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Encuentro En El Abismo por _Islander_

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Notas del fanfic:

Invención de un nuevo espectro. Los demás estaban muertos u ocupados en otros menesteres, y como tampoco me apetecía echar mano de los de Lost Canvas, opte por inventarme uno xD

Encuentro en el abismo

 

“Castigo Supremo”. Esas fueron las últimas palabras que escuchó Aioria antes de que un inmenso haz de luz lo cegara y de sentir su cuerpo retorcerse de dolor y después… solo la sensación de estar cayendo. Con esfuerzo abrió los ojos y lo primero  que vio fue el inerte cuerpo de Milo perderse entre las siniestras y verdosas luces verdes y la espesa bruma de aquel agujero sin fondo por el que caían. Inconscientemente quiso hacer algo por ayudar a su compañero –ni él sabía el qué-, pero poco importó. Su cuerpo no le respondía. Creyó escuchar una voz, y con esfuerzo alzó la mirada, encontrándose con la figura de Mu, que caía a pocos metros por encima de él. El Caballero de Aries gritaba su nombre y extendía una mano hacía él. Pero el cuerpo de Aioria no quería responder. Estaba tan cansado… Había llegado su final, era muy consciente de ello, pero la fatiga y el dolor que sentía le hacían imposible siquiera pensar en todas las cosas que iba a dejar atrás. Tan solo tuvo tiempo de lamentar el no haber podido hacer más y desear, con todas sus fuerzas, que Seiya y sus amigos triunfasen donde ellos no pudieron, antes de cerrar los ojos y, con una sonrisa dibujada, perderse de la vista de Mu en el abismo.

 

Abrió los ojos con pesadez. Se sentía bañado por una cálida luz, más no lograba ubicar el sol. Las palmas de sus manos palparon la tierra sobre la que yacía y puso sentir el suave tacto de la hierba bajo ellas ¿Dónde estaba? Trato de incorporarse pero su cuerpo no se lo permitió. Aún se sentía muy dolorido. Algo no cuadraba con todo aquello ¿Dolorido? ¿Cómo iba a estar dolorido si estaba muerto? Aunque bien pensado… en el Hades era donde se atormentaba a las almas, y Aioria estaba seguro de que su alma en especial recibiría un trato más que generoso por parte de Hades. Pero aquello seguía sin tener sentido alguno. Si de verdad estaba en el Inframundo ¿Por qué aquella maravillosa luz? ¿Y de donde venía ese relajante perfume a flores? El castaño no aguantó más aquel estado de total confusión e hizo un nuevo intento por levantarse. Y esta vez consiguió, no sin esfuerzo, quedar sentado sobre aquel prado. Sentía como sus músculos poco a poco iban desentumeciéndose. No daba crédito a lo que veía… estaba en un inmenso jardín, plagado de flores y árboles, y a lo lejos, el joven caballero pudo ver un río cuyo caudal se perdía en la reluciente lejanía. ¿Cómo era aquello posible? ¿Acaso la divina mano de los dioses intervino a la hora de su muerte y le concedió el descanso eterno en los Campos Elíseos? Lo cierto era que lo dudaba enormemente. Pero no encontraba ninguna otra respuesta. Fue entonces cuando recordó algo sumamente importante; sus dos compañeros, Mu y Milo. Tal vez también hubiesen ido a parar a aquel lugar. Debía encontrarlos. Trató de ponerse en pie, pero una vez más sus fuerzas le fallaron. Sus piernas temblaron y volvió a caer de culo sobre el verde pasto. Lanzó una maldición.

-Debes tomártelo con más calma.

Una voz habló a sus espaldas. Una voz que él conocía muy bien. Se giró, con algo de esfuerzo, y se encontró a Afrodita, que caminaba hacía él con una sonrisa. Una sonrisa que a Aioria se le antojó bastante siniestra. Aún vestía aquella armadura negra, aunque estaba muy dañada.

-Al parecer sí que acabé en el infierno –escupió Aioria, lleno de furia contenida. Trató de levantarse de nuevo, pero el resultado fue el mismo. Afrodita seguía acercándose a él-. ¡Acércate un paso más a mí  traidor y el infierno te parecerá un juego comparado con lo que haré contigo! –Gritó.

Afrodita se detuvo donde estaba, pero no dejo de sonreír.

-Podrás moverte bien en una hora, más o menos –dijo El Caballero de Piscis.

Aioria lanzó otro gruñido. ¿Qué pretendía ese traidor? No lo sabía y tampoco le importaba, pero si se atrevía a hacer algo le daría su merecido. Aunque por ganas –y si pudiese levantarse-se lo daría en ese mismo momento.

El Caballero de Leo trató de calmarse. Por mucho rencor que guardase hacia Afrodita ahora había cosas más importantes por las que preocuparse. Debía encontrar a sus compañeros. Tal vez Afrodita les hubiese visto, o quizá, al menos, pudiese decirle donde se encontraban. Por muy degradante que pudiese resultar, a Airoia no le quedaba otra opción que ir en contra de sus principios y preguntarle a Afrodita donde se suponía que estaban.

-¿Sabes dónde estamos? –Fue la directa y poco educada pregunta del castaño.

-¿No lo sabes? –Respondió con otra cuestión un sorprendido Caballero de Piscis, que miraba a Aioria con una mezcla de sorpresa y burla. Más la fulminante mirada que Aioria le devolvió le dejo muy claro que el joven caballero hablaba en serio-. Estás en el inframundo –respondió finalmente-. Más concretamente, en los Prados Asfódelos.

-Pero… -a Aioria no le cuadraban las cosas-. Pero yo no noto… quiero decir… -ni el mismo sabía cómo decirlo-. No parece que… que este…

-¿Muerto? –Se tomó Afrodita la libertad de concluir. El otro asintió-. Eso es porque has logrado despertar el octavo sentido, Aioria.

Aioria lo miró, muy sorprendido.

-¿El octavo sentido? –Repitió, incrédulo-. Pero… eso…

-Te permite entrar en reino de Hades sin tener que estar atado a sus leyes –volvió a concluir Afrodita por él-. Estás libre de su influjo, pero no de su control. En cuanto note nuestra presencia vendrá a por nosotros. Y no tardará en hacerlo… -miro a la lejanía, como ni intentara divisar algo en concreto. Pero pronto volvió a centrarse en Aioria-. Debe estar ocupado con otros asuntos. Tal vez Atenea haya logrado llegar hasta…

-¡¿Cómo te atreves a pronunciar su nombre?! –Rugió Aioria.

Afrodita calló ante el histriónico reproche de Aioria, más no se amedrentó.

-Lo siento –se disculpó, con una sonrisa.

-Sí, seguro que lo sientes… -dijo Aioria, casi con asco, mientras trataba de levantarse de nuevo.

Esta vez el castaño logró mantener en pie, pero sus piernas le temblaban. Afrodita se acercó a él.

-Deja que te ayude.

-¡No te atrevas a acercarte! 

El Caballero de Leo retrocedió un paso y termino de nuevo en el suelo, maldiciendo.

-No voy a hacerte nada, Aioria.

-No pienso confiar en tu palabra, traidor, asique ahórratela.

-No podrás salir solo de aquí.

-¡No necesito tu ayuda!

Y Dicho esto último, y de nuevo con esfuerzo, Airoa se levanto y trató de alejarse de allí lo más deprisa que sus adormecidas piernas le permitían.

Ni siquiera sabía hacia donde iba, y eso le hizo enfadarse más. Se paró un momento y respiró hondo. Necesitaba calmarse. No era propio de un caballero perder los nervios así. Ahora debía hacer gala del temple y la diligencia de los caballeros para centrarse en el problema y seguir adelante. Debía encontrar a sus compañeros ¿Pero cómo? Afrodita ya le había confirmado que estaba en el reino de Hades, pero ahora que había logrado despertar su octavo sentido… tal vez no estuviese todo perdido. Solo esperaba que Mu y Milo también hubiesen  logrado despertar su octavo sentido. De ser así, quizá hubiesen optado por ir directamente a por Hades. Esa sería la opción más lógica. El inframundo era demasiado grande como para intentar buscar a alguien en concreto. Tal vez Mu y Milo hubiesen continuado con la misión creyendo que los demás harían lo mismo.

Aioria resolvió entonces que iría a presencia de Hades, tal y como confiaba que harían sus compañeros. Pero ahora no estaba en condiciones de plantar cara al Dios. Diviso, no muy lejos, aquel rio, que se perdían en la vasta floresta de esos campos. Se refrescaría un poco mientras sus músculos terminaban de desentumecerse.

Camino hasta la orilla y se arrodillo frente aquel cristalino y tranquilo caudal. Tomó agua entre sus manos y se las llevó a su boca. Sus labios estaban a punto de rozar aquel fresco líquido cuando un proyectil le cruzó por delante. Aioria logró apartarse a tiempo, derramando toda el agua. Por suerte aquel disparo no había sido certero. Aún sorprendido por el repentino ataque, miro hacia donde había caído aquel proyectil, y lo que vio le dejó helado por un momento. Una rosa roja. Encolerizado se volvió hacia su atacante, que estaba a pocos metros de él.

-¡Tú! –Grito-. ¡Sabía que intentarías algo! ¡Pero atacar a alguien distraído de esa forma es repugnante hasta para ti, Afrodita!

-¿No crees que hubiese querido acertar el golpe lo habría hecho? –Preguntó el peliazul, con cierto matiz de soberbia.

-¡¿Quieres entonces una lucha limpia?! –Aiora se colocó, con esfuerzo, en posición de combate. Sus músculos aún no le respondían como él quería-. ¡Adelante!

-No seas estúpido, Aioria. No tengo ninguna intención de luchar contigo.

-¡¿A que ha venido esa rosa entonces?!

Afrodita señaló el río.

-El agua.

-¿Qué? –Aioria miró el rio y luego de nuevo a Afrodita. No entendía nada.

-Ese es el rio Lete. Si bebes de él, perderás la memoria. Olvidarás quien eres y que haces aquí. No quedará nada de la persona que fuiste. Son esas aguas las que renuevan las almas condenadas que se reencarnaran en la tierra.

Aioria no daba crédito a lo que oía ¿Afrodita acababa de salvarle? No sabía que tramaba, pero no tenía ninguna intención de bajar la guardia.

-Supongo de debería darte las gracias –dijo el castaño, de mala gana.

-No tienes por qué.

 -Perfecto, porque sigo sin confiar en ti.

-Si necesitas beber te llevaré a un sitio donde podrás hacerlo –Afrodita hablo como si no hubiese escuchado el último comentario de Aioria-. Si te dejo solo puede que la próxima vez trates de beber del Estigia y te ganes la antipatía de todos los dioses –concluyó, con una sonrisa socarrona.

-Ahórrate tus chistes –dijo Aioria, fulminándole con la mirada.

De todas formas, Aioria terminó siguiendo a Afrodita, que lo condujo hasta una acumulación de rocas grises de la que nacía una pequeña cascada que llenaba una poza frente a estas.

-Puedes beber de esta fuente –le indico el peliazul.

Aioria bebió hasta calmar su sed y luego se mojó la cara y la nuca. Algo más relajado, trató de pensar de nuevo en qué hacer.

-¿Cómo he acabado aquí? –Preguntó. Pero ni siquiera miraba a la única persona que podía contestarle. Observaba la verde lejanía.

-¿Qué ocurrió antes de que llegases?

-Milo, Mu y yo luchábamos contra Radamanthys –explicó Aioria, pero seguía sin dirigirle siquiera la mirada-. Pero nos derrotó casi sin esfuerzo y nos lanzó al Cocito. Lo último que recuerdo es como caíamos.

Afrodita se llevó una mano a la barbilla, en gesto reflexivo.

-A DeathMask y a mí nos pasó igual. Cuando me desperté ya estaba aquí y aún conservaba mi cuerpo, cuando se suponía que el plazo de vida que nos dio Hades había expirado.

Antes ese último comentario Aioria si que miró a Afrodita, aunque aquella mirada no fue precisamente halagüeña. Afrodita sonrió, sosteniendo aquella mirada tan furiosa por parte de su compañero.

-¿Ocurre algo?

-¿Es que no tienes nada que decirme?

Afrodita arqueó una ceja.

-¿A qué te refieres? ¿Acaso quieres una disculpa por nuestra traición? –Sonrió-. No tengo porque rendir cuentas contigo.

Aioria sintió deseos de patearle, pero se contuvo.

-¿Sabes dónde está Hades?

-En su templo. Bastante lejos de aquí.

-¿Qué clase de infierno es este? –Aioria miró a su alrededor-. Se parece más a los Campos Elíseos que al Inframundo.

Afrodita negó con la cabeza.

-Los Prados Asfódelos. Aquí es donde terminan las almas que han llevado una vida en equilibrio entre el bien y el mal. Es decir, los que no han llegado a ser santos… pero tampoco han pasado de sádicos –concluyó, con aquella sonrisa que tanto estaba haciendo enfadar a Aioria-. Se podría decir que es como el purgatorio, pero más cómodo.

-¿Y qué sentido tiene que hayamos acabado aquí?

-Supongo que al despertar el octavo sentido justo en el momento en que cruzábamos la entrada al mundo de Hades nos hizo caer aquí. Creo que solo ha sido una casualidad.

-¿Y cómo se sale?

-No se puede salir.

Airioa abrió los ojos de par en par. No creía lo que oía.

-¿Qué?

-Ya lo he intentado. Como te he dicho, esto es similar al purgatorio. No se puede salir.

-¡Eso es ridículo! ¡Tiene que haber alguna forma!

-Bueno… si hay una forma.

-¿Cuál? –Lo apremió Aioria.

-Llamando la atención de Hades. Haciendo que él mismo venga hasta aquí a buscarnos. Pero si descubre que hemos despertado el octavo sentido le sobrará tiempo para destrozarnos, y en  nuestro estado actual…

-Tú haz lo que te dé la gana. Pero yo iré a ayudar a Atenea –declaró Aioria-. Elevaré mis cosmos y haré que Hades venga aquí.

-¿Y qué harás luego? Ni siquiera puedes mantenerte en pie. ¿No te das cuenta de que si Hades aparece ahora acabará contigo?

-No eres más que un cobarde y un…

-¡Cuidado!

Afrodita se lanzó sobre Aioria en el momento justo en el que unos tentáculos negros caían sobre él. El Caballero de Leo rodó por el suelo y vio como aquella oscura maraña se enredaba alrededor del cuerpo de Afrodita y lo lanzaba, violentamente, contra las rocas de la fuente. Afrodita cayó en la orilla de la poza y quedo inmóvil. Aioria, casi de forma mecánica, corrió hacia él, pero una sombra se interpuso entre su compañero y él. Era un caballero, y por su armadura negra y el lugar donde se encontraban, era indudablemente un espectro de Hades. El espectro, de cabellos rojos y ojos oscuros, le miraba con una fría sonrisa.

-Nix de Erinia –se presentó-. Estrella celestial de la furia. Soy el encargado de mantener limpio el reino de mi señor Hades, y he notado vuestras sucias presencias manchando el lugar.

-Asique el basurero de Hades –ironizó Aioria, aunque no mostró ningún matiz de broma-. Te borraré de este mundo como hice con tus compañeros en el otro.

Nix soltó una sonora carcajada.

-Los Caballeros de Oro, siempre nobles a su causa hasta el final ¿Crees que podrás hacer algo contra mí en tu estado y en mi terreno? Me temo que lo más coherente por tu parte ahora sería rezar porque te diese una muerte rápida, caballero. Pero me temo que como espectro del castigo eso será un privilegio que no podré darte.

El espectro alzó los brazos, apuntando a Aioria con sus manos, que se preparó para un ataque. De sus antebrazos salieron aquellos tentáculos negros que aprisionaron a Aioria, impidiéndole moverse.

-Maldición… -balbuceo el dorado, casi sin aire. Aquellos tentáculos estaban asfixiándolo, de manera mucho más violenta que los de Raimi de Gusano-. Plasma Relámpago… -dijo en un último esfuerzo. Pero aún estaba muy débil, y aquellos tentáculos ejercían una fuerza negativa sobre su cuerpo que lo debilitaba aún más.

-Siente el abrazo del pecado –dijo Nix con una amplia y sádica sonrisa-. Este es tu fin, Aioria de Leo.

La vista de Aioria comenzaba a nublarse cuando, de pronto, el aire volvió a sus pulmones. Cayó de rodillas, libre de aquellas ataduras, tratando de recuperar el aliento. Los tentáculos cercenados se consumían en el suelo, evaporándose en una espesa nube negra.

Aiora, aún aturullado por el ataque, vio acercarse a Afrodita, con una de sus rosas negras en la mano, e interponerse entre él y Nix, que no parecía nada contento.

-Afrodita de Piscis –escupió Nix-. Primero traidor a tu propia diosa y luego al nuestro. Yo me encargaré de que pagues por tus pendencias. ¡Abrazo del pecado!

Una nuevo cumulo de negros tentáculos salió disparado de los antebrazos de Nix, directo hacia Afrodita que, con un veloz movimiento, se hizo a un lado.

-¡Rosas piraña!

La ola de rosas negras chocó contra los tentáculos de Nix, partiéndoles nuevamente. Con un gruñido, el espectro retrocedió un paso, pero no tardo en recuperar su sonrisa y emitir una desagradable carcajada.

-Bien merecida tenéis vuestra fama, Caballeros de Oro. No es de extrañar que no os dejéis sorprender por la misma técnica dos veces. Pero recordad que yo soy el sicario de Hades, vuestro destino ya está escrito.

-Eso ya lo veremos –dijo Afrodita, en tono tranquilo.

La sonrisa de Nix de ensanchó aún más.

-Sí, lo veremos.

El espectro dio un salto y se elevó en el aire, haciendo ondear su oscura capa que pareció tomar la formas de dos enormes y retorcidas alas.

-¡Purga de redención!

Una inmensa corriente de oscuro cosmos golpeó a Afrodita tan violentamente que la ya destrozada armadura del caballero saltó en pedazos y su portador voló por los aires, cayendo a varios metros de allí.

Aioria, que lo había observado todo, impotente, se puso en pie. Afrodita había arriesgado su vida por él, y por mucho que eso afectase a su orgullo y por muy poco aprecio que le tuviese al caballero, debía corresponder a su gesto. Era ya una cuestión de honor.

-Vaya, vaya… -rió Nix, aterrizando de nuevo frente a Aioria-. ¿Aún te quedan fuerzas para levantarte?

-Me quedan fuerzas suficientes para acabar con una basura como tú –contestó un desafiante Aioria. Aunque por ese tono de voz y su aspecto la amenaza no convenció del todo al espectro, que se rió de él.

Los negros tentáculos de Nix aprisionaron, una vez más, a Aioria, que por su estado fue incapaz de esquivar aquel rápido movimiento.

-Prepárate para ir a rendir cuentas antes Hades, caballero –dijo Nix, con una macabra sonrisa de medio lado-. ¡Abrazo del…!

El grito de Nix se quedó en el aire, y Aioria vio pronto porqué. Una rosa blanca estaba clavada en su pecho. Los blancos pétalos pronto comenzaron a tornarse de color carmesí, y Nix, con un lamento ahogado, se desplomó sobre el verde suelo, liberando a Aioria de su mortífero abrazo.

Aioria corrió, tan rápido como pudo, hacia Afrodita, que yacía boca abajo en el suelo, con el brazo que había usado para lanzar su rosa sangrienta aún extendido. Debió de haber utilizado sus últimas fuerzas en ese ataque.

El Caballero de Leo se arrodillo junto a él y tomó su cuerpo entre sus brazos.

-¡Afrodita! –Le llamó, zarandeándolo con suavidad-. ¡¿Me oyes?! ¡Afrodita! -El peliazul abrió los ojos y asintió levemente-. ¿Cómo estás?

-Estoy bien.

Trató de incorporarse pero Aioria se lo impidió.

-¿Qué crees que haces? –Le reprochó, con severidad-. Estás mal herido.

-Te digo que estoy bien.

Afrodita inició un nuevo intento de incorporarse pero Aioria volvió a impedírselo.

-No debes moverte –le ordenó. Afrodita, resignado, se quedó quieto. Lo cierto era que le dolía todo el cuerpo. Aioria le miraba con severidad-. ¿Por qué lo has hecho?

-¿Por qué he hecho el qué? –Preguntó el peliazul, extrañado.

Aioria dejó escapar un gruñido.

-Salvarme la vida

-¿No se supone que es lo que deben hacer los compañeros?

-¿Es que intentas ahora ganarte nuestros perdón? –A pesar de no soltar el maltrecho cuerpo de Afrodita, Aioria lo miraba con sumo recelo.

Afrodita solo suspiró, con cansancio.

-No busco tu perdón, Airoia. Ni el tuyo ni el de nadie. Si quieres tomarte este acto por mi parte como un mero impulso por mí está bien.

El peliazul cerró los ojos, agotado. Aioria, por su parte, no podía dejar de observarle, con sumo reproche. Tenía varias cosas que decirle, pero su orgullo de caballero se lo impedía. Quería que fuese Afrodita quien hablara. Después de todo, se lo debía. A él y al resto de sus compañeros. Pero por su actitud estaba claro que Afrodita no hablaría, y Aioria casi podía entenderlo. La vergüenza que debía sentir tenía que ser muy grande y por otra parte estaba su orgullo. Aioria sabía muy bien lo que era sentir vergüenza y no querer admitirlo por el orgullo, lo había vivido en sus propias carnes durante su niñez. Y aunque ahora, podía ir con la cabeza alta, había cosas que uno no podía olvidar.

Dándose por vencido decidió darle un pequeño boto de confianza a su compañero, era lo mínimo que podía hacer después de que Afrodita le salvase la vida, su orgullo de caballero le obligaba a saldar cualquier deuda. 

-Lo sé todo –dijo por fin.

Afrodita abrió los ojos y le miro, con ceño.

-¿Qué sabes todo el que?

-Antes de que Milo, Mu y yo fuésemos al castillo de Hades Shion vino a nosotros y nos lo contó todo –Aioria pudo apreciar un momentáneo cambio en la faz de su compañero, que le indicó que este no se esperaba aquello-. Nos contó vuestro plan. Como vosotros, los caídos, os unisteis para detener a Hades y entregarle a Atenea su armadura. ¿Por qué no dijiste nada? –Le preguntó con dureza.

Afrodita le miro de forma desafiante.

-No podíamos hablar, los ojos y oídos de Hades nos perseguían y nuestras vidas provisionales eran préstamos que él nos hizo. Ante cualquier indicio de traición nuestro plan se habría ido al traste.

-Ya lo sé –declaró Aioria, sin suavizar su dureza-. No me refería a eso.

-¿A qué te referías entonces? –Afrodita le miraba sin entender.

Aioria no contestó de inmediato, le observó, con aquella mirada acusadora durante un rato más.

-¿Porqué no intentaste explicarte ahora? –Esa fue la auténtica cuestión-. Desde que nos hemos encontrado te he desdeñado e insultado. Tú no sabías que yo era conocedor de vuestro pacto con Shion, podrías haber intentado explicarte.

Afrodita suspiró y sonrió con amargura.

-Dime, Aioria ¿Me habrías perdona de haberme explicado? –El interpelado no contestó, y Afrodita trató de soltar una pequeña carcajada, pero fue incapaz debido al dolor-. ¿Lo ves? Lo que hiciese después de mi muerte no justifica lo que hice antes de ella.

Aioria no dijo nada al respecto, sabía muy bien que se refería a su traición contra el Santuario.

Con suspiro, el Caballero de Leo lo levantó del suelo, en volandas.

-¡¿Qué crees que estás haciendo?! –Protestó Afrodita.

-Hay que atender tus heridas.

-¡Estoy bien, son solo rasguños! ¡Déjame en el suelo!

Pero Aioria hizo caso omiso de las quejas de su compañero, y lo llevo hasta la sombra de un árbol, que crecía muy cerca de la fuente de piedra donde habían luchado contra Nix.

Airoia se arrancó un trozo de tela de su manga y lo sumergió en el agua.

-No tenemos material para tratarlas pero al menos las limpiaré.

-Ya te he dicho que estoy bien.

Pero Aioria seguía sin hacerle caso por lo que Afrodita se resigno y dejo que siguiera limpiando sus heridas. Mientras realizaba su labor, el joven Caballero de Leo no podía dejar de pensar en sus compañeros y en Atenea, debía reunirse con ellos. Y por curioso que a él mismo le pareciese, tampoco podía dejar de darle vueltas al tema que respectaba a Afrodita. Su anterior discusión no había terminado, y aunque hubiese una mínima posibilidad de que el Caballero de Piscis logarse explicarse y con ello ganar un aliado más en su cruzada contra Hades, Aioria le daría el beneficio de la duda. Después de todo, todo el mundo merecía una segunda oportunidad, y además, Afrodita acababa de salvarle la vida, se lo debía.

-Afrodita –habló el castaño. El otro simplemente le miró-. Dime ¿Por qué nos traicionaste?

El aludido soltó un gruñido, de forma cansina.

-Ya te he dicho que no tengo porque rendir cuentas contigo.

-Necesito saberlo –insistió.

-¡¿Por qué?! –Quiso saber Afrodita, empezando a perder la paciencia-. ¡Soy un traidor, ni siquiera deberías estar hablando conmigo! ¡¿Por qué te interesan tanto mis motivos?!

-¡Porque quiero pensar que tuviste una razón justificada! –Gritó Aioria, dejando a Afrodita totalmente confundido. Tomó aire, recuperando la calma-. No quiero pensar que entre nosotros, los Caballeros de Oro haya podido germinar la semilla del mal –negó con la cabeza-. No, no es verdad. Lo que de verdad quiero creer es que hubo alguna buena escusa que os hizo hacer lo que hicisteis. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, Afrodita, y si bien es cierto que entre nosotros no ha llegado a haber una verdadera amistad, lo que es innegable es que hemos sido compañeros, unidos por una misma causa.

Afrodia negó con la cabeza, mirándole casi con asco.

-No puedes estar más equivocado, Aioria –le dijo-. Vives una fantasía.

-¿Porqué?

-Tú no puedes entenderlo.

Aioria le fulminó con la mirada.

-¿Por qué demonios dices que no puedo entenderlo? –El castaño volvía a perder la paciencia por momentos, empezaba a pensar que había sido un error gastar fuerzas intentado hablar con Afrodita.

-Ni siquiera fuiste capaz de verlo a pesar de haberlo vivido durante años.

Aioria cada vez entendía menos.

-¿De qué estás hablando?

-¡De nuestra causa, Aioria! ¡Hablo de nuestra causa! –Gritó Afrodia, incorporándose, pero un fuerte dolor le golpeó en un costado y tuvo que volver a apoyarse contra el tronco del árbol, con un quejido. Aioria trató de ayudarle, pero Afrodita apartó su mano de un golpe –Esa causa de la que tú hablas… –dijo entre jadeos, debido al esfuerzo-. Ese sueño idílico de honor en el que vives… -cerró los ojos, con una mueca de dolor, y finalmente sonrió-. No… En realidad tienes razón…

Aioria lo miraba entre preocupado y confuso.

-No te entiendo –dijo.

Afrodita rió, pero eso solo le supuso un nuevo y doloroso calambre.

-Sí, lo sé. No yo mismo me entiendo.

Aioria dio un largo suspiro y se acomodó frente a él.

-¿Por qué no simplemente me lo cuentas? –Le dijo, con serio talante-. Estoy dispuesto a escucharte.

Ahora era Afrodita quien lo miraba con reproche.

-¿De verdad quieres saberlo?

-Sí –fue la sencilla y clara respuesta.

Afrodita suspiró y trató de acomodarse como pudo contra el tronco del árbol.

-Está bien –se mantuvo en silencio unos instantes, como si intentara dilucidar como empezar a explicarse, o mejor dicho, que explicar-. Nosotros… -comenzó en un hilo de voz. Aioria hizo además de acercarse un poco para escucharle mejor-. Nosotros, desde muy jóvenes, fuimos entrenados como Caballeros de Atena. No solo en el arte de la lucha, también se nos inculcaron sus enseñanzas, sus valores, y su historia. Reconozco que al principio era algo maravilloso, saber que formabas parte de una causa tan grande y noble no solo te llenaba de orgullo, sino que también te hacía sentir bien contigo mismo. Nosotros éramos los encargados de proteger al mundo del mal, esa era nuestra labor. Una labor noble y justa –se detuvo de nuevo, para lanzar otro suspiro-. Sin embargo, esos bravos y nobles guerreros se mantenían a espera de la llegada su divina líder. Nosotros, Aioria, estábamos encerrados. Privados de toda libertad. Esperando y esperando a una diosa que no terminaba de aparecer. A diosa de la que, en un momento determinado, se dudó –miró a Aioria a los ojos, este se mantenía impávido, con las manos entrelazadas frente a la boca, observándole y escuchándole atentamente. Afrodita se decidió a continuar-. En mi caso particular comencé a sentir una enorme frustración. Un enorme… -trató de buscar la palabra-. Agobio. Sentía que había perdido mi niñez en el camino de convertirme en caballero y no quería perder también mi juventud en el proceso de culminarlo. Si es que ese día algún día llegaba. Como te dije, no pretendo excusarme, hice lo que hice por mi total voluntad, y la razón fue, simplemente, que trataba de huir de todo aquello.

-¿Y qué me dices de Saga? –Afrodita pareció sorprenderse, momentáneamente, por aquella pregunta por parte del castaño, y aunque rápidamente se relajó de nuevo se le notaba claramente incómodo-. Sé que él tuvo mucho que ver.

-No podemos pedirle a Saga que rinda cuentas, él no era dueño de sí mismo. Yo, por mi parte, sí.

-Entonces pidámosle al alter ego de Saga que rinda cuentas –Afrodita le miró, sin entender. Pero Aioria se mantuvo igual de imperturbable, mirándole muy atentamente-. Cuéntamelo, por favor. Aunque no hablemos del verdadero Saga sí que hubo una persona de por medio en lo que ocurrió.

-Aquel día, Saga –se detuvo de nuevo-. No. La otra cara de Saga… -se llevó una mano la cabeza-. Ni siquiera sé cómo explicarlo –se lamento-. Un día, el Patriarca me hizo llamar. De alguna manera sabía que yo no estaba de acuerdo con la manera en la que se estaban haciendo las cosas en el Santuario. Él me dijo que sabía perfectamente como me sentía, y me pregunto si quería ayudarle a crear un futuro mejor para nosotros, a lo que accedí. Tras eso, se quito la máscara, y al ver el rostro de Saga tras ella… he de admitir que me quedé bloqueado. Saga me contó que había acabado con Shion, pero en ningún momento me mencionó nada sobre Aioros o aquel bebé que era la reencarnación de Atenea.

Antes esta última revelación Aioria se vio obligado a reaccionar.

-¡¿No dijo nada de mi hermano?!

Afrodita negó con la cabeza.

-Sé que fue él guión envió a Aioros a su perdición y el que atentó contra misma vida de Atena, pero en ese momento no lo reveló y yo ni siquiera ligue ese suceso a su persona. Estaba demasiado obcecado con mis propias cávalas. Saga, un caballero que sentía lo mismo que yo, que pensaba de la misma manera que yo, se había hecho en secreto con el control del Santuario. Vi mi oportunidad de cambiar las cosas y, simplemente, me aferré a ella. Sin pensar en nada más -Aioria agachó la mirada, triste-. Sé que no es lo que querías oír –continuó el peliazul-. Pero así fue como ocurrió.

-No –habló Aioria-. Es cierto que no me esperaba nada de lo que acabas de decirme, pero, en cierta manera, me consuela. Solo quiero saber porqué pensabas que no iba a entenderlo.

-Dime, Aioria ¿En algún momento te sentiste de la misma manera que yo?

-Sí –fue la respuesta-. Yo también soy humano, Afrodita, también puedo albergar dudas.

Afrodita sonrió y negó con la cabeza.

-No, Aioria, tus dudas eran otras. Tú estabas sumido en tu propia desesperación, que distaba mucho de la mía. Tú preocupación radicaba en tu hermano, en aquel entonces tachado de traidor por culpa de Saga. Solo podías pensar en cómo Aioros, un modelo a seguir para todos, para podido traicionar a nuestra causa de esa manera. En como por su culpa, fuiste también marginado y estuviste cubierto de sospecha por largo tiempo. Es cierto que los dos sufrimos. Sin embargo, tú te aferraste a nuestra misión para limpiar tu nombre. Yo fui más cobarde y me aferré a la salida más fácil.

Afrodita concluyó su relato y Aioria se mantuvo en silencio, asimilando todo lo que cavaba de escuchar. ¿Cómo reaccionar ahora? ¿Qué hacer? Sí lo pensaba detenidamente, Afrodita no había errado en nada de lo que dijo con respecto a su persona. Aioria casi sintió rabia por como el Caballero de Piscis le conocía. Pero en lo concerniente al propio Afrodita… Si se ponía a sopesarlo fríamente podía llegar a entenderle. Él mismo, en contra de lo que Afrodita había opinado, también llego a sentirse encerrado durante su espera en el Santuario a la llegada de Atenea. También había llegado a ver sus esperanzas muy lejanas. Incluso intentó ponerse en el lugar de su compañero. Si Saga le hubiese llamado a él y no a Afrodita ¿Qué habría hecho? El alter ego de Saga había tenido mucho que ver en aquello, y estaba convencido de que Afrodita no le había revelado todo en relación a como había logrado convencerlo para unirse a su retorcida causa. Sí un solo hombre podía hacerse con el control de todo el Santuario de Atenea por medio de la manipulación y el engaño estaba claro que sus métodos de persuasión debían ser poderosos. Sin embargo, tal y como Afrodita había declarado desde un principio, no se podía culpar del todo a Saga, que era controlado por su otro yo, por eso, seguramente, había suavizado mucho su intervención en el asunto durante la narración de su relato. Afrodita era más noble de lo que Aioria había creído.

-¿Y qué harás ahora? –Fue la cuestión que surgió de la boca de Aioria en medio de aquel silencio.

-Yo ya no puedo hacer nada –contestó Afrodita-. Hasta he perdido mi armadura.

-La perdiste por protegerme.

Afrodita negó con la cabeza.

-Esa armadura negra que perdí antes era el reflejo de mi propio pecado, con el que debía cargar. Hablo de mi auténtica armadura.

Un fuerte impacto sacudió el rostro de Afrodita. Aioria le había abofeteado. Aún aturullado por aquella inesperada reacción por parte de su compañero, Afrodita volteó el rostro lentamente para mirarlo de nuevo a los ojos, cubriéndose con una mano su enrojecida mejilla.

-¡¿Y ya está?! –Soltó Aioria-. ¡¿Después de lo que tuvisteis que hacer para volver a ser caballeros vas a dejar las cosas así?! ¡¿Vas a rendirte?! –Afrodita no contestó, pero tampoco fue necesario, Aioria no había terminado-. Ya te dije que desde que me enteré por Shion de lo que habíais hecho para ayudarnos albergué la esperanza de que todos vosotros hubieseis tenido una razón justificada para obrar como lo hicisteis en el pasado. Y después de escucharte solo puedo decir que, aunque no fuese una razón correcta… -se detuvo un momento, para mostrar una pequeña sonrisa que sorprendido de sobremanera a Afrodita-. Es más de lo que esperaba. Y es más de lo que esperaba porque yo mismo me sentí igual que tú, aunque no puedas creerlo. Te repito de nuevo, que aunque seamos caballeros también somos humanos, y como tales nos equivocamos. Y una persona que admite sus propios errores y trata de enmendarlos es más fuerte y tenaz que cualquier otra. Una persona así… -se puso en pie y le tendió una mano a Afrodita-. Es un verdadero caballero.

Con los ojos húmedos, Afrodita aceptó la mano de Aioria.

-Gracias, Aioria.

Afrodita y Aioria intercambiaron una sonriente mirada de complicidad.

-Es un honor volver a tenerte como aliado.

-Vayamos pues junto a Atenea –declaró Afrodita.

Pero Aioria no le veía en las mejores condiciones como para aventurarse en aquella empresa.

-Aún tienes que recuperarte.

-No te preocupes, estoy mejor. Ahora lo más importante es salir de aquí.

Aioria no insistió más. Por mucho que le preocupara la salud de Afrodita lo cierto era que debían darse prisa. Así que decidió confiar en su de nuevo compañero.

-¿Cómo lo hacemos para salir?

-Como ya te dije antes nuestra única posibilidad es llamar la atención de Hades. Subamos nuestros cosmos al máximo para que note nuestra presencia.

-De acuerdo.

Y ambos caballeros hicieron elevarse su cosmos hasta sus límites. La misma tierra sobre la que estaban posados sus pies se agitó bajo ellos. Se mantuvieron un buen rato liberando su inmensa energía, pero no tardó el vencerles el cansancio. Después de todo, ambos acababan de ser participes de una pelea que les había dejado agotados. Afrodita se vio vencido por su propio peso y cayó de rodillas al suelo. Las heridas ahora sí que le pasaban factura. Aioria se agachó a su lado, para ayudarle.

-¿Estás bien?

-Sí…

-¿Qué ha pasado? ¿Por qué ni Hades ni ningún espectro han aparecido? Nuestro cosmos ha debido sentirse hasta en los Elíseos.

-Puede que… -la frase de Afrodita se quedó en el aire.

-¿Qué ocurre? –Apremiaba Aioria para que continuase.

-Ya te dije que de este lugar no hay escapatoria, es muy similar al purgatorio. Tal vez… -volvió a detenerse, mordiéndose el labio inferior, por la rabia y la impotencia-. Ya que aquí no suponemos amenaza alguna tal vez Hades haya decidido ignorarnos y dejarnos aquí.

Aioria sintió que se le venía en el mundo encima.

-Y… Y ahora… ¿Qué hacemos…?

El pobre Caballero de Leo se había quedado pálido y con la mirada perdida. Afrodita le miró con una mezcla de compasión y culpa.

-Lo siento Aioria. Siento que mí más larga estancia en el infierno no te sea de ayuda.

Aioria, lleno de rabia y frustración, golpeó el verde suelo con un fuerte puñetazo, y se derrumbo ahí mismo. ¿Qué haría ahora?

 

Ignoraba cuanto tiempo había pasado ¿Minutos? ¿Horas? ¿Días? Era imposible determinar el paso del tiempo cuando te encontrabas en el más allá. Pero, de todas maneras ¿Qué importaba? Ya no había nada que hacer. Su destino ya estaba escrito y sentenciando. Permanecería allí toda la eternidad. En su angustia, Aioria, solo podía desear, con todas sus fuerzas, que sus compañeros lograsen poner fin a la ambición de Hades.

Agitó la cabeza. Necesitaba relajarse. Puede que aquello fuese similar al purgatorio pero no era igual. No tenía por qué estar lamentándose de sus errores indefinidamente. No, el no caería de esa manera como los allí condenados. Aquel era un hermoso lugar, a fin de cuentas. Incluso había agua y frutos en los arboles para comer. Aún no tenía muy claro si al despertar su octavo sentido estaba vivo o muerto, aunque tampoco le importaba. Ya había asumido, muy a su pesar, que no saldría de allí.

Se encontraba tumbado sobre el verde pasto. Afrodita, a su lado, se acomodaba bajo la sombra de un árbol, apoyado en su tronco. Haciendo una corona de flores para mantener su mente ocupada. Aioria lo observaba.

-¿Crees que llegará un momento en que no tengamos tema de conversación a lo largo de la eternidad que nos espera? –Fue la absurda pregunta del castaño. Que hizo por mero aburrimiento.

Afrodita solo pudo reír.

-Me temo que no hemos hablado lo suficiente como para preocuparnos ahora por eso.

Y era cierto. A pesar de que, para ellos, había pasado lo que les pareció una eternidad desde que se encontraran en aquel lugar, habían pasado la mayor parte del tiempo en silencio. Sin saber muy bien que decirse el uno al otro.

-¿Cómo deberíamos afrontar esto?

-No pierdas la esperanza, Aioria –le consolaba su compañero-. Debes creer en Atenea y los demás caballeros. Debemos creer que vencerán. Y una vez Hades haya sido derrotado, Atenea te sacará de aquí.

-Nos sacará –le corrigió el castaño. Pero Afrodita se limito a sonreír.

Aioria gateó hasta él y se tumbo a su lado, mirando la hojarasca que les cubría, y por la que se filtraba algún que otro rayo de luz de aquel sol testimonial.

-Dime, Afrodita ¿Qué esperabas obtener cambiando las cosas en el Santuario?

Ante tan inesperada pregunta Afrodita solo pudo fruncir su ceño.

-¿Qué quieres decir?

-Dijiste que tratabas de huir de todo. De tu deber como caballero. En parte te entendí, ya te dije que a veces yo también me sentía encerrado… Pero, como tú mismo dijiste, hemos sido entrenados desde muy jóvenes, no conocemos nada más. Se lo que hay en el mundo pero… ¿Qué era lo que tu buscabas? ¿Qué puede haber más importante que nuestra misión?

Afrodita suspiró, encogiéndose de hombros.

-Estoy tan perdido como tú. Lo único que quería era experimentar lo que sentían las personas que estaban excelsas de unas labores tan absorbentes como las nuestras. Quería saber que se sentía al tener una vida normal, ya sabes, tener amigos… divertirse… enamorarse…

-Notros podemos ser amigos entre nosotros. Yo siempre consideré a Mu, Milo, Aldebarán y a mi hermano como amigos. Divertirse… Es verdad que no teníamos tiempo para eso. Y en cuanto al amor… no había ninguna ley que nos los prohibiera, si es que se presentaba.

-No creo que nosotros hubiésemos podido experimentar lo que era el amor dentro del Santuario.

-Tal vez tengas razón. He hablado sin conocimiento de causa. Lo cierto es que es algo que nunca he llegado a entender. Aunque también es cierto que tampoco recuerdo haberme puesto a pensar en ello con detenimiento.

-Esa es la cruz de todos los caballeros. Una total y absoluta ignorancia de los sentimientos más básicos de la condición humana. Defendemos valores que ni siquiera entendemos, luchamos para proteger una causa que nunca lograremos abrazar. Pues aunque haya paz, siempre ha de haber alguien que vigile que esta no sea perturbada.

Aioria lo miraba, escuchándolo con atención.

-Nunca antes me había puesto a pensar así las cosas…

-Tú tenía muy claro lo que querías.

-Aún así, ahora que me doy cuenta resulta frustrante. Tal vez, si hubiésemos logrado derrotar a Hades me habría dado cuenta. No estoy seguro. Pero lo que ahora si se es que desearía tener otra oportunidad para ver el mundo de otra manera. Para verlo como el resto de la gente –se incorporó, quedando sentado al lado de Afrodita-. ¿No sería estupendo poder empezar de cero? Tras ganas la batalla, quiero decir.

Con una sonrisa ante la repentina inocencia de Aioria, Afrodita le colocó la corona de flores sobre la cabeza.

-No es un buen tema de conversación en nuestra situación.

-Cierto –dijo Aioria, con un suspiro-. No puedo creer que se me vengan estas ideas a la cabeza cuando se que ya es imposible poder cumplirlas.

-No te angusties. Es normal que ahora que no estás tan obcecado en tu labor te asalten ese tipo de pensamientos. Yo ya lo viví. Pero recuerda lo que te dije antes. Ten fe en que Atenea y nuestros compañeros ganaran la batalla. No pierdas la esperanza, aún puedes salir de aquí.

-¿Por qué no dejas de excluirte del rescate? –Pregunto un molesto Aioria-. Atenea no te dejará aquí.

-Es posible, pero tampoco estoy muy seguro de querer volver.

-¡¿Qué?!

-Ya es bastante duro tener que comulgar con mi culpa después de muerto como para volver a hacerlo una vez más en el mundo. Sé que te sonará cobarde y patético por mi parte peor lo cierto es que no veo capaz de enfrentar ni a Atenea ni al resto de nuestros compañeros.

-No puedo creer que digas eso ¿Y qué me dices de esa vida que tanto deseas vivir?

-¿Acaso has olvidado dónde estamos? Mi vida ya la malgaste. Y aunque se me concediese otra oportunidad ya ni siquiera tengo fuerzas para afrontarla. Hace tiempo que abandone esas ilusiones.

 Con un gruñido, Aioria se puso en pie.

-Necesito andar –dijo mientras se alejaba de allí.

Contra más vueltas le daba a la cabeza más razón tenía Afrodita. Ahora el Caballero de Leo casi podía entender que Afrodita les traicionase. Ahora que estaba encerrado, indefinidamente, en ese lugar y que de nada servía preocuparse por la batalla o el destino del mundo, la cabeza de Aioria comenzaba a trabajar, procesando ideas que antes ni se habían pasado por su cabeza.

Se detuvo junto a la orilla de rio y vio su reflejo en el agua. Si bebiese de esa agua podría olvidarlo todo, olvidaría que era un caballero y aquellas ideas confusas que se arremolinaban en su mente desaparecerían. Sería como el resto de almas allí encerradas. Al fin y al cabo, ese era ahora su destino, permanecer allí.

Pero pronto desechó esa idea. Su orgullo de caballero se lo impedía. Además, aunque fuese pequeña, quería mantener esa esperanza que le había proporcionado Afrodita. De que tal vez, y solo tal vez, Atenea les sacara de allí. Si lograba vencer… ¿Si lograba vencer? Aioria se maldijo a sí mismo ¿Desde cuándo había empezado a dudar? Y más de su propia diosa. Pero ahora el joven no era dueño de sí mismo. Estaba allí, y sentía solo. Recordó haberse sentido solo muchas veces, y no solo cuando había sido marginado por las falsas acusaciones hacia su hermano. Muchas veces, en su templo, en aquellas tediosas noches de soledad en aquellos días, todos ellos iguales, sentado sobre su cama, observando el cielo estrellado, sin más pensamiento o consuelo que su propia compañía. No obstante, por aquellos días, Aioria aún tenía una misión, una razón de ser. Y aquello mitigaba aquella punzante soledad. Sin embargo, la soledad que sentía ahora era muy distinta. Pues la incertidumbre de no saber qué sería de él a partir de ahora lo atenazaba. Sabiendo que, lo mas probable, era que todo siguiese igual eternamente, allí encerrado.

No quería pensar en eso. Sabía que si lo hacia se volvería loco. Pero ¿En qué pensar? Dejar la mente en blanco solo daba paso a la tristeza, pues en verdad, se sentía muy solo. Como nunca lo había hecho.

Con un triste suspiro, que resulto casi un lamento. Volvió a fijarse en su reflejo en el agua y en la corona de flores que llevaba aún sobre la cabeza. Llevo su mano hasta ella y acarició, con delicadeza, algunos de sus pétalos. Sonrió. No estaba solo. Y podía dar gracias al cielo, e incluso a Hades, de no estarlo. Se sintió aliviado, al saber que, si debía hacerle frente a la eternidad, no lo haría solo. Y al mismo tiempo se recriminó a sí mismo por olvidar, aunque fuese momentáneamente, a esa persona que ahora estaba a su lado. A esa persona con la que, recientemente había descubierto, compartía muchas cosas. Esa persona que le había recordado que existía cosas como la felicidad y la duda incluso dentro de los caballeros.

Aioria se alegro, de corazón, de que esa persona estuviese con él. De que en medio de toda aquella desdicha hubiese habido ese atisbo de esperanza al saber que estaría con él, compartiendo un mismo destino.  Y aunque pudiese pecar de infantil, inocente, e incluso estúpido, no dejaría que aquel lugar se adueñara de su voluntad ni debilitase su mente hasta el punto de enloquecerlo. Si debía permanecer allí ilimitadamente lo haría, pero no dejaría de lado la oportunidad de disfrutar y de ser feliz, por muy pequeña que esta fuera. No sabiendo que esa posibilidad por suerte le había sido concedida y que tenía a alguien con quien compartirla.

Dio media vuelta y regreso a donde estaba Afrodita. Su cuerpo prácticamente se movía solo. Ni él mismo entendía muchas de las cosas que ahora pasaban por su mente.

Afrodita, que seguía sentado bajo la sombra del árbol, le vio acercarse, con una mezcla de duda, al no saber si seguiría molesto con él, y de extrañeza, al verlo regresar tan rápido.

Pero, por increíble que pareciese, el Caballero de Leo sonreía.

-¿Aioria?

Como respuesta, el castaño volvió a sentarse a su lado, solo que de costado. Se echo hacia atrás y, sin pudor alguno, apoyó su cabeza en el regazo de Afrodita. Este se quedo estático, sin entender a que venía aquella reacción por parte de su compañero, momentos antes molesto con él.

-¿Te molesta que este así? –Preguntó Aioria.

-N-No… Supongo que… que no… -trastabilló el peliazul.

-He estado pensando… -volvió a hablar Aioria, con la mirada perdida entre las hojas que les cubrían-. Si debemos permanecer aquí… los dos… No sé. Creo que deberíamos tratar de llevarnos bien. De… de estar a gusto y… -dudó.

-¿Y…?

-No lo sé –se removió un poco, incómodo. No por la postura, en la que se encontraba verdaderamente a gusto. Si no porque ni él mismo tenía muy claro cómo expresar lo que quería-. He estado pensando… Lo que me dijiste antes me hizo pensar. Yo me sentía solo, muchas veces, en el Santuario. No era agradable… Y bueno… Sé que ya no pertenecemos al mundo de los  vivos pero… ¿Qué nos impide ser felices ahora? Quiero decir… ¿Por qué no podemos intentar alcanzar lo que no logramos en vida? Aunque ahora sea algo limitado, supongo que… como mínimo… podríamos llegar a sentir… ¿Felicidad? Compartir buenos momentos entre nosotros… Vamos a estar mucho… mucho tiempo juntos… y creo que… -negó con la cabeza-. No, siento que podríamos llegar a ser felices. Después de todo… aunque nos preocupemos ya no podemos hacer nada, solo podemos tener fe en Atenea y en nuestros compañeros y… y… -se mordió el labio inferior, lo cierto era que aquella le estaba resultando muy difícil, y hasta el mismo había llegado a la conclusión de que estaba comenzando a divagar-. Bueno… yo… no sé si ha sido por la situación… o por el mero hecho de escucharte pero he sentido que… en realidad ni yo mismo lo entiendo del todo bien pero… he sentido que quiero estar más cerca de ti…

Afrodita, que había permanecido en completo silencio, escuchando las inconcluencias internas del castaño, permaneció inmóvil, observándole, de una manera que Aioria no supo determinar, pero claramente confuso.

El Caballero de Leo rápidamente se incorporó.

-Lo siento –se disculpó, totalmente ruborizado, sin siquiera atreverse a mirar a Afrodita a la cara-. No… No sé qué me ha pasado, ni por qué te he dicho todo esto…

-Supongo que es la presión de nuestra situación –aventuró el peliazul.

-Sí… debe… debe ser eso…

Hubo un momento de silencio. De un tenso, y bastante incómodo para Aioria, silencio. En el que el castaño permanecía de espaldas a su compañero. Pero fue este quien lo rompió.

-Puedes… Puedes volver a apoyarte en mí. Si así estás más cómodo –le dijo, algo dubitativo-. Si… si quieres.

Este se volteó para mirarle, sorprendido.

-¿Estás… estás seguro?

Afrodita asintió, y Aioria no se hizo más de rogar, adoptando de nuevo aquella placentera postura, con su cabeza apoyada en el regazo del Caballero de Piscis.

-Lo… Lo cierto es que… -Afrodita había empezado a hablar, pero ahora era él el que dudaba-. Yo… había pensado algo similar. No… no quiero que pienses mal pero… -se paró. Aioria le mirara, desde su postura, con una mezcla de curiosidad y duda-. No sé. A mí también me gustaría intentar…. Intentar experimentar todo aquello contigo… la felicidad, quiero decir. En realidad… en realidad me gustaría mucho poder estar contigo con absoluta confianza.

Aioria sonrió.

-A mí también.

Y ahí concluyó aquella especie de convenio por parte de aquellos dos jóvenes caballeros. Inexpertos en lo que a relaciones personales se refería.

Permanecieron en silencio, sin saber muy bien que decirse en uno al otro. Aioria no entendía ni la mitad de cosas que se le estaban pasando por la cabeza. Por su parte, Afrodita se veía totalmente bloqueado. Ninguno de los dos estaba acostumbrado a no saber que decir o como actuar.

Tampoco era un gran mal, después de todo, tenían toda la eternidad para coger confianza. Pero Aioria no esperaría tanto tiempo.

-Oye… -llamó el castaño. Afrodita bajó la mirada y se encontró con la de Aioria-. Te importaría… bueno, ya sabes… tocar… bueno… acariciar mí…

Afrodita no le dejo sufrir más intentando concluir su inocente petición, y de manera inmediata, su mano comenzó a acariciar la ensortijada cabellera castaña de Aioria. Este cerró los ojos, viéndose arrastrado por toda una marea de placeres y de relax. Suspiró.

Afrodita sonreía, complacido por aquella sonrisa de total plenitud que Aioria exhibía.

-¿Sabes? –Dijo de pronto el castaño, sin tan siquiera abrir los ojos.

-¿Qué?

-Quizá esto no esté tan mal.

El peliazul rió.

-Tienes razón.

Y Ahí permanecieron bastante rato. Los dos con los ojos cerrados, dejándose llevar por sus pensamientos. Aioria sintiendo el delicado masaje que se le proporcionaba y Afrodita sintiendo aquella suave y cálida mata de pelo entre sus dedos.

-¿Sabes cuál es el único fallo de esto? –Aioria volvía a romper el silencio.

-¿Qué no podemos salir? –ironizó Afrodita.

Aioria rio.

-No. Nos falta la noche. Me gustaría dormir. No sé si los muertos o personas con su octavo sentido activo duermen, pero yo siento que necesito descansar. Y aquí nunca parece ser de noche. Es bastante incómodo.

-Tienes razón –caviló un momento el asunto-. Ahí un lugar. Una pequeña gruta entre unas rocas. Dentro esta oscuro. Si quieres descansar…

Aioria se incorporó y se puso en pie, tendiéndole una mano a Afrodita para ayudarle a levantarse.

-¿Vamos?

Afrodita acepto la idea.

-Si quieres…

Afrodita lo guió por una acumulación de árboles, pasando la otra orilla del río. Un pequeño bosquejo sin ningún tipo de sonido animal, cosa que llegaba a resultar hasta incómoda.

Tras un rato caminando el Caballero de Leo pudo apreciar una moderada elevación de roca, como una especie de pequeña montaña, en la que se podía apreciar una entrada.

El castaño se asomó y la inspecciono levemente.

-Esto podrá servir –declaró-. Creo que aquí podremos descansar tranquilos –se volvió hacia Afrodita-. Me gustaría tomar un baño.

-A mí también. Podríamos ir al río.

-Una lástima no tener jabón –bromeó Aioria.

-Bueno, quizá yo pueda fabricar uno a partir de algunas flores y la sabia de estos árboles.

Aioria se sorprendió por aquel nuevo conocimiento por parte de su compañero. Caminaron juntos hasta la orilla del río. Pero Aioria vaciló.

-¿Será buena idea bañarse en este río? ¿Y sí…?

Pero Afrodita negó con la cabeza.

-Esta pequeña vertiente pertenece al Aqueronte. Creo que es en este punto en el que se separa del Cocito.

-Vaya… sabes mucho.

Afrodita sonrió ante el comentario y comenzó a quitarse la ropa. Aioria lo imitó, quitándose primero su ya bastante ajada armadura.

-De todas formas –habló Afrodita, mientras comenzaba a meterse en el agua -. Sigue siendo un pecado meterse en esta agua.

-Como si a estas alturas nos importara tener un dos pecados más –añadió Aioria, metiendo el primer pie en el agua.

Nadaron y trataron de relajarse en aquella fresca agua.

-¿Quieres que te frote la espalda? –Preguntó Aioria.

-Ni siquiera tenemos jabón o esponja –rió Afrodita.

-Mejor que nada…

Afrodita aceptó. Aioria se sentó en la orilla y el peliazul se colocó entre sus piernas. El Caballero de Leo comenzó a darle un placentero masaje en aquel fibroso y perfecto cuerpo. Afrodita se relajo y se dejo llevar.

Al cabo de un rato intercambiaron los puestos, siendo ahora Aioria el atendido.

Tras eso jugaron un poco más en el agua, tratando de darse alcance en uno al otro a nado. Cuando se dieron por satisfechos salieron del agua y cogieron sus ropas.

Fueron de nuevo hacia la gruta, secándose por el camino con aquella siempre agradable temperatura que había perenne en aquella prisión.  Una vez allí, Aioria recogió unos cuantos troncos que sacó de las ramas de los arboles, e hicieron una fogata. Se sentaron alrededor de esta, en la oscura profundidad de aquella gruta que habían escogido como lugar para descansar, ahora iluminada por las tenues llamas que proyectaban sus siluetas en las desiguales paredes de piedra.

Silencio… interrumpido, moderadamente, por el crepitar de las llamas.

-Oye –habló de repente Aioria, captando la atención de su compañero-. ¿Tienes hambre? –Afrodita negó con la cabeza-. Yo tampoco… Supongo que aquí donde estamos no existe la necesidades comer pero…

-Sí, a mi también se me hace raro –concluyó Afrodita.

De nuevo silencio. Aioria observaba a Afrodita con detenimiento, mientras este, por su parte, tenía la mirada perdida entre las ascuas de su pequeña fogata. Aioria había dejado la armadura de lado, situada tras él, y se había puesto solo la ropa que llevaba debajo, igual que Afrodita, cuya armadura había quedado destrozada. En aquellos momentos ya no merecía la pena cargar con ella.

-¿Qué te parece la cama que he improvisado? –Volvió a romper Aioria el silencio, señalando un montón de hojas y algunas ramas, con las que había improvisado una especia de lecho.

-Ha sido una buena idea.

-Mejor que dormir en el suelo…

Y de nuevo silencio. Aioria ya no lo soportaba más.

-Creo que voy a intentar descansar un poco ¿Quieres venir conmigo?

Afrodita se sorprendió un poco.

-Bueno…

Y los dos se tumbaron sobre aquel camastro de hojas. Y lo cierto es que no resultaba demasiado incómodo. Tal y como había dicho Aioria, aquello era mejor que dormir sobre el suelo.

-No se está mal.

-Es bastante cómodo –corroboró Afrodita.

Se mantenían uno de espaldas al otro. Como si no se atrevieran a mirarse, a pesar de que sus espaldas casi se estaban rozando. Aquella cercanía les agradaba a ambos, pero al mismo tiempo les hacía sentir algo pudor.

Al poco rato volvió a oírse la voz de Aioria.

-¿No hace calor?

-Sí, lo cierto es que sí.

-Creo que voy a quitarme la ropa –declaró Aioria, incorporándose.

Afrodita le imitó.

-Yo también.

Se quedaron en ropa interior y volvieron a tumbarse, pero esta vez mirándose a la cara.

Aquella situación resultaba de los más extraña para ambos caballeros. Se miraban a los ojos, con una mirada que ninguno de ellos sabía interpretar. Pero no se decían nada. A los dos se les venían ideas a la cabeza, con respecto a su compañero. Ideas que no entendían, pero que les hacían enrojecer. Era como un deseo… o más bien, una necesidad. O, tal vez, una mezcla de ambos. No lo sabían, pero resultaba ser un sentimiento irrefrenable.

-Afrodita… -fue Aioria el que se animó a hablar el primero, una vez más-. Puedo… -se calló, enrojeciendo a más no poder.

-¿Qué… qué ocurre? –Trató de animarle Afrodita a seguir, también bastante cohibido.

-Tu… tu piel… -se mordió el labio inferior, aquello resultaba muy difícil, y extraño-. Es muy suave, lo note cuando te frote antes en el rio…

-Oh… Gracias…

-Puedo… ¿Tocarla un poco más?

-Si… Si quieres…

Las manos de Aioria comenzaron a acariciar el tórax de Afrodita, y a bajar, lentamente, el estómago. Aioria miraba con fijación el cuerpo del peliazul, cada zona por la que sus manos iban pasando. Fue entonces cuando las manos de Afrodita comenzaron a imitarle, acariciando su cuello.

-No… No te importa… ¿Verdad?

Aioria sonrió, y negó con la cabeza.

Y así estuvieron un buen rato, explorándose mutuamente. Pronto sintieron una fuerte presión en su entrepierna. No recordaban cuando habían experimentado algo así. Como caballeros, ni siquiera habían tenido tiempo de explorar sus propios cuerpos. Ambos miraron su entrepierna y luego la de su compañero, y enrojecieron aún más, si eso era posible.

Casi de forma inconsciente, Aioria se acercó más a Afrodita, rodeándole con sus brazos, y juntando sus entrepiernas, haciendo que sus endurecidos miembros chocasen entre sí. Las caderas de ambos caballeros comenzaron a moverse en un desenfrenado vaivén, ejerciendo una fricción en sus masculinidades que les hizo escapar suspiros ahogados de sumo placer.

En gran medida no tenían mucha idea de lo que hacían, era toda prácticamente instintivo, pero lo que si sabían era que estaban disfrutando, y que querían más.

Sin cejar en aquella placentera danza de caderas, Aioria se acercó sus labios a los de Afrodita y le beso. Fue un beso torpe, no muy largo. Únicamente la unión de ambos labios. Cuando terminó se miraron, con una mezcla de miedo y deseo, y volvieron a  unirse en un beso, este más apasionado. La lengua de Aioria se introdujo en la cavidad bucal de su compañero y exploró cada rincón con énfasis y desesperación. Desesperación de querer más.

Una vez más, sus cuerpos actuaron solos, cuando la mano de cada uno de ellos se deslizo hasta la entrepierna del otro, y se coló entre la ropa interior, para cerrarse alrededor del miembro de otro.

Se besaron, se tocaron, se amaron. En un lugar donde no existía el paso del tiempo, el tiempo se paro para ellos.

 

Tal vez habían pasado horas, no lo sabían, pero finalmente se quedaron dormidos, abrazados el uno al otro.

Cuando se despertaron se sonrieron, y sin decirse nada se besaron. Habían pasado un momento maravilloso, y deseaban más.

Pero primero decidieron vestirse y salir a tomar un poco el aire.

Miraban el horizonte… aquel falso horizonte. Afrodita notó como la mano de Aioria tomaba la suya.

-¿Qué haremos ahora? –Pregunto el peliazul con algo de inseguridad.

Aioria apretó su mano, con cariño.

-Estar juntos –respondió Aioria. Ladeo la cabeza para mirarle a los ojos, Afrodita le devolvió la mirada-. Si te parece bien…

El peliazul sonrió.

-Me parece bien.

Se besaron.

Una fuerte luz captó su atención, rompiendo aquel momento tan especial. Una luz dorada, que emitía un cosmos insondable. Una voz profunda y potente, que inspiraba total respeto, les habló.

-Caballeros, vuestra diosa os necesitad. Id. Id y reuniros frente al Muro de los Lamentos.

-¿El Muro de los Lamentos? –Repitió Afrodita, incrédulo.

-¡¿Quién eres?! –Exigió saber Aioria.

Más no obtuvo respuesta. La armadura de Leo voló desde la cueva donde Aioria la había dejado hasta donde se encontraban, y por increíble que pareciese, la de Piscis apareció de la nada a su lado.

-La armadura de Piscis… -Afrodita no podía creerlo.

-Este Cosmos… -Aioria comenzaba a reconocer aquella ingente energía-. ¡Poseidón!

Afrodita lo miró, boquiabierto.

-Id, caballeros –repitió la voz-. Vuestra diosa y vuestros compañeros os esperan.

Los dos caballeros se miraron y sonrieron.

-Una nueva oportunidad –dijo Aioria.

-Sí.

-Cuando esto acabe… -volvió a tomar al peliazul de la mano-. Estaremos juntos –afirmó, con resolución.

-Juntos –asintió Afrodita, igual de resuelto.

Y juntos entraron en aquella dorada y blanca luz hacia su destino, que no era sino el comienzo de una nueva historia para ellos.

 

Fin

Notas finales:

Como siempre, dar las gracias a todos los que lo hayáis leído. Espero que os haya gustado!


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