The Deep Vast Emptiness
Recuerdos demasiado recientes y sangrientos para ser paliados. El olor a sangre, mi sangre, la sangre de mi amante, la sangre de mis hermanos, arraigada en mi nariz. El sonido de las jabalinas atenienses atravesando la carne de mis amigos espartanos. La última esperanza de los refuerzos desvaneciéndose con las embestidas finales de la falange ateniense rompiendo nuestras filas.
Ahora vago solo por las montañas de Mesenia, regocijándome en el dolor de mis heridas y la desesperación en la que la derrota me ha sumido. Miro el cielo, miro la luna, Ártemis, nuestra diosa protectora. Nos ha abandonado. Nos mira desde los bosques con desprecio, nos mira desde el cielo con repulsión. Nos enseña su cara más dura e inclemente, una calavera grabada en la piedra lunar que me recuerda todo lo que se ha perdido en Pilos. Centenares de vidas. Nuestro honor. Nuestra moral. Obligados a rendirnos y a huir en los pocos barcos que los atenienses no tomaron. Y yo, desertor descreído de los dioses y de mi patria, he acabado huyendo por mi cuenta. Solo. Desesperado. Herido de gravedad.
Las imágenes se repiten una y otra vez ante mis ojos. Mi amado Cleómenes, orgulloso espartiata, que creciste con las historias de aquellos hoplitas que hicieron frente sin temor al terror meda… Siempre fuiste el primero en pelear en la palestra. Siempre mostrabas ese brillo en tus ojos que nos decía al resto que serías el primero de chocar contra el enemigo. Lo veo tan claro en mis ojos… Verte entrenando incansablemente. Tu mirada azulada observando el campo al atardecer. Tu sonrisa apacible que me incitaba a tomarte en mis brazos. Ya nunca podré volver a hacerlo. Dos jabalinas en tu pecho me arrebataron toda esperanza de tener una vida feliz junto a ti. Ya no me quedan lágrimas en los ojos ni voz para seguir gritando por ti.
En esta última batalla se me ha enseñado el auténtico significado de la guerra. No existe la gloria para mí. Me compadezco de todos los atenienses que perdieron a sus amigos en el combate. A todos nos engañaron con promesas de honor, gloria y fama, un hueco en la historia, una marca en nuestra lápida sobre nuestra mejor hazaña.
¿Por qué tuve que hacer caso? ¿Por qué te seguí, Cleómenes, cuando te vi presentarte voluntario para ir a la batalla? ¿Por qué no te detuve? Podríamos haber sobrevivido a una batalla más, podríamos haber sido esos refuerzos que los dioses no quisieron hacer llegar a tiempo. Podrías no haber sido el primero en morir.
Apenas pudieron sacar tu cadáver de la batalla. Yo, que estaba tan lejos de ti, casi salí de mi formación para llorar tu muerte. Tuve que esperar a que los atenienses nos tuvieran acorralados en esa isla para poder descansar y llorar tu muerte encima de tu cuerpo. Doy gracias al general ateniense por sus dudas al atacar. Me permitió vaciar mi alma ante tu tumba. Y pese a todo, aún queda pena por volcar en este mundo. Aún me quedará pena y tristeza por mostrar mientras siga andando sobre la tierra. Sigo sangrando sin casi notarlo.
Hace muchos estadios que he abandonado mis armas. Solté mi abollado escudo nada más salir de la playa de la arenosa Pilos. Tiré mi lanza cuando empecé a bajar la primera colina. Me deshice de mi coraza al subir la siguiente. Abandoné mi casco cuando entré en el bosque, ya de noche. Ya solamente me queda mi espada. Ella es la única que me alienta a seguir andando a través del bosque.
Ya no soy capaz de seguir luchando contra la muerte. Ya no puedo soportarlo. No quiero vivir. Ojalá la tierra me dé la bienvenida y me aleje de este mundo frío, vacío y agrietado.
I cannot bare I cannot live
Oh earth please welcome me
Take me away from this world
It is shattered and cold
Pero tampoco quiero morir. Lo que me espera en el más allá es aún peor. Obligado a beber del río Lethe, el olvido absoluto, y condenado a vagar entre la niebla como un alma en pena. Estaría delante de ti, mi amado Cleómenes, y no nos reconoceríamos. Seguiríamos siendo dos almas vagando sin rumbo en el campo de los Asfódelos. No puedo ni pensar en no recordar tu sonrisa.
Perdido, solo, rodeado de oscuridad, agonizando. No veo el final del bosque. No alcanzo a ver luces de ninguna aldea para poder morir teniendo la seguridad de que alguien me enterrará. Peor que morir y olvidar es morir y que no pueda olvidar. No quiero quedarme en el limbo, sin beber del río del olvido, y lamentarme eternamente de mis heridas, de la muerte de Cleómenes y de muchos de mis amigos.
Mi espada. Ella es mi única compañera. Quizás pueda darle un último cometido. Quizás los dioses oigan el último lamento de un espartiata a punto de morir y se compadezcan de mi alma cuando vean que la apunto contra mí y me la clavo.
La estoy alzando… ya voy a por la vida eterna. Pero al mirar hacia arriba y toparme con la terrorífica luna, solamente veo más desprecio de mi diosa, Ártemis. La espada se cae de las manos. Y mi cuerpo le sigue. Con la cara de lado, contra el suelo, alcanzo a ver una tenue luz que se acerca. Los dioses me han escuchado finalmente.
Ya puedo cerrar los ojos y sumirme en el profundo y vasto vacío.