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Recuperando lo robado por Scardya

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Se frotó levemente los ojos, terminando por abrirlos, acompañado de un par de pestañeos. Su cuerpo desnudo cubierto por debajo de los brazos por las finas sábanas. No había luz. Supuso que aún era de madrugada, por lo que le quedaban unas cuantas horas más para disfrutar del sueño. Giró su cabeza sobre la almohada, observando en la oscuridad, iluminada por el destello blanco azulado que la luna despedía, la fina espalda y la despeinada trenza de Judal, también arropado por la tela. A diferencia de él, este continuaba vestido. Se colocó de lado hacia él, apoyando el codo, y su mano sosteniendo el peso de su cabeza, sonriendo. Aún no creía que hubiera sido el oráculo quien hubiera tomado la iniciativa, y por si fuera poco, sin saber ni preguntar nada. Se había tirado a él de forma directa sin dar explicaciones. Había sido una muy grata sorpresa, sospecha de que, posiblemente, el magi oscuro también podría sentir algo hacia él. Si no, no lo hubiera hecho. ¿No suelen decir que los niños y los borrachos siempre se muestran con la verdad por delante? Alargó su mano libre, jugando con uno de los mechones rebeldes que se habían liberado de la prisionera trenza, comenzando a recordar lo sucedido anteriormente.

-Lo has hecho bien para ser novato, pero aún tienes tus fallos. Esta vez seré yo quien te muestre cómo se hace. –descendió hacia abajo, besando cada rincón del pálido abdomen y haciendo estremecerse al oráculo de Kou. Levantó la cabeza, clavándole sus ojos ámbar. -¿Estás preparado para recibir lo mismo que me has ofrecido de un profesional? –sonrió de lado, mostrando su faceta dominante y traviesa.

-Entonces, ¿no te gustó? –se apoyó sobre los codos, entristecido. Esa mueca provocó que Sinbad riera.

-Créeme cuando te digo que ha sido la mejor felación que he recibido. –mordió levemente la línea que conformaba el hueso de la cadera, sacándole un diminuto quejido. El Rey se deleitaba la vista completamente con su rostro pálido tan enrojecido, adornado por esas delgadas cejas, ahora arqueadas hacia atrás, y esos ojos luminosos entrecerrados. Continuó regalando besos a diestro y siniestro por todo el bajo vientre del magi oscuro. –También me gustas, Judal. Pero creo que mi definición de "gustar" hacia ti va mucho más allá que la tuya. –se lamentó un poco, comenzando a frotar débilmente con la mano por encima del pantalón, notando su dureza y haciéndole gemir quedamente esta vez.

-¡Mh!... –el monarca tomó el borde de la prenda, clavándole una mirada cargada de lujuria en sus ojos rojos. El azabache dejó caer su espalda de nuevo sobre el colchón, levantando la cadera, y dándole permiso para retirarla. Sinbad sonrió ampliamente, bajando sin prisa el pantalón hasta borrarlo por completo de su mapa. No tardó en posicionarse entre sus piernas, las cuales se quedó observando. Tan finas, blancas, suaves y perfectas. Ni la mujer más dotada con la que había estado las tenía así de hermosas y cuidadas. Acarició con cada una de sus manos desde los empeines de sus pies, creando un camino de roces con sus dedos a medida que subía hasta llegar a los blandos y bien formados muslos, abriendo sus manos para agarrarlos y separarlos el uno del otro. Tuvo la sensación de que esas piernas iban a convertirse en una adicción. Le pareció escuchar un tembloroso suspiro por parte de Judal. Estaba nervioso. Pudo notar que en esos nervios se escondía un deje de temor, tal vez iniciado por dejarse exponer a actos y sensaciones desconocidas para él. Lo nuevo siempre asusta al principio. El Rey rio un poco, divertido por su inocente reacción. Se acercó a su objetivo, besando la punta y sus alrededores, provocando tensión en el cuerpo del joven, quien, con los ojos cerrados fuertemente, apretaba y arrugaba las sábanas, presionando sus labios y matando los deliciosos sonidos en su garganta, evitando que salieran. Al parecer, eso no le gustó demasiado al monarca, por lo que ejerció fuerza con la lengua al mismo tiempo que se introducía su miembro en la boca. -¡Nhaa!... –gimió sonoramente sin pudor, aumentando el ego de Sinbad. Su pecho, cubierto por su top y manto blanco, se alzaba y descendía, producto de la irregular ventilación pulmonar. El Rey comenzó a repetir el movimiento una y otra vez, alternando también con las manos, haciendo temblar y retorcerse de placer al magi. Añadió al juego las succiones, subiendo el nivel del caldeado ambiente. -¡Aah!... ¡Ah…! –aceleró el ritmo, sabiendo a lo que se exponía. -¡Ahn! ¡Sin… in!... ¡bad! ¡Y… ya…! ¡Aaaaah! –Judal gritó, arqueando violentamente la espalda a causa de la potente corriente eléctrica que se concentró en su bajo vientre y genitales. El monarca tragó sin dificultad la dulce esencia del oráculo, y se limpió con la manga al mismo tiempo que se erguía, arrodillándose sobre el colchón y desnudando por completo su trabajado torso bajo la lujuriosa y avergonzada mirada carmesí.

-Tan rápido. –comentó, mientras que en un abrir y cerrar de ojos ya se había desprendido de todos sus ropajes, volviendo a posicionarse sobre el magi oscuro, entre sus piernas abiertas. Este desvió la cabeza hacia un lado, lleno de sofoco y timidez. Lo único que ese acto provocó fue que la excitación en el cuerpo de Sinbad aumentara, pues no se veía todos los días a Judal siendo tímido.

-Dijiste que sólo ibas a hacer lo mismo que yo hice… -dijo por lo bajo, con las mejillas subidas de temperatura y color.

-Sí, pero, ¿no es mejor terminar lo que se empieza? –mordió su clavícula, expuesta debido al tremendo escote que el top y el manto dejaban, sacándole un quejido, más de sorpresa que de dolor. Se paseó por toda esta, saltando de vez en cuando hacia debajo de su mentón, pues el collarín dorado le impedía acceder al cuello, dando leves bocados, lametones y succiones por donde pasaba, marcándole la piel, dejando su firma grabada.

-Mm… -generó un sonido cerrado de permiso sin darse cuenta, demostrando que no iba a oponer resistencia. El Rey se detuvo, encarando al oráculo y comenzando a acariciar con una mano su barbilla, pasando después libremente por su mejilla. Ambos con la mirada clavada en la del otro sin articular nada. Sus dedos se desplazaron hasta sus labios, delineándolos y palpándolos, señal que el magi entendió. Cogió la mano del monarca con las suyas, simplemente para hacer contacto, y abrió su cavidad bucal al mismo tiempo que cerraba los ojos dejándole paso a tres de los dedos del adulto, lubricándolos con ayuda de la lengua en el interior de su boca. Estos jugaban con ese músculo húmedo, enredándose. Sinbad los retiró despacio, siendo unidos a la lengua de Judal por un fino hilo translúcido de saliva. Sin moverse de su posición ni dejar de mirar cada parte del rostro ajeno, condujo su mano hasta la entrepierna del azabache. Tocó muy suavemente su perineo, haciéndole estremecerse una vez más. -¡Nh!... –la sonrisa del Rey ya era imposible de borrar. Desde esa zona, se movió hasta rozar su entrada, arrancándole un suspiro sonoro.

-Eres virgen aquí, ¿cierto? –sonrió más ampliamente, pues era una pregunta retórica. En respuesta, el magi se tapó los ojos con ambos brazos. –No hagas eso, déjame verte. –el monarca le apartó sus extremidades superiores con la mano libre, dejando al descubierto un puchero tan adorable como sexy, dedicándole una mueca comprensiva. ¿Cómo era posible que una persona poseyera tanta belleza natural?

-Idiota… -murmulló con tono quebrado, no sabía ni siquiera cómo tenía que reaccionar. El hombre de cabello lila rio un poco, volviendo a acariciar esa zona sensible, consiguiendo que las pálidas piernas del joven chico se tensaran, doblándose un poco más. Introdujo despacio el primer dedo, tratando de hacerle sentir el mínimo dolor posible. -¡Ouh!... –aun así, terminó quejándose, agarrando a Sinbad por los hombros y cerrando los ojos con leve fuerza. Este comenzó a moverlo en círculos, dilatando de la manera más delicada posible. Puso en juego un segundo dedo, que hizo maldecir con un poco más de volumen al oráculo, pero que rápido dio inicio a los suspiros continuos al notar como se juntaban y separan en su interior. El tercer dedo hizo acto de presencia, simulando entre los tres diminutas penetraciones. -¡Ah! ¡Aaah! –Judal gemía, ya acostumbrado a ellos, suplicante por más, por lo que movió la cadera contra la mano del Rey, buscando más acercamiento. En cuanto se notó vacío, volvió a abrir sus ojos rojos, mirando con el ceño fruncido al monarca. -¿Por qué los quitas? –casi regañó, ya mostrando un leve brillo en la piel de su rostro ruborizado debido al sudor. Recibió respuesta inmediata, sintiendo con dolor cómo algo de mayor porte se introducía en él. El monarca había arremetido la punta de su miembro. -¡Aaaah! –soltó un grito, no muy alto, echando la cabeza hacia atrás. El Rey esperó en esa posición sin moverse, aproximadamente medio minuto, queriendo asegurarse de que no dañaba la entrada virgen de Judal. Aunque tampoco podía esperar demasiado, pues entonces sería él quien terminaría dañándose, por lo que decidió continuar insertando su virilidad sin pausa, pero sin prisa. -¡Ah! ¡Auh, auh, auh! –se quejó de forma rápida a medida que entraba. -¡Duele, idiota! ¡Dueleee! –para su suerte, Sinbad ya había finalizado de incrustarlo todo, esperando unos cuantos segundos más.

-¿Cómo te sientes? –preguntó con apenas un deje de preocupación, asegurándose de que realmente no le había hecho daño.

-Duele… -se limpió unas escasas lágrimas de los ojos con la respiración agitada. -… me siento muy lleno… ¿Por qué… tienes que ser tan grande? … Es demasiado… -su voz tembló, casi pareciendo un sollozo. Sinbad sonrió apenado por el inminente dolor que el magi sentía, y juntó su frente con la de él, esperando unos segundos más. Fue entonces que llevó sus manos a los muslos de este, levantándolos. Salió hasta la mitad, y dio la primera y suave estocada. -¡Aah!... –repitió el mismo procedimiento, volviendo a escuchar un sonido similar. Continuó deleitándose con esos incitantes gemidos, ahora, únicamente, cargados de placer y regocijo, a la vez que arremetía cada vez con más ritmo contra el oráculo de Kou. Empujó aún más aquellos pálidos muslos hacia el vientre de su dueño, abriéndole ante él, y permitiéndose llegar más profundo. Sus cuerpos se calentaban junto con el aire que les rodeaba, sofocándoles y humedeciéndoles por completo. Judal había comenzado a mover también todo su abdomen, hundiendo con mayor facilidad en su interior al Rey. -¡M… más… fuerte! –desesperado por sentir, enrolló sus piernas a la cintura del monarca. Este, levemente impactado por ello, se incorporó un poco, de rodillas, y le tomó de las caderas con decisión, subiéndole sobre su regazo y clavándose en él con fuerza, mientras que el magi, aun dejándose caer hacia atrás y con los brazos sobre su cabeza, sujetaba la almohada, haciendo con esa posición estirada más intensas las embestidas, gimiendo descontroladamente. El adulto le golpeaba con ímpetu. -¡Aaah! –había tocado un punto clave en lo más profundo del oráculo. Repitió esa estocada, con la misma fuerza, velocidad y ángulo. -¡Sigue dan… ah… ahí! –le costaba formular una simple frase debido a lo cegado que estaba de lujuria. Sinbad embistió numerosas veces contra ese punto a una velocidad vertiginosa, haciéndole gemir, gritar y retorcerse. Ambos veían el borde del lascivo clímax final. El Rey se colocó sobre él de nuevo, tomándole por debajo de las rodillas y alzando mucho más que antes sus muslos al mismo tiempo que los separaba sin miedo a hacerle daño, pues ya había sido descubierta su gran elasticidad anteriormente. -¡Sin… ba…! ¡Aaaaah! –gritó a los cuatro vientos, cubriendo los gemidos finales del Rey con ese chillido, arqueando por segunda vez en la noche su espalda, y echando la cabeza hacia atrás, poniendo, inconscientemente, sus ojos en blanco a causa de haber sido enviado a otro plano dimensional al sentir su interior siendo inundado por la esencia que el adulto había expulsado dentro de él. El monarca liberó sus piernas y se dejó caer, apoyando los codos a cada lado, ambos con las respiraciones agitadas e irregulares, cubiertos por una fina y brillante capa de sudor.

Después de unos minutos, se incorporó un poco para encarar al oráculo. Mas no esperó encontrárselo completamente frito, metido en un profundo sueño.

-Rayos… -sonrió con lástima, pues le hubiera encantado al menos que le dijera algo. Salió con delicadeza del cuerpo del magi, tratando de no despertarle, y se levantó, yendo a recoger los pantalones de Judal que él mismo había tirado, dispuesto a vestirle, ya que no sería algo recomendable para una persona de clima medio que cogiera un frío típico de zonas cálidas, un frío no muy notable, pero que sí afectaba con mayor frecuencia al cuerpo. Después de hacerlo, soltó la liga de su cabello, pues se le hacía incómodo dormir con la coleta puesta. Se tumbó a su lado, no sin antes cubrirse ambos con la delgada sábana, sin dejar de observarle. Una imagen adorable de la que, si se lo hubieran dicho tres o cuatro semanas antes, no hubiera creído ser espectador. Ese rostro, ahora menos ruborizado, tan tranquilo y pacífico, sin una sola arruga de tensión en él. Tan angelical. Tan exacto a… Se acercó, casi desesperado, a abrazarle, escondiendo los ojos entre el hueco del hombro y el cuello del oráculo. La imagen que vio ese día cuando Judal estuvo a punto de morir cruzó por su cabeza cuando miró ese rostro durmiente. Era la misma expresión, completamente igual. Su mente acababa de jugarle una mala pasada, por lo que no pudo evitar reaccionar así. Pero ahora, estaba a salvo. Estaba con él. Era consciente de que, por desgracia, el magi no recordaría nada al despertarse a causa de la borrachera que llevaba encima, pero sabía que en algún momento terminaría por recordarlo con el paso de, aproximadamente, medio día o varios de estos, dependiendo de su tolerancia a la futura resaca.

Sinbad suspiró. Sí que se había asustado en ese momento. Dejó la mano, que enredaba uno de los mechones negros, quieta, escuchando leves quejas al mismo tiempo que veía cómo el oráculo cambiaba de posición al lado contrario, de frente a él. Su rostro, anteriormente tranquilo, se había tensado. Sus labios se apretaban y sus finas cejas se arqueaban hacia atrás. Atisbó en el borde de sus ojos cerrados unas diminutas lágrimas que no se atrevían a salir, viendo a la vez su cuerpo con leves temblores. Otra pesadilla, aunque esta parecía menos fuerte que la anterior que tuvo. Sin embargo, no tardó en acercarse, abrazándole contra su pecho y subiendo un poco más la sábana, dándole calor. Las quejas se detuvieron y los temblores menguaron. Cerró los ojos, dispuesto a volver a dormirse, sintiendo la respiración, ahora más calmada, de Judal en su clavícula.

La luz del sol se filtraba por la descubierta ventana, soslayando parte de la almohada blanca. Juró que nunca jamás en su vida volvería a acercarse al rubio esgrimista mientras estuviera cerca de una bebida. Se sentía morir. Había despertado hace unos minutos, echado en la cama, boca arriba, con un dolor de cabeza inimaginable. Su vista le bailaba, emborronada, y su aparato digestivo no estaba en las mejores condiciones. Tenía la sensación de que iba a expulsarlo todo por la boca, pero el mal estado de su escasa energía ni fuerzas le daba para ello. Y por si fuera poco, sentía su bajo vientre tenso, con leves pinchazos, como si fuera a reventar, y con las caderas resentidas. Se preguntó a sí mismo si había hecho demasiado el ridículo, pues lo último que recordaba era haber estado inquieto aguantando al trío aventurero después de ser casi ahogado por Alibaba y su bendito vino. A partir de ese punto se formaba una enorme laguna. También se cuestionó qué demonios había hecho mientras dormía, pues parecía haber pasado un huracán por su cama, toda descolocada y arrugada, más que de costumbre, pensando que por culpa del alcohol se había vuelto sonámbulo esa noche. Un sonámbulo muy enérgico. Qué triste.

El sonido de la puerta abriéndose se le hizo insoportable, aumentando la intensidad de su malestar. Apenas podía girar la cabeza para ver quién había sido el desgraciado causante.

-¿Se puede? –Sinbad entró sonriente, con un vaso y un tazón de frutas, pues sabía que a Judal le habían gustado bastante durante el tiempo que llevaba allí.

-Ya has entrado, imbécil… -su voz sonaba seca y ronca, completamente afónica.

-Suenas pésimo. –se sentó en la cama en dirección al magi.

-Lástima que no pueda decir lo mismo de ti. –le hubiera gustado no ser el único en ese lamentable estado. Y todo por no haber bebido nunca, aunque tampoco pensaba volver a hacerlo. A parte de tener un sabor asqueroso, lo que venía después era desagradable y vergonzoso.

-Yo no bebí demasiado, tomé lo suficiente como para no embriagarme. –y era verdad, dejó el vino cuando iba camino de la sexta copa, en la cual aún no alcanzaba a emborracharse, por lo que fue consciente de todo lo que pasaba y hacía el resto de la noche.

-Eso es nuevo. –provocó que Sinbad riera.

-Tal vez. –miró por unos milisegundos el colorido y apetecible contenido del tazón. –Deberías comer un poco. Llevas durmiendo demasiado, incluso para ser una resaca. –recibió como respuesta un gemido lastimero. –Mejor no… -dejó los recipientes sobre la mesita, sintiéndose un poco culpable.

-Dime que no hice nada estúpido… -casi suplicó, tapándose los ojos con los brazos.

-Bueno… -se rascó la mejilla, alertando sin querer al magi. –No hiciste gran cosa, sólo te adjudicaste un par de telas decorativas y te subiste a bailar.

-Jodeer… -casi parecía al borde de empezar a llorar de vergüenza, lo que hizo que el Rey le compadeciera. –Dime al menos, que lo hice bien…

-Pudiste haberle robado el empleo a la bailarina principal, pero creo que con haberle quitado el protagonismo te conformaste. –rio por lo bajo sin querer, llevándose un débil golpe por parte del otro.

-No te rías, estúpido. –él tampoco pudo evitar reírse al saber que lo había hecho incluso mejor que esa mujer, pero se interrumpió con un quejido, sobresaltando al monarca.

-No te fuerces, estás hecho polvo.

-¿Por qué no me dices algo que no sepa? –se sobó la frente.

-Lo haría encantado, pero prefiero que seas tú quien se dé cuenta. Ten. –tomó el vaso y se lo ofreció. –Es un poco del remedio que compró Ja'far cuando fuimos al mercado hace dos días, te hará sentir mejor en poco tiempo. -Judal hizo amago de sentarse, pero en cuanto lo hizo volvió a tumbarse de golpe, soltando un leve grito de dolor.

-¿Por qué me pasa esto a mí? –casi sollozó, pensando que ese dolor en caderas y trasero también era parte de lo que la resaca conllevaba. Qué inocente.

Sinbad se entristeció un poco, cada vez sintiendo más intensa la culpa. Tal vez se hubiera pasado un poco con él siendo la primera vez…

-Necesitas sentarte para tomarlo…

-Paso de sentarme. Como no es a ti a quien le duele… -encaró molesto. El Rey sabía que si Judal no se sentaba no podía beber el contenido del vaso correctamente, y no se permitía no poner un alto a su malestar. Una posible idea eficaz cruzó por su mente, aunque tal vez al magi no le gustara en absoluto. El monarca dejó el vaso sobre el mueble otra vez, se levantó, destapó al chico y lo tomó en sus brazos. -¿Qué coño haces? –preguntó, tan sorprendido como enfadado. El adulto se sentó de nuevo, con las piernas abiertas, acomodándole de lado, y posicionando el trasero del oráculo en el hueco vacío que quedaba entre estas para que no fuera apoyado ni presionado, sujetando su espalda con la mano y evitando que se fuera hacia atrás e ignorando su queja. Volvió a coger el vaso.

-Ahora sí. No iba a permitir que no lo tomaras, el dolor no es realmente un problema si lo que tienes que hacer es incorporarte. –Judal le dedicó una mueca extraña, algo así como un cruce entre sospecha y molestia. Sin embargo, tomó con ambas manos el vaso, notándolo caliente. Desprendía un suave olor dulce, lo que le inculcó curiosidad. Sin embargo…

-¿Cómo demonios quieres que trague algo si tengo el estómago dado la vuelta? –maldijo, pues sentía náuseas, y sabía que si comía o bebía terminaría vomitando eso y más.

-Si no has devuelto aún no creo que lo vayas a hacer a estas alturas aunque sientas las ganas. –otra mirada de desconfianza recibida por parte del magi oscuro.

-Ugh… -el azabache cerró los ojos por un momento a causa de uno de los muchos mareos que estaba teniendo desde que se despertó. Acercó el vaso a sus labios y bebió una pequeña cantidad del tibio líquido. No estaba malo, pero tampoco era una delicia.

-Tampoco es necesario que lo tomes de golpe, con que bebas un poco cada ciertos segundos está bien. –dijo, tratando de hacerle saber que lo estaba tomando de forma correcta aunque fuera lento.

-Es lo que pensaba hacer. –le sacó la lengua de forma infantil, no le había agradado que le diera una explicación tan obvia como si fuera un niño pequeño incapaz de entender lo básico. Sinbad se carcajeó ante el adorable gesto mientras Judal volvía a dar otro sorbo.

-Para ser tu primera resaca la estás superando mejor de lo que creía.

-El rukh ayuda. –se limitó, pues estaba centrado en acabarse el condenado remedio. Ir lento no era lo suyo. En cuanto no dejó ni una gota, se agarró con una mano la cabeza, frunciendo el ceño. –Demonios… -le dolía horrores.

El Rey se levantó con el magi en brazos, para después recostarle boca arriba con precaución e ir a cerrar las cortinas de la ventana, con la idea de evitar que se filtrara más luz, pues esta estaba obligando a la vista del oráculo a forzarse y a hacer más intenso el dolor de cabeza. En cuanto dejó el cuarto lo suficientemente oscuro, volvió a sentarse en la cama. El oráculo de Kou se giró de lado hacia él, tratando de no moverse demasiado. Comenzó a recibir un suave masajeo en su cuero cabelludo por parte del monarca. Este sabía que esa era una forma de bajar las migrañas. Sus dedos se perdían entre los mechones cortos, enredándose con delicadeza en su suavidad. No supo en qué momento, pero el joven azabache había cerrado sus ojos. Sonrió a la vez que dio un pequeño suspiro, aún se le hacía difícil creer que ese chico del que se había enamorado, el que le había regalado su pureza sexual, al que ahora mismo acariciaba, fuera realmente Judal. En el tiempo que este llevaba en Sindria, pudo jurar que, por primera vez, el magi oscuro estaba viviendo. Le había visto molestarse, cabrearse, llorar, reír, emocionarse, dormir, sentirse feliz… Cosas que nunca hubiera podido experimentar en el Imperio Kou. Cosas que se le fueron prohibidas y arrebatadas por Al-Thamen. Pero él se las estaba devolviendo, todas y cada una de ellas. Estaba recuperando su vida. Recuperando lo que le robaron.

Sentía la ruda pero cuidadosa mano de Sinbad alborotando lentamente su cabello en un reconfortante frote. El dolor en su cabeza menguaba poco a poco gracias a ello. Las náuseas estaban presentes, pero eran menos notorias. Sin embargo, la molestia en sus caderas continuaba latente como al principio. No podía hacer nada contra eso. Nunca pensó que llegaría a admitirlo, pero era así; le gustaba estar en Sindria con el Rey y sus estúpidos generales. Si tan sólo no hubiera sido corrompido, si hubiera accedido a irse aquel día con Sinbad cuando apenas tenía tres años… Supuso que este no se acordaría de algo así, pero él sí. Ese recuerdo lo tenía bien guardado en lo más profundo de su ser. La presencia del Rey idiota siempre estuvo en su memoria desde ese momento. Había sentido tantas cosas en tan poco tiempo, tantas sensaciones nuevas que se le fueron prohibidas; alegría, confianza, afecto, amistad, e incluso llegó a sentir celos, no supo cómo, por qué, ni de quién, pero así lo sospechaba. Sólo le faltaba una por sentir; amor. No conocía nada sobre este, a excepción de lo que había escuchado de las bocas ajenas, que era algo por lo que la gente hacía sorprendentes locuras. Él hacía muchas de estas, pero nunca por haber estado enamorado, todo lo contrario. Quería saber cómo era amar y ser amado, aunque se conformaba sólo con conocer las sensaciones que conllevaba de forma teórica, explicadas. Abrió los ojos, dispuesto a saciarse de ese conocimiento, ya que no creía que algún día alguien se sintiera así por él o viceversa.

-Sinbad. –llamó sin dejar de mirar el infinito. El nombrado hizo un sonido cerrado a modo de contestación. -¿Alguna vez te has enamorado? –aquello pilló desprevenido al Rey, casi provocándole una parada cardiaca, deteniendo inconscientemente el masajeo sobre el cuero cabelludo del magi, pero rápido cambió su mueca a una sonriente, reanudando sus caricias.

-Sí, ¿por qué lo preguntas?

-Dime todo lo que sepas sobre eso. –el monarca parpadeó un par de veces al mirarle, pero rápido se rio por lo bajo.

-Bueno, no sé mucho. El amor es algo bastante complicado y enrevesado. Es como un deseo, un anhelo, una vida, una realidad… No creo que exista la palabra para definirlo. No puedo decirte más, hay distintos tipos de amor y no sé a cuál te refieres.

-Ese que hace que la gente se vuelva más estúpida de lo que es. –aquello provocó una carcajada en el adulto.

-Sólo puedo decirte desde mi experiencia… -dirigió su mirada dorada a algún punto del colchón, distante, aunque cargada de lo que parecía felicidad. -Para mí es lo más bello que puede llegar a tu vida, es querer, adorar, e incluso, en ocasiones, sufrir. El amor es lo más maravilloso que el ser humano puede experimentar. Es nacer, vivir, creer, sentir una fuerza que te impulsa, que te motiva, que te da alegría para continuar. Es ternura inmensurable, entregarte sin condiciones… Es el comienzo de un amanecer carmesí con su llamativa mirada y la oscuridad del vacío cuando te da la espalda… -aquella última oración la dijo ya sin pensar en lo que hablaba, siendo observado por un muy curioso oráculo. –Es aceptar, reconocer errores, perdonar, pero sin duda alguna, amar es volver a vivir. Como has dicho, la gente se vuelve estúpida por amor, y eso es porque este no respeta las fronteras, se adueña de todo, de la conciencia, y hasta de tu forma de perder la razón. Es compartir, es proteger, es felicidad a veces disfrazada de dolor. Es la mayor expresión de afecto que se puede ofrecer, tan difícil de describir y demostrar… La fuerza que da a tu alma el poder de continuar en pie.

-No lo entiendo. –condenado magi mata-pasiones. Sinbad suspiró pesadamente. Tanta dedicación para esa respuesta…

-Me explico; amar es sentir un gran aprecio especial por alguien, es perdonar a esa persona por muchas malas acciones que haya cometido, desear estar con ella todo el tiempo, anhelarle todo lo bueno, tener celos y rabia cuando le ves feliz con otra persona, sentirte triste cuando piensas que no eres correspondido, querer protegerla incluso acosta de tu propia vida. Es obsesionarte con ella para siempre.

-Oh… -terminó entendiendo, casi al borde del infarto aunque no lo pareciera. Esa explicación encajaba perfectamente con lo que él estuvo sintiendo esos últimos días. Había terminado admitiendo que ya no quería desearle la muerte a Sinbad, que le decía eso para sentirse seguro de sí mismo, seguro de que continuaba detestándole, pero no pasaba, esa seguridad no regresó en ningún momento. ¿Perdonarle? No podía hacerlo, pues el Rey nunca había intentado nada en su contra realmente. Querer estar con él todo el rato… eso sí lo hacía, le seguía a todos lados, y no era actual. Anhelarle todo lo bueno, sólo desde que comenzó a tener más acercamiento con él, pero no se descartaba, de igual manera. Tener celos. Oh, de eso sí que había tenido en numerosas ocasiones, sobre todo cuando atisbó al Rey siendo cubierto por tantas mujeres la noche anterior, cuando Yamuraiha fue a advertirle sobre el suelo que estaba congelando sin percatarse. Sentir rabia y tristeza al pensar que no se es correspondido… Oh, antes de tomar ese baño, cuando estuvo pensativo mirando desde su ventana. En ese momento sintió que su alma corrupta se moría lentamente al imaginarse a esa supuesta mujer de la que Sinbad estaba enamorado, al imaginar que ella podía convertirse en la esposa de este. Protegerle a costa de la propia vida… Lo había hecho, cuando regresó a Sindria dispuesto a disfrutar de un entretenido espectáculo entre Al-Thamen y el Rey. Ese instinto por el que se dejó llevar fue… ese impulso suicida por protegerle. Obsesionarse con esa persona. Él ya estuvo obsesionado desde que le vio. Judal abrió los ojos desmesuradamente, no creyendo el enorme sentido lógico que todo estaba tomando ahora, todos los cabos atados. No podía ser. Él estaba… de…

Y aun así, esas explicaciones de seguro estaban basadas en esa condenada mujer que desconocía… Era lo que ella le hacía sentir a Sinbad… Sólo ella…

-¿Por qué querías saber eso? –esta vez el curioso fue el monarca. El magi oscuro pareció salir de su impactante trance.

-Por nada. Sólo quería saber. –sentenció rápido, sorprendiendo un poco al adulto por esa velocidad al responder.

-Bien… -suspiró, continuando con el masajeo, pues supuso que el dolor de cabeza del oráculo aún no se dispersaba.

-Ya basta, Sinbad. –pidió con voz ronca, empezando a malhumorarse y a apartar la mano del Rey. De nuevo, esa mujer de la que, supuestamente, el adulto estaba enamorado volvió a dominar su mente. De seguro sería hermosa y perfecta, pues no todo el mundo conseguía hacer sentir así al Rey Sinbad, un hombre con objetivos claros y exigentes, y para nada interesados en el amor. Otra vez ese característico peso en la garganta.

-¿Qué ocurre? ¿Te duele más? –la preocupación del monarca fue en aumento. Al darse cuenta, Judal chasqueó la lengua, más enfurecido por cómo se mostraba, por cómo le trataba. Se tumbó boca abajo, escondiendo el rostro en la almohada.

-¿Por qué te preocupas? –a pesar de estar contra esta, podía escuchársele.

-Porque me importas.

-Eres un gilipollas. –escupió con ira, impactando a Sinbad.

-Cuida esa boca, Judal. –la seriedad que usó en esas palabras simuló una amenaza, cosa que en realidad no era. ¿A qué venía ese cambio? No obtuvo respuesta. –Está bien, ya no voy a seguir diciéndote que puedes confiar en mí, haz lo que te plazca. –hizo amago de levantarse justo en el momento en el que atisbó un temblor en el cuerpo del azabache. Se inclinó y posó la mano sobre su hombro. -¿Judal? –escuchó un sonido similar al hipo. Entonces se dio cuenta; estaba llorando. –Judal, mírame. -le movió un poco, más el magi parecía ignorarle. Completamente entristecido y dolido, apoyó la frente sobre ese hombro que antes movió. –No sé qué es lo que haya mencionado ahora, pero si de verdad he dicho algo que te ha hecho daño… Lo lamento. –su sufrimiento incrementó cuando escuchó el llanto intensificarse, obligando al magi a apretarse más contra la almohada. –No llores… Por favor… -estaba comenzando a quebrarse. Si Judal no se detenía pronto, él también empezaría a llorar, y era algo totalmente extraño, pues no era de los hombres que se permitían hacerlo.

-¡Márchate! –gritó, casi desgarrando sus cuerdas vocales. Algo en el interior de Sinbad se resquebrajó. Sin embargo, no se negó.

Se levantó despacio, siendo la mitad de su rostro ocultado por su flequillo lila. Caminó hasta la puerta y salió por ella, cerrándola después. Se apoyó en esta, destrozado y roto. Llevó una de sus manos a su frente, siendo sus ojos aún ocultos por su cabello. Algo luminoso brilló por unos segundos a través de las hebras lilas que tapaban su cara. No había podido aguantar más…


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