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Una Ardiente Noche De Invierno por _Islander_

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La atormentada diosa daba vueltas alrededor de la sala de audiencias del Templo del Patriarca, en actitud sumamente preocupada. Mu y Shaka la observaban, sintiendo su turbación y preguntándose qué era lo que podría estar atormentando tanto a su señora.

-Atenea –habló finalmente Mu-. No podemos estar tranquilos ante vuestra inquietud. Decidnos ¿Qué es lo que os ocurre?

La joven se detuvo y miró a sus dos leales caballeros, con una mirada de suma preocupación.

-Oh, Mu –contestó casi en un lamento-. Si de verdad lo supiera créeme que no me sentiría tan turbada –caminó hasta su trono y sentó en él, con la mirada gacha. Parecía cansada-. Ni yo misma lo entiendo, pero desde anoche siento una gran inquietud. Es como si algo horrible hubiese pasado y… Como si otra atrocidad fuese a suceder. Tengo la sensación de que ha pasado algo que no hemos podido evitar y que pronto va a volver a sucederse.

-Calmaos, Atenea –fue Shaka quien habló ahora-. Mu y yo también podemos captar esa sensación. Compartimos vuestro mal estar. Es el lamento de las víctimas de la ira de Poseidón y  los llantos por las personas que no pudieron salvarse. Y puede que esa sensación de que algo va a ocurrir que sentís sea fruto de las personas que aún no han sido rescatadas de las inundaciones.

Atenea  observó con pesar a Shaka mientras este exponía su teoría. Pero finalmente negó con la cabeza.

-No, Shaka –dijo la joven diosa-. Soy muy consciente del dolor de esa gente, día a día estoy tratando de ayudarla. Es otra gente la que ahora sufre, y puedo aseguraros que no ha sido por mano de Poseidón.

En ese momento un par de guardias irrumpieron en la sala. Se arrodillaron ante la diosa.

-Mi señora Atenea –habló uno de ellos-. Le traemos noticias urgentes.

-Hablad, por favor.

-Una aldea de Siberia fue atacada una semana atrás –informó el mismo guardia que había hablado-. Puesto que es una aldea muy apartada y recóndita, donde la temperatura y las duras condiciones naturales hacen difícil el vivir allí salvo para aquellos que llevan allí toda su vida se pensó que sería un incidente aislado ocurrido dentro de ella. Ningún terrorista ni ninguna persona se interesarían por un páramo como aquel. Sin embargo, dos días después se produjo otro atentado, en el que murió una familia. Uno de nuestros hombres allí asentado nos informó de ello –el guardia se acercó a Saori y la tendió algo en la mano. Era una pequeña roca, quemada por los bordes-. Es parte de los escombros –explicó el guardia-. Fue encontrada junto a los cadáveres de la familia.

Atenea observaba la roca, atónita. Su mano temblaba.

Mu y Shaka se acercaron, preocupados, y al ver la roca creyeron que su corazón se paraba.

Aquel pentagrama grabado a fuego en la superficie de la roca… No había duda, era el símbolo de Hades.

-No es posible –dijo Mu, que aún no cabía en su asombro-. No ha habido señal alguna de que…

-Ha empezado… -susurró Atenea, sin apartar su mirada de la roca.

-Pero ninguno de los espectros ha escapado, siguen encerrados –dijo Shaka.

-Él tiene más formas de hacer daño, no precisa de sus espectros –informó la chica, apretando la piedra con su mano. Se puso en pie-. Id a buscar al resto de los Caballeros Dorados –ordenó a ambos guardias. Estos asintieron y salieron de allí a toda prisa-. Sea lo que sea lo que está ocurriendo en Siberia, no podemos permitir que muera más gente…

No paso mucho rato hasta que los demás dorados acudieron al llamado de su señora. Ahora se encontraban reunidos en su sala de juntas. Habían tenido muy pocas reuniones desde la Batalla de las Doce Casas, y aún resultaba muy duro ver tantos asientos vacíos en la mesa de reunión.

Atenea les explicó lo ocurrido a los recién llegados y les leyó en voz alta el informe que había recibido desde Siberia.

-Es muy extraño –habló Milo-. ¿Por qué en Siberia?

-Eso es lo que tenemos que averiguar –contestó Mu-. Pero lo más importante ahora no es el porqué, sino el quién. No estamos seguros de que se trate de obra de Hades. Es muy confuso.

-Mu tiene razón –dijo Atenea-. Lo más importante ahora es averiguar quién es el causante. Puede que solo sea un farsante que por alguna razón quiere captar la atención del santuario. Y  lo cierto es que rezo por que así sea. No sé si estamos preparados para hacer frente a Hades.

-¿Nos enviará a Siberia? –Preguntó Aioria-. Si vamos nosotros no creo que tardemos mucho en desentrañar lo que sea que ocurre.

-El Santuario no puede quedarse solo, y Atenea mucho menos –dijo Shaka-. No podemos ir todos.

-Sugiero que vayamos dos de nosotros –propuso Mu-. No conocemos el terreno y las condiciones allí no son favorables. Además, no sabemos que habrá allí. Lo más seguro es que como mínimo vayan dos.

-Estoy con Mu –lo secundó Shaka.

-Sí, yo había penado lo mismo –dijo Saori-. Lo mejor sería que al menos uno conociese mínimamente el terreno. Uno de los elegidos tendría que haber sido Camus o Afrodita –tanto la diosa como sus caballeros agacharon la mirada, entristecidos por recordar la falta de sus compañeros-. Tampoco puedo enviar a Hyoga, aún está recuperándose de sus heridas tras la batalla con Poseidón. Por mi culpa ha perdido un ojo –añadió con suma tristeza.

-No os atormentéis más, Atenea –dijo Aioria, poniéndose en pie-. Somos Caballeros de Oro, no necesitamos conocer el terreno para rastrear a un posible enemigo. Si algo vuelve a amenazar las vidas de esa pobre gente nosotros lo detendremos. Enviadme a mí.

-Yo también me ofrezco voluntario –se unió Milo.

Atenea miró a Shaka, Mu y por último a Aldebarán.  Estos asintieron, como dando a entender que estaban de acuerdo con la idea de que Aioria y Milo fusen los encargados de llevar a cabo la misión.

-De acuerdo –dijo Saori-. Os confió está misión a vosotros.

-No os fallaremos –dijo Aioria. Y ambos caballeros hicieron una reverencia.

-Buena suerte.

 

Al día siguiente se levantaron temprano. Habían acordado partir esa mañana. Se reunieron a la entrada del Santuario. En un primer momento Mu iba a teletransportarles solo hasta el aeropuerto de Atenas, pero debido a que sus armaduras no hubiesen pasado por el detector de metales de los equipajes y a que no tenían tiempo que perder, finalmente se acordó que Mu los telestransportaría hasta el lugar usando como referencia el cosmos de su compañero  allí asentado.

-Buena suerte –les dijo Shaka.

-Tened cuidado –dijo Aldebarán.

-Preparaos –habló por último Mu.

Los tres caballeros formaron un círculo, tomándose de las manos, y dejando su equipaje en el centro de este. Mu cerró los ojos, concentrándose en  sentir el cosmos de su compañero, que sería el señuelo para localizar el lugar. Cuando el Caballero de Aries lo tuvo localizado la teletransportación se hizo al instante.

A pesar de estar casi entrados en la primavera el frío era insoportable, y el cielo, cubierto de nubes negras, impedía casi totalmente el paso de la luz, parecía estar anocheciendo cuando en realidad se estaban acercando al medio día. El cielo anunciaba una inevitable tormenta.

Se encontraban frente a la entrada de un pequeño bosquejo de árboles retorcidos y privados de hojas, en las afueras de una ciudad que se perdía a unos pocos kilómetros de distancia, totalmente cubierta de nieve. Era un buen lugar donde aparecerse, después de todo, habría sido demasiado escandaloso que tres hombres surgiesen de la nada.

Un joven de aspecto jovial y totalmente embutido en un gordo abrigo de invierno se acercó a ellos e hizo una leve inclinación de cabeza. Debía ser de la misma edad que ellos, de cabellos albinos y unos ojos de un azul tan claro que casi podrían equipararse a los de Afrodita.

-Bienvenidos, mi nombre es Yuri –se presentó-. Me alegra que lograseis detectar mi cosmos, y os pido disculpas por emitir una señal tan débil, pero nuestra presencia debe pasar totalmente desapercibida por los posibles enemigos que pueda haber. Lamento mucho si os ha costado localizar el lugar.

-No ha habido problemas -le resto importancia Mu-. Has obrado correctamente. Bueno, yo ahora he de volver –se volvió hacia sus compañeros-. Ante cualquier tipo de problema tan solo elevad vuestros cosmos y estaremos aquí al instante.

-Descuida, Mu, estaremos bien–dijo Aioria, colocando una mano sobre su hombro.

-Gracias por todo, Mu, nos veremos pronto –dijo Milo.

Mu se despidió de ellos, deseándoles buena suerte y aconsejándoles que se cubrieran bien para protegerse del punzante frío, y desapareció de allí.

-Creo que hare caso a Mu –decía Milo abriendo su maleta para sacar un largo abrigo de invierno color azul oscuro.

Aioria lo imitó, sacando él uno de color marrón oscuro.

-No nos hemos presentado –cayó de pronto en la cuenta Aioria, volviéndose hacia su guía-. Disculpa nuestra mala educación. Mi nombre es…

-Aioria de Leo –concluyó el joven guía, con una sonrisa-. Y Milo de Escorpio. Disculpad vosotros mi atrevimiento pero los caballeros de oro no necesitan presentación.

-Oh –fue la respuesta de Milo, algo sorprendido.

-Y dinos, Yuri ¿Cuál es la aldea que ha sido atacada? –Preguntó Aioria.

-Os llevaré allí enseguida, ahí está el coche –señaló un 4x4 aparcado muy cercara, tras ellos-. El pueblo está a unas cuantas horas de camino, asique partiremos enseguida, antes de que se vaya él sol. Aquí los días son muy cortos. Ha sido una suerte que Mu os hubiese traído hasta aquí. De haber venido en avión casi hubiese hecho falta otro vuelo para llegar desde Moscú hasta aquí –rió, y Aioria y Milo no pudieron evitar sonreír, parecía un chico muy jovial y risueño-. Pero antes me gustaría poneros un poco al tanto de las cosas.

-Estoy de acuerdo –dijo Aioria.

Se subieron al vehículo, Aioria tomó el sitio del copiloto, y Milo se sentó atrás. Circularon por largo rato por un camino angosto y helado, pero pronto el camino terminó y el 4x4 continuó su rumbo por entre la misma nieve. Ambos caballeros de oro se sorprendieron de que aquel lugar estuviese tan apartado e incomunicado.

Yuri comenzó a narrarles lo ocurrido:

-El primer incidente fue en uno de los almacenes de comida. Esto fue un golpe terrible para los habitantes ya que, como bien sabréis, conseguir aquí comida es casi imposible. Tenemos que traerla de fuera y los camiones o helicópteros de reparto no pueden venir hasta un terreno tan peligroso y apartado demasiado amenudo.

-¿Qué sucedió exactamente? –Preguntó Aioria.

-Explotó –fue la respuesta del alvino, encogiéndose de hombros-. Cuando logramos sofocar el fuego ya era demasiado tarde, se había perdido todo.

-¿Pero cómo?

-Eso es lo más extraño. No había ningún tipo de material inflamable. Aceite de cocinar como mucho. Llegamos a la conclusión de que debió de haber sido provocado pero no hayamos rastro alguno de pólvora o de algún material explosivo. Y yo no sentí ningún indicio de cosmos la noche de la explosión con lo cual el asunto se hizo más inexplicable.

Aioria sopesó la información durante un instante.

-¿Y qué paso en el segundo incidente? –Preguntó, finalmente.

-Oh, eso sí que fue terrible –respondió Yuri, con evidente turbación-. Ocurrió dos días después. Después de lo que había pasado la primera vez traté de estar alerta en todo momento, por si notaba algún de vibración o cosmos en el ambiente.

-¿Y sentiste algo? –Preguntó ahora Milo.

Yuri asintió, sin apartar la mirada del frente.

-Fue muy leve y rápido –explicó-. Apenas una leve perturbación en el ambiente. Cuando quise salir hacia el punto donde lo había sentido la explosión ya se había originado. Era una casa, no muy lejos del almacén donde ocurrió el primer caso. Corrí hasta allí y traté de rescatar a sus ocupantes. Pero ya era demasiado tarde –añadió en tono sombrío-. Nadie había sobrevivido. Lo primero que encontré… -Yuri se detuvo un momento, como si estuviese recordando algo horrible-. Fue el cadáver calcinado del niño, y no muy lejos de él a sus padres…

Aioria y Milo guardaron un respetuoso silencio sepulcral.

-Casi ha pasado una semana desde aquello –prosiguió Yuri-. No ha vuelto a haber un caso similar pero… Cuando vi ese trozo de la pared con el símbolo de Hades… tuve que informar inmediatamente al santuario.

-Hiciste lo correcto –le dijo Aioria.

-Ni siquiera se me puede considerar un caballero –Yuri parecía ahora hablar más para sí mismo que para los dorados-. Recibí el adiestramiento básico, pero nunca llegué a ostentar una armadura. Me enviaron a este páramo, y he de decir que me sentí bastante inútil porque… ¿Quién atacaría un lugar como este? Llegué a pensar que solo querían librase de mí. Sin embargo ahora… -negó con la cabeza y sonrió-. No estoy diciendo que me alegre lo que ha pasado pero… Creo que ahora entiendo que si hubo un motivo para que me enviasen aquí.

Aiora y Milo sonrieron.

-Claro que lo hubo –le habló Aioria-. Aunque sea pequeño, cada caballero o miembro de la orden tiene un cometido. Y cualquier labor, por muy banal que esta parezca, puede ser decisiva en un caso extremo. Todos los miembros de nuestra orden valemos por igual. No lo olvides, Yuri.

El aludido sonrió, lleno de alegría.

-Te doy las gracias, Aioria.

 

El viaje fue bastante largo, pero pronto comenzaron a ver las primeras casas de aquella pequeña y recóndita villa.

Yuri atravesó la pequeña aldea y detuvo el automóvil frente al  caserón más grande de la villa, que Aioria y Milo supusieron que pertenecería al alcalde del pueblo. Frente a su puerta les aguardaban un hombre alto de espesa barba gris acompañado de otros dos hombretones de aspecto poco amigable. Se acercaron hasta ellos. El hombre de la barba gris habló a Yuri en un lenguaje extraño y este le contestó en el mismo dialecto desconocido. Los dos dorados no entendía nada pero aquella jerga se les antojó similar a la que en ocasiones utilizaba Afrodita cuando hablaba en su lengua nativa. Cuando la conversación pareció haber concluido Yuri se volvió hacia ellos con su jovial sonrisa.

-Disculpad esta falta de educación pero las gentes de aquí no dominan el griego.

-No debes disculparte por eso –sonrió Aioria.

-Él es el jefe del pueblo, ya estaba informado de vuestra llegada. Me ha dicho que aunque no sea no sea un lugar muy cómodo para los forasteros harán lo posible para que os sintáis cómodos, y os pide por favor que encontréis una respuesta a lo que ha pasado.

Los dos caballeros observaron a aquel hombre. Parecía de avanzada edad, pero aquel curtido rostro y su duro semblante, muestra de las condiciones tan extremas en las que había vivido junto a sus gentes, hacían muy difícil poder hacerse una idea de su edad. Sin embargo, sus ojos denotaban una extrema preocupación a pesar de su casi bárbaro aspecto.

-Le prometemos hacer cuanto esté en nuestras manos –dijo Aioria, haciendo una inclinación de cabeza.

Yuri tradujo lo que Aioria había dicho y el jefe correspondió al gesto del Caballero de Leo de igual manera, más su duro e imperturbable rostro no dio señales de suavizar su gesto.

Aioria y Milo fueron guiados por Yuri hasta el almacén donde se dio el primer ataque y luego hasta la casa donde aquella pobre familia había perecido. Ambos caballeros inspeccionaron el calcinado terreno más no obtuvieron nada esclarecedor.

Aún era bastante temprano, apenas habían comido escasos momentos antes en la pequeña taberna del pueblo cuando ya anochecía. La ya extremadamente baja temperatura parecía descender aún más conforme la luz del sol iba desapareciendo. Ya no tenía sentido seguir buscando por ese día.

Yuri les acompañó hasta la casa que habían habilitado para la estancia de los dos caballeros y allí se despidió de ellos hasta el día siguiente.

Resultaba muy duro dar el día por terminado cuando aproximadamente eran las seis de la tarde. Les resultaba imposible irse a dormir, asique ambos caballeros se acomodaron en dos confortables butacas frente al fuego de la chimenea. Milo leía mientras Aioria fue hasta la cocina para preparar café. Allí no había televisión.

-¿Qué opinas de todo esto? –Preguntó Aioria tendiéndole una taza de café a Milo y ocupando la butaca a su lado.

-Gracias –Milo le dio un largo trago-. La verdad es que no lo sé. Los escenarios de los sucesos son como los de un incendio normal. Sea lo que sea lo que ocurrió… me temo que no lo sabremos hasta que vuelva a repetirse.

Aioria se recargó en su butaca con un suspiro y le dio un trago a su café.

-Pienso lo mismo.

 

A pesar de ser caballeros y de que estaban cubiertos por varias mantas el frió les resultaba verdaderamente molesto a la hora de conciliar el sueño. La casa en la que estaban era muy pequeña, tan solo contaba con un el salón principal, una pequeña cocina, un austero aseo y una habitación. Dormían en camas separadas inmersos en la absoluta oscuridad de la noche en aquel frió páramo.

De pronto algo captó la atención de ambos caballeros, que se incorporaron de sus camas casi al mismo tiempo. Se miraron, a pesar de que la habitación estaba en la más completa de las penumbras.

-¿Lo has sentido? –Preguntó Aioria, nervioso.

-Sí, era un cosmos.

Se levantaron tan rápido como pudieron, pero la oscuridad les dificultaba el movimiento. Airoa se apresuró a encender una vela para tener la luz suficiente para que pudiesen al menos vestirse. Podrían haber iluminado el lugar con su cosmos pero no querían activarlo por temer a que quien fuera que estuviese en el aquel pueblo lo notase y huyese. Debían ser muy cuidadosos.

Salieron de la casa a toda velocidad, atravesando las oscuras calles utilizando para alumbrarse una de las antorchas que había en la casa para alumbrar el exterior. Pero aquel objeto no les hizo mucha falta. La pequeña villa estaba prácticamente iluminada. Algo ardía en el centro. Aceleraron el paso, temiéndose lo peor. Cuando llegaron al foco del fuego la escena no podía ser más desalentadora. La casa del jefe del pueblo ardía en llamas. Varios hombres portaban cubos de agua para sofocar el fuego entre gritos en y maldiciones en lengua. Las mujeres lloraban y se llevaban a sus curiosos hijos de nuevo a sus casas. Aioria y Milo corrieron hacia la casa y entonces vieron salir a Yuri del interior, con el jefe entre sus brazos. A penas lo depositó en suelo con sumo cuidado cuando un corro de hombres lo rodeo. Yuri se apartó de ellos para que pudiesen atender al jefe, más cuando los dos dorados le miraron el negó con la cabeza. Los llantos y las maldiciones no tardaron de brotar de las gargantas de aquellos hombres. Aioria y Milo se acercaron a Yuri.

-Ya había muerto cuando llegué –les dijo-. Asfixia.

Los dos caballeros observaban la escena, impotentes. Entonces uno de los hombres que lloraba el cuerpo del jefe se levantó y los señaló, su mirada destilaba un fiero e irracional odio. Comenzó a proferir todo tipo de improperios en su lengua nativa mientras que Aioria y Milo solo podía observar en respetuoso silencio. No entendían nada de los que les decían, pero si sabían que no eran alabanzas. Esos hombres debían estar muy dolidos por su perdida y debían echarles la culpa por no haber podido salvarlo. Por no haber podido cumplir con la labor para la que habían sido enviadas a ese lugar. Otros hombres se unieron a la protesta y Yuri les confirmó sus sospechas cuando les tradujo algunas de las frases que les estaban regalando. Entre las que se encontraban las palabras “inútiles”, “malditos” y frases como “volved a vuestra tierra” o “la maldición vino por culpa del Santuario”.

-No se lo tengáis en cuenta –les decía Yuri, observando a aquellos desesperados hombres con compasión mientras se llevaban el cuerpo de su jefe-. Se han criado en condiciones muy difíciles, pero de igual manera este lugar es seguro, no hay ataques exteriores ni crímenes entre sus gentes. Se respetan. Trabajan juntos para sobrevivir. Son una gran familia. Para ellos esto es algo nuevo y extraño. Algo inconcebible.

-Lo sabemos, Yuri –musitó Aioria mientras observaba como aquellas gentes portaban con sumo cuidado el cuerpo sin vida de su jefe hacia alguna de las casa-. Lo sabemos…

 

De nuevo en la casa ninguno de los dos podía conciliar el sueño. Aioria cavilaba sentado en el sillón, mientras Milo daba vueltas de un lado a otro de la estancia.

-¡¿Cómo pudo pasar?! –Estalló de pronto Milo, deteniéndose frente a su compañero.

-Es tal y como nos contó Yuri –respondió Aioria-. Fue tan solo un instante. Un cosmos que se encendió tan rápido como se apago. Resulta muy extraño.

-Pero encender y apagar tu cosmos tan rápido es difícil, además pudimos notarlo en un periodo de tiempo tan corto es porque era un cosmos enorme.

-Sí –coincido el castaño-. Es como una chispa. Tan pronto como nace desaparece. Quien quiera que esté detrás de esto tiene un temible control sobre su cosmos.

-Deberíamos salir a buscarle, sea quien sea –dijo Milo, resuelto.

-No es una buena idea.

-¡Acaba de atacar el centro del pueblo! ¡Casi en frente de nuestras narices!

El Caballero de Escorpio parecía perder la paciencia por momentos.

-Precisamente por eso –Aioria intentaba mantenerse calmado, no era momento de discutir-. Ha logrado burlarnos dentro del pueblo, casi al lado de donde nos encontrábamos. Y está claro que es bueno huyendo. De seguro no estará en el pueblo, y no podemos salir a buscarlo a tientas en esta tierra helada y que no conocemos y en la que no habrá ningún tipo de iluminación hasta el amanecer.

Ante todos los sólidos argumentos expuestos  por Aioria, Milo terminó por darse por vencido. Volvieron a acostarse, necesitaban descansar. Mañana sería un día duro.

 

Al día siguiente Yuri se presentó en su casa cuando ellos estaban desayunando. Se sentó a su mesa desechando la invitación de desayuno, pues él ya lo había hecho antes de salir.

-¿Entonces tú tampoco viste nada? –Preguntó Milo, mientras le daba un mordisco a una tostada.

El joven albino negó con la cabeza.

Mi casa está casi al lado de la del jefe. Sentí aquel efímero cosmos y casi al instante la pequeña explosión. Pero cuando salí el edificio ya estaba en llamas y no vi a nadie escapar. Entré tan rápido como pude pero el jefe ya estaba muerto. Inhaló demasiados gases. La gente de aquí está muy curtida pero no está acostumbrada a ningún tipo de polución.

-Resulta increíble –rezongó el peliazul-. Y yo que me jactaba de ser uno de los caballeros más rápidos…

-¿Y si no fuese una persona…? -murmuró de pronto Aioria.

Tanto Milo como Yuri le miraron entre confundidos y curiosos.

-¿A qué te refieres? –Quiso saber su compañero.

-Está claro que estos accidentes son provocados. Y está claro que no han podido ser causados por una persona normal, pues no solo utiliza cosmos sino que además ha logrado burlarnos.

-No entiendo a donde intentas llegar a parar.

-En el segundo incidente se encontró el símbolo de Hades grabado a fuego en una pared ¿No es así? –Aiora miro a Yuri, que asintió-. Queríamos descartar la posibilidad de que Hades estuviese detrás de esto pero… ¿Y si en verdad lo está? El es un Dios, no tendría problema alguno en proyectar su cosmos en cualquier lugar. Tal vez él mismo sea el causante de todos estos incidentes.

-Aunque plausible tu argumento sigue careciendo de sentido –le dijo Milo.

-¿Porqué dices eso?

-Fácil ¿Por qué el gran Dios de los muertos atacaría una aldea tan pequeña y recóndita? Lo mires por donde los mires no tiene ni pies ni cabeza.

-Lo sé. Pero quizá sea precisamente eso lo que tenemos que averiguar.

-Eso teniendo en cuenta que de verdad estés en lo cierto y sea el propio Hades el causante.

-Tendremos que esperar a que se suceda otro ataque.

-¡No podemos dejar que más de estas pobres gentes mueran! –Intervino Yuri por primera vez en la conversación.

-No te preocupes –le tranquilizó Aioria-. Esta vez estaremos preparados.

 

Aquella noche tampoco podía conciliar el sueño. Habían patrullado los alrededores de aldea durante el tiempo que la luz del día se lo permitió sin obtener nada ni sentir nada. Todo era muy extraño.

-Empiezo a pensar que tienes de razón –habló de pronto Milo, sin apartar su mirada del oscuro techo. A pesar de la suma oscuridad sabía que su compañero estaba despierto.

-Y yo empiezo a pensar que sería mejor que no tuviese razón –el solo hecho de pensar que el propio Hades estaba detrás de aquello resultaba terrorífico.

-Pero si se diese el caso de que se tratase de Hades… ¿Qué haríamos?

-¿Sabes? Ahora soy yo quien no quiere pensar en esa posibilidad. Quizá se trate de unos de sus espectros, que por alguna razón no se hallaba encerrado con los demás, o quizá sea un caballero que ha cambiado de bando.

-Ningún caballero ni ningún espectro es tan rápido –gruñó Milo.

Ante esas palabras por parte de Milo, Aioria calló de pronto en algo.

-¿Qué acababas de decir…? –Preguntó, aunque le había oído perfectamente.

-Que ningún caballero ni ningún espectro es tan rápido.

Aioria se incorporó.

-Milo, levántate.

El Caballero de Escorpio se incorporó también.

-¿Qué ocurre?

-Vamos, pongámonos las armaduras, tenemos que estar preparados.

No sabía que tramaba su compañero pero dada la seguridad y premura que Aiora destilaba decidió hacerle caso y colocarse rápidamente su armadura.

Ahora, ambos caballeros, esperaban en silencio en el salón, con la única tenue luz de una vela.

-¿Aioria, qué…?

Milo cortó el silenció pero el castaño le chistó para que aguardase silencio.

-Mantente concentrado –dijo-. Al ligero indicio de cualquier tipo de perturbación en el ambiente saldremos corriendo.

-¿Cómo sabes que volverá a atacar esta noche?

-No lo sé.

-¿Entonces tú plan es que nos quedemos toda la noche despiertos a espera de que…?

No había terminado Milo de hablar como lo sintieron: Un cosmos se había encendido. Salieron a toda prisa de la casa, pero no habían cruzado la puerta cuando aquel indicio de energía se había esfumado, tal rápidamente como apareció. Tal y como lo había lo había descrito Aioria era como unas chispa. Una chispa que desencadenaba un gran desastre.

A pesar de que el cosmos se había esfumado habían podido notar de donde vino gracias a que se mantuvieron concentrados. No tardaron en llegar a las afueras del pueblo, donde ya había otra casa en llamas. Se detuvieron frente a ella. Los asustados y confundidos vecinos no tardaron en salir de sus hogares y al encontrarse de nuevo con otra de aquellas terribles escenas montaron en cólera. Y allí estaban ellos, los enviados del santuario. Las gentes empezaron de nuevo a señalarlos, profiriendo insultos en su lengua. Pero esta vez Aioria los ignoraba, estaba concentrado en otra cosa. A penas habían pasado dos minutos desde que se inició el fuego.

-¡Silencio! –Gritó el Caballero de Leo.

Y las gentes de la villa callaron de inmediato. Aquellos hombres, vestidos con aquellas armaduras de oro, realmente imponían.

-No siento nada –dijo Milo.

-No puede estar lejos. Debió prever que esta vez estaríamos preparados. Sabe que somos caballeros de oro, no nos infravalora, por eso esta vez atacó en las afueras… -Aioria parecía más hablar para sí mismo que para Milo.

-No entiendo. Aiora –más no obtuvo respuesta, el joven Leo seguía sumido en sus propias ecuaciones mentales cosa que comenzó a molestar al peliazul-. ¡Aioria! –Le llamó-. ¡¿En qué estás pensando?!

Aiora le miro, como si acabase de reparar de pronto en la presencia de su compañero. Entonces su rostro cambio de repente.

-¡El bosque!

Y sin decir más salió corriendo de los límites del pueblo, seguido por un confundido Milo que no terminaba de entender que era lo que se le estaba pasando por la cabeza a su compañero.

Se internaron en aquel bosquejo de arboles retorcidos y carentes de vegetación, con la luz que sus propios cosmos emitían para iluminarles.

Aioria se paró de pronto.

-Está aquí… -murmuró.

-¿Qué? –Milo se detuvo frente a él.

-Está aquí… -Repetía el castaño.

-¡Aioria! –Estalló Milo-. ¡¿Quieres decirme qué está pasando?!

Y de nuevo Aiora le miro como si acabase de despertarse de un profundo trance.

-Tú mismo lo dijiste –dijo, con  un tono ahora mucho más tranquilo y solemne. Pero se dio cuenta de que su compañero no terminaba de seguirle-. Ningún caballero ni ningún espectro son tan rápido –Y dicho esto extendió una mano que apuntaba directamente a Milo.

-¿Aioria, que estás…?

-Agáchate –dijo Aioria en tono cortante. Milo le miraba todavía sin entender, y entonces sintió como el cosmos de Aioria se encendía-. Agáchate.

Milo obedeció.

-¡Plasma Relámpago! –Grito el Caballero de Leo.

Aquellos rayos de luz pasaron por encima de la cabeza de Milo e impactaron unos metros más allá, provocando una pequeña explosión. Pero Aioria no detuvo su ataque. Comenzó a girar sobre su propio eje repartiendo su ataque en un círculo completo. Destruyendo árboles y levantando una cortina de humo y vapor por la nieve derretida. Una oscura figura emergió de un salto de una de aquellas explosiones, aterrizando frente a ellos.

Aioria bajo la mano y lo observó junto con Milo, que había incorporado su lado, ambos preparados para defenderse. Aquella persona, fuese quien fuese, iba cubierta de arriba abajo con un manto tan negro como la noche que los acaecía.

-Sabía que estarías aquí –dijo Aioria, pero no obtuvo respuesta-. No puedes escapar, lo sabes ¿Así que porqué no te descubres?

Aquella persona no se hizo de rogar, se retiro la oscura capucha, descubriendo su rostro. Milo no cabía en su asombro.

-¡Yuri!

Aioria, por su parte, se mantenía imperturbable ante la sonrisa del joven albino, tan jovial como el día en que se vieron por primera vez.

-Reconozco que estoy impresionado, Aioria de Leo –dijo el chico-. No pensaba que nos tendríamos que enfrentar tan pronto… De hecho, calculé que al menos podría causar dos o tres accidentes más –rió.

-Eres muy inteligente, Yuri –le dijo Aioria, sin variar lo más mínimo su duro semblante.               

-¿Tú ya sabías que era él? –Preguntó Milo, que aún no salía de su asombro.

-Tenía mis sospechas, pero quería confirmarlas. Y aquí le tenemos…

-¿Cómo supiste que era él? –Quiso saber Milo.

-Fue gracias a lo que dijiste. Ningún espectro ni ningún caballero son tan rápidos como para atacar de esa forma y esfumarse sin dejar rastro ante nuestras propias narices –comenzó a explicar Aioria, ante la burlona mirada de Yuri-. Por eso llegue a creer que podría tratarse del propio Hades, que atacaba desde el inframundo, o incluso de alguien con la habilidad de la teletransportarse, igual que Mu. Era descabellado pero… No había mucho más a lo que aferrarse –el castaño señaló a Yuri-. Luego me di cuenta de algo. Cuando llegamos aquí usaste tú propio cosmos como señal para que Mu te localizase, pero fue una señal tan débil que apenas era perceptible. Durante los ataques sentimos aquel momentáneo pero fuerte cosmos, sin embargo su presencia era tan efímera que apenas pudimos saber a cuál era su naturaleza o si pertenecía a alguien que pudiésemos conocer. Fuese quien fuese el atacante tenía mucho cuidado a la hora de usar su cosmos, igual que tú. Eso me llevo a lo que me dijo Milo: No hay nadie tan rápido, asique, sino era Hades o alguien con la habilidad de la teleportación debía ser alguien que sabía ocultar muy bien su presencia, ocultándose tras los ataques para salir después en el momento oportuno.

Hubo un instante de silencio que Yuri rompió con un silbido de asombro y un aplauso.

-Increíble, Aioria de Leo, realmente increíble. No sé si catalogarte como alguien verdaderamente inteligente y calculador o como alguien sumamente retorcido… ¿De verdad sacaste esa conclusión de todas esas extrañas conjeturas?

-¿Pero… cómo…? –Farfullaba Milo, aún sin poder creerlo-. ¿Cómo has podido?

Como respuesta Milo solo obtuvo una amplia sonrisa por parte del albino.

-Lo cierto es que estas personas no entraban dentro de mis objetivos pero… necesitaba llamar vuestra atención.

El tono burlón que empleaba Yuri para hablar y sus continuas carcajadas resultaban ofensivos. Aquel joven mantenía aquella simpatía con la que le habían conocido pero había pasado de la cordialidad a la demencia.

-¿Porqué? –Exigió saber Aioria-. ¿Por qué has hecho esto? ¿Quién eres? No creo que seas un espectro.

-Cuantas preguntas… Bueno, empezaré diciéndote que te has contestado a tú última pregunta correctamente. No soy un espectro. Y en cuanto a la razón de por qué he hecho esto…

Aioria y Milo se sorprendieron al ver aparecer en la frente de Yuri el símbolo de Hades. Pero el pentagrama desapareció en seguida.

-¿Entonces es cierto que eres un siervo Hades? –Preguntó ahora Milo.

-Señor Hades –le corrigió el albino-. El Señor Hades me habló, y me confió una misión. Solo a mí. La orden de Atenea me mandó a este páramo perdido porque no me consideraban digno de ser un caballero, y sin embargo el Señor Hades me dio una de las más importantes misiones –sonrió de oreja a oreja de forma siniestra-: Acabar con los más fuertes entre los Caballeros de Atenea, los dorados.

Aiora estrechó la mirada.

-¿Qué estás tratando de decir?

-Lo que has oído. ¿Cómo no jurarle fidelidad al Señor Hades cuando él deposito toda su confianza en mí? ¿Cómo no rendirle culto al Dios que me encomendó preparar el terreno para su llegada?

Las palabras de Yuri cada vez eran más preocupantes. A Aioria se le hizo un nudo en la garganta.

-¿Qué?

-Sí, Aioria, es justo lo que te estás imaginando –rió el albino-. El plan era que al hacer aparecer el símbolo de Hades es aquella pared el Santuario entraría en pánico y enviaría a sus más fuertes guerreros a este lugar. Es decir, a vosotros. Mi misión era acabar con vosotros y así ya no quedaría ningún tipo de obstáculo en el Santuario.

Tanto Aioria como Milo se quedaron estáticos antes el impacto de aquella revelación.

-Entonces…

-Efectivamente –Yuri se tomó la libertad de terminar la frase que Aioria no pudo acabar-. El Señor Hades ha despertado. Dentro de poco sus espectros volverán a la tierra y él emergerá de nuevo para tomar lo que le corresponde. El mundo.

-¡Debemos regresar al Santuario cuanto antes! –Le gritó Milo a su compañero.

-Oh, no, ya lo creo no –rió Yuri-. Ningún de vosotros saldrá de aquí con vida.

Ambos le miraron, frustrados.

-Escucha, Yuri –le dijo Aioria, tratando de sonar tranquilo-. No queremos luchar contigo, Hades te ha manipulado. Estoy seguro de que eres un buen chico.

Yuri frunció el entrecejo.

-¿Detecto cierto toque de lástima en tus palabras? El Señor Hades no estúpido, Airoa de Leo ¿Crees que me encomendaría la misión de mataros si no fuese capaz de ello?

-No lo hagas, chico –gruñó Milo.

-Vuestras armaduras no me impresionan. Creéis que tenías todas las ventajas sobre mí. No imagináis lo equivocados que estáis. No necesito armadura alguna para haceros volar en pedazos –el tono de Yuri iba cambiando con cada palabra que decía, cada vez sonaba mas desquiciante y amenazador-. No me conocéis, no sabéis de lo que soy capaz. Nadie en el santuario lo sabe porque nadie confió en mí –la frustración y la furia que Yuri sentía eran cada vez más notorias-. Pero vosotros vais a sufrirlo en vuestras carnes.

Ni Siquiera lo sintieron venir. El suelo bajo sus pies había estallado cuando quisieron ser conscientes de que Yuri había lanzado su primer ataque. Los dos dorados lograron salir de explosión y aterrizar el uno junto al otro, pero Yuri ya no estaba allí.

-¿Lo sentiste? –preguntó Milo, sin bajar la guardia.

-No, fue como las demás veces, su cosmos solo se enciende en el momento del ataque, y luego se extingue de forma casi automática.

-¡¿Dónde estás?! –Gritó Milo.

Una nueva explosión dio de lleno a Milo en un costado. Milo calló a unos pocos metros de Aioria con un quejido, pero no tardó en levantarse, no había sido grave.

-Ese maldito…

-Se oculta entre la sombras sin dejar rastro alguno de su cosmos –decía Aioria, sin dejar de mirar en todas direcciones, preparado para atacar-. Así se asegura de que no le localicemos mientras él nos ataca.

-Cobarde… -escupió Milo.

Hubo una nueva explosión entre ellos, y de nuevo ni tan siquiera la sintieron venir hasta que fue demasiado tarde. Ambos rodaron por el nevado suelo, pero por suerte una vez más no fue grave para ninguno.

-¡Da la cara! –Gritaba el peliazul.

-Espera, Milo.

-¿Qué ocurre?

-Tengo una idea, prepárate para atacar.

Milo asintió. Entonces Aioria comenzó a elevar su cosmos y, de igual manera que cuando la usaron para llegar hasta allí, la luz del cosmos de Aioria iluminó toda la zona, y debido a que en su anterior ataque el castaño había destruido casi todos los arboles de alrededor el albino no tendría lugar para ocultarse si se esfumaban las tinieblas.

-¡Ahí está! –Señaló Milo la figura de Yuri, agazapado tras lo que quedaba del tronco de uno de los árboles -. ¡Aguja Escarlata!

Los brillantes dardos rojos salieron disparados hacia el chico que, lejos de adoptar una posición defensiva, se puso en pie luciendo una amplia sonrisa. Antes de que lo tocaran los luminosos dardos de Milo se esfumaron frente a él.

Milo no cabía en su asombro.

-¡Imposible!

-Es más que posible, Milo de Escorpio –rió Yuri.

-Ya no podrás ocultarse más –le dijo Aioria, cuyo cosmos seguía iluminando aquel pequeño perímetro.

-Vaya, veo que no queréis seguir divirtiéndoos –dijo Yuri, haciendo un mohín, en fingido tono lastimero-. Bueno pues… acabemos con esto rápidamente entonces. Cuando estéis muertos el resto de vuestros compañeros acudirá en seguida y entonces también podré acabar con ellos.

-¡En tus sueños! ¡Plasma Relámpago!

-¡Aguja Escarlata!

Los ataques de los caballeros explotaban y se desvanecían antes de tocar al albino, que se iba acercando peligrosamente hacia ellos.

Volvieron a atacar, pero el resultado fue el mismo, y esta vez una segunda onda expansiva les golpeó, lanzándoles a varios metros de su enemigo.

-No podemos seguir así… -quejó Milo mientras trataba de ponerse en pie.

Entonces Aioria tuvo otra idea.

-Vamos a seguir atacándole de frente –declaró.

-¡¿Qué?! ¡¿Estás loco?!

-¡Hazme caso! –Insistió el castaño-. Atacaré yo primero y en cuanto me derribe atacarás tú, debemos atacar sucesivamente sin detenernos, debemos obligarle a que solo pueda defenderse –observó al albino, que comenzaba a acercarse a ellos, con una mordaz sonrisa-. Su ataque es muy similar al Gran Cuerno de Aldebarán –explicó el castaño-. Ese chico concentra su cosmos y lo libera de golpe, por ese nos devuelve todos nuestros golpes. En condiciones normales no podría hacer algo así de forma continua y a esa velocidad pero… su asombro control del cosmos rompe casi toda regla.

A pesar de que Milo ya se había dado cuenta más o menos de lo que planeaba Aioira seguía sin verlo claro.

-No funcionará, no es tan estúpido. En cuanto se dé cuenta de lo que planeamos…

-Por eso debemos ser rápidos –le cortó Aioria-. Y tú eres uno de los caballeros más rápidos, depende de ti.

-¿Habéis terminado de confabular? –Reía Yuri, caminando hacia ellos.

-Ahora –le susurró Aioria a Milo antes de lanzarse a por su enemigo-. ¡Plasma Relámpago!

De nuevo Yuri liberó aquella inda expansiva que desvaneció el ataque de Aioria e hizo que este saliese despedido hacía atrás. Aunque el castaño no había tocado el suelo cuando las agujas de Milo caían sobre Yuri, que repitió de nuevo la misma maniobra. Milo sufrió la misma suerte que Aioria, pero logró caer de pie y volver a atacar justo en el momento en que Aioria volvía  a ser derribado. Así continuaron y pronto Yuri se dio cuenta de lo que hacían. Maldijo para sus adentros. Debía lanzarles un ataque directo pero no podía bajar su defensa o sería su fin. Pero aún le quedaban opciones. Aioria volvía a atacarle y esta vez la onda expansiva de Yuri fue tan devastadora que Aioria salió disparado y chocó con uno de los troncos rotos, destrozándole por completo y cayendo semiinconsciente en el suelo.

-¡Aioria! –Gritó Milo. Pero no podía ir a atender a su compañero en esos momentos, no podía cejar en su ataque o todo el esfuerzo que había hecho hasta ahora se iría al traste. Ahora todo dependía de él, debía darle otro enfoque a su ataque, pero lo que no haría era rendirse.

Aioria abrió los ojos. Aún algo aturdido por el golpe tardó unos segundos en darse cuenta en donde estaba y cuál era la situación. Pronto escuchó el sonido de varias pequeñas explosiones seguidas y sintió el cosmos de Milo, y otro cosmos intermitente, casi inapreciable. Se levantó de un salto y corrió hacia aquellos fogonazos usando su propio cosmos como linterna. No tardó en alcanzar el lugar de la contienda. Observó, atónito, lo que ocurría. Milo corría en círculos a toda velocidad alrededor de Yuri, sin dejar de lanzarle sus proyectiles. Pronto se dío cuenta de que Milo no estaba corriendo en círculos, sino en elipses, que habían hecho ir retrocediendo paulatinamente al albino. El Caballero de Escorpio había logrado alejar a su enemigo varios metros de donde comenzó la batalla. Aioria sabía que lo había hecho para protegerle y alejarlo lo máximo posible del pueblo. No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente, pero observando ahora la lentitud con la que ambos rivales iban alejándose supuse que llevaban así mucho tiempo, y el cada vez más debilitado cosmos de Milo era prueba de ello. Milo estaba agotado.

El castaño se iba acercando con cuidado, manteniendo su cosmos al mínimo, sin perder detalle de la pelea. Milo corría en círculos alrededor de Yuri a tal velocidad que apenas era perceptible a la vista. Tan solo eran notorios los innumerables dardos de luz roja que salían constantemente disparados hacia Yuri, en el que cada vez era más notorio el desgaste. Sus ondas expansivas ya no eran tan destructivas como antes, apenas podían únicamente deshacerse de los ininterrumpidos ataques  de Milo. Yuri se estaba agotando. Aioria sintió un momentáneo alivio debido a que su plan fue un existo. Había sido una apuesta arriesgada, ya que la habilidad de Yuri para esconder su cosmos también hacían casi imposible averiguar la magnitud de este, sin embargo la corazonada del castaño fue acertada y estaba llegando a su límite. Aunque Milo también. No aguantaría mucho más.

De pronto, casi confirmando de forma inmediata los temores de Aioria, Milo se desplomó en el suelo, y Yuri calló de rodillas, jadeando. Corrió hacía ellos, dándose cuenta de que había llegado hasta un río congelado. El Caballero de Leo avanzaba con cuidado de no resbalar. Yuri lo vio aproximarse y a pesar de su total desgaste le sonrió.

-Vuestro plan a os a salido bien, Aioria de Leo… –le dijo entre jadeos-. Sin embargo… -Su mirada se posó en Milo que, agotado, trataba de ponerse en pie. Aioria lo observó, con sumo pánico-. Esto aún no ha terminado.

Una fuerte explosión envolvió a Milo. Cuando el vapor se disipó no vio nada y… el hielo estaba roto. Milo había caído al río helado.

-¡No! ¡Milo!

Aioria corría hacía la brecha del rió congelado por la que Milo había caído pero Yuri se puso delante, dispuesto a bloquearle. Una onda expansiva golpeó al castaño pero ya no era tan fuerte, logró mantenerse en pie y continuar su carrera en pos de socorrer a su compañero. Con un gruñido Yuri volvió atacar, ahora parecía fuera de sí. Aioria contraatacó con su Plasma Relámpago. Descargó su ataque con todas sus fuerzas. Yuri hizo lo posible por repelerlo, hasta liberó todo su cosmos por primera vez en todo el combate, pero estaba tan agotado que esta vez no puedo devolverlo. Yuri voló por los aires. Aioria ni tan siquiera se paró a observar si él golpe había sido fatal, fue directo a la brecha en el hielo y se zambulló en ella, elevando su cosmos al máximo para que el baja temperatura del agua no hiciese demasiada mella en él. Guiándose por la luz de su propia energía en aquellas negras aguas pronto dio con el cuerpo de Milo, que seguía hundiéndose en las ciegas profundidades. Le tomó de la muñeca y ascendió con él hasta la superficie. Con sumo esfuerzo le colocó sobre el hielo y le examinó. Parecía inconsciente. La temperatura de su cuerpo era demasiado baja, debía llevarlo a la casa o moriría de hipotermia. A pesar de ser un caballero el terrible desgaste de cosmos que había tenido que realizar hacía imposible que el peliazul pudiese aguantar aquello. Estaba, literalmente, sin defensas. Aioria lo tomó entre sus brazos, a pesar de que él mismo se sentía agotado y sus contraídos músculos, a causa del frío, no dejaban de tiritar. Incluso le suponía un soberano esfuerzo mantener mínimamente encendido su cosmos para iluminar su camino.

Sin darse cuenta pasó junto al cuerpo de Yuri y le observó. El chico sonreía y miraba al oscuro y estrellado cielo. El símbolo de Hades había vuelto a aparecer en su frente. Cuando vio a Aioria parado junto a él le miró y su sonrisa se ensanchó. El castaño notó que el muchacho estaba temblando a pesar de todo.

-Aioria de Leo… -Dijo su débil y temblorosa voz, casi con sorpresa, como si acabase de verle por primera vez-. Os estaba esperando… ¿Habéis venido para ayudarnos con los ataques que estamos sufriendo? Siempre pensé que me enviaron a este lugar porque no servía como caballero pero… ¿Sabes una cosa? Ahora sé que cada uno de nosotros tiene un cometido, por pequeño que sea… -Aioria se dio cuenta de que el albino estaba divagando y sintió aún más lastima por él-. ¿Le diréis a Atenea que fui valiente? ¿Le diréis qué…? –Su voz se fue apagando al mismo tiempo que sus ojos se cerraban-. Siempre quise…

La voz de Yuri se apagó en un susurró. El joven albino murió con una sonrisa en su boca.

Aioria le observó un momento más, profundamente turbado, y viendo como el símbolo de Hades en la frente del chico se esfumaba junto con su vida.

-Hades… -susurró, lleno de rabia contenida-. Algún día pagarás por esto…

Continuó su camino, no podía demorarse más, Milo no lo aguantaría y su propio cuerpo tampoco. Intentaría ir al día siguiente a buscar el cuerpo de ese pobre chico, y por supuesto, nunca olvidaría lo que Hades hizo manipulando su mente inocente de esa manera. Lo pagaría muy caro.

 

Llegó hasta la casa y cerró la puerta tras de sí de una patada. Su cuerpo ya no podría sostener el de Milo mucho más tiempo. Lo deposito en su cama. Le tocó la frente, para ver si tenía fiebre, más la sensación que obtuvo le preocupó aún más. El peliazul estaba helado. Además su pelo y la ropa debajo de la armadura seguían empapados. Debía hacer algo de inmediato. Le quitó la armadura y la ropa mojada para después cubrirlo con todas las mantas disponibles, sin embargo la temperatura allí seguía siendo demasiado fría.  Entonces tuvo una idea. Corrió hasta la sala principal y usó su cosmos para encender la chimenea. Tapó las ventanas y la rendija inferior de la puerta, cualquier entrada por la que pudiese penetrar el inmenso frío del exterior. Corrió de nuevo a la habitación y tomó la cama de Milo, arrastrándola con su dueño encima, sacándola de la habitación y colocándola junto a la chimenea.

-Pronto entrarás en calor… -susurró el castaño, su propia voz sonaba entrecortada debido a que él mismo estaba tiritando-. Aguanta, por favor.

Colocó sus manos sobre las mantas y empezó a canalizar su cosmos, enviándolo al cuerpo de Milo, tratando de de insuflarle la energía suficiente como para que el agotado y congelado cuerpo del peliazul reaccionase. Aiora había recordado que Shun hizo algo similar con Hyoga tras el combate de este contra Camus en la Batalla de las Doce Casas. Pero no tardó en caer en la cuenta de que aquello no le serviría de nada en esa ocasión… Su propio cosmos estaba muy mermado debido al combate contra Yuri, y su cuerpo estaba helado. Si seguía insuflándole de aquella manera el poco cosmos que le quedaba no solo no serviría para salvar a Milo sino que el mismo caería inconsciente y ambos acabarían muriendo…

Aioria comenzaba a sentirse mareado, y su tiritona era cada vez mayor.

-Aioria… -la voz de Milo sonó casi como un suspiro ahogado. El peliazul había entreabierto los ojos gracias a la energía que Aioria le había dado-. Basta… Basta ya… Si sigues con eso te matarás. Estoy mejor, puedes dejarlo.

Aioria detuvo el torrente de cosmos y casi se desplomó, agotado. Milo le observó. Estaba pálido como la nieve y sus labios estaban amoratados. Temblaba casi tanto como él y la tos había empezado a hacerse presente.

-Aioria… -volvió a hablar Milo-. Debes usar lo que te quede de cosmos para calentarte.

-No… yo… -el castaño se sentía cada vez más mareado-. No puedo…

El Caballero de Leo iba a perder la consciencia. Milo se armó de todas las fuerzas que le quedaban para incorporarse en la cama.

-Aioria debes quitarte la armadura y la ropa mojada, vamos –le ordenó, intentaba paracer fuerte a pesar del agotamiento y frío atroz que sentía.

Con soberano esfuerzo el castaño obedeció. Se quito la armadura y luego la ropa mojada.

Milo apartó las mantas.

-Vamos, métete.

De nuevo el castaño obedeció, se metió en la cama y Milo les cubrió con todas las mantas. Aunque la cama ya era de por sí bastante pequeña, puesta que era individual, ambos jóvenes se pegaron aún más el uno al otro casi de manera inconsciente, movidos por la búsqueda de calor. Sintieron la helada piel del otro en la suya propia, y el incesante tiritar.

-No me queda cosmos… -murmuró Milo, dando a entender a su compañero que él no podría ser de ayuda.

-A mí tampoco…

-Tal vez este sea nuestro fin –Milo sonrió-. No es muy adecuado para dos Caballeros de Oro pero…

-No digas eso –protestó Aioria, ahora con más energías-. No moriremos en una situación así –caviló un momento antes de volver a hablar-. Puede que no tengamos el cosmos suficiente para hacer lo mismo que Shun hizo con Hyoga pero… Hay más maneras de calentar un cuerpo.

-¿Cómo?

-Tal y como lo estamos haciendo. He leído casos de hipotermia, de gente aislada que logró sobrevivir de esta manera. La mejor manera de transmitirle calor a otra persona a través del contacto directo de las pieles –se acurrucó más a Milo y le rodeó con los brazos-. Abrázame.

Y aunque el peliauzl dudó por unos instantes hizo lo que el castaño le pidió. Se abrazaron con suma fuerza. Podían sentir el aliento del otro en su cuello.

-¿Qué haces? –Preguntó Milo, confuso.

-No podemos quedarnos quietos.

Aioria había comenzado una especie de vaivén de su propio cuerpo contra el de Milo al mismo tiempo que le frotaba con sus brazos. Milo le imitó.

-Es muy importante no quedarse quietos ni dormidos hasta que nuestro cuerpo recuperé su temperatura normal –insistía Aioria sin cejar en sus constantes movimientos.

Así pasaron varios minutos. Poco a poco iban sintiendo algo de calidez, pero seguían tiritando. Y el hecho de que ambos cuerpos estuviesen totalmente desnudos unidos a la proximidad y al constante movimiento hizo que no se pudiese evitar el roce de algunas zonas. Ambos caballeros lo sentían, pero el frío unido a la vergüenza les impidió decir nada ni reaccionar de ninguna manera. Pasó otro lapso de tiempo, sus cuerpos iban recuperando poco a poco la sensibilidad. Milo notó algo y, emitiendo un extraño quejido, se detuvo.

-Lo… Lo siento… -se disculpaba Aioria, nervioso-. Yo…

-No… Soy yo quien… quien los siente…

Ambos habían detenido aquel constante movimiento. Milo había notado como su miembro viril había reaccionado, creciendo, y había chocado con el de Aioria, que estaba en similar estado. Ambos caballeros se habían quedado mudos de perplejidad y congoja. Ninguno de los dos entendía muy bien que ocurría. Eran conscientes parcialmente puesto que ya tenían una edad y desde luego no eran estúpidos pero… Su vida, entregada completamente a su labor como Caballeros de Atenea, había estado completamente llena de constantes deberes y jamás habían tenido tiempo de tener una vida normal ni… de pensar en las cosas más comunes de la fisiología humana. Hasta el punto de ni siquiera haberse preocupado en explorar sus propios cuerpos. Todo aquello era nuevo y extraño. Pero al mismo tiempo… tampoco resultaba desagradable.

Pronto volvieron a sentir frío, a pesar de estar cubiertos de mantas y de tener la chimenea al lado. Sus cosmos estaban casi agotados y sus cuerpos aún no se habían recuperado. Ambos lo notaban en ellos mismos y en su compañero.

-Si nos detenemos nos congelaremos… -susurró Aioria, completamente ruborizado.

-Pero…

Milo estaba tan rojo como su compañero. Sus rostros estaban a escasos centímetros entre sí  y el ver el rubor de su compañero siendo consciente del propio hacía más embarazosa la situación si cabía.

-Me detendré si no te sientes cómodo…  -dijo Aioria.

-No… es solo que… no entiendo… no…

-Yo tampoco, pero…

Era increíble, parecía que ninguno de los dos era capaz de articular una frase coherente. Aioria volvió abrazar a Milo, él hizo lo mismo, reanudaron aquel vaivén, solo que esta vez Milo no tardó en abrir sus piernas y rodear la cintura de Aiora con estas, comenzando él un vaivén explícito con sus caderas, frotando su endurecido miembro contra el del castaño, ejerciendo una fricción que provocó un fuerte calambre de placer en la espina dorsal de Aioria, que no pudo contener un fuerte gemido.

-Lo siento –se apresuró a decir Milo-. ¿Quieres que pare…?

-No… no… -susurraba Aioria, ahora imitando los movimientos del peliazul.

Otra fuerte descarga recorrió de nuevo el cuerpo de ambos jóvenes, que pronto sintieron un chorro de humedad manchar sus entrepiernas.

-¿Pero qué…? –Milo no cabía en su asombro y vergüenza-. Lo… lo siento… yo…

-No… Soy yo el que lo siente… no sé que me…

A ambos les había pasado lo mismo, ambos se hallaban avergonzados, pero sin embargo… ambos estaban disfrutando, aunque les resultase difícil admitirlo frente al otro.

Se miraron y, sin previo aviso, Milo acortó la escasa distancia entre sus rostros y planto un efímero beso en los labios de Aioria. Este se le quedó mirando con los ojos muy abiertos y Milo parecía que iba a estallar con tantísimo sonrojo.

-¿Por qué…? –Aioria no era capaz de articular palabras-. ¿Por qué has…?

-¡Lo siento! –Se apresuró a decir Milo-. Yo…

Pero esta vez fue la boca de Aioria quien atrapó la suya, haciéndolo callar. Sin tan siquiera proponérselo Aioria aprovecho la boca abierta de Milo para introducir su lengua. En un primer momento a ambos les pareció extraño. A Aioria porqué aún no entendía su propio acto y a Milo porque no terminaba de concebir que una lengua extraña estuviese moviéndose a sus anchas dentro de su boca. Pero a pesar de todo no tardaron en acostumbrarse a aquel curioso gesto y pronto les resultó verdaderamente delicioso. Estaba disfrutando de aquello. Sus caderas reanudaron aquella frenética marcha mientras sus lenguas exploraban la cavidad bucal ajena, todo aquello con cada vez más salvajismo.

Continuaron así hasta que la falta de oxígeno les hizo detenerse. Volvieron a mirar se a los ojos. Los dos jadeaban y estaban completamente ruborizados. Su temperatura corporal estaba casi volviendo a la normalidad, se sentían mucho mejor, hasta… acalorados.

Aiora apartó las mantas, dejando sus torsos desnudos al descubierto, entonces echó con suavidad a Milo a un lado para que este quedase boca arriba y él se incorporó un poco.

El joven castaño observaba con sumo detalle la perfecta y fibrada anatomía de bronceado torso del peliazul. Milo le miraba algo confuso.

-¿Qué estas…?

-Nunca me había dado cuenta –le cortó el castaño, sin parar de observar al milímetro aquel cuerpo desnudo-. Eres hermoso…

Milo sintió que la sangre concentrada en su cabeza haría erupción en cualquier momento.

-Tú… tú también lo eres… -respondió.

-¿Te importa si… si sigo… dándote calor?

Milo sonrió.

-Adelante.

Aioria comenzó a acariciar con suma delicadeza los marcados músculos de Milo mientras este cerraba los ojos y se dejaba llevar. Pronto las manos empezaron a ser insuficientes. Resultaba ridículo al pensarlo, pero lo cierto era que Aioria quería probar el sabor de esa piel… Comenzó a besar y a lamer aquellos duros músculos, que se tensaban con tan cálido y delicado contacto. Milo estaba haciendo esfuerzos titánicos por no emitir sonido alguno. Aquello iba a hacerlo enloquecer de placer. Pronto tomó a Aioria de los brazos y rodó sobre él, quedando ahora encima. Airoa le miró algo confundido, pero pronto sonrió ante la mirada de Milo. Había captado el mensaje. Ahora era el turno del peliazul de darle calor. El Caballero de Escorpio repitió un proceso similar sobre la perfecta anatomía del castaño que se sentía en la gloria. Casi sin darse cuenta la mano de Aioria se deslizó entre las mantas y tomó el miembro de Milo, mientras este estaba aún ocupado succionando uno de sus pezones. Milo se alarmó un momento y me miró, pero al ver que Aioria sonreía se dejo llevar y reanudó su faena. Mientras seguía besando el cuerpo del joven Leo él también tomó el miembro de este. Ambos se masturbaban mutuamente, aquel placer les taba haciendo perder la cabeza. Milo dejó lo que estaba haciendo para besar a Aioria momentos antes de venirse al mismo tiempo.

El castaño se las apañó para volver a quedar encima, y esta vez se perdió entre las profundidades de las mantas. Milo no supo que se proponía hasta que sintió la boca a Aioria cerrarse sobre su endurecido miembro, succionándolo completamente. Milo no puedo reprimir un profundo jadeo de placer. El peliazul no tardó en venirse dentro de la boca de su compañero, presa del éxtasis, como tampoco tardó en obligar a Aioria a volver a ponerse bajo él para que pudiese también repetir el proceso. Por extraño que pareciese Milo quería saber cómo sabía el miembro de Aiora. Todo aquello carecía de sentido y fundamento, aquel proceso había estado enfocado en un primer momento a recuperar sus temperaturas corporales pero se había salido del camino, y lo cierto era… que lo estaban disfrutando. Disfrutaban aquello como nunca habían recordado disfrutar nada.

 

El amanecer les descubrió bajo las mantas, abrazados. A pesar de que Aioria había intentado tapiar cada rincón de la casa no puedo evitar que algunos rayos de sol irrumpiesen en la estancia a través de los desgastados cubre ventanas de madera vieja. Cuando abrieron los ojos se encontraron con los del otro. Pronto el recuerdo de lo ocurrido la noche anterior se hizo presente y ambos enrojecieron.

-Aiora yo…

Y tal como sucediera la noche anterior la boca del castaño tapo la del peliazul, acallándolo. Milo se sorprendió mucho por aquel gesto, pero le sorprendió aún más la sonrisa que exhibía su compañero. Sonrisa que no tardó en corresponder.

-¿Cómo te sientes? –Preguntó Aioria.

-Mejor que nunca.

El castaño le tomó de la nuca para acercar el rostro de Milo al suyo y colocó sus labios sobre la frente de este.

-No tienes fiebre.

-Soy un Caballero de Oro –dijo Milo, con irónico orgullo-. Un poco de agua fría no podrá conmigo.

Aioria rió y se levanto.

-Vamos, debemos volver al Santuario para informar.

 

Tras hablar con las gentes del pueblo e informarlas de lo ocurrido se prepararon para regresar a Grecia. Pero antes había algo que hacer.

 

Aioria tomó el cuerpo inerte de Yuri entre sus brazos. Había regresado al lugar de la lucha. El castaño tuvo que tener extremo cuidado puesto que el cuerpo del joven estaba completamente congelado.

-Pobre Chico… -dijo Milo, observando la sonrisa que el mal tiempo se encargó de dejar congelada en el rostro del muchacho.

-Hades lo manipuló.

-Solo era un crío –escupió Milo.

-Un crío que podría haberse convertido en un gran caballero. Hades sintió en él el potencial que los superiores de Yuri no notaron.

-¿A qué te refieres?

-Tú mismo lo notaste en el combate. Su control sobre el cosmos era extraordinario. Sin embargo era muy reducido –explicó Aioria-. Yuri tenía un cosmos muy débil, eso fue lo único que pudieron ver sus entrenadores, por eso lo enviaron aquí. No era útil de ninguna otra manera. Pero él se siguió entrenando, y aprendió como podría usar su débil cosmos. Este chico nació con un don único, podía manipular su reducido cosmos con precisión absoluto, sin desaprovechar nada. Concentrándolo a voluntad y liberándolo en el momento adecuado. Ese control le permitía equilibrarse con cualquier rival, jamás había visto nada igual. Sin embargo era inexperto. Con el adiestramiento debido… -observo el rostro del joven sin vida entre sus brazos-. Este chico podría haber logrado cosas que ni imaginamos.

-Si… -coincidió Milo.

Aioria elevó sus cosmos y Mu no tardó en materializarse frente a ellos. Observó el cuerpo del albino entre los brazos de su compañero y luego miro a estos.

-¿Estáis bien?

Ambos asintieron.

-Estamos bien –respondió Aioria.

Mu les llevó de vuelta al Santuario, donde informarían a Atenea de todo lo ocurrido y le daría a Yuri la sepultura que merecía, junto a los demás caballeros caídos.

 

Esa misma noche Milo se encontraba en el pórtico de su templo, sentado sobre los escalones que conducían a Sagitario. Resultaba sumamente agradable regresar al templado clima al que estaba acostumbrado, lejos de las heladas tierras de Siberia. Sin embargo había algo en el ambiente tan incómodo como aquel frío vivido recientemente, o incluso peor.

 Sintió un cosmos familiar acercarse, era Aioria. Se puso en pie, para recibirle.

-¿Lo has sentido? –Preguntó el castaño.

Milo asintió.

Todos en el Santuario lo habían sentido. El sello se había roto, los espectros de Hades habían sido liberados. Pronto empezaría la verdadera batalla final.

-¿Crees que será nuestra última batalla? –Preguntó de nuevo Aioria, sonrió-. O mejor dicho ¿Crees que sobreviviremos?

Milo, que observaba el estrellado cielo, bajo la mirada para que sus ojos se encontrasen.

-No lo sé, pero… Si va a ser nuestra última noche… yo…

Apartó la mirada, maldiciéndose a sí mismo por ser tan cobarde. Deseaba hablar con Aioria y… Bueno, ni él mismo sabía muy bien que deseaba. Aunque tampoco sabía que su compañero estaba en similar estado.

Cuando Milo se armó de valor para volver a mirar a Aioria a los ojos se sorprendió al encontrase con aquella encantadora sonrisa dibujada en su rostro.

-¿Me dejarías pasar esta noche en tu templo? –Preguntó el castaño.

Milo no tardó en animarse y corresponder a lo sonrisa.

-Me encantaría.

Aioria le tomó de la mano y juntos entraron al templo de Milo.

Puede que el destino no les fuese a dar el tiempo suficiente como para poner en orden aquellos nuevos sentimientos que habían brotado entre ellos. Pero si esa iba a ser su última noche juntos al menos la disfrutarían. No sabían que les iba a deparar su futuro, pero por el momento no les importaba, ahora lo único que contaba era el presente. Lo único que de verdad importaba era su compañía y… aquella noche que solo estaba empezando.

 

Fin

Notas finales:

Espero que os haya gustado. Gracias por leer!


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