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La agonía de mi corazón... por Circe 98

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Notas del fanfic:

Yu-Gi-Oh! no me pertenece, es de Kazuki Takahashi

Notas del capitulo:

Holaaaaaaaaaaaaaa! un año ando cumpliendo de haber comenzado a escribir y por eso me puse a hacer esto aunque no me gustó mucho lo que hice :I ustedes critiquen, ya me dicen que tal moo ;w;

14 de diciembre de 1854.

Una figura se desplazaba por el aire, un aire enrarecido por todos los sucesos que la habían llevado ahí pues volaba enamorada hacia su encuentro con su amante. Debería estar en algún otro lugar, debería estar preparándose para la lucha, debería estar preparándose para matar a más de sus enemigos pero no podía, estaba cegada por el profundo amor que le profesaba a su amante que no podía pensar en matar.

Sin embargo, debió haber notado que aquel aire enrarecido le diría algo.

-----------

Once upon a time, an angel and devil fell in love...

… it did not end well.

***

Yugi caminaba hacia su hogar, pensando en que olvidaba algo, pensando que debería ser más paciente con sus amigos, pensando si debía acompañarlos a hacer la tarea pero necesitaba de todo el tiempo que dispusiera pues él tenía un encargo que hacer.

Debía descubrir quién era pues desde siempre había tenido la duda de quién era. No es que no recordara lo que había pasado antes, simplemente era que sentía un vacío muy profundo que no pudo llenar con su relación con Tea, su mejor amiga, quien había respetado su decisión de terminar con la relación sin oponerse.

Sin embargo, Tea se había ido de aquella ciudad luego de ello. No sabía lo que la había orillado a tal pero no quiso entrar en detalles ya que no quería saber nada de la misma, habían terminado porque Yugi no se sentía cómodo con ella, no sentía el cariño y el amor que pensó sentiría. Tampoco era que no le gustara, le gustó y mucho pero sentía que traicionaba a alguien, que le era infiel a alguien que desconocía.

Al llegar a su hogar, comenzó a buscar en todos sus libros lo que hiciera falta para que pudiera estar completo, alguna pista que le dijese sobre su pasado, algo que le dijese si había sufrido un accidente que le privó de parte de su memoria pero nada. Cada foto que ahí aparecía, cada foto él las recordaba como si recién las hubieran tomado.

Suspiró algo molesto.

—¿Sucede algo, Yugi? —Le llamó su abuelo desde la puerta de entrada quien miró el desorden que había dejado luego de haber terminado de revisar cada uno de los álbumes.

—Lo siento abuelito —murmuró con cierto pesar en la voz—. Sabes que sigo buscando las respuestas a aquel vacío que tengo.

El anciano lo miró con tristeza y luego se hincó a su lado.

Le consoló con respecto a ese tema pues, incluso, su propio hijo había sufrido del mismo problema sobre sentir un vacío enorme que pudo sanar el día que había conocido a su señora esposa. Aunque había estado en contra al principio por el hecho de que no se conocían bien pero ella había demostrado que no era mala persona, simplemente que era diferente al resto pero en el sentido de que ella siempre estaba leyendo, dibujando o soñando, muy diferente a las demás niñas que se limitaban a hacer lo que les decían.

Además, le recordó que no por ser adoptado debía de mostrarse de aquella manera. A Yugi le dolió que le recordaran que era adoptado debido a que sus padres no podían tener hijos, siendo su padre estéril. Su madre nunca se había embarazado aunque ese fuera su sueño, nunca quiso serle infiel a su marido y se quedó sin embarazarse, acudiendo a adoptar al pequeño Yugi, de dos años de edad pero con una curiosa característica.

En ambas muñecas se apreciaba un pequeño fénix. Ambos le habían preguntado de cuando lo había tenido pero todos en el lugar respondieron que había llegado a la semana de nacido y que ya los tenía, no sabían en sí cómo habían llegado a sus muñecas o el por qué no se habían desvanecido con el tiempo pero le hicieron estudios y su sangre no mostraba la contaminación característica de los tatuajes, era libre de poder donar sangre.

El anciano le dijo que no se preocupara, que viera todo lo que sus padres hacían por él para darle la vida que tenía, donde no le faltaba nada pues le era brindado todo el cariño de sus padres y abuelo, además de que lograba poder tener los materiales necesarios.

Sin embargo, Yugi no se rindió aunque el abuelo así lo viera. Alegó a que tenía mucha tarea que hacer y que bajaría a comer cuando tuviera hambre, que no quería distraerse para acabar lo más pronto posible aquella tarea.

Solomon asintió, dejando que su nieto se fuera, dejando que subiera las escaleras sin molestarse en saber cuál era pues no podría ayudarle mucho a su nieto.

Sin embargo, Yugi no tenía tarea y, al subir a su habitación, salió por la ventana, con algo de dificultad para evitar que su abuelito le viera pero obligado a ello, a buscar respuestas.

---------

Del otro lado de aquella ciudad, un hombre adulto completamente apuesto ante la mirada de algunas mujeres, de cabellos tricolores, de rubios flequillos, cabellos negros y puntas rojas, sin mencionar los tres reflejos rubios que se levantaban sobre su cabello; con ojos llenos de odio y rencor de un color rojo, una piel de color blanco.

Miraba el mundo que se le hacía tan diferente al que había pensado, un lugar donde no había guerras, donde todos caminaban entre iguales y no buscaban la muerte del otro. Quería creer que sería capaz de ello, quería creer que bastaría con lo que haría para acabar con la guerra que conocía desde hacía siglos, que podría ir de un lugar a otro sin que alguien le amenazara con cortarle la garganta pero siendo imposible sin sentir remordimiento.

Caminó hasta llegar a un callejón donde emprendió el vuelo, un vuelo que era posible gracias a sus alas que, únicamente, eran visibles en su sombra. Nadie le prestaba mucha atención pues era uno más de ellos.

Vestía una camiseta ajustada color negro con dos agujeros en los omoplatos para dejar libres sus alas de aquella estorbosa tela, un pantalón de mezclilla azul marino y zapatos negros.

Atractivo a la vista pero mortal si se le desafiaba.

Al volar y dirigirse a otro sector de aquella ciudad, se encontró con un pequeño niño que era parecido a él. Trató de ignorarlo pero algo le llamaba a seguirle, un aura salía de él como para darle una razón de saber sobre él.

Lo siguió por varios minutos, esperando saber al lugar al que iría pero lo perdió de vista en una distracción puesto que algunos comenzaron a verlo y tuvo que esconderse para evitar más miradas curiosas. Cuando lo encontró, no fue de la forma en que esperaba hacerlo.

—¿Por qué me has seguido? —Preguntó con bastante curiosidad, causando que se sorprendiera de escuchar aquella voz que le reconfortaba aunque era la primera vez que la oía en su vida. Pero, aunque quiso responderle, no entendía el idioma que el chico hablaba.

Negó con la cabeza, tratando de excusarse de que no entendía el idioma pero su compañía lo interpretó de otra manera.

—¿Eres sordomudo? —Preguntó con curiosidad al ver que no hablaba—. ¿O eres extranjero?

Ambas preguntas, el aludido no supo cómo responderlas porque, a pesar de que conocía el tono de pregunta, no sabía lo que decía por lo que trató de explicarse que no entendía aquel idioma.

—No te entiendo —había dicho en su idioma natal. Una combinación de suaves sonidos, bastante diferentes al idioma que su acompañante hablaba.

Yugi también se quedó con la duda sobre lo dicho pues el idioma se le hacía extrañamente familiar aunque no supiera el significado del mismo. Volvió a intentar hacerle la pregunta sobre la razón de que le siguiera, siendo contestado en el mismo idioma extraño y muy familiar.

Aunque el más alto quiso intentar hablar la lengua del enemigo, el doloroso recuerdo le impedía hacerlo.

Sin embargo, la tercera vez que aquel niño le hacía la pregunta, él contestó en ese idioma, estructurado por gruñidos.

Yugi lo miró sorprendido, conocía aquel idioma. Cuando niño, había practicado de él hasta que le salió y luego se lo enseñó a sus amigos para así guardar los secretos que se quisieran contar al aire pero los demás lo olvidaron en cuanto crecieron mientras que él lo recordaba. Tomó aire y le preguntó por cuarta vez la razón de que le siguiera pero en aquel idioma que pensó había inventado y no que fuera verdaderamente algo conocido.

Al saber que podrían llevar una plática fluida a través de aquel idioma que, para uno, dolía hablarlo mientras que el otro le parecía curioso que alguien más pensara como él.

Yugi se enteró que aquel muchacho se llamaba Yami y que lo seguía por una razón desconocida puesto que no entendía lo que rodeaba su mundo y que se sintiera ligeramente atraído por él aunque desconocía en qué sentido. Se sonrojó al pensar que estaría con él de forma sentimental pues, aunque a penas lo conocía, no le sentaba nada mal verse en sus brazos.

Yami cambió de tema rápidamente pues vio que estaba incomodando al niño que tenía al lado. No rebeló mucho pues era alguien inocente, alguien que no conocía nada de su mundo y que no debía conocerlo.

Yugi le preguntaba la razón de que tuviera rota la camisa a la altura de los omoplatos pero Yami no respondió, simplemente eludió la pregunta diciendo que la tenía así de siempre y que no se preocupara por ello aunque el menor se quedó con la duda.

Pasando por la plaza, Yugi miró el reloj que había y se asustó. Habían pasado tres horas desde que había llegado a su casa y tres horas que llevaba hablando con Yami que todavía desconocía de él pero, aun así, se sentía muy cómodo con él.

—¿Pasó algo? —Le preguntó Yami al ver que estaba bastante alterado. Yugi le miró y no supo descifrar lo que le pasaba pero, intuía, que era algo grave.

—Muchas gracias por permitirme estar a su lado —dice extendiendo su mano, descubriendo su tatuaje por culpa del movimiento brusco pero no completo, siendo tan pequeño, era casi imperceptible para los ojos—. Tengo que irme, tengo que regresar a mi hogar puesto que no quiero preocupar a mi abuelito.

Yami estrecha sus manos, sintiendo una pequeña sensación muy familiar para él. Internamente, estaba teniendo una lucha interna pues recordaba con mucha acidez lo que había vivido hacía años. Soltó la mano que Yugi le tendía y lo vio alejarse, sintiendo una punzada de vacío, la misma punzada que sentía cuando se despedía de su amada.

Aquellos años en que estuvieron ligados habían sido cortados con un hacha, el hacha que lo obligó a matar a toda la familia de ella.

Pues él era un ángel.

Caminó hasta perderse en un callejón, haciéndose invisible a la vista de todos y volando para vigilar al chico que había conocido. Vio que trepaba un árbol para llegar a una ventana donde entró sin más, con un gesto bastante preocupado tomó una bolsa y sacó algunos libros del mismo para abrirlos.

Un hombre entró a la habitación, no supo la razón pero se vio a sí mismo a cercarse a la ventana para proteger al chico, con una furia bastante notoria en sus alas que, invisibles, comenzaron a soltar chispas que se perdían antes de tocar el suelo.

Hablaron aquel idioma que no entendía y luego el hombre abandonó la habitación, aliviando bastante a Yami, se preguntó la razón de que se sintiera de aquella forma hacia un niño que apenas conocía. Había sentido aquel sentimiento cuando joven y eso quedaba en el olvido pues no le gustaba mucho recordar su pasado.

Se quedó sentado en el árbol, a la altura de la habitación de aquel chico que desconocía el nombre. Mirando cada acción que éste hacía durante horas, saliendo y entrando por la misma puerta en que el hombre había entrado horas antes, viendo que anochecía y que el menor simplemente buscaba la forma de eliminar su aburrimiento, escuchándole hablar en aquel idioma que no entendía.

Finalmente llegó la noche y aquel muchacho se fue para regresar vestido únicamente con una camisa negra manga corta y unos pantalones de algodón color azul cielo, dejando sus brazos al descubierto.

Cuando fue hacia la ventana para cerrarla, Yami se dio cuenta de que en sus muñecas aparecían las marcas de la raza que más odiaba y repudiaba. Se preguntó si sería alguien importante en aquel otro mundo pero negó, debía ser una simple coincidencia de que tuviera aquellas marcas.

—¿Te gustan mis tatuajes? —Preguntó a Yami.

El mayor se asustó pues no había cometido ningún error para revelarse por lo que no habló, simplemente se quedó ahí.

—Sé que estás ahí, Yami —le dijo abriendo la ventana de nueva cuenta, murmurando aquello para que, simplemente, ellos dos lo supieran.

Aunque Yami pensó en negar que estaba ahí, se dejó ver pues quería hablar más tiempo con aquel niño.

—¿Dónde te los hiciste? —Preguntó acercándose a la ventana para entrar a la habitación del menor.

Yugi dejó que entrara pues sabía que tenían mucho de qué hablar todavía.

—No tengo idea, por lo que parece, pude haber nacido con ellos —murmura viendo ambas muñecas pues eran idénticos aquella forma—, lo único que sé es que no se borran por más que yo quisiera, siempre han estado ahí.

Yami tomó las manos del menor para ver los tatuajes que llevaba en su muñeca y se sintió tan terrible que una punzada de culpa le llegaba, además, le debilitaba tener contacto con los tatuajes que el manto que cubría sus alas fue retirado, causando que Yugi contuviera un grito de miedo y asombro.

Lo único que no podía hacer era saber la identidad pasada del menor pues habían sido millones de enemigos que él había matado y millones que él había provocado su muerte para que jamás volvieran.

—¿Qué pasó? —Le preguntó Yugi al ver que se tiraba al suelo.

—Debo contarte algo pero no aquí —murmura tomando al menor de la mano y llevándolo lejos de aquel lugar, cargándolo.

El menor quejó pues no había dicho ni sí pero tampoco no, por lo que estaba ligeramente molesto con Yami por haberlo obligado a ir con él a un lugar que desconocía.

--------------

Once upon time, an angel lay dying in the mist…

… and a devil knelt over him and smiled.

***

Yami yacía atravesado por una espada sobre su hombro, tirado en la bruma, cerca de una playa. Sangraba en abundancia y no quería salvarse pues ya estaba cansado de generar muchas muertes, estaba cansado de generar más odio, más guerra, más muertes y todo por algo que había ocurrido hacía 5000 años de, los cuales, él había vivido 1000, quería un descanso y esperar poder obtenerlo aquel día.

Sin embargo. Escuchó un sonido que le obligó a tapar la sangre que salía de su hombro. Más adelante se preguntaría la razón de haber hecho aquello en vez de dejarse ir y morir para salir de aquel mundo pero, en ese momento, solo se concentraba en hacer aquello.

Luego, a través de la bruma divisó una silueta. Tenía grandes alas de murciélago, largos cuernos de gacela afilados como picas. Primero, Yami sintió una profunda aversión ante tal imagen pues era el enemigo y no un aliado.

Vio que se movía de un lado al otro, entre los cadáveres que acompañaban a Yami para rendirse por lo que se preguntó la razón de que hiciera aquello, la razón de que matara a los moribundos y de que se moviera de un lado a otro, entre todos los enemigos de él y aliados de ella.

Se volteó y se empezó a acercar a Yami.

Cada paso que daba, cada paso que se revelaba su forma. Era delgada y sus piernas largas –delgados muslos humanos que se convertían en elegantes patas de gacela rematadas por unas delicadas pezuñas hendidas–. Tenía las alas desplegadas, su modo de andar transmitía delicadeza y elegancia. En una mano llevaba un cuchillo relativamente pequeño pero lo suficientemente afilado como para matar a los moribundos y en su otra mano llevaba un largo bastón curvado y llevaba algo suspendido del mismo.

Cuando se acercó a Yami, él pensó que haría algo para delatarlo y terminar de matarlo pero, en vez de gritar, hizo un gesto burlón con la cabeza, parecido al de un pájaro, que denotaba curiosidad en todo sentido.

Para Yami era hermosa de una forma algo extraña e incomprensible.

Se acercó hasta quedar hincada al lado de él. Yami deslizó su mirada por el rostro de la muchacha, bajando por el cuello hasta sus clavículas. Era de constitución delicada, elegante y esbelta. Su cabello corto por sobre los hombros. Una capa de pintura rodeaba los ojos de la muchacha y pudo notar que eran grandes –esmeraldas luminosas, vivaces y apenados–.

Aquella pena era por sus compañeros caídos y no por Yami pues había muchos de los suyos en toda la playa pero ninguno con aquella elegancia y hermosura que ella denotaba. Yami pensaba que nunca se dignó a ver a uno de sus enemigos directamente, simplemente cumplía las órdenes dadas: matar, pero los pocos enemigos que había visto eran campesinos esclavizados, ella era una soldado. Una guerrera. Simplemente sabía que mujeres como ella estaban para matar a su especie y él solo las conocía cuando esquivaba un golpe mortal.

Sin embargo, para él, en ese instante, ella parecía una muchacha más, no una soldado, no una guerrera, no el enemigo, solo una muchacha con curiosidad por él. Solo sabía que entre ellos dos no podía existir nada pues él mataba a los de su raza y ella, a los de él.

Esa era la razón de que ella estuviera ahí, para matarlo y no dejar que viviera o escapara, esa era la razón de que ambos viviesen pero ¿por qué no lo había matado todavía?

Una vez que la sorpresa había desaparecido del rostro de la muchacha, comenzó a examinar a Yami, de pies a cabeza, encontrándose únicamente con la herida de la espada que tenía clavada. Se la sacó con algo de rapidez para evitar el dolor y un manantial de sangre comenzó a brotar del mismo. Por inercia, Yami tapó la herida para evitar que más de aquel líquido caliente saliera.

Pudo haberla matado con un cuchillo escondido entre sus ropas, clavárselo en su perfecta garganta y matarla pero no lo hizo, no quería matarla.

Cuando sintió el humo saliente del bastón, se preguntó si estaría en el sueño del moribundo o que hubieran enviado a la muchacha enemiga para que se fuera con ella. Del bastón colgaba algo que expulsaba humo y ese humo era de aroma sulfuroso y herbal. Yami sentía que lo llamaban a la serenidad, que ella lo llevaría hasta el siguiente reino donde no hubiera guerra por lo que quitó la mano de su herida y tomó la de la chica.

Ella se asustó y retiró la mano con brusquedad.

—Iré contigo —dijo en el mismo idioma de ella, un idioma conformado por gruñidos y era áspero. Yami conocía lo suficiente del mismo como para dar órdenes a los esclavos. Él apenas escuchaba su propia voz pero ella si le entendió claramente.

Miró el bastón y luego a él.

—Esto no es para ti —respondió retirando el bastón del ángel, lo suficiente como para que el aroma no lo desconcertara, clavándolo en el barro hecho por la arena, la sangre y el agua del mar, para que el aroma se lo llevara el viento—. No creo que quieras acompañarme.

Para Yami, su voz era muy hermosa, incluso aquel idioma sonaba dulce pronunciado de sus labios.

—Estoy listo —dijo sintiendo cómo la vida se le escapaba poco a poco—, hace mucho que deseo la muerte.

—Pues yo no. He oído que estar muerto es aburrido y que solo se disfruta un tiempo.

Pronunció aquellas palabras con tono frívolo, divertido, y él levantó la mirada hacia ella. ¿Estaba bromeando? La muchacha sonrió.

Sonrió.

Yami también lo hizo. Sorprendido, sintió que una sonrisa se dibujaba en su boca, como un reflejo provocado por el gesto de ella.

—Aburrido, suena bien —respondió dejando caer los párpados—. Tal vez pueda ponerme al día con mis lecturas.

Ella contuvo la risa con una mano y Yami, a la deriva, empezó a creer que estaba muerto. Sería menos extraño que creer que aquello estaba sucediendo realmente. Había perdido la sensibilidad en el hombro destrozado y no se dio cuenta de que ella lo estaba tocando hasta que sintió un dolor intenso. Jadeó y sus ojos se abrieron de golpe. ¿Lo había apuñalado?

No. Le había colocado un torniquete por encima de la herida.

—Te recomiendo que sigas vivo —dijo ella.

—Lo intentaré.

Luego, todo se volvió borroso para Yami pues no recordaba gran parte. Excepto unos dedos fríos sobre su ardiente piel por la fiebre que le había dado. Ella había delineado su rostro, en busca de conservar aquello, en busca de conservar una prueba de que había salvado a su enemigo.

***

—¿Qué tiene que ver ella conmigo? —Preguntó Yugi una vez que escuchó toda la historia.

Se preguntaba las semejanzas que tendría con aquella muchacha demoníaca que había robado el corazón de quien tenía enfrente. Estaba celoso aunque lo negaría si lo inculparan de ello. No entendía la razón de que aquellos celos nacieran pero, de lo que estaba seguro, es que no quería escuchar nada de los labios de aquel ser.

—Aquella muchacha se llamaba Hatmehyt —dijo levantando la mirada hacia Yugi—, era realmente hermosa.

—¿¡Qué tiene que ver conmigo!? —Volvió a preguntar, molesto porque hablara de ella frente a él. Conocía el sentimiento de celos, lo había vivido antes de volverse novio de Tea, cuando alguien se le acercaba a ella y se tomaba demasiadas confianzas aunque él no pudiera hacer la gran cosa puesto que ella no sabía de su existencia.

Una vez que comenzaron a salir, Yugi seguía sintiendo celos pues todos los hombres miraban a Tea y, aunque esta le decía que no debía sentirlos, ahí estaba. Los celos eran producto de su miedo a perder a Tea, ahora que ya no tenía nada que ver con ella, sus celos estaban ahí por aquella muchacha fantasma y, sin embargo, él no debería sentirse de aquella forma pues no conocía a aquel ángel y, mucho menos, tenía algo que ver.

—Ven —lo tomó otra vez en brazos y se lo llevó volando.

Yugi volvió a pedir que lo bajara, no estaba cómodo al pensar que, en aquellos brazos, una mujer hubiera estado, no le apetecía para nada que aquella mujer hubiera estado con él, que hubieran estado juntos. No le había contado más que el momento en que se había conocido pero, sentía, lo sabía, que aquella mujer había pasado a más de una simple muchacha demoníaca pues, cuando se conocieron, ella no había dicho su nombre a Yami y el de él a ella.

Yami movía sus alas invisibles por la negrura de aquella noche, llevando a Yugi con él. Estaba a un paso de llevarlo a un mundo donde la guerra lo había consumido todo pero se detuvo en seco frente a la abertura pues él corría gran peligro en aquel lugar. Tomó aire y volvió invisible al menor, colgándolo en su espalda para que los guardias no supieran que rompía las reglas. Además de regresar sus alas visibles para que no lo vieran extrañado.

Obviamente, le había murmurado a Yugi que se mantuviera callado y que no hablara pues podrían encerrarlos a ambos y luego eliminarlo. Yugi asintió y se quedó colgando de la espalda del mayor, callado aunque seguía molesto con éste.

Una vez que había pasado lo peor, Yami lo llevó hasta lo que, alguna vez, fue la ciudad de los demonios o, como se denominaron, de las quimeras. Ahí, Yugi se volvió visible y, por extraño que le pareciera, vio la ciudad como si estuviera en su época más hermosa, en su época de esplendor.

—La ciudad se llamó Loramendi —dijo Yami en un susurro bajo pero lo suficientemente firme para que le entendiera—. Hace años que ardió esta ciudad.

Yugi no escuchaba, solo miraba de un lado a otro todo lo ocurrido. Veía la jaula de pie, veía que cada parte de aquella jaula, de aquella jaula que ahora solo se mantenía en pie en la base, la veía a como había sido ciento de años antes, quizá miles de años antes.

Siguió caminando a la deriva, sin detenerse a pensar, sin detenerse a escuchar, se aventuró hasta llegar a la calle principal de aquella ciudad hecha cenizas, tenía una mala manía de querer volar en ese momento y, por cómo corría, pudo haber dicho que así fue.

Al llegar, supo su nombre y lo mencionó al mismo tiempo que Yami.

—Es la Serpenteante —habían dicho ambos, Yugi con dolor mientras que Yami sin expresión alguna. Siguió corriendo, viendo a unos fantasmas vestidos con máscaras de humanos y bestias, aquellos fantasmas bailaban y se besaban y reían y tomaban, como si estuvieran en una fiesta y no en una Jaula, sin embargo, él se sentía ahí, en aquel tiempo, se sentía como excluido pero perteneciente, algo de su piel expuesto y pensó que sería así, cuando vio a un hombre mucho más alto que él pero también de su misma edad más o menos. Lo tomó del brazo y, él como muestra de que aún decidía, besó la máscara de aquel joven.

Siguieron dando vueltas hasta que se detuvo en seco pues estaba frente al Ágora, donde entró y se tiró a llorar, le dolía ver aquella ciudad en ruinas puesto que él la veía como había sido muchos años más antes.

—El Ágora —murmuró, sorprendiendo a Yami, quien le había seguido por todo el camino.

—Entonces si eres tú —dijo Yami, tomando por sorpresa al menor y, antes de poder decir algo, tenía los labios del ángel sobre los suyos.

Aunque sus lágrimas pujaban por salir, las contuvo y se dejó ir por el beso, pasando sus manos por el cuello de Yami, sintiendo que éste pasaba sus manos por su cintura y lo pegaba más a él. Ambos se entregaron al momento, a la pasión naciente de aquel beso y a los sentimientos que ambos tenían. Uno de profunda alegría por sentir lo que le molestaba llenarse mientras que el otro, sentir que una parte de él regresaba de lo más profundo del abismo.

Se separaron con las respiraciones agitadas. Yugi, aunque lo hizo por inercia, se separó con la mano en su boca, sorprendido de lo que había hecho aquel ángel puesto que no creía que un verdadero ángel se entregara a ese tipo de sensaciones y sentimientos.

—Yugi —le llamó con pena y dolor—. Perdón.

Perdón.

Perdón.

Perdón.

Aquella palabra resonaba como un eco en su mente, no sabía de lo que se disculpaba. Si era por su rapto, no estaba molesto, si era por otra cosa, era mejor que se explicara porque no entendía nada de lo que lastimaba al mayor.

Su acompañante iba a hablar cuando este sintió una energía que lo golpeó y causó que cayera al suelo por la misma magia. Yugi vio a varios monstruos acercarse a él pero no los vio con miedo, si no con desafío por lo que se interpuso entre Yami y la magia de sus manos, esperando un golpe que nunca llegó pero si recibió que lo lanzaran lejos.

Entre los que vio, había un muchacho altamente humano pero con las características que Yami le había dicho que su examante tenía por lo que se acercó a él para ver si sus manos tenían las marcas de él pero recibió un golpe y algo le fue dirigido, algo que no sintió. Se puso de pie tambaleante pues lo habían golpeado fuertemente.

Yami trataba de levantarse y defenderse pero no podía, simplemente le era imposible poder ponerse de pie con toda aquella magia maligna dirigida a él. Iba a morir y justo en el peor momento de su vida. Una voz se levantó de entre todos, causando que se sorprendiera pues pensaba que no podría regresar.

—¡Detengánse! —Dijo Yugi pero, su voz, sonaba distorsionada, no era ninguna de las tonalidades de Yugi, era su antigua amante, era Hatmehyt—. ¡No le hagan daño!

Los monstruos regresaron su vista y, vieron con sorpresa, que del cuerpo de aquel muchacho salía la antigua diablesa llamada Hatmehyt, como si no fuera posible creer que un muchacho humano tuviera todavía a aquella muchacha diabólica.

Estuvieron a punto de golpearla pues tenían muy presente la traición que había cometido pero algo sucedió.

Ella había tomado las espadas del muchacho idéntico a ella por la raza y derribó a todos sin permitir que alguno sobreviviera. El cuerpo de Yugi estaba abandonado en el suelo, no había alma dentro del mismo y ninguno sabía cómo había logrado manifestarse. Yami la miró, sentía lo mismo que años antes solo que, ahora, en vez de ver el rostro de Hatmehyt, veía el de Yugi, deformado por las características animales que tenía, modificando su rostro masculino al femenino de ella.

Cerró los ojos enojado, ya no quería ver a Hatmehyt, quería que Yugi estuviera ahí. Se regañaba el hecho de que hubiera llevado al menor a aquel desolado lugar, al pueblo en el que había crecido hecho ruinas hacía siglos pero que, aun, quedaban monstruos para defenderle.

—¿No están cansados de generar muerte? —Preguntó ella a sus hermanos quiméricos.

Todos negaron y trataron de eliminarla pues recordaban haberla visto en los brazos del ángel, que veía atónito su aparición, querían que se fuera, querían que su recuerdo no estuviera presente pero, para uno, así era y le gustó volver a verla.

Aunque pensó que sería traición a sus pocos compañeros, se colocó al lado de ella y, aunque no quisiera, del ángel que fue su amante.

Yami, de manera rápida, tomó a Yugi y salió volando, esperando que su alma regresara, esperando que volviera a ser él, que no volvieran más de sus memorias pues, ahora, confirmaba que era su antigua amada.

Las quimeras lo vieron escapar con él en brazos y se preguntaban la razón pues su amante estaba frente a sus narices. Vieron que ella sonrió y luego desapareció, como si no fuera más que una ilusión y, aunque su antiguo compañero quiso saber a dónde había ido, tomó vuelo y persiguió al ángel. Sus compañeros carecían de las alas por lo que sería fácil perderlos de vista.

Alcanzó al ángel y éste, instintivamente, protegió a Yugi con su vida si disponía a matarlo. No lo hizo, alegó que estaba lo suficientemente cansado de matar aunque no se privaría de sus espadas. Yami solo lo miró con desconfianza y siguió volando sin él, le tenía algo de vergüenza el enfrentarse a la familia de Hatmehyt, siendo que ella había renacido como un chico humano que había vuelto a tomar su corazón de alguna manera.

Hizo su hechizo de invisibilidad, tanto para el cuerpo de Yugi como para su acompañante y él, volaron de vuelta al mundo humano donde amanecía lentamente. Llevó al humano a su hogar para cuidar de él y esperar a que despertara para inventarle que todo había sido un sueño. Se despidió de la familia de ella –o él en este caso– y volaron por rumbos diferentes, perdiéndose en aquellos lugares.

***

Yugi despertaba con Yami a un lado, al verlo, pensó en sus alas, pensó en todo lo ocurrido antes pero Yami le calmó al decirle que había soñado, él había llegado en la mañana pues quería saber más sobre él. Aunque no quiso hacerlo, terminó por besar la frente del menor de manera cariñosa, una manera en que lo habría hecho un buen amante y, aunque Yugi no quiso eso, lo aceptó.

Con el paso de los años, Yugi enterró aquel recuerdo como algo inútil pero tenía a Yami del que se enamoró a cada día que pasaba. Lo ocultó un tiempo hasta que, por accidente, besó al mayor de manera casta frente a sus amigos, causando que se sonrojara y quisiera escapar puesto que demostró su mayor secreto, demostró que su orientación sexual no era normal con respecto a los demás. Y pensó en Yami, pensó que se iría de su lado por ello.

Sin embargo, Yami le devolvió el beso, diciéndole que también lo quería de tal manera y a él no le importó lo que los amigos del menor dijeran pues estaba aprendiendo el idioma natal del menor. Aprendiendo con algunas dificultades pero entendía al fin y al cabo.

Se fueron juntos, Yugi sintiéndose un manojo de nervios y Yami demostrando tranquilidad, a la casa del mayor para hablar de lo que habían hecho frente a los amigos del menor.

Al llegar, Yami no aguantó más y besó apasionadamente al menor, siendo que éste se quedara con la estática pero correspondiendo luego de un tiempo. Demostrando lo mismo.

Yugi quitó la musculosa negra que Yami traía encima para tocar aquel pecho musculoso que tenía, recorriendo con sus dedos cada músculo definido y cada músculo que se tensaba por los movimientos que hacía, mientras, Yami besaba sus labios de manera hambrienta.

Así se la pasaron hasta que Yugi se entregó a él, entregándose a quien sería su primera vez y el que sería su único dueño pues estaba realmente enamorado de Yami, tanto que no le importaba nada de lo que sus amigos pensaran, pues, con solo tenerlo a su lado le bastaba para olvidarse de todo lo que le dijeran.

Estaban recostados, Yugi sobre el perfecto pecho de Yami, el mayor acariciaba la espalda del menor y de vez en vez le besaba la cabeza pero estaba muy contento de volver a estar con alguien que amaba y, de hecho, cada que veía en el pasado, veía al chico humano y no a la quimera de quien se había enamorado por primera vez.

—Yami —le llamó luego de mucho rato, obteniendo la atención del mayor quien seguía acariciándole de manera un poco atrevida—. ¿Puedes decirme si te has enamorado antes?

—¿A qué viene la pregunta? —Preguntó tomando del mentón al menor.

—Simple curiosidad —declaró el menor.

Yami dudó un buen rato pues no sabía qué decir, no quería mentirle pero tampoco quería que pensara que todavía recordaba a Hatmehyt por lo que guardó silencio, creando una incomodidad visible entre ambos. Yugi solo quería saber si lo que pensaba era cierto pues estaba recordando lentamente los recuerdos de una muchacha y, en ellos, Yami aparecía con alas y pensó que su sueño era verdad por lo que no quería pensar que lo amaba por ella y que si descubría la verdad no sería lo mismo que en ese frágil momento.

—Si —dijo por fin, rompiendo el silencio—. Estuve enamorado de una muchacha pero eso tiene demasiado tiempo que no vale la pena recordarlo.

—¿Por qué?

—Porque simplemente ella murió —respondió abrazando al menor entre sus brazos—. La seguía amando cuando te conocí pero tú hiciste que, poco a poco, la empezara a olvidar y tú te quedaste en mi mente, impregnándote en cada parte de mi piel, enamorándome poco a poco con tus bellos ojos, con tu tersa piel, con tu sonrisa luminosa, con todo tú me enamoraste —dijo antes de colocarse nuevamente sobre Yugi, aprisionando sus manos en la cama y acercándose a su rostro—. Yo te amo a ti, Yugi Moto, no quiero a nadie más, no tengo a nadie más en mi cabeza.

Yugi soltó un par de lágrimas ante tales palabras ya que las sentía verdaderas, las sentía salidas del corazón de Yami y no algo que inventar para después desmentir. Yami volvió a besar los labios del menor de manera apasionada y Yugi volvió a entregar su cuerpo a aquel ser que le robaba el aliento. Sintiendo lo que siempre quiso sentir al lado de su ex novia: Amor, cariño y ternura, quizá y muchos más sentimientos de los que no era capaz de saber en aquel momento por su joven mente pero si estaba seguro de que lo amaba con dos corazones.

Yami demostraba con todo lo que tenía que había olvidado a su primer amor y dejó entrar a Yugi. Seguía sorprendido de que pudiera amar a un hombre debido a que, originalmente, no se sentía atraído por ellos, es más, detestaba ver a hombres que se amaban pero no lo decía pues respetaba las decisiones aunque no le gustasen en absoluto. Ahora se veía a él haciéndole el amor a un muchacho humano, sintiendo algo que ni con Hatmehyt había sentido.

Ambos sentían sensaciones tan únicas, sentían que podían estar en un mundo con ellos como únicos habitantes, podían encontrarse en la felicidad única y extrema, podían vencer todos los demonios que los molestaban y entregarse al amor para siempre.

Una vez que llegaron al clímax, Yami se dejó caer sobre Yugi quien lo acomodó en su pecho para dormir plácidamente. Se sentían unidos por tantas cosas que no podían hacer nada por separarse pues, inmediatamente, sus miradas se cruzaban y eso desencadenaba un montón de sentimientos que, trataron de ocultar al otro pero que no funcionó.

Despertaron y se miraron sonrientes pues no había sido un sueño, se vistieron y salieron tomados de las manos, caminando como novios, recibiendo miradas extrañadas por la gente que los veía pasar. Algunas los veían con cariño pues los veían como gente valiente pero la mayoría los veía con odio y susurraba palabras que dañaban la integridad del menor. Yami notó ello y solo sonrió antes de besar a Yugi frente a todos.

Aunque Yugi no quiso corresponder, se rindió al beso pues no podía negarle nada al mayor y una voz obligó a separarse de éste cuando sintió un jalón.

—¡Por esto terminaste conmigo! —Escuchó la voz de quien había sido su novia quien le veía con cierto asco y odio—. Pensaba que era por otra y no por… éste.

Señaló a Yami y, aunque su físico estaba haciendo de las suyas, Tea lo señaló como si de una enfermedad se tratara. El mayor empujó a Tea y tomó a Yugi de nuevo, no permitiría que nadie le hablara de aquella manera.

—Señora, no mal piense —dijo con voz profunda, una voz que Yugi conocía por medio de sus recuerdos. Sabía que la usaba cuando estaba molesto y quería arreglar las cosas—, yo lo enamoré, Yugi no sabía lo que pasaría.

Tea lo miró con incredulidad debido a que había regresado para retomar lo que había dejado hacía años. No estaba dispuesta a renunciar a él pero lo había hecho antes por su inseguridad.

—Si me disculpa señora —dijo tomando de la mano a Yugi, cambiando la mirada dura que tenía a una más tierna al ver a su adorado entre sus manos—, me retiro junto a él. Si quiere hablar con Yugi, lo hará sin que nos interrumpa o en mi presencia en dicho caso.

Yami sonreía con malicia pues nunca se separaba del menor. Yugi le siguió el paso algo asustado pero seguía ahí. No sintió nada cuando Tea lo había tocado, solo sintió lo mismo que sentía con sus amigos: nada, pero cada que el mayor le tomaba la mano, sentía su pulso acelerar, sentía un calor conocido subir por su cuello y llegarle al rostro, lo veía con ojos enamorados y soñadores. Era tan diferente a como lo recordaba.

Tea gritó un par de maldiciones y se fue, odiando a ambos por su demostración de cariño y demás pero volvió a irse del país. No soportaría verlo de nuevo en brazos de aquel hombre perfecto pues odiaba a los homosexuales con toda su alma y poder.

Yugi seguía creciendo, notando que su amor no lo hacía y entristeciéndose por ello pues no quería separarse de aquel que tanto lo llenaba de felicidad. Yami le decía que no se preocupara pues él también moriría el día en que lo hiciera. Aunque Yugi no supo a lo que se refería, el mayor hablaba de que moriría con él debido a que también quería la muerte al pensar que Yugi moriría.

Y así fue, años más tarde.

Notas finales:

Espero sus reviews, ojalá y les guste ;W;

Sayonara~


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