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Tras la caída del muro por eggy33

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“¿Qué estoy haciendo aquí?” se preguntó Kay mientras hundía las manos en los bolsillos e intentaba hacerse lo mas pequeño posible, todavía no lograba entender como Kiefer, su mejor amigo, lo había convencido para ir a una manifestación. Kay nunca había sido de espíritu rebelde ni mucho menos, mientras que ha Kiefer, y a casi toda su generación, se les metía el gusanito del anti-socialismo, Kay había logrado escabullirse de eternas reuniones  y manifestaciones durante varios meses. Sin embargo aquel día había sido imposible librarse,  era el 7 de octubre de 1989, el cuadragésimo aniversario de la RDA. Como cada año, se había organizado un gran desfile y la misión de los manifestantes (en los que desafortunadamente se contaba Kay) era obstruir las calles para que este no pudiera avanzar. A Kay le resultaba irónico que los mismos chicos que ese día se lanzaban contra las carrozas para volcarlas y gritaban consignas con el puño en alto, fueran los mismos que hace cuatro o cinco años veían el desfile como toda una fiesta y agitaban banderitas cantando el himno nacional a todo pulmón.

Lo único que a Kay realmente le interesaba eran las estrellas, y a las estrellas les importaba un comino si Alemania era socialista o liberal, federal o democrática, unido o dividida. Por eso Kay huía de la política, era un cobarde pero el prefería llamarse “sensato”.

De pronto, Kay vio con horror como Kiefer se hacía con un megáfono y se subía a una banca junto a la acera para conseguir mejor visibilidad. Kiefer no era un autentico revolucionario, no había leído un solo libro de matiz político en su vida y carecía de argumentos para solventar la causa por la que supuestamente luchaba. Desde que Kay conocía a Kiefer, desde los nueve años, lo único que este hacía era seguir las modas, cualesquiera que estas fueran. Y ahora, que la nueva moda era ir contra el régimen, Kiefer se había convertido en un reconocido activista en la universidad. Pero ahora la moda no se trataba de usa pantalones anchos o de peinarse a un lado, se trataba de desafiar al mismísimo gobierno.

-Amigos míos- comenzó  Kiefer cuidándose de no usar el término “camaradas”-. Los días del socialismo están contados, la U.R.S.S se tambalea y el futuro esta en el liberalismo. Es hora de terminar con este régimen que nos ha oprimido durante tantos años, es hora de destrozar ese muro que nos mantiene separados de nuestros hermanos de occidente, es hora de que Alemania vuelva a ser una sola. Una Alemania libre que no responda a las órdenes de los rusos, una Alemania abierta a lo que el mundo nos ofrece, una Alemania sin muros.

El sonido de los aplausos fue atronador, el discurso había sido plagiado de un dirigente estudiantil de la RFA que lo había dicho en un foro de la Unión Europea en el año 1983. Kay lo sabía porque le había ayudado a memorizarlo antes de la manifestación.

Después llegaron los policías y militares, arrasaron con la multitud de manifestantes y Kay tuvo que pasar la noche en la comisaria mientras rezaba una y otra vez el gastado rosario de cuentas de madera que siempre llevaba consigo.  Era curioso que tanto los que apoyaban al régimen y los que estaban en contra desaprobaran la religión por igual, la familia de Kay era muy religiosa y él encontraba en Dios un refugio inalterable, los dogmas de la iglesia sumados a los del régimen habían hecho de Kay una persona conservadora y púdica que se sentía aterrado ante cualquiera cosa diferente de su pequeña realidad.

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Tanto si Kay quería como si no, las protestas fueron escuchadas y en enero de 1990 el muro despareció en su totalidad. Un enorme flujo de alemanes occidentales se instalaron en la zona oriental trayendo consigo a las cadenas de comida rápida americanas, los videojuegos japoneses y montones de películas nunca estrenadas en la RDA.

Mientras que durante le 9 y el 10 de noviembre montones de personas se dedicaron a saltar el muro, algunos mas osados llegaron a arrancarles pedazos a martillazos, Kay se quedó en casa preguntándose si los alemanes occidentales eran el montón de obesos adictos a la Coca Cola que le habían dicho que eran toda su vida.

                         

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Ese 9 de noviembre, un chico alemán presenciaba el espectáculo a través de una vieja televisión  en un destartalado apartamento en Manhattan. Lukas había crecido en la RFA en el seno de una familia liberal y bohemia, a los dieciséis se había quedado solo en Berlín ya que sus padre se mudaron a Río de Janeiro  y a los dieciocho se había largado a Nueva York junto a sus amigos para probar suerte como artista.

Las cosas no habían salido demasiado bien, había tenido unas cuantas exposiciones y vendido uno que otro cuadro, pero aquello no era suficiente. Lukas quería ser el próximo Dalí.

-Enderézala un poco mas-ordenó Lukas refiriéndose a la chapucera y retorcida antena que Jens, uno de sus mejores amigos, movía frenéticamente para lograr captar lago de señal.

-¿Y porque no vienes tú y lo intentas?-le respondió Jens con su característica agresividad, Jens siempre  tenía mala hostia.

-Vale, no se peleen-dijo Derek, el otro mejor a migo de Lukas y eterno mediador de sus peleas con Jens.-Además ¿desde cuando te interesa tanto lo que sucede en Alemania?

-¿No lo entiendes Derek?-preguntó Lukas eufórico.-Este es Él acontecimiento, esto es lo importante.-A Lukas siempre le había fascinado el muro y le fascinaba aun mas ver como lo injuriaban, violaban y destruían. Él había crecido viendo ese muro, debería estar allí para ver su muerte cara a cara, no a través de una débil señas de televisión. El pensamiento le cruzó la mente y se quedo allí, palpitante: “Deberías estar allí” le repetía una voz demandante.-Volvamos-dijo llamando la atención de los otros dos que seguían intentando direccionar la antena.

-¿Adonde?-pregunto Jens desconcertado.

-A Alemania, llevamos dos años aquí, es hora de un cambio.-dijo Lukas decidido.-¡Tenemos que estar allí!

-¡¿Qué!?-bramó Jens-¿Estas loco? Ni muerto vuelvo a Alemania donde ni siquiera hay Taco Bell. No es no, no es negociable.

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Una semana después Jens mordía el filtro de su cigarrillo con una rabia titanica mientras esperaban la llamada del vuelo 716 con destino a Berlín.

 

 

 

 

 

 

 


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