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El Giratiempos Roto. por aerosoul

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Notas del capitulo:

Hola, hola!! Perdon por la tardanza, se lo que me direis, que el capitulo esta muy corto para lo que habeis esperado. LO SIENTO!! Pero alegraos que ya nos quedan muy muy pocos capitulos para el final. A partir de aqui empieza el cierre, asi que Gracias por seguir aqui.

No me mateis, No soy muy diestra en el mpreg, asi que disculpadme por cualquier incoherencia.

Saludos Salo Reyes, Die Potatoe Xx y Minita!!!!

 

Las letras escritas con tinta negra sobre el papel eran largas y difícil de entender. Harry Potter tenía que usar todo su intelecto para poder descifrar aquel enigma.

 

-        Amado Harry. Sé qué haces… esto por… mi bien y el de tu…

-        Espera – dijo Draco, arrebatando de las manos de Potter, la arrugada carta, y tragando el último pedazo de su tarta de melaza se dispuso a leer –, déjanos enseñarte cómo se hace esto porque es lógico que a vosotros los Gryffindor’s no se os da esa rara cosa de leer y escribir. Granger podría ser la excepción a la regla pero en lo que a mí respecta debería existir una casa solo para ella. No me mires así, Potter. Lo digo por su inteligencia y sus puñetazos, que son la hostia, lo reconozco – aseguró el rubio, sobándose inconscientemente la mejilla.

Potter no dijo nada. Agachó la cabeza y contempló sus zapatillas sobre el pasto. El lago estaba a unos pasos de ellos, y el rubio estaba sentado sobre un abeto caído que se adentraba en el agua. Las mariposas a su espalda se movían de un lado a otro, incansablemente, haciendo espirales y contorsiones a su alrededor. Draco rogaba a los dioses que en cualquier momento (si era cuanto antes, mucho mejor) cayeran al suelo, muertas. Pero como eso seguía sin pasar (alguien allá arriba lo odiaba) carraspeó y se dispuso a leer, esta vez en serio.

-        Amado Harry, dos puntos y aparte. Sé qué haces esto por mi bien y el bien de tu bebé (¿Por el bien de Draco? No. ¿Quién es Draco? ¿El chico más sexy del mundo? Ya) – Draco apretó el papel entre sus dedos con más fuerza, hasta que estos se pusieron completamente blancos. Harry Potter parecía estar a punto de osar reír, pero con la gélida mirada del rubio, cambió sabiamente de opinión. Draco continuó leyendo la arrugada carta: -. Pero, coma, no puedo permanecer indiferente cuando veo que cometes el peor error de tu vida, coma, ya sin importar la mía (aja), punto. Me amas a mí, coma, lo sé. Me lo has demostrado las incontables veces que me has hecho el amor – dijo el rubio, arrastrando las letras en la última palabra.  Se acercó el papel al rostro, intentando ver mejor -. ¿Eso es una A o una B? Madre mía, esto no es escritura, son garabatos. Será mejor que la tía tome clases de escritura por otro lado, porque no creo que el guardabosques este calificado. Pongamos que es coma, ¿vale? - Y, sin esperar respuesta, Draco continuó -, estoy más que segura de ello, punto. (Ja, sí que era coma. ¿O quién sabe?) Sabes también como yo que Malfoy (¡Vaya, si hablaba de mí, después de todo) jamás te hará feliz. Puto (es decir, punto. Ese punto ya estaba ahí puesto, conletras, ¿he? Solo por si te lo has preguntado. La chica es determinante, de eso nada). Tú mismo me lo has dicho entre líneas (esta tía no sabe lo que es eso) con tus miradas, coma, con tus gestos, coma,  con tu… - Draco se metió un puño a la boca para no reír, y continuó el párrafo con una voz rasposa y grave -. Con tu sexo predispuesto – Y se echó a reír febrilmente -. Potter, nunca mencionaste que tu pene hablara. Eso me rompe el corazón-  ¡puto!Si, puto, eso lo he dicho yo. ¿Algun problema con eso? Punto. Pero la pregunta aquí es (se abre signo de interrogación) Qué hubiera pasado si yo también hubiera quedado embarazada (No. La pregunta aquí, es: no, en serio: ¿quién te ha enseñado a escribir? Falta signo de interrogación de cierre. Mema). Y lo más importante, coma, (Se abre otro signo de interrogación) Aun así estarías con Malfoy (cierra signo. ¡Aleluya! Y, si, Potter, ¿aun así estarías con Malfoy?).  Creo que él tiene el derecho de saber la verdad, coma, de saber que no lo quieres y estas con él por obligación. Punto. (Si, Potter, Malfoy tiene el derecho.) Quiero que siempre tengas presente que he de luchar por ti, coma, que jamás me daré por vencida, punto. Tu y yo estaremos juntos para siempre, coma, porque es  bebe no tiene por qué ser un ancla para ti, punto (Un ancla. Esta tía es una poetisa nata. Después va a poner algo como que las rosas son rojas y las violetas son negras. ¿Qué? Hay violetas negras. Yo mismo las he visto. Déjanos en paz, Potter). Por más que lo intento no encuentro la manera no puedo… (creo que se ha comido una coma)  solo ser tu amiga. Necesito tus besos, coma, tus caricias, coma. te necesito adentro de mí, punto. (Espera,  que creo que nos han dado nauseas. Creo que vamos a… buag, vamos a vomitar bilis, iagh, que asco de carta, se nos revuelven las tripas, te lo juro. Oh, sí, espera, que hay más de donde vino esta joya.) Cada que mis ojos miran las estrellas, coma, mi corazón llora, coma, porque no estas a mi lado, coma, Harry, coma, como me lo has prometido, punto. Estas en todos mis sueños (húmedos. Eso dice, no nos mires así. Que eso dice. Vale, lo he inventado. ¿contento?) de cada noche (y de cada día y de cada madrugada, y de cada mañana y de cada tarde y de cada crepúsculo…).

-        Eso te lo has inventado.

-        Claro que no – rebatió Draco, con una mirada mordaz -. Ya te he dicho que esta tía es una poetisa. Ahora, no nos interrumpas más, que calladito te ves más bonito. Continuo, que sé que estas rogando por más: y me corroe el hecho de pensar que es con él con quien te estas revolcando...

-        ¡Draco!

-        ¡¿Qué?! Eso pone – aseguró el rubio, enseñando las palabras escritas en el papel. Potter se sonrojó y no dijo nada más. Hizo un gesto con la mano para indicarle que siguiera. – Gilipollas. Como decía… Si, también dice gilipollas, ¿y qué? Y me corroe el hecho de saber que es con él con quien te estas revolcando, coma, porque sé que lo tienes que hacer por lástima, coma, por que debes cumplir con tu deber, coma, pero quiero que sepas que aunque estés con él, coma, tienes abiertas mis puertas  (y mis piernas) para lo que se te ofrezca, punto. Te amo, coma, siempre, punto. Tuya, dos puntos, Ginny Comadreja Menor  Weasley.

 

 

 

El silencio se apoderó del lugar. Harry sabía que a pesar de la elegante y fría risa de Draco, este estaba que ardía en furia. El moreno tenía el ceño fruncido y las manos en puños. Esa carta  debía ser una broma descabellada. Ginny jamás haría algo así. El  la conocía muy bien, para saber que… Venga, hombre, seamos honestos. En realidad no la conocía muy bien. No lo suficiente. Sabía cosas de ella: lo que Hermy y Ron solían hablar y de lo que él solo se había dado cuenta; sabía de su carácter fuerte, de su valentía, de su inteligencia y de su valor como mujer. Su audacia como bruja y su amor hacia su familia. Y  también sabía de su amor hacia él.

Aun así, tras el último punto, a Harry se le hacía imposible imaginar tal bajeza de parte de la pelirroja.

-        No lo creo – dijo Harry, negando con la cabeza repetidas veces. Sin embargo sus verdes ojos no se atrevían a posarse en Draco – No creo que lo haya hecho Ginny.

Y ¡ZAZ!

Harry se sobo la mejilla, que le palpitaba de un rojo radiactivo.

-        Pero… Draco…

-        ¡Pero, nada! Y encima la defiendes – masculló el rubio, de forma ácida. Se puso en pie dispuesto a alejarse, pero Potter se lo impidió abrazándose a él -. Suéltame – ordenó, intentando separarlo de sí.

-        Escúchame, Draco – rogó Harry, sintiendo que estaba por perder todo control. Si Draco le dejaba haría algo malo. Lo podía sentir. Mataría a alguien y después se mataría él. De eso estaba seguro, porque en distinto orden sería algo imposible. Harry creía ciegamente en ello -. Solo digo que no es su estilo. ¿Y qué hay de Zabini? Qué tal si sabe lo de Ginny y esa es su manera de separarte de mí. Esa carta es una bazofia, es… vale, no sé qué es, pero para mí no significa nada. En verdad, no creo que haya sido Ginny. Debe ser solo alguien que nos quiere separar…

Malfoy sintió que se estaba mareando con tanto Ginny, Ginny, Ginny. Si no golpeaba a Harry en los huevos, el rubio estaba seguro de que le iba a dar algo.

-         Y ha funcionado- dijo el rubio, aguantando las ganas de vomitarle encima a Potter -. Sabía que tarde o temprano iba a pasar, Potter. Jamás nos dejaran estar juntos, porque aunque no sea la Weasley quien ha mandado esta carta, o Zabini, hay alguien en algún lugar que sabe de nosotros y no nos dejará en paz. Y ¿sabes que es lo peor, Harry? Que si no es él, será otro. Sera el mismo Voldemort, Harry. Será el mismo señor Tenebroso en persona quien acabara con este sueño sin pies ni cabeza. Porque mientras él este vivo, nunca estaremos en paz…

-        No me importa – aseguró y juró Harry, incapaz de soltar al rubio. Sentía que, de hacerlo, todo estaría perdido. Ya nada valdría la pena -. Lucharé contra él, lucharé contra Voldemort, contra lo que venga. Haré lo que sea necesario para que tú y Scorpius estén a salvo, lo haré con mi propia vida si es necesario. Acabaré con ese bastardo a como dé lugar. Pero  quiero que me prometas, no, que me jures que nunca vas a dejarme.

Draco suspiró hondamente. El aire parecía no llegar hasta sus pulmones. Estaba a punto de soltar un mar de lágrimas, pero no debía. ¡¿Por qué tenía que ser tan puñeteramente sensible en esos días?!

-        Coge asiento, Potter - invitó Draco, señalando el abeto caído. Harry se sentó como autómata, temiendo que fuera alguna treta para que el rubio saliera corriendo en cuanto Harry se descuidara, pero Malfoy se sentó a su lado, unió sus manos en su regazo y suspiró. A la distancia el cielo se tornaba violento, nubes oscuras que adquirían un tinte rojizo a la sombra de la noche que se avecinaba. De pronto el ceño del rubio se frunció y se puso en pie -. ¿Esa es Lovegood?

-        ¿Dónde? – preguntó Harry, parándose también.

-        Allá, ahogándose. ¿Qué no  la ves? Limpia tus gafas, Potter.

-        No le veo – dijo Harry, desesperado, acercándose al lago, hasta que sus pies estaban dentro del agua. Estaba un poco oscuro así que no le era fácil de ver -¿Estás seguro que es ella, Draco? Podría ser el Calamar Gigante que se está ahogando con algo que ha comi…

Cuando Harry volteó a ver a Draco, solo pudo ver a la distancia una estela de mariposas que brillaban en la noche. Su rubio corría a todo gas hacia el castillo.

Maldita serpiente testaruda.

 

 

Draco podía sentir al Gryffindor pisándole los talones. Corrió por los pasillos tan rápido como sus pies se lo permitían, derechito al resguardo de su Sala Común, más exactamente, a su habitación. Intentó escabullirse y perderse del moreno, pero era inútil, sabía que su prometido tenía claro hacia donde se dirigía, y no ayudaba en nada esa maldita nube de mariposas (mirad, que guay, brillan en la oscuridad. ¡Y son doraditas!) Que le perseguían de forma siniestra. A toda pastilla Draco llegó hasta la puerta de su Sala, se dio el lujo de detenerse a coger aire, recargado en la pared y con un flato del demonio. De pronto escuchó las pesadas pisadas de alguien en una loca carrera directo hacia él, y abriendo mucho los ojos,  pronunció un Argentum Vivum, la puerta se abrió y sin perder tiempo, el rubio entró. La sala estaba vacía, no había ni un alma, debía ser la hora de la cena y todos estarían en el Gran Comedor. Sin más, Draco se dirigió hacia su habitación,  y justo cuando abría la puerta, Potter apareció en su sala, el muy cabrón, y corría a toda pastilla hasta el Slytherin. Draco cerró la puerta justo cuando Potter estaba por alcanzarle y solo pudo escuchar un fuerte golpe, como el choque de dos titanes, algo pesado cayendo al suelo, sonido de telas moviéndose, fuertes golpes en su puerta y maldiciones en arameo.

-        Draco, abre la puerta – exigía Harry Potter con ínfulas de amo de elfo domestico -. Draco – decía mientras seguía tocando la puerta fuertemente -. Abre por favor, Draco. Solo quiero hablar contigo.

-        No sé, Potter, estas a punto de tirar mi puerta con tus golpes. Me parece un tanto amenazador, ¿no crees? - dijo el rubio, con una sonrisa traviesa -. Creo que deberías dar la vuelta y marcharte, o no te garantizo que sobrevivas cuando las demás serpientes regresen de comer.

Los golpes en la puerta cesaron. Hubo un corto silencio. Se escuchó un suave golpe sobre la puerta y Draco pudo imaginarse a Harry pegando su nuca a la puerta, mirando al techo, quizá. ¿Llorando? No, su Harry no lloraría. Era un hombre. Era un macho. Un buen macho. Y esa palabra le provoco un deja vu que Draco ignoró decididamente. Si se ponía con ello le ocasionaría un puto dolor de cabeza y no tenía ganas de otro.

-        No me siento bien – aseguró Potter, de pronto, con la voz apagada- .  Me he hecho sangre, Draco. Creo que me estoy desangrando.

Hubo un raro sonido, como un cuerpo deslizándose pesadamente contra la madera de la puerta.

-        Estas de cachondeo, Potter – contestó el rubio, aunque su corazón había dado un vuelco con  el pensamiento de Harry Potter desangrándose.

No hubo respuesta detrás de la puerta.

-        ¡Harry Potter! Te exijo que me respondas, es de muy mala educación no responder…

Nada.

Maldito Gryffindor, donde se estuviera muriendo de verdad, el mismo terminaría con su sufrimiento con sus propias manos.

-        Potter, contesta de una puñetera vez o nos iremos del colegio y no volverás a vernos…

De nuevo, nada. Draco se contuvo de golpear su propia puerta. Estaba fingiendo. El puñetas estaba fingiendo. Pero, ¿Y si no? ¿Y si realmente estaba mal? Dementores. Mierda, mierda. Abrió la puerta solo lo suficiente para ver a Potter en el suelo.

Con dos corazones dentro de sí, latiendo tan rápido como el aleteo de un colibrí, y una cosita moviéndose como desquiciada en su vientre, Draco abrió la puerta y medio cuerpo de Potter cayó dentro de la habitación de Malfoy. De su nariz escurría un gran chorro de sangre que le llegaba hasta el pecho donde ya había un churrete sanguinolento.

-        Harry, contéstame – llamó Draco, agachándose a su lado, dándole suaves golpes en las mejillas -. ¡Despierta maldito Gryffindor! ¡Abre los ojos y míranos!

El rubio se agachó hasta el pecho del moreno en busca de escuchar su corazón latiendo. O no. Con ese miedo palpitando en sus sienes, poso su oreja sobre este, y… Harry Potter estaba muerto…

Muerto porque en ese momento le estaba abrazando y Draco decidió que ya estaba muerto por que le iba a matar el mismo.

-        ¡Maldito cabrón hijo de puta!

-        Que manía tienes con mi madre – dijo Harry, aferrando al rubio, y tirándole al suelo con él, para acomodar su cuerpo sobre Draco.

-        ¡Que me nos has asustado, burro!

-        ¿Por qué has corrido como potro salvaje? – preguntó Potter, abriéndole las piernas al rubio con su propio cuerpo para meter las suyas entre ellas.

-        No estoy de humor, Potter, ahora no – dijo Draco, empujando al gilipollas para que se le saliera de encima. Una vez que el moreno se levantó, le tendió la mano y le ayudó a ponerse en pie -. Y ya que lo mencionas,  tampoco tengo ganas de hablar de lo evidente.

Draco se sacudió la túnica y caminó hacia su cuarto de baño con paso lento. De pronto se sentía mareado, débil y muy cansado. Le empezaba a doler montones las caderas. Parecía que algo intentaba partírselas. Con  Harry detrás de él (el tío no sabía lo que era darse por vencido) abrió la puerta.

-        ¿Qué quieres decir con evidente? – inquirió Potter, cogiéndole la mano antes de que se perdiera en su baño.

Draco estaba por contestar cuando sintió un líquido caliente escurriendo por su entrepierna. Con gesto aterrado miró a Potter antes de perder completamente la fuerza y caer al suelo. Susurró un Harry y se perdió en una inconciencia inquieta.

 

 

Harry Potter estaba parado en el umbral de la puerta, incapaz de entrar a aquel lugar. Se sentía como si estuviera a punto de profanar un lugar sacro. Sus verdes ojos estaban fijos en Malfoy, que estaba inconsciente en esa fría cama. Draco estaba más pálido que un fantasma, de un blanco traslucido que daba vértigo de solo mirarlo. Sus cabellos estaban hechos un lio. Harry sonrió al imaginar lo que su prometido diría si se viera a sí mismo en ese estado, pero la sonrisa se le desvaneció. Si miraba más hacia abajo de los hombros de su Serpiente, el corazón le latía como desaforado, errante, con esa mancha roja que parecía que crecería sin detenerse jamás. El rostro de Madame Pomfrey no tenía buena pinta. La mujer se notaba asustada. Los medios mágicos para detener la hemorragia no estaban surtiendo el efecto deseado.

Hermione y Ron estaban afuera, junto con Pansy, a la espera de noticias. Luna y Neville habían regresado a sus casas por que la noche ya entraba por las ventanas y no tenía caso que estuvieran ahí. Aun cuando ambos deseaban quedarse para apoyar a Potter, la profesora McGonagall les pidió que se fueran a descansar. Había hecho lo mismo con Hermy, Ron y Pansy pero estos se aferraron a quedarse y la profesora les dio el permiso. Luchar contra esos dos Gryffindor y esa Slytherin no era cosa recomendable si se quería conservar la cordura.

Snape, por extraño que pareciera, estaba al pendiente. Incluso había suspendido su última clase para estar ahí, y  gracias a él, el director había sido informado mientras estaba de  viaje en quién sabe dónde. Harry se preguntaba si su viaje tendría que ver con la charla que habían tenido en la prisión de Azkaban.

Los ojos de Harry se negaban a mirar la sangre que manaba del cuerpo de su serpiente. Vagaban por toda la habitación,  a veces deteniéndose en el rostro inerte de Draco, o en las mariposas que reposaban como muertas en el suelo, alrededor de la cama de Draco. De pronto la enfermera se puso de pie, con un gesto compungido, y miró a Potter Y a los presentes apenadamente.

-        Está perdiendo el pulso – dijo Madame Pomfrey, sin aliento. La  rolliza mujer estaba tan blanca como el paciente -. Si esto sigue así perderemos a los dos…

-        No.

La profesora McGonagall y Severus Snape miraron a Potter, que había entrado por fin a la estancia y se había parado a los pies de la cama de Draco.  Como si estuviera juntando el suficiente valor para ello, después de unos segundos, caminó hasta Draco y le susurró al oído:

-        Soportad, por favor, no me dejéis. No os dejaré marchar.

Harry besó la frente de Draco y después su vientre y salió de la estancia.

 

 

Hermione tenía la falda aferrada en sus manos, como si quisiera romperla. Lo cierto era que su novio estaría la mar de contento de que esa falda fuera destruida… pero no en aquel momento. No cuando Draco Malfoy yacía en una cama en enfermería, cuando su bebé (el bebé de su amigo Harry) y el mismo Draco, estaban en peligro de perder la vida.

Hermione se puso de pie. No sabía qué hacer, no podía quedarse quieta. Miró a Ron, que estaba sentado a su lado, con los pies cruzados, y estirados cuan largos eran, estorbando el paso.

-        Recoge los pies, Ron. No quiero que, si alguien sale corriendo, muera por tu culpa.

Ron no dijo nada, solo hizo lo que su novia le pidió y recargó sus codos en sus rodillas para recargar su barbilla en ambas manos.

Hermione volvió a coger asiento. Más allá estaba Pansy Parkinson, sentada en la silla más cercana a la puerta de la enfermería. Tenía la cabeza gacha y su cabello negro formaba una barrera entre ella y el mundo. Si elevaba la cara, Hermione se encontraría con que sus ojos verdes estaban llenos de lágrimas y que el llanto le había escurrido el maquillaje, causándole  ojeras negras. Pero la muchacha no levantó su rostro. Sus manos estaban unidas en una súplica y si la castaña se acercaba lo suficiente podría escuchar una oración, una plegaria dirigida a algún ser superior al que pedía por la vida de Draco y su bebe a cambio de su alma si era necesario. Hermione estaría en desacuerdo con ello: no haría falta ya que estaba segura de que el propio Harry habría hecho ya ese trueque, por lo mismo, desde hacía mucho.

La profesora McGonagall había salido y vuelto ya, un par de veces, a la habitación, caminando a toda leche, sin siquiera darles una rápida mirada, y Severus Snape había hecho lo mismo otro tanto de veces. Dumbledore aún no se miraba por ningún lado. Harry les había mencionado a Ron y a ella la misión que estaba llevando a cabo y Hermy suponía que lo que estaría haciendo debía de tenerlo muy lejos del colegio, por no decir, quizá, de Inglaterra.

Ron bostezó en su asiento. Las horas estaban pasando tan rápido y a la vez tan lento, que era extenuante a la vez que desesperante. Hacía mucho que la noche había caído sobre el castillo, como un velo frio. La oscuridad se aglutinaba en los rincones, amenazante. A Granger, quien jamás en su vida (aun antes de saber que era una bruja) le había dado miedo la oscuridad, en aquellas circunstancias le parecía una bestia a punto de atacar a quien osara acercarse lo suficiente. La castaña estaba segura de que si prestaba suficiente atención podría sentir la  respiración quemante, lacerante, como el resoplido del minotauro, contra su piel.

Pero ella sabía que eso solo era el miedo haciendo nido en sus entrañas, latiendo como un  mal presentimiento en sus venas. Los miedos solían crecer, estirarse, volverse titánicos durante la noche, por pequeños que fueran en realidad. Por algún motivo, todo era peor de noche. Hermy sonrió suavemente ante aquella idea y su novio le miró como si viera a un Mortifago en su lugar.

Ella negó con  la cabeza para decirle a su novio sin palabras que no pasaba nada, que estaba bien y que su momento de locura se había escurrido ya hacia algún lugar lejano. Entonces la puerta de la enfermería se abrió con brusquedad para dejar pasar a un Harry pálido, sin aliento, y a todas luces, aterrado. Hermione se levantó de su asiento en cuanto la puerta se lo reveló, pero antes de que, siquiera abriera la boca, él le cogió el brazo, aun sin detenerse, y le negó con la cabeza.

Ahora no, fue lo que le dijo. Ahora no, Hermy.

Granger le vio alejarse en silencio. A su lado, ahora, Parkinson y Weasley  también miraban a Potter.

-        ¿Ha dicho algo? – preguntó Pansy, con una voz apagada.

La muchacha negó. Harry Potter siguió su camino y la castaña sintió como su corazón se estrujaba por alguna fuerza extraña, haciendo que la bestia en la oscuridad se alzara feroz, más grande y amenazadora que nunca.

 

 

Harry sabía lo que tenía que hacer. Blanco y en botella. De hecho, se preguntaba por qué no lo había pensado antes. Corrió hasta su sala Común, subió a la habitación que compartía con Ron, Neville, Seamus y Dean, y entró con el mayor sigilo posible. Abrió lentamente la tapa de su baúl y sacó cuanto encontró lo más rápido que podía sin hacer ruido. No quería despertar a nadie. No quería preguntas. El corazón le latía acelerado, las manos el temblaban ligeramente. Tenía que encontrar lo que estaba  buscando, pero el baúl comenzaba a quedar vacío y ni luces de lo que buscaba. ¿Dónde coño estaba ese maldito frasco? Por el armazón de sus gafas corrió una gota de sudor frio que se estampó contra los Omniculares que había comprado en el Mundial de Quidditch. Y ahí, en una de las esquinas, debajo de su chivatoscopio, estaba el frasquito con el elixir dorado que haría el milagro. Harry lo llevó a sus labios con las manos temblorosas y bebió hasta la última gota. Si necesitaba de suerte, ese era el momento. Cerró los ojos fuertemente mientras suplicaba a la poción que hiciera su efecto inmediato. Que sus bebés estuvieran bien, que los dos estuvieran sanos y salvos.

Entró  las cosas en el baúl al tun tun, lo cerró y salió disparado de nuevo a la enfermería. Y mientras recorría la distancia entre la sala común de Gryffindor y la enfermería, Harry supo que había llegado el momento. El momento de ser un hombre y enfrentar su destino, el momento de acabar con Voldemort de una vez por todas para que su rubio y su bebé estuvieran a salvo.

Cuando llegó a la enfermería, Hermione se le lanzó a los brazos con una gran sonrisa. Están bien, dijo ella, con lágrimas de felicidad resbalando por sus ruborizadas mejillas. Harry respiró profundo y le devolvió el abrazo a su amiga mientras murmuraba un gracias a quien quisiera recibirlo. Ron y Pansy estaban igual de felices que su amiga: Pansy daba pequeños brincos de alegría mientras se limpiaba las lágrimas del rostro, y el pelirrojo le sonreía a su amigo radiantemente. En la puerta, Severus Snape le dedicaba una mirada penetrante, Harry estaba seguro de que el hombre intentaba entrar en su mente. A Harry no le importó el hecho, si el hombre quería hacerlo, era bienvenido. Nada en el mundo le haría cambiar de parecer respecto a lo que tenía que hacer.

-        ¿Entrarás? – preguntó la castaña, separándose de Harry.

Harry lo pensó un momento. No. Negó con la cabeza y posó una de sus manos en el hombro de su amiga.

-        Antes debo terminar algo.

Harry volvió a darse la vuelta y siguió su camino directo a la oficina del director. Mientras subía por las escaleras de la gárgola, el moreno se prometió a si mismo que no vería de nuevo a Draco hasta que terminara con Voldemort. Si miraba atrás, si lo pensaba un momento, sabía que no sería capaz de hacerlo, de dejarlos. Se lo había prometido a Lucius: haría cualquier cosa por ellos, incluso dejarlos si era necesario. Pero no sería un adiós, sino un hasta luego…

La puerta de la oficina se abrió y un sonriente Dumbledore le pidió que entrara.

-        Llegas en el momento más oportuno, muchacho. Entra y cierra la puerta, por favor.

O eso quería creer.

Notas finales:

Pues nada, espero no decepcionaros mucho. Ya estamos en el final asi que pronto sereis libres del Giratiempos Roto!!!!

Un saludo y un beso a todos!!!

Gracias por seguir aqui!!!!


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