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Recuperando lo robado por Scardya

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La temperatura comenzaba a descender, abriéndole las puertas al ocaso, que pronto se vería transformado en bella y oscura noche. El trío de hombres adultos regresó con un poco más de prisa hacia Palacio para evitar que el joven magi de Kou se expusiera durante más tiempo a los últimos, pero no menos abrasantes, rayos ultravioleta.

Al arribar en el gran edificio, Judal se deshizo de la prenda que Sinbad le había colocado, dándosela de vuelta, pues bajo un techo ya no era realmente necesaria. Aun así, sentía su tez reseca y áspera. Tampoco se le veía el entusiasmo de ser visto así, cual "cangrejo de río". Fue con ese animal con el que se comparó sin dejar de mostrarse hostil, debido al desagrado.

Se encerró en su habitación asignada, bajo los ignorados reclamos del Rey, con la intención de quedarse ahí el tiempo que fuera necesario hasta que los síntomas de la insolación desaparecieran. Notó al entrar que la barrera mágica de vapor caliente había sido eliminada de la ventana. Bien, al menos ya le creían cuando decía que no iba a escaparse. Se asomó por esta tras cerrar la puerta, observando al detalle la vista. Su cuarto quedaba a tres pisos del suelo, y a unos cuantos kilómetros del nivel del mar. No era la torre más alta de la isla, pero sí una de ellas, tomando en cuenta que el Palacio se situaba en la zona más elevada. Aquella ventana, únicamente pudiendo ser "cerrada" con cortinas color granate, daba al gigantesco patio exterior que conectaba a través de una gran puerta con el final de la calle principal, metro y medio más baja debido al escalón de esta misma medida que hacía más alta la edificación. Aun desde ahí se podía escuchar el continuo ambiente ajetreado del lugar. Nada parecido al Palacio del Imperio Kou, siempre en el más aterrador de los silencios. Se preguntó que habría podido pasar con los príncipes y las dos princesas Imperiales, en si habían puesto algún tipo de resistencia si realmente Al-Thamen había movido ficha. De ese pensamiento, saltó a otros completamente distintos. Aquella respuesta, anteriormente, dada por el Rey a todas sus preguntas le desencajó. -¿Y por qué no? –revivió una vez más en su memoria. Él no quería esa respuesta tan general. Necesitaba explicaciones, y que fueran verdaderas. Judal sabía exactamente cómo era Sinbad, y este solía mentir de forma muy descarada a menudo, aunque por razones nobles. Aun así, para él no era justificación. El Rey era retorcido a su manera. Muy retorcido. ¿Y si… estaba actuando todo aquello para otro de sus enredados planes de dominación pacífica? Descartó aquello, pues se habría dado cuenta. No se le podía mentir a los magis, ya que podían ver las verdaderas intenciones a través del rukh. Sinbad nunca le había mentido a él, jamás lo hizo. Ese hecho generó una leve sonrisa en su rostro de forma inconsciente, calándose en su totalidad de un extraño, pero agradable, calor. Significaba que cada pequeña parte del amigable comportamiento que el monarca le mostraba era real. El rukh blanco de este se le acercaba a menudo, confirmándolo. Raramente, ya no sentía tan insoportable ese rukh blanco que antes se mataba por alejar. Y hablando de rukh, el del monarca estuvo gran parte de su paseo alborotado y su color rosa había vuelto de nuevo mucho más intensificado. Ese maldito desgraciado había estado pensando otra vez en su asquerosa "candidata a consorte". Su sonrisa se borró, apretando la mandíbula sin darse cuenta. Sintió el impulso de lanzarse por la ventana y el deseo de estrellarse contra el suelo. Algo le dolía a un nivel abrumador. –No… No de nuevo… -su garganta se sentía pesada y su abdomen muy comprimido. Si no dejaba de atormentarse psicológicamente por algo tan trivial como una relación amorosa con esa mujer que ya odiaba, pero de la que no conocía existencia alguna, iba a terminar soltando lágrimas sin sentido. Se frustraría por haber comenzado a dejarlas correr por sus mejillas sin conocer la razón de estas, y se intensificaría su llanto, enfocando rabia contra el Rey. Su estado emocional estaba empezando a empeorar, por lo que no tuvo más remedio que detener sus pensamientos. A partir de ese momento debía comenzar a preocuparse en serio, lo que sentía dentro era anormal y desconocido para él. Se convenció de que debía librarse de ello cuando pudiera. Escuchó la puerta abrirse, y suspiró ronco ante la interrupción sin saber quién era.

-El baño ya está preparado, joven magi. –informó si entrar una de las sirvientas, confundiendo a Judal, quien se volteó con el ceño fruncido.

-¿Qué baño?

-El Rey ordenó preparar un baño para usted. La tina se encuentra lista tras la puerta de al lado. –explicó temblorosa, pues ella era una de las persona en Palacio que sí conocía la identidad de Judal, para terminar marchándose, cerrando y dejando de nuevo al oráculo sólo. En aquella torre destinada a los visitantes, cada cuarto tenía su propio baño, estando estos en una habitación aparte, aunque pegada al dormitorio asignado.

No dejó de mirar la puerta, confuso. ¿Por qué querría ese idiota de Sinbad que se bañara? ¿Acaso…? Inmediatamente, tomó su manto blanco, olisqueándolo. No parecía desprender ningún tipo de olor desagradable. Su cuerpo tampoco. No le vio el sentido entonces, pero si así lo quería… No iba a rechazar un baño, con lo que a él le encantaban. Sobre todo en los que el agua llegaba a expulsar vapor por la calidez de esta.

No vio en qué momento, pero la mujer había dejado sobre la silla, situada al lado de la puerta, un pequeño albornoz de seda de color plata con un hermoso estampado floral abstracto y ondulante de distintos tonos negros. Se quedó unos segundos mirándolo, hasta que pareció reaccionar. Sacó la tela blanca que le cubría los hombros y parte del pecho, pero después de eso venía lo más complicado. Cómo se quitaría el ajustado top sin rasparse la piel de los brazos con este. Si ya moverse le resultaba incómodo, arrastrar una tela que se pegaba al cuerpo sería una tortura para la sensibilidad táctil de su tez. No le quedaba otra, tenía que quitársela y aguantarse la quemazón. Consiguió sacarla muy a duras penas y con múltiples quejidos. Lo peor había pasado. Arrastró su última prenda inferior hasta que cayera sobre el piso y se analizó a sí mismo. Definitivamente, no volvería a salir más de cinco minutos fuera sin cubrirse, o al menos, sin aplicarse un ungüento protector. Las únicas que parecían tener un tono normal, aparte de su pecho y espalda superior, eran sus piernas. Les tenía repudio. Eran delgadas al igual que el resto de su cuerpo, pero a diferencia, no estaban ni un mínimo trabajadas ni ejercitadas. Sus muslos eran demasiado blandos para su gusto por muy firmes que estuvieran. Eran en su totalidad y longitud magníficamente lisas, sin una sola imperfección ni vello en ellas. Tan exactas a las de una mujer… -Qué asco. –No las soportaba. Dio un par de pasos hasta la silla y se cubrió con la ligera y fina prenda, de mangas largas, pero algo corta. Estaba seguro de que si se le ocurría inclinarse se le vería todo el asunto. No se molestó en atar la cuerda que venía con el albornoz, hecha de la misma tela, pues sólo iba a la habitación de al lado. Tuvo suficiente con sujetarlo con una mano, mientras que con la otra soltó su extenso cabello azabache.

Abrió la puerta y salió al pasillo, sujetando la prenda por delante a la altura de su estómago, arrastrando parte de su pelo por el suelo debido a la impresionante longitud de este, para terminar encerrándose de nuevo, esta vez, en el baño. Observó la estancia, curioso. Era ligeramente más amplio que su cuarto. Paredes doradas, eso sí que le llamó la atención. Le fue imposible no acordarse de los brillantes ojos de Sinbad. Se descubrió en ello y se golpeó un lado de la cabeza con la mano, buscando expulsar aquel pensamiento. Su obsesión con él había aumentado de más, aunque no sabía si eso era bueno o malo. Observó el hoyo ovalado que hacía de tina lleno de agua. Hubo algo que no le gustó y que le hizo arrugar la nariz. ¿Dónde estaba ese inconfundible vapor cálido? Se arrodilló en el borde y probó la temperatura del líquido con sus dedos. Frío. Maldijo en su interior a aquella sirvienta de antes, le había preparado el baño terriblemente mal. Incluso él, que nunca lo intentó por sí mismo, podría haberlo hecho mil veces mejor. Decidió que usaría un poco de Magia de Fuego con sus manos cuando ya estuviera dentro para calentarla. Sacó los brazos de la suave prenda y la arrastró hacia abajo, a punto de tirarla en el suelo cuando la puerta se abrió por sorpresa, provocándole un salto, buscando vestirse otra vez sin resultado decente, pues la tela era tan ligera que resbalaba de sus manos desesperadas.

-Perdón por irrumpir así. –rio nervioso el causante, entrando y cerrando tras de sí.

-Cómo no… El típico de siempre. –sonrió con sorna, consiguiendo haberse atado, como mínimo, las mangas a la cintura, dejando la parte superior de su cuerpo descubierta, girándose de frente hacia él.

-Se me olvidó darle a la sirvienta la avena. –se rascó la cabeza, acercándose con una diminuta bolsa de este alimento integral en la otra mano. Se frenó en seco con una expresión vacía en su masculino rostro. La imagen que Judal mostraba era tan hermosa como excitante, sobre todo al haber liberado sus largas hebras negras. Ya las había visto antes de ese modo, en el interior del oráculo, mas no alcanzó a deleitarse la vista con ese cabello debido a la tremenda desesperación que contrajo en el momento. Ahora podía observar tranquilo. Su mente en blanco no reaccionaba, su instinto había tomado las riendas de sus cinco sentidos.

-¿Avena para qué? –el magi atisbó un leve respingo en el Rey, el cual ignoró. ¿Para qué demonios quería él ese cereal? No le dio importancia, por lo que interrumpió antes de que Sinbad hablara. –Esa sirvienta es una inútil. Deberías ser más firme con tus lacayos. Ha llenado el baño con agua fría por error.

-No ha sido un error.

-¿Ah? –se confundió.

-¿De verdad pensabas que ibas a bañarte con agua caliente teniendo la piel como la tienes? –suspiró. –Terminarías más escocido de lo que estás. El agua fresca con avena calma las irritaciones, para eso la traje. Con la avena y tu regeneración de rukh mañana no quedarán rastros de que alguna vez te quemaste. Así que deja de mirarla como si fuera veneno. –pidió con un deje de decepción. Que Judal desconfiara de él a esas alturas le dolía, aunque no supo si llegaría a revelar ese daño, aparentemente inofensivo, algún día. Recibió como respuesta que el magi oscuro entrecerrara sus ojos, afilando los extremos exteriores de estos. Sinbad suspiró de forma sonora, acercándose unos pasos más, arrastrando los pies sin gana. –Mira, Judal; es cierto que hemos tenido muchas confrontaciones, la mayoría muy desagradables…

-Desagradables lo habrán sido para ti. –interrumpió ofendido.

-A lo que me refiero es que no se puede cambiar lo que ya está hecho. No se puede continuar pensando en cosas del pasado, de nada sirve. –aclaró con tacto, tratando de verse lo más confiado posible. –Es por eso que te digo esto. No quiero seguir teniendo enemistad contigo, no me agrada nuestro continuo enfrentamiento. Si pudieras, aunque sea, reducir el odio que me tienes estaría más que satisfecho. Si no quieres llevar una relación, como mínimo, decente conmigo, entonces te pido, por favor, que conviertas nuestra enemistad en sólo rivalidad, al menos. Él único de los dos que falta por hacerlo eres tú. –terminó con notable nerviosismo. Su cuerpo iba a terminar estallando por la presión que la mirada, ahora rasgada y seria, de Judal le estaba clavando desde hace unos segundos. Hasta que este decidió moverse, ladeando la cadera y colocando su mano sobre un lado de ella, mostrando una vez más su típica sonrisa arrogante.

-Así que, al fin te dejas seducir por mis encantos.

-¡¿Eh?! –casi suelta la pequeña bolsa debido a la impresión, provocando que el magi riera a carcajadas.

-Qué estúpido eres. –insultó sonriente. –No prometo nada, pero haré el esfuerzo. Sólo por ti, eh. –le apuntó con la mano, simulando una pistola, y guiñando uno de sus ojos. Quiso hacer reaccionar del mismo modo torpe al Rey con esa última frase y tales gestos coquetas, para reírse un poco más a su costa. –Tan humano… -Aunque no lo consiguió, pues Sinbad había respondido con una sonrisa satisfecha, haciéndole fruncir un poco el ceño. –Mmm… -se cruzó de brazos. –Aunque no sé si quiera hacerlo. –de nuevo esa mirada seria tan rojiza consiguió preocupar al hombre adulto otra vez.

-Judal… -le llamó, tratando de darle a entender que no le agradaba el camino que el oráculo estaba tomando en la conversación.

-Pues regálame tus joyas. -Sinbad no respondió, aún se encontraba analizando la oración. Que Judal quería joyas… Fue cuando el magi oscuro volvió a reír que se permitió relajarse con un deje de vergüenza, entendiendo la situación. -¡Debiste haberte visto la cara! –sus carcajadas disminuyeron de intensidad. -¿Para qué querría tus inútiles joyas? Ya tengo las mías y con ellas es suficiente. –terminó, refiriéndose al collarín dorado y a sus brazaletes del mismo color.

-Hablando de tus joyas… -empezó esta vez el Rey. – ¿No sabes que si las mojas se estropearan? Pueden oxidarse, y será un logro complicado que recuperaran su brillo si eso pasa. Será mejor que te las quites. –el estado del oráculo cambió drásticamente. Su rostro dejó de tensarse en la anterior mueca divertida, borrando todo rastro de emoción. Unos eternos segundos de silencio, desesperantes para Sinbad, quien no entendía ese cambio brusco.

-No.

El monarca parpadeó un par de veces, estático.

-¿No? –fue lo único que atinó a vocalizar.

-¡Cómo lo oyes! ¡No, no voy a quitármelas! ¡Así que, ahórrate tus putos consejos y déjame en paz! -sus gritos pudieron haberse escuchado perfectamente incluso fuera del Palacio. Tuvo que sujetar el nudo de las mangas que tenía atadas a la cadera para evitar que su única prenda terminara en el suelo a causa del movimiento defensivo y brusco que realizó. Ahora sí, Sinbad se permitió asustarse. ¿Tanto apego le tenía Judal a sus tres piezas doradas? No era normal, sabía que el oráculo se cansaba muy rápido de las pertenencias materiales, incluidas las que solía usar o llevar diariamente. Entrecerró sus ojos dorados, dejando sus labios separados por la impresión. Algo no le cuadraba… Se acercó hasta quedar a poco menos de un metro del magi de Kou, con un semblante imponente.

-Quítate las joyas. –ordenó, firme y extremadamente serio.

-¡Te he dicho que te largues! –rugió, apresurando su puño hacia la cara del Rey. Este le agarró el antebrazo por encima del brazalete, frenando en seco la trayectoria del golpe. Por unos milisegundos pensó que Judal debía empezar a entrenar su escasa fuerza urgentemente. El magi realizó un movimiento violento, buscando liberar su brazo, acto que Sinbad aprovechó para sacarle el accesorio de oro. El magi oscuro presenció a cámara lenta y escuchando de fondo sus propias palpitaciones cómo su brazo se descubría al ser retirada su joya. Inmediatamente después de ser sacada por completo se pegó su extremidad superior, ahora desnuda, al pecho. Habría retrocedido también de no ser porque si lo hacía caería de golpe en el agua fría. -¡No me toques! –advirtió, ahora con un tono que irradiaba furia mezclada con pánico al ver cómo el Rey volvía a tomar su brazo.

Este, sabiendo que si se lo pedía de manera amable no iba a ceder, decidió separar la extremidad del magi de su pecho, extendiéndola hacia delante, contrarrestándole la inútil resistencia. Maldito deseo de saber que resquebrajó una pequeña parte de su alma. Sus dorados ojos desencajados observaban detalle a detalle ese antebrazo. Repleto de cicatrices horizontales, ligeramente más oscuras que el tono original de su piel. Bajo su misma expresión, tomó el brazo contrario, repitiendo el proceso, esta vez, sin ningún tipo de resistencia u objeción por parte de Judal, quien escondía sus ojos bajo su flequillo con la cabeza gacha.

Ambas extremidades dañadas.

Tremenda angustia que buscaba hacer morir a Sinbad en su lugar, pues la situación no se limitaba sólo a un abuso violento por parte de ajenos. Iba mucho más allá. Se permitió formular una respuesta a tales actos. El magi oscuro no permitiría jamás que nadie le matara, no se permitiría morir a manos de otros… que no fueran él mismo. ¿Qué es lo que el caído oráculo había estado buscando con aquello?... La libertad del suicidio, mas parecía que aún quedaba en él esa pequeña esperanza de vida que Sinbad consiguió atisbar hace mucho tiempo. Esa esperanza diminuta era lo que había mantenido al magi oscuro vivo, haciéndole sentir cobardía en los múltiples momentos en los que intentó acabar con su propia vida, momentos reflejados en los pálidos brazos. Una persona normal habría caído rápidamente, incluido este hombre de cabello lila.

El azabache apartó de forma lenta sus brazos sostenidos por las rudas manos del Rey para llevarlos a su cuello bajo la paralizada e inquieta mirada de este, quien parecía estar apunto del derrumbamiento emocional. Un dato irónico, pues en ese momento era el más adulto el que se situaba en el estado mental más débil. Vio tembloroso cómo Judal retiraba el collarín dorado de su cuello, dejándolo caer al suelo. Otro gran golpe psicológico para Sinbad. ¿Acaso era posible aumentar más la intensidad del odio que le profesaba a Al-Thamen? Sí, lo era. ¿Por qué? Le habían cortado la garganta a su propio oráculo. Otra cicatriz horizontal más, esta vez, más gruesa y aparentemente profunda cuando fue herida, que abarcaba toda la parte delantera del blanco cuello del chico. No alcanzó ni siquiera a razonar el cómo era posible que aún pudiera usar al cien por cien sus cuerdas vocales. El magi observaba al Rey con expresión despreocupada, pero seria.

-Ya está. ¿Feliz? –habló con molestia, echando hacia atrás un mechón de su ondulado cabello. -¿Me dejas bañarme ahora? –Sinbad pareció reaccionar un poco, pero aún sin borrar su incrédula y dolorosa expresión.

-Judal… ¿Por qué…? ¿Por qué nunca me avisaste de esto? –pareciera que iba a hundirse en llanto a causa de la voz tan quebrada que tenía.

-Soy un vil mentiroso, ¿recuerdas? Aunque lo hubiera hecho, no me hubieras creído. –sonrió amargamente, rascando la parte trasera de su cabeza.

El Rey movió un poco la cabeza, desviando la mirada hacia varios puntos con su respiración temblorosa, buscando una respuesta para darle, la cual no tenía. Sentía como si hubiera sido él el causante de todo aquello. El culpable de que el magi oscuro hubiera pasado por todo eso. Como si le hubiera abandonado en un momento clave.

-Sólo… sólo no vuelvas a pensar en hacerte eso, ¿me escuchas? –le penetró la mirada con sus gemas doradas, refiriéndose a las heridas en sus antebrazos. Recuperó la compostura y le tomó por sus hombros desnudos, posando las manos también sobre algunos mechones negros que se ubicaban cayendo de ellos. –Nunca. ¿Has entendido bien? Jamás lo hagas de nuevo.

-¿Por qué eso te importa? No es algo que te incumba.

-Me incumbe, Judal. Y no sabes cuánto. –aclaró sin dar más explicaciones. Suspiró sonoramente, con un casi imperceptible temblor en el sonido, pues aún estaba tocado. Pasó por el lado del magi y se inclinó en el borde de la bañera, metiendo la diminuta bolsa de avena para volver a incorporarse y dirigirse al azabache. –Entra antes de que te enfríes, el agua no es tan helada como parece. Tu cuerpo cogerá rápido la temperatura. –caminó hasta la puerta y la abrió. –Presta atención a lo que voy a decirte, Judal. –giró su cabeza para mirarle a los ojos. –No estás solo. Yo estoy contigo…–y terminó marchándose, cerrando tras de sí y dejando al magi confuso, quien después de unos segundos, sonrió, sobándose la frente.

-Rayos… Sí que eres idiota. –dijo para sí mismo aunque aquello fuera dirigido a Sinbad, quien ya no estaba ahí, desatando el nudo de las mangas en su cadera. Dejó que la prenda se deslizara hasta el suelo, para finalizar metiéndose en el agua. No le hizo falta pensarlo demasiado, haría caso al Rey. Por algo él era su Candidato a Rey favorito.

Nunca se lo admitiría a alguien, pero salió renovado y relajado de ese baño. Lo aprovechó también para limpiarse la estropeada sombra morada de sus párpados y quedarse al natural. Habiendo entrado ya a su cuarto, colocándose el albornoz de seda sobre la cintura de nuevo y con sus joyas en su sitio original, comenzó a untarse el ungüento que, al parecer, Sinbad había puesto sobre la cama después de la incómoda y desagradable situación anterior. Se aseguraría de que nadie más se diera cuenta de lo que escondía bajo esas joyas. Sería algo vergonzoso para él, así que, que hubiera sido el Rey quien lo descubriera no le importaba, como si pudiera confiarle todo tipo de cosas. Su cuerpo dejó de arder hacía un rato atrás, y la sustancia líquida que se estaba aplicando en las zonas rojas calmaba el picor restante. Pero había un problema. No alcanzaba a la espalda. –Joder… -y como un gran y agradable milagro…

-Juuuudaaaaaal~. –cantó el magi más pequeño, entrando sin permiso. El nombrado se sobresaltó, casi echándose hacia atrás.

-¡¿Qué quieres?! –después de haber obtenido la información sobre los avanzados pensamientos sexuales de Aladdin trataba de no confiarse de esa cara infantil. Estaba seguro de que por su culpa había cogido un nuevo trauma.

-Venimos a acompañarte y darte mimos. –sonrió, saltando de golpe sobre la cama con una felicidad desbordante.

-¿Venimos? –susurró con un hilo de voz. –Ay, no…

-¡Hey! –saludó el rubio esgrimista entrando al mismo tiempo que Morgiana. Ambos miraron por unos segundos al magi oscuro, sin sorprenderse por el cabello suelto, ya que ya lo habían visto así, con flores incluidas, pero este no lo sabía. Sin darse cuenta, se habían encariñado con él, más por el hecho de que se habían acostumbrado a su anterior actitud pacífica y pasiva cuando este aún se encontraba en su trance. –Pareces un…

-Cangrejo de río. –terminó la fanalis. Los tres chicos observaron nerviosos cómo Judal estrellaba la cabeza contra la pared.

-Woh… -Alibaba se sorprendió ante esa reacción.

-Estoy ocupado ahora. –trató de echarles con la excusa habiendo recuperado su postura inicial.

-¿Haciendo qué? –preguntó curioso el de cabello azul, quien estaba tumbado boca abajo en la cama, apoyando los codos.

-¡Te importa! –señaló molesto de forma sarcástica.

-¿No alcanzas a la espalda? –Judal dio un salto, pues la pelirroja se había posicionado detrás de él sin que se diera cuenta.

-¿Cómo demonios ha…?

-Eso parece ser. –rio Alibaba a un lado de él, volviendo a sobresaltarle.

-¡Quiero mi espacio, joder! –gritó angustiado, y es que, esos dos estaban casi pegados a él.

-Ya, ya. –el rubio se separó, y Morgiana se sentó sobre el colchón, al lado del otro magi mientras Judal no les quitaba la vista de encima, cruzado de brazos.

Silencio.

-¡¿A esto venís?! –chilló agitando los brazos, ya sin paciencia. Provocó que Alibaba suspirara.

-Te ayudaré con eso.

-¡¿Con qu…?! –no le dio tiempo a formular la sílaba completa, pues el joven ex príncipe le había comenzado a empujar hasta terminar sentándole con los otros dos, para luego hacerlo él detrás del magi oscuro. Bajo la confusión del oráculo, el rubio apartó el largo cabello azabache de la espalda, y comenzó a untar el translúcido líquido en la zona irritada e inalcanzable para las manos del magi de Kou.

-Aún sigue caliente. –comentó, refiriéndose a la superficie de su piel.

-Esto es vergonzoso… -abrazó sus piernas, escondiendo la cara en las rodillas mientras Alibaba pasaba las manos por su espalda, riéndose. Eran conscientes de que el muchacho había pegado un gran cambio sin darse cuenta si quiera.

-No lo es. –dijo Aladdin, ahora sentado de frente y de piernas cruzadas hacia Judal. Este niño no le veía lo vergonzoso a nada.

-Cállate, enano. –soltó molesto sin levantar la cabeza.

La pelirroja dirigió su colorada mirada hacia la mesita de noche, sobre la que estaba un pequeño recipiente con tinta morada. Consideró que aquella debía ser la pintura facial que Judal usaba. Se había dado cuenta al entrar de que este no la estaba llevando. Se levantó provocando que, en plena desconfianza, el azabache asomara sus ojos carmesí sobre los brazos, analizando cada uno de sus movimientos. Tomó en sus manos el pequeño objeto, mirándolo por unos segundos, para después conectar su vista con la del magi más mayor.

-Por aquí no hay espejos para que puedas ponértela. ¿Me permitirás pintarte? –preguntó sin ningún tono ni expresión en particular. Judal torció la boca, habiendo levantado ya la cabeza. Se cruzó de piernas, tratando de no moverse demasiado, pues Alibaba aún no terminaba de hacer que la pálida piel de su espalda absorbiera el remedio contra las quemaduras. Mostró una sonrisa arrogante.

-No creo que sepas. De seguro tu pulso es pésimo. –juzgó como excusa.

-Por supuesto que sé. Ya lo hice varias veces antes. –hizo que el oráculo chascara la lengua, desviando su mirada.

-Si es así, más te vale entonces hacerlo exacto a como lo hago yo. –advirtió, aceptando con molestia. Ella levantó levemente las comisuras de sus labios, y como si supiera dónde estaba cada cosa, sacó un pincel del primer cajón de la mesita de noche. Judal la miró, un poco sorprendido. -¿Cómo sabías que eso estaba ahí?

-Ya lo había visto antes. –aclaró, acercándose al colchón.

-¡Yo quiero ver cómo lo haces! –Aladdin sonrió, haciéndose a un lado para dejar hueco a Morgiana delante del otro magi. La pelirroja se sentó arrodillada, untando las blancas y suaves hebras del fino pincel en la pintura, y le hizo un gesto a Judal, quien suspiró frunciendo el ceño, entendiendo lo que quería decir. Este dejó caer los parpados limpios, cerrando sus ojos. Iba dejarse pintar en serio.

Después de haber salido tan relajado de ese baño no iba a permitir que su buen humor se chafara por esos tres y sus niñerías. Aunque sí le gustaba ser mimado y cuidado constantemente. Así le habían criado. Sintió un delicado cosquilleo en su párpado superior izquierdo. Reconocía el tacto, y por lo que parecía, la fanalis tenía experiencia.

Qué situación más extraña…

No podía evitarlo. Estaba preocupado. Muy preocupado. Aun después de haberle dicho al oráculo de Kou aquello, no podía estar seguro de que no lo iba a intentar una vez más. Por eso mismo se encontraba dirigiéndose a su cuarto. Apenas habían pasado dos horas y ya necesitaba saber qué hacía y cómo estaba. Vio desde lo lejos que la puerta de la habitación asignada al magi oscuro estaba entreabierta. Judal siempre la cerraba. Apresuró el paso hasta llegar y asomarse sin entrar. Sonrió realmente conmovido por lo que estaba viendo. Una escena graciosa y adorable.

Los cuatro jóvenes estaban ahí. Alibaba se había apoderado casi por completo de la cama, durmiendo en la parte superior del colchón, sustituyéndole el lugar al típico alargado cojín que siempre se colocaba ahí, con la boca abierta y las piernas estiradas. La joven fanalis también se encontraba en ese estado de sueño, en una postura fetal en la zona inferior del esponjoso mueble. Sobre ella, Aladdin parecía muerto, simulando una manta que cubría a Morgiana, boca arriba al igual que el rubio, solo que con la espalda arqueada. Y finalmente, Judal, con su cabello aún suelto y esparcido por todos lados y ya con la bata de seda bien puesta, dormitando de lado con la cabeza apoyada en el abdomen del esgrimista, usándole a modo de almohada. Posiblemente, aquella fuera la imagen más memorable que tendría de aquellos cuatro juntos. No se atrevió ni siquiera a avisar al trío aventurero de que volvieran a su propia habitación, por lo que les dejo ahí, cerrando la puerta con una sonrisa divertida. Él también debía ir a descansar.

El ambiente se sentía más cálido. Los potentes rayos del sol se colaban por la ventana, reflejándose en la superficie de la cama. Se colocó boca arriba, abandonando su anterior postura ladeada, y restregó los puños por sus ojos, aún cerrados. Tampoco tenía la intención de abrirlos. Se acomodó, cambiando al lado contrario, acurrucándose. No recordó haber dormido tan bien en toda su miserable vida. Tenía ganas de no volver a levantarse jamás de aquel mullido colchón. Y por el momento, no lo haría. No echó de menos su cama en el Imperio Kou. Para él, era la primera vez que dormía de forma tan plácida. Más bien, la primera vez que dormía. Todas y cada una de las noches desde que nació lo único que realizaba era tumbarse en su cuarto y cerrar los ojos, mas nunca alcanzaba a descansar, estando consciente en todo momento. Despierto noche tras noche a lo largo de más de toda una década. No conocía la sensación que se sentía al dormir, hasta ese momento. Y era magnífica. Lo estaba decidiendo en ese momento, dormiría para siempre y no se levantaría de nuevo. Pocos segundos después se dio cuenta de que aquello podía malinterpretarse con la muerte. Pero no le importó, porque él sabía lo que quería decir con aquello; convertirse en un maldito vagazo perezoso. Tan cálido, tan cómodo, tan silencioso…

Hasta que escuchó un gran barullo que provenía de fuera, obligándose a abrir los ojos con pesadez. Tomó la almohada y se tapó la cabeza con ella. –Espera… esta almohada no debería estar… -se sentó de golpe, viéndose a sí mismo sólo en el cuarto.

Visualizó en su memoria lo ocurrido la noche anterior. Tras haber sido maquillado a la perfección por Morgiana y al haber terminado Alibaba de darle el ungüento en la espalda, recordó que el niño descerebrado propuso un juego, el cual terminó saliéndose de control, quedando él involucrado también. Algo así como revolcones, jaloneos, manotazos, caídas y demás. Lo último en su mente fue que quedó completamente agotado debido al estrés físico que esos tres le habían causado y que se tiró sobre la primera superficie, medianamente, blanda que encontró, resultando ser el abdomen del rubio, quien había terminado casi K.O. por un salvaje almohadazo por parte de la fanalis. –Ya no me entiendo ni yo… -agachó la cabeza con un tic en el cuello de manera cómica. La levantó, curioso, cuando volvió a escuchar voces. Se levantó gruñendo de la cama y se asomó por la ventana, por la cual pasaba una cálida brisa que revolvía sus libres mechones ondulados. Observó a bastante gente en el patio exterior, más concretamente, los generales, el trío de tontos y el Rey idiota. -¿Qué demonios hacen ahí? Ni avisan siquiera… -sonrió de lado. –Si pensaban que me iba a quedar a un lado se han equivocado. A mí nadie me ignora. –se metió rápidamente de nuevo. Y como Sinbad le aseguró el día anterior, su piel había sanado de forma eficaz. Se dio prisa en vestirse y en salir levitando de la Torre de Sagitario que daba directamente a su destino. Al estar ya al aire libre y visualizar al grupo, se dejó caer de pie en el suelo, y comenzó a acercarse con paso seguro, distrayéndose mientras tanto con las vistas del resto de torres. Nunca se había parado realmente a admirar la arquitectura del Palacio de Sindria, pero era impresionante. Miraba aquí y allá, andando al mismo tiempo hacia sus objetivos.

-¡CUIDADO!

Volvió en sí con un sobresalto, dirigiendo su mirada hacia delante exactamente en el momento en el que algo, que se dirigía a él a toda velocidad, se estrelló contra su frente, tirándole hacia atrás y cayendo al suelo.

-¡LE HAS MATADO! –escuchó ese grito femenino tan dramático acercándose con rapidez, al igual que unas pocas voces más.

-¡No digas eso ni en broma! –esa voz masculina sonó sobre él. En su difuminado campo visual alcanzó a atisbar los colores azul celeste, lila, y lo que parecía ser una persona de piel oscura. -¿Estás bien, Judal?

-Yo me había levantado de buen humor… -aclaró con voz quebrada y adormilada, llevando sus manos a la zona golpeada, maldiciendo lo que le acababa de ocurrir. Por una vez que el pobre oráculo amanecía contento…

-Lo siento. –Sinbad se inclinó en el suelo, su labio inferior tembló un poco por la culpa. –Si el desquiciado de Sharrkan se hubiera dejado golpear sin esquivarme… -miró al moreno con repudio.

-¿Y dejar que una piedra me escalabrara? Eso es de estúpidos. –se defendió. Y es que, este le había gastado una pequeña broma al Rey, el cual no se la había tomado de forma tan cómica, terminando por lanzarle una piedra. Piedra que, irónicamente, alcanzó a la persona que menos quería dañar. Muy bien, Sinbad, te has lucido, campeón.

-Creo que al final tendremos que bañarte en ungüentos en lugar de agua, por si acaso. –rio Yamuraiha. –Porque menudos días llevas…

-Corro más peligro aquí que en la sede de la maldita organización, no me jodas. –se sentó, aún sin destapar su dolorida frente. La maga de agua sonrió.

-Anda, ve a la enfermería a untarte uno ahí antes de que se hinche. –tomó una de las manos del magi oscuro para ayudarle a levantarse. –Y tú, por lanzar la piedra, le vas a acompañar. –señaló con el dedo al hombre de cabello lila, quien se rascaba la cabeza mirando a otro lado, avergonzado.

-¿Y dónde está? –preguntó un poco molesto. Sinbad posó la mano sobre uno de sus hombros. Cierto, el oráculo no recordaba nada de su trance, auqnue tampoco era necesario, pues no había ningún recuerdo de valor realmente.

-Ven. –comenzó a caminar con él, llevándole al edificio central, por el que tomaron un par de pasillos hasta llegar al lugar. Se adentraron en silencio a la amplia sala repleta de camillas hasta llegar a una estantería.

El Rey rebuscó en esta, mirando de reojo la mueca de dolor de Judal, quien había vuelto a presionarse la frente con las manos.

-Espero que no me guardes rencor por eso. –le dijo, sin dejar de buscar.

-Podrías haber mirado al menos hacia dónde lanzabas, imbécil. -observó con sus ojos carmesí cómo el monarca se daba la vuelta, ya con sus dedos lubricados en una sustancia translúcida.

-A ver. –apartó con la mano libre las del magi oscuro, dejando a la vista el golpe. Se había puesto ligeramente morado. Apenas rozar un poco la zona, el oráculo se quejó.

-¡No presiones tanto, duele!

-No lo he hecho... –arqueó sus pobladas cejas hacia atrás, apenas le había tocado. –Pues si con esto te quejas, creo que tendré que cubrirme cuando te lo extienda, no me gustaría que me patearas en una zona prohibida. –por suerte, hizo que Judal se riera, pero había un contratiempo; le había regalado gratuitamente esa idea. –Puedes apretarme los brazos, si quieres, para desahogarte si duele mucho. Pero no me los arranques.

-Como si necesitara desaho… ¡Auh! –y lo hizo inmediatamente, a la vez que también presionaba sus párpados, cerrándolos en una expresión adolorida.

-Si no lo hago así, te saldrá un chichón. -Sinbad había retirado su flequillo negro, y movía dos de sus dedos sobre su frente, cubriendo la zona amoratada con la sustancia, tratando de no apretar demasiado. Al mismo tiempo, miraba con atención el rostro del muchacho, y no pudo evitar reírse de forma muda, no quería que Judal le escuchara. Podía malinterpretar su risa como una burla, cosa que no era. Se veía bastante gracioso con esa mueca arrugada. Analizó desde sus cejas fruncidas, en un gesto tenso, hasta llegar a sus labios. De nuevo, aquella zona naturalmente rosada le estaba llamando en sueños. Hacía poco que se había dado cuenta, y fue un golpe muy impactante, pero no se lo negó a sí mismo en ningún momento; sentía amor. Amor hacia Judal. Y no un amor de afecto amistoso o compañerismo. Era ese amor del que hablaban las leyendas y las fábulas, ese que hacía saltar el pecho y desbordaba la mente. Un tipo de amor que jamás creyó que sentiría por alguien, ni siquiera por una mujer. Y el magi oscuro lo había conseguido, dejando por los suelos a todas aquellas féminas que lo intentaron en el pasado. Fue él quien le robó el corazón. Cortó su respiración y acercó muy lentamente su rostro al del oráculo. Iba a hacerlo; iba a besarle. Sin embargo, se detuvo poco antes de poder rozar sus labios. ¿Qué diría Judal? ¿Cómo reaccionaría? Consiguió cerciorarse antes de intentar nada. Lo que estaba tratando de hacer podía resultar peligroso, y mucho. El magi podía responder de muy mala manera, pudiendo incluso mandar a tomar viento todo lo que había acordado con Sindria. Era así de increíble. Su país se vería directamente afectado por un simple beso. ¿Qué era lo más primordial en ese momento? ¿Proteger a las personas que allí residían o besar los, aparentemente, jugosos y dulces labios del oráculo de Kou? No pudo hacerlo, no porque no le faltaran unas ganas impresionantes, sino porque no debía. Se estaba jugando demasiado. Consideró que, además, podía tener otras oportunidades más adelante. Así que, decidió ser un poco más paciente. Ya llegaría el momento adecuado. Sonrió con pesadez mientras alejaba un poco su rostro.

-¿Ya? –preguntó Judal, aún con los ojos cerrados. Sinbad pareció regresar al mundo real. No se dio cuenta de que había detenido el movimiento de sus dedos al acercarse antes, pero aquello parecía haber absorbido ya la sustancia.

-Eso parece. –hizo un último movimiento sobre su frente, y comenzó a caminar hacia la salida, sonriendo alegre y dejando al magi oscuro ahí, que aún no se movía. –Vamos, nos estarán esperando. –fue cuando Judal se apresuró a alcanzarle, con una corta y ligera carrera.

-¿Esperando para qué? –ambos se perdieron por el pasillo.

Ninguno de ellos se dio cuenta de que dos pares de ojos azules habían estado espiando desde una de las ventanas. Esas dos miradas marinas, una más joven que otra, parecían brillar de emoción.


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