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Tears por SHINee Doll

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Notas del fanfic:

Notas del capitulo:

Esta historia esconde muchos secretos — aunque tal vez no lo parezca — y estoy segura que sabrás descubrirlos. No diré tu nombre, porque no estoy segura de hacerlo. Tampoco mencionaré tu identidad en este lugar donde nos hemos conocido, porque sería demasiado sencillo que te encontrasen. Y no lo deseo, porque sólo yo debo tenerte. Soy egoísta, lo sé, muy egoísta. Esto — TEARS — es para ti, mi niña, para ti que estás ahora leyendo mis palabras, compartiendo mis sentimientos y emociones. Es para ti, porque te gustan las tramas oscuras, esta pareja, mi narración y conocerme a través de las letras. Es para ti, bonita, con todo mi amor.

La primera vez que Kibum sostuvo entre sus dedos una de las navajas de afeitar de su padre, sabía claramente que lo que pensaba hacer no estaba bien, pero no le importó. Mientras contemplaba en el espejo su rostro infantil de doce años, deslizaba la pequeña cuchilla sobre su pálido brazo, abriendo una herida que dolió por días, recordándole que todo fue real. Dormía poco, pensando en lo ocurrido y cada vez más convencido de las palabras pronunciadas por aquel hombre que le trató como un juguete y le lastimó de muchas formas.

“Sé un buen chico, Kibum” , murmuró con su voz rasposa, acariciándole la mejilla. “Este será nuestro secreto. Y si lo dices a tus padres, me encargaré de hundir a tu familia en las profundidades del infierno”. Lo sabía capaz. Asintió ante aquellas palabras y comenzó a retroceder, contemplando en todo momento aquella sonrisa perversa en el rostro del hombre. “¡No lo olvides! ”, lo escuchó gritar mientras corría lejos de aquel lugar.

Tras los arbustos de su propio jardín, Kibum se había ocultado por horas, asustado. ¿Por qué había ocurrido eso? Pensó en contarlo a sus padres, pero no se encontraban en la ciudad, y esa era la razón por la que pudo salir a jugar con Sungmin y Donghae, los nietos de la señora que vivía a media cuadra y que sólo estarían ahí el fin de semana. Nunca debí aceptar ese desafío, se recriminó mientras entraba a la casa pasada la medianoche, ¿cómo iba a saber que él estaba ahí? Forzó una sonrisa cuando Taeyeon, su prima, le preguntó si se había divertido con sus amigos. ¿Debería decirle que esa noche no había ido con ellos sino a la casa de la avenida principal para demostrar que no era un cobarde? ¿Debía contarle que el hombre al que todos admiraban en el Club se encontraba ahí y lo que le había hecho? ¿Podía Taeyeon a sus dieciséis años lidiar con la culpa al saberse responsable de todo lo que le ocurriese, aceptarlo y consolarlo? La vio sonreír contenta y se tragó sus palabras. Es nuestro secreto, repitió lo dicho por él, desapareciendo tras la puerta de su cuarto y ocultándose bajo las sábanas de su cama.

Sus padres jamás notaron que algo era diferente, tampoco que faltaban navajas en el mueble del baño. Kibum encontró en aquellos objetos una salida fácil, una forma de escapar de aquella pesadilla en que se transformó su vida cuando aquel hombre…

Ocho meses después de ese suceso, pocas semanas antes de su cumpleaños, sus padres contrataron a una mujer de sonrisa amable para que se hiciese cargo de él. Ella tenía un hijo, un pequeño de cabellos rojizos que sonreía siempre. Lee Taemin, ese era el nombre del niño. Y Kibum se prometió cuidar de esa sonrisa, porque no deseaba que se la arrebatasen como lo hicieron con la suya. Y con las semanas se volvieron cercanos, quizá demasiado.

Fue una sábado que acompañó a su padres al Club, que el mundo de Kibum se descompuso de nuevo. Sus ojos se habían cruzado con los de aquel sujeto y se forzó a si mismo a sonreírle con amabilidad. No esperaba verlo aún; no estaba listo para eso. Agradeció al cielo cuando anunciaron su partida y se mantuvo en silencio durante el camino de regreso a casa, aunque su corazón latía con fuerza y un nudo se había formado en su garganta.

“No vales nada, Kibum” , escuchó en su mente. “Nunca serás nadie. Deberías agradecer que me fije en ti. Deberías estar feliz porque soy yo” . Bajó del auto y se dirigió al jardín trasero, ocultándose tras los arbustos, bajo la sombra del árbol más bonito de aquel lugar. Se alzó un poco la camiseta, delineando con sus dedos la sombra de lo que alguna vez fue una letra grabada en su vientre con una navaja de bolsillo. Dio un golpe al suelo, recordando el momento justo en que él la había hecho, lo que dolió sentir aquella punta filosa dibujando en su piel. Apenas se notaba la forma original bajo la telaraña de pequeños aruños que se hizo en todo ese tiempo, pero en ese momento justo Kibum era capaz de apreciarla como el primer día. Buscó la pequeña caja de plástico oculta bajo las flores cercanas y miró el contenido con una seguridad que no creía poseer a esas alturas. Sus dedos temblaron cuando tomó el objeto plateado, pero no vaciló cuando la acercó a su vientre. Cerró los ojos, apoyándola sobre su cuerpo.

— ¡Detente! — Kibum se congeló, asustado al saberse descubierto. — No lo hagas más, por favor.

Se miraron por lo que parecieron horas, con los labios apretados y las palabras negándose a salir. Kibum fue el primero en retirar la suya, cohibido por el torrente de emociones que se reflejaban en aquellos ojos infantiles del pelirrojo. Lo sintió acercarse y suspiró, dejando que le quitara la pequeña navaja de los dedos y la tirara al suelo, pisándola como si fuese un insecto. Aquello se le antojó tierno, pero no se atrevió a sonreír siquiera. No pudo.

— Kibum, ¿por qué sigues lastimándote? — rodó los ojos, poniéndose de pie y dispuesto a irse. Es Taemin y sólo tiene once años, se dijo mentalmente, volviendo lo andado y mirando al pequeño que ahora bajaba el rostro entristecido. — No me gusta verte así. No me gusta ver que te hagas daño. — el corazón del mayor se encogió.

— Aún eres pequeño, Taemin. — le acarició la cabeza de forma maternal, como debía haberlo hecho alguna vez su propia madre. — Cuando crezcas un poco…

— ¡También eres un niño! — le acusó enfadado, inflando sus mejillas. — Tienes trece años, Kibum, no eres un adulto.

— Jamás lo entenderías. — no puedes entenderlo porque no has vivido lo mismo que yo.

— Somos amigos, ¿verdad? — soltó de repente, sorprendiendo al rubio. — Los amigos no tienen secretos.

Kibum sonrió ante aquellas palabras; en parte sorprendido por la madurez de aquel revoltoso pequeño dos años menor que él, en parte encantado por aquella inocencia que representaba su joven compañero. Inocencia. Su sonrisa desapareció al tiempo que un rostro se dibujaba en su mente. Su corazón se detuvo un momento, luego latió con tanta fuerza que dejó de escuchar lo que hablaba el más chico. Se sintió atrapado nuevamente por aquel hombre dentro del cobertizo de la enorme casa que se decía estaba embrujada. Una mano en su brazo, alguien tirando de él, las cosas perdiendo su forma, la voz de su tutora a lo lejos, Taemin gritando. Oscuridad.

Despertó dos horas más tarde, en la cama de su habitación, arropado con dos mantas y con un pañuelo húmedo en su frente. Lee Taemin asomó su cabecita, sobresaltando al rubio que obviamente no esperaba verlo ahí. El pelirrojo suspiró aliviado cuando los ojos felinos se encontraron con sus orbes claros.

— ¿Estás mejor? — preguntó dulcemente, sentándose sobre la cómoda cama. — Mi madre se ha asustado mucho, creo que más que tus padres.

— No me sorprende. — murmuró con cierta tristeza. — Mi tutora me quiere más que ellos, al parecer.

— No digas eso, Kibum. — regañó el niño, sonriéndole ampliamente. — Es sólo que mamá es así. Tus padres te quieren muchísimo. — hizo un gesto con sus manos, ganándose una sonrisa falsa que parecía real. — ¿Te lastimas por eso?

Taemin no parecía dispuesto a dejar el tema. Gimió, cubriéndose con ambas mantas el rostro. ¿Cómo explicarle a un niño algo que ni siquiera sus padres sabían? ¿Cómo contarle una historia que el mismo se negaba a aceptar que hubiese ocurrido?

— Taemin. — le llamó en tono suave, mordiéndose el labio antes de hablar de nuevo. — Debes prometerme algo. — el menor le miró largamente, esperando que continuase. — Prométeme que nunca irás a la casa en la avenida principal, esa que compró el dueño del Club. — el pelirrojo estaba confundido por aquellas palabras, especialmente ante el rostro serio del rubio. ¿Por qué no podía ir? — Nunca pongas un pie en el cobertizo de esa casa, no importa cuanto te reten para que lo hagas; ¿puedes hacerlo?

— Sólo si tú me prometes no volver a lastimarte de esa forma. — Kibum sonrió, cada vez más seguro de la madurez de aquel infante.

— Es una promesa. — murmuró dramáticamente, permitiendo que el pelirrojo le diese un abrazo.

— Es una promesa. — repitió Taemin, mirando los ojos felinos.

Una promesa rota. Kibum caminaba de un lado a otro, preocupado. Su madre le miraba sin pronunciar palabra alguna. ¿Por qué el chico parecía tan nervioso? Soltó un largo suspiro, levantándose y tomándolo por los hombros. Los ojos pequeños se llenaron de lágrimas que nunca empaparon su rostro y el rubio se deshizo en sus brazos, aferrándose apenas a su blusa, temblando con fuerza.

— No lo encuentran todavía. — dijo con dificultad, tratando inútilmente de controlar los espasmos de su cuerpo delicado — Taemin no aparece…

— El chiquillo ese. — habló despectiva la mujer, sorprendiendo a su hijo. — ¿No habrá escapado de casa?

— Taemin ama a su mamá. — cortó brusco, apartándose de aquellos brazos. — Él nunca le haría algo como eso. Además, sus amigos dijeron que lo vieron…

— Sí, sí. — interrumpió molesta. — ¿Qué con eso? — Kibum jamás sintió tantas ganas de golpear a alguien.

A sus catorce años, Kibum pensaba que las cosas podían mejorar; pero se estaba dando cuenta que no era así. Escuchó la puerta abrirse y su padre apareció. Casi corrió hasta él, preguntando una y otra vez lo que sabía de Lee Taemin, su único verdadero amigo. El hombre le acarició los rubios cabellos con torpeza, negando en silencio.

— Díselo de una buena vez. — exigió la mujer, con sus ojos llenos de enfado. — Me tiene los nervios hechos pedazos. No soporto escucharlo hablar del niñito ese…

— No son buenas noticias. — aseguró de inmediato, asustando al menor. — Lo encontraron, pero…

— ¡No lo digas! — gritó, cubriéndose el rostro con ambas manos. Lo sabía ya, lo sabía.

— Que lo escuche. — habló de nuevo su madre. — Es hora de que madure.

— Es posible que no pase de esta noche. — aquellas palabras fueron muy serias, realmente duras.

— Quiero verlo. — se tensó, sus labios temblaron. — Quiero ver a Taemin — una negativa. Inhala, exhala; cálmate. — ¡Llévame al hospital! — una bofetada y la mirada cansada de aquella mujer que poco a poco terminaba de acabar con el cariño que le tenía. Su padre mirándolo serio, también enfadado. Kibum corrió fuera de ahí, tropezando un par de veces mientras subía la escalera, encerrándose en su habitación con el rostro pálido y el estómago encogido.

— Te lo dije, Taemin. — se dejó caer en la cama, aferrándose al cobertor. — Prometiste no entrar, ¡me lo prometiste! — golpeó el colchón con sus puños hasta quedarse dormido, recordando más que nunca aquella tarde que cambió su vida para siempre y de la que no habló con nadie. Jamás debería haber puesto un pie en esa casa, ¡nunca!

Durante el desayuno, apenas pudo probar un poco del jugo de naranja. Se sentía mareado, demasiado enfermo para tratar de comer siquiera. Su madre hablaba animadamente mientras bebía de su café, planeando una elegante cena en el Club al que asistían cada fin de semana. Odiaba el Club, odiaba a la gente que había en él. Su padre apartó el periódico y se puso de pie cuando le indicaron que tenía llamada. ¡Taemin! , gritó Kibum en su mente cuando reconoció el nombre de su tutora.

— Ella dejará de trabajar para nosotros. — se aventuró a comentar su madre, mirándolo con seriedad. — No está educándote como es debido. Y su hijo parece ser una mala influencia para ti. Y eso que sólo es un niño. Por Dios, Kibum, deberías comportarte de acuerdo a tu edad. — también soy un niño, se dijo en un susurro que ella no escuchó. — ¿Qué ha dicho? — preguntó a su marido tan pronto volvió a la mesa. Se miraron por algunos minutos en silencio y luego ella asintió.

— No pasó la noche. — dijo al fin, leyendo el periódico con interés. — Era de esperarse después de ver la forma en que le encontraron.

Kibum se levantó tambaleante de la silla e ignorando los gritos de sus padres corrió escaleras arriba y se encerró en su habitación. Temblaba incontrolablemente aovillado a lado de la puerta. Dolía, dolía mucho. Se imaginó a Taemin indefenso ante aquellos espeluznantes ojos oscuros y su corazón se encogió dentro de su pecho. Taemin gritando por ayuda, Taemin llorando, Taemin, Taemin, Taemin.

Su cuerpo reaccionó violentamente; se estremeció y los espasmos comenzaron. Trató de levantarse, pero las piernas no le sostuvieron más que un par de pasos. Y de rodillas en el suelo, se inclinó hacia adelante y vomitó sobre la alfombra, con las lágrimas corriendo por su rostro y perdiéndose en su mentón. Cerró los ojos con fuerza, repitiendo una y otra vez en su mente que aquello no debería haber ocurrido. Y todo se volvió nada al tiempo que la oscuridad lo envolvía.

Despertó muchas horas después en el mismo lugar donde perdió la consciencia. Una de las tantas sirvientas limpió la alfombra con su rostro preocupado, siendo observada en todo momento por los ojos felinos rojos e hinchados. Kibum no pudo dormir aquella noche ni ninguna de las que siguieron, tampoco pudo probar alimento alguno. Sus padres le impidieron asistir al funeral de su amigo, no pudo ponerse en contacto con la que fue su tutora. Como si nunca se hubiesen conocido.

— Rompiste tu promesa, Taemin. Me mentiste, pero te he perdonado ya. — se miró al espejo, arrodillado en el piso de su alcoba. Dolía mucho pronunciar su nombre, pensar en él. — Lo siento mucho, Taemin, lo siento tanto — murmuró a la nada, creyendo ver en la oscuridad aquellos preciosos ojos llenos de curiosidad infantil. — Sé que prometí no hacerlo nunca más, pero no puedo… Ya no… Por favor, perdóname tú también.

Una punzada de dolor se extendió por su piel sensible. Igual que la primera vez. Nadie sospechó nunca lo que ocurría tras aquella puerta cerrada con pestillo, ni siquiera alguna de las criadas cuando veían la ropa manchada de sangre. Kibum nuevamente encontró su consuelo en aquella pequeña navaja que se enterraba en su cuerpo y se llevaba con cada herida un poco de ese dolor emocional que lo consumía lentamente. Las cosas cambiaron completamente, el tiempo siguió corriendo, su sonrisa no volvió a ser la misma nunca. Y, al final, los recuerdos comenzaron a volverse difusos.

Cuando conoció a Kim Jonghyun, el rostro de Kibum se iluminó y en sus labios bailó una sonrisa. Le tomaría un par de semanas volverse amigo del chico de cabellos castaños y ojos curiosos, pero tan pronto lo consiguió se dijo que jamás haría algo que pudiera llevarlo a arruinar esa relación. Sin embargo, Kim Kibum no sabía en ese entonces lo que el destino le tenía preparado. Seis meses después de aquel primer contacto, ambos muchachos se vieron presos de un sentimiento que los confundía y orillaba a buscar la compañía del otro, hasta que finalmente fueron sus labios los que se encontraron y la amistad cambió de nombre.

— ¿Crees que sea un buen momento? — cuestionó Kibum, aferrándose con ambas manos al teléfono. — Estamos comenzando y… Lo sé, tampoco deseo que las cosas sean así, pero… Jonghyun, por favor, entiende que… Está bien. — suspiró, colgando. No más secretos, se prometió, fingiendo una sonrisa y regresando al salón donde se encontraban sus padres.

— ¿Quién ha llamado? — preguntó su madre, apartando el libro que leía y mirándolo.

— Kim Jonghyun. — ambos asintieron, recordando la primera vez que el muchacho pronunció aquel nombre.

— Ah, ese amigo tuyo. — habló su padre, volviendo su atención al diario.

— Jonghyun no es mi amigo. — los adultos permanecieron en silencio, esperando que continuase. — Es mi novio.

A Kibum le hubiese gustado que sus padres dijesen algo, que le gritaran o le dieran un largo sermón sobre las Sagradas Escrituras, finalizando con aquella trillada frase que decía: “la homosexualidad es pecado”; pero no fue así. La mujer volvió a sumergirse en su lectura y el hombre dejó la habitación para subir al estudio. Y, por primera vez en quince años, esa noche cenó completamente solo en el comedor familiar.

Subió la escalera con el estómago hecho nudo, preguntándose qué había pasado con sus padres, por qué no bajaron como debía ser. Pensó en ir a su alcoba, pero la curiosidad terminó ganándole y pronto se encontró frente a la puerta de sus padres, pegándose a ésta para tratar de escuchar lo que estuviesen hablando.

— Lo has escuchado tu misma. — pronunció su padre con recelo. — Tu hijo es un maldito marica.

— ¿Mi hijo? — inquirió ella con tono ácido. — Querrás decir tu hijo, porque yo recuerdo claramente que nunca quise ser madre.

— Lo consentiste demasiado. Lo echaste a perder, como todo lo que cae en tus manos. ¿Qué haremos ahora, eh? ¡Será la vergüenza de todos! — sus piernas perdieron fuerza, se sintió mareado, pero no era capaz de alejarse de ese lugar. — Ahora todos hablarán del hijo maricón de los Kim. — se quejó de nuevo, hablando en tono despectivo. Kibum podía imaginar su rostro enrojecido y sus ojos entornados. — ¿Es eso lo que quieres? ¡Contéstame, con un demonio!

— Deja de hablarme como si fuera mi culpa. — la escuchó levantarse, lanzar el florero al suelo. — ¿Crees que no me importa lo que dirán en el Club, lo que pensarán mis amigas? — el rubio rodó los ojos al escuchar a su progenitora. — ¡Claro que me importa! — tan superficial, tan hueca, tan tonta.

No pudo escuchar más. Gente idiota hay en todas partes, se recordó con enfado. A pesar de ello seguía doliendo. Cerró la puerta de su habitación con pestillo y se dejó caer en la gran cama de cobertores pastel. ¿Y ahora qué? Pasó el resto de la noche contemplando el techo blanco, llenándose de dudas e inquietudes. Y ese fue sólo el comienzo.

Un mes después, Kibum pensó que comenzaba a volverse loco. Las discusiones con sus padres iban en aumento, no había hablado con Jonghyun desde aquella tarde, no podía salir de casa y nadie debía entrar. Como una cárcel, pensó burlonamente, contemplando su reflejo. Treinta largos días que no hicieron más que destruir su autocontrol y derribar sus muros. Se sumía en sueños ligeros que acaban en el momento que los recuerdos le traicionaban y sus gritos hacían eco en la habitación fuertemente asegurada desde fuera. Y para empeorar todo, la última semana la ciudad quedó oculta bajo nubes negras que descargaban su furia cada noche.

Kibum llegó a su límite el día número treinta y tres de aquel encierro.

Contempló por algunos segundos la pequeña navaja entre sus dedos, tratando de enterrar las memorias que regresaban al tener ese objeto en sus manos. Un escalofrío le recorrió cuando un hilillo de sangre se deslizó por la piel desnuda de su muslo; un espasmo, otro más y finalmente se vino abajo, con tres líneas sangrantes y su cuerpo temblando en medio de una habitación olvidada entre relámpagos y truenos.

Luego de seis largos meses donde estuvo cautivo en su propio hogar, el carácter del menor se debilitó considerablemente, al igual que su cuerpo. Se desvaneció a mitad de la sala mientras sus padres discutían nuevamente por él, alertando a todos los presentes de su estado. Fueron los sirvientes y su nuevo tutor los primeros en reaccionar y llamar a un médico. Kibum jamás imaginó que abriría los ojos para encontrarse rodeado de doctores en una pequeña y blanca habitación de hospital.

— Ha despertado. — señaló uno de aquellos médicos jóvenes, cruzando sus miradas. — ¿Cómo te sientes? — le preguntó de repente, acercándose con una pequeña sonrisa. — Nos has preocupado a todos… Kibum. — completó después de revisar sus notas.

— Te sentirás un poco débil durante un par de días. — pronunció el doctor de edad avanzada, tomándole la temperatura.

— ¿Cuánto tiempo tengo aquí? — por alguna razón se sentía desorientado.

— Cuatro días. — respondió la única mujer presente. — Estuviste inconsciente todo este tiempo.

Le preguntaron algunas cosas que creyó fuera de lugar y revisaron cada uno de sus signos vitales. Nadie mencionó a sus padres y él tampoco preguntó por ellos. El primero en retirarse fue el doctor de edad más avanzada, recordándole que debía descansar. Luego se fueron tres de los cuatro residentes, hablando entre ellos de ese par de orbes gatunos que les miraron con cansancio todo el tiempo. El único que quedó en la habitación fue aquel que se dio cuenta de su despertar.

— Kibum. — le llamó amablemente. Volvió sus ojos pequeños hacia él, encontrándose una sonrisa que denotaba preocupación. — Mi hermana hacía lo mismo que tú. — el rubio siguió en silencio, esperando que continuase con su charla. — Nunca pude comprender la razón; no pude ayudarla.

— Ella… — el médico asintió, impidiéndole pronunciar aquella palabra. — Lo siento.

— También yo. — sonrió de nuevo, pero sus ojos lucían demasiado tristes. — ¿Me dejarás ayudarte a ti? — no supo por qué, pero asintió.

— Jaejoong, ven aquí. — un muchacho alto se asomó por la puerta y el rostro del joven médico se iluminó al verle. — Oh, disculpa, no sabía que ya estaba despierto.

— Yunho, él es Kibum. — le dijo amablemente y el otro entró a la habitación mirando al nombrado. — Kibum, Yunho también estará a cargo de ti. — trató de sonreírle, pero le resultó imposible. Estaba muy cansado, sus ojos se cerraban. — Deberías descansar un poco. Volveremos para la hora del almuerzo, ¿está bien? — asintió, girándose.

— ¿Es el chico de los cortes? — abrió los ojos de golpe, escuchando al que respondía al nombre de Jaejoong regañar al otro. Sin embargo, aquellas palabras se grabaron fuertemente en su cabeza. El chico de los cortes. Todos lo sabían ahora. ¿Sus padres…? Se obligó a no pensar más en ello y trató de dormir, consiguiéndolo poco después.

Estuvo una semana más en aquel hospital, siendo vigilado muy de cerca por aquel que deseaba ayudarle. Sus padres se negaban a verle y, contrario a lo que esperaban al darle la noticia, a él no pudo importarle menos. Jonghyun lo visitó cada tarde, brindándole sonrisas que le permitían recobrar el ánimo poco a poco. Todos estaban advertidos del deseo del rubio de no contarle al castaño lo ocurrido.

— ¿Por qué estás aquí? — le preguntó el primer día que fue a visitarlo, acariciándole la mejilla. — He preguntado por ti y nadie me ha dicho el motivo.

— Sabes que tengo un cuerpo débil. — sonrió, restándole importancia; el mayor asintió. — No soporté la situación en casa como lo hubiese querido. Se han tomado tan mal la noticia de nosotros que incluso ahora se niegan a estar conmigo. He enfermado por eso…

— Kibum, ¿por qué no vienes a casa conmigo? — jamás pensó escuchar aquellas palabras.

Asintió, sonriendo, y Jonghyun depositó un beso en su frente. Luego se había marchado, prometiendo volver cada tarde mientras estuviese ahí.

— Es… agradable. — comentó Jaejoong al cuarto día de visitas consecutivas, fingiendo que leía unos papeles. — ¿Son buenos amigos?

— Podría decirse que algo más. — respondió avergonzado, jugando con la cuchara y la gelatina. — No estoy seguro de lo que somos. Éramos buenos amigos, luego quisimos ser algo más y mis padres nos apartaron. No nos vimos por más de seis meses… No quiero preguntárselo.

— ¿Es por eso que comenzaste a hacerte daño? — la cuchara golpeó el suelo, los ojos de Kibum se abrieron por la sorpresa. — ¿Esa fue la razón, Kibum?

Yunho apareció en ese momento, terminando la incómoda conversación y recordándole a su compañero que no debía alterarle. No supo si sentirse agradecido o enfadado por aquel trato para con él. Aún tenía grabadas las palabras del mayor de sus cuidadores. ¿Cuántos otros le llamarían del mismo modo dentro del hospital? ¿Cuántas personas comentaban su caso por los largos pasillos? ¿Cuántos más le miraban con lástima o le hablaban con condescendencia? ¡Y luego estaban sus padres! No podía andar caminando por ahí sin que alguna enfermera o doctora le acariciara los cabellos de forma maternal diciéndole que lucía bien. Ya estaba cansado.

Cuando le dieron de alta, Jonghyun lo acompañó a casa y le esperó en la entrada durante dos horas. Kibum salió con dos maletas y el rostro ensombrecido. Sus padres habían ordenado a las empleadas preparar sus cosas tan pronto anunció que seguiría con aquella relación que ellos se negaban a aceptar. No le gritaron ni recriminaron nada, tampoco le miraron; se limitaron a seguir con sus vidas de cuento mientras él esperaba pacientemente que bajasen sus maletas para irse de esa casa que jamás sintió suya. Forzó una sonrisa al despedirse de ambos y se sintió aliviado cuando la puerta principal se cerró tras él.

Había cumplido dieciséis años mientras estaba en el hospital y se prometió a sí mismo, con la sonrisa triste de Jaejoong al decirle que se cuidara muy presente, no volver a lastimarse. La última vez que lo había hecho escribió con cuidado el nombre de su único amigo de infancia a la altura de su tobillo izquierdo, pensando que no habría cicatriz más bonita que aquella que decía “Taemin”. La última, repitió todo el tiempo.

Su padre lo buscó cuatro meses después de que se marchase, arrepentido de muchas cosas. Kibum le recibió por cortesía, escuchando sus disculpas que parecían sinceras y abrazándolo después de susurrar un “te perdono” que alivió al hombre. Con su madre no fue sencillo, porque incluso mientras yacía en su cama con la vida escapándosele en cada respiración, se negó a verle. Su padre le había explicado que ella se encontraba enferma y su tiempo se agotaba; él mismo se encontraba mal, lo sentía, pero se rehusaba a descubrir lo que estaba consumiendo su vida. Kibum entendió que necesitaban su perdón para encontrar un poco de paz y esa fue la razón por la que dejó el departamento de Jonghyun y volvió a la casa de sus padres, donde estuvo hasta que su madre falleció con su mano sosteniendo la suya.

— ¿Qué es? — preguntó al observar la caja negra que su padre colocó cerca de su plato.

— Es un regalo. — murmuró el hombre, sentándose en la silla a su lado y mirándole cálidamente. — Tu cumpleaños diecisiete será dentro de un par de meses y es posible que ya no esté aquí para ese entonces.

— Exageras. — le regañó, soltando el lazo azul. — Faltan seis meses aún y el doctor ha dicho que tu salud es excelente. — en la pequeña caja se encontraba un juego de llaves que su padre le indicó eran de un lujoso departamento en uno de los mejores lugares de la ciudad. — ¿Lo dices en serio? — preguntó sorprendido, mirándolo con emoción.

— Creo que es tiempo de que vuelvas a retomar la vida que has elegido. — colocó su mano sobre la suya, sonriéndole. — El departamento de Jonghyun es demasiado poco para mi único hijo. — Kibum no salía de su asombro. — Mandaré el camión de la mudanza mañana mismo. Dile a Jonghyun que venga a cenar esta noche.

Kibum tardó en darse cuenta que su padre estaba tratando de remediar todos sus errores; bueno, al menos aquellos que aún podía corregir. Lo que el rubio desconocía eran todos los malos negocios de su progenitor, mismos que lo tenían ahogado en deudas y con un par de amenazas por parte de prestamistas poco pacientes. Después de que la mudanza estuvo hecha, el hombre anunció su viaje fuera del país y nunca volvió a saber de él, a pesar de que prometió mantener el contacto y revelarle el último secreto que le atormentaba. Se resignó a nunca escuchar las palabras que él aseguró decirle.

Las cosas pintaban diferente ahora que había cumplido diecisiete años. Tenía un bonito apartamento, cortesía de su padre, y un novio maravilloso que cuidaba de él. Kibum se sabía profundamente enamorado de aquel que esperó por él durante meses y soportó los numerosos problemas acarreados por el tiempo. Dos años difíciles para ambos, pero que al final merecieron completamente la pena. Al menos eso pensaba él.

Sintió los labios de Jonghyun sobre los suyos y le rodeó el cuello con ambos brazos, perdiéndose en aquella caricia que le robaba el aliento y aceleraba su corazón. A veces se sorprendía de la forma en que reaccionaba su cuerpo ante el hombre que ahora le desvestía con paciencia, apenas tocando su piel clara con la punta de los dedos. Jamás se asustó de Jonghyun, jamás recordó aquella pesadilla estando con él. Su novio era demasiado dulce, demasiado perfecto. Apagó las luces antes de conducirlo a la cama y tumbarse sobre él, besándolo de una manera más apasionada y tocando su pecho desnudo.

— ¿Por qué siempre apagas la luz? — le cuestionó una tarde, meses atrás.

Jonghyun le había sonreído de esa forma torcida que a él le encantaba, con sus ojos brillando maliciosos. — Hace todo más emocionante. Despierta el resto de los sentidos.

Kibum no dudó de aquella respuesta en ese momento, pero ahora la inquietud volvía a él. ¿Sería realmente ese el motivo o…? No pensó en nada más cuando los labios de su novio se deslizaron por su cuello y comenzaron a descender más cada vez. No pensó en absolutamente nada que no fuese ese maravilloso hombre al que amaba.

Cuando despertó a la mañana siguiente, la sonrisa que comenzaba a formarse en sus labios desapareció de inmediato. Se encontró con la mirada de Jonghyun fijamente en él, contemplando su cuerpo apenas cubierto por la ropa interior. Normalmente despertaría envuelto en una sábana, pero esta vez no fue así y se sintió expuesto en demasía. ¿Qué pensaría él de…?

— ¿Qué es esto? — sus ojos de cachorro se mostraron incrédulos, hasta cierto punto molestos.

— No es nada. — se excusó el menor, apartando la mirada.

— ¿Llamas a esto nada? — Jonghyun delineó con la punta de sus dedos la pequeña marca rojiza que resaltaba en la blanca piel de su novio, la quinta línea en aquella porción al descubierto, pero que sin duda alguna era la más reciente. — ¿Cuándo ha ocurrido? ¿Cuándo te has…? — cortado, lastimado, mutilado. No pudo pronunciar ninguna de esas palabras, pero las pensó todas a la vez.

— Realmente no es nada, Jjong. — Kibum se sentó en la cama, cubriéndose con la sábana. — Sólo… Yo…

— No me interesa. — repuso de inmediato, levantándose y comenzando a buscar su ropa.

— ¡No te importó anoche! — se quejó el rubio, ofendido, dolido.

— Estaba oscuro. — ¡que excusa más pobre!, pensó el de ojos felinos.

— Kibum, de verdad, basta ya.

— ¿Basta con qué? — enarcó una perfecta ceja, retándole con la mirada.

— Te lo dejé pasar antes, traté de comprenderlo y llegué a pensar que lo habías superado.

— ¡Lo superé! — chilló frustrado. ¿Por qué no podía entenderlo?

— No mientas, por favor. — el castaño revolvió sus cabellos, mordiéndose el labio con una mezcla de emociones en su rostro masculino. — Sé que lo sigues haciendo y yo… Kibum, ya no puedo soportar ver que te lastimes. Lo siento.

— ¿Eso es lo que harás? — cuestionó, aferrándose con fuerza a la sábana. — ¿Vas a irte, a escapar? — siempre tan irónico, tan venenoso. — ¿Eso es todo, Jonghyun?

— Se acabó, Kibum. — cerró los ojos, contuvo las lágrimas, no pronunció palabra alguna. — Adiós.

Y finalmente comprendió mejor las cosas.

Abrió los ojos de golpe, con la respiración agitada. Una pesadilla, se dijo un par de veces, pero sabía que aquello era uno de los tantos recuerdos que permanecían enterrados en su memoria. Kim Kibum, a sus diecinueve años, estaba seguro que aquella época donde confió en Jonghyun estaba más que olvidada; aunque ahora todo parecía señalar que no era así y que la experiencia vivida años atrás era lo suficientemente impactante para seguir grabada en él.

— ¿Qué habrá pasado contigo, Jonghyun? — preguntó a la nada, recibiendo como única respuesta dos golpes en la puerta. — ¡Ya voy!

Salió de la cama lentamente, sintiendo el cuerpo pesado. Suspiró, recordándose que después de ese día finalmente tendría una semana para descansar. ¡Al fin! Se dirigió a tomar una ducha, tarea que le tomó cuarenta largos minutos y le dio mucho en qué pensar. Mientras se vestía, la imagen de aquel chico regresó a él, llenando sus ojos de lágrimas. Se miró al espejo un largo rato, melancólico. El tiempo pasaba demasiado rápido.

Peinó sus ahora negros cabellos con calma, extrañando por un momento el rebelde tono dorado que tuvieron en su adolescencia. Maquilló un poco su rostro pálido y delineó meticulosamente aquellos orbes gatunos que le caracterizaban. Se acarició los labios con los dedos, mirándose a los ojos a través del espejo. ¿Estaba bien ahora? ¿Estuvo mejor antes? ¿Lo estaría alguna vez? Salió de la habitación sintiéndose extraño, inquieto, perturbado.

— Kibum, buenos días. — su compañero de apartamento le dedicó una pequeña sonrisa, animándolo a sentarse a la mesa y probar el desayuno. — Espero te guste; realmente esto de la cocina no es lo mío. — asintió, jugando con el tenedor y aquello que debía suponer era la comida. — Estás muy callado hoy. — señaló el de orbes profundas, mirándolo ceñudo. — ¿Ha ocurrido algo anoche con Jinki?

— No es nada, Minho. Sólo he dormido mal. — llevó el tenedor a sus labios, pensando que aquello no sabía tan mal como aparentaba. — No quiero hablar de Jinki, ¿está bien? — agregó poco después, bajando la mirada. El otro asintió, confundido.

— Está bien, aunque no entiendo el motivo. — Minho siguió desayunando, curioso por aquellas palabras dichas por su compañero. — Kibum. — le llamó algunos minutos después, preocupado al verlo tan ensimismado. El nombrado trató de disimular una mueca cuando sintió la mano del alto posarse en su muslo, exactamente en el lugar donde había trazado una línea la madrugada anterior. — Confía en mí, por favor.

— Me voy antes. — señaló levantándose de la mesa y abandonando el apartamento después de tomar su bolso.

Minho bufó, apartando el plato y sujetándose la cabeza con ambas manos. ¿Debería seguir fingiendo que no sabía nada y dejarlo que se lastimase más y más cada vez?

— ¡Kibum! — gritó apenas salió del edificio. — ¡Espera! — echó a correr hacia el de cabellos oscuros, alcanzándolo tres cuadras más adelante. — No entiendo por qué siempre debo correr tras de ti, ¿tan difícil te resulta esperarme? 

— No has terminado de desayunar. — le acusó el de ojos felinos, forzando una sonrisa. — No me culpes más tarde por ello.

— No lo haré. — respondió bajito, observándolo de reojo mientras caminaban a la universidad.

El semáforo cambió de color y la luz blanca que indicaba el paso de peatones se encendió. Minho bajó la acera, pero volvió sobre sus pasos al percatarse que su compañero no le seguía. Kibum estaba congelado, con los ojos muy abiertos y los labios apretados. Se estremeció completamente, su respiración se volvió irregular. El alto trató de seguir su mirada, encontrándose con un hombre un tanto mayor observando con intensidad al muchacho de ojos felinos. El desconocido sonrió y ese fue el momento exacto en que Kibum echó a correr en la dirección contraria a la que iban en primer lugar. Minho tardó en reaccionar, pero apenas lo hizo corrió tras él, preocupado.

— No. — gimió, tropezando con un par de personas al doblar en una esquina. — ¿Por qué justo hoy?

— ¡Kibum! — escuchó la voz de Minho, pero no pudo detenerse. Subió las escaleras a trompicones y abrió el departamento con sus manos temblando, escuchaba a su compañero correr por las escaleras. — Kibum, por favor. — rogó, empujando la puerta con fuerza y obligando al otro a apartarse de ella. — Por favor.

Atrapó el cuerpo del pelinegro entre sus brazos, sintiendo al mayor temblar incontrolablemente. Nunca le había visto de esa forma. El de ojos felinos balbuceaba cosas que apenas podía escuchar, con las manos cubriendo su rostro y su cuerpo agitándose violentamente. Minho pensó que lloraría, pero eso nunca ocurrió. Kibum se apartó varios minutos después, con sus ojos vacilantes y sus movimientos nerviosos. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo actuar?

— ¿Quién era? — cuestionó pasado un tiempo de tenso silencio.

— Nadie. — no le creyó, jamás podría. — Necesito…

Kibum detuvo sus palabras cuando Minho tomó su mano y lo llevó a su habitación, cerrando la puerta torpemente. Sus ojos felinos no perdían detalle alguno del que ahora revisaba un par de cajones y soltaba maldiciones en voz baja. Mientras se encontraba sentado en la cama, se preguntó por qué no detenía al menor, echándolo de su cuarto y prohibiéndole volver a tocar algo que no fuese suyo, pero no se sentía con fuerza suficiente para ello.

— Aquí está. — soltó de repente, mostrándole una de las tantas navajas que guardaba cuidadosamente en una caja negra.

— Minho, yo… — su mundo se vino abajo ante aquella imagen. No supo qué decir o cómo reaccionar. ¿Cuándo se había dado cuenta que él…?
El alto se acercó con el rostro serio y la determinación reflejada en sus orbes oscuros. Colocó la pequeña navaja en la mano del pelinegro, quien la contempló por largo tiempo sin pronunciar palabra alguna, para luego dirigir su atención al que ahora se remangaba la camisa y extendía su brazo hacia él.

— ¿Necesitas cortar algo? — preguntó firmemente, con el dolor palpable en su voz. — Entonces córtame a mí, Kibum. — los ojos felinos se llenaron de lágrimas, los labios del chico temblaron. — No eres el único que resulta lastimado, ¿sabes? — le sujetó la mano que aún sostenía la navaja y la acercó a su piel. — No eres el único que sufre. — continuó. — He estado contigo por más de un año. Dejaste de hacerlo y me sentí aliviado, pero anoche…

— Minho, por favor… — se soltó del agarre del alto, tirando la navaja al piso como lo hizo Taemin en su infancia. — No lo digas; no me dejes también tú.

Y por primera vez en casi seis años las lágrimas se deslizaron por sus mejillas al tiempo que se ponía de pie y se aferraba al menor. Minho lo abrazó con fuerza, escuchando los sollozos convertirse en gritos. Acabaron ambos arrodillados en el piso, aún abrazados, con los ojos rojos e hinchados. La tensión del ambiente había sido sustituida por una tranquilidad que permitió a sus corazones descansar un poco.

— Jamás podría dejarte. — habló primero el alto, acariciando los cabellos negros nuevamente. — Jamás podría, Kibum.

— Lo siento. — se disculpó bajito, avergonzado, aun sujetando su camisa con ambas manos. Nuevas lágrimas empapaban su rostro.

— No tienes por qué. — sonrió suavemente, aunque el mayor no le vio. — Llora todo lo que necesites, Kibum. — murmuró tierno, reconfortándolo. — Ese es el primer paso para superarlo: llorar. Deja que sean tus lágrimas las que sustituyan el filo de la navaja, las que sanen todas esas heridas que no pueden verse. — el de cabellos negros asintió, ocultando el rostro en el pecho de su compañero, permaneciendo de esa forma mucho tiempo. Sólo necesitaba a Minho en ese momento.

Le tomó a Kibum todo el día y la mayor parte de la tarde poder contarle a Minho esa historia que nadie más conocía, narrándole cada detalle y mostrándole cada cicatriz. Los ojos grandes siguieron cada marca con detenimiento, con asombro, y sus dedos delinearon la última herida abierta mientras se le formaba un nudo en la garganta. A lado de ésta se encontraban seis líneas más, completamente alineadas; la quinta terminaba diferente y la reconoció como aquella vista por Jonghyun la mañana que desapareció.

Fue entrada la noche, cuando Kibum se quedó dormido, que Minho se permitió pensar detenidamente en todo lo acontecido y terminó de atar los cabos sueltos, dando sentido a muchas de las marcas que se dibujaban en la pálida piel del que seguía apoyando en su cuerpo, ahora ambos tumbados en la cama. Lo abrazó un poco más contra sí, enterrando la nariz en los cabellos que alguna vez fueron rubios y le acompañó al mundo de los sueños, esperando que la mañana siguiente todo pintara de otro color.

 

«« Seis Meses Después »»

 

— Si no te das prisa, llegaremos tarde. — se quejó KiBum, haciendo señas a Minho para que caminara más rápido — No entiendo por qué nos pasa esto cada mañana.


— Yo sé la razón, pero dudo que quieras escucharla. — se mordió el labio, captando la mirada del mayor y haciéndolo sonrojar.

— Cállate, Minho. — murmuró avergonzado, escuchando al otro reír. — Si vuelvo a llegar con retraso ten por seguro que la señora… 

Ninguno se percató del muchacho que venía hacia ellos hasta que Kibum y él chocaron, terminando ambos en el suelo con sus libros y un montón de documentos regados. Minho se acercó corriendo, ofreciéndole la mano al pelinegro para que se levantara, pero éste se negó alegando que primero debía ayudar al otro a recoger sus cosas.

— Lo siento mucho. — habló apenado el de ojos felinos, tratando de acomodar algunos de los papeles. — No te vi.

— También debo disculparme. — susurró el otro, mostrando una pequeña sonrisa que el mayor no vio. — No conozco el campus aún y me perdí. — revolvió sus cabellos, cada vez más sonrojado. — Apenas iniciaré clases aquí el próximo semestre y…

— Aquí tienes. — Minho le interrumpió, extendiéndole un folder lleno de documentos. Kibum sonrió, pensando lo torpe que llegaba a ser el alto a veces.

— Gracias. — el menor se levantó finalmente y extendió su mano hacia el de cabellos oscuros, ayudándolo a levantarse. — Por cierto, soy…

No pudo hablar más. Cuando sus orbes se cruzaron con aquellos ojos pequeños, felinos, las palabras murieron en sus labios. Se congeló ante aquel rostro que se había vuelto pálido al verle, como si se tratase de un fantasma. Kibum parpadeó una vez, luego otra más y finalmente cerró los ojos, abriéndolos lento, incapaz de creer aquella imagen. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas y se adueñó del cuerpo delgado del muchacho, aferrándose a su cuello con desesperación, poco importándole el mojarle.

Minho contemplaba la escena en silencio, confundido, mientras un par de estudiantes pasaban murmurando cosas sobre ellos dos y el tercero presente. Observó la pequeña sonrisa que se formó en el rostro del más chico y como sus orbes castaños también se llenaron de lágrimas mientras rodeaba el cuerpo del pelinegro.

— Kibum. — habló el chico, acariciándole los cabellos. — ¡Pero que tonto! Apenas he sido capaz de reconocerte. — el de mirada felina se apartó finalmente, secándose las lágrimas con torpeza. — Has cambiado tanto… — soltó un suspiro, tocando la mejilla del mayor. — Tu cabello. ¡Dios! Han sido al menos cinco años, ¿no?

— ¿C-Cómo es que…? — negó, cambiando sus palabras. — ¡Pequeño idiota! — el menor soltó una risita. — Pensé… Yo creía que… ¡Santo Cielo, Taemin! — chilló, llamando la atención de Minho, quien ahora se acercaba de nuevo y tomaba su mano, tratando de tranquilizarlo un poco. — ¿Por qué demonios estás vivo?

Taemin frunció el ceño, claramente confundido. Para ese momento las clases de Minho y Kibum habían comenzado ya, así que no tenía caso alguno que se presentasen si de todas formas les negarían la entrada. El pelirrojo terminó aceptando acompañarles a la cafetería del campus a cambio de que el mayor de los tres le explicara la razón de su pregunta tan extraña.

— Así que fue eso. — murmuró cuando el de orbes gatunos finalizó el relato. — Estuve en el hospital una semana y cuando me dieron de alta mamá decidió que lo mejor era marcharnos un tiempo. — suspiró. — Ella le explicó todo a tu padre y… Realmente esperé que fueras a despedirte de mí. — sonrió apenado, sonrojándose un poco. — Cuando no apareciste, pensé que te encontrabas realmente molesto conmigo por romper mi promesa. Tenía doce años, ¿qué más podía pensar?

— Dijeron que te encontrabas realmente mal. — Minho apretó su mano, animándolo un poco.

— No tanto como te hicieron creer. — forzó una sonrisa, preparándose para lo que estaba a punto de decir. — ¿Él lo sabe? — señaló a Minho, mordiéndose el labio.

— Hasta el último detalle. — Kibum sonrió, mirando al alto a los ojos. — Nosotros no tenemos secretos.

Taemin les contempló sin decir nada, imaginando el tipo de relación que mantenían ambos. Minho dio un trago a su vaso con café y luego Kibum le imitó, mirándolo de reojo y sonriendo cuando el otro volvía su rostro hacia él. El pelirrojo dudó, pero finalmente soltó un suspiro y se decidió a preguntar aquello que por tanto tiempo le había inquietado.

— Lo que me pasó en esa casa, ¿también te ocurrió a ti? — se estremeció, sujetando con más fuerza su vaso. Kibum asintió. — ¿Alguien lo supo? — le vio negar. — Eso me temía. Cuando nos mudamos, realmente pensé en la promesa que te hice y el posible motivo por el que me lo pediste. — alzó la mirada, buscando los ojos pequeños. — Regresamos a la ciudad hace dos años, pero no pude encontrarte.

— Mi madre murió antes de mi cumpleaños diecisiete, luego mi padre desapareció. — se encogió de hombros. 

— Algo así escuché de los vecinos. — sus ojos brillaron traviesamente. — Dijeron que estabas viviendo con tu novio en un bonito departamento, pero nadie pudo darme la dirección, así que no fui a buscarte. 

Minho hizo una mueca, sorprendiendo al menor. Kibum se rió de la expresión del alto. — Igual no me hubieses encontrado. — se burló, sonriendo. — Estuve sólo un par de meses en ese lugar. Él y yo terminamos, vendí el apartamento y me mudé. — se encogió de hombros, restándole importancia. — Encontré un nuevo hogar y a alguien con quien compartirlo.

— Espero que ahora si esté hablando de ti, Minho. — comentó Taemin risueño, acomodando un mechón de su cabello largo.

— También yo. — le siguió la corriente el alto, ganándose un golpe en el brazo del mayor. — Taemin, ¿tu madre nunca puso una denuncia?

El pelirrojo negó, mordiéndose el labio. — No quise que lo hiciera.

— ¿Por qué no? — interrogó con el ceño fruncido, mirándolo con sus orbes enormes cargadas de reproche.

— El infierno no parece un lugar agradable, ¿o sí? — sonrió de nuevo, mirando a Kibum. — Si me hubiese amenazado a mí o a mi familia, no me habría importado, pero…

— Trataste de protegerme. — susurró Kibum, sorprendido. — Amenazó con hundirme si decías algo. — el chico asintió. — Fue muy listo, a decir verdad. Sabía que no dirías nada si usaba mi nombre; y al lastimarte me silenció a mí.

— ¿Sabes qué fue de él? ¿Siguió haciéndolo? — cuestionó ansiosamente, recordándose respirar.

Minho fue quien respondió. — Lo vimos hace seis meses. No se escuchó de ningún caso similar después del tuyo.

Taemin asintió, suspirando. — Kibum. — el de ojos felinos le miró. — Deja de verme así, por favor. — el mayor enarcó una ceja, esperando agregara algo más. — No soy un niño ya. Además, estoy bien. Me recuperé físicamente un par de semanas después de lo ocurrido y recibí terapia. Lo superé.

A Kibum le hubiese gustado poder decir lo mismo, pero no pudo, así que se limitó a sonreír forzadamente. Taemin lo notó enseguida, pero se mordió la lengua para no decir algo inapropiado. Les tomó un par de horas más narrar lo ocurrido en los últimos años, volver a conocerse. Por momentos Kibum lloraba oculto en el pecho de Minho, sintiendo al alto acariciar sus cabellos y animarlo a continuar. Taemin escuchaba atento, preguntándose de vez en cuando como hubieran sido las cosas si nunca se hubiese marchado, si hubiese cumplido su promesa. Pero lo cierto es que el pasado no podía cambiarse.

Se despidieron por la tarde, con un fuerte abrazo y la promesa de volver a encontrarse pronto para recuperar el tiempo perdido. Taemin sonreía ampliamente mientras agitaba su mano diciendo adiós, mucho más tranquilo luego de escuchar aquella historia que el otro guardaba y saber que ahora también formaba parte del pasado.

— Ha sido un día extraño. — murmuró Minho cuando entraron al apartamento. — No estoy acostumbrado a pasar mi tarde con los muertos.

— No seas idiota. — lo regañó Kibum, sonriendo sinceramente. — A mí me ha parecido un día maravilloso.

— Me alegra escucharlo. — le rodeó la cintura con un brazo, acercándolo a su cuerpo. — ¿Puedo hacer algo para que mejore aún más?

Se miraron a los ojos por largo tiempo, hablando sin hablar. El mayor sonrió de nuevo. — Con sólo estar a mi lado haces que todo mejore.

— Quizá debamos decirle a Taemin que venga a vivir con nosotros. — los ojos felinos brillaron con emoción. — Dijo que debía buscar un lugar y tu habitación está desocupada desde que decidiste adueñarte de la mía. — rodó los ojos, robándole una sonrisa al alto. — No me estoy quejando, Kibum.

— Lo sé. — susurró. — Minho, gracias.

— ¿Por qué? — preguntó sorprendido, mirándolo con curiosidad.

— Por todo. — sonrió de nuevo, depositando un casto beso en los labios abultados. — Por cuidarme, por animarme, por protegerme, por amarme.

Minho sonrió, acariciándole la mejilla, mirándolo con cariño. — Soy yo quien debe darte las gracias a ti, Kibum. — se rió cuando notó la confusión en el rostro bonito. — Debo agradecerte el que confíes en mí de esta manera, el darme la oportunidad de estar a tu lado. — los ojos pequeños se llenaron de lágrimas. — Estaba tan asustado de perderte cuando…

— Ya no más. — murmuró el de cabellos negros, colocando un dedo sobre sus labios. — Nunca más. — prometió, abrazándolo.

Kibum sabía que el camino por recorrer aún era muy largo y estaba lleno de obstáculos, pero mientras Minho sujetara su mano y le acompañara, no tendría miedo de enfrentarlo. Además, ahora también estaba Taemin ahí, iluminando sus pasos con esa sonrisa que seguía siendo inocente ante sus ojos, como cuando niños.

No podía cambiar su oscuro pasado, pero si era capaz de teñir el futuro de colores.

Notas finales:

Yo... Realmente no sé en qué estaba pensando cuando surgió esta historia. Fue una combinación de muchas cosas y la escribí por partes, me demoré cinco días en acabarla y la he revisado, pero igual puede haber errores aún. Espero no me odien por semejante cosa.

Un enorme agradecimiento a todos los que se toman la molestia de leer mis historias y a los que dedican algunos minutos más para dejar un review. ¡Gracias, de verdad! 

Ahora sólo me queda hacer una pregunta: ¿supiste que era para ti, mi chica fantasma?


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