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Polvo y Luz de las Estrellas por Circe 98

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Notas del capitulo:

Yu-Gi-Oh! es propiedad de Kazuki Takahashi

¿Quién soy...?
¿De dónde vengo...?
Y ¿de a dónde voy a ir desde aquí...?

Si alcanzo el lugar al que debería ir, entonces ¿sabré mi pasado?
Si utilizo mi artículo del milenio, ¿lo sabré entonces?

Por otra parte... Yo realmente no necesito saber...
Está bien si las cosas siguen siendo las mismas...
Está bien...

No importa...

De cierto modo, Jonouichi Katsuya nunca había creído en varias de las cosas en las que acusaban a sus dos mejores amigos de estar en una relación. Sabía que entre ellos existía cierta atracción que no permitía que cualquier otro se colara en sus mentes, provocando un serio desbalance entre uno y otro, como Anzu les había relatado cuando Atem había salido con ella y Honda, revisando gran parte de las cosas del museo de Ciudad Domino. En total, casi todos sus comentarios habían sido relacionados a no decirle absolutamente nada a Yugi, quien se había quedado a su lado jugando Duelo de Monstruos.

Sí, una aplastante derrota para el rubio. Más de treinta veces en todo el rato en que sus amigos habían estado fuera y él nunca consiguió estar ni cerca de la victoria contra Yugi, incluso con él distraído en su mente hacia su mejor amigo. Un mestizo, hijo de un hombre egipcio con tantos secretos y un aura que no daba confianza y una japonesa bastante dura.

Corriendo por las calles de la Ciudad Domino en busca de encontrar a alguno de ellos, tuvo en su mente esos extraños recuerdos. El montón de secretos referentes a sus dos mejores amigos, donde incluso ese día, las características más especiales de la rareza en ellos se dejó ver. Una apuesta simple como lo fue el colgante de Yugi contra un ladrón que podía escapar si así lo deseaba al estar frente a la puerta. La fuerza de su amigo ejercida con tal de correr hacia el moreno, quien mostraba sus dos manos frente al sujeto, haciéndole una plática —un juego mental, más bien— y el error... el error llegó cuando Atem mostró una simple moneda de cien yenes.

Movió la cabeza, apartando el recuerdo del sujeto chillando a la vez que caía, siendo seguido de la desaparición tan abrupta de Yugi y Atem. Tenía que encontrarlos, debía hacerlo bajo cualquier costo. Más allá de merecer una explicación convincente hacia los daños hechos, necesitaba saber el estado del japonés gracias al grito que dio una a la vez de la penalización. Por la hora vista en su teléfono tiempo atrás, al ver el mensaje enviado por Honda, no eran ni las diez y media.

Ahora, podían ser las once. ¿Cómo en menos de dos horas habían cambiado las cosas para mal?

—Una sola carta —había dicho Yugi hacia él en particular mientras mantenía un duelo contra Atem, quien se mantenía sereno por las cosas hechas en un juego normal—, una sola carta dará la vuelta a un juego como este, donde la estrategia lo es casi todo.

Como prueba, había revelado la carta que escondía en su sarcófago dorado: Resurrection of the Dead. Entonces, la mirada tranquila se volvió una de completa confusión y sorpresa en Atem, al tener que retirar a su Black Magician Girl, potenciada con unas cuantas cartas mágica y beneficiada con el hecho de tener a su Black Magician en el cementerio. Una vuelta de carta, una sola y las cosas terminarían de una manera distinta a lo previsto.

El duelo solo había ocurrido en cuarenta minutos, minutos que se sintieron como horas. Unas largas horas en donde ellos habían dado todo de sí. Con esa carta jugada, Atem no pudo colocar nada para proteger sus puntos de vida. Y el Silent Magician atacó, reduciendo esos doscientos puntos de vida a cero.

Lo impuso en su propio caso, un solo minuto de descuido —él y Honda habían ido a apoyar a Anzu en su batalla de baile mientras sus dos mejores amigos se batían en un juego de hockey— y muchas cosas pasaron. Todas sin una verdadera respuesta a qué. Estaba desconfiando mucho de las cosas vistas, no las creería de no haber visto el juego en el que Atem se había metido con un ladrón, un ladrón que Yugi estaba protegiendo de sus golpes.

Se detuvo en mitad de la calle, soltando un gran grito que expresaba la frustración que aquejaba su cuerpo entero. Aguantó las ganas de lanzar unos golpes a diestra y siniestra, obligando a su mente a mantenerse centrada en encontrarlos. ¿Cuál pudo ser la dirección a tomar de ellos dos? Una desesperación en Yugi de ver lo hecho por Atem, miedo en su voz al ordenarle que se detuviera. Sus lugares favoritos.

Imposible, no podían estar a los rededores del Tea Red Shop. Tampoco en Kaiba Land —además de tener cierto resentimiento de solo pensar en ir hacia ese lugar, Jonouichi no podía imaginarlos huyendo hacia allá—. Las playas tampoco eran factibles, estando tan llenas de gente... Solo quedaban dos lugares en la mente del rubio: sus propios hogares.

Se arriesgó a buscar su camino directo al hogar de Yugi.

-.-

Está bien si las cosas siguen siendo las mismas...
Está bien...

No importa...

Después de llegar a su hogar, Atem vio a su mejor amigo encerrarse y no salir, prefiriendo mantenerse en la ignorancia de cualquier otro problema. El mestizo sabía muy bien el daño que generó su acción: el miedo y la desconfianza del japonés. Largos años atrás, cuando lo vio siendo partícipe de los Juegos Oscuros, notó cuánto le desagradaban las penalizaciones a las que sometió a todos y cada uno de sus enemigos —la censura en los ojos de uno, el veneno en otro, la oscuridad eterna para varios más— que tuvo solo una manera de pararlo: haciéndole prometer que nunca, bajo ninguna circunstancia sin importar qué tan peligrosa fuera, sometiera a alguien más a ello.

Se quedó en la sala, acordándose del mismo día en que salió con Honda y Anzu cuando las palabras de sus propios padres empezaban a hacer eco en su mente: quién y qué era. Anormal, esa profunda necesidad de proteger y rondar cerca de Yugi a todo momento, sentirse molesto de solo ver cómo abusaban físicamente de él por carecer de un cuerpo coherente con el de un muchacho de secundaria.

Anzu le había mostrado de manera discreta a todas las parejas que se reunieron en el reloj aquel día, con ello en mente, su propio corazón sintió la añoranza de alguien. Ofuscado, continuó caminando sin prestar atención a ninguna de las parejas que rondaban por la ciudad. Ese día, como recordaba en esos momentos, había sufrido un ataque de ira y peleó con Yugi al no permitirle imponer un castigo al culpable. De allí la separación entre ambos, donde su mejor amigo solo jugó Duelo de Monstruos con Jonouichi.

Enfurruñado en esos momentos, enterró más su cuerpo en el mueble donde estaba sentado. ¿Por qué le molestaba tanto que cualquiera dañara a Yugi? Sentía molestia cuando Jonouichi y Honda se peleaban contra cualquier otro grupo, específicamente contra el de Hirutani. No obstante, si era en contra de su mejor amigo... iba a saltar a defenderlo, incluso si eso implicaba permitir que lo golpearan a costa de entablar cualquier riesgo que significara la muerte, caso contrario al rubio, quien llegaba a los golpes y, en la derrota, los dejaba vivir con esa experiencia.

Gruñó un poco, tratando de comprenderse un poco mejor. Estaba del todo seguro que entre él y Yugi, las posibilidades de existir algo más allá de una amistad, eran nulas. Más que nulas, nunca había existido una posibilidad remota. Ambos solo se veían como amigos, su relación más lejana era como mejores amigos. Diez años de esa manera, sin cambio alguno en sus corazones, solo un cariño igual al que los unía a los demás.

Intranquilo, se rindió. Dentro de los terrenos de su mente-corazón, existía el problema: no querer dejar más tiempo a Yugi molesto. Con movimientos lentos, incongruentes en él, quien poseía una gran habilidad en moverse, llegó hasta la habitación donde Yugi estaba encerrado. Tocó un par de veces, no recibiendo ni un solo sonido desde el interior.

-.-

Nunca hagas uso de tus propias emociones, Yugi.
Necesitarías una inmensa cantidad de ellas para poder usar tu magia.

No uses tus emociones, Yugi.
Sería un suicidio por el uso extremo de ellas. Un golpe de ellas.

¿Un golpe de sus emociones sería lo único capaz de acabar con su mismo ser? El joven Moto bufó tras recordarlo, habiendo usado sus propias emociones con tal de calmarse a sí mismo, además de generar un aura bastante grande de su propia magia.

Seguía furioso con Atem a pesar de que su misma necesidad de hablar con él le hacía bajar mucho el humor que poseía. Tan solo se concentraba en las cosas que le dejarían un mejor provecho. En general, nunca había hecho eso, de tener miedo a su mejor amigo y, más allá de tenerle miedo, era estar furioso con él. En diez años solo había conseguido ese sentimiento contadas veces. Un sentimiento más bien relacionado con las distintas maneras de él de ser.

Burlándose de sí mismo ante las situaciones desconocidas, obteniendo una faceta llena de soberbia, llenándose de rabia pura cuando a él le dañaban físicamente al igual que intentaban robarle. Soltó el aire que encerraba por la nariz, haciendo un pequeño ruido. La esfera en su mano solo podía contener emociones negativas para obtener algo. Un algo físico.

La retirada de la penalización de Atem hacia el ladrón de ese mismo día iba a costarle muchas más cosas que el simple hecho de estar. Estaba concentrado, pensando rápidamente en las pocas peleas en las que se metió con Atem, incluso en los sentimientos que asolaban su corazón los días aledaños a la pelea, donde siempre se mantenía en una desesperación total donde no era capaz de encontrar cómo dirigirle la palabra de manera adecuada. En su mente recreó el rostro de aquel que lo ahorcó en su intento de robarle la copia de oro del Rompecabezas del Milenio.

Romper la penalización del juego era lo que más quería, de allí a que buscara enojarse cada vez más con Atem, usando todas las emociones negativas que pudiera... cosa que le sorprendió cuando llegaron las de la persona más orgullosa que jamás conociera desde el día cero. Prefirió hacer oídos sordos, concentrándose del todo en la magia. Si él se percataba de lo que hacía, poco iba a importar en esos momentos.

—Yugi —le llamó, usando los nudillos a la par. Un suspiro escapó de sus labios al percatarse de que no iba a hablar—. Lo siento. Me volví loco, lo sé, no tenía derecho a someterlo a un Juego Oscuro, menos a... exponernos de la manera en que lo hice —dijo, imprimiendo tonos de arrepentimiento en su voz. Escuchó el rasguño de la puerta con sus uñas.

Bajó los ojos, viendo la esfera desaparecer entre sus dedos. Estaba hecho, luego de varios minutos de encierro, donde él mismo generaba un sentimiento de burla hacia Atem, quedó vacío de esos sentimientos. Caminó hasta encontrarse con el espejo de la pared, notando por fin las heridas de esa misma mañana: su cuello marcado por la cuerda del colgante. Pasó los dedos en la herida, sintiendo la fuerza del ladrón ser aplicada en su cuello otra vez, tirando del colgante en busca de romperlo y así desprenderlo de su garganta o sacarlo del Arcade antes de tirarlo en algún otro lado y empezar a atacarlo en busca del objeto. Un rompecabezas de oro puro.

Agradeció por aquella única vez la suerte con la que corrió de no haber muerto o haber perdido el objeto. Un objeto resguardado por la familia paterna de Atem durante demasiado tiempo, encontrado tal cual narró a sus amigos horas antes... solo que sí había estado la caja dorada a su lado, siendo dirigidas hacia los herederos del primer portador.

En definitiva, las cosas malas solo habían empezado en todo ese tiempo. Ese presentimiento que su corazón tuvo no mermaba, solo empeoraba. Haber llevado el colgante solo le dejaba una sola cosa: detonar algo. En el caso de sus presentimientos, fue algo pésimo. Generó otra esfera de energía, viéndola desaparecer casi de inmediato. Su cuerpo estaba exhausto de un trabajo que no le pertenecía como un simple humano. Aguantaba lo mismo que Atem, pero no significaba ser algo más que un ser humano.

Uno elegido como una especie de aprendiz de otro.

—¿Me dejas sanar tu cuello y manos? —susurró su mejor amigo desde el otro lado de la puerta, sacándolo de sus pensamientos. Giró sobre sus talones, mirando la puerta que los dividía. Se encontraba vacío de emociones negativas, carente de ellas al haberlas expurgado de su cuerpo al revertir los desastres de la Penalización a una distancia demasiado extensa entre donde estaba el culpable y él.

—No tengo nada —mintió.

—Fuiste ahorcado por el colgante que te di en una cuerda tan fuerte como tu voluntad de cuidarlo a toda costa —contrarrestó Atem—, de allí a que no pudieran arrancarlo con un tirón tan fuerte como el que te dieron, Yugi. Déjame curarte.

El nombrado caminó hasta colocarse frente a la puerta, mirándola como una barrera entre ambos. Una barrera que le impedía ver el rostro de su mejor amigo, también para mantenerlo protegido de él, encerrado dentro de una especie de prisión con el único objetivo de nunca encontrarse cara a cara el uno con el otro. Abrió la puerta, encontrándose con el mestizo del otro lado con una apariencia bastante vulnerable, una visión que no había tenido en años.

Supo en el instante en que abrió la puerta que su herida quedó al descubierto, siendo vista casi como si se tratara de un imán para los ojos de Atem. Tragó la poca saliva que pudo generar, queriendo esconderla de su vista o usar sus poderes de no estar tan exhausto en algo que debía ser hecho cara a cara con el afectado. Apretó sus dedos, frustrado de no ser capaz de curarse a sí mismo.

-.-

El moreno tomó las manos de Yugi entre las propias, una sobre la otra, dejando las morenas como cuidadoras de las contrarias. Usando poca desesperación que su cuerpo contenía, generó una esfera azul de energía, empezando a curar las heridas físicas. Supo que empezó a funcionar gracias a los movimientos de la punta de sus dedos. Lo liberó, girando la mano para ver las manos sanas salvo lo rojizo que quedaría por unos minutos más antes de desaparecer debido a la irritación de su piel con la cuerda. Acercó sus dedos al cuello, viendo cómo su mejor amigo se alejaba de sus manos.

—Tengo que tocar aquí —colocó sus dedos en ambos extremos del cuello, sintiendo el pulso de su mejor amigo bajo su tacto. Obvió el hecho de sentirlo acelerándose cada segundo más y más, conociendo el posible miedo que Yugi tenía hacia su persona. Deslizó sus manos hasta colocar la palma entera sobre la curvatura del cuello contrario—. Lo siento si te incomodo —susurró, generando la misma esfera y usando la desesperación de su ser.

Un sentimiento que no conocía que poseía desde el día en que dejó a su mejor amigo hasta dónde era capaz de llegar. Se mantuvo concentrado en las emociones, incluidas las de la tarde: ira, miedo desesperación.

Detuvo su magia cuando estuvo seguro de haber terminado. Con lentitud deslizó sus manos hasta dejar la punta de sus dedos y revisó todo el cuello donde la cuerda había cortado, notándola solo roja debido a la misma irritación de la piel. Apartó su tacto del cuello de Yugi y lo miró a los ojos.

—Era todo —dijo, dando un paso hacia atrás, regresándole todo el espacio personal que invadió de Yugi gracias a la curación—. Te dejo solo otra vez, Yugi.

-.-

Durante el transcurso en que Atem le curó, el japonés no pudo evitar sentirse extraño. Su cuerpo había reaccionado al tacto. Las manos le cosquillearon mientras las de su mejor amigo le aprisionaban las propias, al punto de tener pequeños espasmos gracias a los nervios que le daban. No obstante, el pánico le subió por el cuello y se apartó. Al sentir sus dedos en la curvatura del cuello, los escalofríos se potenciaron considerablemente gracias al calor de esas manos.

Pensó en cualquier cosa, tratando de mantenerse calmo. Evitando pensar en el rápido latir de su propio corazón. Evitó todo pensamiento relacionado a él e incluso ignoró el temblor que le golpeó cuando sus dedos se deslizaron, tanteando la zona donde su colgante le cortó, quedándole una pequeña irritación en la piel. Al oírlo, todo en su cuerpo se tensó, de pensar que iba a irse de nuevo.

Se movió de un golpe, sosteniéndolo de la muñeca con el único objetivo de detenerlo. Luego, del mismo modo en que se movió, detuvo su mano.

—Confiaré en ti, Atem —dijo, cerrando los ojos ante los distintos hechos que lo golpeaban. En su mente se reprendió por decir esas palabras—. Pero no del mismo modo en que lo hice hasta ahora.

—¡Chicos! —escucharon la voz de Jonouichi. Ambos cerraron los ojos, sintiendo la cara helada un solo segundo antes de sentirla arder. ¿Cuánto había visto? Si adjudicaban el momento donde Atem le tomó del cuello, estaba claro que no iban a escapar de varios comentarios respecto a una inexistencia de alguna relación—. ¿Quieren que les deje un tiempo a solas? ¿O han tenido todo el tiempo que quieren?

Girando sobre sus talones, Yugi se acercó a la ventana donde el rubio estaba parado, viendo su semblante lleno de indiferencia e, incluso, rabia. El joven japonés se arrepintió demasiado al acercarse a la ventana y notar muy bien lo serio que estaba, casi a punto de lanzarse hacia él en un gesto de molestia.

—Jonouichi —lo saludó de un mejor modo, sintiéndose bastante arrinconado con las cosas que comenzaban a caer encima de ambos. Dejó caer la cabeza hacia adelante—, será mejor que entres. Va a ser tardado.

—Yugi —llamó con severidad el rubio, cruzándose de brazos—. Suéltalo. ¿Qué diablos fue lo del Arcade y lo de ahorita? Más allá de verse demasiado íntimo entre ustedes dos, hubo algo.

Notas finales:

¡Ya sé que me estoy yendo demasiado rápido! No me lo recuerden, yo misma encontraré la forma de irme todavía más lento.

Por ahora, este es el resultado. A pesar del momento íntimo ocurrido entre Atem y Yugi -esos dos están demasiado atraídos el uno hacia el otro como para resistirse demasiado, además, Yugi estaba derrotado emocionalmente de usar sus habilidades como para en verdad estar furioso con él- no ha habido un verdadero momento donde hagan las paces.

Me pregunto todavía cómo hacer que los dos le narren las cosas, más que nada porque Jonouichi Katsuya es bastante perspicaz si hablamos de estos dos personajes, al punto de colocarlos entre la espada y la pared. Yugi no puede hablar ya que es el secreto de Atem mientras que Atem no puede hablar sin la autorización de sus padres (padre, querrás decir, loca Circe) por lo que tuvo que obligarlo a prometerle que el día en que las cosas terminaran (convocación de los monstruos Ba) ellos podían ser libres de seguir las estrictas reglas...

So what will you do? Atem, Yugi, you need to talk with your friends~

Lo siento, a veces se me escapa hablar en inglés.

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