Yugi se quedó largo rato en su habitación una vez que terminara la tarea. No podía dejar de pensar que estaba olvidando algo. Un algo que le atormentaba con muchísima fuerza. Le frustraba con mucha fuerza, incapaz de pensar en algo más que pudiera ayudarle o que alguien fuera del círculo de monstruos de cartas que le rodeaban, le ayudaran. Jonouichi, Honda, Anzu, Bakura y Otogi eran distantes respecto a lo que a él le atormentaba.
Solo había una palabra que le quedaba en la memoria: príncipe.
Atem lo había sido en sus tiempos previos a ser el gran faraón que fuera después. No sabía qué pensar respecto a esa palabra que se repetía como un mantra. Día y noche, se podía despertar y las voces de algún fantasma le acosarían.
Maestro, llamó el Espadachín Silencioso, apareciendo detrás de Yugi. Lamento la interrupción.
—No hay problema, he terminado con todos mis deberes desde hace algún rato —respondió, girándose un poco para ver el reflejo de aquel monstruo que cambiaba de edad entre niño, adolescente y adulto.
Al lado de él apareció Kuriboh, quien comenzó a volar a su alrededor, sacándole una carcajada por lo animado que era aquel monstruo que olvidara con el pasar del tiempo. Lo tenía enterrado en sus recuerdos, pero dolía verlo. Fue un gran lazo con Atem antes de que este regresara a donde pertenecía.
Maestro, volvió a llamarle, capturando la atención del muchacho japonés quien le viera con curiosidad. Hay algo que debería saber.
La mente de Yugi se llenó con dudas. ¿Qué quería decir su guardián y amigo?
Había tantas cosas que le gustaría saber respecto a ellos, los monstruos que ahora protegía de todo el mundo y que era capaz de ver en alguien más. Capaz de verlos en los duelos que viera en su escuela o en la calle, cuando usaban el Duel Disk de Kaiba.
Podía ver los fuertes lazos entre cada uno de ellos y sus dueños o la duda respecto a los mismos, sabiendo que jamás podrían vincularse de la manera en que muchos lo hacían de una manera más profunda de lo que él podía con los suyos, aquellos que eran serios y le trataban como a un hermano menor durante las batallas mientras que podían ser abiertos en privado. Ser alguien que no mostraban al resto del mundo por algo que no podía terminar de comprender.
—No estoy entendiendo —respondió, sintiendo cómo Kuriboh se le apartaba, volando por toda su habitación mientras más monstruos aparecían. Se sintió mareado un momento, como si algo le estuviera quitando fuerzas a su ser.
Amo, le llamó el Mago Silencioso, sentándose en el escritorio donde Yugi estaba, creo que debería iniciar sabiendo poco a poco.
Soltó un sonido de confusión, no comprendiendo nada de lo que dijera ella. El mareo siguió subiendo, provocando que Yugi sostuviera su cabeza con ambas manos, dándole un leve masaje a las sienes.
¡Todos, regresen!, ordenó el Espadachín, notando cómo se calmaba el dolor. El aire regresó de manera brusca, permitiéndole dar una gran bocanada. Estaba exhausto por aquellos momentos. Esta vez, sí lo recordará, le dijo al Mago, quien asintió, contenta de lo que dijera su mejor amigo.
—Sería mejor que dejaran de ser crípticos —murmuró, levantando su cabeza.
¿Sabe lo que es el Ba y el Ka?, preguntó ella, cambiando más rápido entre sus edades. Yugi dio una negativa con la boca. El Ka es la energía vital. Es su alma. El Ba es la representación de su Ba, si alguien tiene un Ka malvado, la representación del Ba será horrible.
Nosotros, el Mago y yo, somos su Ba.
—No entiendo mucho.
Estos son términos que se usaron durante la época del rey Aknamkanon y el rey Atem. Había un gran contacto con la magia en aquella época, permitiendo que nosotros, los monstruos, pudiéramos venir a este otro lado. Respondió ella, permitiendo que Yugi asimilara lo dicho.
El joven de origen japonés recordó las peleas en aquel mundo, cuando entrara en busca de ayudar a su otro yo con ayuda de Bobasa. Recordó el realismo de todo y lo comprendió mejor. Los monstruos eran reales, pero desconocía en sí qué términos se usaban.
Después de la muerte del rey Atem, la magia se fue perdiendo hasta quedar reducida a lo que hoy en día conocen. No hay verdadera magia como la de antaño, continuó él, mirando a su compañera. Ambos estaban algo intranquilos por romper antiquísimas reglas no escritas pero impuestas a todos ellos para no afectar el flujo de las cosas. Los acontecimientos iban a pasar de esa manera por lo que ninguno podía aparecer y decirle todo a Yugi y a Atem.
—Estoy empezando a entender lo que quieren decir.
Pero no es todo, amo, dijo el Mago Silencioso, colocando una de sus manos sobre el hombro de él. El hecho de que se dividiera entre dos, quiere decir que los seres humanos nos convocaban y nosotros nos manifestábamos como la forma de su alma.
Yugi permaneció en silencio, tratando de comprender aquello.
Maestro, dijo el Espadachín, capturando la atención del joven Moto. Son pocas las personas con la capacidad de vernos. A lo largo y ancho de este mundo, un puñado de ellos puede vernos.
—¿Por qué? —preguntó Yugi, mirando a su otro monstruo.
Porque son aquellos que murieron de manera injusta en el pasado, durante la guerra contra el demonio. A manos de Zork. Ellos son quienes conservan esa habilidad.
—Príncipe —susurró él, recordando la palabra que hacía tiempo no escapaba de su mente—. ¿Hubo un príncipe asesinado por ese demonio? —preguntó, mirando a ambos un determinado tiempo, notando la incomodidad de los dos.
Se quedaron en silencio que se volvía incómodo. Yugi ansiaba una respuesta. Los monstruos eran incapaces de saber qué decir.
Sí, respondieron ambos.