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Recuperando lo robado por Scardya

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Observó con atención en el último momento, antes de desaparecer por el portal, un casi imperceptible guiño por parte de Sinbad, aunque atisbó nerviosismo en él, notándole preocupado. La actuación parecía haber colado a la perfección, haciendo creer a los generales lo que no era. Incluso un par de frases que dijo eran ciertas, sumándole credibilidad, y dichas con toda la sinceridad del mundo. Cada vez me enorgullezco más de mis dotes teatrales. Esa oración iba disfrazada sobre lo vivido en Sindria, sin embargo, para él y el Rey, fue referida a la actuación que estaban interpretando en el momento. ¿Lo hice bien? ¿Verdad que mis planes son muy buenos? fue otra de ellas, pues había sido él quien montó todo aquel paripé con ayuda de algunos retoques que el monarca aconsejó el día anterior, cuando se propusieron a sólo discutir estrategias. Al final, habían terminado por crear una de esas estrategias; la que acababan de comenzar. Dijo aquella frase de forma espontánea, como si le estuviera pidiendo opinión sobre ese plan tan enredado que estaban llevando a cabo. También fue cierto lo que le dijo sobre su varita, eso sí le había molestado un poco, pues no se la había devuelto a pesar de confiar en él, o eso creía que Sinbad hacía. No siguió pensando en ello, pues ahora tenía algo más importante entre manos. Había sido superada con éxito la primera fase; hacer creer a todos los aliados de Sinbad que fueron traicionados delante de los magos malignos, y así, hacerles caer a ellos también en la mentira. La estrategia se resumía en varios pasos: primero, fingir traición a Sindria y engañar así a Al-Thamen también; segundo, hacer creer a la organización que no sabía nada sobre su sacrificio, inventándose una excusa nueva para justificar su huida y no levantar sospechas; tercero, recolectar el máximo de información del Imperio de las dos últimas semanas; cuarto, comunicarle al primer Príncipe todo en presencia de los otros tres príncipes y las dos princesas, y así, deducir un nuevo punto débil en Al-Thamen con la participación de Sinbad a través de Zepar; quinto, permitir la entrada en el país al Rey de Sindria y a dos de sus Generales furtivamente; y sexto, emboscar a la organización desde su interior. Tan complicado como peligroso, pues sería similar a una revolución, sumada a invasión, en contra del propio Imperio Kou, ya que Al-Thamen ahora pertenecía oficialmente a este. Nadie más aparte de ellos debía enterarse.

Hubo algo que no le agradó nada cuando llevó a cabo la primera fase, y era que el Rey se había dejado dañar un poco por aquella gran aguja de hielo, provocándole a él un chasquido de lengua por haberle dado sin tener intención, y casi saliéndose de su papel de traicionero debido a ello. ¿En qué demonios estaba pensando el idiota como para reaccionar tarde? ¿Acaso se había despistado? No lo sabía, pero en cuanto tuviera la oportunidad le recriminaría por ello, pues si hubiera sido una décima de segundos más, seguramente, le habría matado por accidente. Y él ya había perdido completamente sus deseos de acabar con él. Sería una tremenda ironía que le asesinara ahora que no quería hacerlo, cuando en el pasado, por mucho que buscaba su muerte nunca la tuvo. Había aceptado con dificultad que podía sentir "algo" amoroso, sin embargo, temía a ese sentimiento sin razón. ¿Por la inexperiencia, tal vez?

Apareció rápido en el patio exterior del Palacio del Imperio Kou junto con los cinco hechiceros. No podía evitarlo, tenía miedo, pero no el suficiente como para dejarse amedrentar. Sobre todo, no iba hacérselo saber, jamás se mostraría asustado frente a ellos. A partir de ese momento, pondría en marcha la segunda fase; engañar a Al-Thamen sobre su escapada. La organización se habría dado cuenta muy posiblemente de que la razón por la que estuvo en Sindria fue porque huyó al escuchar lo que no debía. Pues ahora tenía que convencerles de que estaban errados, debía inventarse algo decente para que terminaran creyéndoselo. Volver a ganarse su confianza.

-Joven Magi. –su cuerpo se tensó al escuchar que uno le llamaba por la espalda. Giró levemente la cabeza y le miró por el rabillo del ojo. –Como Oráculo, usted tenía el derecho a saber. El tema fue discutido con la Emperatriz y también estuvo de acuerdo en ello, no le culpamos por haberse marchado. –los cinco hicieron una reverencia, consiguiendo que Judal se volteara con una mueca confusa, y algo asqueada, aunque por dentro estaba completamente sorprendido por lo que había dicho.

-¿Saber qué? –se cruzó de brazos, dejando impactados a los magos oscuros, quienes parecieron mirarse entre ellos a través de los velos.

-La razón por la que huyó… –observaron cómo el magi del Imperio transformaba cada vez más su rostro en confusión y ofensa.

-¿Qué? –se inclinó hacia delante con los brazos en jarra. –No hui a ningún lado, ¿tan cobarde me creéis si tuviera algo de lo que huir? –fue exactamente lo que hizo... -Simplemente fui a recuperar mi puñetera varita, nada más. Pero el desgraciado de Sinbad me pilló en su cuarto mientras la buscaba y no me dejó salir desde entonces. ¡¿Sabéis acaso la humillación que he tenido que soportar?! ¡¿No pudisteis ir a buscarme antes?! –se lo echó en cara con deje rabioso, sobresaltándoles. –Tsk, ¿y vosotros os hacéis llamar fieles a la organización cuando ni siquiera os molestáis en apresuraros a recuperar al único magi que Al-Thamen tiene? –hizo un gesto de acusación con el brazo, intentando con eso que fuera más creíble. Él sabía que no era el único magi en la organización, pues en el cuerpo de la misma Emperatriz Gyokuen habitaba esa magi de Alma Toran; Arba. Mas no sabía si sus seguidores también eran conscientes. Supuso que no.

-Lo sentimos. –los cinco volvieron a agachar las cabezas. Judal rio en su interior al verles, le encantaba acongojarles, aunque les tenía bastante asco en ese momento. No habían vuelto a mencionar nada sobre lo que se supone que no debería ser consciente, con la intención de continuar ocultándoselo incluso después de haberle dicho que tenía derecho a saberlo. Qué hipócritas. Eso sólo significaba una cosa; fase dos completa. Ese grupo de magos se había tragado aquella trola, y no tardarían en informar al resto, propagando la mentira hasta su desgraciada Emperatriz, y convenciéndose entre ellos que no mencionaran nada más sobre ese sacrificio de la Profecía. El magi oscuro se dio la vuelta, terminando esa, ahora inútil, conversación. No se dio cuenta en su momento, pero el cielo en Kou estaba tornado en un tono grisáceo, el sol no se mostraba, propagando oscuridad. Tampoco parecían ser nubes de lluvia. Aquello hizo que le recorriera un leve escalofrío a lo largo de su columna vertebral al mismo tiempo que comenzaba a sentirse más activo y enérgico. El lugar estaba bañado completamente de rukh oscuro, razón suficiente para que se notara más poderoso. Comenzó a caminar despreocupadamente, dispuesto a alejarse de ellos. –Espere. –hizo que se parara.

-¿Y ahora qué? –gruñó, frunciendo el ceño.

-Durante el tiempo que estuvo fuera se saltó varios entrenamientos, debería recuperarlos. –el hombre del velo se acercó, dejando que el resto se dispersara. –Le llevaré al despacho del primer Príncipe, ahí tiene las instrucciones del nuevo procedimiento. –aquello pareció llegarle como si fuera un milagro. Completaría de una sola vez el tercer y cuarto paso, y era mejor que si los hacía de forma continua, pues Kouen sabría darle toda la información que le requería sobre lo ocurrido en el Imperio desde su partida al mismo tiempo que investigaban, ahorrándole a él el tedioso esfuerzo de tener que buscar sólo.

-Bien. –accedió a regañadientes, siguiendo al mago por el laberinto de pasillos del Palacio. Tan aburridos y poco llamativos. El hombre de rostro oculto abrió la puerta y se hizo a un lado con una leve reverencia, a lo que el azabache entró. –Qué inoportuno para estar en tiempo libre. –se quejó, pues Kouen no estaba ahí, suponiendo que estaría haciendo cualquier otra cosa sin importancia. No se interesó demasiado, ya rebuscaría él en los papeles oficiales que el pelirrojo guardaba. Sin esperárselo, escuchó la puerta cerrarse tras él, provocando que se girara, completamente sorprendido y temeroso. ¿Una trampa? –Mierda… -corrió hasta ella, tomando el pomo. Estaba bloqueado. Eso significaba que algo había salido mal. Posiblemente, no se habían creído su falacia de antes, lo que le llevaba a considerar que sabían que había mentido y que conocía lo que iba a pasarle. Sus nervios aumentaron, al igual que la fuerza que ejercía sobre la manivela. -¡Joder! –lo peor de todo era que ese despacho estaba construido a prueba de magia, pues a Kouen no le agradaba que nadie le interrumpiera. Intentar usarla para salir sería inútil.

-Lo siento, joven Magi. Pero son órdenes de nuestra Señora. –escuchó los pasos alejándose, enfureciéndose cada vez más.

-¡Me cago en la desgraciada de Gyokuen y la puta madre que la parió! –gritó al borde de la intimidante ira. Sabía perfectamente que eso podía haber sido escuchado, pero le daba igual, puesto que le permitían blasfemar todo lo que quisiera y más.

Diez minutos. Diez malditos minutos golpeando, empujando y tirando de aquella condenada puerta, comenzando a sentir su cuerpo temblar de la rabia. Estaba en graves problemas, y esta vez no había nadie por esa zona del Palacio para ayudarle. Ahora sí se sentía asustado y desprotegido. Lo peor de todo era que no existían ventanas en esa habitación. Su respiración comenzaba a volverse cada vez más irregular, preso del pánico. Se agarró del pelo con fuerza, estaba empezando a perder los nervios, pero pronto se soltó. No debía dejarse llevar, tenía una misión que cumplir, y no era la que Al-Thamen esperaba. Se dio la vuelta, encontrando la mesa limpia, sin nada sobre ella, a excepción de un par de pergaminos mágicos que supuso que eran los debió de haberse estudiado esas dos últimas semanas. Se acercó al mueble y los tomó con una mano, pues estaban enrollados, siendo así más fáciles de llevar. Dio un giro alrededor de la mesa, abriendo los cajones con intención de mirar y leer los papeles de Kouen, sin embargo…

-¿Vacíos?... –era extraño que no hubiera nada más en esa sala, ya que ahí era donde el pelirrojo trabaja casi continuamente, pero él conocía otro lugar en donde este escondía algunos documentos, por lo que no se tensó mucho. Le había visto camino a la biblioteca con ellos y, posteriormente, salir con las manos limpias sin que el hombre de duras facciones se diera cuenta. Vio un pequeño clip, en una esquina del cajón superior, que el Príncipe solía usar para no extraviar papeles sueltos. Sacó el diminuto objeto punzante y lo abrió, poniéndolo recto al mismo tiempo que colocaba los pergaminos bajo su brazo para tener ambas manos libres, y caminó hasta la puerta. Metió la fina punta en la cerradura, comenzando a moverla a la vez que ejercía fuerza sobre la manivela, con la boca entrecerrada debido a la concentración. No parecía ceder, y eso le irritaba.

Fue después de un minuto que escuchó un "click". Parpadeó un par de veces, analizando lo que acababa de hacer. Pronto adornó su rostro con una amplia sonrisa, felicitándose por la hazaña. Era la primera vez que intentaba algo así a mano. Giró el pomo y abrió, dispuesto a meterse en la biblioteca, la cual no quedaba lejos.

En cuanto llegó, alborotó varias estanterías y mesas, en busca de los documentos que creyó que fueron trasladados.

-¿Judal? –escuchó una voz en su cabeza. Esa voz…

-¿Sinbad? –se quedó quieto un segundo, deteniendo su búsqueda. -¡Ah, joder, me asustaste, imbécil!

-No hables en voz alta. –advirtió alzando el volumen en el interior de la cabeza del magi. Al haber utilizado el poder de Zepar sobre el oráculo, el Rey podía contactarse con él por telepatía, usar sus sentidos, e incluso controlar sus actos y mentalidad. –Trata de hablarme mentalmente, evitarás malentendidos si no te ven hablando solo. –el azabache se concentró, intentándolo.

-¿Ya?

-Perfecto. –Judal suspiró.

-Mejor así, porque ya no sé si pueda moverme libremente por el Palacio.

-¿Qué ha pasado? –sonó tenso.

-Gyokuen, esa maldita bruja ha hecho que me encerraran a traición en el despacho de Kouen.

-¿En el despacho de Kouen? ¿Para qué? –se escuchó levemente sospechoso. – ¿Está él ahí? - le preguntó con un tono más serio de lo normal.

-¿Yo qué sé? Salí del despacho hace un rato, y él desgraciado no estaba.

-En ese caso, ¿conseguiste la información que necesitamos?

-No había nada allí. Normalmente suele tener los cajones a reventar de documentos, pero estaban vacíos. –se encogió de hombros, obteniendo a la vez un incómodo silencio. –Estoy buscando en la biblioteca, suele ocultar algunos aquí, pero no sé en qué maldita zona.

-Voy a hacer algo, pero te aviso y me disculpo de antemano; sentirás un pinchazo en la cabeza por un segundo.

-¿Qué vas a…? ¡AAAARGH! –se agarró la cabeza con fuerza al mismo tiempo cerraba los ojos con gran presión, soltando un sonoro grito de profundo dolor. -¡¿TÚ TAMBIÉN QUIERES MATARME?!

-¡No hables! ¿Acaso quieres que sospechen más de lo que ya lo hacen? –su voz sonó bastante preocupada y culpable. –A mí también me duele tener que hacer esto, pero fuiste tú quien insistió. Te avisé del poder de Zepar, Judal, y no me escuchaste.

-Ya… -el dolor agudo se había disipado pronto, fue sólo un segundo, exactamente como Sinbad dijo. Aunque continuó sobando su cabeza con los parpados sellados.

-No veo nada, Judal. Abre los ojos.

-¿Qué has hecho, idiota?

-He conectado tu sentido de la vista y el oído a mí. -Sin más espera, los abrió, curioso al escuchar eso, aunque para él no había cambiado nada en absoluto. –Si por alguna razón no llegas a ver directamente alguna pista de dónde pueden encontrarse ya estaré yo para fijarme.

-Eres un maldito suertudo aprovechado. –acusó. Y es que, cómo no hacerlo, si iban a serle revelados posibles secretos del "enemigo".

-Ahora eso no importa. Además, -rio con malicia. –tú sabes exactamente cómo soy y lo que busco. Pero como he dicho, ahora hay algo más importante que eso. Tenemos que saber qué ha pasado en el Imperio mientras no estabas.

-No me digas. –dijo con un deje de gracioso sarcasmo, comenzando a reanudar su búsqueda por múltiples estanterías más, descolocando tanto libros como pergaminos. Arrastró y sacó varios de ambos, rebuscando entre ellos lo que le interesaba. –Sinbad.

-Dime.

-¿Por qué demonios no te apartaste antes de que te diera el hielo? -sonó bastante enfadado, escuchando cómo el monarca reía por lo bajo.

-Pensé que si me rozaba sería más creíble. Tú hubieras hecho lo mismo con tal de asegurar la actuación.

-Te gusta sentir el peligro, eh. –sonrió de lado mientras continuaba buscando.

-Yo me meriendo al peligro. –hizo que el magi se riera.

-¿Acaso acabas de escuchar la estupidez que has dicho?

-Por supuesto que sí. –pausó. –En ese momento tú eras el peligro, por eso lo digo. –un calor abrasador caló las mejillas del oráculo, comprendiendo a lo que se refería.

-Idiota… -le sacó una leve carcajada al adulto al mismo tiempo que dejaba de removerlo todo. -Tsk, en las estanterías y las mesas no hay nada.

-Yo también me estaba empezando a dar cuenta.

-¿Dónde coño los ha metido? –dejó en su lugar con violencia todo lo que había sacado, estaba empezando a cabrearse.

-Busca en el escritorio de la entrada, creo que ahí no miraste. –cierto, se le había pasado por completo ese mueble. Caminó hacia aquella mesa, la cual no tenía nada sobre ella. Abrió los cajones que esta tenía, encontrándolos vacíos también.

-Joder, tiene que habérselos llevado con él.

-Judal… Gira tu vista un poco hacia la derecha… -el magi hizo caso a la indicación inconscientemente, solo para llevarse una bastante desagradable sorpresa. -¿No son esos los contenedores de metal de Kouen? … -tenía razón. Pues ahí se encontraban tras una estantería, apoyada sobre la pared, la espada envainada del Príncipe y su hombrera. –No creo que Kouen sea tan descuidado como para no llevarlos siempre, algo tiene que haber pasado.

-Debí haberlo imaginado… Cuando llegué, todo estaba demasiado tranquilo. –pausó, tragando saliva. –Se supone que la cuarta fase del plan era decirles a los tontainas todo esto para que nos ayudaran... Pero parece que no están... y si Kouen se ha llevado los documentos, tampoco podemos seguir con la tercera fase…–silencio. -¿Sinbad?

-… Mi magoi empieza a decaer. Tengo que dejar que se recupere para contactar contigo.

-¡¿Y qué hago?! –Judal comenzaba de nuevo a alterarse.

-Actúa normal, reanudaremos el plan cuando regresen. Al-Thamen no va a intentar nada contra ti en un tiempo, confía en mí, de momento estás a salvo.

-¡Pero! … ¡¿y si no vuelven?! –silencio. -¡Idiota, respóndeme! –sin respuesta. ¡Argh, coño! –sí, la había pifiado, pero bien. Su enrevesado plan que tanto le costó trabajar en menos de una hora se había disuelto temporalmente por culpa de la ausencia de los Príncipes y Princesas de Kou. Había cometido un terrible error al tomarles en cuenta tan fácilmente dentro de su estrategia. Trató de tranquilizarse, respirando profundo. Salió de allí con los pergaminos mágicos, caminando por los pasillos, enrabietado. Ahora sí que estaba comenzando a asustarse, y esta vez, no tenía a Sinbad para desahogarse. Todo estaba resultando horriblemente mal. Se detuvo, torturándose al pensar en la que había liado, agarrándose de la cabeza con una mano, casi temblando. -¿En qué puto fregado me he metido? … -empezó a correr, ya desesperado, a buscar a cualquier persona que no perteneciera a Al-Thamen ni a los sirvientes de Palacio aun sabiendo que no lo iba a conseguir. Se convirtió en intruso de todas y cada una de las habitaciones de la Familia Real. Todas vacías, únicamente con los contenedores metálicos de cada uno, lo que le daba a entender que algo grave había pasado, pues nunca los dejaban así como así. Ni Kouen, ni Hakuei, ni Kougyoku, ni Hakuryuu, ni Koumei, ni Kouha. No había nadie en todo el maldito edificio a excepción del personal, la Emperatriz, que supuso que estaría en sus aposentos, y los magos de la organización. -¡¿Por qué cojones no hay nadie?! –se detuvo en sus cavilaciones. –No, Judal. Cálmate. –inspiró y expiró profundamente, relajando al tiempo sus músculos. –Sólo compórtate como si no supieras nada, no tardarán en volver. Seguro que estarán aquí antes de que anochezca. –empezó a caminar con paso suave, atisbando a su derecha el patio interior en donde se encontraba su árbol favorito. Se detuvo, observándolo. Estaba completamente muerto y desnudo, sin hojas, sin flores, sin duraznos. Un paisaje caído, tan caído como su alma. Su mueca entristecida lo decía todo por él. Era completamente lógico y normal que estuviera en ese estado, pues el rukh negro ahora calaba cada rincón de ese Palacio oriental, matando lentamente las vidas más frágiles que dependieran de rukh blanco. Las plantas y los animales eran parte de esas vidas. Vio a uno de los hombres con velo más adelante.

-¡Eh! –le llamó la atención, haciendo notar su molestia con el asunto. Este giró la cabeza mientras Judal se acercaba.

-Joven Oráculo, ¿qué necesita? –aquello sorprendió al magi, ¿tan rápido les dejó de importar el mantenerle encerrado?

-¿Dónde están mis Candidatos a Rey? –no lo eran realmente, pero así solía llamarlos cuando tenía que referirse a todos al mismo tiempo, puesto que fueron sus calabozos los que consquistaron.

-Oh, fueron enviados a una importante misión, regresarán pronto. –mentía, y el azabache podía verlo en su rukh. No estaban en una misión, no irían a ninguna sin sus Djinns, y se dio cuenta con ello de que no iban a volver pronto, siendo consciente al instante de que no regresarían ese día. ¿Y si les había ocurrido algo similar a lo que pasaron el Primer Emperador y sus dos hijos mayores? ¿Y si les habían…? No tuvo más opción que detener ese pensamiento, tenía que fingir.

-Bien. –se cruzó de brazos, sin presionar demasiado los pergaminos. -¿Y se puede saber por qué me han encerrado nada más llegar?

-¿Se refiere a la prueba? Bueno, la organización innovó un poco. Queríamos ver si era capaz de salir de un enredo sin magia, usando el ingenio, ya que usted no suele realizar las cosas a mano. Algo así como un entrenamiento especial, más o menos. Debió de haberlo hecho el día en el que se marchó.

-Hah… -con que eso fue. Al menos aquello indicaba que se equivocó al pensar que se habían dado cuenta de su actuación, pues todo fue bien en todo momento. A excepción, claro está, de la ausencia de la gente que necesitaba. Se había montado una paranoia sobre si le habían descubierto sin motivo realmente. –Qué genial. –se rascó la parte trasera de la cabeza. Debería estar alerta a partir de ahora, pues sabía perfectamente las intenciones de Al-Thamen en cuanto a él. Sabía que querían matarle, mas no cuándo. Sin embargo, Sinbad le dijo que era seguro que no intentarían nada de inmediato. No podía evitar sentirse un poco estúpido, pues se había metido en la boca del lobo por propia voluntad.

No tardó demasiado tiempo en encerrarse en su cuarto, estaba cansado. No físicamente, pues el rukh oscuro que revoloteaba por todo el Palacio le regalaba energía solidariamente, sino de forma mental, posiblemente debido a tener a ese Djinn, Zepar, dentro de él, o tal vez por la presión psicológica. No supo por qué, pero desde que despertó en Sindria se notaba más… fluido. Dejaba salir casi todo sin mucha dificultad, e incluso a veces, sin darse cuenta. Y se sentía… ¿Cómo decirlo? Más verdadero, más fiel a sí mismo. Reconocía sus errores y emociones más fácilmente. Se le hacía extraño eso, pero reconfortante. Se sentía persona, por primera vez. Tenía dudas sobre cómo había llegado a ese estado de sinceridad y leve paz interior, por lo que no tenía intención de tardarse demasiado en preguntarle a Sinbad. Y hablando del Rey de Sindria… este volvió a establecer la conexión, estando el magi tendido sobre su cama en el interior de su habitación, habiendo tirado anteriormente los pergaminos sin mirar a dónde caían.

-¿Cómo van las cosas?

-No he conseguido nada.

-No te apures, tenemos varios días para completarlo.

-Más nos vale… -su voz comenzó a temblar inconscientemente.

-Judal… -lo había notado, el oráculo estaba preocupado.

-Me equivoqué, Sinbad. –comenzó a hablar, importándole poco su orgullo esta vez.-Lo planeé mal y muy deprisa, apenas te dejé aportar un poco en la estrategia. He vuelto aquí sin tener que hacerlo. Y si me atrapan no podré huir de nuevo. –presionó sus ojos con los puños. –Si no vuelve nadie, ya no habrá nada que hacer. He puesto el plan a depender de ellos sin darme cuenta…

-No, Judal. –el tono que usó casi parecía molesto. Casi. Esa voz tan segura consiguió llamar la atención del magi. –No depende de ellos solamente. –pausó. -Sólo espera, ahora seré yo quien mueva ficha. Lo único que tienes que hacer a partir de ahora es fingir que no sabes nada, y eso se te da muy bien. Es crucial que lo hagas. ¿Me has entendido?

-Sí…

-Te quiero, Judal. No lo olvides. Haré incluso lo que esté fuera de mi mano para sacarte de esta. Te lo prometí, después de todo. –consiguió sacarle una leve risa al oráculo.

-Eres un idiota muy confiado.

-Pero soy tu idiota.

-Por supuesto que lo eres, ahora me perteneces. –no pudo evitar sonreír de lado.

-¿Quién pertenece a quién? –pareció retarle. –Recuerda que fui yo quien te sometió en tu propia cama… -el magi bufó, frunciendo el ceño y haciendo que Sinbad riera.

-Estaba ebrio, estúpido… -a pesar de ello, se le escapó una sonrisa. –Por cierto, no creas que no me he dado cuenta de que hay algo malo en mí.

-¿Algo malo? ¿A qué te refieres?

-Compara mi forma de ser de antes con la de ahora. Siento emociones positivas más fácilmente y sin querer me dejo llevar por ellas, y lo más impactante de todo es que estoy confiando casi ciegamente en ti, como ahora, cosa que nunca antes me había pasado. Sin mencionar que me gustas más, y no precisamente por tu poder como siempre fue, creo que ya sabes a qué me refiero con eso… -torció un poco la boca. -Y yo sé que tú sabes algo. Quiero que me digas qué coño me pasó.

-Está bien. Creo que es hora de que te cuente. –consiguió toda la atención del magi.

-Ya tardas.

-El golpe que Al-Thamen me lanzó y que recibiste por mí era imparable y tremendamente mortal, eres consciente de eso, ¿cierto? –recibió un sonido de afirmación como respuesta. –Te estabas muriendo, Judal. Tu vida se me estaba escapando de las manos, literalmente. Más de la mitad de tu alma había traspasado el umbral, salvarte ya era algo inalcanzable.

-Oh…

-Habías sido herido con anterioridad en el costado, supongo que por lanzarte impulsivamente contra la puerta de ese carromato. Tenías un hematoma enorme a lo largo de todo tu torso y su color no parecía para nada sano. El ataque de esos magos de la organización terminó por abrirte de forma muy peligrosa esa zona, te estabas desangrando demasiado rápido, y no podías sanarte por culpa de los grilletes que llevabas, te drenaban la corriente de rukh.

-Eso fue lo que explicó la bruja acuática en la reunión, ¿no?

-Sí, pero no nos dimos cuenta en su momento, por lo que todos nuestros intentos de curarte eran en vano. Cada vez estabas más lejos de nosotros, y no podíamos impedirlo. Ni siquiera Aladdin no podía traerte de vuelta, debías de ser tú el que soltara la mano de la muerte.

-¿Qué ocurrió entonces? -Judal se posicionó boca abajo, apoyando los codos y mirando a la nada, centrado en lo que Sinbad le contaba. Escuchaba curioso con la máxima atención, como si fuera el espectador de un cuentacuentos.

-Aunque Aladdin no podía salvarte, había algo que sí podía hacer. Se le ocurrió internar dentro de ti y retenerte el máximo de tiempo posible mientras Yamuraiha trataba de frenar tu hemorragia, porque era eso lo que te estaba matando. Me ofrecí a ir con él, tenía que intentarlo por todos los medios.

-¡¿Os metisteis en mi interior sin mi permiso?! –vaya. El haberse enterado de eso no le había puesto de muy buen humor.

-¿Cómo íbamos a pedirte permiso si estabas más muerto que vivo? Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. –el magi oscuro no respondió, no tenía con qué hacerlo, pues tenía razón. –Se suponía que encontrar tu rukh sería fácil, puesto que este tomaría tu forma física. Pero… -hizo que Judal olvidara su molestia con esa pausa sospechosa. –No contábamos con que tu alma se hubiera dividido en dos. –ahora sí, el oráculo estaba confuso, y Sinbad lo sabía debido a que podía leer su mente por Zepar. –Tal vez no te hayas dado cuenta nunca, pero tal parece que a lo largo de tu crecimiento desarrollaste otra personalidad más violenta y defensiva que, irónicamente, es la que siempre pensaste que tenías. Pero no es así, esa personalidad no era nada más que un trozo de rukh que se había desprendido de tu alma para convertirse en tu guardián, para protegerte de lo que pudiera dañarte. –pausó. –Necesitábamos llegar hasta ti para retenerte, pero esa parte de tu ser no quería permitirnos el paso. Se pensaba que íbamos a hacerte daño. Por suerte, fue fácil superarlo. Cuando te vimos nuestros ojos no dieron crédito… Estabas completamente atado por una especie de neblina negra que te impedía sentir y expresar nada. Aladdin y yo tratamos de hacerte reaccionar varias veces, pero era imposible, no respondías. Y tus ojos… -el azabache notó un extraño tono en el Rey, uno que parecía cargado de tristeza y lástima. -… estaban tan vacíos e inexpresivos… No había nada en ellos… ni siquiera poseías pupila… Estaban totalmente muertos… -Judal comenzó a sentirse culpable sin razón aparente, sentía un peso en el pecho que le extendía el lamento. –Pudimos ver cómo se desprendían grandes trozos de rukh de tu alma… ibas a marcharte para siempre. Pero fuera consiguieron interrumpir por completo el avance de la herida al quitarte los grilletes que impedían tu sanación, y por tanto, deteniendo tu muerte. El rukh que se desprendió regresó a ti, y yo no cabía en mí de lo aliviado que me sentía. No hubiera soportado perderte…

-¿Incluso antes de quedarme en Sindria me…? –se quedó trabado por unos segundos, esa palabra y sus derivantes se le hacían tan complicadas de pronunciar. -¿… quisiste? –le costó horrores, pero la dijo.

-Sí, Judal. No sé ni siquiera en qué momento fue que empecé a hacerlo, pero no es algo que se sienta así de repente. Supongo que comenzó hace mucho tiempo, tiempo que no sé medir ni interpretar, por lo que nunca fui consciente de ello. Tal vez fuera por eso que no fui capaz en ningún momento de odiarte por mucho que tratarás de que lo hiciera. –el magi volvió a silenciarse, esta vez con un ligero tono rosa en su rostro y con el ceño arrugado. El pobre estaba tan avergonzado al mismo tiempo que contento. –Regresando a lo que te contaba; a pesar de haber conseguido que tu "guardián" se volviera uno contigo de nuevo, tu alma aún continuaba atada a la incapacidad de sentir y expresar; a esas condenadas cuerdas de neblina. Ni Aladdin ni yo conseguimos deprenderte de ellas. Debías ser tú quien decidiera eliminarlas, puesto que fueron creadas por ti. La gran desconfianza que sentías hacia todo y hacia todos se convirtió en eso. Te causaban un gran peso. –volvió a pausarse, para luego reanudar el relato. -Tratamos tus heridas y te llevamos a una de las habitaciones para invitados y esperamos impacientes a que despertaras. Lo hiciste después de unos cuántos días, sin embargo, estabas completamente ido. Igual que el estado en el que encontramos tu rukh; inexpresivo e incapaz de sentir. Ni siquiera hablabas, te limitabas a hacer lo que cualquiera dijera como si de una marioneta te trataras. Era desconsolador verte en ese estado… -de nuevo su voz sonó temblorosa. –Estuviste así durante una semana. No tienes recuerdos de ello debido al gran vacío y bloqueo que tenías. Uno de esos días, durante una comida de mediodía, pareció que tu alma se cansó de sentirse atada y te liberaste. Te llevamos a la enfermería para escoltarte y después a tu cuarto asignado. Terminaste de recuperar la conciencia estando ahí, por eso te encontraste confuso y perdido en la habitación cuando te diste cuenta.

-… Vaya… -realmente estaba sin palabras. –Pero eso no explica por qué actúo tan raro ahora y por qué me siento bien con ello.

-Al haberse fusionado esa parte agresiva con el resto de tu ser ya no podías fingir ni estar a la defensiva todo el tiempo. Comenzaste a ser quien realmente eres por eso, Judal. No hay nada malo contigo, como sospechas. Es todo lo contrario. Tal vez tu rukh siga en la depravación y continúe siendo oscuro, pero tu alma ahora es libre de mostrarse sin máscaras ni muros, esa es la razón por la que te sientes bien estando como estás ahora. –rio un poco. –Y puedo asegurarte que pudimos encariñarnos contigo, y hablo por todos, a pesar de no ser recíproco. Nos importas, Judal, aunque sea un poco. A mí el que más.

-No sé qué decir… Aún estoy confuso… -se rascó un poco la cabeza, torciendo los labios.

-No es necesario que lo entiendas, sólo sé tú mismo. Con eso es más que suficiente para ti. –Judal soltó una escueta risa.

-Será la segunda vez que te haga caso de forma ciega, Rey idiota.

-Espero que siga siendo así.

-No te pases si no quieres que te regale una patada en los huevos. –aquello hizo reír a carcajadas al monarca.

-Incluso después de haber vuelto a ser quien eres sigues siendo peligroso. –ese Rey sí que tenía un grave problema. Un problema con el nombre de Judal.

Cinco días transcurridos, cinco días solo, cinco días sin que los Príncipes y Princesas se dignaran a aparecer por allí. La situación comenzaba a desesperarle, cinco días perdidos. El tiempo estaba agotándose peligrosamente desde el tercer día en Kou y seguía sin noticias. Sinbad ya no se comunicaba tanto con él debido al gasto de rukh y, posiblemente, a lo ocupado que podía estar tratando de buscar soluciones, las cuales no parecían aparecer por ningún lado. Al-Thamen no había mostrado ningún tipo de intención todavía, lo que le hacía mantenerse más a la defensiva con ellos. Aquello indicaba que se moverían muy pronto en su contra, provocándole mucha más tensión y temor.

No fue hasta el que el sol alcanzó su punto más alto que decidió entrenar su magia para despejarse, lo que estaba viviendo sí era aburrimiento, y no de lo que solía quejarse anteriormente. Dirigiéndose al patio exterior, por uno de los pasillos, sintió su realidad moverse, generándole un tropiezo tonto, mas no llegó a caerse. –Je, qué idiota. -se rio de sí mismo por ello, debía de haberse visto bastante estúpido. Aunque no era de las personas que solían marearse. Continuó como si nunca hubiera pasado, sin embargo, volvió a suceder más intensamente a los pocos segundos, haciendo que dejara de caminar para estabilizar su equilibrio. Aun estando quieto sentía que se estaba cayendo aunque no fuera así, por lo que se vio obligado a apoyar el antebrazo en la pared. Su estabilidad estaba cada vez más perdida, comenzando a tambalearse a pesar de tocar el muro sólido y estático. Terminó desplomándose de rodillas, apoyando las manos en el suelo al mismo tiempo que veía con dificultad y exceso movimiento cómo uno de los magos de Al-Thamen se giraba hacia él y se apresuraba a acercarse.

-¿Joven Magi? ¿Qué le ocu…? –silencio y oscuridad.

-Judal. –sin respuesta. –Judal, ¿me escuchas? –nada, ni siquiera un pensamiento. -¡Judal, responde!

No fue hasta dentro de un par de horas que abrió con pesadez sus párpados, notando su cabeza perdida. Sintió el extraño tacto de las sábanas sobre él y la suavidad del colchón bajo su cuerpo. Estaba de nuevo en su cuarto. –Demonios… -no podía creerlo, se había desmayado delante de alguien perteneciente a la organización. Y no sólo eso, sino que encima se había tomado la libertad de cargarle y meterle en la cama. Qué vergüenza. Se tapó los ojos con las manos, lleno de decepción contra su persona. ¿Cómo es que ocurrió teniendo la buena salud de la que se enorgullecía? Jamás había pasado por algo así tan gratuitamente, sólo lo experimentó una vez, hace bastante tiempo, en Balbadd, y fue porque "esa cosa", que Aladdin llamaba del interior de su flauta, y que ya no tenía, le metió una reverenda paliza injusta. ¿Se debería acaso a Zepar? ¿Ese Djinn podría estarle carcomiendo la resistencia mental como efecto secundario? Si era así, ahora entendía por qué Sinbad se negó tanto a usarlo con él, pero de poco sirvió, puesto que terminó convenciéndole, y de paso, casi acabando con su admirable paciencia. Se arrepintió de ello. Sin embargo, ese poder ya era crucial y lo necesitaban para continuar… si es que podían… Aquello ya no tenía buena pinta, y no había indicios de que alguno, o alguna, de los Príncipes y Princesas apareciera. Si no lo hacían, no podía seguir con la estrategia. Se sintió tan inútil, tan prescindible. Consideró seriamente si debía dejarse sacrificar y terminar con todo de una maldita vez. Rápidamente sacudió la cabeza, intentando despejar esa idea. Lo primero, porque si se dejaba, Al-Thamen conseguiría su objetivo, y lo único que él quería era joderles lo máximo posible, les odiaba por haberle robado su vida así como así. Si se dejaba matar sólo les estaría cumpliendo su aberrante deseo de oscuridad y muerte, y no lo iba a permitir. Si tenía que poner fin a su vida, siendo esta opción la última opción que tomaría si se viera atrapado por completo, sabía perfectamente quién quería que lo hiciera.

-Judal… dime que no acabas de pensar eso… -la voz de Sinbad hizo aparición de nuevo.

-Je… no es como si tuviera más posibilidades si todo falla, incluido tú. Por muy Rey e inteligente que seas, siempre puede salir algo mal. Además, si me matas Al-Thamen ya no podrá cumplir con su objetivo, me necesitan para ello.

-… No lo haría hasta reintentar todo, y si continuara sin funcionar… -pausó. –Reclutaría a medio mundo si fuera necesario.

-Me halagas. –sonrió de lado con un leve agobio.

-He intentado contactar contigo hace un buen rato, pero no he podido hacerlo. La única explicación lógica es que te hubieras quedado dormido, despertándote ahora mismo, porque llevo intentándolo desde ese momento y ha sido ahora cuando lo he conseguido. –hizo sentir avergonzado al oráculo al hacerle recordar por qué estaba ahí.

-Emm… -le estaba costando tratar de decirlo, pues su orgullo podía verse herido. –Me sentí mal, nada más.

-¿Tan mal como para meterte en la cama?

-No me metí. Me mareé cuando iba a entrenar, pero fue tan fuerte que terminé perdiendo el conocimiento. –estuvo a punto de soltar un gruñido.

-… No es un buen momento para enfermarse. -trató de verlo con la máxima positividad posible.

-¿Crees que no lo sé, idiota? –pasaron un par de segundos silenciosos. -¿Conseguiste algo?

-No es algo de lo que debas preocuparte, déjame el rest…

-¿Rey estúpido? –nada se escuchó en su mente. -¿Sigues ahí? –al parecer no, la comunicación mental se había cortado. ¿Eso era normal? Tal vez se debiera a que no tenía el mismo efecto sobre magis que sobre humanos. Cojonudo.–festejó en voz alta de forma sarcástica, sacando un bufido.

No tenía intenciones de volver a salir de la habitación, se le haría violentamente incómodo después de su pequeño accidente. Estaba seguro de que ese maldito que le llevó a su cuarto ya habría corrido la voz, lo que tampoco era muy recomendable. Desconocía cómo reaccionaría la organización ante un magi en mal estado, y tampoco quería saberlo. Aunque, realmente, no creía estar enfermando, simplemente fue un golpe de mala suerte, como siempre era todo lo que le pasaba. Trató de hacer tiempo pensando en cosas triviales. Más que triviales… terminó pensando en el Rey de Sindria. Este le estuvo comiendo la cabeza a todas horas durante esos cinco días, incluyendo en ese momento, y eso que acababa de hablar con él. Se lo había admitido a pesar de resistirse a hacerlo, quería de un modo… sentimental a Sinbad desde siempre. Por ello esa insistencia enfermiza a que se uniera a él. En ese momento pudo darse cuenta del doble sentido que tomaban aquellas palabras que le dijo estando en Balbadd cuando le aprisionó con hielo a una pared. Tuvo que apretarse las mejillas para controlar sus, ahora potentes, nervios. Pensó en lo que le había dicho al monarca sobre si todo se iba al garete y terminaba sin salvación, pues acababa de decidir justo ahora que no moriría, al menos hasta que este volviera a… ¿someterle? una vez más. Quería saber cómo se sentía aquello estando completamente consciente, notar sus caricias, embriagarse con sus besos lascivos, ser apresado por la lujuria maravillosa que el hombre derrochaba de forma tan natural. No supo en qué momento su pulso se había acelerado a pesar de empezar a sofocarse debido a ello. Tan tonto se estaba poniendo que se abofeteó. –Tranquilízate, imbécil. –un Judal enamorado puede ser más peligroso de lo normal.

No fue hasta el día siguiente que volvió a tratar de entrenarse. Practicaba todo tipo de magia elemental y hechizos que se le resistieran. Le gustaban los retos. Levantó su varita, alzando un gran tornado que nacía de la punta del diamante rojo de esta. Se concentró un poco más, combinando fuego, convirtiéndolo en un tornado ardiente. Intentó usar una tercera; la Magia de Rayo. Metió en el interior de todo el fuego potentes y chirriantes rayos diminutos. Segundos después todo ello se desvaneció de inmediato, rebajándose todo a humo y polvo. Judal había vuelto a desequilibrarse, quedando de rodillas mientras masajeaba su cabeza adolorida. Su vista volvía a nublarse. –No, no esta mierda otra vez. –estaba empezando a cabrearse. Una vez era pasable, pero dos ya no. Atisbó a dos hombres con velo acercarse, solo que esta vez ninguno parecía preocuparse por ese estado, caminando con paso suave y seguro hasta él. Estaba comenzando a perder la razón de nuevo, sin embargo, pudo verlos muy de cerca y escuchar con claridad sus palabras.

-Lo sentimos, joven Oráculo. Pero no podemos arriesgarnos a perder a un Magi corrupto, le necesitamos vivo. –pausó. -Por esta razón, su más importante misión será llevada a cabo de inmediato.

No supo darse cuenta de ello debido al mareo que tenía encima, pero había sido trasladado con Magia de Transferencia a la que parecía ser la sede de Al-Thamen, Y no sólo eso, sino que se estaba descubriendo a sí mismo atado de las muñecas por una especie de cuerdas mágicas de luz fucsia, que le impedían defenderse, con los brazos en alto y siendo alejado bastantes centímetros del suelo por estas. Ese lugar que tanto conocía se veía diferente en ese momento. Las luces, normalmente blancas, ahora eran de tono rojizo, dándole ese toque endemoniado a la estancia. Escuchó con dificultad el inicio de unos suaves cantos malditos al mismo tiempo que un varón hablaba.

-El gran ritual Sagrado de la decadencia y la corrupción dará inicio al sacrificio del Sol Negro, Magi y Oráculo oscuro que nos dará con su sangre contaminada a nuestro Padre, siendo invocado en este mundo, creado por Salomón, una vez más.

Se acabó. Estaba completamente perdido. Había fracasado. Sin embargo, intentó llamar al monarca de Sindria, aun sabiendo que iba a ser en vano, pues no eran las víctimas de Zepar las que establecían la comunicación, sino el Candidato a Rey que le poseyera.

-Sin… bad… -su conciencia se perdió por completo de nuevo, siendo ese su, posiblemente, último pensamiento, dejando caer su cabeza hacia delante, con sus ojos carmesí cerrados, tal vez para siempre.

El Rey no contestó a su llamado.

Sinbad no le escuchó.


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