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Memorias por Circe 98

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Notas del capitulo:

Buenos días, buenas tardes, buenas noches, buenas madrugadas, depende de la hora en que me lean.

Primero, Yu-Gi-Oh! Es propiedad de Kazuki Takahashi, partes importantes de la trama de este fanfic son a base de su obra original pero también vuelco parte de mi imaginación a base de una teoría que creé hace mucho rato.

Segundo, contador de palabras.

Total de palabras: 1033

Tercero, espero que lo disfruten

—¿Qué haces? —preguntó Yami, entrando a la habitación mental de Atem. El cuerpo yacía dormido, recostado contra cualquier cosa, a la espera del llamado de Maat. El egipcio regresó la mirada, para encontrarse descubierto, ganándose cierto grado de pena por lo mismo.

—Esta… bueno, revisando tus memorias —señaló el montón de datos que habían aparecido en la pared de enfrente. Todos escritos en hierático. Yami los examinó uno a uno, notando que había más precisión en el laberinto que alguna vez fue su recámara-corazón—. Solo hay un dato que no anoté.

Yami solo tuvo que dar una segunda mirada a la lista que allí descansaba.

—Cuando perdí su alma —respondió sin emoción alguna. Atem le miró de reojo.

—Cuando te diste cuenta de lo que sentías por él —contraarrestó. Yami solo se carcajeó, orgulloso. Sabía que ese dato nunca cambiaría. Había cometido demasiados errores en aquella burda estrategia que llevó a lo que llevó. Lo que le marcó de tal manera… apretó los puños.

Era increíble lo fácil que era ser guiado a la oscuridad. Lo sencillo que le fue al Orichalcos despertar su lado negativo, aquel ambicioso ser que a pesar de todo, residía dentro de él, dentro de ambos al ser ahora un mismo ente. Atem se levantó del lugar donde estaba, viendo el texto hierático que ahora descansaba en una pared que desaparecería pronto.

—Somos unos completos ineptos —dijo, casual, el moreno. Restándole importancia a lo sucedido—. No podemos cumplir un par de sencillas promesas.

—Más que eso —respondió el de piel clara. No sabía cómo definirse realmente sin tener que llevar de bolsa a Atem.

—¿Quieres llamarnos unos jodidos maricas muerde almohadas? —cuestionó, levantando una ceja. Era extraña la habilidad de saber el pensamiento del otro de esa manera. No tenía en sus recuerdos el que así pasara con Yugi o Heba. La incomodidad de su compañero era bastante obvia al escuchar la manera en que él pensaba definirse—. Bueno, sabes el pensamiento de nuestra gente respecto a la homosexualidad.

Mientras el rey no se vea involucrado en dichas actividades, que no haya penetración anal y que sea entre seres del mismo rango social, estará bien —recitó de memoria—. Recuerdo el mito de Horus y Seth.

Atem rio, suave, al recordar dicho evento. Siempre vio en Heba a Seth, razones de ver a un Dios de tal calibre en su propio hermano que, si bien no era un hombre con un carácter de los mil demonios, tampoco era una niña con pene, como últimamente habían denigrado a tantos gays en televisión. O eso creía al recordar vagamente las veces en que Yami y Yugi lo habían hecho al ver alguna serie de televisión cuando no estaban en duelos, cuando eran niños normales.

—Siempre seremos Horus —respondió Atem, cambiando la pared hacia los grabados de una tumba que jamás vio y que jamás verá. Tampoco le importaba—. Cada rey de la tierra negra será Horus.

Yami tragó en seco.

—¿Quién es Seth?


Heba estaba en su habitación, escondido de todo el mundo menos de Atem. Era un tiempo donde todavía quedaban hermanos en la familia real. Todos ellos sentían profundos celos del mayor, en lugar de admiración. Sí, todos eran amados por igual ante Aknamkanon y la difunta Gran Esposa Real, además de sus propias madres y nodrizas pero veían cierto cariño especial del Gran Rey hacia aquel enano.

Atem ignoraba aquello pero no decía que, en lo más profundo, no doliera y se sintiera marginado. Heba no lo podía evitar, escuchar aquello hacia el ser que, se suponía, debían querer puesto que la familia conformada por Osiris, Isis y Horus así lo dictaba. Encerrarse en su habitación era una forma de huelga que tenía, para informarle a Aknamkanon lo injustos que eran sus hermanos restantes.

Los dos se mantenían en silencio, solo acompañándose exclusivamente.

—¿Puedes explicarme por qué te afectan tanto? —preguntó Atón. Aún mantenía aquel nombre que cambiaría cuando fuera rey, solo por el puro capricho de su hermano. Ahora veía que aquel nombre de Dios no era suyo, era el de otro—. Son hacia mí, no hacia ti, Heba.

El príncipe no respondió. Solo se quedó viendo el suelo bajo él. Hacía tiempo comenzaron a demostrar su crecimiento por lo que ya no andaban desnudos.

—Heba…

—No lo digas —susurró el joven.

—Heba, sabes perfectamente…

—¡No lo digas! —gritó, logrando captar la atención de Atón quien le puso la mirada encima. El joven se dio cuenta de lo que hizo, por lo que se tapó la boca, espantado. ¡Le había gritado al hijo de Horus! El rey podría castigarle por su insolencia si llegaba a enterarse de eso.

Atón se recuperó de la sorpresa y en lugar de llevarla en contra de su sangre, tomó la mano de Heba y puso ambas palmas juntas. La mano de su hermano estaba ligeramente tibia por haber mantenido la mano en un puño. Su rostro estaba pacífico, sereno.

—¿Te acuerdas de lo que me prometiste? ¿Lo de esperarnos si alguno moría antes? —preguntó, sosteniendo la mano de aquella manera, viendo cómo su hermano bajaba la otra hasta dejarla sobre su pecho, temblando todavía del miedo que podría tener. Sin embargo, asintió levemente.

Atón sonrió ante la respuesta positiva que recibió.

—Ahora quiero jurarte algo —dijo. Miró directamente a los ojos del otro, atemorizándole por tener fijos unos ojos que podrían juzgar su alma. Esa fue la primera vez que Atem vio a Seth en los ojos de alguien. No por la maldad, sino por ser algo extrañamente obvio—. Siempre estaré aquí para ti. Siempre estaré contigo. Siempre estaremos juntos. Incluso si llegara a ser llamado antes siquiera que nuestro padre, quiero que sepas que te voy a proteger. De cualquier mal que quiera hacerte daño. Ni los mismos dioses podrán tocarte.

Heba se tuvo sentimientos encontrados. Atón… No, Atum, sería demasiado poderoso algún día pero no le haría frente a los dioses, no era el hijo favorito a pesar de todo. Agraciado en distintas disciplinas sí pero…

Heba no sabía cómo definir todo aquello que sentía dentro. ¿Cómo…? Quería creerle que…

—Lo prometo. Nada te hará daño —volvió a decir.

—Siempre estaremos juntos.

Notas finales:

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