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Polvo y Luz de las Estrellas por Circe 98

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Notas del capitulo:

Yu-Gi-Oh! es propiedad de Kazuki Takahashi

Observó con trémula luz las cosas en su habitación. Un montón de juegos que yacían en sus estantes, almacenados con una precisión única. Las repisas estaban combinadas a la perfección entre libros y cajas con distintas cosas en ellas. Una fotografía enmarcada en su escritorio, una donde todos sus amigos y él, aparecían. Había conservado aquella muestra como un berrinche con tal de no perderla porque la fotografía marcaba el comienzo del camino distinto entre él y Atem, donde ambos habían empezado una relación más íntima de amistad, donde la magia comenzó a desarrollarse en ambos.


Decir que estaba preparado ese día sería una falacia total. Nunca lo estuvo y no lo estaría nunca a enfrentarse a todos los elegidos y seres que desarrollaron el tercer ojo en la frente, para juzgar los crímenes en un Juego Oscuro. Temía no ser lo suficiente para tomar el papel de Osiris en la Tierra y castigar con las ilusiones mentales que alimentaban a Ammyt.


Ese día comprendió, por fin, las razones de huir de Egipto. Solo su padre y Atem manejaban la magia en su familia, ahora Yugi de origen japonés e hijo de la casa Moto, lo hacía. Por lo grande que era el poder viajando en sus venas, padre y madre temieron por la vida de su hijo.


Ahora, diez años más tarde de conocerlo y siete años después de empezar su entrenamiento en la magia, solo se preguntaba por el futuro de ambos. ¿Por qué nadie en Japón había estado tan en contacto con ella? ¿Podría todo el mundo desarrollarla? ¿Qué peligros esperaban en Egipto? Llevó sus dedos hacia la caja que conservaba un montón de cosas pequeñas y perdidas de distintos juegos para su protección, dados, fichas y un extraño colgante.


Tenía la forma de una pirámide invertida, de un tamaño pequeño, no mayor al centro de la palma de su propia mano. Entregado a él como su vigía. En el centro yacía un ojo, similar al que aparecía en su frente durante los juicios. Hecho de oro según la familia Hor-Ajti. Un colgante sin cuerda.


Sus ojos pronto cambiaron de dirección y vieron hacia el otro colgante que yacía en su caja. Una fotografía de Atem y él, tomada meses atrás. Siempre supo que guardarla allí no iba a ser lo ideal, debido a la gran cantidad de cosas que tenía, pero también se dijo que quería comprarle su propio marco y dejarla sobre su escritorio.


Casi de manera espectral, todo su cuerpo sintió la sacudida que soñó mientras esa escena de guerra pasaba ante sus ojos, cuando obtuvo el cuerpo donde cayó al suelo, sintiendo la arena penetrar en sus pulmones ante cada jadeo y luego la visión de él. De un Atem de aspecto egipcio que le revoloteó el corazón a más no poder. Pensar en él y en su mejor amigo hacía un choque de mentes que le causaba ese tipo de reacciones desde hacía mucho tiempo.


Yugi era hijo de padres japoneses, aunque su figura paterna mucho tiempo atrás había migrado a los Estados Unidos en busca de una mejoría para su familia, gracias al trabajo. Era incapaz de recordar a su papá, cosa que ya no le importaba del todo, teniendo a su madre allí y al abuelo, ellos eran su familia. Mientras, Atem era un mestizo. Hijo de un egipcio y una japonesa, por la mezcla de culturas, podía dominar los dos idiomas y sonar tan bueno como los nativos de las regiones a donde pertenecían sus padres.


Sonrió, pensando en las características físicas de Atem. No poseía una gran altura, cosa que le gustaba a Yugi para no sentirse el más chaparro dentro del grupo de amigos, donde su cabello solo llegaba al pecho de los demás. Allí es donde gran parte de la gente los confundía si los veía por la espalda. Atem y él compartían la misma altura, apenas pasando del metro y medio por casi nada. No obstante, si dejaban sus brazos al descubierto, las diferencias se hacían presentes.


Atem tenía una piel morena, procedente de su padre que, si bien tampoco era negro, se notaba su procedencia extranjera. Sin embargo, también se veían ciertos atisbos donde la genética japonesa hacía acto de presencia. Un mestizo, decían ciertas personas.


La más grande de las diferencias radicaba en la cara y parte del cabello. De allí a que muchos los confundieran al verlos por la espalda y más cuando usaban pantalones y mangas largas. De frente, era obvio que nada tenía que ver uno con el otro. Lo primero a saltar eran los ojos. Yugi los tenía más grandes de lo usual, con un profundo aire de ser un niño todavía mientras Atem los tenía rasgados y serios, causando una gran controversia cuando llegaban a conocerse realmente a cada uno.


Del mismo modo, el cabello saltaba como segunda cosa. Donde Yugi tenía seis mechones que rodeaban su cara, Atem tenía cinco y tres de ellos se elevaban para ser parte de su cuerpo.


Miró la fotografía, donde estaba su mejor amigo. De un momento a otro, se percató de lo que hacía, causando un gran malestar dentro de su conciencia y un inminente carmín le llegó desde el cuello hasta la cara. Como si fuera un animal peligroso, regresó el objeto hacia la caja y la cerró, tal cual encerrara a un animal salvaje en una jaula una vez descubiertos sus deseos. Sintiendo la cara arder, talló su cráneo y nuca, bastante avergonzado de cómo había terminado.


¡Debía estar loco! Por un momento, la imagen del sueño se coló a su mente, esa donde el cariño en los ojos de Atem era imposible de no vislumbrar, un cariño y un alivio sin precedente alguno. Gimió en exasperación, dejando caer la cabeza en la dura superficie del escritorio en el que se quedó tras revisar la caja.


Semanas atrás se percató por primera vez de ese extraño y errático comportamiento en él. Ver una fotografía donde Atem estaba, provocaba que se perdiera en analizar todos los aspectos de él. Sabía que él era atractivo —cosa que no iba a admitir ante nadie—, pero de eso a hacer lo que hacía... muy distinto. Solo le pasaba, según se había dado cuenta. Empezaba a ver una foto de Atem y se perdía. Gracias a Jonouichi es que ese comportamiento le era consciente.


El rubio había intentado llamarle la atención durante varios minutos, cosa que él no recordaba por haberse quedando viendo una fotografía donde todos ellos estaban reunidos haciendo caras raras. La más graciosa era la de Atem, quien no iba a hacerlo, pero su cara se había desfigurado en una mueca entre no quiero reír y me estoy muriendo de risa. Sus cejas fruncidas mientras, irremediablemente, tenía levantada una y la sonrisa de medio lado. Había estado mirando esa extraña mueca, hasta que Jonouichi le había gritado.


—¡Si tanto te gusta Atem, decláratele!


Con esa poderosa frase lo sacó de sus análisis, causando que lo mirara de inmediato y le gritó. Atem no había estado presente —cosa que agradecía a todo lo místico dentro de su cabeza— y se peleó a juego con Jonouichi, siendo derrotado cuando una llave fuera realizada, dejándolo contra el suelo y su amigo victorioso con una sonrisa en la cara.


Movió los dedos de su cabello, tratando de calmar todas esas emociones que le recorrían por cada mirada de Atem en una fotografía. Un remolino de pensamientos le vino encima, causándole la risa. Una risa alejada de la alegría característica a la que se relacionaba el hecho de escucharla. Tenía tintes histéricos de solo pensar en una relación entre él y Atem. No iba a existir nada. De solo imaginar a dos chicos en una interacción romántica ya le causaba cierto pánico, pensar en él y su mejor amigo en algo, era histérico.


La risa menguó hasta volverse un simple temblor. Inconcebible.


Aguardó unos minutos más antes de suspirar en alivio que todo ese sentimiento se desapareciera. Miró su habitación y la, cada vez más, escasa luz del sol, siendo reemplazada tan rápido por las luces del alumbrado público. Miró su puerta, sabiendo que en cualquier momento su madre aparecería para anunciarle la comida. Llevó su mano al estómago en un movimiento inconsciente. No tenía hambre.


Cerró los ojos y concentró su poder en el pomo de la puerta. Con un solo toque, la persona saltaría cualquier cosa que fuera a decirle y olvidaría por completo las cosas. A cualquiera de los dos habitantes dentro de su casa. Hecho eso, generó una esfera azul donde se sumergió por completo. Estaba dentro de los Juegos Oscuros.


-.-


Atem conocía que sus padres no estaban del todo de acuerdo con que Yugi fuera partícipe de sus enseñanzas, alegando no estar a la altura para soportar el peso que significaba el Juego Oscuro. Sin embargo, él se había puesto firme sin dar a torcer su brazo y lo consiguió. La única consecuencia que tendría era la de vigilar con gran fuerza a su mejor amigo de que no se metiera en peligros innecesarios por tener Juegos en los que perdería. Él estaba completamente seguro que su amigo sería capaz de ganar, tenía el entrenamiento y fuerza, conocía sus límites y las formas de moverse en ellos. No obstante, ninguno de sus padres confiaba del todo tener que entregarle su magia a un extranjero.


Encerrado en ese hospital, Yugi había estado a merced de cualquier jugador oscuro u otro ser a quien, por la misma forma en la que se manifestaba, se le debía dar una penalización, una lección en caso de tener un mal incipiente o una muerte atroz en caso de no hallar otra forma de librarse de gente como ese tipo.


La magia en su ser era distinta a las que existía en los distintos cuentos dentro del vasto mundo. No era gracias a conjurar hechizos con la boca y un pedazo retorcido que se hacía pasar por una varita, tampoco por bondad o alguna otra cosa. Era por dos cosas. Una de ellas, era tan extraña, pero bastante más creíble que de los cuentos. Emociones negativas. Para obtener algo, independiente de la naturaleza, se tenía que entregar ira, tristeza, melancolía o dolor por la pérdida de alguien. Con eso entregado, se era capaz de comprar deseos como volar en un plazo muy corto de tiempo, ser invisible o alguna otra cosa.


La otra se trataba de desarrollar el gusto por los Juegos Oscuros y repartir una justicia similar a la que Osiris entregaría. No obstante, ante todo, existían aquellos a los que le encantaba retar a seres humanos sin conocimiento de ello a los juegos donde perderían sin importar la bondad dentro del alma y serían entregados a Ammyt, la devoradora.


—Atem.


—Ya voy, Mamá —respondió con todo el respeto posible. Giró sobre sus talones, teniendo listas sus cosas. Vestido por completo, algo débil ante las cosas en las que se enfrentó durante su inconsciencia.


Tomó la bolsa que le habían llevado, abandonando la habitación donde había estado encerrado por dos semanas en las que se volvió loco de no poder irse. Solo cuando sus amigos le visitaban las cosas mejoraban notablemente.


—Antes de llegar a casa —soltó su padre, cambiando de manera brusca el idioma. Por un momento, el joven mestizo se confundió al comprender mas no procesar las palabras dichas por su progenitor. La duda pasó rápido al volver a escucharlo—. ¿Qué hizo tu amigo?


—Sanarme —respondió en árabe, caminando todos hacia el vehículo familiar—. Es todo lo que hizo.


—¿Qué tan lejos has llegado con él? Respecto a lo que han entrenado.


—Lo suficiente como para ser capaz de agarrar el dolor de otros y usarlo para sanar a un tercero.


Reglas básicas, entregas algo y obtienes lo que quieres. Yugi debió haber sido lo suficientemente egoísta como para usar las emociones de los demás dentro del hospital, enfermos convalecientes, familias destrozadas ante la noticia de la muerte de su ser querido. Todo eso era capaz de agarrarse como si fuera tomando monedas del suelo o fruta de sus árboles y las juntó todas en él para manifestarla y regresarla en quien quisiera. Sanarse uno mismo significaba hacer el mismo proceso, solo que no expulsarlo, sino quedárselo.


¿Por qué no sanar al resto del hospital? Era muy difícil mantener todas esas emociones. Se necesitaría un golpe fuerte, demasiado intenso, tan grande que podría matar al recolector en el proceso para usarlo. Ya fue peligroso para ambos usarlo de manera egoísta, cosa que notó en su padre por la molestia que dejaba transmitir en sus facciones y el intenso silencio que lo rodeaba. Tomó una bocanada de aire, una grande, con el único propósito de no iniciar una pelea escandalosa a las ocho de la noche en plena calle.


Usar a otros para sanarse a sí mismo era algo que su padre no aprobaba en absoluto, alegando que el uso de esa magia debía ser reservado para casos de verdadera emergencia. Una guerra contra un demonio era la clara referencia a la cual se sometía a menudo. Un antiguo rey, primer portador del nombre Atem, fue el último heredero visible de esa magia, tras la derrota del demonio, se estableció que todo aquel que generara un atisbo de ser un Jugador Oscuro debía pasar desapercibido.


De allí, las guerras y conquistas que padeció Egipto solo esparcieron y desaparecieron a los magos.


Subió al automóvil en completo silencio, deslizándose hasta entrar y cerró la puerta con la fuerza suficiente como para asegurarse de estar bien, sin ejercer más fuerza. No estaba molesto con su padre, solo cansado de que no aprobara sus decisiones.


-.-


Decir que ella estaba acostumbrada por completo a notar las rarezas de sus amigos, era una falacia completa. Anzu Mazaki no estaba del todo familiarizada con esos comentarios fuera de contexto que Atem le hacía a Yugi y que este respondía con una respuesta todavía más extraña. Tampoco terminaba de aceptar lo que su amigo Jonouichi evidenciaba: la atracción obvia entre ellos dos. Costaba un montón de trabajo unir las piezas, más debido a la evidente locura que golpeaba a ambos.


Atem a veces no quería saber nada de nadie, lo mismo con Yugi. En otros, estaban tan exhaustos de manera emocional que costaba reconocerlos de no ser que era casi imposible disfrazarse de alguien más. Otras, sin embargo, se sentían con una carencia que pasarla entre amigos les hacía un bien, como si entregaran agua al sediento.


Sin embargo, viendo las fotografías que ella tomó con su teléfono, pudo atisbar las cosas: era verdad. Atem veía de un modo especial a Yugi y en todas las fotografías tomadas mientras ellos estaban distraídos, el mestizo miraba de una manera especial a su mejor amigo, con un enorme cariño indescriptible, como si llevara años soportando un sentimiento que pronto explotaría, además de que Yugi siempre tenía una sonrisa especial para él.


Ellos dos, juntos, estando bien emocional y físicamente, podían crear su propia burbuja. Nada capaz de sacarlos de acaparar atenciones externas. La castaña no terminaba de aceptarlo por sentirse desplazada en sus dos mejores amigos, más de haber estado allí en todo momento desde que se conocieron. Su corazón no latía hacia ninguno de los dos, no existía una atracción como la de ellos en mutua compañía.


Mordisqueó su uña, mirando la extraña fotografía donde Atem no quería reírse de sus caras extrañas, teniendo los ojos puestos en un punto en específico. Siguiendo la trayectoria, era la mueca del más pequeño dentro de los japoneses, quien jalaba las comisuras de sus labios para arriba en una sonrisa con la lengua de fuera y los ojos cerrados. Se hizo la pregunta sobre si ya tendrían alguna relación establecida y que no quisieran dejar a la luz por miedo a la reacción que cualquiera de ellos tuviera. Miró de nuevo las fotos de ellos, donde tomaba fotos en grupos, de cuatro o dos, nunca de tres.


-.-


Mantener la concentración era algo difícil para él, quien no era capaz de reunir por sí mismo las emociones necesarias para hacerse invisible. Su figura parpadeaba visible, invisible, visible, invisible en su habitación mientras se movía de un lado al otro, manteniendo clara las cosas. Por otro lado, también tenía un hambre voraz.


Invisibilidad, visibilidad, hambre, hambre, hambre, invisibilidad, visibilidad, visibilidad, hambre, hambre, hambre y más hambre. Un suspiro de derrota escapó de su boca, bajando la cabeza hacia su estómago, el cual se mantenía en una huelga de no permitirle avanzar más en sus estudios mientras le dejara en un limbo sin una verdadera comida desde la media tarde.


El sonido de su teléfono le sacó de la pelea que tuvo con su estómago. Giró sobre sus talones y tomó el aparato, revisando el mensaje que acababa de llegar.


Estoy dado de alta, Yugi.


La alegría lo golpeó de inmediato, ¡su mejor amigo ya estaba libre del hospital!, libre de quedar expuesto como algo extraño ante los ojos de decenas de nipones. Olvidó por completo el hambre hasta cierto punto, donde su estómago rezongó, recordándole ser más importante que empezar a contestarle a Atem.


Maldijo con un sinfín de palabras que solo soltaría mientras estuviera en un verdadero aprieto y que eran demasiado inusuales en él. Lo riñó en su mente y luego el aparato entre sus manos acaparó toda su atención.


Papá está lo suficientemente enojado como para permitir que vayas a casa.


Frunció el ceño, analizando las palabras en el contexto. ¿Por qué conjugar un verbo como si no estuviera en ese lugar?


¿Dónde estás?, escribió con rapidez, enviando sus dudas en el texto. El golpe a su ventana le llamó la atención, causando que levantara la cabeza. La cara de Atem se asomó, con su usual seriedad. Se trepó en su escritorio, velando mantener el equilibrio y abrió la que iba a ser la puerta de su amigo, apartándose de inmediato. Atem se deslizó como si lo hubiera hecho ya varias veces —cosa que sí había pasado— y se quedó muy cerca de Yugi sin perder el equilibrio, mirándose a los ojos.


—Hola —susurró, causándole una risa al japonés quien le regresó el saludo sin vacilar. Entre ambos cerraron la ventana, colocándole el seguro para que no fuera abierta. De un salto, ambos bajaron del escritorio, despreocupados de hacer el más mínimo ruido posible—. Vi tu imagen parpadear desde hace rato, Yugi.


—Sigo siendo pésimo —respondió, recargándose contra el escritorio—. No soy capaz de mantener la suficiente carga emocional como para mantenerme invisible largo rato.


—Eso me dice que no tienes la suficiente negatividad como para mantenerte —agregó. Luego, sonrió de lado, en forma de burla hacia Yugi—, quiere decir que eres tan puro.


La carcajada que soltó el japonés debió alertar a su familia, quien debió haber intentado ir hacia allí. No le preocupó en absoluto, sabiendo que el pomo estaba hechizado y que ningún ser humano sería capaz de tolerar el encanto en el pomo, causando que regresaran a donde debían estar.


—¡Por supuesto! —replicó.


Si ser puro no estaba relacionado con cada una de las actividades que, como joven, estaba encantado de hacer y las que despertaban curiosidad. Relacionadas con una u otra cosa, sin importar cuál. Yugi no era puro o inocente, solo era alguien a quien se le dificultaba tener sentimientos tan grandes como el odio, ira, rencor, melancolía. Necesitaba de esos fuertes choques emocionales para generarlos.


El carraspeo por parte de Atem le sacó de sus pensamientos.


—¿Qué ibas a hacer que paraste de practicar? —preguntó, regresando a su habitual cara de tranquilidad.


—Cenar —respondió, señalando la hora—, estuve practicando desde el atardecer hasta ahorita que mi estómago comenzó a hacer una huelga con mi cuerpo y decir que no quiere seguir si no lo alimento.


—Ve —respondió Atem, con una mirada tranquila hacia Yugi—, no hagas que tu estómago quiera matarte para que hagas caso.


Luego de un par de palabras más, el japonés salió de la habitación, dejando a Atem encerrado en el lugar donde su mejor amigo pasaba todos los días después de la escuela, en últimas fechas, en la espera de su salida del hospital. ¡Benditas vacaciones de verano!


Se acomodó en la silla del escritorio, levantando la cara hacia la ventana donde había entrado. La luz de la luna entraba a raudales por ella, disminuida en gran medida gracias a la enorme contaminación lumínica en la que casi todo el planeta estaba inmerso. Jugó un momento con sus dedos, viendo las chispas azules ser generadas por sus dedos.


¿Algún día podría compartirlo con sus amigos? Jonouichi, Honda, Anzu, Bakura y Otogi. Merecían saber la verdad de lo que ocultaba ese enorme secretismo entre ambos, nada relacionado con... ¡Ni podía pensar en la palabra! Sintió la cara descomponérsele en una expresión de total desconcierto y el calor viajar hasta instalarse en sus pómulos.


¿Cómo es que sus amigos habían llegado a la conclusión de que existía algo entre ambos? La pregunta quedaba al aire. Solo pasó y, según ellos, eran las fotos donde los tomaban desprevenidos esas donde se delataban ellos mismos, mostrándoles diversas de ellos. Atem señalaba la nula existencia de dicho cariño o burbuja entre ambos. Suspiró para calmarse, sintiendo el calor tardar largo rato más en desaparecer.


—Un día —fue la promesa de Atem a Yugi en el momento en que quedó inmerso en su secreto y supo que no podría decirlo nunca— tú y yo, diremos la verdad a nuestros amigos. El día en que los dominemos por completo.


—¿Cuándo sucederá? —preguntó, curioso ante las declaraciones. ¿Él conseguiría dominarse en la magia? Esa llena de fantasía en esos momentos, la que no parecía dañina en absoluto.


—Cuando convoquemos la verdadera forma de nuestra alma —sacó sus cartas del Duelo de Monstruos, algunas, por carecer en verdad de ellas. No era duelista, solo un coleccionista—. Estas —respondió, señalando cada una de las ilustraciones dentro de la carta—, estos monstruos, ellos son nuestras verdaderas formas. No estos, claro está, son ejemplos. Pero dominarnos en la magia significa poder llamarlos de nuestra voluntad al ser nosotros, nuestra alma misma fuera de nosotros, revelando quiénes somos.


Atem asintió a su mismo ser, responsabilizándose de esa promesa. No iba a ser una solo para calmar a Yugi, quien empezaba a demostrar los primeros rasgos de sentir la presión de un secreto tan grande como ese. Ambos estaban cerca, cada vez más cerca, solo faltaba el detonante para convocar a sus monstruos una primera vez. Solo eso. Un poco más y podrían explicarse a ellos.

Notas finales:

¡Debo decir que me tardé poco pero para mí fue mucho! Llevo desde que escribí el prólogo tratando de escribir el primer capítulo. También añadir que es la primera vez que manejo a Anzu como un personaje propio y me fue... extraño, ya que sigo teniendo cierto nivel de indiferencia a ella, pero no puedo evitar sentirla necesaria y me dije que tengo que hacerlo.


Trato de hacer la relación Atem/Yugi como una amistad por ahora, una amistad donde hay atracción por ambas partes sin que exista un detonante aún. Tengo algunos planes para ellos, pero ahora tengo que guardarlos.


Quiero sentirme bien conmigo misma, por eso no continué varios capítulos hasta que no estuve segura de cuál quería -en otras palabras, cuál me llevaba a una extensión mayor a una hoja-.Como habrán notado, ¡Es mi primer capítulo al que le pongo nombre!


Nunca lo hago, no por flojera, si no por mi carencia a describir los capítulos en un título. Me dije que voy a intentarlo y he aquí el primer capítulo nombrado dentro de la larga y extensa lista de capítulos que tengo (O'im, Recuerda, Memorias).


Yo espero mejorar bastante con el transcurso del tiempo. Por ahora, ¡gracias por leer!


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