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Aroma Fresa Sabor Limón por _Islander_

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Notas del capitulo:

Espero que os guste.

 

Un día más de monótonos paseos por el Santuario, sin nada más interesante que hacer. Si no fuese por los entrenamientos diarios que el sumo Patriarca ordenaba, Milo de Escorpio se hubiese vuelto loco hacía ya mucho tiempo. Pero por aquel día los entrenamientos ya habían concluido y por consiguiente ya no había más que hacer. Aquellas interminables horas muertas provocaban que la mente de Milo, irremediablemente, se pusiese en funcionamiento, cuestionándose el porqué estaba allí. El porqué había jurado consagrar su vida a una diosa que aún no se les había presentado y el porqué seguía ciegamente la órdenes de un Patriarca que cada día se mostraba más extraño en su comportamiento.

El joven peliazul sabía que sus dudas y elucubraciones suponían un riesgo, además de una blasfemia contra su propia causa, así que, decidió hacer algo para mantener su mente ocupada y alejarse de aquellas peligrosas cavilaciones que emergían de las profundidades de su desocupada mente.

Entró en su Templo, se quitó su armadura y se vistió con ropa normal. Bajaría al pueblo cercano al Santuario.

Mientras descendía las escaleras de su Templo hacía el Templo de Virgo cayó en la cuenta de que no había solicitado el salvoconducto que se les exigía para poder salir del Santuario, costumbre recientemente instaurada por el Patriarca sin motivo alguno. El joven caballero no le dio importancia. Sabía que el Patriarca estaría tan concentrado en sus asuntos que no caería en su breve ausencia, y por parte de sus compañeros, estaba seguro que nadie le pondría pegas a su pequeña escapada.

Aumentó ligeramente su cosmos para avisar al guardián del séptimo templo de su paso. Inmediatamente obtuvo una igual respuesta, pero ni una sola palabra. Shaka estaría inmerso en una de sus meditaciones, trascendiendo más allá de las ideas y de pensamientos del resto de sus compañeros, cosa a que a Milo, particularmente, le daba igual.

En el resto de templos fue lo mismo. Cada vez que él se anunciaba solo obtenía una muda respuesta de cosmos, excepto en los hacía ya tiempo vacíos templos de Géminis y Libra y en los de Leo y Aries, cuyos guardianes debían encontrarse reunidos con el Patriarca o en alguna misión. Lo cierto fue que Aldebarán le dedico un escueto pero amistoso “hola”, al que Milo contestó con sequedad.

Una vez llegó a la entrada del Santuario los dos soldados guardianes allí apostados le pedieron su salvoconducto para poder abandonar el recinto. Milo no se encontraba de humor para discutir, así que simplemente dijo que tenía algo urgente que hacer y continuó su camino, sabía muy bien que no se atreverían a detener a un Caballero de Oro, y si después pensaban informar al Patriarca de su escapada estaría dispuesto a lidiar con el castigo que se le impusiera. Después de todo, cualquier cosa sería más entretenida que estar dando vueltas por su templo sin nada más interesante que hacer.

 

Una vez llegó al pueblo, Milo se sorprendió bastante de lo que vio. No era habitual que ningún caballero estuviese en contacto con el mundo exterior por lo que no solían entrar  nunca en aquel lugar, a pesar de estar tan cercano al Santuario.

Aquello estaba lleno de gente que iba y venía. Muchos no parecían ser de allí. Milo dedujo esto ya que sería imposible que en aquel pequeño poblado habitase tanta gente. Por eso y porque muchos hablaban lenguas que él no entendía. Lo más seguro era que fuesen turistas. Después de todo, el verano acababa de empezar.

Mientras caminaba sin rumbo fijo, el Caballero de Escorpio observaba, curioso, todo a su alrededor. La gente hablaba, reía, comía en las terrazas de los restaurantes, hacía fotografías… Todos parecían divertirse y disfrutar. Milo sintió algo de envidia hacía aquellas personas que parecían disfrutar tanto de aquellas cosas tan sencillas, cosas que él nunca había probado.

Observó como, bajo la sombra de un árbol, una pareja se besaba apasionadamente. El chico se agarraba a la fina cintura de la chica mientras ella, parecía querer trepar por él usando su cuello como agarre entre sus brazos. Lo cierto era que Milo no entendía de esas cosas. No sabía porqué ni para qué hacían aquello.

Caminaba cerca de la plaza cuando algo llamó su atención. Un pequeño puesto de helados, uno de tantos, en realidad, pero este tenía una cola particularmente larga. El joven caballero se preguntó si aquello podría deberse a que los helados de ese puesto eran particularmente buenos. Y a esa cuestión le siguió inmediatamente otra; Si eran tan buenos ¿A que sabrían? Milo no recordaba haber comido nunca helado, así que decidió probar. Se puso a la cola y espero tranquilamente su turno. Después de todo, no tenía nada mejor que hacer. Una vez le llegó el turno el encargado del puesto le preguntó de que sabor quería el helado. Milo dudo.

 

-¿Y bien, chico? –Insistió el hombre-. ¿De qué va a ser?

 

-No lo sé… -fue la escueta y casi susurrante respuesta de Milo, avergonzado por su ignorancia y por la cola que estaba formando tras él. El caballero ignoraba que tipo de sabores había. Recordaba fresa, chocolate… pero no caía en mucho más.

 

-Está si que es buena –dijo el hombre entre confuso y algo molesto por la cola de impacientes clientes que se estaba formando-. Vamos, chico, no tenemos todo el día ¿De que quieres el helado?

 

-Pues… -Milo se mordió el labio inferior, tratando de pensar algo rápido. Pero finalmente solo alcanzó a decir lo siguiente-. ¿De que me lo recomienda?

 

El hombre suspiró. Lo cierto es que no parecía que Milo lo hiciese a propósito. A decir verdad se le veía bastante incomodo. El heladero llegó a pensar que él no era de allí y que tal vez le costase defenderse con el idioma, por lo que finalmente decidió elegir por él.

 

-¿Qué tal uno de chocolate? –Le ofreció. Después de todo, el chocolate era el sabor por excelencia del helado y el que por norma general gustaba a todo el mundo.

 

Milo se encogió de hombros y asintió. El heladero suspiró de nuevo, esta vez aliviado, y le sirvió a aquel particular cliente su pedido.

 

El Caballero de Escorpio degustaba su helado sentado en un banco de la plaza mientras observaba el ir y venir de la gente que pesaba frente a él. Aunque en ese preciso momento no les prestaba demasiada atención, estaba demasiado concentrado en aquel nuevo e increíble descubrimiento: le helado. ¿Quién iba a imaginar que supiese tan bien?

El joven caballero estaba tan concentrado en su helado que no se percato de que alguien se le acercaba y fue consciente de que alguien le observaba hasta que una sombra le cubrió. Extrañado, el peliazul alzó la vista para toparse con alguien con quien esperaba encontrarse en ese lugar.

 

-¡Afrodita! –Exclamó, atónito.

 

-Milo –respondió este, a forma de saludo.

 

Afrodita de Piscis le observaba con una mezcla de asombro y sorna. Milo de Escorpio era de las últimas personas a las que esperaba encontrase en aquel lugar, y menos comiendo un helado.

 

-¿Qué haces aquí? –Preguntó Milo.

 

-Podría preguntarte lo mismo –fue la respuesta.

 

-Yo he preguntado primero –refutó Milo, algo molesto.

 

Afrodita sonrió ante esto.

 

-Me he escapado –contestó finalmente-. No aguantaba más dando vueltas por mi templo, así que decidí salir a airearme un poco –aquella respuesta sorprendió bastante a Milo, pero Afrodita enarcó una ceja-. ¿Puedo saber yo ahora que es lo que haces aquí?

 

-Lo cierto es que lo mismo que tú –le respondió Milo, aún sorprendido.

 

Afrodita señaló el helado.

 

-¿Y eso?

 

Milo enrojeció de arriba abajo.

 

-Bueno… esto… Todo el mundo los estaba comiendo y… tenía curiosidad…

 

El Caballero de Piscis estalló en carcajadas.

 

-No tienes porque excusarte. Te apetecía y punto. Yo también estaba pensando en comprarme uno ¿Puedes esperarme un momento?

 

Milo asintió y le vio ir hasta el puesto de los helados. Volvió al poco tiempo con un helado de color blanco. Parecía que Afrodita se había defendido mejor que él a la hora de pedir un helado.

 

-¿Te importa que me siente? –Preguntó Afrodita.

 

Milo negó con la cabeza y su compañero se sentó a su lado. Guardaron silencio. Aunque Afrodita notó enseguida que Milo no le quitaba el ojo de encima a su helado. El Caballero de Piscis sonrió.

 

-Es de yogur –le informó-. El heladero me dijo que me llevara ese cuando le pregunté ¿Quieres probarlo?

 

-¡¿Eh?! –Saltó Milo, sorprendido de verse descubierto-. Bueno…

 

Afrodita no necesitó más, y con una sonrisa ante la inocencia de Milo, le acercó el cucurucho. Milo dudó un momento, paseando la mirada del cucurucho a Afrodita. Pero finalmente se acercó y sus labios probaron aquella fría crema.

 

-¿Y bien? –Quiso saber Afrodita.

 

-Está muy bueno –dijo Milo, encantado-. Tiene un sabor ácido. El mío es más dulce ¿Quieres probar?

 

Aunque antes de que Afrodita hubiese podido responder nada Milo ya le había casi plantado el helado en la boca. Con una sonrisa, Afrodita lo probó.

 

-Está bueno –dijo después.

 

Continuaron aquella particular velada en silencio, concentrados en sus helados y observando a la gente. Y al terminar, como no tenían nada mejor que hacer ni que decirse, continuaron con su examen visual de aquellas personas. Frente a ellos, en un banco algo lejano a donde se encontraban, otra pareja se besaba.

 

-No entiendo porqué hacen eso –dijo Milo. Aunque no había sido su intención decirlo en voz alta.

 

-¿El qué?

 

Milo señaló con la cabeza a la pareja. Afrodita los observó.

 

-Bueno… creo que esa es la forma que la gente tiene de expresar su amor.

 

-Sigue pareciéndome extraño.

 

-También es una manera de darse placer.

 

Ante aquella última declaración Milo le miró, confundido.

 

-¿Placer?

 

-Bueno, en realidad yo tampoco soy muy ducho en estos temas, pero es lo que he oído.

 

Milo no entendía nada. Su mente no llegaba a dilucidar de qué manera se puede disfrutar con aquellos peculiares actos.

 

-¿Pero como pueden disfrutar con eso?

 

-No lo sé –contestó Afrodita poniéndose en pie, seguido con la mirada por Milo-. ¿Caminamos?

 

Milo asintió y le imitó.

Siguieron su camino por la plaza hasta que dieron con un gran cúmulo de gente. Habían instalado una gran carpa blanca no muy lejos de donde estaban y la gente entraba y salía de ella.

 

-¿Me pregunto que habrá allí? –Dijo Afrodita-. ¿Quieres que nos acerquemos a mirar?

 

-De acuerdo –contestó Milo. Lo cierto era que le picaba la curiosidad.

 

Cuando por fin, después de mucho esfuerzo tratando de abrirse paso entre la multitud, lograron entrar en la carpa, se sorprendieron mucho de cuanto había allí. Estaba todo lleno de pequeños puestos que ofrecían todo tipo de productos. Debía tratarse de una convención de comerciantes que aprovechaban la temporada alta para exponer sus nuevos productos. Ambos caballeros, llenos de curiosidad fueron parando de un puesto en otro, admirando todo tipo de cosas, comida, regalos, adornos… El siguiente puesto en el que se detuvieron era de perfumes. Una hermosa joven de aspecto jovial les invitó a que probaran alguna de las muestras. Milo cogió uno de los frascos, uno de color rojo y lo examinó. Tenía un botón en la parte superior, botón que Milo creyó que sería para que saliese el perfume del interior del frasco.

 

-Ese se llama Pasión Silvestre –informó la encargada-. Es uno de nuestros productos más recientes y está teniendo mucho éxito entre las mujeres.

 

-Oh –fue la respuesta de Milo, que seguía ocupado examinando aquel pequeño recipiente de cristal. Lo cierto era que tenía curiosidad en olerlo.

 

Accidentalmente Milo oprimió el botón que, desgraciadamente, apuntaba directamente hacia él. Un choro de aromático vapor húmedo salió despedido de aquella pequeña obertura, directa al rostro de Milo, que cerró los ojos y emitió un quejido.

 

-¿Se encuentra bien? –La encargada, preocupada, se acercó a él cuando un segundo chorro accidental golpeó de nuevo a Milo-. ¡Señor!

 

Afrodita le arrebató el frasco de las manos.

 

-¿Cómo puedes ser tan estúpido? –Rió el Caballero de Piscis.

 

-No tiene gracia –protestó Milo de mala gana, mientras trataba de limpiarse sus doloridos ojos con las manos.

 

-Ahora apestarás a perfume de mujer todo el día –se mofó Afrodita.

 

-¿Ah, si?

 

Milo le arrebató el frasco y le enchufó con él. Rociándole repetidas veces con aquella fuerte fragancia a fresa. Pero el Caballero de Escorpio aún estaba medio cegado por el perfume por lo que Afrodita le arrebató el frasco de nuevo y contraatacó, rociándole aún más.

 

-¡Señores! –Protestó la encargada, molesta.

 

Fue entonces cuando ambos caballeros cayeron de nuevo en la cuenta de donde ese encontraban y del comportamiento tan estúpido que estaban teniendo.

Avergonzados, le devolvieron el frasco a la encargada que, finalmente, sonrió, algo conmovida por la impetuosidad de ambos jóvenes, tal vez.

 

-No es una fragancia pensada para hombres –informó-. Pero ahora que la han probado, tal vez les gustaría obsequiar a sus novias con ella.

 

-Yo no tengo novia –dijo Milo, ceñudo.

 

-Yo tampoco –se unió Afrodita.

 

-¿No? –La dependienta parecía muy sorprendida-. ¿Cómo es posible que dos chicos tan guapos estén solteros?

 

Milo pareció molestarse por aquel comentario, pero procuró no mostrarlo. Afrodita por su parte, tan solo apartó la mirada.

 

-Nuestro trabajo nos absorbe demasiado –dijo Afrodita finalmente.

 

-Entiendo. Pues es una lástima –la dependienta tomó un par de frascos más de la mesa y se los mostró-. ¿Y que tal alguna fragancia para vosotros? Creo que estas irían muy bien con vosotros.

 

-Gracias, pero creo que por hoy ya estamos servidos de perfumes –se excusó Milo con una sonrisa mientras se alejaba, cuidadosamente, junto con Afrodita.

 

Continuaron su camino entre la muchedumbre mientras examinaban los demás puestos. La dependienta de un puesto de ropa quiso que se probaran unas prendas. Propuesta que ambos caballeros declinaron con la mayor educación posible. Poco después una de las dependientas de un puesto de peluquería quiso hacerles un arreglo, y en esa ocasión salieron corriendo.

El siguiente puesto que les llamó la atención fue uno de caramelos. La simpática dependiente les obsequió con una muestra gratis a cada uno. Una pequeña bolsa de caramelos decorada con un lazo azul.

Cuando creyeron haber visto ya todos los puestos, y cuando el gentío y el calor ya se hicieron insoportables, decidieron salir de allí. No sabían cuanto tiempo habían pasado allí metidos, pero lo cierto era que en el exterior había empezado a anochecer. El brillante sol de verano se había tornado rojizo y ya declinaba en el horizonte, tintando el cielo de hermosos colores.

 

-Creo que se nos ha hecho muy tarde –dijo Afrodita.

 

-Es cierto ¿Crees que se habrá percatado el Patriarca de nuestra escapada?

 

-Por increíble que parezca es muy posible que no. Últimamente anda muy ocupado en otros asuntos.

 

-¿Cómo cuales? –Quiso saber Milo, miándole, ceñudo.

 

Afrodita negó con la cabeza.

 

-¿Qué se le estará pasando por la cabeza?  Últimamente se comporta de modo muy extraño. Es como si fuese otro.

 

-Si…

 

-Apenas se deja ver, no sabemos en que piensa ni que hace, ni…

 

-Deberíamos irnos –le cortó Afrodita, echando a andar.                       

 

Algo molesto por la interrupción Milo le siguió.

 

-No tengo ningunas de ganas de volver aún –dijo Milo.

 

-Yo tampoco. Y además estoy hambriento.

 

-Yo también –y tras reflexionar unos segundos Milo se detuvo-. ¿Por qué no vamos a comer algo por aquí? Lo cierto es que ahora no apetece cocinar y creo que no tengo nada en mi templo.

 

-Por mí está bien –fue la respuesta de Afrodita. Respuesta que sorprendió bastante a Milo, que no esperaba una respuesta positiva tan inmediata.

 

Caminaron en busca de algún lugar para cenar, pero lo cierto era que  todos los establecimientos de comida estaban llenos. Con tanto turismo si deseabas comer el algún sitio debías reservar. Así que, finalmente, decidieron pedir comida para llevar.

Como no tenían costumbre de comer fuera y cola de gente hambrienta no daba lugar para las reflexiones, decidieron pedir unos bocadillos y unos refrescos, dejando la elección de ingredientes a gusto del camarero. A los pocos minutos tomaron la bolsa con su pedido y salieron de allí para disfrutar de su cena en un lugar tranquilo. Ya habían tenido dosis de aglomeración suficiente por aquel día. No estaban acostumbrados a las muchedumbres, y además, aquella noche estaba siendo particularmente calurosa.

Decidieron salir del pueblo e ir al bosque cercano al santuario. Dieron con un buen lugar. Un pequeño claro con hermosas vistas al estrellado cielo. Se sentaron en el suelo y comenzaron a comer en silencio.

 

-¿De qué es tu bocadillo? –Preguntó de pronto Milo, con curiosidad.

 

-De bacon, creo, y queso ¿Y el tuyo?

 

-Creo que es carne de cerdo con pimientos ¿Quieres probar?

 

Y una vez más y sin esperar respuestas, Milo le puso el bocadillo a Afrodita en mitad de la cara. Con un suspiró de resignación y una sonrisa final, Afrodita le dio un bocado al bocadillo de Milo.

 

-Me gusta más el mío –dijo finalmente.

 

Y siendo consciente de las verdaderas intenciones de Milo y antes de que este dijese nada, le acercó su bocadillo para que lo probara. Cosa que el Caballero de Escorpio hizo encantado.

 

-¡Es cierto, esta buenísimo! –Exclamó.

 

-Pues disfruta ese bocado porque no te lo pienso cambiar –le informó, Afrodita con una sonrisa de suficiencia.

 

Milo le fulminó con la mirada, pero finalmente ambos caballeros estallaron en carcajadas.

Continuaron con su silenciosa cena mientras la mirada de Milo se perdía en la estrellas, rememorando aquel peculiar día.

 

-Es curioso –dijo, sin apartar su mirada del cielo estrellado.

 

-¿A qué te refieres?

 

-Al día de hoy. Creo que nunca me había divertido tanto.

 

-Yo tampoco.

 

-Estaba pensando en la dependienta de los perfumes. Dijo que éramos guapos.

 

-¿Y?

 

-Nadie me había dicho nunca que soy guapo.

 

-Yo no necesito que lo digan, soy muy consciente de ello.

 

Milo apartó la mirada del estrellado cielo para volver a fijarla de forma fulminante sobre su egocéntrico compañero, pero se sorprendió al ver a Afrodita con su mirada fija en el firmamento, con total tranquilidad, y no con la con la altanera sonrisa que él se esperaba.

 

-Te lo tienes muy creído –observó Milo, aún sorprendido.

 

Afrodita le miró, extrañado.

 

-¿A qué te refieres?

 

-Nunca te imaginé jactándote de tu propia belleza. Es cierto que puedes parecer muy soberbio pero ese tipo de presunción no te va.

 

-Con que soberbio ¿eh?

 

Afrodita volvió a mirar al cielo, y Milo supo que lo había ofendido.

 

-Lo siento, si te he molestado –se disculpó.

 

Afrodita bajó la mirada y sonrió para luego volver a mirarlo.

 

-Dime, Milo ¿Te parezco atractivo?

 

-¿Qué?

 

El Caballero de Escorpio se quedó bloqueado ante tan inesperada pregunta.

 

-¿Qué ocurre? ¿Tan extraña te parece la pregunta? Solo tienes que contestar según lo que ven tus ojos. O mejor dicho, según lo que tú mismo interpretas de lo que ves. Para eso existen los gustos.

 

-Pero… -Milo no sabía que decir.

 

Afrodita suspiró.

 

-Solo intento decirte que las valoraciones visuales no son más que eso. Yo soy muy consciente de que soy hermoso, me lo han dicho demasiadas veces a lo largo de mi vida. Y de igual manera se que Aldebarán es un hombre grande, no hay más que verlo –ante esto último Milo tuvo que reprimir una carcajada-. Creo que de igual manera que puedes decir que Shaka es rubio puedes decir que yo soy hermoso, son cosas que se ven con solo mirarlas. No tiene mayor importancia. Lo difícil es cuando quieres hacer una valoración más profunda.

 

-¿Qué quieres decir?

 

-¿Qué responderías si te preguntara que clase de persona es Aldebarán?

 

-Una persona con más músculo que seso, pero bueno y digno de confianza.

 

-¿Y de DeathMask?

 

-Un demente incontrolable.

 

-¿Y qué me dices de Aioria?

 

-Impetuoso y con el ego demasiado subido.

 

-Ya… Y yo un soberbio ¿no?

 

-Bueno… yo no quería… -Milo no sabía que decir-. Lo siento –se disculpó nuevamente.

 

-¿Has visto ya a que quería referirme? Te guías únicamente por lo que ves. Creo que ninguno de nosotros se conoce lo suficiente para opinar sobre nadie. Solo podemos limitarnos a las valoraciones más superficiales.

 

-Entiendo –dijo Milo, cabizbajo.

 

El caballero de Escorpio se sentía avergonzado. Lo cierto era que Afrodita había acertado en todo. Y el hecho de haber demostrado tal empatía hacia él y su manera de pensar refutando la opinión de Milo de que Afrodita era tan solo un soberbio no habían hecho sino dar más veracidad a la teoría del Caballero de Piscis.

 

-Entonces –hablo de nuevo Afrodita, captando la atención de Milo-. Si has sido capaz de hacer una valoración de mi carácter con lo que habías visto de mi, supongo que podrás hacer una valoración física ¿Te parezco atractivo o no?

 

Milo le observó un momento, serio. Afrodita parecía sumamente tranquilo, a espera de una respuesta.

 

-Sí –contestó Milo por fin-. Y lo cierto es que creo que eres la persona más atractiva que he conocido, y creo que el resto del Santuario piensa igual. Solo hay que verte.

 

-Solo hay que verme –repitió Afrodita. Sonrió-. Teoría confirmada. Eso es lo que se llama una simple valoración visual, lo que captan tus ojos. Ahí solo hay o blanco o negro. Las valoraciones personales son ya un tema más profundo del que creo se necesita bastante tiempo para poder contestar de buena manera.

 

Milo sonrió. Lo cierto es que no se esperaba semejante comprensión y empatía por parte de Afrodita. Su mente volvió a cavilar cosas y de pronto, una nueva cuestión se le planteó. Aquel día se sentía especialmente curioso y Afrodita había avivado aún más ese sentimiento.

 

-Afrodita –lo llamó.

 

Su compañero dejó de lado el cielo nocturno para volver a enfocare.

 

-¿Mh?

 

-Yo… -lo cierto es que no era una pregunta sencilla de hacer. Pero se armo de valor para formularla. Después de todo, era de aquello de lo que habían estado hablando en ese momento-. ¿Tú crees que yo soy atractivo?

 

Milo esperó risas por parte de Afrodita pero este ni se inmutó.

 

-Sí, eres atractivo –fue la sencilla respuesta-. Por supuesto no tanto como yo, pero si eres atractivo.

 

Los dos rieron. Milo pensó que aquello era muy extraño ¿Desde cuándo Afrodita era hablador, empático y bromista? ¿Y desde cuando él era curioso, ameno y preocupado? Hasta le fecha, Afrodita había sido un caballero altanero, soberbio y misterioso. Que solo expresaba con su fría y desdeñante mirada. Por su parte, Milo, era un caballero orgulloso, serio y despreocupado por el resto. ¿Tanto podían cambiar las cosas en una simple conversación tranquila?

Lo cierto era que Milo estaba descubriendo cosas nuevas y a su ver interesantes. Quería ahondar más.

Afrodita rebuscó en uno de los bolsillos y sacó algo.

 

-Mira –se lo mostró a Milo-. Son los caramelos que nos dieron en aquel puesto –abrió la bolsa-. Son todos del mismo color… -tomó uno y se lo metió en la boca para después tenderle la bolsita a Milo, que cogió otro-. Limón –informó.

 

-Me gustan –dijo Milo, encantado con aquel nuevo y delicioso descubrimiento.

 

Continuaron degustando los caramelos mientras admiraban el hermoso cielo nocturno, plagado de estrellas. La mirada de Milo no pudo evitar enfocar a Afrodita, que parecía tranquilo, sumido en sus pensamientos ¿En qué pensaría? Se preguntaba Milo. Por su parte, él le seguía dando vueltas a la conversación que acababan de mantener. Más concretamente a aquello que había dicho Afrodita sobre las valoraciones profundas. Si se ponía a pensarlo, aquella conversación con Afrodita había sido la más profunda que había tenido con alguno de sus compañeros, con los que las conversaciones se limitaban a sus deberes. Lo cierto era que aunque se esforzaba por recordar alguna similar, a su mente no venía el recuerdo de ninguna otra conversación de ese tipo con nadie. ¿Significaba aquello que ya podían hacer una valoración más profunda el uno del otro? ¿O aún era pronto? Milo no lo tenía claro. Pero pensándolo en frío, lo cierto era que si no lo tenía claro era porque aún era pronto, o eso era la creía. Todo aquello era muy confuso…

 

-Afrodita –llamó a su compañero, rompiendo el silencio.

 

-¿Si?

 

-¿Y qué pasa cuando puedes hacer una valoración más profunda de alguien?

 

Afrodita pareció tener que pensárselo.

 

-No lo sé –contestó-. Supongo que quiere decir que en cierta manera ya conoces a esa persona, y que se puede formar una relación más fuerte.

 

-¿Qué tipo de relación?

 

El Caballero de Piscis se encogió de hombros.

 

-Amistad, supongo. Amor.

 

-¿Cómo aquellas parejas que vimos besándose?

 

-Imagino que sí. Debe haber confianza para ese tipo de relaciones, o al menos eso creo. Ya sea como muestra de cariño o como mero motivo de placer.

 

-Placer… -repitió Milo inconscientemente para sí mismo, pero Afrodita le oyó perfectamente.

 

-¿Te ocurre algo? –Le preguntó, ceñudo.

 

-¿Has besado alguna vez?

 

Aquella pregunta si que no se la esperaba. Afrodita se quedó totalmente bloqueado, más solo alcanzó a levantar una ceja.

 

-Pues… Pues… no…

 

Un rubor tiño su tez de rojo. En momentos como aquellos Afrodita maldecía  al cielo por tener la piel tan blanca. Aunque por otro lado también le daba las gracias al cielo porque en ese momento estuviese oscuro.

 

-A mí tampoco –respondió Milo a una pregunta nunca pronunciada. Él también se había sonrojado-. ¿Qué crees que se siente?

 

Afrodita se encogió de hombros.

 

-Según se dice, es algo muy agradable. Algunos lo hacen por mero placer, pero el beso a sido siempre un símbolo de amor.

 

Milo guardó silencio de nuevo. Se sentía muy nervioso. Había algo que quería decirle a Afrodita, pero no encontraba las palabras, y además, le preocupaba la reacción de su compañero.

 

-A… Afrodita… -lo llamó.

 

-¿Qué ocurre?

 

-¿Tú… dejarías… que te besara? –Los ojos de Afrodita se abrieron como platos, y Milo se apresuró a explicarse-. Sé que somos hombres, y que no es algo normal, pero solo quiero ver que se siente, y en nuestra situación… Creo que las únicas personas a las que podemos acercarnos somos nosotros mismos. Además… -se detuvo.

 

-¿Además qué? –Preguntó Afrodita, aún sorprendido.

 

-Creo que ya puedo hacer una valoración más profunda de ti –respondió Milo, con una tímida sonrisa-. Ahora quiero saber que se siente.

 

Afrodita pareció relajarse, y sonrió.

 

-A mí también me gustaría saber que se siente –admitió.

 

Milo se levantó y se sentó junto a él. Los dos estaban tan rojos como un tomate.

 

-Bien… entonces…

 

-¿Sabes besar? –Fue la pregunta de Afrodita.

 

-Pues… hay que juntar los labios… ¿no? Y por lo que he oído… luego hay que…

 

-Yo tampoco lo he hecho nunca –dijo Afrodita, sonriéndole.

 

Milo se acercó a poco a poco a él y, con algo de torpeza, logró que sus labios chocasen con los de Afrodita. Cerró los ojos. Lo cierto era que aquello se sentía bastante. Los labios de Afrodita eran suaves y cálidos. Se sentía bien, cada vez mejor. Casi instintivamente su cuerpo pidió más. Su boca se abrió, y su lengua se abrió paso por la de Afrodita, obligándola a abrirse, cosa para lo que el otro no opuso resistencia. Sus lenguas se encontraron, e iniciaron una torpe batalla. Milo fue explorando lentamente y con suavidad cada uno de los rincones de la cavidad bucal de Afrodita. Aquello cada vez le gustaba más. Afrodita, por su parte, hacía lo mismo que Milo. Aquello también era nuevo para él, y le estaba gustando. Ambos caballeros habían llegado a pensar que nunca experimentarían aquella sensación.

Pero aquella cálida burbuja de ensueño terminó explotando por la falta de aire, haciendo que ambos caballeros se separasen para recuperar el aliento.

Se miraron, mientras sus respiraciones iban recuperando el ritmo normal. Era curioso. Ninguno de los dos fuñe capaz de interpretar la mirada del otro, pero  al final, ambos caballeros terminaron sonriendo al mismo tiempo.

 

-¿Qué te ha parecido? –Preguntó Milo, al cabo de unos segundos.

 

-Me ha gustado –fue la respuesta de su compañero-. ¿Y a ti?

 

-Me ha encantado. Ha sido increíble –Afrodita bajó la mirada, ruborizado. Pero Milo le tomó con suavidad por la barbilla y le hizo mirarle a los ojos-. Ya sé lo que siente. Y ahora quiero volver a sentirlo.

 

Algo se removió en el interior de Afrodita, pero se obligó a centrarse en aquel maravilloso momento que estaban viviendo. Sí, el también quería sentirlo de nuevo.

Sin respuesta alguna por su parte, y sin más que decir por parte de ninguno, se fundieron en un nuevo beso. Más apasionado y violento. Ahora que ya sabían cómo hacerlo, podían relajarse más, y dejar que fuese su cuerpo el que actuase por su cuenta. Y así fue. Sin proponérselo, las manos de ambos se deslizaban por el cuerpo del otro. Palpando, sintiendo, pidiendo más.

Ninguno de los dos supo cuento tiempo estuvieron besándose, pero de nuevo tuvieron que separarse para mirarse fijamente, mientras respiraban acaloradamente. Ambos tenían una mirada mezcla de deseo y sorpresa. Se sentían muy extraños. Ideas extrañas pasaban por sus cabezas. En ese momento lo único que ocupaba la mente de aquellos dos jóvenes caballeros era persona que tenían en frente.

 

-Afrodita –habló Milo por fin-. Puede que ahora no pueda encontrar los adjetivos adecuados,  pero eres una persona maravillosa. Eres inteligente, fuerte, y me has enseñado muchas cosas, y demás… -se detuvo un momento-. Me gustaría que me ensañes más.

 

-Milo –habló ahora Afrodita-. Eres una persona maravillosa. Eres atento, noble, y también me has enseñado muchas cosas. Y me gustaría que me enseñases más.

 

Se sonrieron.

 

-Creo que deberíamos volver –dijo Afrodita.

 

-Sí –coincidió Milo.

 

Caminaban tranquilamente, bajo el hermoso cielo estrellado. La noche era muy agradable. De pronto Afrodita sintió como Milo le tomaba la mano. Le miró, confundido.

 

-Así caminaban las parejas que hemos visto –aclaró el Caballero de Escorpio-. Es una muestra de afecto ¿no?

 

Afrodita se sonrojó, de nueva cuenta.

 

-Sí, supongo que sí. Pero…

 

-No te preocupes, será solo hasta la entrada del Santuario. Si no te molesta, claro.

 

Afrodita asintió.

 

-No, no me molesta.

 

Milo le devolvió la sonrisa y siguieron caminando, con calma.

 

-Oye, Afrodita.

 

-¿Sí?

 

-¿Quieres pasar esta noche en mi templo?

 

Aquella propuesta pilló demasiado de sorpresa a Afrodita, que no supo que contestar.

 

-Milo, no creo que…

 

-Solo quiero hablar –le cortó su Milo-. No sé porqué, pero me he sentido muy bien con nuestra conversación de antes. Me gustaría seguir hablando así. Abiertamente. Y también… -Afrodita le miró, con una mezcla de curiosidad y preocupación, a espera de que continuase-. También me gustaría volver a besarte. Y abrazarte. Sentir aquello de nuevo. Quiero que duermas conmigo, Afrodita.

 

-Milo… yo…

 

El Caballero de Piscis agachó la mirada, parecía triste. Milo se dio cuenta entonces de todo lo que acababa de decirle ¿Pero en que estaba pensando? Se apresuró a soltarle la mano.

 

-Per… Perdóname, Afrodita –se disculpó-. No sé que me ha pasado. Debes pensar que estoy loco y…

 

Pero Milo fue silenciado cuando sintió como Afrodita tomaba de nuevo su mano.

 

-Me encantaría dormir contigo –le dijo, con una sonrisa.

 

-¿De… de verdad?

 

-Sí.

 

-¡Genial! –Saltó Milo, eufórico-. Hay tantas cosas que quiero contarte…

A Afrodita le hubiese gustado decir que a él también le gustaría contarle muchas cosas. Pero no podía.

 

-Y tengo tantas ganas de tenerte entre mis brazos… -agregó el Caballero de Escorpio.

 

-Yo también.

 

A eso Afrodita si pudo contestar. Y se sintió aún más sucio y despreciable ¿Porqué tenía que pasar todo aquello justo ahora? Maldijo el momento en que aceptó ir a dar ese paseo con Milo, y maldijo el momento en el que dejo que este le besara. Pero sobre todo, se maldijo a sí mismo por sé tan miserable y tan débil. ¿Sería tarde para cambiar las cosas y quedarse en aquel momento?

 

-¿Crees que nuestra diosa aparecerá algún día? El Patriarca dice que su llegada está muy próxima pero… no sé. Últimamente es difícil saber en que está pensando, asique no sé si creerlo ¿Tú qué piensas?

 

Las palabras de Milo trajeron de vuelta a Afrodita a la realidad. Sí, ya era tarde para cambiar las cosas. Lo único que podía hacer ahora era disfrutar de aquel momento, aunque fuese corto. Después de todo, puede que ese momento de felicidad fuese el último que la vida le diese la oportunidad de vivir. Al fin al cabo, no merecía más.

 

-No hablemos de eso ahora –respondió Afrodita, ante la impaciente mirada de Milo-. Disfrutemos del momento.

 

-Tienes razón –coincidió Milo, con una sonrisa-. Ya tendremos tiempo de sobra para aburrirnos que estos quebraderos de cabeza. Lo cierto es que creo que los días en el Santuario seguirán igual por mucho tiempo, y nosotros seguiremos igual con él. Sin embargo… -Miró a Afrodita, a espera de que este le devolviese la mirada, cosa que hizo, de forma interrogante-. Me gustaría que pudiésemos tener las noches para nosotros.

 

Afrodita sonrió, con timidez.

 

-A mí también.

 

Sí, de verdad lo deseaba. Disfrutar de aquellos momentos con Milo. Al menos, los que les quedasen.

Sonrió con amargura, pero agacho la mirada para que Milo no se diese cuenta. ¿En qué momento bajó la guardia y permitió que pasara todo aquello? No lo sabía, pero en el fondo no se arrepentía. Solo lamentaba el futuro odio que despertaría en Milo en un futuro. Ojala existiese una manera de explicárselo. Pero Afrodita era muy consciente de ya había firmado su destino, y este era un amargo camino que debía recorrer solo, pues sus consecuencias solo podía acarrearlas él mismo. Milo no se merecía aquello, de igual manera que él no se merecía ningún tipo de compresión por su parte, asique, simplemente, Afrodita no dijo nada. Viviría aquel momento de felicidad.

Vació su cabeza de todo pensamiento, ya se preocuparía del mañana cuando llegase. Ahora solo se dejaría llevar y disfrutaría. El Santuario ya estaba cerca y Milo apretó su mano con delicadeza. Afrodita sonrió ante aquel cariñoso gesto.

 

-¿Sabes qué? –Dijo Afrodita.

-¿Qué?

-Hueles a fresa.

 

Milo rió.

 

-Y tú sabes a limón.

 

Rieron juntos, felices. Felices de la noche que les esperaba, y sobre todo, de lo que habían encontrado.

 

 

Fin

 

Notas finales:

Espero que os haya gustado. Gracias por leer!


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