Atem solo visitó una última vez a Yugi, durante uno de sus duelos, viendo que sus adorables monstruos respondían con mucho ímpetu a los deseos de su dueño. Podía parecer que perdía ante rivales más fuertes con monstruos terriblemente poderosos pero Yugi siempre encontraba la forma de demostrarles que las apariencias adorables de sus monstros solo eran ilusorias.
En aquel duelo, vio cómo el compañero de Yami peleaba por su honor y de demostrar quién era realmente. Lo único que le dolió fue el ataque final. Siempre supo que el Mago Oscuro solo le hacía caso al joven japonés por su intervención y que su verdadero sirviente era el Mago Silencioso. Y por ello mismo le dolía, al recordar que siempre sería esa su carta del triunfo, desde el día en que le dejó su espada…
Apartó ese pensamiento en cuanto vio que Yugi se acercaba al contrincante, motivándole. Siempre haría eso.
Sonrió con orgullo, ese pudo haber sido su hermano. Desapareció en aquel instante, regresando al cuerpo que le esperaba en el inframundo. Aquel que se mantenía a la espera y aburrido completamente de estar allí.
Se prometió nunca más volver. Ya era tiempo de pasar a la siguiente vida. De esperar un juicio justo. Entró a su habitación mental y anotó otro dato a la pared en hierático. Se quedó sentando, recordando él mismo su propio sufrimiento tras la pérdida de Heba.
Los sesenta días de preparación fueron una tortura constante, el día en que le puso la moneda debajo de su lengua fue todavía peor porque fue su confirmación de lo que pasó y pasaba.
Todo había sido su culpa.
Y no podría enmendarlo. Se torturó constantemente con eso. O hasta que pudo mantener en su memoria a Heba debido a que Mahad, por petición de su propio padre, creó memorias falsas a todos dentro del palacio y selló sus poderes después de eso, alegando que era mejor así.
Ya no se sentía culpable, era una sensación distinta. Se comenzó a sentir vacío por un lado. Una mitad faltante. No hacía preguntas porque nadie las respondería.
Obelisk, Osiris, Ra.
Obelisk, Osiris, Ra.
Obelisk, Osiris, Ra.
Solo tenía eso en mente. Sumado también a esa falta que tanto le hacía su corazón sentir. ¿Por qué los nombres de dos de sus dioses sonaban con bastante frecuencia en su mente? ¿Qué significaba que fueran dichas constantemente por su cabeza? Hasta donde sabía, era imposible que tuvieran gran relevancia.
Al menos no fue así hasta que comenzó a ver a las lápidas de piedras con dibujos extraños. ¿Significaría algo que tuviera esos nombres en la cabeza? Prefirió ignorarlo hasta llegar con su padre, quien yacía moribundo en su lecho, teniendo él casi la edad para tomar una esposa. Mahad cuidaba y le narraba cosas referentes a esos extraños artículos pero no más allá de eso. Se preguntaba qué tendrían que ver.
Atem se rio de sí mismo, largo tiempo habría pasado. Muchos años, Mahad y Mana habían hecho un espléndido trabajo para evitar que recordara a Heba, que todo el mundo lo mandara al olvido, todo por la culpa que le carcomía.
Sin embargo, y eso era algo que aprendió mucho tiempo después del mismo fue que ese vacío que siempre sintió era el anhelo y culpa de su corazón, un sentimiento que por más magia uno usara, jamás desaparecería del todo. Estaría presente incluso en aquellos momentos, más de tres mil años de que su muerte ocurriera.