El cielo nocturno, resplandecía como millones de luciérnagas flotando sobre oscuras aguas y en el centro una hermosa gema blanca, era la más grande y brillante de todas las pequeñísimas de ahí, sin embargo juntas hacían una hermosa combinación. El castaño no era de los que apreciaban mucho la naturaleza tal cual. Siempre era de esos que se la pasaba la mañana con cascos en los oídos y música a todo volumen, perdiéndose del hermoso canto de los canarios, o quizá el de la balada del viento meciendo los árboles, remplazándola con los cantos de Nirvana, en verdad el nombra les quedaba como guante.
En realidad no era que no le llamara la atención hacerlo una vez de vez en cuando, muchas veces intentó salir al pequeño bosque que se ubicaba detrás de su casa. El resultado; múltiples ronchas en su lechosa piel, raspones y muchos moretones. Entonces se decía “Malditos insectos”. Su torpeza al andar en suelo no pavimentado era notoria a kilómetros de distancia, y a eso sumarle los insectos, hacían imposible el querer volver a intentarlo. Por ende optó por dejar de intentar y ser uno con la tecnología y no con la naturaleza.
Sim embargo en aquellas noches donde veía semejante espectáculo en el cielo, le hacía querer retractarse y volver a intentarlo. Entonces su piel ardía, en un claro recordatorio de lo que le había pasado la última vez que lo intentó. En ese caso giraba su mirada al suelo y se abofeteaba mentalmente por pensar eso en momentos como estos.
El cuerpo inerte del hombre regordete (me salió verso sin esfuerzo o_o!) ya hacía en el suelo cubierto con su sangre, que por la oscuridad del callejón parecía más negra que roja. Las estrellas se reflejaban en el líquido viscoso, haciéndolo parecer que llevaba diamantina. El castaño se agacho a la altura del hombre y con una de sus navajas retiró con sumo cuidado el pedazo de metal, que estaba incrustado en su pecho. Como no llevaba más de 10 minutos muerto, la sangre aun llevaba algo de presión, de inmediato comenzó a salpicar todo a su paso. Con una mueca, el castaño se separó del cuerpo, mientras guardaba el pedazo de bala en una pequeña bolsita. Se sacó sus guantes blancos, ahora manchados en sangre, y los metió en otra bolsa más grande.
No era que le dieran asco los cadáveres, toda su vida les había visto, pero en aquellos momentos se les hacía repulsivos. Quizá era la idea de saber lo que los otros no sabían, lo que le hacía tener asco. O quizás por los pensamientos que le rondaban en esos momentos de aquél hombre que, seguramente, en el infierno estaba, ahora, retorciéndose. ¡Claro! Si tan solo creyera que había un cielo o un infierno.
“Está listo el trabajo” Tecleo con rapidez una simple línea, debía informar su logro.
Ahora solo quedaba volver a su casa. Deseaba con todas sus ganas volver y dormir y dormir. Miró su celular con apatía, eran ya las 4 de la madrugada. Gruñó con fuerza. Solo tendría 4 horas para dormir. Tenía que ir a su trabajo a las 8:30 y media hora le daba el tiempo necesario para ducharse, cambiarse y desayunar. Sin perder tiempo se montó en su adorada Ducati *y se dirigió a su casa. El helado viento golpeaba su rostro. Había olvidado el casco y no tenía protección en el rostro para esas pequeñas navajas heladas. Pese a que le adormecían el rostro, el castaño pensaba que era el mejor placer cotidiano que podía tener; por eso había elegido una moto en lugar de un coche.
Pronto llegó a su casa, una pequeña casa, pero hogareña, muy al sur de Seúl, casi a las afueras de este. Hacía apenas 2 años que había regresado a Seúl y sentía que no había cambiado nada. Aunque muy pocas veces prestó atención a su alrededor, en aquellos tiempo solo con ese vistazo pudo memorizar aquel lugar tan hermoso. Porque eso le parecía que era; un lugar hermoso.
Su casa era apenas para dos personas. Tenía un cuarto, con una cama matrimonial y un closet, un sala/comedor (con un sillón donde apenas dos personas cabían, una pantalla, estéreo y DVD, y una mesa de roble), una pequeña cocina con electrodomésticos necesarios (Como horno de microondas) y un gran baño. El castaño podía vivir con una pequeña casita, pero era necesario un gran baño, pues ahí podía relajarse en la ducha. Por ende el baño contaba con el más caro jacuzzi. En ese sentido el chico si era ambicioso.
La manija de la puerta estaba diferente a como la había dejado cuando salió, por lo que supuso que él ya había llegado. Colgó sus llaves en la llave de madera que colgaba a un lado de la puerta, su suéter en el perchero y después corrió al baño a darse una buena y merecida ducha.
Su ropa resbalaba por su piel, que con los años no había dejado de ser tan suave como cuando tenía 13 años, ni tan blanca como en aquél entonces. Se preguntaba cómo era que podía seguir así si ni le daba la atención que era necesaria. Quizá era porque le gustaba alimentarse bien y no descuidarse, aunque a veces se propasaba con los caramelos.
El gran espejo les mostraba una imagen de su cuerpo completo, pero su mirada siempre se fijaba en una sola parte; su hombro derecho. En aquél lugar había una gran cicatriz, pero más que eso, al castaño le parecía una completa medalla de honor. Y portarla siempre era todo un placer.
Pero portarla también era doloroso.
No en el sentido físico. Sino más bien en el psicológico. Le hacía recordar todo lo que había pasado. Y ese sentimiento aún estaba a flor de piel, quizá ya no dolía como antes, pero dolor era dolor. Además estaba presente otro sentimiento que no le dejaba en paz; La culpa.
El agua le sentía recorrer la piel y erizársela, pues siempre (así hiciera el mayor frio posible) se bañaba con agua fría. La sensación de ser perforado por miles de agujas era placentera para él. Le gustaba sentir su piel erizada y compararla con la de una gallina. Simplemente era increíble. Le hacía preguntarse de vez en cuando, cuándo fue que empezó con esa manía por lo frio. Entonces buscaba con que distraer su mente. Porque conocía la respuesta a esa pregunta, pero no quería simplemente admitir todo lo que venía denegando por los últimos años de su vida.
Escuchó el sonido de las sábanas removerse. Pero la respiración acompasada de él le hacía saber que no se había despertado. Enfurruñado, decidió dar por terminada la ducha y vestirse rápidamente. Salió de su baño y fue directo a la habitación. Suspiró sonoramente al ver la ropa regada por todo el suelo, y antes de acostarse, las levantó una a una echándolas al bote de ropa sucia como si de basquetbol se tratara.
Después miró la cama matrimonial, que ahora que lo pensaba bien era demasiado pequeña, viendo el cuerpo de aquél hombre en diagonal cubriendo casi toda la cama con sus piernas y brazos, ahora se podía comparar con una estrella de mar así como estaba en la cama.
Gruñó ahora un poco enojado y rodó el cuerpo del hombre hasta dejar un pequeño espacio donde apenas cabía él para así dormir. Antes de acostarse sacudió la cama y tendió bien esa parte de sábana, para después acostarse y enterrar su cabeza en su mullida almohada.
No pasó mucho tiempo, cuando sintió unos fuertes brazos rodearle la cintura y unos labios posarse en su cuello, haciéndole cosquillas.
-Ya llegaste…- murmuró el hombre, rosándole el aliento en la piel.
-Ya llegué- confirmó con ironía contenida.
-¿Por qué no me despertaste?- preguntó en un medio bostezo. Luhan sonrió.
-Porque ni un meteorito podría despertarte- se burló el castaño, robándole una risilla al otro, que apretó más su agarre y lo giró.
-Piensas que te atacaré- Gruñó acercando sus carnosos labios a los finos de él, sin llegar a juntarlos.
-Solo tengo 3 horas con 35 minutos para dormir Chen, déjame- Chen sonrió lobunamente y sus ojos brillaron con peculiaridad. Un pinchazo en el pecho de Luhan le hizo soltar un gruñido.
- Entonces…- mordió el labio inferior ajeno, jalándolo un poco, Luhan frunció el ceño, pero no lo detuvo- aprovechemos los 5 minutos para que duermas 3 horas y media… ¿Qué te parece?- Luhan pudo distinguir la lujuria en el brillo de los ojos de Chen.
Y sintió culpa.