Before Lesson
Comenzaba una nueva semana en aquella pequeña ciudad de Alemania, esa mañana el cielo estaba nublado y el viento frio, y en las calles se encontraban charcos formados por la fuerte lluvia de la noche anterior.
Circulando de prisa por esas calles iba un joven pelinegro, de no más de dieciséis años, camino a su instituto.
Aquel risueño pelinegro con destellos claros a pesar de lo melancólico que se mostraba el día, que hubiese despertado tarde, que hubiese perdido el autobús y que su primera clase del día era su peor pesadilla, iba con una sonrisa. Se encontraba infantilmente feliz, porque luego de aquellos dos tortuosos días, que la gente llamaba fin de semana, por fin podría ver de nuevo al dueño de su joven corazón, aunque ese dueño aun no lo supiera.
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El pálido chico de cabellos negros llegó agitado por fin a su destino y se dirigió de inmediato a la cancha de deportes.
Cuando llegó sintió la mirada de todos sus compañeros, vestidos para la asignatura, posada en el –lo que más odiaba– era obvio que la clase ya había comenzado.
—Trümper, de nuevo tarde. – suspiró el profesor Claude.
—Me quede dormido. – respondió apenado el pelinegro.
—Bien, rápido a los vestidores y te veo aquí en cinco minutos.
El pelinegro asintió y salió corriendo a los cambiadores, tomó sin ver la ropa de su casillero y entró a uno de los cubículos.
Quitó rápidamente su ajustada camiseta negra y la cambió por una holgada color celeste con la insignia de la institución, se sacó sus botas y sus pantalones, los cambió por los de deporte blanco, se colocó sus zapatillas deportivas y salió.
Tardó más de cinco minutos, así que guardó sus cosas rápidamente, y se dirigió corriendo a la cancha.
Se unió a su grupo de clases que en esos momentos se encontraba trotando. No es que fuera la materia que menos le constara o más gustaba, pero debía cumplir si no quería reprobar y ya llegó tarde ese día, así que no se valían excusas esa mañana para no hacer actividad física.
— ¿Estoy viendo bien y Bill está haciendo ejercicio sin quejarse? – le dijo Andreas, un platinado y mejor amigo desde la infancia, cuando se posicionó al lado de Bill.
—No exageres. Sabes que me encanta hacer esto – ironizó.
—Empiezo a creer que no te conozco. – comentó Andreas pasando de la ironía de su amigo y riendo.
Cuando el silbato sonó todos detuvieron su trote y se dirigieron hacia al profesor quien pidió que alguien que fuese a buscar los balones de basketball, mientras los otros alumnos continuaban con ejercicios de calentamiento.
Bill por astuto y alérgico, según él, a la actividad física no dudó en ofrecerse como voluntario, así que inmediatamente se dirigió nuevamente al lugar de los vestidores, donde al fondo se encontraba la oficina de su profesor y era el lugar donde se guardaba lo pedido.
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—Tom, que bueno que llegas. ¿Estás en hora libre? – le saludó el profesor Claude al chico rastudo y alto que acababa de llegar al lugar.
—No, pero el profesor aún no ha llegado, por eso he venido a esta hora.
Tom tenía diecisiete años y cursaba un grado superior a Bill, además de ser el capitán del equipo de futbol del instituto, por lo que el profesor Claude le pidió que fuera cuanto antes con él.
—Bien. En mi oficina están los formularios que deben llenar los miembros del equipo, están sobre el escritorio. Ve rápido, antes que llegue tu profesor.
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Bill, cuando llegó a la oficina del profesor de dirigió al gran armario que había en el lugar, donde se suponía que debía estar lo que el buscaba, pero al parecer no estaba. Recorrió con la vista todo el lugar hasta que divisó la malla que contenía los balones sobre el armario.
—Que tonto, ¿Cómo no la vi?
El pelinegro vio la altura en la que se encontraban los dichosos balones y dándose cuenta de lo alto que estaban reunió varias cajas que ahí habían para subirse y poder alcanzarlos, pudo haber utilizado la silla del profesor, pero era una forrada en cuero y Claude amaba más a esa silla que a sí mismo.
Al final formó una superficie lo, posiblemente, suficientemente alta, pero con estabilidad dudosa, sin embargo Bill subió en ella.
—Qué alto y que mierda. – se quejó al notar que, aunque fuera un poco alto y que estuviese montado sobre algo, aun no podía siquiera rozar la malla. —Un poco más. – dijo estirando lo más que podía sus brazos y dedos para alcanzar lo que le habían pedido. —Solo un poquito…
— ¿Necesitas ayuda? – preguntó una voz que hacía que la mente y corazón de Bill dieran un vuelco. Añadiéndole lo sobresaltado que estaba al escuchar esa voz de repente, inmediatamente perdió el equilibrio y si no fuera porque los brazos fuertes de Tom lo tomaron se hubiese estallado contra el piso — ¿Estas bien? – le preguntó Tom aun teniéndolo en sus brazos
—Eh… Yo…
Bill no podía hablar, estaba tan perdido en el contacto de Tom, en que por primera vez en su vida la persona que lo hechiza completamente le dirigiera la palabra.
Tom, por su parte, estaba con una sonrisa en su rostro. Consideraba que Bill se veía muy tierno en ese momento.
Sabía quién era él y algunas veces lo observó, además de que sabía de esos rumores que habían de que Bill moría por él, pero él no le daba mucha importancia, el creía que solo eran eso, rumores.