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Por una Corbata por AnneJieJie

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Notas del fanfic:

Porque todo pueblo que se respete tiene su Marujita!!!

Notas del capitulo:

En un pueblito de mi país, cuyo nombre ya no recuerdo....

 POR UNA CORBATA

Un Fic de Anne Scarlett

 

Doblaron las campanas de la iglesia, los presentes se persignaron, un monaguillo torpe aguardaba la aparición del sacerdote mientras jugueteaba con la cadena del incensario haciendo que se moviera de manera pendular, otro bostezaba mientras pasaba las páginas del misal en el atrio. Las muchachas del coro comenzaron a acomodarse en el altillo, vistieron sus túnicas de corte romano de color blanco, como si quisieran imitar un coro de querubes mientras los músicos afinaban sus guitarras. Los convidados fueron llegando en pequeños grupos, ataviados con sus mejores vestimentas, pues no todos los días se anunciaba a los cuatro vientos una boda de estas proporciones.

 

La primera en llegar a tan magno evento fue doña Maruja, acompañada de sus hijas solteronas, vestidas de rojo satinado, brillante, tratando de llamar la atención. Las tres tomaron asiento en la tercera fila, pues las dos primeras ya estaban reservadas para los miembros más cercanos de la feliz pareja, y ellas no estaban dispuestas a perderse ni el más mínimo detalle del casorio.

 

También llegaron las hermanitas Jiménez, altas y delgadas, gracias a la dieta de pastillas para adelgazar, agua y cero azúcar para caber en sus entallados vestidos talla 4, como de costumbre pretendían ser el centro de atención aprovechando su fama, pues las dos eran actrices y aparecían en la pantalla chica en la telenovela del prime time, esa de la que todos hablan, pero nadie entiende de que va y junto a ellas, el protagonista, el primer galán de la televisión, ese que aparecía en todas las historias de amor, el mismo rostro con distinto nombre, el que lograba cautivar con su carita de niño bueno a las amas de casa aburridas que cada noche no se perdían un solo capítulo de aquella insulsa telenovela que gracias a la masa vulgar ocupaba el número uno del rating.

 

Los González también entraron a la iglesia para buscar un buen lugar, por supuesto, uno que no estuviera cerca de los Valencia, pues desde antaño han sido conocidas las rivalidades de las dos familias, tan competitivas entre sí, que desde el vientre materno los retoños de cada una eran preparados para hacerle la vida posible a sus adversarios; los patriarcas de estas casas se miraron entre sí y se saludaron con una sonrisilla hipócrita, mientras los ojitos de los futuros herederos coqueteaban entre sí, como si cada parpadeo fuera una especie de clave Morse para  comunicar lo feliz que eran de verse una vez más. Eduardo González sonrió exhibiendo una blanca y perfecta dentadura, digna de comercial de clínica de ortodoncia, en sus mejillas dos hoyuelos se dibujaron y sus pupilas brillaron mientras observaba la sonrisa de Carlos Valencia, para luego morderse el labio inferior y volver la vista al altar mientras recibía un codazo de su madre.

 

- Ya deja de mirar a la golfa Valencia…

 

- Ma, estamos en la casa del señor…

 

- Con mayor razón, un González Caballero del Castillo no debe poner sus ojos en una Valencia…

 

Y mientras la ilustre dama vestida de verde pálido le daba una lección a su hijo sobre el linaje familiar. Carlos Valencia aguardaba sentado en el banco, observando la manera en que Eduardo cuchicheaba con su madre, perdido en el brillo de los cabellos negros sedosos, en las formas sensuales que dibuja su boca cuando habla, en el tono de su piel bronceada luego de esas vacaciones en Miami, su mirada se posó en los dedos de aquel hombre y recordó con precisión el recorrer de esas yemas sobre su piel para estremecerse deliciosamente mientras escuchaba el calentamiento vocal del coro. Solo la sensación de dolor lo sacó de su mundillo de recuerdos, y entonces dirigió la mirada a la mujer que acababa de pellizcarlo.

 

- Mami, deja de pellizcarme, estamos en la casa de Dios…

 

- Es para que no olvides que un Valencia Palacios y Robledo, no debe perder el tiempo mirando a esas furcias González…

 

Y así la iglesia fue llenándose de invitados y mirones que no querían perderse ni un solo detalle del matrimonio.

 

Las miradas se posaron en un hombre alto y atlético que entró con discreción y se acomodó en el altar, las mujeres murmuraron acerca de lo guapo que lucía con el traje de novio,  las muchachas más jóvenes suspiraron y los fotógrafos aprovecharon la oportunidad para hacer algunas tomas, por supuesto no podía faltar el freak que con cámara en mano se encargaba de grabar cada gesto que delatara los nervios del serio y rígido novio.

 

- Ese muchacho sí que tiene lo suyo. –Murmuró Maruja a sus hijas. –Violetica se sacó la lotería con este hombre tan apuesto e inteligente.

 

- Dicen que don Enrique le tiene mucho aprecio a su futuro yerno, y es que pobrecito, él se lo merece, después de tanto sufrir en este mundo, casarse con Violeta es como de cuento de hadas. –Respondió su hija mayor murmurando.

 

- En eso si que tienes toda la razón, querida, a ese muchacho le ha costado mucho ganarse el respeto y la admiración de don Enrique, ah, es que nacer pobre si es ser bien de malas. –Maruja cerró la boca y se quedó muda un par de minutos.

 

El sacerdote hizo su aparición, acompañado de otro monaguillo, para entonces las campanas ya habían dejado de sonar y los convidados se pusieron de pie mientras la famosa “marcha nupcial” de Johannes Brahms anunciaba la llegada de la novia.

 

Violeta Mendoza Franco, caminó altiva del brazo de su adinerado padre. El hombre, aunque mayor, tenía la fuerza de un toro, y sonreía con felicidad llevando a su única hija al altar, sus pupilas se mantuvieron fijas en el novio, y a medida que se acercaba a él estaba más y más convencido de que no podía haber mejor partido para su hija menor, la niña de sus ojos, la bebita que se hizo mujer frente a sus ojos estaba a punto de casarse con un hombre inteligente, apuesto, joven y que la amaba por encima de todas las cosas.

 

Violeta Mendoza Franco tenía las mejillas adormecidas de tanto sonreír, pero era inevitable, cada paso hacia el altar hacia realidad sus sueños. Ella siempre quiso una boda de telenovela, con su vestido de blanco y un ramo de azucenas frescas en sus manos, del pesado vestido pendía la larga cola que era cargada por una par de pequeñas niñas, siguiendo los pasos de un par de chiquillas pequeñas que iban regando pétalos de flores a lo largo del camino. Este era su día, todo había sido cuidado para que fuera como en sus sueños, en una pequeña y “privada” capillita a las afueras de la ciudad, en un pueblo de bonita arquitectura cerca del prestigioso club social para que sus invitados se sintieran a gusto. Las manos enguantadas le sudaban, y las piernas temblorosas se movían por inercia, pensó si fue exagerado aquel vestido de larga cola que ahora le parecía pesado, pero nada la apartaría de su sueño de tener una boda perfecta; hasta su mejor amiga, la hippie, estaba ahí vestida de gala para la ocasión.

 

Violeta Mendoza Franco suspiró, ver a su novio en el altar era su mejor obsequio, lo adoraba a tal punto que fue ella misma quien tomó la iniciativa y un día de repente saltó a sus brazos y le propuso matrimonio, y él, su maravilloso y casi perfecto hombre, había aceptado ser su esposo. Ahora pocos minutos la separaban del tan anhelado “Sí” y el día más feliz de su vida quedaría inscrito en su memoria para siempre.

 

“Enrique Mendoza Santos y su esposa Catalina Franco de Mendoza y Lucrecia Páez, tienen el gusto de invitarle a la boda de sus hijos: María Violeta Mendoza Franco y Piter Norris Páez.”

 

La invitación sorprendió a más de uno y las preguntas no se hicieron esperar. ¿Quién era ese Piter Norris Páez y por qué se casaba con la bellísima hija del adinerado señor Mendoza? Al comienzo todos pensaron lo peor, una broma de mal gusto, un chantaje o la metida de pata de la novia con un don nadie, como fuera la mayoría de los conocidos de la familia Mendoza, estaba escéptica a creer que fuera posible que la hija menor del magnate se casara con alguien cuyo nombre delataba su origen populacho y vulgar.

 

Pero el novio mantuvo su seriedad, miró de soslayo a su mamita, la mujer que lo trajo al mundo y lo crio sola, después de ser abandonada por un mal tipo que después de embarazarla se desapareció de la faz de la tierra. Doña Lucrecia no era una mujer de sangre azul, nunca vivió rodeada de lujos, su trabajo de por vida consistió en lavar las ropas ajenas para darle lo que mejor pudo a su único hijo, Pitercito, como le decía siempre. Ella parecía una mujer mayor, aunque su edad era unos cuantos años menor de la que se podría pensar, su vida nunca fue fácil, y mientras veía a su hijo en el altar, esperando a su novia, los ojos se le llenaron de lágrimas como el día en que el muchacho nació para traerle felicidad a su vida.

 

Piter Norris, le llamó, porque de niña le gustó la historia de Peter Pan, y como no sabe mucho de lenguas extranjeras puso el nombre como se pronuncia en su lengua natal: PI-TER; lo de Norris fue por su difunto padre, al viejo le gustaban las películas de acción y la figura de Chuck Norris, así lo bautizó veinticinco años atrás con el nombre de Piter Norris, a la usanza popular.

 

Doña Lucrecia vio con ojos de orgullosa madre la manera en que el respetado señor Mendoza hacía entrega de su hija, los novios se tomaron de la mano y se ubicaron en sus lugares frente al altar, luego frunció el seño cuando vio algo que no le gustó mucho, su hijo había vuelto la mirada atrás, hacia el asiento de la familia de la novia, para ver de reojo a un hombre de atractivo rostro, con su mentón cuadrado, y su nariz aguileña perfecta, el vivo retrato de don Enrique, su hijo menor Julio Cesar, ese del que el viejo poco hablaba porque el muchacho lo pasaba en el extranjero donde no pudiera avergonzar a su padre.

 

Pero no fue la mirada de Piter lo que no le gustó a doña Lucrecia, lo que provocó su reacción fue el gesto coqueto de Julio Cesar, esa mordida en su labio inferior mientras sonreía con cierta… ¿Picardía?...

 

Piter Norris tragó saliva, y trató de mostrarse indiferente, pero por dentro temblaba como un venado rodeado por una manada de lobos, fijó la mirada en el piso marmóreo de la iglesia tratando de ocultar sus mejillas rubicundas.

 

Violeta, en cambio, miraba con sus grandes ojos al sacerdote que presentaba su sermón, pero las hermosas palabras acerca del amor y la entrega carecían de significado para ella, su mente de novia estaba de viaje, imaginando su llegada a Paris, el destino elegido para la luna de miel, y mientras la novia se deleitaba imaginando que Piter la cargaba en sus brazos para entrar en la habitación nupcial, mientras recordaba el tacto de las manos de su novio quitándole lentamente el costoso vestidito blanco, y suspiraba con magnificencia al suspirar imaginando la primera noche de matrimonio, tomó la mano del hombre que amaba y lo miró de reojo. Piter seguía con la cabeza agachada, mirando el suelo.

 

- ¡¡Cómo me gustaría vestirme así cuando me case!! –Murmuró una de las invitadas.

 

- Dudo que el blanco le quede a una zorrita que olvidó la virginidad entre las sábanas de quién sabe quién. –Murmuró Maruja a su hija mayor con el secreteo habitual. –Dios nos libre de ver a esta golfita vistiendo de blanco queriendo imitar la inocencia de Violetica…

 

- ¡¡Mire doña Maruja, no me busque porque si no va a saber quién soy yo!! –Le respondió la mujer mirándola con enojo. –“La inocencia de Violetica”, se nota que usted no sabe en qué tiempos viviendo, esos dos ya se comieron el pastel antes de la boda…

 

- ¡¡Ah, por la Sangre de Cristo!! –Maruja se persigno unas cuantas veces y miró indignada a la mujer. –¡¡Cómo se le ocurre decir una cosa de esas en la casa del señor!!... Si Violetica es una niña pura e inocente, y Piter Norris es todo un caballero. Escúcheme bien, Leandra, quien las hace se las imagina, todos en el pueblo saben que usted es bien flojita de calzones, así que en lugar de casarse de blanco debería casarse de rojo, el color de la lujuria…

 

- Óigame bien Maruja, hoy día ninguna muchacha llega virgen al matrimonio, ya no es como hace cien años, en sus tiempos que solo las vírgenes se casaban de blanco, para la muestra un botón, mire a Violeta, de blanco puro y “virginal”, pero está más comida que cena de noche buena…

 

- ¡¡Ya dejen de pelear ustedes dos!! ¡¡Esta es la casa de Dios, así que compórtense!! –Susurró la hija de Marujita quien suspiró mirando al novio. -¿Verdad que Pitercito es bien guapo?

 

- Ay, sí, es un muchacho muy apuesto y me siento tan feliz de que se case, yo pensé que este día no iba a llegar nunca…

 

- ¿Y por qué pensó esas cosas, Leandra? –Preguntó Maruja con cierto interés.

 

- Ay, Maruja… Es que a usted no se le hace como raro… a parte de Violeta ¿Qué otra novia le ha conocido a Pitercito?... Al comienzo yo creía que era tímido, porque como que en lugar de piropear a las muchachas, como que les huía y se la pasaba todo el tiempo ahí con los amigos esos estirados…

 

- ¡¡Pero qué cosas dice!! ¡¡Si Pitercito es todo un hombre!!

 

- ¡¡¿Y es qué le consta?!! –Maruja miró a su hija como si pidiera una explicación.

 

- Ay, mamá, yo solo decía… Además, ¿Quién dijo que para saber si un hombre es todo un hombre había que probarlo? Basta con verlo, esos músculos, esa cara tan varonil, esas manos…

 

- Ah, pero es que esos son los más sospechosos de mariposear… por algo se dice que los hombres guapos ya no existen, o están casados o les gusta jugar a las espaditas…

 

- ¡¡Madre de Dios!! –Maruja se volvió a persignar otras cuantas veces. -¡Líbranos de esta cochina sociedad! …¿Y a todas estas, quién es el muchacho que está ahí en primera fila, junto a don Mendoza?

 

- Ese buen mozo, ese papito rico, se llama Julio César, es el hijo menor de don Enrique, y está más bueno que bizcocho recién horneado…

 

- Uh, Leandra, deje algo o ¿es que de verdad se va a comer a todo el pueblo?

 

- ¡¡Shiiii!! ¡¡El padre ya terminó el sermón y ahora vienen los votos!!

 

 

 

Piter Norris miró a la novia y la tomó de la mano, Violeta sonrió sonrojada y llena de felicidad, ella miró al altar con fervor, esperando el momento en que el curita del pueblo procediera, él volvió la mirada a su futuro cuñado, quien volvió a sonreír con esa expresión perversa, además de lamerse los labios de manera sensual, cerrando esos grandes ojos castaños engalanados con sus largas pestañas. Piter Norris no pudo evitar sonrojarse una vez más, de manera temblorosa volvió la mirada al altar, mientras Violeta le apretaba la mano para transmitirle confianza, pues su temblor no pasó desapercibido para ella.

 

- En la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza…. –Y mientras el curita hablaba como loro mojado y Violeta repetía como niña aprendiendo las vocales, de nuevo la mirada de Piter Norris se posaba una vez más en esos ojos oscuros, embrujadores, cínicos, la mirada de Julio Cesar lo mantenía cautivo, temeroso. Tragó saliva y miró a su novia, era el momento de declarar sus votos.

 

Y fue cuando el hombre de la solemne sotana abrió la boca para hacer la pregunta obligada en el momento preciso…

 

- Si alguien conoce algún impedimento para que estas dos personas no se unan en sagrado matrimonio, ¡¡Qué hable ahora o calle para siempre!!

 

Hubo un silencio sepulcral en la iglesia, unos se miraban a otros, los invitados de alta sociedad sonrieron pues aquel era un buen augurio de que pronto la ceremonia terminaría y la boda sería un hecho.

 

De pronto hubo una voz que se alzó atrayendo la atención de toda la concurrencia, aquella escena, digna de la mejor telenovela del primetime, hizo que el silencio sepulcral se encrudeciera…

 

- ¡¡Yo me opongo!!

 

Todos miraron a la mujer que vestida con sus mejores ropas se levantó de su asiento para pronunciar aquellas palabras, no era una mujer joven, al contrario, se trataba de alguien mayor, bastante conocida en aquel pueblo y una completa extraña para los prestigiosos invitados del jet set.

 

- ¡¡Oh!! –Se escuchó con una sola voz en toda la iglesia.

 

La novia palideció, don Enrique frunció el seño, Catalina Franco se llevó la mano al pecho y respiró profundo, Lucrecia cerró los ojos y oró para que no ocurriera una desgracia.

 

- ¡¡Mamá!! ¿Usted qué está haciendo? ¿Es que se volvió loca? ¿No estaba fascinada con la boda de Pitercito? ¿Cómo se le ocurre hacer esto? ¡¡Padre, no le haga caso, es que está nerviosa y le dio por llamar la atención de todo el mundo!! –La muchacha tomó el brazo de su madre tratando de insistir que se sentara, pero la mujer no cedió.

 

- Padre es que usted no puede unir a esta pareja. –Dijo ella con seriedad.

 

- ¡¡Explícate hija!! –Dijo el sacerdote mirando a la mujer al tiempo que fruncía el seño.

 

- Ah padre es que si le contara usted no me lo va a creer. –Dijo ella con un tono un poco menos dramático. –Es que como acaba de confirmarme la señorita Leandra, que todos saben bien es la gozona del pueblo, a Pitercito le gusta jugar a las espadas.

 

- ¡¡Por favor, Maruja, explícate bien!! –Solicitó el padre mirando a las mujeres particularmente a Leandra.

 

- Ay Padre, esa era una suposición nada más. –Explicó Leandra completamente sonrojada, no le haga caso a Maruja, es que el bochorno de la iglesia se le ha subido a la cabeza. Yo sólo pensé eso por qué Piter siempre fue esquivo…

 

- Uno que no pudo pescar, si es que usted no hay uno que no se haya llevado a la cama, todos saben en este pueblo que Leandra es más fácil que la tabla de multiplicar del 1. –Maruja continuó hablando. –Si hasta Renato, el alcalde se pierde unas buenas horas buscando la salida de la habitación de Leandra.

 

- Hija, no levantes falsos testimonios contra el prójimo… ¡¡Es un pecado terrible!!

 

- Padre, usted también va a empezar con eso, si decir la verdad y dar información no es un pecado. –Maruja miró a la pareja. –Lástima, tan bonitos que se ven los dos, pero yo no puedo con este secreto… Lo siento Violetica, pero Pitercito está más torcido que raíz de papa. A ese niño le gusta mucho saborear el helado.

 

- ¡¡Por Dios, hija!! ¡¡Cuidado con lo que dices, que estamos en la casa del señor!! –El sacerdote enrojeció de la furia y la miró con enojo. –Explícame bien, porque no le entiendo nada, Maruja.

 

- Padre, usted si parece que hubiera nacido ayer. –Dijo la mujer con cara de sorpresa. –No las ha cogido, pero si es algo muy obvio. Pitercito, quien lo ve tan guapo y fuerte, es rarito… Como dicen ustedes los adinerados en términos play, el muchacho, es gay…

 

- ¡¡Aaaaaaah!! –Un solo rumor se escuchó en toda la iglesia, las miradas se posaron en el novio y en Violeta que no pudiendo más de la noticia se desplomó.

 

- ¡¡Ave María!! –El sacerdote miró aún más enojado que antes a Maruja. -¡¡Mira nada más!! ¡¡Mira lo que has causado con esa lengua que no puedes dejar ni un segundo quieta!!

 

- Padre, yo si puedo tener la lengua quieta un segundo. El que no puede aguantarse ni un segundo quieta es Pitercito, a saber cuántas se habrá chupado…

 

- ¡¡Maruja!! ¡¡Respeto, por favor!! –El sacerdote bajó del altar. Los invitados continuaron murmurando mientras Piter sostenía en sus brazos a la novia y su suegra la abanicaba con la esperanza de que la muchacha entrara en sí. –Maruja, ¿Qué pruebas tienes de qué Piter Norris es homosexual?

 

- Leandra dijo.

 

- Esa no es una prueba sólida, hija mía, Leandra misma acaba de decir que es una suposición…

 

- Bueno, y también que siempre le huyó a las mujeres…

 

- Esa tampoco es una prueba, muchos hombres son misóginos, y hay otros bastante tímidos para acercarse a las damas. –Trató de explicarle manteniendo la calma, sabía que Maruja era más terca que una mula.

 

- ¿Y qué me dice de cuando tenía 12 y se iba a practicar la manuela en grupo con los amigos?

 

- ¡¡Madre de Cristo!! ¡¡A los 12 es común que los chicos exploren su sexualidad y conozcan su cuerpo y se comparen con otros chicos!! ¿Alguna otra suposición?

 

- Una corazonada, algo aquí en mi pechito me dice que a Pitercito no lo hace feliz un par de teeteros, sino un pito…

 

- ¡¡Maruja, no más!! ¡¡Guarda esa boca viperina que estás a punto de causar una catástrofe con un rumor mal infundado!!

 

- Pero Padre… Cuando el río suena, piedras lleva… Lo digo yo, porque todos saben que mal me quieren mis comadres porque digo las verdades…

 

- ¡¡Maruja, no más, una palabra más y te saco de la iglesia!! –Enojado, el sacerdote volvió al altar, miró a Violeta, pálida como una hoja blanca del más fino papel, a Piter, con el rostro preocupado y la frente sudorosa, a los presentes que no paraban de murmurar, y los de la prensa que tomaban fotos y notas sobre el bochornoso incidente que ya tenía a doña Catalina al borde de un colapso nervioso. -¿Podemos proseguir?

 

Hubo de nuevo silencio, Violeta asintió con un ademán, regresó a su lugar y respiró lentamente tratando de controlar sus nervios. Piter se mostró triste durante un instante y después miró de nuevo hacia el altar, donde el símbolo de la cruz cristiana permanecía inerte, acusándolo de sus terribles pensamientos.

 

- Si alguien conoce alguna razón por la que estas dos personas no deben unirse en sagrado matrimonio, que hable ahora o calle para siempre….

 

La mano temblorosa de la novia se aferró a su bouquet de azucenas blancas, sus piernas temblaron, se mordió los labios y miró de reojo al novio que vestido con su tuxedo mantenía la vista fija en el rostro del apuesto sacerdote y de repente una voz….

 

- ¡¡Yo me opongo!! –Esta vez las palabras fueron pronunciadas por una fuerte y varonil voz.

 

- ¡¡Julio César!! –Su padre le miró con indiferencia, su madre con asombro y su hermana interrogante.

 

- Lo siento Violeta, no dejaré que te cases con Piter… Piter Norris Páez es sólo mío. –Se acercó al altar, lo tomó de la mano y salió huyendo llevándoselo a rastras, los dos corrieron hacia la entrada principal y una vez afuera de la iglesia, se miraron a los ojos.

 

- Esta es una locura… -Murmuró Piter con una sonrisa en los labios.

 

- Si es una locura, prefiero estar loco tomado de tu mano, que cuerdo viendo que desposas a mi hermana. –Se aferró a su mano y observó a la multitud que estaba a punto de abalanzarse sobre ellos. -¡¡Vamos!!

 

- ¿A dónde?

 

- Donde nadie pueda molestarnos.

 

Don Enrique Mendoza estaba iracundo, Violeta cayó de rodillas frente al altar llorando desconsolada, su madre intentó apaciguarla, pero ella estaba histérica y comenzó a patear el ramo de flores.

 

La madre de Piter se recostó contra una columna y suspiró, amaba a su único hijo tal como era, sospechaba que algo no estaba bien, pero en su ceguera nunca quiso admitir que a su hijo le gustaban los varones.

 

- ¡¡Si ve, si me hubieran hecho caso no hubiéramos tenido que ver este escándalo!! –Maruja asomó la cabeza por encima de los curiosos para ver la manera en que Don Enrique, sus amigos, los Valencia y los González, así como los padrinos de la boda, salían tras los muchachos a perseguirlos por el pueblo.

 

 

 

Fue una noticia que conmocionó a toda una región, hasta figuró en los titulares de la prensa: “Hijo de un magnate se fuga con el novio de su hermana el día de la boda”, “Prestigiosa heredera quedó vestida y alborotada”, “Interrumpió la boda de su hermana para declarársele al cuñado”, “Una mujer tenía pruebas de la homosexualidad del novio de la heredera”… Violeta arrojó los diarios a la basura, tan sólo había transcurrido un mes desde aquel incidente, ella estaba sumida en la más profunda depresión, aún así, se acomodó el cabello en una cola de caballo y abordó su coche, dejó atrás la hacienda de su familia, era el momento de regresar a la ciudad y a su vida, tendría mucho que decir a la prensa, después de todo ella era una mujer de la alta sociedad y tendría que mostrarse orgullo y digna, el pueblo la apoyaba, especialmente los detractores de la libertad sexual.

 

- Ahí va… Pobre niña Violeta… Vestida y con los crespos hechos se quedó. –Fueron las palabras de Maruja al ver pasar el coche de la mujer por la calle. -¿No han sabido nada de los muchachos, Francisca?

 

- No mamá, quién sabe dónde se escondieron esos dos. Pero mejor que se queden donde están porque Don Enrique está que mata y come del muerto…

 

- Ay, Francisca, yo escuché que están escondidos en la casa de la iglesia…

 

- ¿Con el padrecito?... Ah, mamá, no diga esas cosas. ¿Usted cree que un hombre tan devoto y religioso como el padrecito va a esconder a esos dos sodomitas?...

 

- Francisca, no le vaya a contar a nadie, pero yo los vi con estos dos ojitos que tengo en la cara, ellos están con el padrecito viviendo en la casa de la iglesia mientras planean marcharse. Si el padrecito les dio la bendición porque los dos se aman y quieren estar juntos.

 

- Mamá, usted si inventa chismes… No busque problemas con el padrecito, ya bastante vergüenza me hizo pasar en la iglesia…

 

- ¿Vergüenza? Pero si decir la verdad no es ninguna vergüenza...

 

 

 

El sonido del agua de la fuente conmovió el corazón del hombre que miraba la estatua blanca de la virgen María en el centro de aquella obra de arte de piedra, vistiendo la sotana, el padrecito rezó una plegaria por los dos hombres que allí mismo buscaron su amparo. Jamás había visto tanto amor en una pareja y se preguntó ¿Por qué Dios, habiendo creado algo tan bello como el amor, lo prohibía a dos seres del mismo sexo?... El padre se persignó y recordó la noche anterior, cuando bendijo la relación de Piter y Julio César, no en rito de matrimonio, eso les estaba prohibido, sino como un acto de bondad, allí, junto a la fuente hizo una oración por ellos y bendijo la unión de sus manos, aquel acto no era un matrimonio, ni siquiera tenía valor para la ley o para la iglesia, pero ellos se sentían satisfechos en su fe.

 

Partieron al amanecer, con rumbo desconocido…

 

La vegetación exuberante tenia embobados a los cientos de turistas que visitaban aquella región, un experto guía los condujo por un camino lleno de sonidos selváticos, los monos aullaron y se columpiaron en las ramas, el sonido de los mapaches saltando entre la hierba y el siseo de las serpientes en los árboles cautivaron la atención de los presentes, a lo lejos, una aldea se divisaba y allí un hotel de cinco estrellas.

 

- ¿Así que aquí es dónde pasas el tiempo cuando quieres esconderte de tu viejo?

 

- La selva es el único lugar donde no me buscará… Además el hotel deja unos ingresos nada despreciables. –Sonrió y sus ojos castaños, oscuros, intensos embrujaron a Piter, sin temor alguno se acercó y le besó en los labios.

 

- No puedo creer que gracias a una corbata estemos en este lugar...

 

- Todo comenzó en aquella elegante tienda…

 

Flash back----

 

Piter se probó el costoso traje oscuro que llevaría el día de su boda, se miró nerviosamente en el espejo, quería mucho a su prometida, pero se encontraba confundido desde el día en que ella lo presento con su cuñado, un hombre joven y apuesto del cual sabía muy poco, salvo por las fotografías de sus viajes por el mundo y los correos que Violeta compartía con él.

 

En aquel momento se sintió más nervioso que de costumbre, no era cosa del traje, en efecto no era la primera vez que se lo probaba, el motivo de su alteración, no era otro que la presencia cercana de Julio César, pues aquel día él había decidido acompañarle ya que también estaba interesado en comprar un vestido elegante para la ceremonia de bodas de su hermana.

 

- Ese color es muy muerto. –Dijo de pronto, acercándose para mirarlo con ojos hambrientos de deseo. –Es tu boda, no tu funeral. –Tomó entre sus manos la corbata negra acariciando con sus dedos los dedos de Piter y sonriendo tomó otra, una de color morado. –Esta combina con tu traje, es discreta, sofisticada… -Se acercó a Piter acorralándolo en el probador y colocó la corbata alrededor del cuello del joven, comenzó a acomodarla. –El color te favorece, hace que te veas más juvenil…

 

- Gra..Gracias… -Tartamudeó sonrojado, pues era la primera vez que se sentía tan cerca de un hombre tan sensual como Julio Cesar, anonadado se miró en el espejo. –Tienes razón, se ve diferente y más jovial…

 

Julio César se acercó a él para ayudarle a quitarse la corbata, fue tirando suavemente hasta deshacer el nudo y de pronto los dos se miraron a los ojos. Piter desvió la mirada, Julio Cesar se mantuvo firme, y tomó entre sus dedos el mentón de su cuñado y sonriendo encantador le miró.

 

- Tenemos casi la misma edad, así que no debes preocuparte… Pronto serás como de la familia, mi cuñado… Mi hermana es afortunada al casarse con un hombre apuesto e inteligente como tu…

 

- Ah, sí. –Se sonrojó mucho más, no estaba habituado a recibir cumplidos, menos por parte de otro hombre.

 

Se miraron una vez más a los ojos, la atracción creció y creció, hasta que llegó a su máxima expresión cuando los dos se acercaron al unísono, y sin temor se besaron.

 

Primero fue un suave roce de labios, después se convirtió en una explosión ardiente, cuando Piter se aferró al cuerpo de Julio Cesar, la mano de uno en el cuello del otro, los cuerpos juntos, la necesidad de tocarse, el juego de sus lenguas entrelazándose una con la otra. Julio Cesar empujó a Piter hacia el vestidor, cerró la puerta. Volvieron a los besos.

 

Las caricias se hicieron intensas, Julio César despojó a Piter de la camisa y le acarició las tetillas, apretándolas con sus dedos, masajeándolas, el joven también tocó el cuerpo del pelinegro de nariz aguileña y rostro varonil, fue desapuntando cada uno de los botones de la camisa y también lo desnudo para ver su torso bien formado y sus brazos fuertes tatuados.

 

Se besaron, y fue Piter quien posó los labios en el pecho de Julio César y mordió con delicadeza los pezones de su futuro cuñado, ardiendo en deseo, sus manos descendieron hacia la entrepierna y acariciaron sin pudor aquella zona, sintiendo por encima de la poca ropa que les quedaba puesta, la erección dura y ardiente. Julio Cesar no se quedó atrás, cayó de rodillas ante Piter y besó su vientre ejercitado y masculino, jugueteó usando la lengua en el ombligo y desabrochó los pantalones para dejar en libertar el miembro húmedo, caliente y elevado del joven. Lo lamió con insistencia, lo engulló, lo devoró con sus besos apasionados, y después se besaron como locos.

 

Piter acorraló a Julio César, contra la pared fue muy fácil abrirle las piernas y hacer que rodeara con ellas sus caderas, se acariciaron y allí se hicieron uno solo, todo sin dejar de besarse, sin dejar de acariciarse, Julio Cesar gimió suavemente, como si fuera un gatito ronroneando en el oído de Piter, excitándolo cada vez más hasta que los dos no pudieron más, y satisfechos se abrazaron luego de mojarse en la privacidad de un probador de ropa.

 

Fin de Flash back -----

 

- Fue amor a primera vista. Me gustaste, te gusté y aquí estamos... –Julio César sonrió tomando la mano de Piter.

 

- ¿Qué pasará después?

 

- Volveremos a casa…

 

- ¿Cuándo?

 

- Cuando mi hermana esté a punto de casarse, mi padre tenga el pecho lleno de orgullo, mi madre esté demasiado entretenida con los invitados y nadie tenga tiempo ni memoria suficiente para hacernos reproches… Entonces volveremos, juntos, tomados de la mano…

 

 

Notas finales:

Gracias por pasarse por aquí!!!

¡¡Comentar es señal de gratitud!!

NOS LEEMOS!!!

 


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