanto que en algunas ocasiones me había quedado dormido en la hora del almuerzo, conferencias y hasta en algún jardín.  Tenía que dormir más tarde y levantarme más temprano; como alumno becado mi responsabilidad era tener buenas notas.  Aunque al principio era algo cohibido, y me resultaba extraño estar entre tanta gente rica, con el tiempo me adapté.  Los chicos de ese instituto a pesar de ser hasta cierto punto superfluos;  entendían muy bien que más valía ser astuto que tener dinero. Por otra parte, mi vida sentimental igualmente se cortó abruptamente cuando entré a la universidad; a decir verdad no tenía tiempo para eso, a pesar de las múltiples cartas de amor y confesiones amorosas que tenía.  Además para esas fechas el ver a Gakuto guardar tanto tiempo su pena por un amor no correspondido, hacía que no se me antojara la idea.  Todo cambio cuando salimos. El pelirrojo se confesó homosexual y sin muchos escrúpulos y poco tacto se le insinuó a Yuushi. En menos de dos semanas ambos fueron pareja, aunque no oficial.


El verlos, sino felices a simple vista, si complacidos con la presencia del otro me hacia querer encontrar a alguien especial.  Aunque por ahora esa no era  mi prioridad. Acababa de cumplir 22 años y era recién egresado de la carrera de ingeniería de desarrollo empresarial, a pesar de ser no muy alto, era rubio y simpático, creo yo, por ahora mis planes no eran el matrimonio ni salir con chicas. Quería ejercer la carrera, y salir adelante. Al menos yo no tenía unos padres ricos que eran dueños de alguna empresa. De hecho mis padres, habían muerto hace ya dos años y no tenía a nadie más en mi vida,  ellos eran, aunque no pobres, de clase media y me habían enseñado a salir adelante por mí mismo. 


Desde que ellos murieron, me esforcé aun más. Fue un tanto deprimente; ya que ambos murieron en un accidente automovilístico. Yo me enteré tres días después. Para ese tiempo Gakuto ya era algo así como un amigo, estuvo a mi lado y desde entonces muy a su manera me ha apoyado. Se lo agradezco.  De no ser por él, tal vez no hubiera acabado la universidad;  ya que el verme solo  fue muy duro para mí. No me quedaron muchos ánimos, sin embargo Gakuto me dijo que fuera lo suficientemente hombre como para afrontar lo que pasaba. Terminamos hace poco la universidad,  estaba buscando un empleo, pero su padre me lo ofreció. Sentí que no tenía gran mérito tener un empleo así, pero entendí que confiaba en nosotros, sobre todo en mí, para poner su próxima empresa.  Para eso faltaban más o menos  cuatro meses, que teníamos libres y que nos pagaba por honorarios, ya que me había pedido no buscar empleo en otro lugar. La vida para mi aunque era más o menos feliz a pesar de lujos y comodidades, me sentía hasta cierto punto vacío,  tal vez porque me sentía solo sin mis padres...


Después de tanto pensar, cerré los ojos mientras miraba por la ventana, el sol que ya había salido me daba en la cara. Aún así ya me estaba venciendo el sueño.


 


 


El sol salía, estaba amaneciendo.  Aquel molino seguía su curso girando y girando; era hermoso. El olor de la tierra húmeda era lo mejor. Podía pasear entre los surcos  de tierra bien delimitada donde nacían aquellas plantas casi secas de cebada. Respiré profundo aquel aire puro y luego me di la vuelta. Ahí estaba él. Con un traje, demasiado elegante para estar en un sembradío, esperándome. Sus ojos violetas me veían seriamente sin embargo, le sonreí y le salude efusivamente. Me alegraba tanto ver a aquel desconocido. Sentí como si no lo hubiera visto en años.


Entonces corrí hasta él, y me recibió con una pequeña sonrisa.  Para mí él solo ver sus ojos era suficiente para brincar de alegría. Quería abrazarlo…


 


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