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Derrite el hielo que hay en mí... por T-Max

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Solamente tenía unos pocos minutos. Y él lo sabía. Se contemplaron durante un instante. El joven moribundo alzó la mano, una mano fría, pálida al mismo tiempo, y acarició con ella la mejilla húmeda, de lágrimas de tristeza y sufrimiento, que tenía delante. Le dedicó una sonrisa sincera, y aquella otra entidad que se reflejaba delante de él lloró de nuevo, pues aquel hermoso gesto por parte del muchacho herido no aparecía muy a menudo. Lo disfrutó el momento que duró, pero recobró la conciencia de lo que tenía que hacer cuando aquel dejó caer la mano, pesadamente, contra el suelo de aquella helada caverna.

Sabía que, entre sus dedos, se escondía el secreto de reavivar el cuerpo humano y de hacer desaparecer cualquier muestra de frío del interior, pero dudaba de la veracidad de aquella afirmación, pues la había hecho alguien de quien había aprendido a desconfiar. Pero no le quedaba otro remedio. La escarcha ya cubría los dedos del amado, así como sus mejillas congeladas y sus brazos gélidos. Posó una de sus manos sobre las mejillas; y cerró los ojos. No cesaba en su continuo llorar, pues un increíble dolor lo invadía por dentro, a sabiendas de que podía perderle en cuestión de minutos si no hacía nada. Obligó al poder que aguardaba dentro a salir con fuerza. Le instó a que hiciese algo, a que pudiese sujetar a la vida a la mitad de su corazón. Pero no le llegó más que una negativa. Un manto negro se había tendido en torno a su corazón, la fuente, según le explicaron, de su poder, lo que le impedía utilizarlo.

Bajó hasta la altura del amado escarchado y depositó un beso en sus labios. No le fue devuelto, pues el hielo también había cubierto los bordes de aquella zona. Pero, sin embargo, los ojos castaños del muchacho tumbado seguían desprendiendo un infinito calor, una energía extraña que lo envolvía por dentro. No presentaban pena; únicamente, un cariño infinito. Y, en aquella mirada, se perdió.

Se vio reflejado en la pupila. Pudo observar un recuerdo, de antaño, de hacía mucho tiempo, tanto tiempo que su mente no podía acceder al recuerdo. Sin embargo, influenciado por fuerzas ajenas a su entendimiento, le llegó a la mente el recuerdo de una noche de verano. Allí se encontraban ambos, tumbados el uno frente al otro, acariciándose los cabellos con ternura y proporcionándose ligeros besos que bien bastaban para demostrarse el amor que se profesaban. Se susurraban encantadoras palabras al oído, que, desde el presente, no llegaba a escuchar, pero su mente si podía evocarlas. Podía recordar lo que había sentido, lo que había cruzado por su corazón y alma cuando se enteró del sentimiento que también reinaba en el cuerpo, anteriormente cálido, congelado ahora, del otro joven. Y, de pronto, abandonado como estaba a aquel recuerdo mágico, encantador, de ensueño, sintió que algo se desprendía de los profundos hilos que conformaban su órgano vital, extendiéndose esa misma energía hacia los laterales de su piel de seda, la cual cada vez se iba tornando, más y más, de un frío pálido. Sin embargo, no hacía caso de esa sensación, pues sus manos brillaban en total desacuerdo con su piel, presentando una tonalidad leonada, casi dorada, que se fue adueñando de sus brazos. Presa la emoción en la pureza de su rostro albo, posó ambas extremidades en el rostro del muchacho, rozándole las mejillas, los labios, las orejas. Y sintió como la energía se estremecía entre sus dedos y golpeaba firmemente la escarcha, minando su fuerza. Suspiró, con sus labios rojos, y permitió fluir la fuerza ardiente, que se extendió por el cuello del muchacho, perdiéndose entre las costuras de su piel. Los ojos azules del otro chico, el que utilizaba el calor a su favor, brillaron con sorprendente fuerza al vislumbrar, durante un instante, los nudillos del joven acostado, que ya se movían suavemente. Recuperando y afianzando los pocos instantes de esperanza que ya poblaban su alma apasionada, exhaló un segundo suspiro de entre sus labios sobre los del amado y, en ese instante, el pecho de aquel se inflamó cual antorcha, separando su cuerpo recién encendido de la superficie terrera, a la par que la mirada reluciente y parda se avivaba con la fuerza de una hoguera. En ese instante, entrelazó los dedos por detrás del cuerpo del poseedor del calor, abrazando su cintura, que se acopló perfectamente a la suya propia.

Se unieron ambas altas temperaturas en un idílico baile esperanzador en la frialdad de aquella caverna helada, preservando sus cuerpos humanos y débiles del hielo gélido. El fuego pareció levantarse alrededor del muchacho poseedor de la energía, pues el témpano se derritió alrededor y bajo ellos. Sonrieron al unísono, pasado el momento del beso tranquilizador, en el que se dedicaron a observarse como antaño habían hecho.

No hablaron, no dijeron nada. Se limitaron a recrearse en aquel par de ojos que los miraban, con infinito cariño, amor, pasión descubierta. Acariciaron las mejillas del contrario, con una chispa de emoción inundando sus corazones; y desearon que no terminase nunca aquel momento, pues sabían que la barca que cruzaba la Laguna Estigia había estado a punto de tener un nuevo viajero, y se alegraban de que no hubiese ocurrido así. Ante la mirada de fuego del joven salvador, el Reino del Hades tendría que esperar para cobrarse el alma de su amado.

- Me… me has salvado… - Murmuró el joven al que el hielo había aprisionado en su frío abrazo de muerte. Esbozó una sonrisa su oyente.
- Hubiese muerto contigo, si te hubiese pasado algo. – Comentó, y fue un comentario sincero. Así se lo dio a entender al otro muchacho, pues sus ojos brillaban con increíble e inconmensurable pasión. – Jamás te dejaría que te pasase nada malo. Y… - Mordió con sus dientes blancos el labio inferior, ya cálido, mucho más cálido que antes, y húmedo, mas no por las lágrimas. – Quiero pedirte perdón... Si hubiese llegado antes, no habría pasado esto.
- Pero estás aquí. Me has salvado y eso es lo que cuenta – Susurró, y también fue sincero al decirlo. Así lo expresaba su mirada. – Nunca podré agradecerte lo que has hecho.
- Me bastará con que me lo demuestres día a día...


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