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Madrugada en un verano de incertidumbre por Helena Key

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Notas del capitulo:

Me tarde, D:

Sorry, mi madre y mi hermana estuvieron acaparando la computadora los últimos días y no me tuve tiempo de escribir. Aquí les dejo el segundo capitilo, tampoco pasa mucho... pero bueno, espero que lo disfruten XD 

Madrugada en un verano de Incertidumbre

 

Capitulo 2

 

La casa de Sango y Miroku, no era, en absoluto, un lugar suntuoso. Más pequeña que las otras cabañas, y un tanto más chata y desalineada, el constructor se las había arreglado para utilizar madera barata en los lugares menos visibles. Al subir las escaleras de piedra tallada y entrar por el pequeño pórtico semi-escondido entre la maleza, Inuyasha no pudo evitar pensar que el asqueroso bicho de la abnegación había picado a sus amigos. Al verse adentro, Sango corrió hacía la cocina, y sacando una gran olla de la alacena, comenzó a hervir el agua para el arroz. A su lado, dejó caer la ración de Miso que esa mañana había comprado en los almacenes de Honshu. El resto de la cena ya estaba servida, justo en el centro de la habitación principal, sobre una mesa de antaño y alrededor de tres cojines.

 

            -           No te molesta esperar, ¿Verdad, Inuyasha? - Exclamó Sango desde la cocina. - Esto estará listo en un momento.

 

            -           Eh... no, no. No importa.- murmuró el mitad-bestia. De improvisto, se dejó caer contra la pared, sacando a Colmillo de Acero de su cinto, y poniéndola a un lado.

 

            -           Así que, Inuyasha. ¿Cómo has estado? - El monje se sentó a su lado, con esa misma gran sonrisa que había visto sobre la colina. - ¿Te has metido en muchos problemas sin nosotros cerca?

 

            -           No... ¿Por qué haría eso? - Las orejas de Inuyasha se giraron, inquietas, a lo que una expresión tediosa se aparecía en su rostro. Miroku le lanzó una mirada sospechosa. - ¿Qué te pasa? ¿Crees que ataque una aldea, o algo así? - Reiteró, imitando el gesto.

 

            -           No, no es nada de eso. Sólo me sorprende que ese Inuyasha tan irritable e impulsivo que conozco        no se haya metido en problemas durante dos largos años. - La afirmación fue seguida por una pequeña carcajada. Durante un momento, se formo un pequeño silencio en la habitación, tan solo interrumpido por un dulce tarareo que salía de la cocina, donde Sango preparaba el arroz.

 

            -           O tal vez quieras hablarme del problema que está sentado allí afuera. - Todo el cuerpo de Inuyasha, de repente, pareció tensarse.

 

            -           Yo no lo llamaría un problema. - La última palabra fue recalcada, y Miroku volteó a mirarlo fijamente. - Él... no es tan malo como parece.

 

            -           Entonces es verdad que viene contigo... - Por algún motivo, de la boca del monje, la frase sonaba como una acusación.

 

            -           ... Creí que eso había quedado sobreentendido. - Entonces, un pequeño estruendo se escucho desde la cocina, seguido un grito indignado.

 

            -           ¡Espera un momento! - La cara de Sango se asomó por la puerta, enrojecida, sosteniendo el cucharon de madera en su mano derecha. - ¡¿Fuiste quien lo trajoaquí?! ¡¿En qué estabas pensando?! -

 

            -           ¿Quieren tranquilizarse? Ya se los dije; no le hará daño a nadie. - Sango dejó escapar un pequeño alarido.

 

            -           Escucha, Inuyasha. Miroku y yo hemos estado arreglando este lugar durante demasiado tiempo. ¡Sí un sólo clavo se sale de su lugar mientras ese hombre esté aquí voy a hacerte el principal responsable! - El cucharón, de aspecto mojado y viscoso, lo señaló acusadoramente.

 

            -           ... Estás más amargada de lo que recuerdo. - Las orejas de Inuyasha se bajaron hasta casi tocar su cabeza, cuando un segundo alarido resonó en la habitación.

 

***

 

Inuyasha miraba por la gran ventana del salón principal como la noche caía sobre la aldea, y la luna se hincaba en el cielo. Los campesinos comenzaban a abandonar las calles, para volver a sus casas, y los niños, que habían estado jugando afuera durante la tarde, los acompañaban. De repente, se le cruzó por la cabeza que debería ir a buscar a Lin. Su mirada, por un momento, se alejó de la pequeña aldea y de sus alrededores, y se enfoco en el gran Fuerte y en su pequeña y única entrada, apenas disimulada entre la maleza. Dejó escapar un pequeño suspiro, al darse cuenta de que él no se iba a mover. Si Inuyasha no lo hacía, nadie iba a hacerlo.

 

            -           ¿Qué estás mirando? - La voz del monje, en medio de aquel silencio, se escuchó estridente.

 

            -           Nada. - Respondió el mitad-bestia, alejándose de la ventana y empezando a caminar.

 

            -           ¿A dónde vas? - Preguntó el monje, al ver como su amigo se acercaba a la puerta, pero el mitad-bestia no se molestó en decir otra cosa, y salió.

 

            -           ¡El arroz ya está listo! - Exclamó Sango al salir de la cocina con una gran olla de arroz. Colocó el cocido sobre la mesa, y entonces se dio cuenta de que habían solo dos personas en la habitación. - ¿Uh? ¿Dónde está Inuyasha?

 

            El monje se encogió de hombros. - De repente, se levantó y se fue sin decir nada. - Las cejas de Sango se juntaron, en un gesto curioso, y volteó a mirar a la puerta, que no se había cerrado por completo.

 

Pasaron diez minutos, mientras Miroku observaba la ventana, esperando encontrar algún punto rojo en la oscuridad. Pasaron quince, veinte, y treinta minutos, mientras Sango servía el arroz, junto con los fideos,  el tempura, los Gyouza y el sushi que se habían estado preparando desde altas horas de la mañana. Pasados los cuarenta minutos la pareja comenzó a preguntarse si Inuyasha realmente iba a regresar. Entonces, un chillido agudo, irritante, se escuchó desde afuera, seguido por el grito sonoro;

 

            -           ¡Qué casa más horrible! - Era la voz de una niña.

 

            -           ¡No grites tan fuerte! - La segunda voz era de Inuyasha, que en un grito ahogado, que casi pretendía ser un susurro, le decía a la niña que se callase.

 

Sango y Miroku se miraron mutuamente, con ojos que reflejaban, tal vez, sorpresa, pero antes de que pudiesen decir nada la puerta se abrió y la niña e Inuyasha entraron en la casa, seguidos de un pequeño monstruo verde que recordaba, de alguna manera, a un sapo. Apenas entró en la casa, la niña dejó de gritar de forma abrupta, quizás temiendo que la pareja la hubiese escuchado, y dejó escapar un tímido "Hola". Sango y Miroku respondieron el saludo con una corta reverencia. Inuyasha sólo puso los ojos en blanco, y se sentó frente a la mesa.

 

Sango se apresuró en sacar otro cojín, y de traer otro tazón y otro par de palillos. El pequeño monstruo lo único que hizo fue refunfuñar, mientras se alejaba de la pequeña escena particularmente rodeada de humanos con una cara de malos amigos. La pareja y la niña se sentaron al lado del mitad-bestia casi de inmediato. La muchacha recordó, entonces, que esa tarde había visto a la pequeña jugando con los niños de la aldea, y que en el momento, le pareció que ella estaba fuera de lugar. Lin, la verdad, con los mejillas sonrosadas y la mirada perdida en su plato, no se veía feliz estando allí. Se le cruzó por la cabeza que, tal vez, por eso Inuyasha se había tardado tanto. Tal vez, estaba tratando de hacerla entrar. Un nudo se formó en su garganta ante el pensamiento, y su cara se arrugo, ofendida.

 

            -           Así que, ¿esta es la niña de Sesshomaru? - Preguntó Miroku, señalando a Lin con los palillos. La muchacha, ya bastante molesta, le dio un codazo en las costillas. La niña, por su parte, pareció sonrojarse aún más ante la pregunta.

 

            -           Mi nombre es Lin. - Murmuró, con cierto rencor. Miroku pestañeó, algo sorprendido.

 

            -           Está bien, Lin. No tienes porque enojarte.- Le dijo, con esa gran sonrisa que, Inuyasha sabía, había utilizado durante mucho tiempo para intentar enamorar a las mujeres. La niña, sin saber que responder, sólo le sonrió de vuelta. Dejando a un lado esa apariencia taciturna, la niña tomó los palillos y comenzó a comer.

 

            -           ¿Qué tal, Inuyasha? ¿Te gusta la cena que mi esposa preparó? ¿O sigues siendo quisquilloso con la comida? - Preguntó el monje, haciendo memoria de esos viejos días, en que Inuyasha se ganaba una paliza diaria por insultar la insulsa comida de Kagome. El mitad-bestia, tan solo un poco ofendido, se aclaró la garganta antes de responder.

 

            -           Depende, ¿Tú sigues manoseando a todas las mujeres que te encuentras por el camino? Confiesa, monje ¿Cuántas muchachas se han marchado ya de la aldea huyendo de tus continuos abusos de confianza? - Esta vez, fue el rostro de Miroku el que se ruborizó ante el comentario. Lin, Sango e Inuyasha no pudieron evitar reír; aunque Lin no supiese realmente lo que significaba abusos de confianza.- ¡Eres un pervertido! ¡Seguro tienes una contusión en la cabeza por tantos golpes que debe darte tu esposa!

 

Y así transcurrió la noche, entre una broma y otra, colándose entre algún recuerdo lejano. La amargura inicial que se había cernido sobre la velada parecía haber desaparecido. Más tarde, cuando el anochecer sobrevino, y la reunión se fundió en la oscuridad y el silencio, Sango y Miroku sacaron dos pares de velas del almacén, e iluminaron la habitación con una curiosa esencia de cera. Estando allí, encerrados en la pequeña sala, entre cuatro bolas de candela, la longitud del tiempo pasado pareció adentrarse en ellos de una forma extraña. El pasar de las horas se volvió impredecible, y cuando se dieron cuenta, la luna llena ya estaba alta en el cielo, y el receloso silbido del silencio se imponía sobre la noche.

 

Sólo entonces, un largo chillido, nacido de una garganta aporreada, atravesó la tranquila afonía que se escurría por la Aldea de Exterminadores, adentrándose en forma de eco en los fríos pasajes del Mar de Árboles. El grito, surgido de una voz añeja, pero femenina, decía solo una cosa. Lanzaba a los aires una advertencia que hubiese colado el miedo, y hasta el terror, en los huesos de cualquier otro. La espalda de Inuyasha se tensó, y sus ojos se empequeñecieron, como los de un niño travieso atrapado en plena jugarreta, cuando el gritó se repitió, exclamando con pavor que había un monstruo en la aldea.

 

            -           No te preocupes. - Alcanzó a decir, quizás demasiado tranquilo, cuando  Sango intentó levantarse de su asiento. - Él estará bien. - La exterminadora, no muy satisfecha con su respuesta, volvió a sentarse, poniendo una cara de pocos amigos.

 

            -           No es exactamente él quién me preocupa. - Exclamó, molesta. Sin embargo, recordó las palabras de Inuyasha esa mañana, prometiendo que no iba a lastimar a nadie, y en vista de que no resonaban más gritos en la lejanía, decidió sólo sentarse y esperar.

 

Pocos minutos pasaron, y comenzaron a escucharse pasos que, uno tras de otro, subían la escalera de piedra caliza. La puerta se abrió de repente, y Sesshomaru entró por ella con calma, como si de su casa se tratase. Casi al mismo tiempo, un chispazo frío y punzante recorrió las espaldas de Sango y Miroku, e Inuyasha no pudo evitar reír al ver sus caras de horror. Fue sin embargo una risa pequeña, inaudible, que ante la tensión del momento pasó desapercibida. Sesshomaru bajó la mirada hacía la pequeña mesa tradicional en el centro de la habitación. Un pensamiento en su cabeza lo sacó de la pequeña habitación, de la aldea, y hasta del mismo bosque, al tiempo en que levantaba los ojos, nublados y ausentes, para ver a la turbada pareja. Por un momento, nadie dijo nada.

 

            -           Sango... - La muchacha sintió como su esposo le daba un golpecito en las costillas, ladeando la cabeza hacía el almacén. Tardó un momento en captar el mensaje, y cuando lo hizo, su rostro se tensó, alterado, y se levantó para dejar la habitación, murmurando un "Oh, sí. Claro" casi inaudible.

 

Volvió, como la última vez, con otro cojín, otro tazón y otros palillos, y los colocó en un movimiento demasiado nervioso, a un lado de Inuyasha. Sesshomaru enarcó los ojos en un gesto extraño, que casi parecía de burla, y la dirigió una última mirada antes de sentarse. Por lo demás, solo guardo silencio. La amargura pareció cernirse sobre la velada de nuevo. No era, sin embargo, ante el silencio de los presentes, sino ante el tono asustado y hasta incómodo que arribaba en sus voces.

 

La conversación era tranquila, no tan tensa o turbadora como pudo haber sido. Y sin embargo, el recelo flotaba sobre ella; encontrándose ante un obvio cambio de aires entre la ausencia y entrada de Sesshomaru, quien, ni entonces ni después, tuvo intensión de sumarse a la charla. Se hablo del clima, de la vida en la aldea, y de otros tantos temas sin importancia. La pareja no se atrevió a volver a preguntarle a Inuyasha que había hecho en los últimos tiempos, y aunque la cuestión se cruzó muchas veces por la cabeza de ambos, tampoco se atrevieron a preguntar como su camino y el de su hermano se habían encontrado. Sin embargo, en algún momento Sango notó, con cierto rencor, como Sesshomaru no se dignaba ni a tocar la comida.

 

            -           Es de muy mala educación rechazar la comida que se te ofrece, ¿sabes? - La voz de la muchacha, sin intención alguna, salió de su garganta en un tono ofendido.

 

Los ojos de Sesshomaru se levantaron del plato y encararon los suyos con un aire cansado y algo confundido, como si no supiese que estaban hablando con él. La miró por un momento y al sentir la mirada suspicaz de Inuyasha sobre él enarcó los ojos, tomó el tazón y comenzó a comer. Sango borró aquella expresión disconforme, y con una nueva sonrisa en la cara continuo con la conversación. Inuyasha puso los ojos en blanco, y volvió su mirada hacía la mesa. Miroku, que se quedó pensando en la escena un poco más que los otros, apenas pudo disimular su risa. "Todo sea por mantener la paz, ¿eh?" pensó, al llevarse un tallarín a la boca y abandonar su plato, finalmente vacio, sobre la mesa.

 

***

 

Las horas pasaron; la noche, alguna vez joven, comenzó a notar las arrugas en su semblante, y la luna llena, como un gran bombillo sobre el cielo, alumbraba su faz marchita, para recordarle a todos, que tarde o temprano, les sobreviene la vejez. Miroku se llevó a Lin, que había caído dormida sobre el brazo de Inuyasha poco después de la cena, a una habitación al fondo del pasillo, grande para un niño y pequeña para un adulto, y la dejó recostada sobre el futón. Jaken, que parecía tener órdenes precisas de cuidar a la niña, lo siguió de cerca, y al encontrarse al pequeño sapo parado frente a la puerta, con un rostro cansado y apoyándose sobre su bastón, dejó escapar un suspiro y fue hasta el almacén, a buscar otro futón.

 

Sango, tal vez para alargar un poco más la velada, o quizás solo para recordar viejos tiempo, encendió una fogata en el jardín trasero, y arrastró a su querido esposo y a su invitado mitad-bestia a sentarse alrededor. Sesshomaru, se encontró con sus otros dos acompañantes dormidos en una habitación, y como no tenía deseo alguno que lanzarse a registrar la propiedad privada, resolvió salir y, no sin antes lanzar una mirada sospechosa al grupo, sentarse con ellos. Esta vez, ni el monje ni la exterminadora dieron reparo en su presencia para frenar la conversación. Era una visita de varios días, después de todo, y lo quisiesen o no al parecer tendrían que acostumbrarse a tenerlo merodeando por ahí.

 

La conversación se filtró, en está ocasión, a más allá de recuerdos lejanos, remontándose en alguna que otra vivencia reciente. El monje Miroku relató, con quizás demasiado orgullo, como había defendido a la pequeña aldea de un espíritu Banshee que merodeaba por el bosque. Y lo había hecho sin la necesidad de un agujero absorbiéndolo todo en su mano derecha; tan solo con sellos sagrados y "el poder de sus rezos". Su esposa, aunque ya debía saberse la historia del principio hasta el final, lo escuchaba atentamente y con los ojos bien abiertos, dejando escapar ovaciones de asombro que, solo a veces, sonaban demasiado fingidas. Inuyasha entendió entonces, con un sueño fruncido, que en vista de que su vida ya no estaba a punto de acabar, y que se había prometido una vejez pacifica como el patriarca de una aldea, Miroku se aferraba cada día más a su religión, y su esposa, encantada ante esa madurez barata, se volvía cada vez más aseñorada y "convencional".

 

Con el pasar del tiempo, sin embargo, el mismo monje perdió interés en el relato, al darse cuenta de ni Inuyasha, ni mucho menos Sesshomaru, le estaban prestando atención. En cambio, ambos parecían absortos en el danzar de las llamas, subiendo la mirada cada vez que una chispa se escapaba del fuego y se alejaba flotando hacía el firmamento nocturno. Y ese par de orbes doradas, fundidas entre amarillo y naranja, y entre el color negro ceniza, solo se apartaban de la madera flameante para mirarse mutuamente, de forma disimulada, sin que el otro se diese cuenta. De vez en cuando, sus ojos se encontraban, y ambos formaban una pequeña sonrisa en sus rostros. Miroku sintió como un escalofrío recorría su espalda al ver, por primera vez en su vida, a Sesshomaru sonreír.

 

Finalmente, Sesshomaru pareció perder su interés en las llamas y en las sonrisas disimuladas, y se levantó de su lugar, alterando a su compañero.

 

            -           ¿A dónde vas? - Le preguntó tomándolo de la manga, sin gritarle realmente, pero usando un tono fuerte y precipitado. El otro se quedó callado un segundo, en el que sólo se escuchó el chispotear de los troncos al ser consumidos por el fuego, antes de responder.

 

            -           A buscar al dragón... - Respondió sencillamente, logrando que su compañero, algo avergonzado, lo dejase marchar. Por un momento, se hizo el silencio en el campamento; Miroku fue el primero en hablar.

 

            -           Que fraternal, ¿Eh? - Dijo, en un tono cercano a la burla.

 

            -           ¡Cállate! - Inuyasha tensó su rostro, y lo miró tal vez más molesto de lo que debería. El mitad-bestia dejó escapar un suspiro, y se tomó un momento para escuchar como las cigarras cantaban desde el bosque. Esta vez fue Sango quien rompió el silencio.

 

            -           Él es... tan extraño. - Fue lo que pudo decir. - Creo que no ha dicho ni una sola palabra desde que llegó. - Ante el comentario una gran sonrisa se formó en el rostro de Miroku, que comenzó a reír.

 

            -           ¡Dime la verdad, Inuyasha! Cuando te vas a dormir por la noche, y encuentras esos fríos ojos amarillos mirándote desde la oscuridad, ¿No sientes, ni por un momento, la necesidad de salir corriendo? - Dejó escapar otra risa, aunque la pregunta iba en serio. - ¿Realmente no te da miedo estar tanto tiempo cerca de él?

 

Las orejas de Inuyasha se bajaron y desvió la mirada hacía un lado, en un gesto indescifrable que sorprendió a sus amigos. Entonces, repitió las mismas palabras que había dicho esa tarde, al entrar en la casa. - No es tan malo como parece...

Notas finales:

Una imagen sencillita:

http://images2.layoutsparks.com/1/75000/japon%C3%A9s-palo-cuenco-cer%C3%A1mico.jpg

Y una linda cancioncita para imaginarse la última escena:

http://www.youtube.com/watch?v=DJaoeBUWCZw

Bye,bye ;)


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