Nunca fue mi intención ángel mío
Nunca quise hacerte daño, ni alejarte del mundo de esta manera, pero eres tan hermoso, tan puro, no podía permitir que tu belleza fuese corrompida.
Porque eres mío, sí.
Todo tú me perteneces. Desde la hebra dorada de tus cabellos hasta el color desvaído de tus ojos, desde tus manos delicadas capaces de tocar las más complicadas melodías en el piano, hasta tus pies capaces de moverse ante cualquier ritmo.
Aún recuerdo el primer día que te vi, ¿fue hace veinte años? O ¿acaso más? No sabría decirte ángel mío, el tiempo se detiene cuando estoy contigo. El camino de tu escuela a tu casa aún permanece en mi memoria como un mapa, tu cabello rubio en forma de tazón y balaceándose aun trae a mi corazón cierto alivio, porque eras tú, tú y tu inocencia, tu aire infantil y esa sonrisa enorme, siempre plasmada en tu rostro.
Yo era un simple estudiante de universidad tomando fotografías en el parque de enfrente. Aún conservo en el cajón de mi cómoda la primera foto que tome de ti.
Recuerdo que la primera vez que te vi con esos converse amarillos, tus favoritos, tarareando una canción inexistente y sonriendo a la nada, pensé que eras un ángel, un dulce y travieso ángel, seguramente te le habías escapado a Dios.
Un ángel caído desde el cielo, uno que no se dio cuenta de su perdición al caer en la tierra humano, donde gente tan horrible como yo podía robarla en cualquier momento.
Nunca acabaría de pedirte perdón ángel mío, cree en mis palabras cuando te digo que intente detenerme, sabía que estaba mal, tan enfermo amarte de la forma en que lo hago, pero todos tenemos monstros y fantasmas viviendo dentro de nosotros.
Claro, tú no tenías por qué cargar con los míos, con mi horrible pasado, mis errores, mis miedos…mi obsesión por ti. Si hubiera sido capaz de darme cuenta del daño que nos estaba causando, me hubiera alejado, pero el corazón es terco.
Una vez que puse mi vista en ti, me fue imposible alejarla. Así que te seguía cada día, fingía tomar fotos del paisaje, cuando en realidad gastaba rollos enteros en retratarte, cada una de tus muecas, tus sonrisas… todo tú.
Me tomo tiempo juntar toda tu información, pero lo hice. Por fin supe que te llamabas Lee Taemin, tenias 15 años, tu cumpleaños el 18 de julio, amabas bailar y tenías un hermano mayor, cada detalle nuevo que descubría de ti me hacía enamorarme más, pero tenía miedo, demasiado. Me aterraba el hecho de que alguien se atreviese a robarte, arrancarte lejos de mí.
Pero cuando, finalmente, junte el valor necesario para hablarte, fue la experiencia más maravillosa de mi vida. El poder verte de cerca, podía ver con exactitud el brillo de cabello, tu aroma a fresa, colándose en mi cuerpo, haciéndome estremecer.
Tú siempre fuiste tan tímido. Me tomo mucho tiempo el ganar tu confianza, la suficiente para que decidieras salir conmigo. Tus padres siempre tan protectores, y tenían tanta razón, pero lo logre, ellos confiaban en mi tan ciegamente.
6 meses después de que comenzamos a hablarnos, yo comencé preparar todo. Con el dinero que gane al trabajar como mesero, más algún ingreso extra, dinero de mis padres; compre un carro, llene el tanque al máximo y prepare un departamento, lejos de aquí, lejos de nuestras antiguas vidas.
Aquel día fui por ti, solo íbamos por un simple helado. Al menos eso fue lo que tus padres creyeron, nadie podría leer el retorcido plan que se creaba en mi mente, si te hubieras enterado seguramente hubieras salido corriendo lejos de mí.
Aun se guarda en mi memoria tu rostro de pánico cuando tu notaste cuanto nos alejábamos de la heladería, si pudiera haberte facilitado ese proceso lo hubiera hecho ángel mío, pero me temo que no existía otra manera.
Los primeros días, fueron los más difíciles. Estabas aterrado de mí, nunca te dañe físicamente. Hubiera preferido la muerte a golpearte, así que a base de palabras, combatía tus crisis.
Con el paso de los meses, te tranquilizaste. Poco a poco ese miedo que se apoderaba de ti cada vez que me veías, fue desapareciendo.
Y ahora aquí, míranos, después de tantos años, tantos inviernos, tantas primaveras…
Las canas comienzan a aparecer en mi cabello, las arrugas se instalan poco a poco alrededor de tus ojos. Nuestro pequeño departamento, rechina constantemente por el paso de los años.
Perdóname ángel mío. Nunca imagine las consecuencias de mis acciones.
Creí que podríamos tener una vida normal, tu y yo. Envejecer juntos como la pareja de enamorados que éramos.
Si, envejecimos. Al menos lo hicimos físicamente, porque tu mente parece haberse detenido en algún punto del pasado, tu mente sigue siendo la misma de cuando tenías 14 años.
Sigues siendo ese estudiante de instituto.
Mi dulce e infantil ángel.
Sabes, cuando llueve, siento que es Dios lamentando la pérdida de su ángel caído.
Supongo que es por eso que las tormentas te asustan tanto, porque estoy seguro que puedes escuchar a los lejos los lamentos y los gritos.
Ángel mío, ¿sabes cuánto te amo, cierto? Sabes que daría mi existencia entera por ti.
Perdona a este hombre viejo y arrepentido por haberte arrebatado la posibilidad de una vida normal. Pero, quizás, algún día cuando tu mente se decida a avanzar, a madurar. Quizás puedas comprenderme.
Te amo.