Un joven de ojos de un café claro y cabello negro, delineados por una gruesa capa de maquillaje del mismo color, de cabellera lacia por debajo de los hombros con algunos rayos blancos.
En fin volviendo al tema este muchacho, pensaba en que regalarle en ese día de San Valentin a ese chico de cabello negro trenzado, ese que le llamaba tanto la atención y que hacía palpitar a su corazón de una manera descontrolada.
Estaba muy nervioso, pues no sabía que podría regalarle a alguien que parecía tenerlo todo, tal vez una carta; Casi de inmediato desecho esa idea, seguramente recibiría cientos de ellas, pues Tom Trumper era alguien muy cotizado, y no quería sentir su corazón romperse un poquito más por sentirse solo uno más entre el montón, aparto esa idea, negándose a sentirse triste en este día.
Podrían ser chocolates, ¡Si, los chocolates seguro le gustarían!, pero...
El único inconveniente era que él no sabía preparar chocolates y unos ya hechos, no tendrían el mismo significado, no sería tan especial a que si le diera algo hecho por el mismo, para que notará la importancia que tenía en su mente y corazón.
Así estuvo toda la mañana y parte de la tarde de ese día 14 de Febrero, pensando en que podría regalarle al dueño de sus suspiros.
Hasta que con una mirada triste, se dijo a si mismo que fuera lo que fuera que le diera ni siquiera sabía si le tomaría importancia.
Abatido y triste con ese pensamiento abandono la banca del parque en que había estado sentado todo ese tiempo.
Se giró sorprendido cuando lo detuvieron agarrándolo del brazo; Su sorpresa se agrandó mucho más al ver quien era:
"¡El mismisimo Tom Trumper, el más popular del instituto, el secretamente dueño de su corazón y en el que había estado pensando todo el día!"
El trenzado lo miraba fijamente y él solo pudo perderse en esos hermosos ojos, sintió como su corazón palpitaba descontrolado en su pecho, como la temperatura de su cuerpo se elevaba y como el mundo se detenía y solo existían ellos.
Y al verlo recordó porque se enamoró de el, al contrario de lo que cualquiera podría pensar, no se enamoro de Tom solo por su cara bonita, no fue por las perfectas calificaciones, no fue por su talento en el deporte. Se enamoró en el instante en el que sus miradas se cruzaron, los ojos de Tom, demostraban tanto y a la vez nada, una frase incomprensible, pero si te dabas el tiempo de pensarlo lo entenderías, entenderías que a pesar de mostrar felicidad, puedes estar inmensamente triste y se dijo que no sabía cuantas veces el mismo había intentado ocultar sus sentimientos...
Una voz varonil y algo ronca lo saco de sus pensamientos.
-Te estado observando desde que llegaste aquí- dijo aflojando levemente el agarré en su brazo, pero sin soltarlo aún- Vine a dar un paseo, pero cuando te vi, no pude apartar la mirada.- Confesó al tiempo que acercaba al menor hacía el y depositaba una delicada caricia en su mejilla, Bill casi por inercia cerró los ojos disfrutando de la caricia, soltando un suave suspiro- Ahora que te has levantado, con una mirada decepcionada y abatida no pude evitar venir para preguntar el porque de que esos ojos tan hermosos estén tristes.
Abrió los ojos lentamente, encontrando a Tom a una corta distancia de su rostro, no podía hablar, las palabras del otro le habían calado el alma y su cercanía le cortaba el aliento, sin pensarlo mucho más deposito un suave y delicado beso sobre los del otro, y la sensación no fue como lo imaginaba, ahora no solo eran mariposas en su estómago, parecían miles de explosiones a la vez, parecida a la sensación de cantar, bailar, pintar, volar todo a la vez pero incrementado de una manera inimaginable, se separó lentamente del mayor, viendo que este lo miraba con la misma mirada que seguramente el tendría en ese instante: una llena de ternura, amor y anhelo.
-La razón de mi tristeza, era que pensaba en qué regalarle a alguien especial para mi, y ahora además de regalarle mi primer beso he recibido mucho más de lo que alguna vez imaginé pedir- Una gran sonrisa adorno el rostro de Bill.
Tom le respondió con una sonrisa igual o más grande que la suya y volviendo a besar los suaves y dulces labios del joven dijo.
-No tuviste que haberlo pensado tanto, porque definitivamente el mejor regalo de mi vida, es el que me has dado ahora.
Después de esto se envolvieron en un abrazo que decía todo lo que ni siquiera las palabras pueden explicar, juntos vieron como el sol se ocultaba, despidieron ese maravilloso día con una sonrisa y supieron que ese sería el primero de miles de atardeceres.
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