Finas gotas de agua golpearon con fuerza el techo de aquella casucha vieja y maltrecha, que se estremecía, asustadiza, ante el estruendoso rugido de los truenos al reventar en los cielos, siendo el eco de una agónica noche. El frío y cruel viento bailaba sin temor por las calles vacías de una ciudad abandonada en un mundo cambiante.
Furtivas gotas se deslizaron por aquella piel tan apetitosa, tan fría como la misma noche, pero ardiente ante el roce de mis manos que viajaron sin pudor sobre ella. El traqueteo de las cadenas resonó al agitarse tu cuerpo, demasiado perdido en ese placer que se escurría por tus venas como una lava ardiente, lánguida y perezosa.
Tus ojos grises se abren y gritas de dolor al sentirme hundir mis dientes en tu piel, pero no quieres que me detenga, porque pocas veces me ves así y quieres más.
Sonrío al ver tus deseos ocultos emerger en tus ojos empañados y el ansia de control te consume, intentas sujetarme, pero estás atado, no puedes escapar y por ahora, no quieres hacerlo. Quieres ver hasta dónde soy capaz de llegar.
La curiosidad es un crimen, cariño, pero tan seductor que es difícil resistirse, ¿no es así?
Me arrastro por tu cuerpo mientras mis manos buscan algo oculto entre las sábanas hasta toparse con él. El frío objeto parece quemar mis manos y mi cuerpo se paraliza, mi corazón se acelera. El fuego pierde su calor ante esa nueva sensación tan embriagante y abrumadora…tan insana.
Me enderezo y te veo allí, tan patéticamente perdido en sensaciones efímeras y decadentes que me haces reír. Un relámpago ilumina tenuemente la habitación y tu mirada se pierde al ver lo que hay en mi mano.
Tus ojos se abren con terror y, presa del pánico, intentas escapar.
—No huyas de mí, amor —. Susurro mientras deslizo la afilada hoja por tu pecho.
Hermosas gotas de sangre emergen de las superficiales heridas y te agitas con más fuerza, el deseo se ha esfumado de tu mirada ante el miedo. Beso tus temblorosos labios con dulzura, porque no quiero que me temas.
Corto más profundamente tu piel y todo se mancha de rojo, ya no existe más que el exquisito color de tu sangre. Las sábanas se tiñen de rojo y mi boca se hace agua, deseosa, rogando por más.
Gritas con más fuerzas y me pides que te deje ir.
Pero no puedo, ¿aún no lo entiendes?
Porque eres mío, Ethan. Porque ésta es mi forma de amarte, amarte como nadie jamás podrá hacerlo. Ni Liam, el vendedor de golosinas con el que te has visto a hurtadillas, ni Verónica, la periodista. ¿Acaso creías que no lo había notado? Dame más crédito, por favor. Tu amor es efímero e inconstante, a veces está allí y otras está con el chico de la esquina. No existe. Y yo lo acepté.
Pero eres mío, amor, siempre lo serás.
Deslizo el cuchillo por tu garganta y más sangre salpica mi cuerpo, tus lágrimas se confunden entre ellas y odio no saber dibujar más que una mísera línea.
Es hermoso, todo es perfecto. Los colores, las sombras, tu piel bañada en vida, tu vida, y el ondear de las velas que se consumen, al igual que tú, a nuestro alrededor.
Corto con más fuerza y bebo la abundante sangre que abandona tu cuerpo para vivir en el mío. La felicidad me arrastra, porque tu vida ahora fluye por mi garganta, uniéndote a mí de una forma nueva y exquisita.
Beso tu rostro cubierto de ese líquido tan vital y contemplo tus ojos apagarse poco a poco, hasta que el brillo desaparece casi por completo de ellos.
Bebo tu sangre hasta dejarte seco, regodeándome en el sabor metálico que invade mi boca. Ahora eres mío, mi amor. Tu vida permanecerá en mí hasta el día de mi muerte y yo no podría ser más feliz.
Cierro tus parpados con mis labios y me acurruco junto a ti, queriendo disfrutar tu compañía antes de tener que marcharme. Quizá nadie entienda esto, esta forma de amar; Es enferma e insana, pero tan maravillosa y a la vez atemorizante, única.
Ahora estaremos juntos por siempre…en mí.