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Kohai, notice me. por Dark Bit

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Notas del capitulo:

Hola,mis guapas tachis y nekos. Aqui les dejo el tercer capitulo de este fanfic. ¡Saluditos! ^-^

     Tamako se quedó muy sorprendida. Estaba rogándole que no abandonara su club y de repente estaba siendo besada.

     Solo abrió sus ojos muy sorprendida al sentir su boca invadida repentinamente por esos labios tan dulces, pero desesperados y ansiosos a la vez.

     Finalmente cerró sus ojos y se entregó a esa muestra de cariño y la correspondió.

     El beso terminó cuando ambas necesitaron respirar.

     Se miraron con rubor en sus mejillas por lo sucedido.

     Shiba se apartó muy temerosa. Pensaba que seguramente Tamako le daría una bofetada o reaccionaría de muy mala manera por haberla besado así. Quizá le gritaría.

     Estaba tan nerviosa y con su capacidad de razonar tan nublada que ni pensó en el hecho de que la otra había aceptado ese beso con gusto.

     -L-lo siento, Tamako. No sé qué me sucedió. No volverá a suceder. Lo prometo.

     -Yo sé qué sucedió. Me… Me besaste.

     Shiba se quedó con su mirada fija en el suelo. Muy nerviosa.

     -Eh… Yo… Me iré a mi casa, Shiba. Te veré mañana.

     -Cuidate, Tamako. Hasta pronto.

     Una vez finalizada entró en su casa.

     Su cuerpo temblaba. En parte por el nerviosismo. No podía negar que también era por la emoción de haber vivido aquello.

     Haber besado a Tamako.

     Empezaba a pensar que estaba loca por sonreír luego de eso. Aún sabiendo que aquello tenía consecuencias en las cuales prefería no pensar.

     Había pasado de la falta de ánimo a la euforia y la emoción. Tenía una sonrisa que no se le iba.

     -Si esa Mukouda está mal de la cabeza parece que yo estoy mucho peor.

     Fue a su cama y se acostó.

     El mismo lugar donde apenas el día anterior había estado llorando con el corazón roto en ese momento miraba al techo con su espíritu renovado.

     Hasta empezó a reírse.

     -Higuchi, mañana matame. Dejame hecha pedazos. Así al menos me podré morir pensando en esto y no en que Tamako es toda tuya y nunca será mía. ¡Pero yo le robé un beso y eso nunca lo borrarás, tonta!

      Se quedó en la cama abrazando una almohada. Aún con esa alegría desbordante, pero también pensando en la reacción de Tamako.

      No sabía cómo interpretar aquella reacción.

      ¿Se había enfadado? Realmente no parecía.

      Pensó que más bien parecía muy nerviosa y confundida. Incomoda.

      Le parecía obvio. Una reacción habitual para cualquiera si de un momento a otro tenía a alguien comiéndole la boca sin aviso.

     Sobre todo se preguntaba qué terminaría pensando Tamako sobre ella.

     ¿Se daría cuenta de sus sentimientos? ¿Pensaría que se sentía atraída por ella, pero sin sentimientos de por medio? ¿Le había gustado que la besara o solo la había incomodado? ¿Al día siguiente le aclararía que eso no podía volver a suceder porque ella ya tenía novia?

     ¿Qué sucedería?

     Su mente no dejaba de pensar en miles de posibilidades.

     Había pasado tan poco tiempo desde ese momento que era nada más y nada menos que su primer beso. Con la chica que amaba.

     No tenía experiencia en besos. Nunca antes lo había hecho.

     -Ojalá tú me enseñaras.

     Era muy obvio a quien se refería.

     Se quedó allí en su nube de pensamientos y emociones hasta que oyó el ruido en su vientre.

     Su estomago le reclamaba alimentos.

     Se sentó a un costado de la cama y sonrió. Una sonrisa maliciosa mostrando sus dientes.

     -Voy a preparar mi última deliciosa cena.

     Abandonó su habitación. Se puso su delantal y fue directo a la cocina.

     Pasó la noche con su mal ánimo ya extinto.

     Luego de terminar de cenar limpió todo y cepilló sus dientes.

     Una vez en su habitación se puso su ropa de dormir y fue directo al mundo de los sueños cuando su cabeza tocó la almohada.

 

 

 

 

     Una mañana tan radiante como la alumna de un curso de tercero que había tenido un día extraño y con un suceso que la había alegrado demasiado.

     Todos se sorprendieron un tanto al verla sonreír. Lo habitual era que ella estuviera con esa expresión seria e intimidante que alejaba a todos.

     Eso había generado muchos comentarios tanto entre sus compañeros como entre aquellos que solo la veían pasar cada día.

     Ninguno perdía oportunidad de señalar que ayer no había ido a clases.

     Era la gran interrogante del día. ¿Qué era lo que generaba una sonrisa en Ryotarou Shiba?

     Estaba tan distraída que hasta había pasado junto a unos chicos que admiraron su cuerpo e hicieron algunos comentarios nada decentes en voz baja y ni se había dado cuenta.

     Siempre que ella veía chicos murmurando algo mientras la observaban lascivamente iba tras ellos para darles una paliza. Por lo cual ya no muchos se animaban siquiera a mirarla pasar, ya que hasta parecía tener alguna clase de sexto sentido.

    Más de una vez se había dado vuelta para sorprender a algún chico que la miraba, el cual comúnmente terminaba en el hospital.

    Pero no ese día.

    Ese día Shiba no espero al sonido de las campanas para ir a su salón. Se dirigió allí directamente.

    Sabía muy bien que si se quedaba en el patio esperando probablemente se encontraría con Higuchi y su ira desatada.

    Estaba dispuesta a enfrentar lo que le esperaba, pero tampoco quería que su final llegara tan rápido. Quería aprovechar hasta el último segundo que le quedara de vida.

    Las horas pasaron fugaces. Pronto llegó el fin de las clases.

    Ya era la hora de enfrentar las consecuencias de sus acciones. Hora de las actividades del club.

    Se dirigió hacia el gimnasio y justo se encontró en la entrada con la última persona que esperaba encontrarse.

    Al menos hubiera deseado tener algo de tiempo para despedirse de los demás por haber formado parte de su vida esos últimos meses.

    Se acercó algo temerosa a Higuchi, quien ya se había cambiado de ropa.

    Estaba frente a ella con la ropa que ellos solían usar para sus prácticas.

    -Ah… Hola Higuchi-la saludó tímidamente.

    -Qué bueno que llegaste. Ve y cambiate. Por suerte el par de idiotas llegó temprano esta vez.

    Se preguntó si le pedía eso para que muriera con la ropa que ella prefería que tuviera puesta para matarla.

     Su propio miedo no le dejaba apreciar que la pelirroja estaba con la misma actitud de siempre.

     -Y… ¿Todo está bien?

     Higuchi la miró con el ceño fruncido. Confundida por su pregunta.

     -Sí.

     -Eh… ¿Segura?

     -Mmmm. No sé. Dímelo tú. ¿Hubo un terremoto o un tsunami y no me enteré?

     -Por supuesto que no.

     -¡Entonces todo está bien! Ni idea de por qué me preguntas eso. Ve y cambiate de ropa. O empezaremos sin ti. ¡Vamos! ¡Mueve esas nalgas!

     Shiba no le hizo más preguntas y accedió a su pedido. Fue a cambiarse.

     Otra vez su mente empezó a trabajar en las cosas posibles que podían estar sucediendo. Pensó que tal vez Tamako prefirió no decirle nada para no armar escándalo y dejar pasar ese beso como algo que nunca había sucedido, lo cual resultaba ser conveniente para Shiba. La salvaría de una muerte horrible.

     Podía ser que Higuchi decidió dejarla vivir hasta después de las actividades del club. Otra posibilidad.

     Al entrar al gimnasio saludó al resto de sus compañeros.

     Allí estaba Tamako como siempre, la cual no tuvo ninguna reacción en especial al ver a la rubia. Solo le sonrió y la saludó amablemente como todos los días.

     Shiba empezaba a preguntarse muy seriamente si no se estaba volviendo loca y todo lo que había sucedido el día anterior no había sido producto de su imaginación como un recurso para que ella pudiera tener fuerzas y seguir adelante sin que le doliera tanto el corazón. Ya que ese beso había funcionado como una muy potente anestesia.

     Continuaron con la práctica como todos los días.

     Casi ninguno perdió oportunidad de preguntarle por qué había faltado el día anterior. Lo cual apreciaba más de lo que demostraba. Era la preocupación que los integrantes del club de karate no eran capaces de tener para sus compañeros ni aunque de eso dependiera sus vidas.

     Prefirió dar la misma respuesta que a Tamako el día anterior. Que había tenido un problema personal del cual prefería no entrar en detalles, pero que ya estaba mejor.

     Al terminar la práctica tuvo algo en mente. No sería tan tonta como para quedarse por allí mucho tiempo más luego de ducharse. Obviamente de ahí en adelante se aseguraría de vestirse rápido y salir para no escuchar nada que ella no quisiera escuchar.

     Era un pensamiento tonto y que no arreglaba sus problemas, pero pensó que al menos estaba agradecida de que esas dos fueran lo suficientemente decentes como para no andar haciendo de las suyas en las duchas en compañía de alguien más. Sino no tendría forma de evitar escucharlas hacer eso.

     Terminó de ducharse y salió de inmediato. Se puso su uniforme, pero omitió la parte de hacerse su peinado de siempre. Su largo cabello rubio ordenado y una larga coleta sobre sus espaldas. Salió con sus hebras doradas libres para que el viento jugara con ellas si le daba la gana.

     -Ya pueden hacer lo que quieran-susurró al retirarse de allí.

     Era completamente libre de irse a su casa al terminar, pero en vez de eso se quedó mirando el cielo teñido de un color anaranjado de ese atardecer y suspiró.

     -Seré fuerte. Nunca podré dejar de amar a Tamako. Pero al menos estaré bien si sé que la vicecapitana la hace feliz. Supongo. ¿Quién sabe? Quizá de la misma manera que me enamoré de ella podría de repente y casi sin darme cuenta enamorarme de alguien más. Quizá…

     Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando sintió a alguien acercándose.

     Se trataba de Higuchi, lo cual la sorprendió.

     ¿Acaso ella y Tamako ese día no se tomarían un tiempo para sus “juegos”?

     -Qué bueno que no te fuiste, Shiba. Tengo que hablar contigo.

     Aunque por su tono de voz no parecía enfadada la rubia pensó que finalmente había llegado su fin.

     -Sabes… Tamako me habló sobre lo que sucedió ayer cuando fue a verte a tu departamento.

     -¿Iré al paraíso o al infierno?-se preguntó Shiba.

     Entonces recordó las múltiples ocasiones en que había imaginado montones de situaciones nada aptas para niños que incluían a Tamako. Pensó que no tenía esperanza alguna de ir al paraíso. Ninguna.

     -Y quería decirte que me parece bien que finalmente dejes de quedarte mirándola como una tonta y finalmente te animes a hacer algo.

     -Si voy al infierno espero que haya súcubos. Muchas súcubos que me hagan su esclava hasta el fin de los tiempos.

     -¡Oye! ¿Acaso escuchaste algo de lo que dije?-le reclamó Higuchi algo enfadada.

     Recien entonces Shiba como que pareció darse cuenta de lo que la otra le estaba diciendo.

     -¡Aguarda! No entiendo. ¿Por qué me dices eso? ¿Acaso no estás enfadada?

     -No. Esfuerzate y ella seguro será tuya. Adiós Shiba.

     Se quedo tan sorprendida por lo que le dijo la pelirroja que no reaccionó a tiempo para detenerla antes de que se retirara de allí en la limosina que la esperaba allí desde hacía rato.

     -Ay, carajo. Se fue y ni siquiera le pregunté por qué me dijo eso. ¿Está loca o qué? ¿Me estás pidiendo que… le robe la novia? ¡No entiendo!

     Escuchó a sollozos. Alguien a sus espaldas estaba llorando.

     Al voltear se encontró a Tamako.

     ¿Acaso había escuchado lo que Higuchi le había dicho? ¿Esa pelirroja estaba desechándola? ¿Se había cansado de su relación con ella y no le importaba que alguien más se la quitara de encima?

     Pero no era lo que Shiba pensaba.

     Tamako había llegado allí cuando Higuchi ya se había ido. No había escuchado nada de lo que le había dicho a su compañera.

     La rubia se le acercó.

     -Mamá.

     -¿Mamá?-repitió algo confundida Shiba.

     Tamako notó que se le acercaba. Y se secó las lágrimas con sus manos.

     -Shiba… No te preocupes. No pasa nada.

     -¿Qué paso? ¿Escuchaste lo que me dijo?

     -No. No sé de qué me hablas.

     Se quedó con ella hasta que se tranquilizó.

     Aquella habitual sonrisa volvió a ser protagonista en el rostro de la chica de ojos verdes.

      -Suficiente llanto. Será mejor volver a casa.

      Shiba solo la miró mientras se alejaba de allí algo confundida.

      -Por cierto, Shiba-la miró por encima de su hombro-. Te veré mañana para que me des clases particulares, ¿sí? Ve al mediodía si puedes. No te preocupes por el almuerzo. Te invitamos a comer obviamente.

      -¿Por qué llorabas?

      Tamako se quedó en silencio un momento.

      Shiba pensó que quizá se iría de allí sin explicárselo.

      -Te lo explicaré mañana cuando vayas a casa. ¿De acuerdo? Hasta pronto, Shiba.

      Ella también volvió a casa. A su departamento.

      Se quedó pensando en lo sucedido. El hecho de que nadie se había tomado esa “situación de labios” como ella esperaba, las palabras de Higuchi, el llanto de Tamako.

      Recordó haberla escuchado decir “mamá”.

      -¿Será que su madre está enferma o algo?

      En ese momento se dio cuenta de algo en lo que nunca hasta ese momento se había tomado tiempo para pensar desde que se había enamorado de ella. La familia de Tamako. Sus padres, si tenía hermanos o hermanas, tíos, primos, lo que fuera. Parientes.

      Pero eso no era ningún problema sabía que si empezaba a darle clases particulares conocería más sobre ella.

      Más tiempo a solas. Más conversaciones. Más confianza. Se volvería más cercana a ella y finalmente podría preguntarle cual era su relación con Higuchi. El plan que Mukouda le había sugerido.

      Mientras reflexionaba en silencio acostada en su cama se sintió algo decepcionada de ella misma.

      -Eres una idiota, Shiba. Hoy en la tarde dijiste que sería mejor que te olvidarás de Tamako y resignarte a que será feliz con Higuchi. Ahora pretendes ser más cercana a ella, conocerla más y asegurarte de saber bien cuál es su relación con Higuchi. Nada de lo que haces coincide con lo que quieres hacer. Tonta.

      Se regañó a sí misma, pero enseguida lo lamentó.

     -Bueno. Quizá soy un poco dura. No está mal que me acerque a ella e intente ser su amiga de confianza al menos. Que sea más cercana a ella no quiere decir necesariamente que quiera conquistarla.

      Bostezó. El sueño se había aferrado a su voluntad con fuerza. Pronto emprendió otro viaje por el mundo de los sueños al cerrarse sus ojos.

 

 

 

 

     Finalmente se encontraba allí después de estar toda la mañana pensando en eso. En cuando finalmente estuviera frente a su casa. Tenía la certeza de que era allí ya que en el frente de la casa había un cartel que decía “Kaneda”.

     A menos que hubiera tenido la mala suerte de ir a parar justo a la casa de otra familia con apellido Kaneda, lo cual era demasiada mala suerte incluso para ella.

     Necesitó unos segundos para tomar valor y tocar el timbre. Poco tiempo después fue recibida.

     Tamako estaba vestida con unos pantalones y una blusa con tirantes. Llevaba en sus pies unas sandalias. Tenía su peinado característico. La invitó a pasar y sin darle tiempo para pensar siquiera le dio un abrazo.

     -Buenos días.

     Shiba se había pasado toda la mañana pensando en que debía controlarse, no ponerse nerviosa al estar en su compañía, y enfocarse a su tarea. En ese momento toda su determinación cayó. Con ese simple contacto.

     -Bue… Buenos días.

     -Acompañame, senpai. Quiero aprender mucho de ti.

     Eso causó que su imaginación se encendiera.

     En su mente se formó uno de sus tantos escenarios soñados.

     Ella entraba a su habitación para dormir como cualquier otro día y se encontraba con la chica de sus sueños en aquella cama comúnmente tan solitaria.

     Estaba vestida  tan solo con una lencería de color rojo escarlata. Igual que el color del que estaban pintados sus labios en ese momento.

     Tamako le dirigió una sonrisa. Y se levantó de la cama para luego acercarse a ella lentamente.

     Solo la observó boquiabierta y muy sonrojada.   

     -Tamako… ¿Cómo llegaste aquí?

    -No importa cómo. Estoy aquí y te necesito. Solo eso debe importarte, senpai.

    Como guiada por una fuerza de la naturaleza a la que era imposible resistirse permitió que Tamako la tomara de las manos y la llevara a la cama.

     -Senpai, quiero aprender mucho de ti.

     Shiba cerró sus ojos esperando con ansias que esos labios rojo escarlata llegaran hasta los suyos.

     Y mientras tanto en el mundo real…

     -Sí. Te enseñaré muchas cosas.

     Tamako volteó y vio a aquella rubia riendo por lo bajo, muy sonrojada, y con su cuerpo en un estado febril. Lo último pudo percibirlo al tocarle la frente.

     -¿Segura que te encuentras bien? Parece como si tuvieras fiebre.

     Shiba se puso algo nerviosa. Sacudió su cabeza un poco para devolverse por completo a la realidad. Apartó la mano de su compañera de club.

     -¡No, no, no! Te juro que estoy bien. Estoy perfectamente. Te daré clases. Vamos.

     Finalmente pasaron por la puerta principal de la casa.

     -Pero antes almorzaremos, ¿sí?

     -¿De acuer…? ¡¿Eh?!

     Shiba se ocultó detrás de Tamako cuando alguien se acercó bruscamente a donde estaban ellos dos y la saludó muy efusivamente.

     -¡Buenos días, senpai de mi pequeña!

     Se trataba de un hombre alto y musculoso. Era calvo y tenía puestos unos anteojos que tenían un marco con forma redondeada.

     Tamako se rió por la reacción de Shiba.

     -No te asustes. Es mi papá.

     Al saber que se trataba del padre de ella por un momento pensó que hasta era capaz de mandarle a hacer una estatua en su honor solo por ser el padre de su amada.

     Se paró frente a él y se presentó tímidamente. Estaba algo avergonzada. Pensaba que seguro le había dado la impresión de que era una cobarde por asustarse así.

     -Ryotarou Shiba. Mucho gusto.

     -Tamajiro Kaneda. Y el gusto es mío.

     Al terminar de decir eso la despeinó cariñosamente con una mano.

     Shiba se quedó mirando cómo lo hacía.

     -Bueno, papá. Ya basta. Deja eso y vamos a almorzar, ¿si?

     En ese momento era Tamako la que se sintió un poco avergonzada por la manera de actuar de su progenitor.

     -Está bien. Además la comida ya debe estar lista.

     Tamajiro se retiró dejándolas a ambas solas en la entrada.

     -Perdona. Mi papá es algo tonto a veces, pero es una persona muy amable. Seguro te caerá bien. A veces algunas personas se sienten intimidadas por él al principio porque es alto y musculoso, pero se les pasa cuando saben que tiene tan buen corazón.

     -Por cierto…

     Shiba estuvo a punto de preguntarle por su madre, pero rápidamente se dio cuenta de que eso no era muy buena idea.

     Aquellas lágrimas y escucharla susurrar la palabra “mamá” no era buena señal. Hasta la persona más idiota sabría que era mala idea preguntar por su madre.

    -¿Qué ibas a decirme?

    -Nada. Olvídalo.

     Pasó un muy buen momento almorzando con ellos.

     Tamajiro le hizo bastantes preguntas, pero nada del otro mundo. Sobre cómo le iba en la escuela, a que se dedicaba, que pensaba hacer al terminar sus estudios.

     El único momento que ambas tuvieron que manejar como pudieron fue cuando él preguntó cómo se habían conocido y desde cuando eran amigas.

     Ambas cuestiones eran difíciles de tratar para Shiba.

     Primero. ¿Debía decirle que conoció a su hija cuando estaba llevando adelante una iniciativa del club de karate que partió de ella misma para darle una paliza a todos los del club de lucha?

     Y segundo… ¿Tamako era para ella una amiga? No podía pensar en ella de esa manera. Le costaba. No había una sola palabra que definiera lo que Tamako era para ella. Por lo cual la simple palabra “amiga” era demasiado poco. Quizá levantarse bruscamente y gritar que su hija era la mujer con la que quería pasar el resto de sus días podía ser una respuesta aproximada, pero prefirió evitarla.

     Por suerte Tamako se encargó de responder por ella al notarla algo nerviosa.

     -Somos amigas desde que nos conocemos. Creo. Es esa chica que te conté que casi se cae del tercer piso. La que salvé.

     -¡Claro! Ella es tu dama en apuros.

     Shiba se sonrojó y dio un trago al vaso de jugo que tenía junto a ella. Si había algo vergonzoso era que justo a ella la llamaran “dama en apuros”. Sobre todo cuando resultaba que ella no coincidía para nada con el perfil.

     -Aunque si Tamako es la persona que debe rescatarme al diablo mi orgullo-pensó-. Quiero ser una estúpida dama en apuros si es por ella.

     Terminaron de almorzar y ordenaron la mesa.

     Tamajiro se encargó de lavar los platos y lo demás. Quería que su hija aprovechara todo el tiempo que pudiera para estudiar.

     -Acompáñame a mi habitación. Además tengo algo que mostrarte.

     Shiba la siguió sintiendo algo de curiosidad. Cuando llegaron observó el lugar. Vio que en su habitación tenía su propio escritorio para hacer sus tareas escolares cómodamente, su armario, la cama en la que su niña dormía y soñaba todas las noches. También tenía una cómoda sobre la cual había algunos retratos.

      Tamako le pidió que se acercara allí.

      Le enseñó varias fotos en las que había una mujer rubia muy bella, muy atractiva. En muchas fotos estaba junto a Tamajiro. Había fotos de ella en la que tenía la ropa que usaba para combates.

     -Ella es tu madre, ¿no ¿Era luchadora profesional?

     -Sí. Ella murió cuando era muy joven.

     Se notaba que la entristecía mucho hablar de eso.

     -Estaba mal de salud. Le advirtieron que no abortar sería muy riesgoso para ella. Que ella estaba muy mal, pero no quiso hacerlo. Y murió poco después de que yo naciera. Ni siquiera llegué a conocerla.

    Shiba dejó en aquella cómoda el retrato que tenía en su mano.

    -¿Y esto qué tiene que ver con que lloraras ayer?

    -Porque al verte a ti de espaldas, con el cabello suelto… Aunque sea de espaldas fue casi como verla a ella. Te pareces un poco a ella. Siempre lo he pensado.

    -¿Quieres que te adopte y sea tu nueva mami?

    Le pregunto aquello no en tono coqueto. Sino como broma. Quería animarla un poco.

    Tamako le sonrió.

    -Te lo agradecería, pero aún tengo a mi papá. Si quieres puedes ser mi hermana mayor. ¿Quieres?

    -Como desees. Mejor dejemos las distracciones, ¿si? Empecemos.

    -¡Claro que sí, senpai!-concluyó Tamako haciendo un saludo militar.

    Shiba se rió porque eso le hizo recordar a Mukouda.

    Pensó un poco en todo lo que había sucedido.

    Si Tamako decidía hacer como si nada habiera ocurrido le seguiría el juego. Dejaría lo de ese beso como algo que sucedió y nada más. Olvidado.

    Estaba tan confundida y tenía cosas que necesitaba aclarar. Con Tamako. Con Higuchi. Pero decidió que era mejor alejar esos pensamientos. Enfocarse en su tarea. Darle clases a su kohai. Solo eso. Con lo demás ya vería qué hacer. Dejaría todo fluir a su propio ritmo.

Notas finales:

Pobre Shiba. Todo el mundo la confunde demasiado. Nadie es ni un poquito clara con ella. Pero... Después de todo en la vida real en todo asunto que involucre a alguien que ames o te guste nunca está todo claro y estable. XD

Por favor quiero leer sus opiniones sobre mi fic. *-* Comenten, ¿si? Me harían muy feliz.

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