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Madrugada en un verano de incertidumbre por Helena Key

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Notas del capitulo:

AHHH!!! Tarde demasiado en actualizar! Imperdonable; dos semanas escribiendo un documento de 6 paginas - ¡y eso que en vacaciones!-

Lo siento, este capitulo fue más dificil de escribir que la mayoría. Jejeje, ya verán porque *-*. En fin, prometo que la proxima vez actualizare más rapido, y espero que les guste el capitulo.

P.D: Finalmente escribí algo que tiene que ver con el titulo :D

Madrugada en un verano Incertidumbre

Capitulo 3

Miroku dejó escapar un largo suspiró al rodarse sobre su espalda para observar el techo. Sango dormía a su lado, en otro futón, hecha un ovillo. Parecía tranquila, algo extenuada, con el ceño levemente fruncido. Estaba muy cansada; apenas hubo terminado la pequeña velada en el jardín trasero la muchacha se había tirado sobre el colchón, y sin siguiera molestarse en apagar las velas o  cambiarse de ropa, quedó profundamente dormida. Estuvo trabajando todo el día, reflexionó el monje. Se había levantado bien temprano en la mañana para cocinar la cena, para arreglar la casa y las habitaciones, después había recorrido todo el camino, de ida y vuelta, para comprar pan y miso. Al volver, antes de siquiera pensar en descansar, se vio encerrada nuevamente en la cocina, poniendo la mesa y jugando a la anfitriona. Era natural que se sintiese agotada. El monje frunció el ceño al pensar que tal vez la inesperada aparición de Sesshomaru había contribuido a ese agotamiento.

Salió de entre las mantas del futón y se sentó sobre él, apoyando la cabeza sobre su puño. Dos años habían pasado desde la muerte de Naraku; dos años desde que el temor ante la muerte cercana había abandonado su mente, dos años desde que vivía en una tranquila aldea humana, alejado de los peligros de la vida. Sin embargo, a esas alturas, Miroku aún no lograba acostumbrarse a la afable quietud de la vida del hombre común. Ciertas noches, en que el sueño se escapaba de su cuerpo y encima de él se cernía el insomnio, el monje extrañaba el sonido de las brasas quemándose ante el fuego, el sonido de hojas rompiéndose en la oscuridad del bosque, el soplar del viento frío ante el cuerpo expuesto a una noche en la intemperie. A veces todo resultaba demasiado tranquilo.

Aún era verano; el viento soplaba entre los árboles del bosque, que a esas horas, desde la lejanía, se veía como poco más que una extraña masa azulesca.  Más allá del horizonte, el cielo oscuro de la noche palidecía, volviéndose al celeste ante la luz del sol venidero. Era una madrugada fría, silenciosa, fundida en un extraño estupor, que ante el letargo de las horas pasadas, recordaba a la incertidumbre. Miroku, sabiendo que aquella era otra de esas noches en que no podría dormir, se levantó del futón, y después de cambiarse la Yukata por su típica sotana en malva, salió a caminar.

La casa de Sango y Miroku era silenciosa durante las noches; en ella no se escuchaba nada más que el cantar de las cigarras, y de vez en cuando, el croar de los sapos en el jardín. Normalmente, cuando el sol bajaba, la cabaña solía acoplarse a una oscuridad vacía, donde no podía verse más que tu brazo derecho extendido hacía lo desconocido. Pero en ocasiones como aquella, que la luna llena brillaba alta en el cielo, la luz de la noche enardecía, como si hubiese sido consumida por el sol. El monje, que no encontraba mucho espacio que recorrer en su pequeña caminata nocturna entre las paredes de su hogar, resolvió salir afuera, yendo por ese pequeño sendero de solana que separaba la estructura cubierta del jardín trasero.

Perdido en sus pensamientos, solo continuo por el camino hasta que la solana se hubo terminado, y se encontró con una mirada completa de la aldea que se extendía colina abajo. Era un lugar tranquilo, donde nunca pasaba nada. Los hombres salían temprano de sus casas para ir a trabajar en los campos de arroz o en la construcción de las obras, las mujeres se quedaban en casa atendiendo los quehaceres, y los niños se quedaban hasta altas horas de la tarde jugando entre los jardines. Era silencioso, era calmado... era... aburrido. Algunas veces, el extraño monje se encontraba deseando que Naraku no hubiese muerto, que él y sus compañeros se embarcasen por siempre en su búsqueda, en una aventura sin final. Entonces, al darse cuenta de en qué cosas pensaba, sentía la vergüenza subir por su rostro, y en silencio, se reprendía.

Sango no pensaba en esas cosas. En absoluto. Era feliz con esa nueva vida sin aldeas en peligro, sin monstruos devora-hombres, sin batallas épicas contra enemigos invencibles, sin el cálido aliento de la muerte acechando a cada esquina. Le gustaba esa vida sin aventuras, que solo se valía de limpiar un hogar acogedor, de cocinar para su esposo, y de ir a los almacenes de honshu a comprar miso. De pensar en los bebés que el monje no podía darle, de pensar en los viajes que no podían pagar. Ese sacrificio ciego que basa la vida en matrimonio, a ella la hacía feliz. Pero a Miroku, más haya de aburrirlo, lo hacía pensar que alguna vez las cosas fueron diferentes.

El monje suspiró pesadamente. Volvió sobre sus pasos, y no supo por qué, en vez a regresar a su habitación a recuperar algo de sueño, se detuvo en medio de la solana, frente a esa frágil puerta hecha con papel de arroz que daba a la habitación de huéspedes. Formó una pequeña sonrisa en su cara al recordar la pequeña discusión que se había formado entre él e Inuyasha en la sala de estar: una  discusión tonta sobre quién iba a dormir en cual habitación. Había insistido, y creía, había insistido lo suficiente en que Inuyasha podía dormir con Sango y con él en su habitación. Había dicho muchas veces que no era una molestia, que solo había que mover los futones de lugar; pero el mitad-bestia solo pudo alcanzar a reírse ante el miedo que sus amigos mostraban ante la situación. No era una risa sarcástica, ni irónica ¡Realmente le parecía gracioso!

Entonces se levantó, y aún con esa extraña sonrisa, que incluso alegre parecía, reiteró que compartir un campamento no era tan distinto a compartir una habitación, si es que la diferencia radica en verte atrapado entre cuatro paredes. Sesshomaru era su compañero de viaje, después de todo. Con eso las habitaciones quedaron repartidas; sin embargo, sin darlo a manifestar, Miroku pensaba que aquel argumento era, cuando menos, absurdo. "Pobre idiota", se dijo a sí mismo al alejarse de la puerta, "con lo ruidoso que es seguro despierta a Sesshomaru, y entonces..." lanzó un pequeño suspiro, a lo queuna mueca de dolor y perdida cruzaba por sus labios "Estará muerto por la mañana..." se lamentó. Sin embargo, antes de ir más lejos Miroku notó como, tras el delgado papel de arroz de la puerta, una figura se movía en letargo. El monje enarcó una ceja.

***

            -           ...¿Estás molesto? - Preguntó Inuyasha, después de un largo silencio. El colmillo mordiendo su labio inferior le daba un aspecto ligeramente preocupado. Sesshomaru, que estaba sentado al otro lado de la habitación, con las piernas cruzadas y la espalda contra la pared, le devolvió una mirada severa, casi molesta, que hizo al mitad-bestia revolverse entre las sabanas del futón. Recordó entonces la pregunta que esa noche Miroku le había hecho ante las brasas del fuego. Observó esos fríos ojos amarillos que lo miraban entre la oscuridad de la habitación, y reconoció que a veces, tan solo a veces, le causaban miedo.

            -           No... - Respondió, mirándolo fijamente y sin cambiar su expresión. Desde afuera se escuchaba la dulce tonada de las campanas de viento, bailando al son de la frígida brisa nocturna. Sesshomaru volteó a mirar hacía la pequeña ventana de la que provenía el sonido, y entrecerró los ojos, extrañado. - Estoy fastidiado...

            -           ¿Por qué? - El mitad-bestia ladeó la cabeza con curiosidad, a lo que se enderezaba sobre el futón. No era, sin embargo, una curiosidad sincera, pues Inuyasha ya conocía la respuesta a su pregunta.

            -           Es gracioso... - El otro rió, como si realmente le pareciese divertido. - No puedo mover ni un dedo sin que esos humanos tiemblen de miedo... - El demonio se levantó de su lugar en la oscura esquina, y se sentó sobre un segundo futón, casi al lado del primero. - Toda la situación es bastante graciosa...- Reiteró, mirando fijamente al mitad-bestia.

Inuyasha bajo levemente sus orejas, en un gesto más alterado que sumiso, y desvió la mirada. Sabía bien a lo que Sesshomaru se refería; la idea de dos Youkais entrando a una aldea de exterminadores como invitados resultaba irónica y hasta ridícula. Algunos dirían que absurda. Apoyó la cabeza sobre su mano derecha, y cerró sus ojos, frustrado. Recordó a la pequeña y, normalmente, dulce Lin, y pensó en la rabieta que había montado para no tener que entrar en la casa, y en ese silencio taciturno que la embargó al principio de la velada. Yaken, que incluso entonces no le agradaba la idea de estar cerca de los humanos, tampoco debía estar muy a gusto con la situación. Inuyasha comenzaba a creer que, tal vez, venir no había sido una buena idea.

            -           Estaba seguro de que no te dignarías a pasar... - Le comentó al demonio, dejándose caer pesadamente sobre el futón.

            -           ...No pensaba hacerlo...- Sesshomaru, que se había levantado para sacarse la armadura, le dirigió una mirada más apacible que Inuyasha no supo identificar, a lo que dejaba caer el pedazo de hierro sobre la madera del suelo. Un ruido metálico hizo eco en la habitación.

            -           Entonces, ¿Por qué entraste? - Enarcando una ceja, el mitad-bestia parecía pedirle una explicación.  El demonio se metió bajo las sabanas del futón, acostándose sobre su costado, y calló por un momento antes de responder.

            -           ...Los aldeanos intentaron exorcizarme. - Fue lo único que se digno a decir, casi en un murmullo. Inuyasha no pudo evitar reír, al darse cuenta de que con aldeanos se refería a esa primera anciana que había empezado con el griterío.

            -           ¿Por eso entraste a la casa oliendo a pimienta? - Inuyasha, que en repetidas ocasiones había sido atacado con los, así llamados, polvos mágicos, sintió algo de pena por el demonio. A veces, poseer un olfato sensible tenía sus inconvenientes. - No te molestes con ellos. A los humanos no les gusta tener demonios merodeando en sus aldeas... - Le aconsejó, sabiendo bien que si la situación hubiese sido distinta, la anciana que empezó con el griterío y los otros humanos que se atrevieron a ir en su ayuda estarían todos muertos.

            -           Y sin embargo, tú no pareces haber tenido grandes problemas con eso... - Afirmó Sesshomaru, al desconocer el olor a especias en su compañero. Inuyasha dejó escapar una pequeña risa, al sentir como un pie se escapaba de entre las sabanas de la otra colcha para rozar su pierna.

            -           Tal vez porque yo no amenazo a muerte a cada miserable que se cruza en mi camino. - El demonio soltó una leve carcajada, que casi resultaba amarga al oído, al momento que murmuraba un "Quizá tengas razón."

Inuyasha, que había estado mirando hacía el techo, se volvió sobre su costado, y sintió como el brazo de Sesshomaru se pasaba suavemente por su cintura y se deslizaba sobre su espalda en un abrazo incómodo. Lo recorrió un escalofrío, al tiempo en que colocaba sus brazos alrededor del cuello del demonio; las manos de Sesshomaru eran frías.

            -           ¿Sabes? la gente no te tendría tanto miedo si fueras más cortés...- Dijo, casi en un susurró, enterrando su cabeza en el hombro del otro. Sesshomaru rió, apretando algún lugar en la cintura de Inuyasha que lo hizo sobresaltarse, y después de un momento, reír.

            -           Oh... ¿Quieres que sea más amable con tus amigos?- La voz de Sesshomaru era, como siempre, neutral, indiferente, aunque Inuyasha podía captar la intención de burla que había en ellas.

            -           No, no estoy hablando de ser amable. - La barbilla del demonio se apoyó sobre la parte de arriba de su cabeza, dejando mentón y mejilla descansando sobre ella. - Solo... no mires a las personas como si las quisieses matar cada vez que te hablen.

            -           Oh, las miradas asesinas no hacen falta; tan solo tengo que mirar al monje directo a los ojos para que el cobarde salga corriendo. - Sesshomaru se enderezó en el futón para mirar hacía el techo, y tirando de su manga se llevó al mitad bestia consigo. Inuyasha, apoyando en un espacio entre sus piernas, y con la cabeza apoyada contra su pecho, intentó ahogar una carcajada.

            -           ¿Realmente piensas que te tenga tanto miedo? - Miroku era su amigo, un camarada, podría decirse, y hubiera querido creer que era más valiente que eso. Pero si dijese que Miroku tenía el valor de enfrentarse a Sesshomaru sin su agujero negro, estaría mintiendo.

            -           Por supuesto. - Proclamó Sesshomaru, en un tono seguro, casi orgulloso, a lo que estrechaba al mitad-bestia entre sus brazos.- Después de todo, él es el legendario monje que salvó a toda una aldea de la ira de un Banshee, solo con el poder de sus rezos. - Esta vez, Inuyasha no pudo ahogar su risa.

El demonio hizo el ademán de apartarse, separándose del mitad-bestia, y algo más cansado de lo que parecía, se metió bajo las sabanas del futón. Inuyasha lo miró con ojos tranquilos y con una leve sonrisa en su rostro, y se metió con él bajo las cobijas, atrapándolo en otro abrazo incómodo. La pierna izquierda de Sesshomaru se montó sobre su muslo derecho, a lo que el otro par se cruzaba pausadamente. El agarre de ambos se volvió más fuerte. El demonio besó la parte de atrás de su cuello, y el mitad-bestia tembló al sentir el frío aliento en su nuca.

Por un momento, ninguno se movió.

Afuera no se escuchaba ningún sonido. Las campanas del viento no bailaban al son de la brisa. Las cigarras no entonaban sus canciones desde el jardín. Adentró de la habitación sólo se escucha el inhalar y exhalar de dos personas, el áspero sonido de la tela rozando contra la tela, y dos pulsaciones irregulares que en medio de la oscuridad sonaban como un eco, confuso y estrepitoso. El monje tras la puerta contuvo la respiración, y se alejó del portal con las cejas enarcadas en una expresión confundida, tal vez preocupada, y una sensación nauseabunda en el estómago.

Notas finales:

Aclaración: Inuyasha y Sesshomaru NO estaban teniendo sexo en este capitulo. Estaban... haciendo cudling ¬///¬U...

Música: http://www.youtube.com/watch?v=eiJKQjxFxnw

No podía faltar una canción del Soundtrack de Chihiro, la música de esa película es hermosa :D

Para los que no saben lo que es una solana, aqui hay una imagen de ejemplo:

http://images2.layoutsparks.com/1/133224/japon%C3%A9s-noche-ventana-cielo.jpg

P.D: Capitulo semi-autobigrafico XD. Está inspirado en una vez que mi hermana y su novio hicieron cudling conmigo en la habitación ¬¬


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