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Recuperando lo robado por Scardya

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Estaba empezando a cansarse, ya hacía un buen rato que Masrur y Ja'far entraron a esa tienda. ¿Qué demonios estaban haciendo ahí dentro? Sólo necesitaban comprar agua, nada más, y aun así, estaban tardándose siglos. Hacía unos minutos que habían arribado en Balbabb, una preciosa ciudad marítima. Tuvo que sentarse en el suelo, al lado de la puerta, a esperar, pues se había cansado de estar de pie.

-¿Qué rayos están haciendo? –acarició las finas trenzas que le recogían el lado izquierdo de su flequillo y escuchó un sonido débil provenir de su lado derecho. Giró la cabeza hacia esa dirección. No se dio cuenta en su momento, pero había un niño parado ahí, bastante pequeño, además. Seguro que no pasaba de los tres años. Este le miraba con sus ojos completamente abiertos, como si hubiera visto un fantasma. Sin embargo, por alguna razón extraña, Sinbad no podía reconocer su rostro, viéndolo difuminado. Se frotó los ojos, pero continuaba sin poder atisbar sus características faciales. No le importó demasiado, ya se le pasaría. El pequeño llevaba ropa algo llamativa. Parecía provenir de alguna realeza extranjera, pues no eran vistos muy a menudo tales ropajes por esa zona. -¿Estás perdido? –el niño no le contestó oralmente, pero sí lo hizo moviendo la cabeza de un lado a otro. –Entonces, ¿has venido con alguien? Está ahí dentro, ¿no? –el infante asintió. No supo por qué, pero el joven muchacho de cabello lila notó algo irregular en ese niño. A pesar de que no podía saber qué muecas o expresiones realizaba, o hacia dónde dirigía la mirada, sí fue consciente de que le estaba observando fijamente, como si expiara sus pecados más ocultos. –Eres muy raro, pero me gusta. –rio con ánimos. El niño dio un paso hasta llegar a él, y se sentó sobre su regazo, recargándose en su pecho bajo la sorprendida mirada dorada del adolescente. –Jaja, no te gusta estar solo, ¿eh? –le revolvió con ímpetu su cabello con una gran sonrisa resplandeciente. – ¿Eres tímido? ¿O sólo aún no aprendiste del todo a hablar, pequeño? –sin respuesta. –Bueno, no importa. –le picó una mejilla con el dedo, notándola suave. -¿Quieres que te cuente alguna historia? Me sé muchas. –el niño pareció emocionarse por la forma en la que se giró hacia él, causándole una carcajada a Sinbad.

Después de unos cuantos minutos, los compañeros del adolescente salieron de la condenada tienda, con agua y algunos alimentos, ya guardados en sus bolsas.

-¿Y ese crío? –preguntó curioso Ja'far, llamando también la atención del infante.

-Está esperando a que su familia salga de comprar.

-¿No pudieron simplemente llevarlo con ellos? Mira que dejar a un niño tan pequeño solo en la puerta de una tienda… Es una presa fácil. –comentó.

-Tienes razón, deberíamos esperar a que salieran. –jugó con los mechones del infante aún sobre su regazo.

-No he dicho eso, además, no podemos quedarnos. Tenemos prisa, ¿recuerdas? –ante la regañina por parte del pequeño albino suspiró, cogiendo al niño y dejándole a un lado para levantarse.

-Está bien… -miró con pena al chiquillo detrás suya. –Deberías entrar a la tienda, quedarse aquí fuera puede ser peligroso para ti.

Los tres los jóvenes presentes abrieron sus ojos en sorpresa cuando el infante se agarró a la pierna de Sinbad.

-Quiero ir contigo. –dijo, con una voz tan aguda como delicada.

-No puedo hacer eso, tu familia se pondrá muy triste y asustada si se dan cuenta de que no estás. –se agachó para mirarle, aunque era inútil. Continuaba sin poder desbloquear ese rostro. No sabía cómo era su nariz, ni su boquita, ni la forma de sus ojos y el color de estos. Debía hacérselo mirar cuanto antes con un médico, o eso pensó. Se incorporó, girándose hacia sus compañeros. -¿Tanta tardanza para agua y comida? –se quejó, asomándose para mirar el interior de las bolsas de tela. Los tres se encogieron de hombros, provocando que a Sinbad le resbalara una gota de sudor frío por la sien. Se volteó de nuevo a revisar por última vez al niño, mas ya no estaba ahí. -¿Dónde está? –se alteró, pues su paranoia le hizo pensar que podía haber sido raptado.

-Cuando te diste la vuelta salió su padre. Bueno, no sé si sea su padre, pero tenía pinta de ser familiar suyo. Iba vestido igual de raro. –explicó el albino.

-Oh… -suspiró, cerrando los ojos. –Bueno, así ya no me sentiré culpable. –pero cuando volvió a abrirlos…

Todo cambió. No, más bien, todo desapareció. Su apariencia volvió a ser la de un adulto joven. Se encontraba en un vacío blanco, sin nada a su alrededor. Tuvo que mirarse las manos para asegurarse de que no se había quedado ciego, dándose cuenta de que sí, estaba en una especie de lugar infinito. Reconoció que estaba dentro de un sueño.

-¿Por qué?

Sinbad se volteó bruscamente, encarando esa voz. Era ese niño. Sólo que esta vez sí fue capaz de ver con claridad su rostro infantil. Esa carita pálida, esos labios finos y rosados, esa nariz pequeña y delicada, esos grandes ojos rasgados… de color rojo carmesí… Sabía perfectamente que lo que acababa de pasar anteriormente en la puerta de esa tienda era realmente un recuerdo suyo, había ocurrido en el mundo real hace bastantes años. Cada gesto, cada palabra reproducida en ese sueño fue una copia exacta de lo que pasó ese lejano día, a excepción de la difuminación de la cara del pequeño. Ese chiquillo tímido y tierno que esperó con él a las afueras de la tienda siempre fue…

-¿Judal…? –casi susurró, comenzando a alterarse. ¿Cómo era posible? Ah, sí, nunca se dio el esfuerzo de recordar esa situación, pues pensó que no era algo relevante, permitiéndose sin darse cuenta olvidar por completo esos característicos ojos rojos infantiles y brillantes tan llamativos. Se había permitido olvidar al pequeño Judal, causando el no reconocerle años después, cuando le "robó" uno de sus calabozos.

-Yo quería estar con tu rukh… Quería ir contigo… -se encogió un poco, tensando su adorable cara y haciendo temblar su labio inferior, señal de que un desconsolado llanto se estaba aproximando. Sinbad estuvo a punto de acercarse, sin embargo, un simple parpadeo que dio le separó de su infantil objetivo, convirtiéndolo de inmediato en el Judal joven que veía todos los días. Hubo algo en él que le descolocó por completo. El magi estaba vistiendo el uniforme de los Generales de Sindria.

-¿Qué…? –se dijo para sí mismo, cada vez comprendiendo menos lo que estaba pasando.

-Hey, cuánto tiempo sin vernos, Sin. –sonrió de la forma más dulce jamás vista, impactando por completo al adulto. ¿Le había llamado Sin? Ese no era el Judal que conocía actualmente. Se veía igual, y a la vez tan diferente. Tan… risueño. -¿Hace cuánto hace? ¿Entre diez y quince años? –se puso el dedo en el mentón, vaciando su mirada al pensar. –Creo que sí, la última vez que nos vimos fue en Balbabb, ¿no? En aquella tienda. –sonrió de nuevo con ternura. –Nunca supe cómo agradecerte que accedieras a llevarme contigo, me salvaste. –rio animado. –Quién sabe lo que me habría pasado si no me hubieras alejado de la tienda. Creo que Ithnan me habría llevado con él de vuelta al Imperio Kou. –pero Sinbad lo sabía, eso no era cierto…

-Yo no…

-No lo hiciste. –interrumpió sin borrar su mueca alegre. –Nunca me llevaste contigo, por lo tanto, nunca me cuidaste, nunca creciste conmigo, nunca nos volvimos fuertes juntos, nunca me enseñaste el valor de la vida y el destino, a sentir todo lo bueno. Nunca me convertiste en tu mano derecha como Magi y noveno General de Sindria. –miró sonriente su uniforme. -Yo podría haber existido, Sin. Pero… no accediste a mi petición de marcharme contigo y con tus compañeros. Aunque no importa, no puedo estar enfadado. Sólo era un niño. –le dedicó la más hermosa de las sonrisas, tan resplandeciente y cautivadora. Una sonrisa que hizo el efecto contrario en el Rey, estaba haciéndole daño. ¿Por qué razón? Pues… se acababa de dar cuenta con lo que ese chico había dicho. Si él se hubiera llevado a Judal aquel día, todo sería distinto. Todo hubiera sido felicidad, alegría, compañerismo y, muy posiblemente, amor en la vida de ese chiquillo, pero no lo hizo. Lo que le llevaba a analizar que...

No fue Al-Thamen quien condenó a ese magi a caer en la depravación…

-Fui yo… -sus ojos dorados desmesuradamente abiertos fueron ocultados por sus manos tensas y temblorosas. -¿Qué he hecho?...

-Nada. –Sinbad se sorprendió, descubriendo sus ojos para observar, pues todo ese vacío blanco se había vuelto negro, y ese tierno Judal que tenía enfrente fue sustituido por el suyo, el que le enfrentaba, el que le insultaba, el que le odiaba. –No hiciste nada. –casi escupió con rabia, echándole en cara eso mismo, que no hizo nada por llevarle con él, cosa que si hubiera hecho habría podido salvarle de esa organización en el único momento en el que pudo hacerlo. Ahora entendía el porqué de su odio, de su resentimiento hacia él. Y es que cómo no iba a odiarle, si había sido él quien le abandonó al maldito inicio, quien le dejó a manos de Al-Thamen. Judal en esos tiempos ni siquiera terminaba de ser un bebé, y ya le había sentenciado. Se sentía el peor humano en el mundo, la peor escoria existente.

Sintió su cuerpo desvanecerse en depresión, siendo abandonado por sus fuerzas. Se desplomó en lo que se suponía que era el suelo, tan negro. Su conciencia estaba dejándole, y su vista se emborronaba cada vez más, teniendo como cómo última imagen a ese chico, tan oscuro, tan frío, tan cruel. Sin embargo, ya no podía quejarse de ello, pues fue él quien le hizo así. La imagen final de ese magi corrompido… Corrompido por su culpa…

-Hey, Sin. –el albino movió a Sinbad tomándole por el hombro, despertándole.

-Humm.

Después de haber sido echado de tal forma del cuarto del oráculo anteriormente, se sintió destrozado, roto. Tan roto que tuvo que refugiarse en lo que más detestaba; el papeleo de rey. Por eso mismo estaba ahí, de brazos cruzados sobre el escritorio repleto de papeles y pergaminos que había removido anteriormente con tal de distraerse del dolor emocional, habiéndose quedado dormido después de ello.

-Se supone que el día después de una celebración es para descansar, ¿por qué estás aquí? –preguntó bastante curioso Ja'far, observando como su Rey se incorporaba, llevándose una desagradable sorpresa al verle la cara. -¡Ni cuando bebes en exceso te ves así! ¡¿Qué demonios te ha pasado?! –era como para ponerse así. El monarca tenía una apariencia pésima. Su cabello se había descolocado por completo, producto de la siesta poco reparadora que acababa de echarse. Sus ojos dorados apenas brillaban, siendo sujetados por unas notorias ojeras color violeta grisáceo. Sus labios algo resecos al igual que su morena piel, ahora con un tono apagado.

-No es nada. –ni siquiera se molestó en sonreír un poco, y su voz salió casi afónica, asustando más al oficial.

-¡¿No me digas que te estás enfermando?! –estuvo a punto de salir escopetado de allí, dispuesto a pedir ayuda, pero Sinbad no le dejó hacerlo, hablando antes de que pudiera dar un paso.

-No estoy enfermo, sólo he tenido un mal sueño. Nada más. –aquello pareció convencer un poco a Ja'far, pues en alguna que otra ocasión pasada él también pudo estar en la misma situación por un simple sueño, y sabía que con un poco de descanso eso podía disiparse.

-Será mejor que vayas descansar y desconectar un poco. De seguro habrá sido por el estrés. –caminó hasta el escritorio más pequeño que se situaba en un lado, el cual era el que tenía asignado, de la gran sala de trabajo, recogió un par de pergaminos de este y se dirigió de nuevo al centro de la habitación, en frente de la mesa más grande y del Rey. –Y hazlo antes de que caiga la noche, si no, tu horario se verá afectado. –salió por la puerta, cerrándola después, dejando de nuevo solo a Sinbad.

No podía dejar de insultarse a sí mismo, era imposible no hacerlo. No después de haberse dado cuenta de que fue él quien dio inicio a la inminente caída de Judal en la corrupción. Ya no estaba siendo precavido, pues estaba maldiciendo su destino y a sí mismo en ese momento sin darse cuenta. La mitad blanca de su rukh bicolor acababa de menguar, siendo sustituido un pequeño trozo de este por rukh negro. Ahora, más de la mitad de su alma estaba en depravación. Sinbad estaba cayendo.

Judal dio un sobresalto intenso, provocando que abriera los ojos de golpe, aún tendido en la cama. Eso que acababa de sentir era…

-El rukh oscuro está consumiendo a alguien. –y en Palacio, la única persona que podía llegar a caer era… -¡Joder! –poco le importó su dolor de cadera y cabeza, se levantó bruscamente aun sintiendo su malestar.

En su carrera por los pasillos se puso a pensar. ¿No era eso lo que siempre había estado buscando? Entonces, ¿por qué se sentía tan alterado? Mas recordó las palabras del Rey; Anhelarle todo lo bueno. -¡Demonios! –al final resultaría ser cierto, y no una simple coincidencia. –Estoy jodido… Amorosamente jodido. –no pudo evitar burlarse de su situación. Pensó que nunca sentiría eso por nadie, sin embargo, ahí estaba. Corriendo en busca de esa persona que tanto le llamó la atención cuando era niño. ¿Sinbad se acordaría de aquello? No lo creía, pues la segunda vez que se vieron fue cuando conquistó sin su permiso una de sus celdas, y no dio indicios de reconocerle. Tan ofendido se sintió que le siguió la corriente, para que viera lo que era sentirse olvidado, pero no lo consiguió. Ni quería, ni tenía ganas de volver a pelearse consigo mismo por esa última emoción que le faltaba por sentir. Además, ¿no se dijo que quería experimentarlas todas? Su cintura, caderas y cabeza empezaban a resentirse cada vez más, pero poco caso les hacía. Arribó inmediatamente al gran despacho, pues era de ahí de dónde provenía aquella energía. Abrió las puertas de golpe, haciendo saltar al Rey, aún en su silla.

-¡Judal!

-¡Sinbad! –ambos dijeron el nombre del otro al mismo tiempo, provocándoles unos segundos posteriores en confusión. El Rey atisbó rápido el temblor en las piernas del oráculo. Era consciente de que en su estado no debía moverse ni levantarse debido al dolor corporal y los mareos de la resaca, pero lo había hecho. Aquello sólo traería como consecuencia una cosa… Vio como los ojos rojos del oráculo se cerraban frunciendo levemente el ceño. Fue entonces que decidió levantarse rápidamente y sujetar con sus brazos al magi antes de que cayera contra el suelo. Este los abrió un poco, mirándole. –Te ves horrible. –su rostro era serio, aunque lo dijo con un deje de lástima.

-No soy el único. –contestó con su primera sonrisa desde hacía horas. Sin esperárselo, recibió una potente y sonora bofetada por parte de Judal, que le hizo ladear la cabeza y quedarse en total shock, para luego mirarle tras unos segundos, mientras llevaba su mano a la zona agredida, aún en ese estado.

-¡¿En qué cojones estabas pensando?! –gritó enrabietado ignorando el dolor de su cabeza, comenzando a levitar en su sitio, pues no estaba como para continuar de pie. Sinbad no pudo responder al momento, sus ojos abiertos seguían mostrando incredulidad. En su mejilla estaba comenzando a notarse el golpe. -¡¿No ves que te estás hundiendo?!

-¿Qué dices?... –vio como el magi oscuro cerraba los puños con fuerza.

-¡Que tu rukh acaba de teñirse más de negro, coño! –chilló, sujetándole bruscamente por la ropa. -¡¿Qué mierda te pasa?! –sus puños temblaron. –Estúpido desgraciado… -el Rey aún lo salía de su asombro. Ni siquiera él se había dado cuenta de lo que se estaba haciendo al pensar de esa forma, pero Judal sí. E incluso este fue a hacerle reaccionar aun estando en la, poco saludable, situación en la que se encontraba. –Como se te ocurra repetir esto, juro que te mato.

Le fue soltando poco a poco a medida que los segundos pasaban y se tranquilizaba, mientras que Sinbad volvía en sí, comenzando a sentir la mejilla caliente. Pasó alrededor de un minuto en completo silencio.

-Lo siento.

-Lo siento. –de nuevo los dos hablaron al mismo tiempo, exponiendo la misma reacción que anteriormente.

Un momento… ¿Judal acababa de disculparse? ¿Desde cuándo algo así era posible que ocurriera? Sinbad no se lo creía.

-¿Qu… qué has dicho? –tuvo que preguntarlo, era algo demasiado extraño como para ser cierto.

-¡Que lo siento! ¿Vale? A ver si va a ser verdad que te estás quedando sordo. –pareció molestarse bastante al tener que repetirlo.

-No tienes que sentir nada, no has hecho algo en realidad. –caminó, un poco entristecido a su escritorio, sentándose de nuevo con pesadez. El oráculo frunció un poco el ceño en melancolía, acercándose en el aire a la mesa. Suspiró sonoramente.

-No… no tenía motivos para echarte. No debí hacerlo. –se cruzó de brazos, desviando la cabeza. Aquello terminó de sorprender a Sinbad. Cada vez se estaba haciendo más notorio el cambio del magi oscuro.

-Estuviste en tu derecho de hacerlo. –aclaró serio, pero con un deje de culpa.

-¿Y tú, por qué rayos te disculpas? –le miró, con ojos interrogadores.

-Inicialmente, por ofenderte al haber dicho algo de lo que ahora mismo no soy consciente. Pero… -pausó, captando más la atención del azabache. –También por haberte olvidado, Judal. –aquello hizo estremecer levemente al chico en el aire, consternándole un poco. –Si hubiera dejado que vinieras conmigo ese día hace ya más de diez años, no habrías sufrido tanto… Yo soy el culpable de que hayas sido sentenciado de tal forma. –juntó las manos, enredando sus dedos y apoyando la frente en estos, cabizbajo. –Toda tu vida en cautiverio por Al-Thamen ha sido por mi culpa.

-Eres idiota. –esa contestación tan poco interesada llamó la atención del adulto, provocando que le mirara. –Es cierto que siempre estuve resentido contigo, pero que mi vida haya resultado así no es culpa tuya. Fui yo quien escogió maldecir el destino, no tú. -pausó. -Y respondiendo a lo de antes, no dijiste nada que me molestara. Lo que me cabreó fue lo que estabas haciendo. -transformó su mueca tranquila en una tensa. -No deberías tratar tan bien a una persona cuando tienes pareja. -Sinbad no pudo evitar carcajearse por lo bajo, con tristeza.

-Yo no tengo pareja, Judal.

-Pero te gusta alguien, tu rukh lo dice muy a menudo.

-Hay una gran diferencia entre tener pareja y que te guste una persona. -apoyó la mejilla sana en la mano, y el codo sobre la mesa.

-Lo mismo me da. -chasqueó la lengua.

-Siento haberte molestado así, ¿podrás perdonarme? -le miró, ya con su típico brillo dorado.

-Meh. -ladeó la cabeza, pasando un segundo después por su mente una de las frases que el monarca dijo; es perdonar a esa persona por muchas malas acciones que haya cometido... Ah, realmente estaba jodido.

Aquel monosílabo dicho por el magi significaba sí, y Sinbad lo sabía, por lo que no pudo evitar sonreír ampliamente, calado hasta los huesos de calma. Aunque, aún se notaba el agotamiento que ese sueño le había dejado. Se propuso descansar, pero de un modo distinto.

-Tengo entendido que te gustan las termas. -al escuchar eso, Judal le puso inmediata atención. Pero...

-¿Qué estás tramando ahora? -le miró con desdén. Conocía demasiado bien al Rey.

-¿Huh? -pareció confundirse, pero pronto entendió, soltando una leve risa. -Oh, vamos. Deja de desconfiar de mí cada vez que te propongo algo, ya sabes que contigo la manipulación no me funciona. -le dedicó una mirada cómplice después de decirlo, haciendo que el oráculo sonriera de lado. Era imposible negarlo, ambos eran bastante retorcidos. Leían con extrema facilidad las intenciones del otro, siempre y cuando no se tratara de sentimientos intensos, pues en ese apartado se desconocían. -El remedio que te di actúa más contra las náuseas que contra otra cosa. Pensé que tu dolor de cabeza y caderas podría disiparse del todo con un baño caliente en las termas de mi Palacio. -el magi oscuro no dejaba de mirarle sin decir palabra, parecía estar meditándolo.

-Vamos a esas condenadas termas. -Sinbad no tardó en levantarse de la silla con una sonrisa tras escuchar eso.

Se dirigieron sin miramientos hacia ellas. Sinbad caminando, seguido de Judal, quien levitaba, pues no le convenía andar, y tampoco tenía intenciones de hacerlo. Sin embargo, la levitación tampoco era recomendable, pues era necesaria una concentración, aunque fuera mínima, para realizarla, y con ello sólo conseguía agravarse su migraña. Estaba empezando a ceder, descendiendo cada vez más, así que decidió ponerle remedio.

-Llévame. -dijo al mismo tiempo que se apoyaba en la espalda del Rey, pasando los brazos por encima de sus hombros anchos y levantando levemente sus piernas, obligándole a sujetarle por estas sin tener tiempo a reaccionar. El adulto sonrió a pesar de ello. Continuó por unos cuantos pasillos más allá de los jardines hasta llegar a una gran puerta decorada con tocados dorados. En cuanto la abrió, unos rayos de luz se colaron, para ser de nuevo bloqueados por la puerta, ahora cerrada, y con los dos dentro. Judal no pudo evitar abrir un poco la boca. Eran las mejores termas que había visto. Parecían estar al aire libre gracias al toque luminoso que el techo en cúpula de cristal les obsequiaba, dejando ver el azul cielo. El lugar siendo inundado por el humeante vapor que el agua desprendía, siendo esta retenida en una piscina natural decorada por varias rocas en el centro y a lo largo de sus bordes, asemejándose a un oasis. Se desprendió de la espalda del Rey, levitando unos pocos centímetros sobre el suelo, lo suficiente como para no forzarse demasiado. No supo en qué momento debido a lo embobado que estaba con ese sitio, pero Sinbad ya dejó en el suelo un par de toallas y había empezado a desvestirse, viéndose en ese momento con el torso descubierto. -¡¿Qué haces?! -se alteró, pues no esperaba que eso ocurriera.

-¿Quitarme la ropa? -lo dijo a modo de pregunta debido a un leve deje de confusión.

-¡Eso ya lo veo, idiota! -suspiró de forma ronca. -No me dijiste que también ibas a bañarte tú. -pareció molestarse.

-No eres el único que lo necesita, estoy agotado, ¿sabes? Y quiero relajarme también. Por algo son mis termas privadas. -ante eso, el oráculo se calló. ¿Había dicho privadas? ¿Eso significaba que nadie nunca había entrado ahí aparte de él? Inmediatamente su ego y autoestima subieron, haciendo que dejara escapar una leve risa al mismo tiempo que se encogía de hombros.

-Bien, bien. Yo no digo nada. -se acercó por el aire vaporoso hasta el borde, despojándose en su sitio rápidamente de sus ropas y joyas con magia y liberando su cabello, para luego meterse sin pedir permiso, sentándose como pudo en el fondo rocoso pero suave, con el agua cubriéndole a la altura de la clavícula. Qué poco pudoroso. Echó la cabeza hacia atrás apoyándola en el borde, cerrando los ojos bajo una sonrisa mientras sus múltiples y extensos mechones flotaban libremente, ondulándose continuamente sobre y por debajo del agua. Para él las termas eran el más dulce placer de los dioses. Sintió un cosquilleo en su cara, lo que le hizo abrir los ojos. El Rey le miraba sonriente desde arriba a una corta, pero segura, distancia, estando en cuclillas y dejando su pelo lila, ahora suelto, caer hacia abajo y permitiéndole a este molestar un poco la piel del rostro del magi con su delicado roce. El oráculo de Kou sonrió de lado. -Deja de violarme con la mirada o te quedarás ciego. -consiguió sacarle al adulto una carcajada. Una cosa que a este le encantaba del magi oscuro era su ingeniosidad tan directa y su falta de vergüenza al hablar.

-Si tú supieras... -susurró para sí mismo, pero el otro consiguió escucharlo, enarcando una ceja.

-¿Eh? -Sinbad ignoró ese sonido de exigencia, picándole el entrecejo y recibiendo una diminuta queja, para después meterse a su vera en el agua cálida. Observó la cicatriz en la garganta del azabache, ahora mostrándose a la perfección gracias a la postura en la que tenía su cabeza. Saber que eso había sido principalmente por su culpa... Una herida así pudo incluso haberle matado independientemente de ser un magi. Saber que le abandonó delante del peligro durante más de diez años, simplemente por no llevárselo con él cuando debió... Maldito destino. Se sobresaltó al sentir un golpe en la parte trasera de la cabeza, llevando su mano a esa zona, ahora un poco adolorida y mirando al único que pudo ser el agresor.

-¿Qué te dije antes, Rey estúpido? Deja de pensar esas cosas. -realmente el chico no sabía lo que pasaba por la mente del monarca, pero sí que tenía que ver con la culpabilidad de no haberle recogido ese día en Balbabb, puesto que se lo había dicho, y que le hizo sumarse a él una pequeña parte de rukh oscuro, pues vio a esas aves negras revoloteando alrededor de la cabeza del adulto. Esta vez, no alcanzó a que se repitiera debido al golpe. De nuevo, otra frase más, dicha por ese hombre en su definición de lo que era el amor se reprodujo en su memoria; querer protegerla incluso acosta de tu propia vida... No estaba arriesgándose en ese momento, pero el hecho de no haber permitido que este se sumiera en una posible depravación más profunda otra vez también era... Chasqueó la lengua, desviando su cabeza a la vez que volvía a apoyarla, quedando esta hacia el lado contrario al del Rey.

-Lo siento. -sonrió melancólico. -Es difícil no pensar en ello.

-Mira, -Judal pareció haberse cansado de todo eso, volviendo a observarle. -estoy aquí, y vivo. ¿Qué más quieres? -Sinbad se quedó callado, pues no tenía con qué rebatir. Podía tener razón y que fuera por eso que no alcanzaba a formular una respuesta. Vio al oráculo reírse de manera irónica. -Nunca pensé que me quisieras tanto, me halagas. -soltó otra de sus acusaciones bromistas colocando los brazos detrás de su cabeza. -Aunque no deberías, ¿qué dirá tu enamorada si se entera? -continuó bromeando, esta vez dañándose a sí mismo por dentro.

-Agh... -se puso la mano en la frente. -Ya tengo suficiente con que Ja'far lo piense, no lo hagas tú también. ¿Cuántas veces tengo que repetir que no hay ninguna mujer?

-¡¿Entonces es hombre?! -se sobresaltó de golpe, moviendo violentamente el agua por el movimiento brusco de incorporarse. Parecía que su dolor menguaba. El Rey soltó una sonora carcajada.

-¿Y si así fuera? -le miró de reojo.

-Pues que me da igual si es hombre o mujer. -se cruzó de brazos, apretando levemente la mandíbula.

-Judal, -nombró, llamándole la atención. -tengo que decirte algo. -pausó. -El dolor de caderas y trasero no es propio de las resacas. -tuvo que tragarse una risa al ver la mueca de confusión del magi oscuro quien parecía meditar aquello.

-Entonces... -pensó un poco más. -Si no viene con la resaca, ¡¿cómo demonios sabes que lo tengo?! -volvió a repetir el violento movimiento de sobresalto.

-¿Tú que crees? -le miró de reojo.

-¡¿Y yo que sé?! ¡Apuesto lo que sea a que sabes más que yo!

-Posiblemente. -tras decir eso notó un tirón en su cabello, uno bastante doloroso.

-¡Deja de hacerte el interesante! ¡Ya, dime que me pasó anoche para que terminara así! -exigió sin soltar ese mechón lila. Sin embargo, no parecía afectar al estado tranquilo del adulto.

-Voy a hacerte pensar un poco, Judal, ¿podrás soportarlo? -bromeó.

-¡¿Te estás burlando de mí?! -tiró aún más, provocando que el Rey agarrara ese mechón para contrarrestar fuerza y que no terminara arrancándoselo.

-Cálmate, yo también tengo derecho a mis bromas. -el magi bufó, soltando de golpe, enfurruñado. Ese gesto gracioso le sacó una sonrisa al hombre. -Retrocede un poco en el tiempo, Judal. -dio una pausa. -¿Cuándo fue la primera vez que mi rukh se tiñó de rosa?

-Pfff, ¿cuando me metí en un lío con Yamuraiha y su magia? -contestó casi al azar, pues no sabía si ese rukh colorido se había manifestado en ocasiones anteriores cuando aún nada extraño pasaba y él continuaba en Kou o si fue después de llegar a Sindria.

-Correcto.

-¿Y qué? -continuó sin saber.

-¿Cuál fue la siguiente vez que lo viste?

-Ayer por la mañana, en esas estúpidas pruebas.

-Esa fue la segunda, Yamuraiha me las informó. -aclaró. -Yo no soy capaz de ver el rukh, pero sé que hay una última y tercera, y esta no fue ella quien me la dijo, puesto que no la vio. Pero yo mismo pude deducirla gracias a sus explicaciones.

-¿La hay? -le miró con interés, pues esa no la había visto.

-¿Qué tienen en común las otras dos? -cambió de postura, posicionándose de lado, apoyando el codo en las rocas del borde y su cabeza sobre su mano. Judal pareció meditarlo bastante, mirando un punto fijo en el agua caliente, puesto que ninguna se asemejaba en nada, ni en el lugar, ni en la situación, ni estaban las mismas personas, a excepción de Sinbad, como era lógico, y... Sus pupilas se dilataron al mismo tiempo que sus ojos se abrían.

-¡¿Yo soy el qu...?! -no alcanzó a terminar la oración, pues el Rey había apresado sus labios en un beso superficial y puro, sujetándole levemente del mentón. Se separó pocos segundos después, acto que generó ese limpio sonido romántico de succión. Dorado contra rojo durante un silencio abrumador. Silencio que fue roto por el ruido enérgico del agua siendo brutalmente removida. Judal se había alejado en un pánico cómico más de cuatro metros de él con su cara desencajada y completamente roja. Habían aparecido de golpe en su memoria trozos de aquel acto carnal justo cuando Sinbad comenzó a besarle, viéndose totalmente avergonzado. -¡Me violaste! -señaló acusador con el dedo, sacándole una carcajada al Rey.

-No hice tal cosa. En un principio, fuiste tú quien lo planeó. -dejó sin habla al oráculo, haciendo que se diera cuenta de que el alcohol podía ser mucho más peligroso de lo que pensaba. Se acercó rápido en el agua hasta él, sobresaltándole.

-¡Quita, tuso! -salió inmediatamente, tapándose veloz con una de las toallas que estaban en el suelo. De lo que no consiguió percatarse era de que el monarca había hecho lo mismo con apenas un segundo de diferencia, consiguiendo abrazarle por la espalda. Judal forcejeó cada vez más alterado y rojo, pues el Rey ni siquiera se había molestado en coger su propia toalla para cubrirse. -¡Fuera! -trató de quitárselo de encima dándose la vuelta hacia él con movimientos bruscos, siendo respondido con más ímpetu por parte de Sinbad.

-Venga, no es para tanto. -intentó contrarrestar la lucha del magi, consiguiendo accidentalmente que se tropezara, llevándoselo por delante y cayendo sobre él.

-¡Auh! -Judal se quejó de sus caderas de nuevo al golpearse contra el piso. Aunque su dolor había disminuido, todavía continuaba presente.

-Lo siento. -se disculpó con un deje de preocupación por haberle hecho daño.

-¡Tú ya sientes demasiado! -regañó, provocando una sonrisa sincera en el adulto.

-¿Ahora sabes quién es el causante del rukh rosa? -ante eso, el oráculo de Kou bufó, ladeando la cabeza sin ser capaz de bajar su rubor, pensando que había estado martirizándose inútilmente al creer que era por una mujer que no existía. -¿Puedo besarte por segunda vez? -aquello hizo que los ojos carmesí se dirigieran a él en confusión.

-¿Segunda? -casi se burló. -Como si no hubieras aprovechado para hacerlo más veces anoche, depravado sexual.

-No lo hice. -confundió más al magi oscuro.

-¿Cómo que no? Pues que desperdicio para ti. -su ceño no había dejado de fruncirse en ningún momento. -¿Y se puede saber por qué? -le estaba picando la curiosidad.

-Porque no lo recordarías. Apenas recuerdas con claridad lo que pasó. -pausó. -Quería que tu primer beso lo experimentaras estando consciente al cien por cien y que fuera difícil de olvidar. Un beso puede llegar a ser más importante que el sexo, Judal.

-¿Y quién te ha dicho que haya sido mi primer beso?

-Pura lógica. No eres de los que va regalando besos así porque sí. -le había pillado. Le conocía tan endemoniadamente bien.

-Tsk. -estuvo a punto de volver a girar la cabeza en molestia, mas Sinbad le había cazado los labios de nuevo, sorprendiéndole y haciéndole abrir los ojos levemente. Sintió un brusco vuelco en su abdomen, y su tensión arterial se había elevado. El Rey se separó de forma lenta, repitiendo ese adictivo sonido absorbente al hacerlo. Se produjo una vez más una batalla entre sus ojos. Una batalla empatada, pues esta vez fueron los dos quienes buscaron ese maravilloso roce, Sinbad bajando de nuevo su cabeza, y Judal levantándola al mismo tiempo que rodeaba el cuello del monarca con sus brazos. Unos largos segundos para después dejar morir ese acercamiento, dando paso a otro más, y otro, y otro. Todos ellos siendo cortos y castos, pero cada uno más intenso y cargado de emociones que el anterior. Tras finalizar el que parecía el último, el monarca rio por lo bajo, confundiendo un poco al azabache, quien aún no le soltaba.

-Ahora entiendo el porqué de tus reacciones. Siento no habértelo explicado antes.

-Ya debería darte igual. -buscó de nuevo los labios del Rey, encontrándolos, ya que este no se negó. Hizo que se riera con más ánimo. Tras eso, el hombre se incorporó un poco, tomando en volandas al magi, exactamente como hizo cuando le sostuvo antes de caer en la prueba de equilibrio del día anterior. Corrió a trote hacia la piscina natural, alertando al joven. -¿No irás a...? –sí, lo va a hacer. -¡No! ¡Ni te atrevas! -tarde, pues el monarca ya estaba en pleno aire, producto de un salto, teniendo como objetivo lanzarse en chapuzón al mismo tiempo que sostenía a Judal. A este no solía agradarle tener que mojarse la cara, y si se lanzaba así terminaría sumergiéndose entero, mas tuvo que aguantarse. Se cubrió rápidamente con las manos su entrepierna cuando atisbó su toalla volando lejos de donde debía estar antes de que cayeran al agua cálida. -¡REY IDIOTAA! -fue lo último que consiguió decir como insulto, pues ambos fueron tragados por el humeante líquido translúcido. Después de un par de segundos salieron, el monarca aún sujetando al oráculo, pero esta vez de la cintura, manteniéndole a flote y ligeramente más alzado que él. Este jadeaba un poco por no haber sabido regular su respiración al meterse, y se restregaba los ojos debido a que el agua siempre le molestaba en ellos aunque los tuviera cerrados en todo momento. Los tenía bastante sensibles. La parte corta de su cabello se había quedado aplastada sobre su cabeza por el agua, dándole un toque más femenino. Cosa que a Sinbad también le ocurrió, sin embargo, este parecía igual de varonil, o puede que incluso más. En cuanto terminó de frotarse los párpados, le miró con enfado, colocando sus manos sobre los hombros más amplios. -¡Jamás en tu miserable vida vuelvas a repetirlo! ¡Si quieres tirarte hazlo solo, a mí no me metas! -le dio un rápido manotazo en la cabeza y regresó su mano a donde, anteriormente, estuvo apoyada, sobre su hombro, acto que el Rey vio bastante adorable.

-Judal.

-¿Qué? -contestó aún con molestia.

-¿Me odias? -al escucharlo, el magi se quedó en silencio, como si le hubiera pillado por sorpresa aquella pregunta. Sin embargo, este ladeó la cabeza.

-No. -bien, que lo reconociera era un gran paso, o así pensó el monarca.

-¿Qué idea tienes sobre mí? -se desplazó, llevándose consigo al muchacho, hasta apoyar la espalda en el borde y sentarse en el fondo rocoso que se elevaba en esa zona, obligando al más joven a posicionarse sobre él. Pasaron unos cuantos silenciosos segundos, suficientes para que Sinbad cambiara de posición al oráculo de Kou, sentándole a un lado de él, también sobre el fondo, y atrayendo su cuerpo con un brazo. -No pienses, sólo siente. -el magi oscuro no pudo evitar avergonzarse levemente, no solía experimentar ese tipo de situaciones. Sin embargo, no opuso resistencia, dejándose hacer. Acomodó su cabeza inconscientemente sobre los pectorales del monarca, apoyando también una mano en estos en un gesto similar a un diminuto abrazo. Escuchó atentamente el jovial palpitar del adulto. Nunca antes había escuchado otros latidos aparte de los suyos propios. Tuvo que repetírselo a sí mismo un par de veces, aún sin creérselo; lo que escuchaba era el corazón enamorado de Sinbad. Sonrió.

-La misma de siempre. -respondió a su pregunta, mas el hombre no entendió, y Judal se dio cuenta, por lo que se dispuso a aclarar. -Quiero que seas mi Rey... -pausó. -Pero esta vez, quiero que sea en todos los sentidos. –se sentía tan cursi. El monarca besó su cabeza al mismo tiempo que el azabache cerraba sus ojos, dejándose llevar por la calidez que el agua y Sinbad juntos le brindaban.

Había sido un rato largo bastante reparador y agradable, pero sobre todo deseado, pues ambos habían aclarado sus inquietudes, terminando por considerarse pareja tras lo ocurrido. Habían comenzado a salir juntos sin necesidad de pedirse nada. Sin embargo, su situación les advertía de que no podían continuar perdiendo el tiempo sin una estrategia, pues Al-Thamen siempre podía llegar a presentarse. Se estaban arriesgando demasiado, por lo que, después de finalizar el momento de relax, Sinbad decidió arribar a su despacho llevándose a Judal con él, pues entre ambos era bastante más fácil que se formaran múltiples ideas decentes, aunque un poco extremas, las cuales no serían completamente apoyadas por el resto de generales debido al riesgo. Por eso prefería discutirlas con el magi oscuro primero, este era igual o más demente que él en cuanto a planes. Fueron más de cuarenta minutos lo que les llevó tratar de pensar y exponer distintas estratagemas, lo justo para que sonara la Gran Campana de Palacio anunciando la cena.

-Ya era hora. -se quejó el oficial albino, ya sentado en la mesa con todos.

-Discutíamos un par de cosas. –se excusó Sinbad por los dos mientras entraban al comedor.

-¿Qué cosas? –preguntó por curiosidad Ja'far.

-No te interesa. –fue Judal quien le respondió.

-Todo lo que tenga que ver con Sinbad me interesa, recuerda que soy el General al mando.

-Me importa una mierd… ¡Hah! –soltó un elevado quejido de dolor. ¿Por qué? El Rey le había azotado el trasero como advertencia, provocando que se llevara las manos a la zona, pues esta picaba.

-No utilices esa palabra cuando hay comida delante, anda. Y deja provocar. –no se dio cuenta, pero todas las miradas se dirigían a él, unas confusas, otras sorprendidas, y las dos restantes, las cuales eran azules, de manera cómplice. No por haber azotado al magi del Imperio Kou, sino por haberlo hecho en donde fue.

-¡Judal, aquí! –Aladdin levantó el brazo, animado. Le había guardado el sitio entre él y Morgiana, pues se habían acostumbrado a tenerle ahí. El oráculo caminó hacia allá tras dedicarle un chasquido de lengua a Sinbad, dándole a entender que se había pasado con la fuerza, provocando que se riera.

La cena transcurrió bastante amena para todos, el magi oscuro estaba empezando a adaptarse con éxito, y aquello alegraba al resto, pues comenzaban a ver los buenos resultados de su recuperación, tanto física como psicológica. Al día siguiente debían regresar a su rutina mientras esperaban a que su Rey les informara sobre alguna estrategia que tuviera en claro, por esa razón era recomendable que se fueran pronto a dormir. Judal no quería ser el bicho raro que se quedara solo, por lo que tuvo que hacer lo mismo, ya con su cabello, de nuevo, suelto y sin su manto blanco, sobre la cama, arropado hasta el pecho por las sábanas y mirando al techo. Toda mala emoción se había disipado mágicamente, sintiéndose tan liviano. El monarca le correspondía, era razón suficiente para haber eliminado todos y cada uno de los sentimientos negativos que sentía. Sonrió ampliamente, apretando los puños en un intento por no chillar como una maldita niña. A la vez que eso pasaba, se insultaba mentalmente por pensar de forma tan afeminada. Cerró los ojos, borrando su mueca alegre, inspirando y expirando profundamente para relajarse, cosa que consiguió tras medio minuto. Sin embargo, fue interrumpido.

-Hola. –Sinbad entró sonriente con una manta en sus manos, siendo observado por el magi.

-¿Qué haces con eso?

-Esta noche tiene pinta de ser más fría que de costumbre, es para que no te congeles. –dijo casi de forma irónica, pues la magia que Judal usaba normalmente era de hielo. Se acercó a la cama y la abrió la tela, dejándola caer a la perfección sobre las más finas. –Así mejor. –apenas pudo siquiera voltearse. El oráculo le había agarrado de las ropas y había tirado de él con fuerza, haciendo que se cayera de rodillas sobre el colchón, aprovechando para incorporarse y robarle un rápido beso para volver a echarse, sonriente.

-¿Y si mejor duermes conmigo? Teniéndome aquí no creo que quieras hacerlo solo. –sonrió de lado, atacando sin pudor con palabras. El Rey sonrió a la vez que suspiró.

-Tienes razón. –se levantó, empezando a desvestirse bajo la confusa mirada carmesí.

-No… no me digas que también duermes en bolas… -estaba empezando a arrepentirse de habérselo dicho.

-¿Es eso un problema? –sonrió, despojándose de su última prenda; el faldón. Judal no pudo evitar desviar la mirada hacia abajo por inconsciencia, quedándose completamente impactado por lo que veía.

-¡¿Ese monstruo ha entrado en mí siendo el doble de grande que ahora?! –su rostro comenzó a sentirse caliente, producto de un fuerte rubor. Tan avergonzado se sentía que tuvo que llevarse las manos a los ojos para taparlos y no seguir mirando esa zona tan bien desarrollada que Sinbad tenía. Este, al verlo, comenzó a reírse sonoramente a carcajada limpia. -¡¿De qué te ríes, idiota?! –protestó alzando la voz.

-Puedes llegar a ser muy adorable cuando te lo propones. –se subió al colchón, alzando las cobijas y acomodándose bajo ellas sin dejar de observar al magi a su lado. Este se destapó los ojos al saber que la mascota del Rey estaba cubierta y para nada visible. Aunque… la tenía justo al lado.

-No soy adorable. –reclamó, mirándole sin ser capaz aún de disminuir el color rojizo en sus mejillas. Recibió como respuesta una sonrisa. El oráculo se giró un poco más y se apoyó sobre los codos, acercando su rostro al del monarca y regalándole otro diminuto beso.

-Te estás volviendo adicto a los besos. –se burló de manera amistosa.

-Son agradables y me gustan, ahora los recibo y los doy porque puedo y porque quiero.

-Pero sólo conmigo. –no pudo evitar sentirse un poco preocupado, pues si realmente se estaba volviendo adicto a los besos en general, podía terminar por besar a cualquier persona por simple placer o aburrimiento.

-Nunca dije que me gustaran de otras personas. –aquello calmó la inquietud que Sinbad acababa de tener. –Me gusta recibir los tuyos y dártelos a ti.

-¿De verdad?

-Por algo eres mi Rey estúpido y mi Candidato favorito. –aquello hizo pensar un poco al monarca.

-¿Y Hakuryuu? –Judal pareció suspirar.

-Como Magi, Al-Thamen ya no me permitía estar más tiempo sin un Candidato a Rey oficial, y tú no estabas por la labor, seguías rechazándome. Me vi obligado a escogerle a él entre mis demás Candidatos, era el menos irritante y más manipulable. –el adulto le miró con un deje de tristeza y leve culpabilidad.

-Y… ¿no se puede cambiar eso? –al escuchar tal cosa, el oráculo le miró, completamente anonadado.

-¿Cómo? –inmediatamente, Sinbad le tomó el rostro, comenzando a besarle de forma lenta y superficial, siendo correspondido.

-Quiero que seas mi Magi, Judal. –el nombrado continuó sin responder, no podía formular nada en su cabeza. Se había quedado totalmente en blanco. Vio cómo el Rey se acercaba un poco con una mueca compasiva sin saber por qué. Hasta que este le rozó las mejillas con los pulgares, limpiándole. Había empezado a llorar sin darse cuenta. Lo que más le sorprendió fue que no se sentía triste, ni siquiera un poco decaído, sino todo lo contrario. Lloraba de felicidad. En cuanto reaccionó, abrazó al adulto mientras reía y lloraba al mismo tiempo, causándole a este que también riera un poco. –Judal. –hizo que le mirara al llamarle, tan sonriente y enrojecido, esta vez por la irritación de las lágrimas. –Te quiero. –sin esperar más, el magi oscuro se lanzó con ímpetu a apresar sus labios de nuevo.

Se sentía tan satisfecho, tan realizado, tan… amado. Se había sentido deseado muchas veces, peo nunca tan querido. ¿Quién iba a pensar que el joven magi de Kou sentía exactamente lo mismo que él? Había tenido suerte, mucha suerte, o tal vez fue… ¿El destino? Porque este tenía planeado juntarles de todas formas, se hubiera separado o no de él en el pasado. Siempre se lo encontraba cada vez que iba a algún lado fuera de Sindria, y no era porque el oráculo le siguiera, pues este también tenía sus tareas fuera. Coincidían en los mismos lugares en el momento exacto demasiadas veces, y eso no podía ser simple casualidad. ¿Y si estaban destinados realmente desde el inicio a estar juntos? Era lo más lógico que podía pensar, y le agradaba que así fuera. Sintió un peso sobre su cuerpo a la vez que los rayos del sol soslayaban contra su pómulo, dándole calor. Abrió los ojos, parpadeando un par de veces, viéndose destapado con un Judal sonriente que le miraba desde arriba.

-Buenos días, Rey estúpido. –se inclinó hacia delante para darle un tierno pico sonoro, pues se encontraba sentado sobre su regazo, con las piernas separadas. Sinbad sonrió feliz, posando sus manos sobre los muslos, vestidos por el fino pantalón negro, del magi.

-Buenos días, Jud. –el oráculo le miró curioso por unos segundos para después soltar una carcajada.

-No suena mal, me gusta. –se acercó de nuevo, deteniéndose a pocos centímetros de su rostro con una mirada lasciva, comenzando a acariciar delicadamente con sus manos el pecho del adulto. –Hey, ¿por qué no me ayudas a recordar lo que me hiciste esa noche? Quiero sentirlo estando sobrio.

-Te has despertado con ganas de fiesta, eh. –sonrió de lado, tomándole sorpresivamente de las muñecas e intercambiando posiciones de forma brusca, quedando sobre él y teniéndole inmovilizado. Se acercó hasta su oreja, y le susurró. –Prepárate, porque voy a hacerte gritar mi nombre. –mordió su lóbulo, sintiendo como se estremecía bajo su cuerpo. Se deslizó por su mejilla hasta llegar a sus labios, sellándolos en un roce, el cual tras unos segundos se intensificó. Entre ese beso, atrapó con los dientes el labio inferior de Judal, obligándole a separarlo del superior. Aprovechó ese momento para volver a besarle con hambruna, empezando a introducir su lengua en la cálida boca del joven magi, convirtiéndola en un escenario de baile para los movimientos enredados y ardientes de ambos músculos bucales. Luchaban con fiereza por tener el control sobre la otra, calentando al mismo tiempo el ambiente y los cuerpos de sus dueños. Sinbad liberó las muñecas del oráculo y deslizó sus manos por el abdomen de este, acariciando de forma lenta y profesional su cintura, sintiendo cómo el muchacho profundizaba el beso francés al rodearle el cuello con los brazos, acercándole más a él. El Rey hizo descender sus manos, comenzando a desaparecer por debajo del pantalón negro cuando… Ambos dieron un ligero salto, separando sus rostros de golpe y deteniendo cualquier tipo de movimiento que no fuera el de respirar, mirándose fijamente con los ojos levemente abiertos. Lo que habían escuchado era… Una segunda explosión más fuerte retumbó por todo Palacio, y Sinbad pudo hacerse una ligera idea de lo que ocurría al ver cómo Judal comenzaba a ponerse pálido y a transformar su cara en una mueca de temor. –Al-Thamen…

-¡La barrera! ¡Yamuraiha, Aladdin, no cedáis! –gritó desesperado Ja'far.

-¡Eso intentamos! –ambos magos descendieron unos centímetros de golpe al mismo tiempo que la cúpula recibió un fuerte ataque. -¡No puedo…! ¡Ah! –ella fue lanzada cual proyectil hacia el suelo debido a la onda expansiva que se creó al haber sido abierta la única protección que tenían, al igual que el magi más pequeño.

-¡No les dejéis acercarse! –el albino enredó con sus hilos rojos a uno de los seis magos malignos, sin embargo, este los tomó y tiró de ellos, provocando que con un movimiento el oficial fuera brutalmente estrellado contra uno de los muros del Palacio.

-¡Ya basta de juegos! ¡Devuélvannos a nuestro Oráculo! –estaban cabreados, muy cabreados.

-¡JAMÁS! –esta vez fue Alibaba quien trató de arremeter contra ellos, siendo volado por los aires al recibir un ataque de puro magoi oscuro de otro de ellos. Sin embargo, este fue rápidamente eliminado y pulverizado por un potente tornado.

-Sinbad… -gruñó uno de los cinco que quedaban. Ahí estaba su Rey, levitando sobre ellos a modo de protección con un rostro endemoniadamente serio, tan temible, estando Judal un poco más atrás, pero a su lado.

-Dejen de destrozar mi Palacio. –su voz de ultratumba resonaba en los oídos de todos.

-Libere a nuestro Magi y entréguenoslo. –parecieron hacer caso, deteniendo los ataques.

-Me temo que eso no será posib… -se interrumpió a sí mismo al notarse el brazo completamente inmovilizado, viendo como el resto de personas que le acompañaban abrían los ojos en estupor. Fue entonces que se miró el brazo izquierdo. Congelado. En su asombro escuchó una melodiosa risa provenir de la derecha. Se giró de golpe, encontrándose a Judal de frente a él, con una sonrisa que cada vez se ampliaba más, acabando por convertirse en descontroladas carcajadas psicóticas.

-¡No me digas que no te lo esperabas! –continuó riendo, pero se detuvo al ver que el Rey no respondía de su estado. –Oh, vamos. ¿De verdad pensabas que alguien como yo podía cambiar? –continuó sin obtener respuesta de nadie, pues estaban fuera de su razonamiento. –Qué iluso. –negó con la cabeza, para después volver a mirarle con esos ojos rojos. –Aunque he de admitir que me divertí bastante. Quién hubiera esperado que sintieras algo tan repugnante por mí. –se refería al amor. –Cada vez me enorgullezco más de mis dotes teatrales. –rio con ánimo.

-¡Nos has engañado, maldito! –Ja'far fue el valiente en plantar cara.

-Cállate, perro pulgoso. –le dedicó una mirada cargada de odio, para después dirigir su vista hacia Sinbad, quien aún no reaccionaba, mirándole con esos ojos dorados tan desorbitados. -¿Lo hice bien, eh? ¿Verdad que mis planes son muy buenos? –comenzó a reírse de nuevo, esta vez de forma más normal. Se acercó hasta él, aprovechando su trance de incredulidad para sacar su varita, la cual el adulto había estado escondiendo en uno de sus bolsillos. Cuando la tuvo en sus manos, le miró con un deje de tristeza falsa. –A pesar de todo lo que pasamos juntos no confiaste en mí para devolvérmela. –sonrió de lado. –Eres tan compasivo y crédulo, Sinbad. Casi me das pena.

-Joven Oráculo. –avisó uno de los magos, sacando de sus casillas al magi.

-¡Que sí, coño! ¡Que ya voy, no te entrometas en las conversaciones de un Magi, hechicero mugroso! –gruñó con rabia, cambiando drásticamente su mueca en una socarrona al observar al monarca, que aún no reaccionaba. –Tengo que darte las gracias, Sinbad. Sobre todo por haberme contado ayer cada uno de tus posibles planes para acabar con nosotros. –tras decir aquello, tanto los generales como los tres chicos miraron con terror al Rey. Tenía que ser mentira, deseaban que lo fuera. El magi oscuro se alejó en el aire de espaldas, sin dejar de conectar su mirada con la del monarca, que aún no parecía volver en sí. Cuando alcanzo a posicionarse delante de los demás magos corrompidos, alzo su varita y formó una delgada aguja de hielo. –Este es mi regalo por haberme cuidado tan bien, Rey idiota. –sonrió de forma impecable, lanzando la estructura en dirección al adulto. Iba a ser atravesado.

-¡SINBAD! –la gran mayoría de sus generales trataron de bloquear ese ataque, pero fueron incapacitados por la magia de dos de los hombres con velo para evitar que se entrometieran.

Judal vio cómo el Rey se apartó a duras penas, saliendo del trance en el último momento, siendo rasguñado de forma leve. Un milisegundo más y le hubiera matado. El oráculo de Kou chasqueó la lengua, pero pronto volvió a sonreír. Los cinco magos formaron un portal de transferencia para volver, metiéndose en él los primeros. –No miento, en verdad ha sido entretenido. –dio marcha atrás, casi desapareciendo a través del portal. –Hasta la próxima, Sinbad. Puedo decir con seguridad que ese será nuestro último encuentro, porque acabaré con tu miserable vida. –le lanzó un beso con la mano antes de desaparecer por completo junto con el portal.

Nadie, ninguno de ellos podía formular palabra alguna desde que Judal se marchó hacía como quince minutos. Se sentían inútiles, estúpidos por haber confiado en que el magi del Imperio Kou podía llegar cambiar, aunque fuera un poco. De pie frente al escritorio del gran despacho, asustados, enfadados, impotentes, pues lo que más les inquietaba era que se habían quedado sin planes de reserva. Todos ellos fueron dados al oráculo, y posiblemente, contados a la organización.

-Estamos perdidos… Ya no hay nada qué hacer… Yo… pensé que… -Yamuraiha tembló un poco, pues ella era una de las que más había confiado en él, y ahora se sentía tan traicionada. Miraba al suelo, al igual que todos. Mientras que Sinbad, sentado tras la mesa, apoyando los codos en esta y con la cabeza cabizbaja, reposando su frente sobre el dorso de sus manos entrelazadas, escondiendo su rostro con el pelo. Ja'far se atrevió a levantar la cabeza, mirando a su Rey.

-Sin… -sus ojos negros en completa tristeza y desesperanza trataban de atisbar algo en el monarca, pero no lo consiguió, por lo que se vio obligado a acercarse un poco. Fue ahí cuando lo vio. Su mueca depresiva cambió a una completamente impactada, ¿y por qué no? Asustada también. Sinbad… estaba sonriendo. Una sonrisa malévola en la que consiguió reconocer algo… El Rey levantó la cabeza, mostrándola, al igual que sus ojos. Unos ojos, ahora, con el brillo característico del deseo de venganza. Nadie se atrevió a mantener esa mirada dorada tan intensa, hasta que el albino habló. –Tú… -respiró profundo, casi al borde del infarto. -¡¿Ambos estabais actuando?! –consiguió que los corazones del resto volvieran a latir. Recibió una risa tranquila por parte del monarca, haciéndole pensar un poco más. El oficial era realmente muy inteligente y avispado. –No me digas que… usaste a Zepar sobre Judal…

-Fue idea suya, así me permitiría ver y escuchar a través de él en todo momento. –aclaró, devolviendo la esperanza al lugar.

-¡Oh, Judal, tú y vuestros planes caóticos! ¡Ambos estáis igual de dementes! ¡Más os vale a los dos que vuestra estrategia salga bien!–gritó Ja'far, esta vez agradeciendo que lo fueran. Sinbad se levantó, ampliando aún más su sonrisa y haciendo brillar más sus ojos.

-La táctica para eliminar a Al-Thamen acaba de comenzar.


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