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Recuerda por Circe 98

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Notas del capitulo:

Yu-Gi-Oh! es propiedad de Kazuki Takahashi~

Yugi se encontró a sí mismo en Egipto. El Egipto de los recuerdos de su otro yo. Uno glorioso mientras el pánico no se extendía por todas partes. Le fue agradable encontrarse con una vida tan normal en esa tierra, agobiada por los distintos problemas que sufrió después de toda la creación de los Artículos del Milenio.

Sin embargo, pronto se encontró en el palacio. Allí se encontró con un Atem más joven, escalando un balcón con el único fin de entrar. Curioso, se le acercó hasta donde podría atraparlo en caso de que cayera. No tuvo que hacer el esfuerzo ya que él logró entrar, deslizándose con total suavidad.

En un solo movimiento estaba afuera de la habitación. Pudo comprobar que su otro yo estaba allí por alguien más, teniendo la apariencia de alguien no mayor a los diez años. Se veía tenso, preocupado. La forma en que caminaba revelaba lo deprimido que se encontraba por la sola idea de algo terrible. Caminó, no logrando avanzar mucho por una barrera invisible que le bloqueó el paso.

—Hola —saludó a la persona que estuviera en cama.

—Hola —regresó el saludo aquella persona, revelando que era un niño también—, Atón —completó, causando una gran revelación en Yugi, quien jamás imaginara lo diferente que había sido su nombre durante la niñez. Un movimiento del otro lado y luego continuó hablando—. Creo que te queda mejor Atum.

—¿Por qué Atum? —preguntó el niño Atem. Yugi lo conocía lo suficiente como para saber que mentía en su tono. Trataba de sonar animado, fallando de manera miserable contra alguien que lo conocía tan bien. ¿Sería el niño capaz de reconocerlo?

—No sé realmente, pero siento que Atum te queda más que el de los rayos de nuestro dios padre.

Un largo rato de silencio se extendió entre ambos, un movimiento de tela y nada más por otro largo rato.

—Quiero... prometer que siempre estaremos juntos —dijo el niño, con un nivel de dificultad que a Yugi le dolió en su interior. Vio la cara de Atem, dolida por las palabras que decía aquel niño—. Quiero prometerte que no te voy a abandonar nunca y que cuando sea nuestro juicio estaré esperándote.

Yugi ahogó su respiración ante tales palabras.

Lo prometo —respondió Atem, poniendo todos sus sentimientos en aquellas palabras. Puso más que ello. Uno de los deseos más profundos de él.

Su cuerpo pronto fue incapaz de sostenerle, haciendo que cayera de rodillas frente a aquella escena que simbolizó tanto en la vida de su otro yo, pero que olvidó tras la muerte del niño que abrazaba con todas sus fuerzas. Se quedó temblando en el suelo de ese balcón, con la luz del sol cayéndole a plomo sin que le afectara en lo más mínimo. No podía moverse, recordando la paliza que se llevó el día en que Jonouichi y Honda se habían vuelto sus amigos.

Yugi se quedó en aquel lugar, viendo la hora en que escoltaran a Atem fuera de la habitación, dejando al niño a los cuidados de unos médicos que no sabían si iba a sobrevivir a lo que sea que tuviera. El tiempo pasaba, no importaba cuánto lo mirara, siempre volvía su otro yo a ver al niño sin mencionar nunca su nombre.

Juego, eso significaba su nombre. ¿Qué nombre sería? ¿Cómo se escribiría tan siquiera? ¿Cómo habría sido en verdad el niño? Cuántas preguntas no tenía para resolver la duda de quién es en verdad el Príncipe sin Nombre.

-.-

El Mago Silencioso podía notar cómo su amo se removía incómodo en sueños. Acercó sus manos a la frente del humano, generando magia leve para calmarlo, producirle sueños agradables.

Ella había sido un monstruo que iba a nacer demasiado tiempo atrás. Era la manifestación del alma de ese príncipe sin nombre junto a su compañero el Espadachín Silencioso. La magia que ambos poseían era distinta a la establecida en el juego de cartas que usaban como método de duelo en aquellos días. Ambos iban creciendo de acuerdo al heka de su usuario, además de manifestarlo de maneras distintas. Su forma adulta llegaría eventualmente, contrario a lo que pasaba con muchos otros monstruos, quienes quedaban atrapados de esa manera a menos que otra magia interviniera.

¿Cómo justificar el efecto que tenía en esos momentos? El de crecer en un nivel y quinientos puntos de ataque por cara carta que robara el oponente. Ni ella misma podía saberlo, solo ocurría. ¿Cómo habría sido creada tan apegada a la realidad si no estaba plasmada en piedra?

Movió sus manos, soltando un cántico en hierático, uno suave, capaz de generar paz a su receptor.

—¿Qué crees que sueñe? —preguntó la Maga Oscura, volando encima de su nuevo maestro. Nunca podría apartar su lealtad de Atem, pero estando muerto y en el inframundo, Yugi era el segundo al mando. Yugi y Heba—. Se sentía amenazado con romperse.

El Mago Silencioso no respondió, continuando en su trabajo. Ligeras chispas blancas surgían de sus dedos enguantados. La Maga Oscura notó su preocupación.

—¿A qué temes? —preguntó ella, capturando la atención de la mujer de cabello blanco—. ¿Que no pueda ser capaz de soportar la verdad?

El Mago Silencioso apartó sus manos de Yugi una vez segura que no tendría más malos sueños.

—No es temor a su reacción —respondió ella, mirando a la rubia traviesa que adoptó una personalidad seria tras los acontecimientos del Duelo Ceremonial. Todavía conservaba su actitud infantil durante los duelos, pero siendo ella misma, nada más alejado de la realidad. Al menos, con el Mago Silencioso—. Es a lo que va a pasar después de eso.

La Maga Oscura no comprendió lo que ella intentaba decirle por lo que, mirando a su amo, señaló la caja contenedora del Rompecabezas del Milenio.

—Él fue encerrado en la tumba del Rey Atem hasta el momento en que las cosas para su regreso estuvieran listas. Luego de eso, nació como un niño japonés de nombre Yugi y obtuvo la caja contenedora del Rompecabezas para traer y cumplir la voluntad y misión del Faraón sin Nombre. Una vez hecho esto y recuperada su memoria, ¿qué pasará con su alma? No tiene más misiones por enfrentar. Hizo lo que no pudo hace mucho tiempo: ayudar a su hermano a derrotar al demonio que lo mató.

La Maga Oscura miró a su nuevo maestro entonces. Dormido, generaba la sensación de regresar en el tiempo y estar frente a él con su cuerpo humano, como Mana, la aprendiz de Mahad. Una niña rubia con gran capacidad mágica, pero sabía que sus poderes eran más limitados contra la magia contenida en el cuerpo del príncipe Heba.

Ese niño que muró en manos de su propio hermano que fue envenenado por el demonio y que nunca dio pistas de lo que haría tras el encierro de este. ¿Qué hizo? Encerrarse en la misma tumba de su hermano para salvaguardarlo de todo hombre deshonesto que codiciara su tesoro. A todos menos al hombre que los crio a ambos. A Shimon, renacido como Sugoroku, su abuelo. Sugoroku había vivido su vida, él ya cumplió con su parte: criarlo. Criarlo y encontrar la caja para entregársela a su nieto.

Ishizu corrió con la misma suerte. Kaiba incluso. Todos los que pudieron renacer con la corte del faraón, habían cumplido su meta, pero muchos de ellos no tenían un pendiente extra como lo tenía Yugi. Una promesa hecha siendo un niño de otra época. La Maga Oscura era capaz de entender el miedo que le generaba descubrir la verdad a Yugi.

Existían dos destinos muy opuestos entre sí. El Mago Silencioso se dirigía hacia el peor de todos.

—Vivirá —respondió la rubia a la de cabello blanco.

—No es decisión de él o nuestra —replicó la maga de blanco y azul con edades tan variables como su compañero. Unos monstruos tan adorables mientras ninguna de sus habilidades especiales se llevara a cabo—. Hay demasiadas cosas que no hemos contado a nadie y que él debe recordar por su propia cuenta. Una de ellas es el pago por regresar a la vida con tal de ser el vehículo de su propio hermano, renacer sin memoria alguna, incapaz de alcanzarlas mientras esa otra alma dejara residuo alguno en su cuerpo.

-.-

El corazón del faraón sin nombre nunca estuvo completo desde la muerte de su hermano menor Heba. Lo había amado como si se tratara de él mismo. Aquel príncipe catalogado como sumiso e increíblemente débil como para ser parte de la familia real, había sido un pilar en la vida del otro. Catalogados como luz y sombra. Heba siendo la sombra de Atem, siendo este quien se llevó toda la atención de los demás salvo los momentos donde se metieran en problemas, porque el niño príncipe era quien cargaba con la culpa, no permitiendo a su hermano meterse en los líos.

Heba también guardaba un montón de secretos hacia su hermano. Secretos que no pudo compartir por la temprana muerte a manos de este poseído por el demonio Zork, un cobarde. Aquellos secretos comenzaban en el momento que cayó enfermo junto a la familia real, donde la Gran Esposa Real pereciera junto a los hermanos mayores y menores de ambos.

No había sido una enfermedad como tal, eran sus habilidades manifestándose. La cura de Atem había sido producto de él, no de los Dioses ya que habían elegido a Heba como el poseedor de una fuerza no conocida hasta aquellos momentos. Lo mismo con el Rey Aknamkanon.

El príncipe sacrificó su propia salud a cambio de ver a dos de su familia bien. Pudo haber continuado cuando lo castigaron por rebelde. Por haber metido su mano en la curación de ambos personajes cuando ningún médico lo había hecho. Heba no era consciente de lo que estaba haciendo, solo podía realizarlo y solo después pudo darse cuenta de ello, al empezar a ver a uno de sus monstruos rondando en su habitación con la apariencia de un niño.

Más bien, niña. Porque era una maga de luz quien le usó sus poderes para generar la salud que necesitaba con tal de vivir. El costo había sido retrasar su despertar como alguien clave en el terrible destino que le deparó a Egipto. Gracias a esos costos, Egipto tuvo la pérdida más grande posible: su prematura muerte.

Esa era toda la información que el Mago Silencioso tenía, cosa que compartió con la Maga Oscura, quien se sorprendió. Siendo Mana, la última en llevar la Sortija del Milenio, había escrito pequeños papiros que ocultó en la tumba de Heba, donde también se encontraba Atem. Ocultos, enterrados, imposibles de obtener debido a la magia que resguardaba la tumba, además de ser imposible dar con la segunda cámara.

Por otro lado, la rubia se dio cuenta del problema que tenía el Ka de Yugi. No podía decir el nombre de Heba, se le dificultaba, sufriendo un enorme grado de censura. La causa, la misma por la que no podían decirle directamente quién era a su maestro. Tampoco decirle en cara la identidad que poseyera en el pasado, provocaba pérdida de memoria como todos se dieran cuenta la primera vez.

La Maga Oscura miró a Yugi dormir. Él estaba tan tranquilo y ajeno a la realidad de lo que platicaban. La de cabello blanco desapareció, dedicándole una última mirada al muchacho duelista que dormía de manera profunda gracias a su magia. Una magia perdida, tan débil que solo podría generar eso. Una magia que solo tendría su época dorada en el antiguo Egipto, lado a lado de ella y Mahad.

La mujer que quedó se quedó un largo rato mirando a Yugi, preguntándose lo que debía hacer.

-.-

La siguiente ubicación que Yugi tuvo fue su habitación. Se extrañó de verse a sí mismo dormir, con un pijama totalmente diferente al que recordaba haberse puesto. No obstante, la cosa tuvo un rumbo muy distinto cuando viera aparecer a su otro yo, percatándose por primera vez de lo que colgaba de sus dedos.

La cadena del Rompecabezas del Milenio. Vio cómo el ente que compartiera su cuerpo se acercaba hasta arrodillarse frente a su cama. Se quedó observándole con una devoción casi dolorosa. Un cariño que sobrepasaba lo que él creía. Luego, con su mano transparente logró levantar la sábana y cubrir su cuerpo, desconociendo el calor que existía aquella noche.

¿Qué quieres con él?, dijo una voz con un parecido escalofriante a la de su otro yo. Sonaba como un regaño, casi como si estuviera molesto. Oyó un bufido por parte del ente que le tapó, causando cierto grado de sorpresa en él. Responde, ¿qué es lo que quieres con él?

Esas palabras se hicieron hueco en Yugi, quien miró con absoluta sorpresa a su otro yo mientras caminaba hasta su escritorio, sentándose en este, con las piernas cruzadas y el codo sobre la mesa, apoyando su mandíbula sobre la mano con tal de tener acceso a la ventana que allí tenía. La voz repitió una tercera vez la pregunta, sonando casi exasperado. Del mismo modo en que Jonouichi sonaba cuando Otogi u Honda intentaban un acercamiento hacia su hermana menor Shizuka.

Nada, fue la triste respuesta, como un suspiro. Su rostro estaba crispado en furia. No quiero nada con él.

Mientes.

Otro bufido. Luego, la voz desapareció por un prolongado tiempo, permitiendo a su otro yo relajarse. Dejar ver nuevamente aquella conocida cara de tristeza por su crisis. Se acercó, mirando con más nitidez al ente, notando por primera vez que la soledad que existía en su mente no era exactamente proveniente solo del laberinto por la amnesia que poseía. Era algo mucho más íntimo de lo que dejaría ver hacia cualquiera.

Incluso del mismo Yugi.

Escuchó un verdadero suspiro, relajándose antes de ver su cuerpo dormido. Una sonrisa se le escapó, casi imperceptible por ser un mero alzamiento de comisuras. Aquello provocó un sinfín de emociones en Yugi, ignorando la razón por completo de que realizara esa pequeña acción.

No puedes engañarte, soltó esa voz nuevamente, sacando a ambos del hermoso sueño que su mente comenzara a reproducir, muy ajeno a la realidad.

Su otro yo tuvo una cara de furia absoluta, una cara que pasó rápidamente al desprecio que sentía.

Lo amas.

La confesión le llegó de golpe a Yugi, mirando fijamente la reacción de Atem. Este se veía incómodo por las palabras, pero eso lo ocultó tan bien por una capa de molestia ante la insinuación de una atracción. Escuchó el golpe dado a la mesa donde él, Moto Yugi, hacía sus deberes, y donde la caja del Rompecabezas descansaba. El brusco movimiento no alteró nada de lo que allí estaba.

Admítelo, te enamoraste.

No lo hice, respondió tras un largo rato. El duelista mayor no podía apartar la mirada del perfil de su otro yo. Tan atractivo como era, con la piel blanca. El porte de un ser de la realeza, eso es lo que brillaba en su forma de sentarse por más acostumbrado que estuviera a ser un chico común. Yugi no pudo evitar pensar en Anzu. ¿Qué impedía que su otro yo tuviera la capacidad de generar un sentimiento hacia la castaña de ojos azules? Solo él existía como obstáculo, un chiquillo que hacía creer a todo el mundo que una muchacha muy linda le atraía cuando, la verdad, era un espíritu de más de tres mil años de edad.

Alargó la mano un poco, hasta intentar dejarla sobre el hombro de este. Notó, con amarga tristeza, que era imposible. No existía en ese plano, él, que ya tenía dieciocho años de edad, próximo a cumplir los diecinueve. Su otro yo se había marchado cuando él tenía dieciséis.

Dos años de diferencia es lo que había. Yugi era mayor en apariencia y técnicamente en edad, pero Atem lo era por miles de años.

No seas un cobarde, le espetó con suficiencia aquella voz a su otro yo, causando otra mirada enfurecida a la nada. Hazlo, declárate. ¿Podrás soportar la amarga experiencia de estar un día completamente solo?

Mi compañero no se va a apartar de mi lado, respondió, apretando los puños hasta hacerse heridas por las uñas. Aquella reacción le sorprendió a Yugi. ¿Estaba hablando de él? ¿Yugi Moto? Vamos a estar juntos. Para siempre.

Qué hermosa visión, pero también estúpida, soltó la voz, causando más furia en su otro yo quien se levantó de un solo movimiento, sobresaltándolo. Eres tan inocente como para mantener esa esperanza tan tonta. No vas a estar al lado de él por mucho tiempo y lo sabes.

¡Cállate!, impuso. Guardó silencio a lo siguiente que iba a decir cuando su compañero se movió. Aletargado por el sueño, a penas e hizo un ruido junto a varios movimientos torpes. ¿Cómo pudo llegar a esa conclusión? Nunca sabría eso porque tan pronto el Yugi que dormía entreabrió los ojos, su otro yo estaba besándolo de lleno en la boca.

El espíritu del duelista se sonrojó, empezando a boquear. Estaba sorprendido del valor del espíritu como para arriesgarse a ser descubierto de aquella manera. No obstante, cuando su versión más joven despertó por completo, su otro yo no estaba más allí, solo el Rompecabezas colgando de sus dedos.

Tras estar investigando qué había pasado y catalogar la sensación de un beso, volvió a dormirse. El espíritu volvió a salir, arrodillándose frente a Yugi. Susurró unas palabras que quedaron grabadas a fuego en la mente del duelista por escucharse claras en aquella habitación silenciosa.

Tú me gustas, compañero.

Notas finales:

¿Qué tal? Es el segundo capítulo más largo. El más largo es el final, por una investigación a la que me sometí anoche. Diablos. Por cierto, les tengo una curiosidad.

¿Han notado lo parecidas que son las portadas de "Memorias" y "Recuerda"? (Solo aplicable a Wattpad)


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