Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Recuperando lo robado por Scardya

[Reviews - 8]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Las luces rojizas se cernían sobre el cuerpo pálido, supuestamente destinado a la muerte portadora del caos y la destrucción. Colgado, levemente lejos del suelo, por aquellas cuerdas cortantes de color rosa intenso, vaporosas de magia. Inmóvil, sin sentido, y el subconsciente esperando su tan ansiado final. Tan mal momento para sufrir el segundo de sus nuevos y extraños desmayos profundos. El hombre con velo que le cargó el día anterior debió de rumorearlo, propagando el rumor de que una posible enfermedad estaba desgastando rápida y peligrosamente a su tan apreciado Oráculo. Si era realmente una enfermedad y era tan grave como creían, moriría pronto, y no les convenía que eso sucediera. Le sacrificarían antes de ello para no perder su última esperanza de invocación religiosa.

Un par de horas, únicamente dedicadas a rezos y cantos realizados al pie de los manuscritos para embrujar el símbolo dibujado en el piso, transcurridas de manera veloz para el joven magi caído, quien volvía en su ser de manera lenta y pesada, siendo capaz de escuchar otra vez.

-… profecía que en las Sagradas Escrituras yace en tinta líquida. Una gota de la sangre corrupta del Mago de la Creación que ha caído por completo en la depravación, una gota que caerá sobre el centro de nuestro gran símbolo grabado en el suelo. En cuanto el fluido rojo lo toque, se proyectará la luz violeta del llamado hacia arriba, invocando así desde los oscuros cielos una vez más a nuestro Padre. Descenderá, sediento del poder del sacrificado, y se hará poseedor de su rukh negro junto con todo el magoi existente en este cuerpo maldito que se alza grácilmente sobre nosotros. –enfermos. Desgraciados enfermos deseosos de oscuridad y perdición. Hombres y mujeres de rostro oculto alzaban sus manos. –Que esta sangre pura de maldad fluya. –las finas cuerdas mágicas comenzaron a presionar su cortante agarre sobre ambas muñecas. La poca lucidez que recuperaba con parsimonia le rescataba de tener sentir el dolor. Aunque con el paso de los milisegundos lo notaba más. Cada vez más fuerte, cada vez más insoportable. Soltó un leve quejido insonoro. La piel de estas empezaba a rasparse, a punto de ser desgarrada para dar paso al exterior al fluido escarlata que corría por sus venas. Sin embargo…

Parte de la gran pared del lugar cerrado se vio abierta y penetrada desde su techo hasta el suelo, inundando esa zona de la endemoniada estancia de escombros y polvo, descolocando a los magos oscuros de sus lugares y de su mente. Un enorme boquete, que había acabado casi con la mitad del edificio, por el que se filtraba la cegadora luz del sol, y en este, una silueta a contraluz. Una figura prominente de largas hebras de cabello que levitaba, poseedora de un equipo Djinn, observando el interior con una mueca desconocida debido a que toda la parte frontal de este era cubierta por las sombras que la luminosidad de la sagrada estrella, reina de los días, no alcanzaba a dispersar. Incluso Judal, quien aún no terminaba de regresar a su cabeza del todo, se giró levemente hacia aquello, casi igual de confuso y sorprendido que sus ejecutores, los que se habían dispersado al lado contrario al derrumbamiento al ser testigos de cómo una considerable parte de sus compañeros era aplastada por las piedras del muro y el techo de esa zona, muriendo al instante.

-¿Qué demonios tratáis de hacer con mi Magi, escoria? –aquella voz grave, potente, recalcó con fiereza ese adjetivo de posesión.

-Ren Kouen. –ese hombre del velo que llevaba a cabo la ceremonia gruñó en rabia, pues la ubicación de su sede debía ser desconocida para cualquiera que no perteneciera oficialmente a Al-Thamen. Era completamente imposible explicarse cómo había conseguido el Primer Príncipe Imperial localizar el lugar. Atisbó en incredulidad unos movimientos detrás de él. No venía solo. Sus tres hermanos, príncipes y princesa; más la hija del Primer Emperador, Hakuei. Cada uno vistiendo la armadura de poder que le correspondía.

-Tsk… A buenas horas… -susurró para sí mismo con una leve voz ronca la persona colgada en el centro de todo.

-Nunca nos quedamos en un mismo lugar mucho tiempo, ¿cómo ha conseguido localizarnos? –ante esa pregunta, Kouen no hizo más soltar un bufido.

-Eso hay que agradecérselo al poder de Zepar. –una voz familiar fue la que sonó tras el Primer Príncipe, perteneciente a la figura con posible cabello de pluma que se alzaba y se dejaba ver.

-El Rey Sinbad. –soltó su nombre con resentimiento. –Siempre de por medio. Es posible que el Imperio Kou esté implicado, pero usted no tiene nada que ver. ¿Qué hace aquí, entonces? –recibió como única respuesta una sonrisa. Una sonrisa que consiguió sacar de sus casillas al varón enmascarado.

-Podemos hacer esto por las buenas o por las malas, y no me gustaría tener que hacerlo de la última forma. –Hakuei les apuntó con su gran abanico de plumas blancas. -Devuélvannos a Judal.

-Lo sentimos, Princesa. Pero no podrá ser posible, ya ha dado inicio su misión más importante como Magi y no puede abandonarla. –golpeó el suelo con el báculo, propagando una cúpula que les protegiera a ellos y al muchacho, similar a un enorme borg. Para desgracia del hombre, no terminó por cerrarse, pues la inquebrantable espada de Kouha se había interpuesto justo a tiempo en el hueco que quedaba por cerrar, haciéndolo añicos violentamente. No supo en qué momento, pero unos cuantos magos que se situaban detrás de sí mismo fue derrotado sin aviso, provocando que se diera la vuelta, sobresaltado. -¡¿Qué…?! –una asesina mirada rojiza era lo que tenía encima ahora. Morgiana se había cargado de una sola patada circular a veinte de ellos.

-Uno. -Judal contó a los aliados temporales que había hecho en Sindria, sin contar al monarca, quien dijo que para el plan llevaría a dos. Debía de faltarle otro, sin embargo, no tardó en darse cuenta de quién era cuando vio unas ardientes llamas calcinar gran parte del lugar. -Y dos. –Alibaba había hecho su participación vistiendo también su equipo Djinn. –…y yo qué pensé que traería a su perrito faldero y al monstruo musculoso… -no estaba equivocado, pues cuando dirigió su vista hacia Sinbad, vio a ambos generales a cada lado de él. Y no sólo a ellos, Aladdin también estaba. Vale, el Rey se había pasado por todo el forro una "regla" del plan que acordaron. Aunque ya poco valía ese plan. Aun así, pensó que eran demasiados, pues sabía que entre él y Kouen les sobraba poder para derrotar a la organización. No le agradaba cuando se juntaba tanta gente, aunque fuera para sacarle a él de un apuro.

-Suéltale si no quieres que algo desagradable ocurra. –ordenó autoritario y serio el hombre de ojos dorados y de castañas plumas. –Somos siete poseedores de Djinn, y tenemos a dos fanalis, a un asesino experto y al Magi representante de Salomón. –aquello pareció hacerle gracia al líder más veterano de Al-Thamen y a varios magos más, lo que descolocó un poco al Rey, tornándose más serio aún.

-Y nosotros tenemos al Oráculo del Imperio. –se burló. De un solo movimiento mágico con la mano, hizo apretarse más las cuerdas a las muñecas del mencionado.

-¡Aagh! –el muchacho de ojos rojos soltó un grito, rasgando levemente su garganta. Eso sí le había dolido bastante, puesto que la zona ya empezaba a quemarle de tan presionada y raspada que estaba. Ese sonido de dolor hizo dar un brinco de preocupación a la Princesa más joven, a Aladdin y a ambos adultos mayores.

-¡Déjale en paz! –Kougyoku no supo soportar que le hiciera eso simplemente para provocar al Rey de Sindria. Judal no era un animal de coliseo y no permitiría que le trataran como tal. Se tiró de lleno contra el numeroso grupo, dispuesta a atacar, pero se vio siendo golpeada y lanzada a causa de un hechizo de Magia de Fuerza imprevisto contra uno de los muros que quedaban en pie, estrellándose contra este y rompiéndolo al impacto.

-Uuff… Eso debió doler. –comentó el magi oscuro poniendo una mueca arrugada, quien notaba un descenso en la fuerza de las cuerdas por haber obligado al mago que las controlaba a centrarse en otro objetivo, observando al detalle lo que ocurría a su alrededor e importándole poco su situación en ese momento.

-¡Kougyoku! –Hakuei se acercó rápido a ella, revisando que estuviera bien. Por suerte, sólo se quejaba un poco de la espalda, sobándosela estando sentada en el suelo y apartando algunos trozos de edificación. La mujer de plumas se giró con molestia hacia ellos. –Malditos…

-Si no obedecéis, yo mismo me encargaré de soltarle. –Kouen avanzó un poco con esa excusa, pues por lo que realmente quería atacar era por su hermana pequeña, pero fue detenido del brazo. Se giró con molestia reflejada hacia Sinbad.

-No puedes. –afirmó con una mirada fría, tan fría y dorada como el oro.

-Le dije al tío Sinbad lo que pasa con esas cuerdas mágicas porque él también tuvo la misma idea antes. Si alguien tira de ellas o intenta romperlas se apretarán más. –parecía preocupado por eso. –Sólo el mago que se las puso puede quitarlas. –giró su mirada hacia las tres mujeres, y hacia Kouha y Alibaba, quienes ya se habían adentrado a un enfrentamiento intenso y destructivo. –Ese hombre que parece liderarlos es el que las hizo. Hay que hacer que las deshaga, y no sé cómo. Pero parece que cada vez que recibe un golpe se aflojan. –señaló con el dedo hacia Judal al mismo tiempo que el veterano viejo de la organización recibía un ataque por parte del chico de cabello rosa para que ambos adultos lo vieran. El magi oscuro acababa de relajar su mueca, significando que ya no le apretaban tanto como cuando el hombre se centraba en él. El azabache les miró, transformando su rostro. –Hay que pensar una forma de acercarse y hacer que le suelte del todo… Pero no debe vernos, si se da cuenta podría herir a Judal para amedrentarnos, porque sabría que eso es lo que tratamos de evitar. Nos chantajearía.

-¡Hey! ¡Ya vale de cháchara! ¡Aún sigo aquí! –les gritó llamándoles la atención, comenzando a molestarse por ser sacado de la escena. Terminó de ponerse rojo por la rabia cuando fue mirado e ignorado por el pelirrojo y el niño, pero más cuando el Rey de Sindria le hizo un gesto de silencio, poniéndose el dedo índice delante de la boca para continuar hablando, más bien tratando de pensar algo, con Aladdin, y posiblemente, con Kouen mientras observaban la pelea junto a unos silenciosos Koumei, Ja'far y Masrur.

Realmente no sabía para qué demonios habían traído Sinbad y el Primer Príncipe al resto, si con ellos bastaba y sobraba, pero no se quejó. Al menos se entretenía mirando cómo los cuatro más jóvenes, a excepción del otro magi más pequeño, se enfrentaban con ímpetu a los viejos de Al-Thamen que quedaban, estando casi igualados en poder y venciendo con dificultad. Sin embargo, el magoi era un problema para los chicos, pues no era algo que tuvieran de forma ilimitada al igual que él y el niño de cabello azul. Los que se limitaban a observar tuvieron que cubrirse varias veces, e incluso cambiar de sitio, y él obligado a ladear la cabeza a otro lado, debido al destrozo que estaban haciendo del lugar, levantando polvo y rompiendo todo lo que estuviera a su alrededor. Y ahora que se fijaba, Hakuryuu no había aparecido ahí, aunque tampoco le dio demasiada importancia, ya le vería después. Agachó la cabeza de golpe al mismo tiempo que ponía los ojos en blanco. Estaba empezando a cansarse y a aburrirse de estar así.

-¡Cuidado! –ese grito por parte de Kouha le hizo levantar la cabeza curioso. Observó en shock, al igual que el resto que no peleaba, cómo la enorme espada, ahora descontrolada, del Príncipe se dirigía hacia él, en horizontal, por accidente, pues uno de los magos se había puesto delante de él y lo había esquivado, provocando así que estuviera en la trayectoria del ataque.

-¡La madre que te…! –dejó de hablar para concentrarse en evitarlo, haciendo fuerza con las manos para sujetarse a la cuerda mágica, elevándose con las piernas encogidas hacia arriba de forma desesperada y algo cómica. Observó como esa larga hoja afilada que llegaba más atrás de él se encogía rápidamente en busca de evitar partirle en dos. El arma regresó a un tamaño medianamente normal antes de que consiguiera siquiera rasgarle peligrosamente, habiendo pasado ya el peligro, pero aun así, no se atrevió a abandonar esa pose encogida en pleno aire. -¡¿Cómo que cuidado?! ¡Cuidado tú! ¡¿No sé supone que no es a mí a quien hay que matar?! –gritó enojado. Escuchó unos cuantos suspiros de alivio, pero le dio igual saber de quienes provenían. Sin embargo, poco duró ese alivio. Algo estaba iluminándose. Observó hacia abajo. El símbolo conjurado por los viejos magos comenzó a brillar con una intensa luz violeta, llamando la atención de todos, deteniendo el enfrentamiento. Fue capaz de ver una diminuta mancha roja en esa superficie. –No puede ser… -se miró el lado del abdomen por el que pasó el ataque de Kouha. Un muy diminuto corte del que apenas sentía un leve picor, pero suficientemente profundo como para que se escaparan sólo unas gotas de sangre. Y tal parece que un par de ellas habían caído sobre el piso hechizado.

El Príncipe le había condenado por accidente.

-¡¿Kouha, qué has hecho?! –Kougyoku gritó, más desesperada y asustada que nunca. El joven Príncipe no estaba en mejor estado, con su rostro andrógino desencajado, sintiéndose tremendamente culpable y horrible por dentro. Todos observaron con miedo cómo los dos adultos más poderosos se apresuraban a entrar en el símbolo en contra de los reclamos de un nervioso Aladdin, sin embargo, ese muro de luz violeta que nacía del borde del círculo les separaba del oráculo, obligándoles a detenerse y observar con ansiosa impotencia. Si se les ocurría rozar esa luz serían electrocutados.

-¡Maldita sea! –Sinbad golpeó con el puño la luz, recibiendo gran cantidad de dolorosa electricidad a través de su brazo. Lo alejó después de unos segundos, echando humo de este y herido en quemaduras, al ver que no podía atravesarla ni con la fuerza bruta. Lo peor de todo era que aunque cambiara al equipo de Baal, no conseguiría nada. Esa electricidad no era compatible con la de este Djinn, y terminaría igual de dañado. Le miraron completamente anonadados. Jamás habían visto al Rey de los Siete Mares perder los estribos de esa forma. Comenzó a lanzar todo tipo de ataques potentes, desesperados y descontrolados bajo las temblorosas y sorprendidas miradas del resto. Observó a Kouen con severidad. -¡¿Qué demonios haces ahí parado?! ¡Intenta algo de una puñetera vez! –eso fue la gota que colmó el vaso. El Rey estaba furioso y completamente fuera de sí. El Primer Príncipe no se amedrentó por ello, sin embargo, reaccionó del mismo modo en contra de esa luz que les separaba del magi. Ataques continuos de viento y espada de fuego a un nivel abrumador que no servían para nada.

-¡No pueden hacer nada ya! ¡Una vez que la sangre de un magi, que ha teñido por completo su rukh de negro, toca el Símbolo Sagrado es imposible regresar atrás! ¡Ni siquiera nosotros podemos hacer algo ahora! –el varón del velo alzó los brazos, siendo imitado por el resto de magos que quedaban. -¡Oh, Padre! ¡Descienda de los grises cielos y aliméntese del alma y el poder de nuestro preciado Oráculo! ¡Denos el mundo que buscamos!

-¡Ni de coña, esto no debía ser así! –se escuchó quejarse a Judal en el interior de la luz. Era difícil de ver, pero atisbaban que estaba pataleando demasiado. -¡SINBAD! –llamó al borde de la desesperación. Ese grito provocó que el adulto perdiera toda la cordura que le quedaba. Se alejó caminando hacia atrás, y se detuvo.

-¡SIN, NO! –Ja'far estuvo a punto de detenerle. No lo consiguió. El Rey se había lanzado con carrerilla y de lleno hacia esa luz con gran impulso buscando atraversarla, electrocutando gran parte de su cuerpo y gritando, tanto de dolor como de ira.

-¡TÍO SINBAD! –Aladdin estaba al borde del infarto.

-¡Detenedle, se va a matar! –ordenó Kouen mientras intentaba por todos los medios alejar al monarca de Sindria de la barrera de luz sin tocarle, pues si lo hacía, la electricidad pasaría a él también.

-¡Judal tenía razón, esto no debía acabar así! –gritó, desgarrando su garganta al mismo tiempo que se alejaba rápidamente, con su cuerpo humeante y con quemaduras oscuras, para repetir lo mismo. Mas el albino le ató con sus hilos rojos, sumándole a eso que ahora era sujetado por Koumei, Kouen y Masrur. -¡¿Qué hacen?!

-¡Impedir que te suicides! –chilló el oficial, haciendo uso de toda su fuerza sobre los hilos. -¡Has perdido el norte, Sinb…! –se escuchó un potente estruendo provenir del cielo, lo que les hizo levantar las miradas, incluido al Rey. Las nubes grises comenzaron a teñirse más oscuras justo encima de ellos, hasta formarse un gran círculo negro.

-¡Padre está regresando a nosotros! –se arrodillaron en el suelo sin dejar de observar, para ellos, el gran milagro de la oscuridad. La luz se intensificó siendo acompañada de un horrible grito desgarrador salido de la garganta y los pulmones del azabache, matando de horror al instante las almas de sus aliados al escucharlo. Pero pronto todo se tornó en silencio, el cielo regresó a ser gris de nuevo, desapareciendo por completo esa extraña figura al mismo tiempo que la luz del símbolo se desvanecía hasta quedar en nada. El mago veterano se levantó en completa confusión. -¿Se ha detenido?... Eso es imposible…–miró al oráculo y se dirigió hacia él bajo las miradas impactadas restantes. Ninguno conseguía regresar en sí. Se detuvo cerca del azabache. No había ningún tipo de movimiento en él, estaba dejándose caer, aún siendo sujetado por las cuerdas. Su cabeza totalmente caída hacia delante, siendo ocultada parte de su rostro por el flequillo negro. –Maldita sea… ¿Murió antes de que pudiera completarse el ritual? –llamó la atención de todo el mundo al decir aquello, provocando que sus mundos se derrumbaran, sobre todo el de Sinbad, quien había sentido algo hacerse añicos dentro de él. Se acercó un poco más, dispuesto a revisar los signos vitales del joven muchacho. Pero…

En cuanto estuvo lo suficientemente cerca, recibió una brutal y potente patada en un lateral de la cabeza por parte de Judal, quien aprovechó justo ese momento para cargarse las cuerdas al haber dejado casi sin sentido al que las controlaba, lanzándole a causa de la patada, a bastantes metros y consiguiendo estrellarle contra uno de los muros que quedaban en pie, destrozándolo y levantando una gran nube de polvo en esa zona. Sinbad lo observó, y casi pudo jurar que si no fuera por el dolor y la quemazón en su cuerpo hubiera tenido una erección a causa de haber sido testigo de tal movimiento de pierna, tan mortal como grácil.

Una gran cantidad de rukh negro comenzó a reunirse a su alrededor, tanta que se hizo visible a los ojos de los "goi" con recipientes de Djinn que allí había. Inmediatamente, un gran báculo negro se materializó a su lado. Lo tomó con asombrosa rapidez y lanzó a través de este un intenso ataque de magoi, combinado con afiladas agujas de hielo, al hombre del velo, el cual se encontraba sentado y apoyado sobre lo que quedaba del muro, casi sin conocimiento. Con tanta velocidad ocurrió este hecho que terminó por pulverizarle por completo junto con sus alrededores, para dejarlos convertidos en millones de diminutos cristales helados al haber colisionado también las estructuras de escarcha. Lo hizo sin que ninguno de los presentes pudiera ni siquiera reaccionar, tan ensimismados y en completo shock.

Sus ojos carmesí centelleantes de odio observaban con profundo resentimiento al resto de magos de la organización, a punto de clavarles su sentencia, y estos preparados para defenderse.

-Se acabó el "Magi de Al-Thamen". Me tenéis hasta los huevos, malditos viejos decrépitos. -alzó su bastón, sin embargo, una mano ruda le tomó del brazo desde atrás, impidiendo el movimiento. Judal giró la cabeza, chasqueando la lengua.

-No permitiré eso. Ya se te ha sido robado gran parte del magoi, no lo malgastes en este estado. –la voz grave de Kouen no hizo más que irritarle. Miró disimuladamente por el rabillo del ojo a Sinbad por el lado contrario, quien no parecía estar demasiado contento y que observaba a ambos con una temible seriedad, la cual era realzada a causa de las quemaduras que había sufrido, imponiendo más respeto. Trató de calmarse, no tenía demasiadas ganas de que el Rey se cabreara con él por malgastar magoi, pues sabía que el Primer Príncipe tenía razón. Gruñó al mismo tiempo que deshacía con violencia el agarre. Sin esperárselo, algo saltó en su interior, sobresaltándole. Miró por inercia a Aladdin, quien también se había volteado a verle, teniendo ambos la misma expresión. El pequeño magi también lo había sentido. Aunque el grupo de magos que quedaba también lo había notado. Esa reacción por parte de los dos hizo preocupar al resto, hasta que Judal rompió el silencio con una risa burlona.

-Parece que alguien acaba de matar a la bruja de Gyokuen. –soltó como si nada. Los Príncipes y las dos Princesas se sobresaltaron por lo escuchado, comenzando a atar cabos mentalmente.

-Hakuryuu… -la más mayor de las Princesas comenzó a preocuparse en demasié, sintiendo como sus nervios aumentaban.

Kouen atisbó movimiento en los fieles a Al-Thamen. Estaban tratando de huir. No tardó en fijar la idea de acabar con ellos instantáneamente, lanzando una poderosa llamarada de fuego, dispuesto a calcinarlos. Mas se sorprendió de sobremanera cuando ese fuego chocó contra otro ataque que parecía ser de Magia de Viento. Miró con rabia a Sinbad, quien le devolvió el gesto. Al parecer, ambos se habían dado cuenta de ello y tuvieron la misma idea exactamente en el mismo momento, lo que provocó que sus ataques se bloquearan el uno al otro, dejando así escapar a los objetivos por accidente. Así no se podía. El Primer Príncipe tomó por sorpresa al magi oscuro.

-¡¿Qué coño hac…?! –se lo lanzó con fuerza al Rey, provocando que chocaran.

-Llévatelo de aquí. Y no permitas que regrese hasta que no se haya exterminado por completo a Al-Thamen. Aunque ahora sean menos pueden volver a intentarlo con él. Esto ahora es asunto del Imperio Kou, vosotros ya no pintáis nada en este lugar. –pausó. -¡Koumei!

-¡Sí! –sin ni siquiera avisar, el mencionado formó un portal de transferencia bajo los pies de cada persona que ya no debía estar allí, haciendo que fueran tragados por sorpresa. El Segundo Príncipe los cerró una vez que desaparecieron.

-Repartíos y buscad a esos condenados magos. Quiero que miréis hasta debajo de las piedras. Cuando nos encarguemos de ellos hablaré muy seriamente con Hakuryuu. –ordenó Kouen a sus hermanos y a su prima, quien ya estaba demasiado tensa, siendo obedecido y empezando a hacer él lo mismo.

Cayeron, sobresaltados, a las afueras de la ciudad, cerca de la costa. Ninguno de ellos esperó que eso sucediera tan de repente, y tampoco que los portales aparecieran a una altura considerable. Aladdin había caído justo sobre la espalda de Alibaba, casi doblándosela. Ja'far había terminado sentado, con un terrible dolor de coxis. Morgiana y Masrur habían conseguido estabilizarse rápidamente en pleno aire para caer en pie y sin dificultades. Sin embargo, eso no se aplicaba a los otros dos que quedaban. Sinbad había terminado cayendo en plancha, haciendo desaparecer su equipo Djinn sin moverse. Trató de incorporarse unos centímetros, sintiendo la molestia de las quemaduras y del golpe que acababa de darse.

-Me… asfixias… idiota… -escuchó la voz forzada de Judal bajo su cuerpo, dándose cuenta de que había aterrizado sobre él y que estaba aplastándole. Inmediatamente se levantó, escuchando de seguido una gran bocanada de aire por parte de este, quien también había caído de cara al suelo.

-Lo siento. –se disculpó apenado, estando en cuatro e inclinándose hacia delante para acercarse un poco. -¿Estás bien? –preguntó, refiriéndose al sorpresivo golpe al caer.

-No gracias a ti, casi contribuyes a que me quedara sin oxígeno. –se quejó con voz ronca, arrodillándose. Al hacerlo, Sinbad imitó la postura y desvió su mirada a las muñecas del magi.

-Enséñame eso. –le tomó de los brazos mirando con desagrado las marcas de tono entre rojo y morado que le habían quedado, teniendo alrededor de estas piel levantada. Judal fue capaz de atisbar en la mirada dorada un deje de culpa, por lo que inmediatamente retiró las manos.

-Esto se pasa rápido, soy un magi, ¿recuerdas? –dijo con notoria molestia. El Rey sonrió un poco con pena, entendiendo, para luego suspirar y levantarse. Este giró la cabeza en dirección al colorido océano, tan naranja como el cielo del atardecer que caía sobre ellos. Sinbad volvió a mirarle, esta vez con seriedad y lástima entremezcladas.

-Judal. –el mencionado se levantó, mirándole como respuesta. -¿Qué demonios pasó? –aquello llamó la atención del resto. –Dijeron que nada podía detener ese ritual una vez que la luz apareciera, ¿qué ocurrió dentro de ese círculo? –el magi comenzó a reír un poco para sorpresa de todos.

-No pasó nada ahí dentro. Simplemente, el ritual no funcionó. –se cruzó de brazos.

-No lo entiendo… -ante esa respuesta, el oráculo suspiró de forma pesada.

-Sinbad. –le miró serio. -¿Quién eres? –bien, eso terminó por confundir totalmente a todos.

-¿Cómo?...

-Tú lo sabes, ¿no eres ese chico que esperó afuera de aquella tienda, hace más de diez años en Balbadd?

-Creí que ya habíamos hablado de eso. Sí, lo soy. –no pudo evitar reír un poco con deje de pena. ¿Qué rayos trataba de decir el magi con eso? Terminó de confundirse cuando este posó una mano sobre su pecho. Le miró, tratando de entender. La mano pálida se alejó unos centímetros sin abandonar la pose de apoyo. Entre esta y el pecho del monarca apareció un círculo luminoso, sorprendiendo a los demás al verlo. Un círculo conformado por dos luces, una mitad blanca, casi cegadora, y otra mitad negra y oscura, siendo esta última ligeramente más amplia, pero por muy poco. Sinbad observó directamente los ojos carmesí, más estos estaban clavados en ese círculo, como su fueran hipnotizados por él. El oráculo apartó la mano, haciéndolo desaparecer. Judal volvió a mirarle a los ojos con una sonrisa.

-Esos tres no lo sabían, ¿cierto? –se refirió al otro magi más pequeño, a Alibaba y a la fanalis, quienes miraban sin dar crédito, sobre todo Aladdin.

-No era necesario que lo supieran, pero si hubieran preguntado no lo habría ocultado tampoco.

-Al menos ya no tienes el peso encima, aunque no quita que sigas "maldito". –pareció burlarse un poco, para después volver a tornarse serio. -Supongo que es algo obvio, pero por ese tiempo pasado mi rukh aún era blanco. El típico rukh de un mocoso de tres años. –los ajenos a la conversación escuchaban con atención aunque no les concerniera, pues necesitaban y querían saber. –Me marcaste de forma permanente ese día, Rey idiota. –cerró los ojos con una sonrisa, dirigiendo su mano hacia su propio pecho, sin tocarlo. Mostró exactamente lo mismo que le hizo al monarca hace unos momentos, pero esta vez en él, viéndose únicamente un círculo de luz negra. Hasta que cambió el ángulo de la mano, dejándolo ver mejor. Sinbad abrió los ojos desmesuradamente, no creyendo lo que estaba viendo. Una muy fina franja, casi imperceptible, de ese círculo era de luz blanca, tan delgada como un hilo. –También estoy "maldito", Sinbad. –aquello explicaba el por qué el ritual no funcionó. Sólo podía llevarse a cabo cuando el sacrificado tenía todo su rukh teñido en oscuridad, y el de Judal no lo estaba entero. Nunca lo estuvo. Cerró el puño, haciendo desaparecer el espejo de su alma. Extendió el brazo, aún con el puño cerrado. Hizo un giro de muñeca hacia arriba y lo abrió. –Ella es la condenada responsable. Fue ella quien me hizo esperanzarme en contra de mi voluntad desde ese día. –una pequeña y muy luminosa ave de rukh blanca revoloteaba alrededor de su mano. –De esperanzarme en ti. –rio con molestia. –Le gustaste demasiado, tanto que no se dejó teñir. Fue prácticamente imposible hacerlo, pero nunca se lo dije a nadie. Me avergonzaba por ello. –la atrapó, haciéndola desaparecer. -¿No querías saber la razón por la que no funcionó el ritual? Pues ahí lo tienes. –volvió a cruzarse de brazos, esperando una respuesta que no recibió. Miró con atención los ojos dorados. Se estaban volviendo cristalinos. –No… No me jodas, va a…

-Deberíamos volver. –aconsejó Ja'far, levantándose, al igual que Alibaba y Aladdin, sacando a Sinbad de su trance, y consiguiendo aliviar al magi oscuro, pues el Rey estuvo a punto de ponerse a llorar, o eso creyó él.

-Sí. Regresaremos por ese camino. –el monarca se giró, señalando un sendero que tenían al lado. –Es más tardío ir por ahí, pero se va directamente al Palacio y no tendremos que atravesar la ciudad. –comenzó a caminar primero, no sin antes dirigir una mirada luminosa de amor, acompañada con una bella sonrisa, al azabache. –Vamos. –ninguno de ellos se opuso ni rechistó, aunque el oráculo había chasqueado la lengua un poco, disimulando su nuevo rubor al quedarse por propia voluntad el último en esa fila.

Nadie dijo nada, se habrían sentido felices por lo que Judal acababa de mostrar si no fuera por el estado del monarca. Era obvio que estaba muy adolorido por mucho que intentara ocultarlo con un caminar suave. Esas quemaduras color granate que tenía en gran parte de su cuerpo, dejándose ver sólo las de la cara, el cuello y los brazos, se veían mal. Todos allí habían tenido la idea en sus cabezas de que alguno de los dos magis le sanara antes de ir para que el pequeño viaje no se le hiciera doloroso. Pero si Sinbad no había mencionado nada, empezando a andar hacia el Palacio por ese campo abierto sin más, no iban a llevarle la contraria. Más bien, no se atrevían a hacerlo. Si el Rey decidía algo, así sería. Sin embargo, esta regla no se aplicaba a cierto chico temerario. Este se adelantó rápido hasta quedar a su lado y le observó con el ceño bastante fruncido. Lo sabía. A Sinbad le dolía demasiado, su mueca tensa y levemente arrugada lo confirmaba. Sus labios estaban presionados, y sus cejas temblaban un poco hacía el nacimiento de su nariz mientras que uno de sus ojos se entrecerraba en un tic. Quería reírse, pero por algún motivo le era imposible hacerlo. Agarró por el manto al Rey, sobresaltándole y deteniéndole, pues no se había dado cuenta de que Judal estaba ahí, creyendo que iba el último. Le miró con confusión, tratando de disimular, en vano, la expresión que el magi oscuro ya había visto. Este le obligó a sentarse bajo la mirada levemente confundida del resto.

-Tal vez ellos te dejen andar así, pero yo no. –dijo con voz enojada, sentándose de piernas cruzadas frente a él y colocando ambas manos cerca del cuerpo del Rey, aunque sin tocarle, las cuales comenzaban a iluminarse un poco. Este empezó a notar menos molestia. El oráculo le estaba sanando. Sinbad no pudo hacer más que sonreír, al igual que el rubio, Morgiana y el oficial al ver que el Rey se había convencido así de fácil.

-Gracias.

-Cállate. –la orden simplemente hizo que al adulto le dieran ganas de reír, pero no lo hizo. No quería que Judal se enfadara. Sin embargo, Aladdin se notaba preocupado. El niño se acercó con un poco de prisa hacia el otro magi.

-No hagas eso, tu magoi aún no se recupera. Yo lo hago. –miró con unos ojos tan suplicantes que terminó por hacer que el azabache bufara.

-Vale, pero deja de mirarme de esa forma. Me das escalofríos. –alejó sus manos, dejando de emitir luz y se apartó para dejarle el lugar al más pequeño.

-Siento haber ocultado lo de mi rukh, Aladdin. Sólo espero que no desconfíes demasiado de mí. –sonrió con lástima el hombre de cabello lila.

-… En realidad, ni siquiera sé si tener rukh oscuro supone que no se puede ser bueno. –dijo, pues ya había visto lo que había pasado con Judal, y eso le hizo dudar. –Lo que sí sé, es que quien lo tiene es porque le han hecho mucho daño o porque ha sufrido en silencio, y eso no puede significar que esa persona sea culpable.

-Creo que empiezas a entender rápido lo de ser un magi. –sonrió con sinceridad, pues así lo estaba diciendo.

-Eso es porque tengo personas a las que quiero que me ayudan a darme cuenta de las cosas. –le devolvió la sonrisa.

-Entiendo. –dirigió una mirada furtiva al oráculo, quien no se coscaba de que lo estaba mirando. Aprovechó esto para deleitarse con esa figura tan bien formada, poseedora de unas curvas de escándalo. Y es que, menudas caderas tenía el condenado chico. Más sobresaltaban cuando ladeaba el cuerpo, cosa que hacía muy a menudo. Y justo acababa de hacerlo. Sinbad se reprimió otra risa una vez más.

-Ya. Las marcas de las quemaduras no se irán aún, pero al menos creo que ya no duele, ¿no?

-No, gracias a ambos. –se levantó agradecido, reanudando el camino con todos ellos.

En cuanto entraron al Palacio fueron recibidos por el resto de generales, tan ansiosos por saber qué había ocurrido aun sabiendo que al final salió bien, pues tenían la prueba frente a ellos. Terminaron por dirigirse a la sala de estar, que era donde se solía descansar y pasar el tiempo libre, aunque el magi oscuro se desvió para robar, digo, tomar prestado algo dulce para comer.

-Y bueno, ¿qué pasó con Al-Thamen? –preguntó Yamuraiha, enredando sus dedos, estando sentada en una silla.

Sinbad, que se encontraba sentado en el sofá, respondió:

-Un grupo de sus magos se escaparon. Pero no me preocupa, estoy seguro de que Kouen se encargará bien. –fue entonces que el oráculo entró con un pequeño bollo, pasando como Pedro por su casa, y sentándose a un lado de Sinbad, ignorándolo todo, centrando su atención en ese delicioso alimento. El Rey continuó hablándole a la maga. –Así que ya no hay nada de qué temer. Se acabó Al-Thamen. –aquello hizo que Judal se atragantara, comenzando a toser con fuerza y alertando al resto. Sharrkan, quien también estaba en una silla, sólo que del lado del sofá en el que el magi se situaba, le palmeó la espalda al mismo tiempo que el monarca. Aunque… casi consiguen tirarle de bruces al suelo. Cuando se calmó, miró al Rey, completamente desencajado.

-¡¿Cómo has dicho?!

-Que se acabó Al-Thamen. –repitió. Vio como el oráculo abría los ojos de más, como si hubiera visto un fantasma. ¿Cómo no se lo había dicho a sí mismo con todo lo que había ocurrido antes? Apenas quedaban miembros de esa secta ahora, y no sólo eso, si no que su Emperatriz había sido asesinada mientras pasaba todo el ajetreo del ritual. Y no se había parado a pensar en ello hasta ahora. Ya no había nadie que pudiera ponerle reglas. Nadie que le obligara a entrenar. Nadie que le hiciera daño. Al-Thamen ya no existía, lo que significaba que ahora era libre. Libre para ir y venir a su antojo por todos lados, sin horarios. Libre para hacer lo que quisiera cuando quisiera, aunque eso sólo cambiaba un poco. Libre para sentir. Había conseguido la libertad. Había recuperado su vida… -Oh, Judal… -vio cómo Sinbad le miraba con una mueca extraña, pero con una sonrisa. Notó algo raro en su rostro, por lo que se tocó. Húmedo. Se miró los dedos con los que se rozó, viendo en ellos… ¿agua? No, no era realmente eso. Estaba llorando. Y ni siquiera se había dado cuenta. Se sorprendió cuando Yamuraiha, Pisti y Alibaba se lanzaron sobre él, abrazándole. Comenzó a reír inconscientemente al mismo tiempo que continuaba derramando lágrimas de felicidad.

La felicidad que Sinbad le devolvió.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).