El olor a sangre inundaba sus sentidos. La sentía tan presente como sí la mirara una vez más, allí frente a él.
Gemidos, gritos de terror, oscuridad, no había nada más. Ni el más mínimo rastro de una luz en él, silencio.
Su alma vacía y desprovista de cualquier sentimiento que no sea venganza, odio, rencor, amargura, y soledad, o fiel compañera.
Despertó con la respiración agitada y el sudor corriendo por su frente, un terror helado trepaba velozmente por su espalda, causándole escalofríos y temblores incontrolables por todo el cuerpo. "¿Cómo es posible que aún tenga pesadillas con esto?" Se preguntó a si mismo.
Habían pasado sólo unas pocas semanas de que todo aquello había pasado, para él, toda una vida, demasiado tiempo sin escuchar a su madre despertarle, sin que lo llamara para decirle que el desayuno estaba listo, o escuchar los comentarios de su padre acerca del entrenamiento, la escuela, o simplemente escucharlo hablar sobre su hermano mayor. La rabia lo inundó.
Estrujo entre sus pequeñas manos las sábanas bajo su cuerpo con fuerza, como sí aferrandose a ellas pudiese eliminar por completo aquello que le causaba sus peores pesadillas, y es que, para un pequeño niño de seis años no era muy agradable soñar con lo que él. Sangre y muerte, proveniente de cada uno de sus parientes, en especial sus progenitores, bueno, casi todos.
El desgraciado de su hermano mayor, aquél al que tanto llegó a adorar, por quien incluso habría puesto su vida en riesgo, ¿cómo le pagaba por todo el amor entregado? Una respuesta sencilla, o no tanto.
Matando a todo el clan con sus propias manos.
Cada que pensaba en ello sus entrañas se retorcían de manera dolorosa, sufría de náuseas y muy pocas veces había logrado retenerlas. Una rabia ciega lo invadía y un único deseo se hacía presente en su pequeño cuerpo, venganza.
Tal vez fuese un caso extremo para alguien tan chico, pero no para él. Él era un Uchiha, y como tal, nada era suficiente para detenerle, ni siquiera la edad.
El lejano sonido de risas y música llegó a sus oídos, se asomó por la ventana que tenía a un lado. Pudo divisar con claridad las luces provenientes de la aldea, estaban de fiesta. Se preguntaba el porque, que él supiera, no era una fecha especial.
Le restó importancia y se dirigió de nueva cuenta hasta su cama, hasta que algo le llamó la atención, su calendario, aquel que tenía justo al lado de su puerta. Se dio cuenta de que no lo había cambiado aún. Se acercó lentamente hasta el y miró con atención la fecha marcada.
24 de Diciembre.
Nochebuena.
No para él.
Pero ahora entendía mejor el porque de tanta algarabía, y también el porque de que no estuviese al tanto de ello.
No tenía nada que celebrar, al menos por el momento.
Celebraría cuando matara a Itachi, su hermano mayor.
Y cuando por fin pudiese restaurar al clan.
Esas dos, eran sus grandes metas en la vida, y las cumpliría, eran su ambición, aún sí tuviera que vender su alma para conseguir ser más fuerte.
Regreso hasta su cama y se acostó, sin notar el retrato que posaba a un lado, en su mesita de noche.
Cuatro personas, todas pálidas, de ojos y cabellos negros. Tres hombres y una mujer; ella, con su cabello largo y lacio, ya no tenía en su rostro la mirada llena de amor y adoración por su familia, ahora veía con la tristeza plasmada en cada una de sus facciones, al igual que el hombre mayor a su lado. Él, que con su mirada severa podía espantar hasta a sus propios hijos, tenía la misma mirada que su mujer.
Frente a ellos, un par de niños, uno más grande que el otro miraban a la cámara sonrientes, ajenos a cualquier pena de las que torturaban al mundo adulto, como sí con sus sonrisas y calidez propias de la edad no fuesen afectadas por nada, y a pesar de todo.
El futuro se mostraba incierto, pero si de algo estaba seguro Uchiha Sasuke, era de que cumpliría sus ambiciones, y nada, ni nadie, se lo iban a impedir.
Con estos pensamientos lúgubres se fue a dormir, cayendo en un profundo sueño, un recuerdo donde sus padres y hermano eran los mismo de siempre, y él era feliz.