+ : : Prefacio I: : +
−Barnaby-san –le habló Karina –, necesito decirle algo –se interpuso justo en la puerta del elevador.
−Será después –respondió tratando de disimular la ansiedad que tenía por subir hasta el departamento donde Kotetsu lo esperaba –. Ahora tengo asuntos que atender.
−Es sobre el viejo, ¿No? –se cruzó de hombros –, no lo tomes como casualidad, pero justamente vengo a decirte algo sobre él.
+ : : Prefacio II : : +
Kotetsu no tuvo más remedio que irse. Dejó a su hija a cargo de su madre y marchó sin decir adónde. Tomó el primer avión y no se dio cuenta de que Barnaby corría tras de él.
Deténgalo, que alguien lo detenga.
+ : : Capítulo I : : +
Madurez y poca sabiduría, no era el caso de un Sócrates concertado o a la edad de quince años, pero era positivamente héroe. De cuerpo labrado en duro trabajo físico. Un héroe debe estar listo para correr maratones. Dueño de un gesto enfermamente amable y ojos que mostraban caridad cuando había oportunidad. Ya a su forma, a la forma de su modelo a seguir, pero conseguía vivir en paz cuando su hija no le reclamaba su inasistencia al recital, al oratorio o a la graduación.
Limpió su departamento de la última botella de alcohol, se sacudió las manos al ver su querido sillón limpio. En las paredes vio las manchas de los cuadros ya ausentes y se rascó detrás de la boina. El celular sonaba en una esquina mientras él se ponía el chaleco.
Ya sabía que era hombre ocupado, terrible y la teoría del caos le llegó a la mente. Sacudió la cabeza y dejó que el aire llenara sus pulmones. Era una gran decisión, una que iba a tomar solo, talves recibir un par de opiniones, pero no iba a desviarse del camino. El celular de nuevo. Mensaje, tras mensaje. Eliminar. Bandeja de entrada limpia.
−¿Segura de que no quieres ir conmigo? –sacó un par de cajas y las dejó frente a la puerta donde los de mudanzas hacían maniobras propias.
−Más que segura –respondió la jovencita –. Pronto cumpliré dieciséis así que pondré todas mis ganas –levantó el puño derecho –en pasar el examen de admisión a la preparatoria de la ciudad; no podría irme contigo por esa razón.
−Sí, comprendo –movió ligeramente los hombros y firmó unas listas al cargador de voz cantante –. Prometo venir a visitarte.
−Tranquilo –interrumpió –, sé que estarás muy… necesitas descansar, yo creo que esas vacaciones te vendrán bien, así que por mí no te apures –le sonrió y abrazó por un minuto entero –, te extrañaré papá.
−Yo a ti, Kaede –dijo Kotetsu, se aferró más a su hija en cuanto recordó un pequeño inconveniente.
−Aunque será raro no tener dónde enviarte cartas.
−Ah, es que –se separó bruscamente y movió las manos a derecha e izquierda –, yo te escribiré en cuanto llegue. Lo prometo.
−Bueno, no sé quién es más ingenuo, si tu o yo –miró la inconformidad de su progenitor –. Pero por supuesto, ¿crees que Barnaby-san se quede tranquilo en cuanto sepa que te marchas?
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En calma, en calma, se enredan los cuerpos. El Luchador de Siam era color rojo, como el traje y como la ropa. El luchador se batió a la diestra y tocó la nariz en el vidrio, vio claramente el reflejo y sintió un horror espantoso. Al segundo siguiente se alebrestó y lanzó su odio a través del agua. El luchador de Siam era un pez que si fuera humano, sería parecido al dueño.
Si viera a uno igual que él, aunque la ilusión la cause el obvio espejo, el bobo reflejo, el pez exclamará guerra y morirá uno a golpes pues ése es su territorio, ése es su mar, su río y nadie tiene derecho a interponerse entre él y su agua. Ningún otro pez. Aunque sea el reflejo.
Aunque sea su hijo.
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