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Polvo y Luz de las Estrellas por Circe 98

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Notas del capitulo:

Yu-Gi-Oh! es propiedad de Kazuki Takahashi

Siendo casi las nueve y media de la mañana, y ninguno podía comprender cómo es que sus amigos podían tardar tanto en terminar de arreglarse. A Jonouichi le gustaba hacer rabiar a los demás, insinuando cosas de sus películas porno en relación hacia las actividades de sus amigos. Debido a Sugoroku, todos ellos estaban en la espera de ambos en la sala de la casa-tienda, perteneciente a la familia Moto.

Los pasos que escucharon de pronto simulaban una carrera y Atem apareció, perdiendo el aliento al grado de sostenerse de sus rodillas para tener su segundo golpe de aire. Por otro lado, ¿qué hacía corriendo dentro de una casa? Tan pronto como pudo, continuó corriendo, manteniéndose de un lado de la sala. La respuesta a su duda anterior llegó justo cuando Yugi se precipitó en la entrada, sonriendo confiado a lo que haría. Se percató de la ubicación del mestizo, por lo que empezó a correr, rodeándolo, causando un sinfín de giros que mantuvieron a los amigos de ambos consternados. La respuesta se dio cuando Yugi cambió el lugar al que iba a correr, no permitiendo al moreno reaccionar. El inminente tacleo fue evidente desde el momento en que su mejor amigo fue acorralado.

El grito de gloria del japonés los asustó un poco más. De un solo movimiento se puso de pie, festejando su aparente victoria.

—Anzu, Jonouichi, Honda —les llamó el mestizo, levantando la vista del suelo sin apartar la cara, costándole respirar—, por favor háganme el favor de recordarme nunca retar a Yugi a un juego de esta clase en su casa.

—¡No seas llorón, Atem! —exclamó, feliz todavía—. ¡Fue justo! Ciento cincuenta de trescientas.

Jonouichi hizo un ruido, llamando la atención de ambos para verlo de nueva cuenta. Con ello, Atem usó sus manos como apoyo y empuje, poniéndose de pie de inmediato. Sacudió su ropa un poco, jadeando aún junto a su mejor amigo gracias a la carrera en la que se habían internado desde su habitación en un tonto juego.

—¿Han jugado trescientas veces? —cuestionó Anzu.

El moreno apartó los ojos solo un momento, haciendo la cuenta mental. Sí, trescientas veces en las que no se terminaba de declarar a un ganador, porque, donde él era un habilidoso jugador en diversas ramas, Yugi podía tomarle la delantera por varios y luego volver a empatar.

—En lo que va del año —respondió Yugi, contento—. Juegos como el Duelo de Monstruos, D. D. D., Mahjong, emparejar calcetines, rompecabezas y varios más.

—El único capaz de derrotarme —respondió Atem, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón y levantándose de hombros. Una sonrisa de orgullo escapó de sus labios, como si no existiera otra razón más para decir lo que decía. Todavía jadeaba gracias a la carrera en la que se sometió con el único afán de distraer a Yugi de todas las preguntas que rondaban su cabeza respecto a ese día.

No le gustaba cuando su mejor amigo tenía ese tipo de presentimientos, como si algo malo fuera a ocurrirles. Ya había ocurrido demasiadas veces en el pasado, el mismo día en el que terminó hospitalizado. Distraer a Yugi no importaba, terminaba ocurriendo de todas maneras, pero, al menos, podía permitir que se relajara lo suficiente antes del gran momento, donde el terrible peso de su sentencia empezaba a oprimirle el pecho. En especial porque, entre sus cosas, el más valioso objeto de todos los Jugadores Oscuros, uno de los siete más poderosos, los que provenían desde tiempos lejanos para el hombre, el Rompecabezas del Milenio estaba oculto entre su ropa al momento de serle llevada.

—¿Qué traes en el cuello, Yugi? —señaló Anzu a su mejor amigo, llamando la atención de Atem por el comentario. Dirigió su mirada hacia él, percatándose de la razón de haber tardado en alcanzarlo si se suponía que iba pisándole los talones al salir de la habitación. La réplica que le había regalado.

Ese pensamiento lo tensó muchísimo, su mejor amigo iba en serio con el presentimiento que le mencionó durante el desayuno, aquel que se desarrolló al tener entre sus manos por primera vez el Rompecabezas del Milenio. No obstante, él bajó la mirada, confundido a las palabras de su amiga antes de caer en cuenta de ello.

—Una reliquia que mi abuelo encontró en sus días de arqueólogo —mintió hábilmente, sorprendiendo a todos, incluido a Atem. Una media verdad—. Le hacía compañía a una caja según los jeroglíficos, lo encontré de casualidad entre sus cosas. Según él, en la pared decía que los dos objetos pertenecieron a un faraón y su mano derecha, un príncipe, con el que se había criado. Le pregunté una vez que me vio hace mucho tiempo con él puesto, me dijo que la cara no estaba y solo se hallaba este.

—¿Por qué nunca te vimos con eso antes? —cuestionó Jonouichi, curioso ante la procedencia de aquel artefacto.

Yugi se levantó de hombros.

—Por mucho tiempo le mantuve con su cuerda rota, por la noche encontré una que le quedaba bien y al mismo tiempo me permitía pasarlo por la cabeza.

-.-

La mente de Atem tuvo que trabajar a toda velocidad desde el momento en que se percató de la copia del Rompecabezas que le había regalado con el único fin de mantenerlo a salvo si se daba la posibilidad de un Juego Oscuro contra alguien que poseía un poder similar. Muchos de ellos carecían de la protección de un artículo al ser aprendices de los aprendices de una larga lista hasta llegar a los primeros en toda la historia, remontada hasta el antiguo Egipto.

No obstante, ese artefacto solo era una pequeña protección para evitar ser consumido ante su carencia de fuerza mental y espiritual para jugar. Después de todo, seguía siendo un humano, y si llegaba alguien ajeno, elegido por alguno de los otros artículos del milenio... Atem no deseaba imaginarse para nada las terribles consecuencias que tendría. Capaces de mantenerse en niveles superiores al seis, donde todo se distorsionaría y él, su mejor amigo, quedaría atrapado sin posibilidad de hacer movimientos gracias a su ahogo.

Verlo portar su amuleto le causaba un terror infinito, acelerando su corazón al punto donde este agonizaba, ordenándole mantener a Yugi a salvo. Se detuvo varias veces en el camino a la estación, donde todos ellos platicaban mientras él se rezagaba cada vez más con el único propósito de no perder de vista al japonés que aprendió magia junto a él.

Cada partícula en su cuerpo saltaba, dispuesta a revelar su más grande secreto por el más mínimo movimiento hecho hacia los transeúntes, volviéndose paranoico en todo momento. La norma más grande era no revelarle a nadie qué era. Si bien su promesa era hacerlo a sus amigos más cercanos, el resto del mundo debía ser ignorante a los desafíos impuestos hacia cierto grupo de personas, uno muy selecto.

—¡Atem! —gritó Honda, sacándolo del torbellino de pensamientos. Alzó la mirada, percatándose de la enorme diferencia de distancia y empezó a correr a la par que sus boletos eran entregados. A las nueve cuarenta y cinco llegaría el siguiente tren, el tiempo suficiente para pensar en qué hacer con el resto de ellos si es que ocurría un inconveniente. Además, también para hacer que Yugi guardara el colgante en algún otro lado.

Fuera de su garganta.

—¿Qué tanto estás pensando? —cuestionó Anzu, alarmada por el tremendo silencio y el aura tan negativa de su persona, algo poco usual siendo bastante optimista con una mirada que sería una carga de muerte por cualquier movimiento en falso. Incluso siendo alguien burlón en momentos de seriedad.

—Yo... —empezó a hablar, percatándose de haberlo hecho en árabe, idioma que solo sus padres comprenderían. Rápidamente, lo corrigió hacia el japonés—, es el colgante de Yugi.

El nombrado posó sus ojos en él, prestándole toda la atención posible. Desde el momento en que esa misma mañana se lo había puesto, todo en su interior le dijo que sería un riesgo que detonaría algo, aunque su intuición no le permitía comprender del todo a qué podría referirse. Bueno o malo, sus presentimientos nunca eran claros respecto a las cosas y, sin embargo, con las personas era claro: mantener las distancias, llegaban a ser peligrosos.

Mientras se mantuviera de esa manera, perceptivo a las cosas, Atem no tenía que arriesgarse a volverse un Jugador Activo. Así ambos, a pesar de desarrollar la capacidad de traer al mundo la verdadera forma del alma, mantendrían un perfil tan bajo que nadie nunca llegaría a molestarlos. Incluso con el poder del Rompecabezas en sus manos, las cosas estaban difíciles para ser rastreados. En pocas palabras, quedarse como entes visibles e invisibles a la vez.

Las ilusiones que practicaban no eran nada salvo una manifestación tan leve de sus poderes que, aunque alguien fuera capaz de rastrearlos, pasarían tan desapercibidos al no estar familiarizado con ello. Después de todo, cada quien tenía su esencia única según la madre de Atem. Recordaba vagamente que su mejor amigo le había dicho que su esencia era similar al estado de calma que precedía una guerra o algo terrible. Yugi no sabía cómo definir a la del mestizo, era tan cálida y misteriosa, fría y familiar a la vez.

Jonouichi tuvo que mirar alternadamente a sus dos amigos, quienes con una sola mirada empezaban a platicar. Los enormes ojos de Yugi miraban con una tremenda curiosidad a los rasgados de Atem, quien fruncía cada tanto el ceño a la vez que lo hacía el japonés. Ambos se mantenían de una manera extraña, tal cual hablaran en una discusión que no exteriorizaban con palabras. Tuvo un escalofrío que le recorrió toda la espalda, por el mal augurio que significaba eso.

—Me dan miedo a veces, chicos —soltó el rubio, no apartando la mirada de los dos. No obstante, ellos sí le miraron a la par en que sus expresiones demostraban total desacuerdo ante lo dicho—. ¡Tienen telepatía!

—Lo siento —exclamaron ambos a la vez.

—No le hagan caso a Jonouichi —dijo Anzu, colocando su mano sobre el hombro del rubio quien volteó a verla con una expresión de total disconformidad. Ella pasó por alto la forma en que era vista, prestando atención a los dos quienes parecían inmersos en su propia burbuja de nueva cuenta—. Solo está celoso de que sus dos mejores amigos estén tan colados el uno por el otro que lo dejen de fuera en una salida grupal.

El color rojo les subió a ambos por el cuello, llegándoles hasta las mejillas. En el mestizo era menos obvio el hecho de la manifestación de la vergüenza, caso contrario al japonés, quien, por su piel blanca, tuvo la cara roja tal cual podía. De inmediato, ambos comenzaron a negar la existencia de eso. ¿Cómo hacerles entender que no sentían nada el uno hacia el otro? Era imposible, más por confundir ese extraño lazo donde podían comprender de manera limitada los pensamientos del otro.

Honda le siguió al juego de Anzu, causando irritación en los dos muchachos de cabello extravagante, siendo Jonouichi quien puso la cereza sobre el pastel al mencionar lo temprano del mensaje. Ambos se guardaron las ganas de saltar hacia el rubio y el castaño, tratando de callarlos con sus constantes burlas referentes a qué pasó como para que el moreno llegara tempranísimo a casa de quien, en sus propias palabras, solo era su mejor amigo. Anzu ahogaba la risa que quería soltar, gracias a las expresiones tan graciosas a las que eran sometidos sus amigos.

Mientras tanto, Atem y Yugi solo rezaban por el momento en que el tren arribara a la estación y calmar un poco las cosas. Miraron el reloj de sus propios teléfonos, apurados con el lento pasar de los minutos.

-.-

En el Arcade, las cosas parecieron calmarse bastante. Ninguno de sus amigos estaba empeñado en continuar afirmando la existencia de un romance entre ambos, lo cual agradecían, ya que en esos momentos la incomodidad mutua era enorme. Yugi sentía la cara arder de solo mirar de reojo a su mejor amigo, bastante mal de saber que cualquiera de ellos quería que existiera algo entre ambos, mientras Atem sufría por un repentino golpe de timidez de solo sentir cerca a su mejor amigo.

Todas las emociones fueron potenciadas con el recuerdo de sentir la calidez del cuerpo contrario potenciado por una sábana. Molesto, apretó los puños de sentirse de esa manera, tan tímido de ver a su mejor amigo, tan acalorado por las reacciones de su cuerpo gracias a los recuerdos de actividades con las que habían pasado el tiempo antes.

Inhaló todo el aire posible, llenándose los pulmones de una valentía con la cual no se sentía y se le acercó a Yugi, quien se encogió un poco.

—¿Vamos a jugar hockey? —preguntó, recibiendo un pronto asentimiento. La sonrisa de Yugi se asomó en sus labios.

—¡Cinco de siete! —exclamó, corriendo hacia la mesa más cercana que estuviera vacía. Atem se permitió una sonrisa por la emoción del japonés. Tras ese momento de pensar en lo fácil que era hacerlo sonreír relacionando las cosas con juegos o alguna otra cosa relacionada a ello. Lo conocía tanto como para saber que tenía problemas de atención, además de arriesgarse a no comer durante mucho tiempo a cambio de pasar un buen juego.

Se colocó del otro extremo de la mesa, empezando la partida. Sonrió con confianza al atisbar ese brillo especial de su mejor amigo, ese que solo aparecía cuando se desafiaban mutuamente. La competencia entre ellos era alta, casi insoportable de ver para los demás ojos al estar tan a la par para una sola partida. Siempre retándose, siempre jugando cosas distintas.

-.-

El sueño de Anzu Mazaki siempre había sido el ser una bailarina profesional. Tanto que había decidido romper las reglas con la escuela y empezar a tener un empleo de medio tiempo que, si bien sus amigos conocían, solo ellos podían saber lo arriesgado que era. Por ello la castaña se acercó a un juego de batallas de baile, donde un sujeto extranjero tenía a un buen número de personas reunidas animándolo mientras abucheaban a los retados o retadores, dependía de qué hubieran elegido antes.

Sintiendo las ganas de bailar arder en sus venas, desafió al sujeto. Insertó las monedas con tal de empezar la batalla y aguardó a que la música empezara a sonar. Nunca había demostrado su enorme interés o siquiera la habilidad que poseía ante ninguno de sus amigos, por lo que no le sorprendió en absoluto cuando Jonouichi y Honda se unieron a la muchedumbre, solo que para animarla a ella.

Atem y Yugi podían estar perdidos en sus juegos y desafíos mutuos, a ella le encantaba la sensación de libertad que le daba el mantenerse bailando sobre una pequeña plataforma, acumulando puntos según acertaba en los pasos. Saber que sus amigos podían animarla en la persecución de su sueño era algo grande y, en esos momentos, nadie podría haberle arruinado su deseo de volverse una bailarina profesional.

No obstante, sí que pudieron hacer que perdiera cuando la imponente voz de uno de sus dos mejores amigos —en específico, la voz del mestizo— hizo acto de presencia, ordenando a alguien detenerse con una desesperación no existente antes. Detuvo sus movimientos, sin importarle el maldito juego, girándose para encarar cualquier cosa que hubiera sucedido.

-.-

El moreno había continuado jugando con su amigo hasta cierto punto. La primera victoria se la daba a Yugi, cosa que lo había puesto contento al tener ya más victorias en su cartera, cosa que llegaba a alborotar su propio corazón en busca de seguir manteniéndolo feliz con una victoria muy difícil, contrario a lo que cualquiera imaginaría, no lo dejaba ganar, él ganaba bajo sus propios méritos.

Sin embargo, cuando la victoria de Atem estaba cerca, alguien lo agarró, inmovilizándolo por completo. Yugi intentó acercársele, dispuesto a ayudarlo cuando tiraron de su colgante. Notó como sus ojos comenzaron a desorbitarse a la vez que llevó sus manos al cuello, dispuesto a pelear por recuperar el oxígeno mientras, a toda costa, ocultaba la forma del triángulo invertido con sus manos. El moreno vio cómo se lo llevaban a rastras de esa manera, inmovilizado de esa manera, solo escuchó los murmullos de los hombres, sintiendo cada paso en que su mejor amigo se alejaba, ahorcado con su propio colgante.

La música, la risa, el ruido de las máquinas, todo quedó en segundo plano mientras se alejaba. Bastante aturdido, comenzó a gritarle al sujeto que se detuviera mientras él mismo buscaba la manera de soltarse del agarre ejercido hacia su persona. Ignorante de cómo lo logró, deslizó sus manos fuera de las ajenas y corrió en busca de Yugi, soltando los más fuertes gritos en forma de órdenes hacia el sujeto.

Nunca deseó con más fervor solo levantar sus manos y detenerlo... No, una mejor idea cruzó su mente. Avanzó cada vez más rápido hasta tener solo dos metros de diferencia entre el sujeto y él, si salía, podría perderlo de vista y nada le aseguraba cómo estaría su mejor amigo. Hizo algo que tenía prohibido por Yugi bajo una súplica: empezar un Juego Oscuro.

La calma se extendió por la sala, apartándolos a ambos de la situación. Supo que su mejor amigo había caído, producto a la salida del mundo en esos momentos por el inicio del Juego Oscuro que generó en busca de protegerlo. Rompió su promesa mas no le importó. Quiso solo activar la penalización por ese acto tan... estúpido cometido.

El sujeto intentó traspasar la puerta, encontrando ninguna posibilidad de hacerlo. Gruñó algunas cuantas groserías, tratando de salir del Arcade.

—Es hora de jugar —soltó, con una voz bastante distorsionada. El sujeto se volteó, demostrando irritación. Sonrió de lado, con esa confianza característica en él y de la cual, en cierta forma, causaba tanto odio en su interior—. Me has hecho enojar, ¿lo sabes?

—¡Me importa un carajo lo que te haya hecho! —soltó el sujeto, mirando con codicia hacia él, además de un fuerte odio en su detención—. ¡Ese maldito colgante vale mucho dinero!

—¿No sabes que no debes tomar lo que te pertenece? —soltó con voz gélida, sintiendo todo lo que había contenido de diversos oponentes que hicieron daño a su mejor amigo en el pasado hacerse presente. El otro, sin embargo, comenzó a hacer un montón de cosas referentes al poco interés que tenía sobre lo perteneciente a alguien más.

La furia dentro de Atem creció a raudales. Tenía los ojos abiertos hasta donde podía, sabiendo que la persona frente a él de seguro podría estar tratando de discernir qué era debido al mestizaje que tenía. Hijo de padre egipcio y madre japonesa... Siempre llamaría la atención gracias a la genética que tenía.

—En una mano tengo el objeto que codicias —soltó, levantando ambas manos hechas puños—. Elígela y serás libre. Equivócate y pagarás —sonrió de manera arrogante, viendo la confusión en la cara del otro—. Pude haber escogido cualquier otro juego, pero apestas a codicia que me dije a mí mismo que no valía la pena intentar sacarte de aquí.

-.-

Yugi se deslizó, empezando a toser de manera increíble cuando el sujeto lo soltó de manera abrupta. Jonouichi le arrastró por las piernas, ayudándole a levantarse después de estar lejos de su captor. Abrió los ojos y solo pudo sentir el horror recorrerle cada milímetro en su ser. Atem... su mejor amigo, ese quien juró nunca más volver a imponer sus castigos de los Juegos Oscuros, estaba participando en uno.

Se puso de pie e intentó acercarse, siendo repelido de inmediato cuando la voz del mestizo hizo eco... ya había empezado y la única manera de terminarlo era que el retado resolviera de manera correcta las cosas. Fue inconsciente de la plática posterior a la que su mejor amigo introdujo a su rival, solo podía pensar en esa voz gélida y nada común de él.

Podía verle la cara, una sonrisa desbordante de orgullo y confianza, sus ojos tiñéndose de una locura solo visible cuando el juicio era dictado. Había revelado el secreto por su propia voluntad y no existía manera de negar lo que iba a pasar cuando la penalización fuera impuesta.

Tal cual pasó. El sujeto falló por el poco interés que tuvo ante el juego, señalando a la ligera una de las manos de Atem, revelando solo una moneda de cien yenes. Escuchó la risa que soltó, esa que solo dos veces oyó en el pasado. El grito del otro sujeto lo alertó, al igual que los demás, por señalar el tercer ojo en su frente.

—Este ojo no ve nada —respondió ante sus súplicas, usando la misma mano que había encerrado la moneda y lo señaló— solo es capaz de ver la verdad de tu alma y la tuya apesta a codicia tal cual señalé antes.

—¡Detente, Atem! —gritó, deseando parar cualquier cosa que sucediera.

No obstante, fue tarde.

—¡Penalización del juego!

El hombre que había intentado robarle su tesoro, aquel que le había dictado que empezara a usarlo, chilló en pánico mientras su cuerpo caía de rodillas. Los demás clientes imitaron el sonido, alarmados por lo que el mestizo le había hecho. Honda y Jonouichi estaban helados, incapaces de detenerlo más tiempo. Saltó y le tomó de la mano a la par en que ambos abandonaban el Arcade. Al japonés no le importaba casi nada que no fuera ponerlo a salvo, siempre pensaría de esa manera. El día del accidente, ese día, había puesto su propia existencia en peligro bajo la situación de regresarlo a él, detenido únicamente por los señores Hor-Ajti.

Corrió durante largos tramos de calles, detenido por el moreno cuando iba a cruzar sin fijarse en la calle o si el semáforo estaba en verde. En esos intervalos de tiempo, fue calmando el dolor dentro de su alma, calmándolo mas no borrándolo. Llegaron hasta la casa de los padres de su amigo, donde no soportó más y terminó rendido. Permitió que su cuerpo quedara de rodillas frente a la puerta, alejando al mestizo de él. No estaba de humor para soportar la excusa que fuera a decir.

-.-

Anzu fue la primera en reaccionar a la huida de Yugi con Atem, alertando a los otros dos de seguirles el paso y alcanzarlos en busca de una explicación ante lo sucedido. Jonouichi Katsuya no fue detenido por los guardias del Arcade, caso contrario de Honda y la castaña, quienes fueron encerrados junto a los demás. Dubitativo y a una gran distancia, el rubio se hizo la pregunta de qué hacer respecto a las cosas que estaban ocurriendo. Todas demasiado a prisa en su mente.

Los gritos del moreno, ordenando de manera desesperada que alguien se detuviera y esa persona había tenido a Yugi jalándolo del cuello, ahorcándolo con su colgante. Luego, Yugi cayó sin que el ladrón se diera cuenta y no pudo salir del lugar, al momento en que Atem llegó y dio pasos adelante y empezó a hablar de una manera extraña.

El juego solo duró minutos, minutos donde habían conversado hasta el error del ladrón, quien gimió de horror absoluto por un supuesto tercer ojo en su frente. La súplica de Yugi fue ahogada con la penalización impuesta por el moreno de manera... extraña si podía decirlo. Todo pasó rápido, en un momento Yugi estaba a su lado y al siguiente, corría como si su vida se le fuera en ello.

Jonouichi Katsuya tuvo que tomar una difícil decisión. Dejar a sus amigos allí adentro e ir por los del cabello extravagante o decidirse entre los castaños y dejarlos para después, cuando las cosas entre ellos mismos se pudieran calmar.

Ante cualquier situación, nunca habría dudado en ir a resolver las cosas con cualquiera de los dos y, sin embargo, en esos momentos, Honda y Anzu eran fuertemente encerrados por los guardias del establecimiento.

Su teléfono sonó, recordando haberlo metido esa misma mañana al pantalón.

Ve por ellos, solo quieren hacer preguntas.

Notas finales:

¡Sí! Siento que no tiene coherencia (vamos, en el anime vamos en el capítulo 2 y ya está Pegasus llevándose el alma del abuelo) pero, como dije, el anterior era un detonante y algo en mi interior me hizo llevar a cabo esto.

¡Deseo sus personalidades! Siento que en este cometí un OoC, pero a la vez, siento que hice muchas escenas entre Atem y Yugi que habrían llegado a ocurrir de haber estado en otra situación. Conozco cada vez más a estos dos tricolores y sí, se me pueden quedar viendo raro, pero Anzu no me cae mal ya y teniendo a un Yugi que está retándome a usar a su mejor amiga como un peón más dentro de mi narrativa...

¡Culpo a Sledgehammer de Rihanna! No me gusta mucho la música de esta cantante, es más, mi hermana tiene un mundo, pero no me gusta oírla porque en lo personal no me gusta. Sin embargo, el vídeo fue lo que me mató. ¡Es perteneciente al OST de Star Trek Beyond! Sí, a muchos puede no gustarles las nuevas películas al estar alejadas del concepto original, en lo personal, me encantan mucho y ya me he visto, al menos, las 12 películas y las 3 temporadas del TOS. Me faltan las demás (TAS, NG, etc -no me las sé todas-).

Así que, en parte, salió por ese sentimiento que me dejó Sledgehammer, me encanta mucho.

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