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Recuerda por Circe 98

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Notas del capitulo:

Yu-Gi-Oh! es propiedad de Kazuki Takahashi

Yugi se tiró en su cama, aguantando las ganas de gritar que tenía. ¿Cómo un día común con sus amigos se había vuelto un cuestionario hacia su persona? Desde el momento en que armó el Rompecabezas del Milenio, sus aventuras eran más bien desventuras, costándole más que unos problemas. Palizas, visitas al hospital e, incluso, la pérdida de su alma.


En el momento en que la Batalla Ceremonial fue llevada a cabo, ilusamente creyó que era por su superación personal, pero también, crédulo, al haber liberado al espíritu del Rey Atem, los problemas se alejarían y regresaría a la normalidad de su vida previa a la llegada de esa entidad.


Un iluso. La partida de Atem solo significaba un vacío en su mente-corazón, al haber estado demasiado tiempo junto al otro Yugi, se había encariñado lo suficiente como para crear el pasillo que se desvaneció aquel día. Su misma cotidianidad se había habituado a él, provocándole el añorar las horas nocturnas donde hablaban del futuro.


También pensaba en su vida junto a sus amigos. Atem fue la llave para obtenerlos, sin importar que él estuviera o no, su círculo se había ampliado enormemente de solo estar Anzu allí.


No quería hablar de los más profundos sentimientos que desarrolló hacia el espíritu del Rompecabezas del Milenio, quien fue su manto, su guardián y mejor amigo. ¿Cómo habían llegado a ser como el sol y la luna? La diferencia radicaba en que él, su otro mejor amigo, era un sol mismo, quien se llevaba la atención de todo el mundo, delegando al niño japonés a la sombra de su camino.


Pero en la intimidad, ambos estaban cabeza a cabeza. Solo el tiempo lo volvió inalcanzable gracias a su enorme afecto hacia él.


Príncipe.


La voz lo sobresaltó, causando que se levantara de la cama. Sentado sobre el escritorio, había un niño. Un niño el cual era incapaz de verle la cara gracias a un borrón que tenía por la alta velocidad a la que se movía. Solo era un manchón moreno, negro, amarillo y magenta.


Príncipe, dijo con burla esta vez. Se levantó de allí, cayendo con suavidad sobre el suelo, no generando ruido alguno. El príncipe está listo para volver y reclamar la vida que le pertenece, dijo, caminando hacia Yugi.


Este, debido al terror, se quedó paralizado. El cuerpo de ese niño estaba abierto del pecho, una espada sobresalía junto a la sangre que escurría hasta alcanzar la especie de falda que cubría de su cintura hasta las rodillas. Iba descalzo, dejando ver su tono moreno, similar al de su otro yo cuando fuera faraón.


El príncipe está listo para volver, dijo el niño, tocándole de los hombros.


-.-


El Mago Silencioso. La esencia del monstruo era la magia de luz. Ella habría nacido en el antiguo Egipto como parte importante del ser más poderoso del mundo, había llegado a aparecer con el único fin de sanar a su amo y señor, pero las circunstancias aletargaron el despertar de Heba, príncipe de Egipto.


El Espadachín Silencioso era la sed de sangre que Atem tenía en manifiesto durante su infancia y temprana adultez. Sin embargo, era muy distinta ya que era la justicia contra la oscuridad que iba a reinar.


Ambos se encontraban vueltos unas simples esferas de color plata brillante, lado a lado de los monstruos de oscuridad más icónicos del duelista llamado Rey. Una de color púrpura y la otra de color rosa. Esos cuatros monstruos habrían significado algo muy distinto de haber llevado a cabo las cosas como estaban estipuladas por los Dioses Egipcios, de haber permitido que Atem muriera en aquel momento junto a su padre, para permitir que aquel corazón influenciable de oscuridad lo matara.


Pero así era el príncipe que tenía que volver a donde pertenecía. La Otra Vida.


Su misión había sido muy opuesta a la que les encargaron a Seto, Shimon o a Isis junto a los nuevos entes que vivían a la par de la reencarnación de Heba. Ese niño solo tenía permitido vivir por su cuenta la vida que su hermano le había arrebatado. Quince años en solitario hasta despertar al espíritu de su hermano mayor.


Isis miró hacia la habitación del niño duelista, donde su vieja entidad se manifestaba. La Gran Diosa Madre solo negó con la cabeza antes de retirar a Heba y regresarlo al jardín donde platillos con las esencias de los monstruos estaban allí. El pequeño niño solo miró el lugar, girando el rostro hacia Isis, quien solo le instó a que jugara.


—No puedo, mi señora —dijo en voz baja, temeroso en parte de su desobediencia—, no sin mi hermano Atum.


La diosa se arrodilló hasta quedar a su altura. Con sus brazos, cubrió a Heba, quien aceptó el abrazo de su señora. Las alas que pendían de los brazos de ella, cubrieron al niño egipcio.


—Pronto volverás con tu hermano —le dijo. Ella levantó la mirada hacia los platos donde las esferas plateadas se removieron—. Pero ellos quieren jugar contigo —señaló a las luces, donde el Mago Silencioso y el Espadachín Silencioso aparecieron. En su forma más joven: la de dos niños ataviados con ropas extrañas y de colores llamativos—. Ve con ellos, joven niño.


El príncipe miró a sus monstruos, sintiendo la vida regresar a su cuerpo muerto. Con rapidez se separó de la Gran Diosa Madre, yendo hasta donde los monstruos de luz se encontraban. Mientras, Isis miró aquello con la mirada de la mujer que parió en verdad al joven niño. Estaba triste, más que triste por ver las trabas con las que se encontraba él.


-.-


Yugi no respiró en alivio hasta varios minutos después. Una vez que estuvo seguro que ese niño no iba a aparecer de nueva cuenta.


El tacto que dejaba él era demasiado similar al del Faraón en su encierro del Rompecabezas del Milenio. Miró la hora, no eran ni las diez de la noche, por fuera, su abuelo seguía de un lado a otro junto a su mamá. Se quedó pensando en preguntarle sobre una posibilidad de ir a Egipto. El problema rondaba en, justamente, eso.


¿Cómo iba a hacerlo?


Tanto si su abuelo tenía los medios para mandarle en una segunda expedición fuera de Japón como si no, ¿qué pasaría una vez que tuviera el conocimiento de ese príncipe sin nombre? Lo más lógico es que la segunda parte de esa misión sea enviarlo a la Otra Vida, a su descanso eterno. Con un trago amargo, solo podía pensar en el mismo lugar en el que Atem estaba, y donde solo ellos dos debían estar por el tiempo en donde murieron.


Se cruzó de piernas sobre su cama, empezando a armar alguna conjetura. Una forma de conseguir el permiso y de irse a hurtadillas, sin que Jonouichi se diera cuenta. Porque, después de todo, era misión de Yugi el resolver el enigma del príncipe sin nombre que tenía por significado el propio.


Era miserable. ¿Cómo podía hacerle eso a sus amigos? Siendo realista, ellos jamás debieron haberse metido en todos sus problemas. Necesitaba remediar eso, pero se sentía mal de solo salir de viaje solo a algún lado. Ellos le habían acompañado cuando fue el Duelo Ceremonial, habían estado allí para apoyarlo en su paso hacia la madurez.


Apretó sus pies con las manos.


La puerta se abrió, dejando ver a su abuelo entrar allí. El semblante de Sugoroku no había cambiado en el tiempo que llevaban desde la partida del faraón, época donde él le hiciera frente a frente de la existencia de su otro yo. El anciano le pidió permiso para entrar, obteniéndolo de inmediato.


—Yugi —le llamó el anciano, consiguiendo toda la atención de su nieto—. La señorita Ishizu llamó a la casa hace rato.


Las palabras de su abuelo hicieron más eco en su mente, capturando toda su atención.


—Me ha dicho de tu deseo de ir a Egipto por una cámara oculta en la tumba del Otro Yugi —continuó, cortando la respiración del joven Moto, quien quisiera apartar la cabeza de imaginar esa momia. La momia del cuerpo de su otro yo. Le asfixiaba, le molestaba. Lo aturdía y lo volvía loco a su manera—. ¿Es verdad?


—Sí —respondió de inmediato. Luego, tomó una gran bocanada de aire—. Es algo que ya dije demasiadas veces, abuelo. No puedo contarlo.


—Comprendo —dijo el anciano.


Un largo periodo de silencio se extendió entre ambos familiares, permaneciendo de esa manera por mucho rato. Yugi solo prensaba en la negativa que su abuelo iba a decirle ante su renuencia a hablar sobre su problema. Su misión en la búsqueda de un familiar perdido de Atem.


—Llámale en cuanto te sientas seguro —dijo Sugoroku— amablemente se ofreció a pagarte el viaje a Egipto.


¿Cómo las cosas comenzaban a salir bien?


—Gracias, abuelo —susurró, ahogando una sonrisa.

Notas finales:

¡Sí! Traigo enormes ganas de compartirles mi historia.


Diablos, siento que me van a odiar xD


¿Algún comentario?


¡Nos leemos!


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