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El Veneno por Vampire White Du Schiffer

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Notas del fanfic:

Los personajes pertenecen a Matsuri Hino.

Notas del capitulo:

Primer oneshot, Kaito Takamiya x Zero.

La Cárcel De Sing Sing.

-Canción interpretada por José Feliciano-

Ayer yo visite la cárcel de Sing Sing

Y en una de sus celdas solitarias...

Un hombre se encontraba arrodillado al Redentor

 

Mi nombre no importa ahora. La verdad que no. Pero conociendo la naturaleza curiosa del ser humano… me veré forzado a responderles. Takamiya Kaito. Y nada más. ¿Edad? Tal vez veinte, más o menos, qué importa. Podríamos encontrarnos en un paraje menos inhóspito que este, pero entonces no podrían entenderme. Se reirían incluso, de este pobre bufón que han venido a visitar el día de hoy. Estoy en prisión.

Me levanto y doy una vuelta por toda mi habitación. Ajusto mi camisa blanca, estar mucho tiempo en cama la ha arrugado obviamente

¿Crimen? Ah, vaya que me molestan con sus preguntas. Dejen de inquirir y comiencen a escuchar, es de pésima educación sentirse con derechos sobre mi persona. Basta. Yo les diré lo que desean saber, pero a su tiempo. Sí. Todo a su debido momento.

«Piedad, Piedad de mi Oh gran Señor» Más cuando me miro a mi se abalanzó Y con voz temblorosa entre cortada... «Escucha, triste hermano, esta horrible confesión Aquí yo condenado a muerte estoy..

 

Mi vida antes de llegar a este lugar… fue, sinceramente, una verdadera maravilla. Ah, recuerdo cada vez que puedo, y realmente puedo mucho,  me estremece la idea. Afilen sus uñas hacia sus mejillas, esto podría tornarse aburrido para quien no haya vivido algo parecido. Y se volverá tediosamente pasional conforme el avance de mis palabras. Les deseo, mucha suerte. Mejor que la mía.

+ : : La cárcel de Sing Sing : : +

El año no importa. Ubíquense en la era de que Cuando el ver un automóvil realmente era un fenómeno que sólo disfrutaban ciertos poderosos. Cuando la cámara para dar blanco y negro daba aún demasiadas piruetas molestas. Me encontraba tomando un café. Un gitano, al que  más tarde llamaría Bohemio, platicaba conmigo. Tuve que hacer un gran esfuerzo para separarme de él. No me aburrí, si eso piensan. El asunto era que se me estaba haciendo tarde para una cita que tendría dentro de poco. Miré el reloj de la pared, de nuevo, en menos de cinco minutos. El aire estaba impregnado por el humo de mi cigarro. Empecé a tamborear el borde de la mesa de madera insistentemente. Hasta que logré salir, y no fue gracias a mí. El gitano fue invocado por otras fuerzas ajenas a mi persona. Se disculpó más de una vez. Le agradecí el gesto. Me levanté y dejé un par de monedas sobre la mesa. Me puse mi sombrero y chaqueta de color café. La campanilla del establecimiento vibró en cuanto salí.

Me adentré entre la gente. Caras. Todas iguales. Todos mortales y en decadencia. Suspiré chocantemente. Mis pasos iban directamente a un  edificio en un estado «mental» mucho peor que mi conciencia. Subí por las escaleras, percudidas y sucias. Qué lugar más apropiado para un burdel. Pasé de largo el estúpido bar donde mis compañeros de copas me esperaban. Yo vine por algo específico esta tarde. Ah, pero es que las pasiones humanas no se desgastan, sólo se vuelven las cadenas de los humanos que huyen de ellas con tanto afán y nunca logran nada. Bien decía mi sabio tío, es mejor enfrentar todas las tentaciones, una y otra vez, cediendo a su seducción. Oh, pero por supuesto. Es mejor sucumbir al pecado que vivir con el peso de una locura en ascenso por creerse moral y justo. Yo me dediqué a divagar por todos los placeres que me brindaba el mundo. Y en uno de esos caminos, me encontré con una verdadera joya. Abrí la puerta de la habitación donde me esperaba pacientemente mi anfitrión. Me quité el saco inmediatamente. Un hombre. Exquisito. De piernas largas y piel casi carente de color. Ojos de color lavanda. Joya amatista en el mirar. Gracia divina al caminar. Me abrazó y de inmediato me comenzó a besar.

 La vida es un experimento. Y el mejor método, para descubrir al hombre en su desnuda naturaleza abstracta, es el experimental. Sí.

−Quítate toda la ropa. –Le ordené suavemente. El asintió, se apartó levemente de mí. Tomé lugar en un sillón. Se puso frente a mí. Y prenda por prenda fui redescubriendo sus curvas varoniles. Esos muslos… Ah, su bochorno me causaba gracia y una absoluta satisfacción a mi ponderable ego. Sonreí pillamente. Lo acerqué y le di mil besos por todo el cuello. Sus piernas se afianzaron a los costados de mi cintura. Recorrió mi cabeza de cabellos castaños, destellantes ligeramente con el sol, como siempre le gustaba jugar. Su libido no tarda en aparecer en el mundo material. Siento algo afilado en mi obligo. Bajó ligeramente la vista y veo que su hombría se pasea sin pena alguna, alegando atenciones que sólo yo podría brindarles. Baja y sube sus caderas, en una danza sin música, mientras me habla y muerde. Sus dientes son casi tan perfectos como su sonrisa.

Sus suspiros me carcomen el oído. Su piel gélida se comienza a calentar por mi cuerpo cerca de él. El golpeteo sordo de su corazón penetra primero. Cual estaca sobre un patético vampiro en sueños. Mi mano derecha se sostiene de las líneas de su cintura. Bajo por toda la columna. Beso sus labios suaves, una y otra vez. Siento mis ojos llamear en una flama que sólo él puede encender. Me parece tan poco el tiempo. Deseo destruirlo cada vez que lo toco. Incluso, en mi mentalidad corrompida, la piel es estorbosa.

Deseo devorar su corazón. ¡Lo quiero ahora! Lo quiero todo. Su frustración, su inteligencia, su cuerpo, su sabor, sus labios, su cabello, incluso anhelo su odio. Todo con este vaivén. Con este acto tan simple. Tan burdo.

Siento un mazo golpeando mi pecho. En algún infierno deben estar envidiándome. Paso mi lengua por donde deseo hacerlo temblar. Le hago el amor más de una vez. En distinto lugar. En diferente posición. Siempre lo poseo yo. Él me mira mientras le hago prendarse del embriagante placer que sale de cada poro de mi piel en acción. Me adentro en sus entrañas. Mastico su alma en pequeños trozos. Calmo mi hambre lasciva hundiéndome en el contoneo de su cadera. Pretendo conocerle desde que nací. Le engaño dulcemente con que es mío y de nadie más. Finjo no saber que cierto moreno* viene todas las noches y toca, al pie de su ventana, un roto violín para hipnotizarle cobardemente.

«Saco de mi cabeza la idea de que eres tú quien le toma. Para mí, eres pasivo. Para él otro… ¡Al diablo con el otro! ¡No me interesa saber que tú tomas mi papel cuando estás en la cama!»

Me doy cuenta de que llevo segundos sosteniendo tu frágil cuello con mis dos manos asesinas. Le he mirado con extrema ira. Me desespera saberme débil. Me quedo idiota cuando al ver que, en lugar de reclamarme, me abraza y llora silenciosamente en mi pecho, tratando de consolarme en mi mundo de sólo dos personas. En el universo de mi egoísmo.

Pasan las horas. Tomo mis cosas y le dejo dormir profundamente. Hundo mi rodilla derecha en el colchón y le dejo un beso en la frente. Le quito parte de sus cabellos para apreciar su faz tranquila. Salgo de la habitación entre pasos mudos. Y me congelo al encontrarme con una persona, profundamente, desagradable. El siguiente cliente.

Cruzamos nuestras miradas en un momento de fugaz duelo. Golpeamos mutuamente nuestros hombros con sumo desdén. Me rió rotundamente de su intento.

−Llegas tarde, como siempre. –Me ajusto el sombrero y desaparezco por las escaleras próximas. Escucho cómo golpea a la pared, deseando haberme golpeado en su lugar. Y pensar que un día le llegué a decir «querido amigo mío». Cosa como esa sólo me revuelve el estómago. Un calofrío asqueroso.

Otro día. Aparezco ante mi peor enemigo: el espejo. Lo rompo en mil pedazos. Estoy harto de verme a mí mismo todos los días. Cansado de voltear a ver mí cama y saber que Zero no está en ella. Entonces, en el momento en que la sangre corre por el lavabo incrustado de vidrios, una iluminación despeja mi alma de tanto dolor y concibo un plan. Uno tan infalible que hará sucumbir a aquel amante que comparte suspiros con la boca de mi único amor.

Preparo todo y  rapto a Zero al día siguiente. Amanece confundido y solitario. Atado de manos y pies. Lo libero sólo hasta que me jura no escapar. Sentí una gran carga sobre mi espalda cuando me reclamé no haber hecho esto años atrás. Tiembla sumamente temeroso. Y peor aún, entra en pánico al presentir que yo mataría por él. Quiero quedarme con el trofeo ¿Qué tiene de malo eso? No deseo compartir cosa mía con alguien. Eso ya no.

Le hago calmar con suaves caricias y besos repartidos por todo su cuerpo. Una noche más en que llevo la delantera. Y para mi desgracia, vuelve a salir el sol.

Mi soberbia decae enormemente cuando me encuentro de nuevo solo en mi fría habitación. Me levantó de golpe, y busco al objeto de mi devoción por todo lo largo y ancho. Nada. Apresuro mis piernas a alcanzarle.

El estruendo en mi cabeza se vuelve huracán. El huracán en volcán colisionando. Terremotos. Rayos. Centellas. Miles de desastres, uno tras otro, caen sobre mí. Pues he encontrado a Zero en un oscuro callejón, abrazando y llorando desconsoladamente sobre el hombro de aquel sujeto que tanto quise y que he aprendido a odiar con toda la esencia que me caracterizó una vez como humano. No pude soportarlo.

Me aparecí detrás de ese par. Ambos se sorprenden. Aquel se pone en defensa de lo que me pertenece. Lo aparto fácilmente. Exijo una explicación de aquellos labios pálidos. Ninguna palabra es entendible. Escuché algo sobre: «Quiero que esto acabe» «No quiero dañarles más» entre sollozos.

Bueno, para eso, hay una solución muy fácil. «Elígeme y deja morir al otro». Mi amor contorsiona su cara en algo indescifrable. Una línea de locura que nunca debió atravesar, ninguno de nosotros. El mundo–Zero−que Kaname y yo tenemos en común, sale corriendo. Irremediablemente, le ofrezco a mi antiguo mejor amigo dos cosas. El mundo está compuesto por caminos. Por sectas.

Decidimos tomar el más fácil. Un duelo. Con eso todo se acaba. El perdedor muere. El vencedor se queda con el ente más deseado. Y desearía que terminase ahora mismo. Las cosas pasan poco a poco. El reto se da. La sangre de nosotros se combina en algo homogéneamente irrompible. En nuestro enfrentamiento, obtengo recuerdos que creí haber perdido.

Y es que yo también amé locamente a este amigo traidor. Adoré a Kaname al punto de casi odiarme.  También me acosté con él sinnúmero de veces. Todo era armónico, en cierto transcurrir de los eventos, hasta que conocimos al usurpador. Hasta que los dos nos enamoramos de Zero al mismo tiempo. Zero, Una persona sumamente sencilla que logró transmutar a dos hermanos en enemigos de guerra.

+: : : : + «Yo tuve que matar a un ser que quise amar. Aunque aun estando muerta yo la Quiero. Al verlo con su amante a los dos lo mate. Por culpa de ese infame moriré.»

 

¿Qué pasó después? Ah, bueno. Eso lo tuvieron todos los noticieros locales en los títulos de sus diarios. «Crimen pasional»… por Dios Santo. ¡Qué prácticos son los seres humanos! Me culparon de haber cometido un error de cálculos, como si fueran algo superior a mí. Las leyes de los hombres se hicieron después que las divinas. Y en las últimas nada se había tipificado para lo que yo hice. Maté a mi mejor amigo y en eso, le quité la vida a Zero. Fue todo. Ah, cierto. El asesinato esta condenado a las mazmorras del infierno. Pero ¿El que yo les matase, con todo el amor nacido y vertido en mí, no constituye una acreencia de menor rango?

«Minutos nada mas, me quedan ya por respirar. La silla lista esta, la cámara también»

 

A todos aquellos que supieron de aquel incidente, bríndenme su opinión. ¿Qué habrían hecho en mi lugar? Traicionado por las dos personas que más amé en el universo; Abandonado a mi propia suerte.; estoy solo, esperando que la sentencia surta efectos.

La silla eléctrica o la cámara de gas. Me juzgaron como Rasputín. Y les juro que yo no podré mover ni un solo dedo después de lo que me espera.

Nadie apeló en mi juicio. ¿Tuve abogado? Ya no lo recuerdo. Ahora, si me disculpan, debo encaminar estos pies, masacrados y carcomidos por la desolación de esta oscura cárcel, a otro lugar. Uno donde podré descansar.

Postran las cadenas alrededor de mis manos. Me acompaña un gentil hombre hacia mi castigo.

Cuando pasan la esponja por el agua; Cuando la gente me ve y murmura cosas entre sí; Pasan tantas cosas por mi mente; Amar fue el, único y verdadero, pecado que cometí. Ah, ahora vuelven a mí las palabras de mi mentor.

Ahora, querido tío, voy a experimentar el sabor de la muerte, mi muerte.

Vendan mis ojos. Así lo he pedido. No quiero que ninguno de estos fisgones miren el dolor de mi alma que corre libremente por mis mejillas sucias en forma de agua salada. 

La corriente inicia y se dirige a mi cual serpiente cuyo veneno será certero.

El agua hace que todo pase más rápido.

La vibración volvería loco a cualquiera.

«Ah, pero es que yo desde un principio…

Ya estaba muerto»

 

Notas finales:

Fin.


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