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Recuperando lo robado por Scardya

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El sol acababa de cruzar su punto más alto. La tarde dio su inicio con el melódico piar de las pequeñas aves, también ciudadanas de Sindria, y con el merecido descanso de las labores matutinas. En este caso, de las labores de belleza capilar.

Antes de que la gran campana de Palacio anunciara el mediodía, Pisti, Morginana, Aladdin y Alibaba se encargaron de retirar las flores que las chicas habían usado como adornos en el largo cabello azabache de Judal antes de que este despertara y rehiciera su típica trenza con magia. No tenían muchas ilusiones de ser congelados para toda la eternidad tan pronto. Por suerte para ellos, el magi oscuro no se despertó hasta poco después de haber recibido unas cuantas cepilladas más por parte de la fanalis, para limpiar con las cerdas del peine los diminutos trozos de pétalos que se habían acoplado entre sus hebras.

Habían hecho saber al personal de la cocina que preparara un plato exclusivo sin vegetales para el oráculo, puesto que ya era sabida su negación y malestar a ellas. La comida no había sido silenciosa, a pesar de haber estado sólo cinco personas en la mesa. Como era lógico, para lo único que Judal abría la boca era para comer o para soltar alguna que otra palabra indecente. Recibió múltiples preguntas de Aladdin sobre si estaba contento de estar acompañado, de si le agradaba el hospedaje que estaba teniendo. Aunque las preguntas que consiguieron atascarle la comida en la garganta fueron las que tenían a Sinbad como tema, ya que, en la mayoría de estas se le interrogaba sobre si le agradaba estar con él, dicho en el mejor de los sentidos.

Rato después de haber terminado, cada uno se relajó de la mejor forma posible en la misma sala, repleta de sillones, cojines, y algún que otro juego de mesa, destinada para este tipo de objetivos. No duró mucho, pues múltiples voces comenzaban a provenir desde el exterior del Palacio. El pequeño grupo se encaminó a la entrada, encontrando a los generales y a su Rey, que acababan de regresar.

Pisti fue la única de ellos que se acercó a preguntar. Los otros cuatro tenían la sensación de que aquello no les concernía realmente, apartándose de las situaciones políticas u oficiales que el territorio de Sindria acarreaba.

-¿Cómo ha ido? –sonrió.

-Es imposible quejarse. –Ja'far mostró una sonrisa satisfecha. –Por primera vez en la vida, estoy contento con Judal. Y creo que hablo por todos.

-¿Oh? –la pequeña rubia incitó a que explicaran.

-La isla que Judal congeló resultó que estaba al límite de una fuerte sequía. Por lo que parece, no ha llovido apenas en la zona noreste. Que Judal haya congelado la isla ha sido un golpe de suerte. –explicó Yamuraiha, sonriendo. -Al derretirse el hielo, la tierra y las cosechas parecieron avivarse mágicamente. Nunca había habido tanta producción de alimento y agua allí, o al menos es lo que los pueblerinos nos han dicho. Aunque también pudimos ver con nuestros propios ojos que la isla estaba en muy buen estado.

Se escuchó un lejano bufido desde la entrada del Palacio, provocando una leve risa en ambas mujeres.

Pisti entonces se dirigió a Sinbad, quien estaba delante de los que le habían acompañado. Y… ¿De qué rayos iban vestidos? Parecían haberse vuelto simples pueblerinos de repente, sólo con unas cuantas telas cubriéndoles. La rubia estalló en carcajadas, al igual que los cuatro jóvenes a lo lejos. Se detuvieron cuando vieron un hombre salir de detrás de ellos. Ahora lo entendía, habían ido de incógnito.

Judal no se lo creía. -¿Qué?... Fíjate, qué gran suerte la mía… Y yo que pensaba dejar en el pasado mi pequeña venganza… -sonrió de forma diabólica mientras estudiaba con la mirada al varón.

-Gracias por haberme traído hasta aquí con vosotros. No sabía cómo salir de aquella isla. –sonrió aquel hombre.

-No se preocupe, pasábamos de casualidad por ahí. Qué menos que ayudar a alguien en apuros. –le restó importancia Sinbad, ocultando la razón por la que realmente fueron.

-¿Estaba atrapado? –preguntó la joven mujer rubia.

-Este hombre estaba en la isla, parecía ser el único que quedaba allí, y no había ni siquiera botes. –explicó el Rey.

-Pues que suerte, ¿no? ¿Ha venido hasta aquí para ver al Rey de Sindria? –sonrió Pisti, pues con las ropas que llevaba el resto, ni siquiera Sinbad parecía tener pinta de Rey.

-Sí, así es. Me gustaría pedirle ayuda para volver a casa. Sé que suena irrespetuoso, pero perdí todas mis posesiones en aquella isla. Me las robaron justo cuando iba a marcharme. –explicó mientras era guiado por ellos hasta llegar a la entrada.

No se dieron cuenta en que momento Judal mostró una expresión tan fiel al miedo. Se veía asustado, alterado. Los tres jóvenes a su lado atisbaron que ese comportamiento temeroso empezó apenas cuando el hombre se acercó junto con los generales y su líder. Sinbad observó aquello, por lo que se le acercó un poco, con un notable deje de preocupación.

-¿Judal? ¿Qué ocurre? –preguntó bajo las atentas y confusas miradas del resto.

Aquel hombre dio un respingo que no pasó desapercibido por nadie. Y es que, ese chico de cabello negro era…

Judal retrocedió unos pasos hasta quedar tras Sinbad, como escondiéndose.

-¿Judal? –le continuó llamando el Rey.

-¡Échale de aquí! –gritó, comenzando a alterar su respiración, dejándoles paralizados. No entendían a qué venía esa reacción. -¡Este maldito desgraciado! ¡Él es el cazador de esclavos! ¡Él fue quien quiso venderme como juguete sexual! ¡Quién sabe si no me hizo algo mientras estaba inconsciente para "probar la calidad del producto"! -ocultó el rostro en el pecho del adulto, temblando, y dejando sin palabras al monarca y a sus generales, quienes miraban anonadados al hombre rechoncho. Lo que no podían ver, era que el magi oscuro, con su cara escondida en las telas de Sinbad, sonreía de la forma más malévola existente. Por lo que parecía, se habían tragado aquel pequeño teatrillo. Lo tenía pensado, hacerse la víctima desprotegida para aprovecharse del poder que Sinbad tenía sobre los demás, así este, en su momento de molestia, condenaría a quién sabe qué al comerciante ilegal. –Tan manipulables…

-¡No lo grites a los cuatro vientos! Si el Rey de Sindria se entera seré exiliado del territorio. –se acercó molesto, notando como la mano del adulto de cabello lila apretaba el hombro del azabache, simulando un gesto de protección, como acercándole más hacia él. –Y no hice nada, tengo por costumbre no estrenar mi exclusiva mercancía joven. Eso es para placer del cliente. –se dirigió a los otros, mostrando una sonrisa nerviosa. –Tampoco tenía idea de que este chico era amigo vuestro, siento haber intentado secuestrarle. Prometo recompensaros por ello, y si no decís nada a nadie, os ofreceré el triple. Tres esclavos en muy buen estado para cada uno, ¿qué me decís?

No le dio tiempo a decir nada más. El puño de Morgiana se había estrellado contra su redonda cara, tumbándole de inmediato.

-Gente como tú no es necesaria en este mundo. –sentenció la pelirroja.

-Morgiana. –el monarca hizo un gesto, dándole a entender que le dejara. Esta obedeció con molestia, observando como Sinbad se acercaba sin prisa, después de haber soltado a Judal, hacia el comerciante que se levantaba adolorido, mirándole desde arriba con una expresión digna. –Spartos, llevarás a este hombre junto con una flota de guardias a donde tiene a los esclavos. Una vez allí, los liberaréis y los traeréis hasta el puerto. Les estarán esperando un par de oficiales promedio para ofrecerles transporte hacia donde cada uno necesite.

-Sí, Mi Rey. –respondió, alertando al ancho hombre.

-¿R… Rey? ¡¿El Rey Sinbad?! –el estado anímico del comerciante comenzó a alterarse bruscamente, provocando que se arrodillara. -¡Lo siento! ¡Lo siento mucho, Su Majestad! ¡Por favor, no me expulse de estas tierras! ¡No tengo ningún lugar a donde ir! –lloriqueó, provocando una risa cruel en Judal, la cual pasó desapercibida.

-Por el momento, haré la vista gorda contigo, pero tu negocio se termina aquí y ahora. –sentenció intimidante.

-¡Pero…! ¡¿De qué viviré?!

-Eso depende de ti. Haberlo considerado antes de comenzar ese negocio indigno. Agradece que no te esté echando de mi país, puesto que aquí soy yo quien pone las reglas.

Judal puso una mueca desencajada. -¿En serio? ¿Le deja ir así, sin más? Oh, no. Aún no. No me he puesto en modo traumático para nada. ¡¿De verdad piensas que no va a volver a intentar levantar su negocio?! ¿Se te ha olvidado acaso que este sujeto ya ha vendido a mucha gente? Esa gente ya no puede ser rescatada, Sinbad. Y parte de esa gente han sido mujeres y algunos hombres muy jóvenes, y encima usados para ya sabes qué tipo de fines. –continuó hablando de manera hipócrita, pues eso a él le traía sin cuidado, usando ese argumento noble a su antojo para enfrentar a ambos hombres.

-Estoy de acuerdo con Judal. –habló la fanalis, lo que provocó una escueta sonrisa egocéntrica en el mencionado.

-A partir de ahí yo ya no puedo inmiscuirme por muy Rey que sea, chicos. Y es muy posible que esas personas estén fuera de Sindria, por lo que mi poder político ahí se vería reducido. No es similar a lo que pasó en Balbadd, allí nadie fue vendido.

-¡Entonces que pague por lo que ha hecho! ¡Estás siendo muy injusto con esas personas que se vendieron! ¡Lo mínimo que merecen esas personas ahora es que su sentenciador sea condenado! Es lo que sería más justo, ya que ni siquiera tú puedes salvarles, o al menos, es lo que nos haces creer. –atacó sin pudor, alzando la voz.

La forma en la que Judal le hablaba a Sinbad, provocó que el comerciante ilegal se diera cuenta de que realmente no era un "amigo" suyo. Apenas y parecía comportarse como un aliado, y en su mirada roja era característico el brillo manipulador, el cual el comerciante conocía perfectamente. Por lo que no dudo en mostrar su enojo. Se levantó de su postura suplicante y agarró el rostro del magi con una mano, tomándole por sorpresa, y apretando bruscamente con los dedos las mejillas de este, obligándole a encararle muy de cerca.

-Sabía que tenía que haberme apurado conduciendo mi carromato. Así no hubiera tenido problemas contigo, y habría conseguido venderte como un adorable juguete a muy buen precio.

Sinbad golpeó, sin ejercer fuerza, el brazo que el ancho hombre mantenía para sujetar a Judal por la cara, sobresaltando a todos, el oráculo incluido, por esa acción tan impropia de él, y haciendo que le soltara.

Sinbad estaba cabreado. Muy cabreado. Señor, tómalos confesados a todos.

-No sólo tienes la valentía de traficar con los derechos humanos en mis dominios, sino que también osas sujetar y amenazar a uno de mis refugiados. –pausó. El hombre robusto comenzó a temer. –Spartos, llévatelo de aquí de inmediato antes de que cambie de opinión y le termine exiliando. –sentenció. Habría sido la primera persona en ser desterrada de Sindria.

Dicho y hecho, el caballero fue acompañado por un considerable número de guardias reales dispuesto a cumplir la misión inculcada, llevándose consigo al comerciante, mientras que, ya en el interior del Palacio, Sinbad y sus generales habían cambiado sus ropas.

Una vez con sus ropajes habituales, el ambiente en el interior de la gran edificación regresó a su estado habitual.

A Sinbad le tomó parte de su tiempo calmarse. No recordaba la última vez que se había enfadado tanto con un simple hombre promedio. Tal vez, por el hecho de que había intentado intimidar de manera agresiva a Judal, o por haber intentado usarle de un modo tan sucio y repugnante como lo era la venta de esclavos sexuales. Aunque, el magi oscuro también tenía parte de culpa, las cosas que este había dicho no eran motivo de aplauso, no le habían agradado, para luego sumar a eso que Morgiana se había puesto de su lado, con la misma mentalidad a favor de una sentencia, ambos con motivos diferentes. Judal por venganza, y la fanalis por resentimiento en cuanto a temas de esclavos se trataba. Era conocido que la joven había tenido que sufrir en gran medida a causa de la esclavitud. No le culpaba.

Por mucho que lo intentara, no podía sentirse realmente molesto con el magi de Kou, ya no nacía de su interior ese sentimiento que anteriormente era tan usual. En su lugar, fue sustituido por una sensación combinada entre un muy leve fastidio y… ¿aprecio? En todo momento fue consciente; Judal terminaría volviéndole loco. ¿Qué demonios estaba pasándole?

Por ahora, lo único que podía hacer para distraerse, irónicamente, era meterse en su despacho a ojear y revisar sus papeles y pergaminos.

El Rey no era el único "molesto".

Judal había esperado más de Sinbad. Había hecho todo aquel teatro para nada. Como mínimo, buscó que el comerciante hubiera sido desterrado, pero ni eso. A su parecer, el Rey de Sindria podía ser increíblemente cabezota cuando se lo proponía. Aceptó que su plan no salió como quiso. Pero joder, realmente quería ver sufrir a ese inmundo animal un poco más por haberle tratado como si fuera otro simple humano sin valor. Así resultaron las cosas, y ya no podía hacer nada. Dio un largo suspiro mientras caminaba sin rumbo por uno de los pasillos, encontrándose más a lo lejos a la maga de agua, que le daba la espalda. Esta sacó una especie de instrumento y comenzó a hablar sola, o eso es lo que a Judal le parecía. Frunció el ceño, confuso, al ver cómo ella parecía conversar con la nada. -¿Ahora esta bruja se ha vuelto majareta? –se acercó lo suficiente por detrás para poder escuchar. Abrió los ojos desmesuradamente.

-¡¿Esa cosa habla?! –saltó de repente sobre el hombro de la mujer.

-¡WAAAH! –Yamuraiha dio un enorme respingo del susto.

-¿Yamu? ¿Estás bien?

-¡¿Y es inteligente?! –Judal estaba empezando a alterarse de forma enfermiza.

-¡No me grites al oído, tarado! –se apartó un poco, volviendo su atención al objeto. –Sí, sólo es Judal.

-¿Sólo es Judal?... –dijeron a coro el magi y la voz, el primero con tono indignado y la segunda con insinuación.

¿Desde cuándo se tomaban tan a la ligera su presencia? Ah, sí, desde que se presentó ahí…

-Olvídalo. –suspiró. –Entonces vais bien, ¿no?

-Sí, estamos guiando a las personas hacia la salida. Esto es gigantesco.

Judal se asomó por un lado.

-¿No es el tipo mudo? –preguntó el magi, refiriéndose a la imagen a color que el objeto mostraba, en la cual salía Spartos. -¿Por qué está ahí dentro?

-Me gustaría seguir conversando, pero debo hacer mi trabajo. –rio el caballero para terminar despidiéndose. La imagen desapareció.

Yamuraiha se dirigió a Judal entonces, con una gran sonrisa adornando su rostro.

-Así que, ¿te interesa este objeto mágico?

-¡Sí! –respondió inmediatamente, dejando salir inconscientemente un deje de ilusión, sorprendiendo a la maga.

Ese brillo en sus ojos, esa expresión. Exactamente la misma expresión que su pequeño discípulo de cabello azul le regaló cuando le dijo que le enseñaría más sobre magia. No pudo evitar conmoverse. Tan distintos un magi de otro, pero a la vez tan iguales.

-Bien. –le mostró el objeto con calma. –A esto lo llamo "Ojo del Rukh". Un objeto mágico que yo misma creé. Sirve para comunicarse con alguien de forma visual y audible esté donde esté. Funciona cuando diriges magoi hacia el objeto, y no gasta casi nada.

-Oooh. -Judal inspeccionaba con entusiasmo aquella cosa desde todos los ángulos posibles, sacando una risa divertida en la maga de agua. Se irguió, observando a Yamuraiha directamente a los ojos. -¡Enséñame más!

-¡Por supuesto! –esta respondió con igual, o más, motivación al ver la positiva actitud del magi oscuro. A ella le encantaba que se interesaran por sus creaciones y su magia. No tardó mucho en agarrar a Judal por la muñeca y comenzar a correr hacia su estudio con mucha ilusión encima, ilusión que también podía atisbarse en el oráculo, pues también comenzó a correr a su ritmo, aunque más bien lo hiciera para no tropezarse. Se le veía muy risueño… por primera vez. Ambos simulaban ser una pareja de hermanos con una relación estrecha y divertida.

En el camino fueron vistos en plena adrenalina por varias personas, pero poco les importó. Su animada carrera hacia el estudio de magia era más importante.

¿Qué era aquello? Se sentía tan bien. Tan agradable. Tan… ¿feliz? ¿Era eso posible? ¿Estaba experimentando felicidad real? ¿O era otra de sus ilusiones engañosas que él mismo se inyectaba para creerlo? Sentía que se le iba a salir el corazón del pecho. No podía dejar de moverse, y no quería. Se notaba hiperactivo. Estaba sonriendo, y no era muy raro verle sonreír. Lo raro era que se le hiciera imposible borrar aquella sonrisa. No podía. Era como si le hubieran cosido las comisuras de los labios a las mejillas. Dolían, pero no dejaba de alzarlas en ese bello gesto. Tenía ganas de reír. No de ese modo burlón, descarado o psicótico. No. Era incitación de reír teniendo como estimulante a la invasora alegría. Maldita y deleitosa alegría.

Una vez llegados a su destino, Yamuraiha abrió la puerta. Casi es arrollada por la estela de aire del movimiento que Judal había dejado al entrar de manera tan agitada.

Se posicionó en el centro de todo, observando incrédulo. Libros, pergaminos, diferentes tipos de canalizadores de magoi y objetos que nunca había visto. Era incluso mejor que el estudio que tenía en Kou. Aunque no lo pareciera, Judal era tremendamente estudioso y organizado en cuanto a magia se refería.

-Creo que ya puedo morir en paz. –el rostro cómicamente placentero del oráculo se mostraba reluciente y aniñado, incitando a la maga a querer enseñarle.

Y así lo hizo. Ambos sentados en la mesa, probando múltiples objetos y hechizos de todo tipo. Leyendo los libros que más le llamaban la atención al azabache. Magia inundando por completo el cuarto. Una posible futura amistad podía estar forjándose dentro de aquella estancia. La primera verdadera amistad de Judal.

-Has tenido suerte de conocerme, no encontrarás a otro mago que cree por sí mismo objetos mágicos. –alardeó. –No hay nada que supere a esta Maga de Agua. –se señaló.

-¡¿Eres Maga de Agua?! ¡Yo también! –un gran brillo inundó los ojos carmesí. –Aunque suelo combinarla en Magia de Hielo.

-¡¿De verdad?! –respondió con la misma intensidad. –Nunca pensé que tuviéramos tanto en común. –sonrió alegre mientras dirigía su mirada a un libro. -Mira, en esta sección vienen los hechizos de metamorfosis. –señaló la joven de cabello azul en una hoja.

-¿Existen hechizos así? –se sorprendió.

-¡Claro! Hay hechizos de casi todo. –sonrió. –La Magia de Metamorfosis es muy complicada, aún hay lagunas en su estudio sobre qué ordenes hay que darle al rukh para realizarla. Ni siquiera yo he conseguido manejarla ni una sola vez. Recuerdo la última vez que lo intenté; trataba de sustituir mis pies por aletas, pero sólo conseguí que mis piernas se llenaran de plumas. Y eso que sólo lo hice en un área local de mi cuerpo, que se supone que son las zonas más fáciles. –Judal estalló en carcajadas.

-¡Plumas! ¿Es enserio? –se agarró el abdomen sin dejar de reír.

-Sí. –Yamuraiha pareció avergonzarse. -¡Pero es que era muy difícil! –agitó los brazos, excusándose.

-¡Jaja! A ver. –el magi, ya más calmado, dirigió su vista al texto del libro. –Pues no lo parece.

-Ya sé que no lo parece, pero lo es. Es muy fácil fallar. –añadió. Atisbó una sonrisa extraña en él, entendiendo lo que pasaba por su cabeza. –Aaah, no. Eso sí que no. No intentes realizar uno de estos, apenas acabas de saber que existen. Te pondrías en riesgo.

Judal le miró con la boca torcida.

-¿Quién ha dicho que vaya a hacerlo?

-Yo sólo aviso, por si acaso se te ocurre hacer la locura.

-¿Y se pueden realizar en otra persona? –la curiosidad se hizo presente.

-Mmm… -Yamuraiha miró hacia arriba cruzándose de brazos, parecía estar pensándolo muy detenidamente. –No lo sé, supongo que sí, pero no conozco la forma de hacerlo.

Un par de golpes sonaron la puerta, dando paso a una voz.

-Yamu, Sinbad te solicita en su despacho. –parecía ser Ja'far.

-Voy. –esta se levantó de su asiento bajo la atenta mirada carmesí y caminó hasta la salida, parando y girándose hacia Judal. –No intentes nada avanzado sin mí, eh. –sonrió, dando a entender que conocía las intenciones traviesas que este escondía.

-Eso depende de cuánto tardes, soy fácil de aburrir. –avisó recostándose sobré el respaldo.

-Quietecito estás más bonito. –dijo al mismo tiempo que cerraba la puerta lentamente, asomándose con dos de sus dedos señalando sus propios ojos para luego dirigirlos en dirección al azabache en un gesto de "te estoy vigilando".

Judal no pudo evitar reírse ante ese gracioso gesto de desconfianza. Apoyó los brazos sobre la mesa, y sobre estos su cabeza. Todo ello con una sonrisa imborrable. En ese rato que llevaba con la maga de agua pudo cambiar por completo su opinión sobre ella. Incluso había llegado al punto de apreciarla en tan poco tiempo de conocerse. No se entendía. Nunca antes había considerado a otra persona como a alguien cercano, ni siquiera a Kougyoku. La joven princesa le tenía aprecio, pero él a ella no. O al menos, no el suficiente como para considerarle como tal. Yamuraiha había conseguido hacerle sentir lo característico de una amistad, cosa que la Princesa Imperial no alcanzó.

Estaba contento y renovado. Era una sensación magnífica el tener a alguien de ese modo. El hecho de que, posiblemente, tendrían que volver a enfrentarse cuando todo terminara le era desagradable. Pero en ese momento no le importaba, ya lo pensaría más adelante.

Miró el libro abierto. Le estaba tentando demasiado. La maga de agua se estaba tardando de más, y él comenzaba a aburrirse. Con un suspiro ronco, se levantó y curioseó por todos los rincones, tocando todo a su paso y haciendo tiempo.

Nada. Ella no regresaba, y él llevaba unos minutos mirando fijamente esas malditas hojas que exponían esos hechizos de metamorfosis que tanto le habían llamado la atención.

Se sorprendió a sí mismo tomando una de las múltiples varitas que Yamuraiha tenía y posicionándose frente al escritorio para leer con más facilidad. –Ya que... –no pudo soportarlo más. Pasó y retrocedió varias veces por aquellas hojas hasta encontrar uno que llamara su atención, y lo encontró. Leyó las instrucciones de este y alzó la varita, ordenando algo al rukh que comenzaba a acumularse en el extremo del objeto. Su cuerpo se vio envuelto en una luz blanca, que después de unos segundos se desvaneció. Cuando se dio cuenta de lo que había realizado se alteró de forma desorbitada. -¡NO! ¡¿Qué cojones he hecho?! ¡Esto no es lo que quería! –se lanzó desesperado sobre el libro, buscando revertir lo que había provocado. –Mierda, mierda, mierda, mierda… -frenó en seco en una hoja. -¡Aquí! –leyó, tratando de concentrarse en lo que repasaba. Volvió a alzar la varita, que repitió el mismo procedimiento, envolviéndose y desenvolviéndose en destellos, hasta que finalizó. Judal volvió a mirarse, casi al borde del pánico.-¿Por qué...?

Sinbad se acomodó sobre su silla.

-Entonces está bien. –sonrió.

-Sí, ahora mismo deben de estar subiendo a las embarcaciones. –al parecer, la maga había estado explicándole su conversación con Spartos.

-Hoy han sido todo buenas noticias, ¿no crees, Sin? –comentó el albino desde su mesa siendo acompañado por un aburrido Aladdin. Sus dos amigos estaban entrenándose con sus instructores en ese momento y no había encontrado a Judal, por lo que terminó quedándose con el Rey y su visir.

-Podría decirse así. –rió, para luego volver a tornarse un poco serio.–Pero no vi que preguntaras al comerciante sobre el origen de esos grilletes que Judal llevaba.

-No hizo falta. Es obvio que alguien que fue parte de Magnostadt se los vendió. Es a lo que se dedicaba la Academia; vender objetos mágicos a los Goi, ¿lo olvidaste?

-Cierto, -se sobó la cabeza, avergonzándose por no haber recordado algo como eso. –discúlpame por eso, ando un poco distraído. –sonrió.

Los cuatro escucharon un gran grito desgarrador que parecía decir algo, alertándoles.

-¡¿Qué ha sido eso?! –Aladdin se había comenzado a asustar.

Sinbad se levantó y sólo le dio tiempo a llegar hasta posicionarse delante de la mesa, mientras que los otros tres no atinaron ni a movilizarse siquiera, pues la gran puerta se había abierto de par en par.

-¡SOCORRO!

-Oh, Dios… -susurró en trance Yamuraiha.

Y ahí estaba Judal, con sus brazos extendidos a cada lado sujetando ambas partes de la puerta. Unas notables y peludas orejas negras sobresalían de su cabeza, y entre sus pantalones holgados asomaba una larga cola con abundante pelo, que se doblaba hacia delante, siendo fiel a la frase "con el rabo entre las piernas" que se decía cuando alguien huía o se asustaba. Y para rematar la faena, ahora poseía un enorme busto. Dos pares de envidiables senos de hermoso tamaño que, debido a la diminuta talla de su top negro, estaban a punto de rasgarlo, sobresaliendo tanto por arriba como por abajo.

-¡SANTA MADRE DE SALOMÓN! –gritó el Rey de forma incrédula, al borde de un grave derrame.

-Ay… -Ja'far en su estado, colocó el dorso de su mano sobre su frente a la vez que se dejaba caer hacia atrás, desplomándose en el suelo.

-¡Ja'far! –Yamuraiha casi fue a socorrerle. Casi, porque su atención sobre el magi oscuro era mayor.

Aladdin no salía de su asombro. Su cara póker daba a entender lo impactado que estaba. Pero comenzó a moverse despacio, como si temiera, hacia Judal bajo las miradas azul y dorada. No fue hasta que recorrió la mitad que saltó de golpe sobre el otro magi, provocando una caída estrepitosa.

-¡NO HAGAS ESO! ¡ENANO DESGRACIADO! –y es que Judal estaba siendo acosado, literalmente. El magi blanco sobaba, apretaba, palpaba con sus diminutas manos, y se restregaba en los nuevos pechos del oráculo, inundado por el nivel más grande de felicidad.

-¡Aladdin! –gritó la maga, acercándose rápidamente para apartar al niño del otro. Pero no le dio tiempo a hacerlo. Cuando se dio cuenta, Sinbad ya estaba agarrando al magi de cabello azul por la cabeza con una sola mano, y con una mueca homicida.

-¿Qué crees que haces? –preguntó con tono de ultratumba, poniendo pálido a Aladdin de manera cómica mientras se encogía de hombros. El Rey lanzó sin fuerza al pequeño magi hacia atrás, sobre su hombro, escuchando un "wiiiiii" proveniente de este al volar por unos momentos en el aire. Cayó sobre Ja'far, aún tumbado, provocándole un doloroso golpe en el estómago.

-Esto es impresionante… -se quejó por lo bajo el visir, gimiendo de dolor en el suelo, quitándose a Aladdin de encima.

Sinbad suspiró, y dirigió su vista al magi oscuro. Tuvo que hacer un gran esfuerzo sobrehumano para no desviar su mirada hacia más abajo del cuello de este. Lamentablemente, eso no hizo que evitara un nuevo derrame nasal. El rostro molesto y cabreado de Judal encajaba a la perfección con su nuevo rubor, esas adorables orejas peludas inclinadas hacia abajo y la espumosa cola rodeando su abdomen, como protegiéndole. Se limpió el rastro escarlata de sus labios y mentón con una manga antes de ofrecerle una mano al magi para levantarle, quien la tomó sin pensar demasiado.

Nada más levantarse, se escuchó un sonido de tela desgarrándose. Todas las miradas ajenas se desviaron a la zona de la que había provenido el ruido.

-¡Aaaah! –Ja'far y Yamuraiha se sobresaltaron al mismo tiempo, no esperaban que eso pasara aunque fuera más que obvio debido a la notable presión que ambos senos ejercían sobre el top, ahora roto en el suelo. El otro par simplemente observaba esa zona del cuerpo del magi oscuro sin expresión.

-¡Joder, sólo son tetas! –se indignó. -¡Ni que fueran armas de destrucción masiva! –las sujetó por debajo, dando mejores vistas con la única intención de hacerles ver que no iban a matar a nadie por mirarlas, para luego soltarlas de golpe, provocando que botaran de manera fluida e hipnotizante.

-¡No hagas eso! –en un intento por detener ese condenado y atrayente movimiento, Sinbad las presionó, abarcándolas con sus manos, y provocando un respingo en Judal, tensando hacia arriba tanto las orejas como la cola, erizándolas.

Inmediatamente, el magi oscuro golpeó ambos dorsos de las manos ajenas, apartándolas.

-No toques, ¿por qué tocas? –regañó.

-¡Tápate! –trató de acercar de nuevo las manos en dirección a los pechos. El oráculo se dio cuenta y le propinó una patada en la espinilla susurrando un audible "pervertido", haciendo quejarse y encogerse al Rey. Pero su misión era más importante que el dolor, por lo que se irguió otra vez. -¡Que te tapes he dicho! -estiró el manto blanco de Judal como pudo para ocultar aquellos perfectos pechos, consiguiendo que la tela se quedara enganchada sobre estos sin necesidad de sujetarla. No quería que nadie más las viera. Se confundió un poco ante ese pensamiento egoísta y extraño, pero así lo sentía. No le agradaría nada que otra persona que no fuera él se deleitara con el nuevo pecho del oráculo.

-Judal, ¿qué te dije? –preguntó con lástima mezclada con molestia Yamuraiha después de acercarse a ellos.

-Que no intentara hacer magia avanzada de metamorfosis…

-Ajá… -se limitó, para obligar al magi a continuar.

Sinbad se detuvo a pensar un momento. ¿Yamuraiha y Judal estuvieron haciendo magia juntos? ¿Desde cuándo se llevaban bien esos dos? Sintió un leve enojo sin saber la causa de este. Lo peor era que esa molestia parecía ir dirigida a la maga de agua.

-¡Te avisé de que no tardaras! –se defendió.

-Aparte de maga, también soy una de los generales de Sindria, entiéndelo. –explicó melancólica, pues no le gustaba tener que regañarle, no después de haber visto la gran pasión que Judal sentía hacia la magia, al igual que ella.

-Tsk. –el magi oscuro rodó los ojos sin agregar nada más.

-Ya. No importa. –interrumpió Sinbad. –Ya está hecho, no tiene caso discutirlo. –apoyó una mano sobre el hombro del oráculo. –Tienes que ser más precavido con estas cosas, Judal. Eres un magi, deberías ser consciente de que no se juega con magias desconocidas.

-Ya vino "papi" a darme lecciones. –se burló, molesto.

Se escuchó una risa contenida proveniente del otro magi.

-Ha dicho papi. –Aladdin tiritaba por el esfuerzo de evitar reírse. Típico de un niño.

-Ya vale. –la voz de Yamuraiha tembló por la gracia, trataba de continuar seria, pero ver el estado del magi más pequeño se lo impedía.

-No me llames así. No tengo hijos. –se quejó con un notable sonrojo de vergüenza. Judal se rio animado.

-¿Quieres que hablemos de nuevo sobre eso? –insinuó picándole las costillas con un dedo, recordándole la conversación que tuvieron la noche en la que el magi oscuro vino a visitarle. Sinbad se cercioró del ondulado movimiento que la cola peluda del oráculo realizó.

-A saber cuántas conversaciones habréis tenido a escondidas. –Ja'far se llevó una mano a la frente, ya en pie. –No tienes remedio, Sin.

-¡¿Qué?! –se alteró el de cabello lila. Había malinterpretado por completo esas palabras, aun sabiendo que su visir no ocultaba dobles intenciones, puesto que no las había. Su maldita mente depravada era así desde siempre.

-Eso pregunto yo… ¿Qué? –contestó Judal. Sinbad se giró hacia él. ¿Qué rayos estaba haciendo?

El magi oscuro abanicaba el aire que estaba alrededor del Rey, con una mueca fruncida. Lo que le sorprendió fue que Aladdin, con un gesto similar, hacía lo mismo en el lado contrario.

-Uh… -Ja'far parpadeó un par de veces sin comprender. Vio que Yamuraiha tenía la misma expresión que ambos magis, observando fijamente a Sinbad, solo que ella seguía quieta en su lugar.

-¿Qué… qué es esto? –el magi blanco movió sus brazos con más ímpetu. –Ya van dos veces que lo veo.

La maga de agua pareció salir del trance, sobresaltándose. La aclaración de Aladdin también había llamado la atención de los otros tres, aunque el Rey y su visir no sabían realmente de qué hablaba.

-¡¿Cómo?! ¡¿En quién?! –preguntó ansiosa.

-En Hakuryuu, cuando volvimos de conquistar el Calabozo de Zagan.

Eso a Sinbad le pareció mala señal. ¿Qué podía tener en común con el joven Príncipe Imperial?

-¡Ya, decidme que pasa! –se preocupó.

-Que tu rukh se ha vuelto rosa, idiota. –contestó el magi más mayor. Este se detuvo en seco. –Espera… ¿A Hakuryuu se le puso el rukh rosa? –contuvo una carcajada, dejando de abanicar el rukh del Rey.

-Sí, pero no sé por qué se pone así. –contestó el niño, quien hizo lo mismo.

-Por una vez, estoy igual de confuso que tú, enano.

-¿Y eso es malo? –el Rey comenzaba a asustarse.

-Todo lo contrario, mi querido Sinbad. –sonrió la otra maga, captando toda la atención.

-¿Tú sabes qué significa? –Judal puso los brazos en jarra.

-Sí. –se mostró orgullosa. –El ruhk de alguien se tiñe de rosa cuando piensa o está interactuando con la persona de quien está realmente enamorado.

Muecas de sorpresa e incredulidad bañaron todos los rostros presentes.

-Pe… pero… Yo no… -trató de explicar el monarca sin conseguir salir de su asombro y confusión. No vio el momento cuando Ja'far casi se le tira encima.

-¡Ya era hora! ¡Al fin sientas la cabeza! ¡Más te vale que no sea una prostituta o una de las bailarinas! ¡No, eso da igual! ¡Oh, Dios mío, ya tenemos candidata a futura Reina! –el albino comenzó a divagar. -¡¿Quién es ella?! ¡Tenemos que verle en persona!

-¡Que no estoy enamorado!

-Tu ruhk no dice lo mismo. Estabas pensando en ella ahora, ¿verdad? Si no, no hay explicación para que se hubiera teñido de rosa. –atacó Yamuraiha con una sonrisa.

-Qué repugnante… -comentó el magi oscuro con el ceño fruncido y las peludas orejas hacia atrás.

-¿Por qué? –preguntó el otro magi, curioso.

-Porque sí, y ya está. -Judal se sentía enfermo sin razón aparente. Una sensación horrenda comenzó a carcomerle por dentro. Notó como si su pecho fuera presionado y pinchado fuertemente. Y no, no era por los senos. –Tú, bruja, ven y ayúdame con esto. –salió cabreado de la estancia bajo la confusa mirada de todos, sabiendo que Yamuraiha le seguiría, por lo que no se molestó en esperarle.

La maga y Aladdin se confundieron mucho más al haber visto lo que acababa de pasar; en cuanto Judal abandonó la estancia, el rukh de Sinbad regresó a su estado habitual.

El magi blanco no pudo evitar sonrojarse con una mueca asombrada.

Y Yamuraiha sonrió de lado, acariciando su mentón. -Interesante, Sinbad. Muy interesante…


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