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Polvo y Luz de las Estrellas por Circe 98

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Notas del capitulo:

Yu-Gi-Oh! es propiedad de Kazuki Takahashi.


Bien, aquí vamos

Decir que todo lo estaba tomando a bien, era extraño. Él, quien odiaba mucho las guerras, estaba frente a una de manera extranjera, casi alienígena. Lo veía todo como a un tablero de un juego, también como si fuera un videojuego, una cinematografía de las más modernas. El modo historia de algo que no va a terminar bien.


Nunca terminaban bien cuando una guerra golpea las cosas. No por esas historias narradas en distintos medios donde ponían los textos de manera fantástica, era en la vida real. La Primera y Segunda Guerra Mundial, las Guerras religiosas y políticas. Guerras y guerras.


El cielo estaba cubierto por el manto nocturno, generando las cientos de miles de estrellas que el firmamento podía mostrar. La luz debajo, en la ciudad donde la guerra se desataba, era escaza hasta el punto de volverse nula. Permitió a sus ojos deleitarse con esa vista, donde las cosas pasaban a su alrededor y podía apreciarlas mejor que en su ciudad, contaminada con luz que opacaba la naturaleza de lo que existía fuera de su mundo.


De un momento a otro, el aire se volvió enrarecido. La estabilidad que tenía en el aire se desvaneció y comenzó a caer. A caer de una considerable altura, imposible para un humano estar allí. Recordó por un momento a un ser que podría llegar a hacerse pasar por él solo un momento, mientras estuviera de espaldas. Su cuerpo sintió un espasmo mientras caía y se perdió, deseando en cualquier momento el golpe.


La imagen de ese ser se quedó puesta en su cabeza, deseando una única cosa: verlo una última vez. Con sus ojos cerrados, lo intentó visualizar en esos momentos, de la misma manera en que lo había visto unas cuantas horas atrás. El impacto llegó, pero no de la forma esperada.


Abrió los ojos, viendo a un ser tan similar al que trataba de visualizar, una sonrisa quería escapar de su mirada, a la vez que sus ojos estaban por completo aliviados. En su cabeza yacía una corona de oro con un ojo grabado que se extendía hasta tomar lugar en su cabello, ocultando dos mechones importantes de su cabeza: dos mechones rubios.


La piel no era blanca, como sus recuerdos exigían. Era de un tono moreno, uno que indicaba las horas debajo del sol, además de verse natural en él y aceptable. Estaba ataviado en ropas ligeras, con su brazo extendido.


Dejó escapar el aire, tratando de recobrarlo sin inhalar todo el polvo que levantó, sintiendo la arena bajo su cuerpo extraña al tacto. Con un solo movimiento, el ser le levantó, colocándolo a su espalda en el caballo. Parpadeó muy confundido, no comprendiendo las consecuencias de todo ello.


—Me preocupaste —afirmó el muchacho, quien giró su cara para verlo por el rabillo del ojo con una ternura que removió muchos aspectos en él, confundido de cómo su cuerpo reaccionaba ante una mirada de ese tipo hacia él—. Pensé por un momento que Zork te pudo...


Colocó una mano sobre el hombro de este, dejando que sus dedos lo relajaran. Incomprensible para él, se le acercó al oído, rodeando su delgado cuerpo con las manos, posando las propias sobre las otras y haciendo al caballo avanzar.


—Tendría que eliminar a mis Monstruos antes de caer ante un ser tan mediocre como él —susurró con una sonrisa en la cara, impaciente por crear todo lo que quería a su modo. Pensó en varias cosas a la vez, muchas de ellas donde él mismo estaba dispuesto a sacrificarse con tal de permitir la existencia del ser a quien ahora cabalgaba con él sujeto a sus hombros.


Otras, sin embargo, le gritaban que debía hacer una fusión nunca imaginada. Ayudarlo a genera al ser más poderoso dentro de la vasta gama que ellos tenían, junto a sus sacerdotes y guerreros, a su disposición. Su pregunta era cómo. ¿Cómo iba a lograrlo?


Sus monstruos eran tan variados uno de otro que podría llegar a ser imposible si no lo conseguían en tiempo y manera correctos. El Mago y el Espadachín que estaban a su lado, hacían todo lo posible dentro de sus limitadas capacidades contra él, logrando retenerlo. Unos monstruos de luz, quienes peleaban codo a codo con los de oscuridad de Mana y Mahad.


—¿Cuál es tu plan? —preguntó, aumentando la velocidad a todo lo que su caballo podía con la arena y ambos arriba. Los monstruos de ambos estaban peleando con ferocidad contra el mencionado Zork. Él, siendo inconsciente, se preguntaba cómo es que su cuerpo podía hacer tales afirmaciones, como si en verdad estuviera interesado mientras que su voluntad era aplastada por otra.


Quería preguntar quién era, qué hacían, por qué peleaban. Qué era ese demonio mencionado, qué plan.


—Padre me habló mientras venía en tu búsqueda —respondió, sobresaltando a su cuerpo. ¿Qué tenía de malo que su padre le hubiera hablado? A menos que fuera como en una comunicación de su tiempo, no le veía nada de malo—. Une a los Dioses.


—¡Los Dioses! —exclamó, casi consternado.


Furioso, quiso hacer un movimiento. Mover sus dedos, girar la cabeza, caerse del caballo. No pudo, solo se quedó allí, aferrado como si su vida dependiera de ello al extraño ser frente a él, con una mirada que ya le provocaba escalofríos de un modo... placentero... en ese cuerpo. Nada funcionaba, ni el más mínimo sonido o movimiento era generado por él, todo estaba tan programado. Tan... aferrado a acciones desconocidas para él.


—Sí —respondió con una seriedad de tumba. La seriedad a la que él se había acostumbrado con todas sus fuerzas desde que lo conoció diez años en el pasado. Al menos su recuerdo más viejo databa de esa época—. Hay que unirlos, la Diosa de la Luz saldrá de la divinidad de ellos.


—¡Tu Ba está demasiado bajo! —exclamó, preocupado ante la salud del otro. El caballo se detuvo un momento, causado por su jinete, quien se giró a verlo.


—No puedo convocarlos por mi cuenta, no solo. Ni siquiera cuando estoy sano —soltó, saltando a la vista cada una de sus heridas en el rostro junto a los brazos. Cosas en las que no reparó en un momento anterior, cosas que debía percatarse desde siempre—. De todas maneras, Heba, no pienso abandonarte.


Un susurro escapó de sus labios. El susurro del nombre que más conocía y el que había dicho incontables veces. El que pertenecía al ser frente a él, ataviado de una manera tan extraña. El nombre que pertenecía en verdad a su mejor amigo.


Atem.


-.-


Una mano se colocó en su cabeza, despertándolo de una manera suave. Casi avergonzada de tener que hacerlo. Por un momento, se quedó allí, tratando de sumergirse de nuevo al sueño que tenía por delante. ¿Qué habría pasado con ese extraño juego de guerra? Deseaba la respuesta, ansiando someterse otra vez al sueño.


Las manos volvieron a moverlo casi con timidez. Abrió sus ojos, mirando al frente primero. Un cuerpo ataviado con una manta blanca estaba frente a él. Se incorporó, notando al muchacho que había ido a visitar. Pronto, recordó lo mal que su mejor amigo se encontraba y la vergüenza cayó encima de él, por quedarse dormido y molestarlo después de todo lo que sucedió.


—Lo siento mucho, Yugi —respondió su amigo, mostrando la cara más avergonzada que tenía—. Pero las horas de visitas están por concluir...


—No te preocupes, Atem —interrumpió, rascándose la mejilla—. Soy yo quien lo siente, me quedé dormido, incomodándote más de lo que debes estar en esa camilla.


—No me incomodaste —soltó en voz baja.


La puerta se abrió, revelando a Jonouichi, Honda y Anzu, quienes habían regresado para reclamar a Yugi de vuelta. Atem les permitió el pase, empezando una plática con el rubio y el castaño, delegando a Anzu solo un poco, quien estaba más contenta de entablar una plática con Yugi. Ambos grupos bromeaban el uno con el otro, tanteando la zona donde no existiera dolor o remordimiento, tampoco un silencio incómodo.


El hospitalizado se sintió bastante cómodo de ningún comentario respecto al accidente que sufrió unas semanas atrás, de la que recién se estaba recuperando. También le encantaban los planes que sus amigos proponían para su salida del lugar. En especial pasar tiempo lado a lado de ellos.


Anzu tuvo que ser la aguafiestas en ese momento, recordando a todos que debían volver a casa. La castaña no lo hacía con las ganas de arruinar el tranquilo ambiente que se había generado. Ella también quería quedarse al lado de un gran amigo como lo era Atem. Todos ellos se despidieron, saliendo de la habitación.


—Yugi —llamó con debilidad, tanteando si no molestaría a su amigo. El mencionado giró la cabeza, permitiendo a los demás adelantársele—. No olvides... que vamos a practicar cuando salga.


El rostro de su amigo se iluminó por completo. Miró varias veces por los lados del pasillo, asegurándose de no haber nadie que lo viera. Chispas azules escaparon de sus dedos mientras los movía. Atem tenía la misma mirada de su sueño: la cara llena de alivio, una sonrisa escapando de sus labios por más reprimido que lo tuviera. Movió sus dedos de la misma manera, generando las mismas chispas que Yugi hacía.


—Juré nunca hablar de esto —tranquilizó Yugi—. Ellos no lo sabrán hasta que ambos lo deseemos.


Atem asintió, dejando ir a su mejor amigo. Una vez solo, se dejó caer en la cama, mirando la mano que generó esas chispas. Unas chispas extrañas. Ninguno de los dos debería tenerlas en su poder, siendo demasiado peligrosas para muchas personas si descubrían ese secreto a la mala. Por la buena, ya era difícil decir la actitud que cada uno de ellos tendría.


Pensó en su mejor amigo a quien, desde tiempo atrás, había dejado de ver como tal. Cuánto le había costado tener que admitir ese cariño tan especial que tenía hacia el joven Moto. Más en esa tarde, al quedarse dormido y agarrado de la mano en sus sueños, casi inconsciente. ¿Cómo explicar de una manera conveniente ese querer tan extraño?


Movió sus manos, generando una esfera de color azul. La alimentó con sus fuerzas, sanando a una velocidad más rápida gracias a este acto. La puerta de su habitación se mantendría cerrada para cualquiera que tocara el pomo en esos momentos gracias a esa misma habilidad. De ser humano, recobrar la consciencia y estar tan bien habría sido casi imposible en el tiempo en que lo había hecho. Yugi había hecho ese trabajo durante su inconsciencia, eso era tan perceptible en el ambiente de él, más cuando despertó sin que él estuviera allí.


La magia de Yugi tenía esencia, invisible, incapaz de ser sentida por cualquier humano que entrara por la puerta. Solo existía para seres con la suficiente visión como para tener el tercer ojo en la frente. Un ojo que aparecía durante el juicio de alguien y generaba los castigos que cada quien se merecía. Yugi no dominaba del todo eso último, al ser poco dado a llevar a cabo ese tipo de Juegos.


Además, tenía cierto nivel de miedo de llevar las cosas más lejos y perderse él, no creyéndose capaz para superar algunos desafíos. Yugi, alguien tan poderoso y atrapado en una inseguridad planteada para no llevarlo más adelante. Suspiró a la vez que desaparecía la esfera, con las energías renovadas.


¿Cinco días para ser libre? No, con una sonrisa en su rostro, aseguró su salida para la mañana siguiente.

Notas finales:

Perfecto, siento que me quedó cierto nivel de intriga (oigan, no soy de las que admite que su propio trabajo la intriga). Por lo tanto, quiero continuar pronto.


Pero con lo mucho que me absorbe el manga, no estoy del todo segura cuándo estará la siguiente publicación.


Por ahora, ¿qué les pareció? ¡Me gustaría saber su opinión!


Nos leemos~


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