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Recuperando lo robado por Scardya

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-Ya está.

Judal se miró a sí mismo y frunció el ceño.

-¿Cómo que ya está? ¡Si sigo exactamente igual!

Tras la pequeña situación en el despacho de Sinbad, Yamuraiha y el oráculo habían vuelto al estudio, esta vez, acompañados del magi más pequeño, para revertir lo que Judal se había hecho.

La maga había realizado múltiples magias sobre el magi oscuro durante el tiempo que llevaban ahí dentro. Aladdin se había limitado a observar atento. El ambiente que rodeaba al otro magi se había vuelto un poco hostil desde que salió de la estancia de trabajo del Rey.

-Cálmate. Ya te dije que este tipo de magia es muy complicada. –se dio la vuelta hacia el escritorio, colocando unos cuantos libros. –Tienes suerte de que revertirlo sea más fácil. Va a tardar en devolverte a la normalidad.

-¿Cuánto? –gruñó cruzándose de brazos. Tardó unos segundos en conseguirlo, pues el busto le estorbaba, lo que le hizo chasquear la lengua.

-No creo que tarde mucho, poco menos de una hora o así. –ella escuchó de los labios del otro una maldición.

-Pues a mí me gustas. –comentó sonriente el magi de cabello azul.

-¡Tú no te vas a volver a acercar más a mí mientras esté así! –señaló agresivo con el dedo índice al niño. -¡¿Quién ha sido el descerebrado que te ha enseñado esa clase de cosas?! –se alteró, refiriéndose al experto manoseo que le había propinado anteriormente. Y lo peor no era eso, lo peor era que Aladdin parecía estar tan bien entrenado en ello que casi consiguió que Judal lo disfrutara en el fondo. Casi.

-Nadie, creo… Pero todos los chicos lo hacen alguna vez, ¿tú no? –preguntó sin segundas, mostrando la más humilde de las inocencias.

-¡Por supuesto que no! ¡Nunca haría ni pensaría cosas tan asquerosas como esas!

-¿Por qué no? Es muy agradable, -fantaseó. –y eres más mayor que yo. Está bien si lo haces.

-Ya vale, Aladdin. La cosa es muy simple; básicamente, Judal parecer ser un hombre con mucha decencia en cuanto a esos temas se refiere. Igual que Ja'far. –trató de explicar desde su punto de vista.

-Pero, te gustan las mujeres bonitas, ¿no? –sonrió. Observó como el magi oscuro se le acercaba lentamente. No pudo evitar desviar su mirada al tremendo escote que el manto blanco ofrecía.

Judal se inclinó muy de cerca hacia él.

-Escúchame bien, y quiero que se te grabe en la cabeza a fuego. Da igual si son mujeres, hombres, niños, ancianos, animales, monstruos, plantas o elementos. A mí "no" me "gusta" nada, a excepción de los duraznos. –aclaró, haciendo énfasis en estas palabras. -Eso ha sido, es y será lo único que de verdad me guste. Así que deja de decir idioteces sobre si me agradaría o no hacerle esas cosas a una repugnante mujer.

Aladdin se quedó estático en su lugar, viendo como el magi más mayor se alejaba y salía de la estancia dando un fuerte portazo.

Yamuraiha se le acercó y le sonrió.

-Déjalo, sólo está molesto por lo de la Magia de Metamorfosis. Se le pasará.

Pasaron unos eternos segundos en silencio.

-Señorita Yamu, ¿es verdad eso de que el rukh rosa significa amor? –preguntó de repente, sorprendiendo un poco a la mujer.

-Sí. –contestó, entendiendo a dónde quería llegar el más joven.

-El tío Sinbad está enamorado de Judal. –afirmó. La maga suspiró, sonriente.

-Yo tampoco sé cómo se ha dado, pero eso parece. Aunque ni siquiera él mismo lo sabe. –borró su sonrisa. –Lo que me preocupa es lo que pueda pasar a raíz de eso, Sinbad nunca había experimentado algo así antes, y que haya sido con Judal… -Aladdin se tensó poco a poco. –Estamos ante un fenómeno desconocido, y posiblemente, peligroso… Pero aún no podemos objetar nada, porque puede ocurrir todo lo contrario. Dejaremos que el destino actúe, y trataremos de evitar que su buen curso sea revertido en una anormalidad que nos lleve al caos. Hay que impedir que elementos adversarios se entrometan entre esos dos si queremos que todo avance de forma natural.

Esperar, eso era lo que más detestaba. Aunque no lo pareciera, el gran busto que poseía había provocado que le doliera la espalda. ¿Cómo podían aguantar las mujeres aquello todos los días? Era insoportable. Por si fuera poco, debía caminar de forma erguida para evitar que le botaran los pechos, si lo hacían empezarían a dolerle por el peso. La cola y las orejas habían pasado a un segundo plano gracias a ellos. Eso le hizo recordar la discusión con el magi enano. Estuvo a punto de mencionar a Sinbad en la corta lista de cosas que le gustaban, pero lo consideró antes de abrir la boca. Y es que, era verdad. Lo había dicho millones de veces, se lo había confirmado al Rey de forma directa en múltiples ocasiones, e incluso a más gente. Pero en ese momento sintió que no debía decirlo como siempre hacía. No pudo evitar confundirse ante eso. ¿Por qué no lo había dicho? Se había sentido cohibido al tener al Rey de Sindria como tema de conversación, y eso sí era muy extraño, pues siempre era el primero en hablar de él. Fue consciente de que, desde que se recuperó, algo cambió en su interior. Se dejaba arrastrar más fácilmente por su afluente de emociones, y para colmo, ya no reaccionaba de la misma forma cuando eran negativas. Se convenció de que Sinbad tuvo que hacerle algo, posiblemente, usando a su djinn, Zepar, para ello. Sin embargo, no era seguro. Lo sospechó a partir de lo que experimentó con él. Ese incontrolable impulso por evitar su muerte, incluso llegando a ofrecer su propia vida en el proceso. ¿Qué fue lo que pasó ahí? Su mente se había desconectado por completo de su cuerpo, el cual siguió las órdenes del instinto. Y su instinto no le permitió dejar que el Rey fuera asesinado. ¿Por qué? No lo sabía. Judal no existió en ese momento, hasta poco después de ser alcanzado por el ataque de gran magnitud su conciencia no regresó a él. Tuvo unos escasos segundos antes de caer para analizar lo que había hecho, mas no lo logró. Como segunda prueba, tenía aquella laguna negra en la memoria, desbordando incomprensión y vacío; aquel trance bloqueador. Más adelante, se situaba su ridículo llanto acallado directamente por Sinbad. Tan abatido, y a la vez tan tranquilo bajo la envolvente protección de sus brazos, deseando inconscientemente ser recogido de nuevo por ellos. Más la desagradable sensación en su pecho y garganta al enterarse del nuevo cambio en el rukh del Rey, supuestamente, fruto de un enamoramiento del que no sabía nada. Similar a una apuñalada de un frío tan calador que quemaba horriblemente. Algo tremendamente grave le estaba pasando, pues sus reacciones y sentidos se enredaban. Supuso que el tremendo golpe que recibió contra el suelo tras el ataque de Al-Thamen tuvo algo que ver, debió de haberse estrellado la cabeza con bastante fuerza.

Y hablando del Rey de Sindria…

Nada más girar en una esquina del pasillo visualizó a Sinbad a escasos centímetros de él. El monarca se detuvo de golpe, queriendo evitar llevarse al azabache por delante. Debido al gran impulso que parecía llevar, producto de una posible carrera, se tambaleó hacia delante sin control. Iba a caerse sobre Judal, terminando por aplastarle. Pero no ocurrió. El magi oscuro empujó de manera potente con ambos brazos al Rey hacia atrás, consiguiendo estabilizarle y evitando convertirse en puré de magi.

-¡Ay, gracias! –agradeció el de cabello lila, un poco sudoroso y abanicándose con una mano.

-No lo he hecho por ti. No tengo intenciones de ser apisonado. –contestó con desdén.

Ambos escucharon unos pasos. Inmediatamente, Sinbad agarró al oráculo por la cintura con un brazo, mientras que con la mano contraria le tapaba la boca y le arrastraba en contra de su voluntad hasta una puerta del pasillo, encerrándose en el cuarto con él. Era una de las muchas habitaciones diminutas en donde guardaban los productos y objetos de limpieza. A pesar de ser un lugar oscuro podía verse perfectamente lo que había dentro. En cuanto el Rey aflojó, Judal fue a encararle con dificultad, pues estaba estrecho y el tener ese par de bultos entre los dos no ayudaba. Se vio obligado a voltearse hacia él rozando fuertemente las costillas bajas del hombre de cabello lila con su pecho.

-¡¿Qué demonios haces, imbé… mmm?! –el monarca volvió a taparle la boca con la mano.

-No grites. –habló en susurro, haciéndole entender.

Judal enarcó una ceja, para luego rodar los ojos. Ante ese gesto, Sinbad le liberó la boca de nuevo. El magi aprovechó para mostrar su sonrisa burlona.

-No conocía de ti este lado tan valiente. Debes de ser la envidia de todos los hombres. –comentó sarcástico.

-No te pases. –advirtió.

-A todo esto, ¿de qué huyes? -el Rey pareció pensar lo que iba a responder, para terminar soltando un sonoro suspiro.

-Ja'far puede llegar a ser muy incordio a veces. –y tenía razón, pero lo que no le dijo al magi era que la causa de que su visir empezara a comportarse así fue, nada más ni nada menos que, por el maldito rukh rosa que supuestamente brillaba por una mujer desconocida. El albino había comenzado a acribillarle con preguntas y consejos desesperantes a un volumen demasiado elevado, impropio del calmado que siempre tenía. Incluso le habló sobre sus futuros hijos con ella cuando Sinbad no había considerado aún nada de nada. Ni siquiera que existía esa mujer de la que hablaba.

-No hace falta que lo jures. –rio, pero se detuvo. -¿Y por qué me metes a mí en tus embrollos?

-Porque me has visto huyendo.

-¿Qué tiene que ver eso?

-Te conozco, Judal. Me habrías delatado. Sé que te gusta verme en problemas. –la aclaración provocó una risa nasal en el oráculo.

-Tienes razón, me conoces demasiado bien. –colocó el dedo sobre su mentón con una mueca pensativa, fingiendo concentrarse. –Y eso no me conviene, tal vez sí tenga que matarte de verdad. -notó como el cuerpo más grande, pegado al suyo, se tensaba levemente, provocando que riera por lo bajo. –Es broma, no soy tan estúpido como para hacer eso en mi situación. –se sorprendió cuando el Rey se puso el dedo sobre los labios, indicándole que guardara silencio. Los pasos estaban cerca. Muy cerca. Esa parecía haber sido la verdadera razón por la que el monarca endureció su cuerpo hace unos segundos.

El magi se giró como pudo, dándole la espalda a Sinbad para encararse en la puerta. El Rey recibió un par de bofetadas en la cara por cortesía de la esponjosa cola que nacía del coxis del oráculo, provocándole un cosquilleo en la nariz y metiéndole algunos pelos en la boca. Intentó apartarla, casi desesperadamente, a la vez que escupía aire para expulsar los pelos que se le habían pegado a la lengua, pues si seguía rozándose así iba a terminar estornudando y haciendo ruido.

Judal parecía ignorar el nuevo juego que el Rey se había inventado con su rabo canino. Su atención se centraba más en otra cosa. Había abierto un poco la puerta, dejando una línea fina, pero lo suficientemente amplia como para poder ver el otro lado. No entendía porque no estaba saliendo ya de ahí. ¿Qué le importaba a él si Ja'far pillaba a Sinbad en su escondite? Él no tenía nada que ver. Podía salir perfectamente y dejar expuesto al Rey ante su visir, pero no lo hacía. Tal vez fuera por el hecho de que era un chico muy fácil de aburrir y que trataba de distraerse con cualquier cosa. Sintió cómo un peso se le acoplaba sobre la espalda.

-¿Ves algo? –Sinbad se había inclinado sobre él, sujetando con una mano el extremo de la cola negra para evitar que se le pusiera de nuevo en la cara y apoyándose en el marco de la puerta con la otra, asomando su cabeza por encima del hombro del azabache, quien parecía haberse erizado. Este giró la cabeza en dirección al otro, con un deje de molestia.

-No aprietes tanto. –Sinbad tardó unos segundos en entender, pero cuando lo hizo, aflojó el agarre que tenía sobre la extremidad peluda, aún sin soltarla. Ambos volvieron a mirar por la rendija como si les fuera la vida en ello. –Le escucho, pero no le veo. Sabía que tu "amiguito" era insoportable, pero no creí que tanto. –se quejó.

-Si tú supieras… -se lamentó con una sonrisa nerviosa.

-¿Sin?

Judal cerró rápidamente la puerta sin provocar ruido, sobresaltando al adulto, quien se irguió de nuevo soltando la cola azabache. Ja'far estaba justo al otro lado.

-Casi me pillas los dedos. –quería alzarle la voz, pero la situación no se lo permitía, por lo que sólo forzó el susurro.

-Te jodes. No haberlos puesto ahí. –contestó del mismo modo, girándose hacia él como hizo en un principio al entrar.

-¡Sinbad! –sonó desde el otro lado. Ambos detuvieron cualquier tipo de movimiento, incluidas sus respiraciones. Judal sentía ganas de reírse. La situación le estaba divirtiendo. Se sentía como un niño pequeño en ese momento. Y ahora que lo pensaba, en su niñez nunca tuvo la oportunidad de disfrutar ese tipo de cosas. Su desarrollo como persona había sido pausado por culpa de Al-Thamen, y ahora, que estaba medianamente "libre", ese desarrollo base se había reanudado desde ese punto en su infancia. -¡Eres un hombre adulto, deja de comportarte como si tuvieras trece años! –ante eso, el magi se vio obligado a taparse la boca y a aguantarse las carcajadas. Sinbad sonrió al verle tan natural. Le estaba empezando a encantar aquello; que Judal se sintiera lo suficientemente cómodo como para mostrar lo que de verdad sentía sin tener que fingir.

Después de unos cuantos segundos, volvió a reinar el silencio. El magi de Kou giró su cabeza hacia un lado con intención de agudizar el oído que más cercano tenía a la puerta.

-Qué pesado. –se molestó. Al parecer, el oficial continuaba por ese pasillo.

Mientras el oráculo escuchaba los sonidos de fuera con atención, el Rey, en su momento curioso, tocó casi de forma imperceptible una de las orejas acolchadas del otro. La oreja aleteó de forma rápida y graciosa, sorprendiendo y añadiendo más entusiasmo a Sinbad para que repitiera el roce. Una vez más, volvió a hacerlo, consiguiendo el mismo resultado adorable. Tuvo que obligarse a resistir las ganas de apachuchar y restregar al oráculo contra él a causa de esas reacciones corporales tan tiernas. Y así continuó un par de veces, haciendo aletear aquella orejita libre. Hasta que Judal se cansó y gruñó, enfrentando al monarca.

-Deja de abusar de mis orejas, Rey Idiota, es incómodo.

-Perdón. –se disculpó con una sonrisa nerviosa. En respuesta, el magi oscuro chasqueó la lengua y volvió a voltear su cabeza, casi pegándola a la puerta para seguir escuchando.

En ningún momento el Rey apartó su mano de la oreja libre. La observó en trance, sintiendo el impulso de volver a tocarla y regalarse el placer de ver ese movimiento tan dulce y atrayente una vez más. Sin saber por qué, comenzó a masajear la zona trasera de esta. Era suave, al igual que el cabello de su dueño.

-Tsk… -sin dejar de intentar oír con la otra, Judal chistó un poco molesto. Aunque eso no hizo que Sinbad dejara su entretenimiento, se veía realmente concentrado. Su mirada dorada se vio solicitada por la cola. Y se confundió un poco, pues la larga extremidad animal se erizó, temblando. Devolvió su atención al magi justo cuando… -Ouh. –se sorprendió de sobremanera. ¿Eso había sido un suspiro? Y es que, no era sólo la cola peluda lo que estaba erizado. La piel pálida del oráculo se había puesto levemente porosa. Piel de gallina, muy seguramente, iniciada por el masajeo en la oreja. Atisbó en el rostro ladeado de Judal un notable rubor, fruto de los colores rosa y rojo en su fusión. Al Rey se le subió la sangre a las mejillas, calentándolas. En ningún momento esperó que algo así pudiera salir de la boca del magi oscuro, pero le había gustado que sucediera. Con un poco de curiosidad e interés, sustituyó el masajeo por un nivel más alto, comenzando esta vez a rascar la parte trasera de aquella suave y peluda oreja. –Ah… -Judal agachó la cabeza, soltando unos pocos suspiros más, consiguiendo que la mano de Sinbad aumentara la fuerza y la velocidad. -¡A… ah! –si continuaba así, el Rey iba a lanzarse sobre él, sobre todo por ese último gemido regalado cargado de placer y felicidad. Se detuvo mentalmente. Otra vez estaba pensando cosas indecentes para hacerle al oráculo. ¿Cuándo había empezado a considerar tales cosas con él? Poco le importó, lo único que en ese momento quería era seguir deleitándose con los magníficos sonidos que Judal generaba con su voz. El monarca intensificó su movimiento sobre la oreja, sonriendo conmovido a la vez que travieso. La expresión del azabache era calmada a pesar de la tensión en su delgado cuerpo, sus cejas relajadas y su diminuta sonrisa placentera daban a entender que le gustaba. En un momento de despiste por parte de Sinbad, el magi oscuro se apretó más contra su cuerpo, presionando así los blandos pechos que le robaban parte del espacio. –Sigue, no te detengas. –más que una orden, aquello sonó a súplica, lo suficientemente suave para casi hacer perder los estribos al Rey. Sin esperar más, añadió más fuerza en sus dedos, rascando con más ímpetu. A parte de excitación, también le estaba haciendo gracia ese comportamiento, y lo mostró con una pequeña risa divertida. -¡Aaah, Dios, quién fuera perro para que le rascaran todos los días!

-No es necesario ser un perro para eso. –rio con más alegría sin detenerse. No consiguió soportarlo más. Preparó su otra mano; estaba decidido a comenzar a "masturbar" la larga extremidad peluda que nacía de la columna del muchacho. Lamentablemente, unos segundos después se quedó rascando el aire con una mano, y cogiendo un vacío con la otra. -¿Eh? –se confundió, parpadeando un par de veces, del mismo modo que el oráculo, quien levantó la cabeza con el ceño fruncido. –Bueno, parece que la magia de Yamu ya ha hecho efecto.

Judal se palpó la cabeza, la espalda baja y se miró el pecho bajo la mirada divertida del adulto, quien por dentro se sentía levemente decepcionado. Todo estaba en su lugar ahora. Soltó un sonoro gruñido para después agarrar con fuerza la ropa de Sinbad, acercándole a mirarle a los ojos. Ojos que destilaban rabia, pero que hipnotizaban al monarca severamente independientemente de lo que mostraran.

-Ni se te ocurra decir una palabra sobre esto, ¿me has entendido? –amenazó.

-No pensaba hacerlo. –contestó tranquilo. El reciente enfado del magi no parecía haberle afectado. Se sentía bien, porque ya iban dos veces en las que Judal le tomaba confianza. Se consideraba afortunado por ello.

-Más te vale. Me has estado viendo de las formas más vergonzosas posibles y no quiero que nadie, repito, NADIE, se entere. –se giró, molesto, y abrió la puerta, saliendo por ella. –Sal de ahí, Rey Estúpido, el pesado ya no está aquí. –al mismo tiempo que Sinbad obedecía, el magi tocó uno de sus parpados para luego mirar sus dedos, ahora morados. La pintura facial estaba cediendo. No le extrañaba, llevaba mucho tiempo sin cambiarla a pesar de ser permanente. En algún momento terminaría desprendiéndose en una sustancia pastosa de color. -¿En este país venden pintura facial? –preguntó restregando sus dedos índice y corazón contra el pulgar, probando el tacto.

Al cerrar la puerta tras de sí, el Rey se acercó un poco.

-Sí. ¿Por qué lo preguntas? –pareció no percatarse de la razón.

-La necesito. La que llevo está estropeándose. –explicó tranquilo, tratando de limpiarse los dedos con la otra mano.

-Qué coincidencia. Justo ahora Sinbad iba a salir a la ciudad.

Ambos se giraron sobresaltados hacia el dueño de aquella voz.

-Ja… Ja'far… hola… ¿qué tal? –el Rey se puso nervioso. No soportaría otra ola de frases y consejos amorosos.

-Muy bien, gracias por preguntar. –sonrió, aun sin olvidar el feo que el monarca le había hecho al escaparse en plena explicación familiar.

-Y… ¿Qué es eso de que voy a ir a la ciudad? –continuó tenso. El oficial se cruzó de brazos.

-Teniendo en cuenta que fuiste tú quien se terminó los remedios para el malestar, serás tú quien los compre. –sentenció. –Es mejor estar preparados para todo. Masrur y yo te acompañaremos.

-¡Bien! –cambió de actitud repentinamente, y tomó por el brazo a Judal, sorprendiéndole. –Él también viene. –le miró, sonriente. -¿No tienes que comprar esa pintura facial?

-Tsk, sí. –ladeó la cabeza, pero inmediatamente volvió a enderezarla, observando los ojos dorados por el rabillo de los suyos con una sonrisa. –Iré, pero serás tú quien me la compre. –ante eso, consiguió una interrogante por parte del Rey. –Yo no tengo dinero ni nada para canjear, así que… -terminó en el aire la frase, insinuando lo que ya había aclarado.

-El dinero no es problema para un Rey. –comentó el albino. Este se dirigió hacia los otros dos, más concretamente, hacia el magi oscuro. –Toma, aproveché para ordenar que lo arreglaran. –explicó de forma seria ofreciéndole su top negro en muy buen estado, aún no terminaba de congeniar con Judal. Este lo tomó bruscamente. Él tampoco pareció terminar de conseguirlo. –Y en cuanto a ti… -se dirigió a Sinbad. –Ya hablaremos después. –consiguió que el monarca tragara saliva de manera dura.

Era impresionante. La ciudad en sí era bastante grande y aprovechaba al completo el terreno de la isla. La zona comercial parecía estar siempre en su clímax, fuera la hora que fuera. Tiendas, puestos, trueques, y múltiples objetos para diferentes usos. Algunos vendiendo de todo, y otros especializados en un solo campo. Como era lógico, Sinbad era verdaderamente amado por su gente, recibiendo sonrisas y saludos por parte de algunas personas. En su tiempo, ya les explicó que no le gustaba que le trataran como si fuera alguien superior, por lo que les pidió que se dirigieran a él como uno más de ellos cuando estuviera fuera de su Palacio. Y así hicieron siempre. Por respeto a ellos y a su confianza, no llevaba sus joyas y contenedores metálicos cuando visitaba la hermosa ciudad. Caminaba por una de las muchas calles comerciales con una sonrisa adornando su rostro, Ja' far siguiéndole el paso a su derecha, y con el callado e inexpresivo Masrur a su izquierda. Y Judal…

-¡Aaaaaaah, me voy a morir! –él estaba detrás del Rey. -¿A quién se le ocurrió la brillante idea de levantar un país en una zona tan jodidamente calurosa? –se restregó los dorsos de sus manos por la frente, apartando su flequillo húmedo debido al sudor. -¡Ah, sí! ¡A ti! –le señaló acusador desde atrás, haciendo que Sinbad, en respuesta girara la cabeza sin borrar su sonrisa, para volver a dirigirla hacia delante. -¡Que no me sonrías como si fuera estúpido! ¡Ya van dos veces que lo haces!

Por suerte, Judal no era conocido allí. Los únicos que le habían visto anteriormente en sus infiltraciones fueron los guardias y algunos del séquito de Palacio, mas no los ciudadanos.

-Oh, vamos. Sólo disfruta del paisaje. –aconsejó el de cabello lila.

-Lo siento mucho, pero me convertiré en charco antes de que pueda siquiera disfrutar de algo.

-Hace un rato no parecía ser así. –le miró de reojo, dándole una leve insinuación en referencia a la situación de dentro del cuarto de limpieza. No tardó en sentir un golpe en la espalda. -¡Ay!

-Ups, se me escapó. –sonrió inocente.

-En cuanto nos descuidemos un poco, estos dos terminan matándose. Será mejor no perderles de vista. –comentó el oficial al fanalis, quien asintió.

-No vamos a matarnos. –corrigió ofendido el monarca.

-Y eso lo aseguras tú… -por la piel pálida del albino comenzó a bajar una gota de sudor frío. Ese comentario hizo que a Judal se le escapara una carcajada.

-Ni siquiera tu segundo al mando confía en ti. –consiguió deprimir un poco a Sinbad, que bajó la cabeza mientras continuaba caminando con los otros tres. Tenía razón, ni siquiera Ja'far confiaba realmente en él a pesar de su fe ciega.

-¿Qué tenéis en mi contra? –se quejó.

-Muchas cosas. –contestaron a coro, provocando que ambos se miraran sorprendidos. El contacto visual no duró mucho, pues giraron la cabeza al mismo tiempo de forma molesta, provocando que, esta vez, fuera el monarca el que riera.

Judal notó un roce en su antebrazo, lo que le hizo voltearse hacia la persona causante, quedándose parado sin darse cuenta de que el trío de hombres con los que iba se estaba alejando sin percatarse de él. Un hombre de, aparentemente, edad un poco más avanzada que la suya le sonreía radiante con la nariz y las mejillas enrojecidas. Pudo notar el hedor que desprendía. Iba ebrio.

-Siento haberle detenido de esta manera, pero tenía que decirle que me ha encandilado con su gran belleza, Señorita. –antes de que el azabache reaccionara, el joven muchacho desconocido tomó su mano, besándola.

-Egh… -se quejó para sí mismo con cara de asco. Ese acto se le había hecho repugnante. Justo cuando iba a abrir la boca para insultarle, el otro interrumpió.

-Permítame decirle que nunca antes había sido testigo de hermosura tan fascinante. –observó las ropas que Judal vestía, y sonrió más ampliamente. -¿Quién es su matrona, Señorita?

-Matrona… ¡¿Se piensa que soy una prostituta?!

Antes de que el magi reaccionara violentamente, Masrur apareció de la nada, apartando con calma la mano desconocida que mantenía la de Judal para sustituirla por la suya.

-No tiene matrona. –se limitó a decir el pelirrojo.

-¿No la tiene? –se confundió.

-No. –Sinbad apareció por detrás con Ja'far, sonriente, rodeando los hombros del magi oscuro con el brazo, por el lado contrario a donde estaba el fanalis. -Digamos que esta personita ya me pertenece a mí.

-¡Oh! ¡Rey Sinbad! Siento haber intentado coquetear con su acompañante. –rio. –Tiene usted mucha suerte al tener a una belleza así.

-Por supuesto que la tengo. –sonrió ampliamente y amigable. –Ahora debemos irnos, hay que hacer recados. –dicho esto, liberó al azabache de su medio abrazo y continuó caminando, acompañado del albino y seguido de Masrur, quien aún no soltaba la mano de Judal.

Una vez lejos de ese escenario, el Rey suspiró de forma pesada.

-¡¿Por qué has dicho eso?! –se molestó el magi. Este sólo se encogió de hombros hacia él con una pequeña sonrisita y sin detener su andar, restándole importancia. –Me das asco.

-Yo también te quiero.

-¡¿Qué?!

-Nada. –continuó caminando, ahora más animado. Acababa de sentirse en las nubes tras decir aquello.

-¡Vuelve a decir algo como eso y juro que te…!

-Ya basta, parecéis críos. –interrumpió el que parecía ser el más cuerdo y responsable de los cuatro. –El bazar está ahí. Aprovecha ahora que puedes para coger lo que tengas que coger, Judal. -el enrojecido magi oscuro hizo caso, zafándose del agarre que el fanalis llevaba sosteniendo con su mano desde hacía unos minutos y comenzando a caminar él primero, con paso firme, hacia el puesto. El oráculo se había acostumbrado desde pequeño a ir de la mano con algún mago de clase baja perteneciente a la organización, por lo que no se le hacía realmente molesto que alguien más lo hiciera. –Y vigila tus palabras, Sin. –avisó el albino para después ir tras el oráculo con andar tranquilo y ligero, siendo seguido por los otros dos.

El vendedor poseía muchos objetos y alimentos variados. Telas, ropajes, joyas, calzado, cosméticos, accesorios, libros, pinturas, juguetes, objetos de decoración y gran diversidad de comida suelta. Le mostró al azabache la gama de colores que disponía en la sección de pintura facial tras haberle informado lo que buscaba.

-¿No has probado alguna vez a usar el negro? Te resaltaría mucho. –trató de aconsejar Sinbad.

-Del modo en el que me lo pongo no. Se vería más sucio. –aclaró el magi con calma.

-Oh. –el Rey continuó mirando los colores. -¿Y el azul?

-No.

-¿Y el rojo?

-Ese sí lo utilicé, pero es muy llamativo. Prefiero el morado. –sentenció, para tomar en sus manos el pequeño recipiente en forma de círculo, lleno en su interior de lo que parecía ser tinta del color escogido. Pero el Rey continuaba.

-¡Ah! ¿Y el rosa? –señaló ilusionado, provocando que los dos más bajos de los cuatro le miraran con extrañeza.

-Dime que bromeas. –pidió Ja'far.

-Dinos que bromeas. –corrigió al albino sin dejar de mirar con sus ojos carmesí a Sinbad.

-No se puede tener menos sentido para combinar colores.

-No sé si me jode o si me agrada, pecas… Pero estoy de acuerdo con tu punto.

-Empiezo a pensar que os encanta meteros conmigo a dúo.

-Es posible que no vayas mal encaminado, le estoy cogiendo el gusto a esto de que Judal también piense lo mismo sobre ti. –confesó, ignorando el mote que este le había colocado.

-Si se juntan en serio, estás perdido. –terminó aclarándole el pelirrojo, hundiendo más al de cabello lila.

-Vale, no importa. De todas formas, pienso que cualquier color se vería bien en ti. –soltó sin pensar mientras pagaba, aunque tampoco le importó haberlo dicho. Provocó una mueca extraña en el magi.

-Si sigues de esa forma vas terminar por asustarme de verdad. –si es que no lo estaba ya, o al menos, eso creyó, pues fue consciente de sus propias reacciones ante ese comportamiento tan agradable que Sinbad le mostraba. Se tensaba, sudaba de más, su pulso se veía acelerado y comenzaba a divagar.

Continuaron con su visita en el mercado, pasando por unas cuantas calles más para llegar al puesto de alquimia y terminar comprando los remedios que les faltaban. Ja'far fue esta vez quien se acercó al puesto a pedirlos, dejando en una pequeña fuente a los otros tres. Judal aprovechó para casi lanzarse dentro.

-¡No puedo más! Hace demasiado calor. –se quejó, inclinándose bastante, acumulando el agua de la fuente con las manos para terminar echándosela en la cara. –Esto es horrible. –Sinbad observó el desesperado intento del magi por refrescarse, pero algo estorbaba entre su rostro mojado y él.

-Madre mía… -y es que se había quedado atontado mirando con detalle el, ahora más marcado debido a la posición, bien formado trasero de Judal. Con esos pantalones tan holgados que siempre vestía no era para nada visible, pero no sucedía lo mismo cuando este se agachaba, inclinaba o estiraba, más bien, hacían el efecto contrario, marcándolo a la perfección. ¿Llevaba acaso alguna prenda interior ahí?

Se liberó de su ensimismamiento cuando el joven muchacho se sentó de golpe en el borde de la fuente. Sinbad sonrió entonces, y se sentó al lado.

-No es para tanto. –posó una mano sobre el brazo del magi.

-¡Aaah! –este se apartó de golpe con expresión adolorida, sobresaltando al Rey, y confundiendo a Masrur.

-¡¿Qué?! –preguntó alterado. Abrió los ojos desmesuradamente cuando se dio cuenta. Toda la superficie de los brazos de Judal estaba completamente roja. ¿Cómo había sido posible que no se percatara de este hecho? Y no solo sus brazos, parte de su abdomen y su espalda, más la nariz y las mejillas estaban en el mismo estado. Al fanalis se lo perdonaba porque no estaba realmente tan atento como él al azabache. Inmediatamente, desató el manto blanco que cubría sus anchos hombros y lo colocó sobre el magi de manera que protegiera esas zonas irritadas de la luz. -¿Cómo no me dijiste que tu piel era sensible al sol? –se preocupó.

-¿Y yo qué sabía? Es la primera vez que me pasa. –se quejó, molesto.

-Tal vez sea porque el sol pega más fuerte aquí que en otros sitios. –se animó a comentar el fanalis.

-Sí, tiene sentido. –Sinbad hizo contacto con los ojos afilados del más alto. –Ve con Ja'far y dile que pida también algún ungüento para tratar las quemaduras. -Masrur asintió y se apresuró en dirección al puesto de alquimia, dejando a los otros dos en su lugar. El Rey volvió a mirar al oráculo. Le había colocado la tela sobre la cabeza, y de ahí se dispersaba y cubría los laterales del cuerpo del magi y la espalda. Sonrió. Se veía bastante tierno así. –Qué coincidencia más extraña. Creía que Ja'far era el único con este tipo de piel. Supe que no toleraba el sol de aquí cuando le pasó lo mismo que a ti ahora.

-Si tratas de hacerme sentir mejor, no funciona, genio. –esa contestación hizo que el monarca riera.

-Digo, si vas a salir de Palacio será mejor que te cubras. Ja'far no lleva tanta ropa por simple gusto. –bajo la sorprendida mirada de Judal, tomó los extremos inferiores de la tela blanca y comenzó a atarla a la altura de su, ahora enrojecido, vientre sin tirar demasiado para evitar que la cabeza del magi se viera descubierta. Debía mantener su rostro bajo la sombra de la prenda si no quería empeorarse. No pudo darse cuenta por el color vivo que la cara del oráculo ya tenía a causa de la quemadura solar, pero este se había ruborizado, observando ensimismado como las manos más grandes en comparación a las suyas enredaban la tela con maestría y le rozaban de vez en cuando la piel, la cual tenía más sensible ahora, provocándole algunos escalofríos rebeldes en su espalda y nuca.

-Entiendo lo de la habitación y lo de la comida. –comenzó a hablar Judal de repente. –Pero, ¿por qué haces esto? –aquella pregunta formulada con tono frío hizo que Sinbad levantara la cabeza hacia sus ojos, tan serios como pocas veces había presenciado. -¿Por qué te causo otras emociones que no son odio o resentimiento? ¿Por qué te empeñas en que viva? –fue aumentando cada vez más su volumen a medida que también dejaba salir la tan reconocida voz quebrada. -¿Por qué tienes que ser diferente? –sin intención, hizo que el Rey sonriera y se irguiera en su asiento para encararle de manera más cómoda, habiendo finalizado el nudo.

-¿Y por qué no?

Aquella simple pregunta actriz de respuesta abrió de manera sorprendente los ojos del magi oscuro, volcando su estómago y llenando con lava su corazón y venas. -¿Y por qué no?... –se repitió en su psique una y otra vez. Hasta que, al fin, pudo reaccionar y volver a la realidad, mostrando una vez más una de sus típicas sonrisas arrogantes.

-Bien. Entonces, mejor para mí. Al menos tendré las atenciones que merezco. –su egocentrismo y soberbia eran algo de otro mundo. Pero eso no molestaba a Sinbad, sino que le parecía estúpidamente gracioso.

El oráculo no lo sabía, pero el Rey de Sindria siempre tuvo esperanza en él. Un diminuto granito de esperanza que, por muy imperceptible que fuera, hacía una diferencia abismal. Sus continuos rechazos, su anterior comportamiento neutral ante el magi, sus pequeñas provocaciones inofensivas, ahora les veía el sentido. Quería que insistiera, quería que perseverara cada vez más y más por él. Quería convertirse en el centro de atención de este. Quería ser el receptor de todo lo que el azabache pudiera ofrecer, por muy mínimo que fuera. Quería ser el emisor que le enviara sensaciones nuevas y magníficas. Quería ser su pilar. Quería rescatarle.

Quería a Judal.


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