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Recuperando lo robado por Scardya

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Después de aquella conmovedora escena, la cual sacó a relucir el corazón de varios, la cena se sirvió. Esta transcurrió como normalmente, y al oráculo no le costaba apenas nada acoplarse, tomándose las confianzas de las que siempre solía presumir. Tras ella, un par de ellos decidieron dormirse temprano, pues habían estado más tensos que otros a causa de lo ocurrido ese día, y es que, cómo no estarlo, si su monarca casi se juega el cuello y el título de "Rey pacífico". El resto regresó a la sala, decididos a quedarse un rato más, conversando, jugando a algún que otro juego de mesa, leyendo o haciendo cualquier cosa entretenida. Sinbad se sentó en el mismo lugar que anteriormente, en el largo sofá, observando gracioso cómo Masrur, en el suelo, "enseñaba" a Aladdin y a Morgiana a dibujar una casa que no estuviera deforme y deshecha, como la que Alibaba había creado antes en otro papel. El rubio estaba ahora en un rincón, entre enfadado y deprimido por lo que le habían dicho de su "hermosa casita", o así era como él la había catalogado. Sharrkan no paraba de reírse por eso, sentado en el sillón que estaba paralelo frente al otro en el lado contrario, sujetando una pequeña copa de vino, haciéndole burlas y deprimiéndole más, ignorando por completo a las regañinas de Yamuraiha, quien se estaba cansando de esa escandalosa risa, e impidiéndole leer a gusto por tenerlo justo al lado. Spartos y Ja'far también la encontraban molesta, pues el ajedrez requería concentración, y les era casi imposible centrarse con tanta efusividad por parte del originario de Heliohapt. El albino casi estuvo a punto de coger la mesa cuadrada en la que estaba el tablero y lanzársela al espadachín, pero se controló, disimulando su enorme enojo con una sonrisa mientras seguía jugando.

Fue después de unos minutos que Judal entró, cargando en sus brazos tres bollos de tamaño considerable y sujetando otro con la boca. Se sentó, no, más bien, se tiró de espaldas sobre el sofá, haciendo saltar un poco el cuerpo del Rey a causa del rebote del mullido mueble.

-Qué bruto. –comentó, con una gota de sudor frío y una sonrisa nerviosa.

-Fe fafhdidiaf. –habló sin sacarse el que tenía en la boca.

-Judal… ¿Cuántos dulces te has comido ya? –vio cómo el magi oscuro le miraba, para luego dirigir su roja vista al infinito mientras comenzaba a contar con los dedos. Los movimientos de sus manos se detuvieron cuando tenía siete de ellos levantados. El oráculo se giró, apunto de sacarse el alimento de la boca, pero Sinbad interrumpió. –Ya, siete. ¿No crees que te estás sobrepasando? Te puede dar un cólico. –el chico hizo un gesto de restarle importancia, tomando el bollo de su boca para morderlo sin que se cayera.

-¿Por quién me tomas? Ni que fuera un crío de estómago débil. Recuerda quién fue el único ebrio que no vomitó la mañana siguiente a tu celebración. –aquello le sumaba puntos a favor, pues cualquiera en ese estado hubiera devuelto hasta el páncreas.

-Lo sé, pero ya te comiste cuatro. Uno antes de la cena y otros tres de postre. Pienso que no debes tomar más dulce por hoy. –ignorado. Completamente ignorado por un deleitado oráculo de cabello negro, que masticaba a gusto y sin remordimientos con los ojos cerrados, dejando los tres bollos restantes sobre su regazo y pasando el brazo libre tras su cabeza, borrando todo a su alrededor para centrarse en el delicioso sabor. El Rey no pudo hacer nada más que dejarse caer de cara sobre el posabrazos de su lado, totalmente derrotado. -¿Por qué eres tan cruel?

-¿Por qué no haces una pregunta que tenga respuesta?

-Pensé que yo era especial…

-Especialmente idiota. –Ja'far, quien había escuchado eso, comenzó a reírse sin llamar la atención, continuando con su juego.

-¿Por qué me atacas de esa forma?

-Porque me lo pones a huevo. –le miró con una sonrisa ladeada, mostrando su típica faceta de superioridad. –Y porque no tengo otra manera de hacerlo. ¿O sí? –insinuó, consiguiendo confundir al adulto, pues no sabía si se refería de forma sexual o de forma violenta. Todo con ese chico podía malinterpretarse. Sinbad se incorporó, sobándose la frente y observando de nuevo al magi.

-¡¿Ya te has zampado dos?!

-Y me los pienso comer todos. –dio un mordisco al tercero y penúltimo.

-No sé por qué te ha dado ahora por comer más de lo normal, pero como quieras, yo me rindo ya. –se dejó caer sobre el respaldo acolchado.

-Hey, Rey idiota. –le llamó la atención. -¿Tú sabes dónde demonios estuvieron los tontainas de Kou todo este tiempo? –Sinbad le miró, sin moverse.

-Sí, y casi puedo decir que si no fuera por ellos… –pausó, obteniendo una mirada carmesí bastante confusa. –Es cierto que ellos fueron la causa de que todo se torciera "a mal" por no estar en el Palacio del Imperio Kou. –hizo las comillas con los dedos. –Pero también son la razón por la que pude llegar a tiempo a ti. Si no me hubieran intervenido, habría tardado más en idear algo, y encima sin saber que Al-Thamen ya te estaban sentenciando… -cerró los ojos con un deje de culpa. –Recibí una carta de Kouen justo después de cortar la segunda comunicación contigo. En ella explicaba que sabía que estuviste aquí todo el tiempo y que te marchaste por algo relacionado con la organización, que te había notado raro los últimos días que pasaste allí. Ponía también que entre ellos decidieron exiliarse en secreto de Kou, quedándose en un pueblo de la frontera. –pausó. –Y sí, se llevó todos los documentos con él. Se dio cuenta de que antes de salir alguien les había sacado los contenedores de su sitio, lo supieron cuando ya estaban casi en ese pueblo. El resto de la carta eran amenazas en contra de mi persona por si te hacía algo. –se rascó la cabeza, nervioso. –Le respondí de la misma forma, escribiéndole todo el plan que teníamos pensado y que se había estropeado por su ausencia en el Palacio. Nos llevó nuestro tiempo idear algo para infiltrarnos en el Imperio sin ser notados, pero lo conseguimos. Viajaron hasta aquí y nos juntamos justo en el lugar en donde aparecimos hace un par de horas, ahí Koumei dejó marcas de portales para que pudiéramos volver. Tomamos una embarcación hasta Kou y recuperamos sus contenedores sin que nos vieran. Una vez hecho, usé a Zepar para localizarte y arribar en la sede de Al-Thamen.

-Qué confuso. –se quejó, terminando ya el último bollo.

-Lo fue. En un principio, íbamos a ir sólo nosotros dos acompañados de Ja'far, Masrur y Koumei. Pero el resto de Príncipes no aceptó eso, a excepción de Hakuryuu. Él se marchó por su lado. Tampoco preguntamos su razón, pero creo que ya es obvia. –se acomodó un poco, cruzando una pierna sobre la otra. –En cuanto Alibaba se enteró de a dónde íbamos nos insistió para permitirle venir, ¿cierto? –giró la cabeza hacia el rubio, que continuaba en una esquina. Este le miró con ojos muertos, sacándole al Rey una sonrisa nerviosa. –Y bueno, parece que existe una regla que dice; "si Alibaba se va, yo voy con él". –se dirigió entonces hacia Aladdin y Morgiana, llamándoles la atención y haciendo que les resbalara a ambos una gotita de sudor.

-Je, típico del trío arcoíris. –Judal se cruzó de brazos.

-Puedo asegurar que ha sido el plan que más me ha costado entender. –suspiró, sobándose un brazo.

-No hace falta que lo jures.

-Judal, -esta vez habló Yamuraiha, pausando su lectura. -¿por qué no nos contaste el lío en el que estabas metido? –el magi oscuro se encogió de hombros.

-Nadie me preguntó.

-Pero sabes que no hubiéramos dudado mucho en ayudarte, chico. Con esas cosas no se juega. –pareció regañar Sharrkan.

-Pfff. –bufó, no le gustaba demasiado que le dieran lecciones.

-Judal apreciaba poco su vida. Espero que ahora sepa darle mejor valor. –comentó Ja'far sin levantar la vista del tablero, moviendo una figura de ajedrez.

Tsk. –chasqueó la lengua, ya estaba empezando a cansarse, por lo que subió los pies al sofá y se acurrucó de lado en el respaldo, dándole la espalda a todo el mundo y haciéndoles entender que no quería que dijeran una palabra más sobre el tema. Notó movimiento a su lado, obligándose a mirar de reojo. Aladdin estaba acercándosele, por lo que dio un salto, poniéndose de pie sobre el sillón, sobresaltando a todos y haciendo detenerse al pequeño magi. -¡No toques! –unos segundos de silencio pasaron, para luego llenarse el ambiente de risas.

-Creo que después de lo que le hiciste ese día en el que se le descontroló la Magia de Metamorfosis ya no se fía de ti, Aladdin. –pareció burlarse el oficial albino.

-¡Mis razones tengo! ¡¿Qué persona decente va sobando tetas a diestro y siniestro?! ¡No es normal que alguien de su edad sea tan pervertido! –chilló, tratando de defenderse.

-Lo que no es normal es que tú no lo seas, teniendo en cuenta que estás en la adolescencia media. Biológica y psicológicamente, no se termina hasta los veinticinco años, esa edad llena de hormonas revolucionadas. –volvió a contestar, haciendo reír esta vez al oráculo, quien le lanzó una mirada furtiva a Sinbad. Este había entendido el gesto, mostrando una sonrisa nerviosa. Ja'far le había hecho sentirse pedófilo con esa explicación. Judal sí podía ser "pervertido", pero no exhibía esa perversión a otros que no fueran él como lo hacían normalmente los hombres. Era más reservado en ese tema. Podía decirse que en las zonas orientales del este la gente era más escrupulosa en público.

-No tiene nada que ver. –volvió a sentarse, cruzándose de brazos. Esta vez, sí se dirigió a Aladdin. -¿Y tú qué querías? –hizo que el pequeño sonriera ampliamente.

-Sólo quería decirte que… -le extendió la mano. –te considero uno de mis amigos, Judal. –su bella sonrisa se amplió más, mostrando sinceridad. Aquello sorprendió bastante al otro magi, no esperó que pensara en él del mismo modo que lo hacía con la pelirroja y el esgrimista. En ese momento recordó el puñetazo que le dio estando en Balbadd, cuando él mismo fue quien le extendió el brazo, simplemente para burlarse de él. Se tornó muy serio, haciendo que el niño borrara su sonrisa, confuso.

-¿Qué te hace pensar que pueda serlo, enano? –Aladdin pareció pensarlo.

-Porque… -volvió a recuperar su mueca contenta. –sé que también lo sientes. –terminó por sorprenderle de nuevo, sólo que esta vez, el oráculo soltó una risa escueta. Y si, sólo tal vez...

-No me conviene que te estés volviendo tan listo, criajo. –terminó por estrecharle la mano, aceptando y siendo observado por un par de ojos dorados que mostraban orgullo y satisfacción.

No pasó demasiado tiempo cuando las personas empezaron a marcharse para dormir, siendo al final ellos dos los únicos lo suficientemente emperrados como para no moverse por pereza. Sinbad ya le había cogido el gusto a su postura, tumbado de lado en el sofá y utilizando el regazo de Judal como almohada, encarándose a su abdomen descubierto. Mientras, este parecía estar demasiado entretenido jugando y enredando los mechones lilas, dándole inconscientemente un leve masaje al Rey y haciendo que se durmiera poco a poco. Sin embargo, en cuanto se dio cuenta, palmeó un poco su mejilla.

-Eh, no te duermas ahí, Rey idiota.

-No me estoy durmiendo. -su voz ronca le delataba.

-Claro, y yo soy el hermano de Aladdin. -se burló. El monarca abrió rápido los ojos, girándose boca arriba para mirar al oráculo con sorpresa.

-¡¿Eres hermano de Aladdin?! -recibió rápido un manotazo en la frente.

-¿Eres estúpido? ¡Por supuesto que no!

-Tu sarcasmo es demasiado bueno como para que lo entienda siempre. -se sobó el golpe.

-Eso o tú te estabas durmiendo. -volvió a rebatir en su contra.

-Touché... -bien, el magi había ganado esa ronda. Judal suspiró de forma sonora.

-Una cosa, ¿cómo es que se escapó un gran número de los viejos de la organización? Pensé que entre Kouen y tú no quedaría ninguno.

-Creo que ambos pensamos al mismo tiempo que había que acabarlos y nuestros ataques chocaron entre ellos, bloqueándose. Les dejamos escapar por error, no esperábamos que eso pasara.

-Mientes. -silencio. Sinbad había transformado su rostro por completo en una mueca, de más, seria, y algo amenazante. El ambiente callado estaba prolongándose más de lo normal. Hasta que fue roto por un suspiro de derrota por parte del Rey.

-Está bien... -cerró los ojos con pesadez e inseguridad. -Detuve el ataque de Kouen a propósito.

-¿Por qué? -se cruzó de brazos.

-Si acabábamos al instante con todos los de Al-Thamen ya no habría motivos para que regresaras aquí, y te hubieras quedado en Kou como inicialmente acordamos, puesto que ahí es donde vives... Lo siento, Judal. Fui muy egoísta contigo al hacerlo. -justo cuando estuvo a punto de levantarse, sintió cómo el magi oscuro le empujaba con una mano hacia abajo, sintiendo presión en sus labios, lo que le hizo abrir los ojos en sorpresa. Cuando el beso se cortó, vio en él una sonrisa.

-Te equivocas, idiota. Aquí con el único que has sido egoísta es contigo mismo. Tú, más que nadie, deseabas exterminar a la organización por completo. Y aun así, ignoraste tu impulso de venganza y dejaste escapar a unos cuántos sólo para que yo regresara aquí contigo. Es un buen halago por tu parte. -Sinbad soltó una risa corta, atrayendo hacia abajo, con sus manos, el rostro del magi, volviendo a besarle. Se sorprendió un poco cuando el azabache rompió el contacto y se levantó de golpe, dejando que su cabeza, antes apoyada en él, cayera sobre el sofá. Le vio caminar hasta la puerta y detenerse, escuchando seguidamente un sonido de llave cerrando. Se sentó en condiciones y se quedó observando fijamente los pantalones negros tan holgados. Empezaba a odiar que fueran así, culpables de ocultar las bellas piernas que Judal poseía. No era justo que se vieran encerradas bajo la tela opaca de esa forma. En cuanto quiso darse cuenta, ya tenía al oráculo sentado encima, de rodillas y con una pierna a cada lado. Este se desprendió de su manto blanco, tirándolo sin mirar a dónde caía y siendo portador de un, muy potente, sonrojo. El chico le tomó de la cara, empezando a besarle de nuevo, a lo que Sinbad correspondió, rodeándole la cintura con los brazos y atrayendo su cuerpo. Era capaz de saborear a la perfección esa dulzura que los bollos habían dejado en el interior de la boca del magi, tan delicioso. Por alguna razón, el sabor de Judal siempre era dulce cada vez que le besaba.

El azabache dejó de sujetarle el rostro, aun sin romper el beso, y llevó sus manos a su propio cuello, quitándose el collarín dorado, repitiendo el procedimiento con los brazaletes. En cuanto se deshizo de ellos, regresó a tomar al adulto por las mejillas, inclinándose más hacia delante para profundizar la intensidad en ambas bocas.

El Rey le mordió el labio inferior sin fuerza, juguetón, provocando una leve risa en el muchacho. Una risa que le sonó totalmente sensual y atrayente. Abandonó sus rosados labios y se deslizó a la línea de su mandíbula, dejando en ella diminutos besos lentos. Se separó un poco, observando la cicatriz en el cuello pálido. No tardó demasiado en ponerse a besarla con delicadeza, haciendo con ello que el oráculo echara un poco la cabeza hacia un lado, dejando salir suspiros. Continuó besando esa zona, moviéndose hacia el lateral del cuello que el magi oscuro había dejado expuesto al ladearse. Lamió y succionó esa zona, a lo que el azabache le abrazó por encima de los hombros, aceptando que el monarca dejara en él marcas rojizas que, con el paso de los minutos, se volverían moradas. Descendió unos centímetros hasta morder su clavícula.

-Judal. -le nombró, sin dejar de lado su tarea.

-Humm. -suspiró como respuesta.

-Si no llego a experimentarlo por mí mismo, nunca hubiera creído que fueras tan inocente en cuanto a la sexualidad. -aquello pareció molestar al magi.

-¿Qué? ¿Acaso ves que tenga algo de inocente? -gruñó con dificultad, pues no le salía hacerlo a causa de las caricias húmedas que estaba recibiendo en clavícula y cuello. Notó una mano rebelde meterse sin permiso dentro de la tela y rozar uno sus rosados botoncitos. -¡Mmm...!

-Ese rubor tan fuerte y esas reacciones tan sensibles los son. -dejó de usar su boca, en general, para centrarse en sacarle el top negro.

-Cállate. -alzó los brazos con el ceño levemente fruncido, siendo deslizada por estos la prenda, dejándola caer hacia atrás al suelo. Se estaba empezando a avergonzar.

-No todo el mundo tiene la suerte de poseer una faceta inocente, muchos la pierden al crecer. -volvió a hacer uso de su lengua, esta vez sobre la otra tetilla, lamiendo y mordiendo alternativamente mientras seguía pellizcando la contraria. No pudo evitar sonreír mientras lo hacía, pues había notado en el magi un diminuto brinco al mismo tiempo que casi dejaba escapar un gritillo. -Y no sabes cuánto me excita eso de ti. -continuó jugando en su blanco pecho al mismo tiempo que movía la mano que tenía sobre su cintura hacia abajo, deslizándola por dentro del pantalón. Palpó con ansia uno de los esponjosos y suaves glúteos del azabache, sacándole con ello más suspiros.

-Eres un rey muy caprichoso... -acusó, puesto que había notado las grandes ganas de tocar que Sinbad tenía, como si no se permitiera saltarse ni un sólo milímetro de su piel. Sintió cómo el adulto mordía ese pequeño sobresaliente rosado con fuerza a la vez que soltaba un gruñido. Un gruñido de desacuerdo, pues había dejado de palpar su trasero para tirar del elástico del pantalón. -¡Ah! Eso ha dolido, idiota... -se quejó, aunque ese dolor le había excitado más que molestado. Se levantó sobre sus rodillas y levitó unos centímetros, permitiendo al monarca deslizar la prenda negra hasta abajo del todo mientras él desanudaba con maña su manto y le sacaba todas las prendas de forma rápida, dejando el amplio y trabajado torso al descubierto, liberando también la palpitante erección de este. Volvió a su posición y paseó sus manos por toda la zona, tan marcada y musculosa. Ese torso le volvía loco. Un torso digno de un gran Rey. Notó las rudas manos posicionarse sobre sus muslos y empezar a acariciar toda su superficie.

-Me encantan tus piernas, ¿por qué las escondes de esa forma tan cruel? -volvió a besar su clavícula.

-Las odio, y me avergüenzan. -respondió sin interés, centrado en sentir el tacto sobre ellas.

-No deberías acomplejarte, Judal. Son perfectamente hermosas. -cazó sus labios en un beso rápido y furtivo. -Con un poco de transparencia en esos pantalones tu imagen se vería impresionante.

-¿Dejarías que otros las vieran con una prenda así? -sonrió le lado.

-A veces me gusta presumir de lo que tengo. -le acercó sorpresivamente por la cintura aún más, haciendo que ambos miembros se tocaran.

-¡Mm! -un escalofrío recorrió las caderas del oráculo al sentir el roce. Sin embargo, hubo algo que no le agradó demasiado a Sinbad. El magi oscuro estaba tratando de tragarse sus gemidos. Una de sus manos abandonó la cintura pálida, y sin avisar, masturbó una vez, de forma rápida, al muchacho con ella. -¡Aaah! -terminó soltando uno de los sonidos que intentaba acallar, clavando un poco las uñas en sus hombros anchos.

-No me prives de tu voz. -abrió un poco más su mano para terminar tomando ambas erecciones, comenzando a moverla en vertical.

-¡Ngh... Ah...! -Judal no fue capaz de volver a silenciarse, abrazándose a su cuello y acompañando con leves gemidos los suspiros que el Rey empezaba a soltar.

El de cabello lila cambió de postura su mano, volviendo únicamente a prestarle atención con esta al miembro del chico.

-¿Se siente mejor ahora que no estás ebrio? -una sonrisa con deje de perversión asomó por su rostro.

-Hah... S... sí... -la mano que anteriormente le sujetaba la cintura se acercó a la erección, pero no se usó en nada todavía. El magi estaba a punto. El monarca aumentó la velocidad del movimiento, provocándole un temblor. -¡Aah! ¡Sinb... voy a...! -avisó antes de que ocurriera. Suficiente para que el Rey pasara los dedos de su mano libre por la punta, recolectando en tres ellos el fluido previo. Rápidamente, los llevó al orificio del oráculo, introduciéndolos de una sola sentada al mismo tiempo que este se vio electrocutado de placer por la masturbación delantera, lo que le sumó un doble orgasmo. -¡AAAAAAH! ¡HAAH! -arqueó la espalda sin soltarse del adulto. Su cuerpo daba cortas convulsiones y temblores. Sin embargo, casi seguía tan lleno de energía como al principio. Y eso Sinbad lo vio al atisbar una diminuta sonrisa en él, por lo que no le dejó la oportunidad de normalizar su respiración siquiera, sacando e introduciendo con ritmo animado los tres dedos. Judal levantó inconscientemente su trasero, sin dejar de abrazar aún los hombros del adulto. -Hah... Qué... despiadado... ya ni... respirar... me dejas... -sonrió, escondiendo el rostro en el hueco del cuello y el hombro del monarca mientras gemía y respiraba de forma muy irregular y fuerte, acto que excitó más a este.

-Sólo estoy sacando tu potencial. -mordió el pálido hombro que tenía a su alcance, marcando en él sus dientes y haciendo quejarse de manera lasciva al azabache. Este no desaprovechó la oportunidad, por lo que le devolvió todos y cada uno de los mordiscos y lametones en el cuello, intercalando los gemidos que Sinbad le robaba con sus dedos, incitándose mutuamente.

Pero Judal no iba a dejarse vencer en lo que a provocar de refería. El Rey de Sindria no iba a ganarle, por lo que levantó la cabeza y le miró con ojos suplicantes.

-Ah... Sinbad... Nhh... Te quiero dentro de mí... -en respuesta, el monarca arremetió con más fuerza sus dedos por sorpresa. -¡Aaah! -aquello terminó por provocar que el magi oscuro empezara moverse en contra de su mano, queriendo sentirla de nuevo. El adulto le lamió los labios, poniendo algún que otro beso pequeño en ellos.

-No te apresures, tenemos toda la noche. -la provocación pareció no haberle afectado demasiado. Estúpido hombre con experiencia que ya conocía todo sobre el sexo. Aquello molestó un poco al oráculo, haciéndole chasquear la lengua.

-Eres... aah... detestable... -se repitió el movimiento de penetración, esta vez habiendo conseguido empujar un poco a Judal debido a la fuerza. -¡Haaah!

-¿Sigues detestándome aún? -preguntó con tono ronco, clavándole el dorado de sus ojos.

-Sólo cuando me enfadas en serio... -sonrió de lado con toque egocéntrico y juguetón, una combinación perfecta de sensualidad.

El Rey continuó moviendo sus dedos, habiendo atrapado ahora la boca del magi en un húmedo beso francés. Ambas lenguas bailaban entre ellas, buscando invadir la cavidad del contrario, una pelea que Sinbad iba ganando. Aunque eso no parecía importarle demasiado al muchacho, quien disfrutaba de cada una de las cosas que el otro le hacía. El Rey se sorprendió cuando este le tomó de la muñeca y le obligó a sacar sus dedos, por los que escurrían hilos translúcidos del fluido, con el que los había lubricado anteriormente.

-¿Qué ha...? -se vio interrumpido en su confusión por un casto beso.

-Si vamos a jugar, juguemos bien. -le sonrió, mostrando en sus ojos carmesí un brillo centelleante. Se irguió en su posición, aún de rodillas, quedando así un poco más alto que el adulto, que seguía sentado debajo. Pegó su, ahora manchado, torso con el contrario, dejando el miembro más grande rozar el canalillo de su trasero, sobresaltando al dueño de este.

-No debe... ¡Ugh! -el magi imitó el movimiento que él le había hecho al principio, masturbándole una sola vez, aunque rápido, más para que se callara que para otra cosa. Lo tomó firmemente y lo posicionó en su entrada. -Insisto, aún no... ¡Aah! -sintió cómo era deliciosamente apretado en toda su longitud y porte. Judal se había empalado a sí mismo en él. Este le sujetaba fuertemente por los hombros, clavándole las uñas de una forma casi mortal y completamente quieto, con un leve temblor y con la cabeza apoyada en su pecho. Debido a las prisas, el muy idiota se había herido. -Si aún no comencé a hacerlo piensa que era por una razón, Judal. Que ya hayas pasado la primera vez no significa que la segunda sea más segura y duela menos. -le tomó del rostro, levantándole la cabeza. El azabache tenía mueca de daño, por supuesto, pero también una pequeña sonrisa de arrepentimiento por lo que se había hecho, asomándose por los bordes de sus ojos unas diminutas lágrimas nacidas del dolor que había sentido. Sinbad le besó la frente.

-Me han dolido cosas peores. -y era verdad, aunque esa voz forzada inducía a dudar. El monarca no tardó en besar cada parte de su cara, para después centrarse en su boca de nuevo. Haría distraerse al magi del dolor hasta que pasara.

En cuanto dejó de sentirse adolorido, empezó a moverse hacia delante y hacia atrás en un suave vaivén, ondulando constantemente su espalda y teniendo siempre el miembro del Rey a la misma profundidad, soltando notorios suspiros mezclados con gemidos débiles. Aquello empezó a volver loco a este, que sentía a la perfección las estrechas paredes rozarle con cada oscilación mientras le sujetaba las caderas sin fuerza. Y el magi oscuro se lo vio en la cara. Sonrió un poco, le intentaría hacer caer en el descontrol de nuevo. Con eso en mente, hizo más amplio su baile, llevando los brazos hasta detrás del cuello. Alzó su trenza tras su nuca en una pose erótica y le miró con ojos entrecerrados, aumentando el volumen de los lascivos sonidos que soltaba por la boca. Ahora el adulto tenía una vista completa de cada parte del chico.

-Ah... Hace... tanto calor... Sin... -sintió las manos de este masajear su espalda, besándole también el abdomen. No era la reacción que quería, por lo que le tomó del mentón con una mano para que le mirara otra vez. Cambió el vaivén por movimientos circulares, los cuales no sólo hicieron suspirar al adulto, sino también a él. Fue entonces que con la mano que sujetaba su trenza, agarró el lazo y tiró de él, soltando salvajemente todo ese cabello ondulado. -... Tan grande... siento que... hah... me presiona todo... -estaba empezando a conseguir su objetivo. Abrazó al monarca por el cuello, dispuesto a susurrarle al oído. -Sinbad... mi Rey... ha... haz que... te pertenezca por completo... Poséeme... -suficiente. El hombre apretó sus caderas y las levantó, sacando parte de su miembro, y le dejó caer presionando un poco con las manos hacia abajo, volviéndolo a introducir. -¡Aaaah! -repitió el procedimiento, sacándole al magi los gemidos más sonoros y excitantes que formulaba hasta ahora, acompañándole también con los suyos. Este comenzó a intercalar risas entre esos jadeos descontrolados. -¡Ah... no pares... de... aaah! -comenzó a saltar por inercia, cabalgando de forma desbocada, y casi quitándole el trabajo a Sinbad de subirle y bajarle con las manos. Volvió a alzar los brazos por detrás de su cuello, sosteniendo su largo cabello negro, que también saltaba con el movimiento.

El calor del ambiente se intensificaba junto con la velocidad y el regocijo de sus cuerpos, conscientes de que el límite se les estaba acercando.

-Ngh... Tan... apretado... -se dijo para sí mismo, notando cómo las paredes que le apresaban le apretaban cada vez más debido a la rapidez que se presentaba por cada segundo, convirtiéndose para él en una sensación magnífica. Judal saltaba sin control y de manera algo violenta, tratando de evitar dejar de sentir el roce interno que tanto le revolucionaba.

-¡Sin... bad! ¡Aah... m... más...! ¡Fuerte!... ¡Quiero... hah! -dicho y hecho, pues el adulto también estaba a punto de caer en la locura.

Le agarró firme por los glúteos y se levantó con él, para luego tirarlo boca arriba rápidamente sobre el sofá, haciendo que se apoyara en el respaldo. Se había arrodillado en el suelo, a la altura perfecta para alcanzar con sus salvajes embestidas lo más profundo de ese magi oscuro. En medio de los brutales empujes, tomó las pálidas y delgadas piernas y las apoyó sobre sus hombros, tocando así una y otra vez ese punto que hacía llorar de placer al oráculo, literalmente. Este gritaba y gemía con lágrimas en sus ojos cerrados, agarrándose, con los brazos sobre su cabeza, al respaldo que tenía detrás. Ambos sintieron ese cosquilleo en el interior de sus cuerpos. Aumentó la potencia aún más, si es que se podía, en las últimas estocadas. -¡HAAAAAH...! -ese grito orgásmico fue acallado por un apasionado beso del Rey, siendo correspondido con un fuerte abrazo. Aun después de haberle llenado entero con su esencia, continuaba moviéndose, aunque descendiendo cada vez más. Hasta que se detuvo en su interior, rodeando el cuerpo del chico con sus brazos para tumbarle a lo largo del sofá, y rompiendo también el contacto de sus labios a la vez que salía de él para ponerse a su lado. Dos respiraciones al borde de la irregularidad era lo que se escuchaba. Dos miradas únicamente centradas la una en la otra. Sinbad sonrió.

-No creí que una sola ronda contigo estando sobrio me dejara exhausto. Eres sexualmente mortal. No soy capaz de imaginar cómo quedaré cuando te haya dado experiencia. -hizo sonreír al magi.

-¿Y si sólo estás cada vez más viejo? -vio como el adulto cambiaba su mueca y se ponía un poco pálido. Empezó a reírse, dejando después un suave beso en sus labios. Parecía haber recuperado el color con eso. -Bromeo. En realidad... -desvió la mirada, tragando un poco de orgullo. -... no eres viejo. Nunca pensé que lo fueras, sólo lo decía por fastidiarte. -escuchó como el Rey hacía un sonido extraño, como conmovido.

-Qué tierno. -sonrió ampliamente y con un pequeño rubor.

-No soy tierno. -gruñó, observando cómo Sinbad se levantaba y caminaba a uno de los pequeños armarios de la sala, sacando de él una sábana. Una vez que regresó, tapó a ambos después de volver a tumbarse.

-No me vas a convencer. -besó su frente, posando una mano sobre la delgada cintura del azabache, por debajo de la sábana.

-Idiota... -se acurrucó en su pecho, sintiendo al Rey acariciar sus largos mechones ondulados, transmitiéndole calma. Este regresó a darle un beso, esta vez en la cabeza.

Estaba decidido, amaría a ese magi corrupto durante toda su vida, y se llevaría por delante a quien tratara de quitárselo o de hacerle daño.

Caminó rápido por el pasillo, bastante molesto además. Llevaba buscando al Rey demasiado tiempo. Fue a llamar a su habitación, pero se sorprendió cuando no le encontró allí. Y no era posible que se hubiera levantado antes que él, con lo madrugador que era. Se le había pasado por la cabeza que tal vez se hubiera quedado dormido en la gran sala de estar, pues, cuando le miró antes de irse, tenía pinta de estar quedándose dormido en el respaldo del sofá. A partir de ahí, desconocía si se había quedado frito de sueño o no.

Llegó en poco tiempo, mas cuando fue a abrir estaba cerrado. Eso sí que era extraño. Por suerte, él tenía una de las llaves de ese lugar. La sacó de su bolsillo y la metió en la cerradura, abriendo al mismo tiempo con el pomo. Ni siquiera alcanzó a seguir empujando la puerta, quedándose a la mitad. Lo que vio le había sacado por completo los colores. En una cosa no se había equivocado; Sinbad había dormido en la sala, pero no estaba sólo. Y tampoco vestido. Y ese largo cabello negro que poseía la persona con la que estaba no era difícil de reconocer. Movió la puerta lentamente hasta cerrarla, y se dio la vuelta, con un rostro completamente desencajado.

-Ay, señor...

Bendito silencio. ¿Quién iba a decirle que por primera vez deseaba ser sordo? Ya eran tempranas horas de la tarde, y caminaba hacia su despacho, siendo víctima de un parásito volador. Uno tan sensual como ruidoso.

-Tengo hambre~.

-Ya lo has repetido como trece veces. -el temblor en sus manos dejaba ver que se le estaba agotando la paciencia. -Además, acabamos de comer todos. Y no sólo eso, sino que volviste a pasarte con los dulces. ¿Cómo es posible que sigas hambriento?

-¿Aún no te diste cuenta? Me preñaste, idiota. Tengo que comer por dos. -colocó los brazos en jarra estando en el aire.

-No digas tonterías, anda. -hizo que el magi se riera.

-¿Tonterías? ¿Y tú, por qué crees que a los magis nos llaman "Magos de la Creación" si no? La magia no es exclusiva de nosotros. -aquello provocó que el Rey se detuviera de golpe, comenzando a dejar volar la paranoia. -¡Jaja! Es coña, aunque seamos magis, no podemos hacer eso si somos hombres. -le tomó delicadamente la cara y le dio un beso en la mejilla. Se adelantó hasta quedar delante de él con posición de tumbarse y con los brazos tras la cabeza, levitando hacia atrás. -Sería una aberración de la naturaleza que uno se preñara.

-¡No me asustes de esa forma, por el amor de Salomón! -se puso una mano en el pecho, notando cómo se le había acelerado el pulso.

-Pero ahora enserio, tengo hambre.

-Judal, por favor. -suplicó, intentando callarle. Miró al azabache, que le sonreía. Justo después de devolverle el gesto, vio cómo este dio un inesperado y rápido bajón en el aire unos cuantos centímetros, asustándose, tanto él como el magi oscuro, quien tampoco se esperaba tener ese fallo.

-¿Ves? Ya me desconcentras. Tienes que dejar de sonreírme así. Te lo he dicho ya muchas veces, Rey estúpido. Sonríeme cuando esté en el suelo, así al menos no me la pego. -culpó con un poco de molestia.

-Sinbad. -una voz tercera hizo aparición en el pasillo, deteniendo el caminar del Rey y el avance aéreo del oráculo.

-¿Qué ocurre, Ja'far?

-Se adelantó la embarcación de los comerciantes de alimentos. Te esperan en el puerto. -avisó.

-Oh, bien. -miró por un momento al oráculo de Kou. -Hablamos luego, Judal, ¿te parece? -el chico frunció el ceño, torciendo también la boca.

-¿No puedo ir?

-Bueno... -miró de reojo a Ja'far, quien suspiró.

-Mientras no abras la boca ni te muevas, puedes. -eso había sido un poco cruel, pero debía ser así si quería asegurarse de que Judal no liaba alguna. Este pareció molestarse un poco, bufando.

-Bien, bien. Seré un maldito fantasma, como el señorito diga. -hizo un gesto de aleteo con la mano, desviando la cabeza. -Pero no te acostumbres a que te haga caso.

-No me importa. -se dio la vuelta, andando y siendo seguido por el Rey, que miraba de reojo al oráculo con aprobación.

-No me mires así. -se quejó. No estaba de humor para indirectas ahora.

Se arrepintió justo al momento de haber dicho que quería ir. El aburrimiento supremo. Sinbad hablaba con un par de comerciantes, los cuales creía medianamente importantes, de cosas que él no entendía y que le sonaban completamente irritables. Llevaban ahí una hora, de pie. Sus pies se estaban resintiendo. Lo peor era que Ja'far no le dejaba levitar por la visita, le tenía bajo vigilancia a cada minuto, y eso no hacía más que molestarle. Y aún así, no podía desquitar su enojo porque "daría mala imagen". Si él ni siquiera pertenecía a Sindria. Ah, ya, pero eso los visitantes no lo sabían.

Una hora y treinta minutos. Al fin parecía que estaban terminando, pues vio al par de hombres ordenar a la tripulación que descargara los alimentos exclusivos de sus tierras. No había dicho nada, pero hacía un rato largo que empezó a tener frío y a sobarse los brazos. Tendría que deberse a que estaban al borde del mar. Sin embargo, decidió hacérselo saber al Rey cuando empezó a tiritar un poco sin poder remediarlo. Pero Ja'far se adelantó.

-¿Tienes frío? -aquello llamó la atención del monarca, dirigiéndose a mirar al magi en confusión.

-No sabes cuánto. -gruñó, pues no podía dejar de hacerlo. Estaba seguro de que se estaba viendo realmente ridículo en ese estado.

-Estamos en la isla más calurosa del sur, ¿cómo es posible que tengas frío? Ni siquiera las noches llegan a ser del todo frescas.

-¿En serio me estás preguntando eso, idiota? -le miró molesto.

-Será porque no acostumbras a quedarte quieto mucho tiempo. El no moverse también hace que el cuerpo se enfríe un poco. -explicó el albino.

-Entonces, esto es tu culpa. -le señaló con el dedo, acusador. Se dio la vuelta, empezando a caminar. -Me voy, no quiero seguir congelándome. Además, -giró la cabeza para observarles. -esto es muy aburrido. -el Rey se llevó una mano a la frente justo cuando se volteó a alejarse.

-Qué chico...

En cuanto entró al Palacio, comenzó a caminar sin rumbo, tratando de despejar el frío que sentía. Pues si era cierto lo que había dicho el oficial, con moverse durante un rato se le pasaría la sensación. Otra vez el aburrimiento se le estaba haciendo presente, y le molestaba. Chasqueó la lengua. No iría a estar con el trío de amigos, puesto que, aparte de no saber si estaban juntos o no, no sabía si estaban ocupados. A parte de que tampoco era que le distrajeran demasiado. Sólo una persona más pasó por su mente; Yamuraiha. Oh, sí. Ella sí que sabía convertirle las horas en segundos, enseñándole todo tipo de cosas mágicas y practicándolas. Aunque esta vez intentaría tener precaución con lo que hacía. Cambió su rumbo hacia el estudio.

Una vez en el pasillo correspondiente, atisbó a la mujer acercándose por el lado contrario. Ella también se dirigía hacia allí, y eso aumentó sus ganas. La maga, en cuanto le vio, sonrió, sabiendo perfectamente a lo que venía.

-¿Vienes a por más, eh? -preguntó graciosa. Atisbó cómo el magi oscuro aceleraba su paso, tratando, posiblemente, de no perder tiempo. Mas se sorprendió cuando se detuvo de golpe, mirando al infinito mientras parpadeaba un poco. ¿Había visto algo en el suelo acaso? Su pregunta fue respondida automáticamente cuando el azabache se llevó una mano a la cabeza, frunciendo el ceño y cerrando sus ojos en molestia. -Hey. -ella se fue acercando con paso firme. Sin embargo, en cuanto le vio a punto de desplomarse, cambió su andar por un correr, llegando a tiempo para sostenerle. Aunque su fuerza tampoco era envidiable, por lo que terminó de rodillas, sujetándole en el suelo. -¡Judal! -le llamó, pero el oráculo no reaccionó como ella quería. Estaba temblando. Le palmeó la mejilla, pero en cuanto lo hizo, alejó un poco su mano. Confusa, la posicionó sobre la pálida frente. Sus azules ojos se abrieron más. -Arde. -si no se equivocaba, el oráculo de Kou tenía fiebre. -¡Alguien, ayuda! -empezó a ponerse nerviosa, pues no parecía que el muchacho pudiera siquiera levantarse, y ella no podía llevarle. Miró desesperada a todos lados. Detuvo su vista en el fondo de uno de los pasillos, viendo a tiempo una cadena moverse. Reconoció rápido a esa persona. -¡SHARRKAN! -ese grito podría incluso haber asustado al mismísimo magi oscuro que ahí estaba. El llamado se asomó por la esquina, confuso. Pero rápido reaccionó, dejando que sus ojos verde lima se abrieran un poco y empezando a caminar con paso apresurado a ellos, siendo consciente de la escena que estaba observando.

-¿Qué ha pasado? -se agachó, mirando sorprendido los temblores que el azabache tenía.

-¡N... no lo sé! ¡Lo vi venir por el pasillo y de repente se desplomó! ¡Pero mira, toca! -tomó al moreno por la muñeca y colocó su mano sobre la frente del magi oscuro, que soltaba leves quejidos.

-Está que echa humo. -miró a Yamuraiha por unos segundos. -Pero relájate, mujer. No consigues nada poniéndote nerviosa. -ella pareció hacerle caso.

-Iré a avisar a Sinbad para llamar a un médico. Llévale a la enfermería. -se levantó al mismo tiempo que Sharrkan también lo hacía, tomando al oráculo en sus brazos. Se sorprendió levemente por lo poco que pesaba, pero no era eso lo que más importaba.

Ambos generales tomaron caminos distintos, los dos corriendo.

Debido a la velocidad que el espadachín llevaba, derrapaba con agilidad cuando tomaba las esquinas. Sin embargo, al doblar una de ellas...

-¡Fuera del camino! -avisó, pues tampoco era que pudiera frenar sin llevarse a alguien por delante. Sobre todo a alguno de los tres chicos que iban con Masrur. El fanalis los recogió a los tres a tiempo, dejándole paso a Sharrkan. Difícil de creer, pero el pelirrojo se había sorprendido un poco, no tanto como los jóvenes estaban. Los cuatro empezaron a crear hipótesis al ver cómo el moreno se perdía de vista con el azabache en brazos. Si le llevaba de esa forma, y encima parecía tenso, significaba que no era algo bueno. Estaban preocupados, por lo que no tardaron en ir tras ellos.

-Creo que ya está. Han sido repartidos todos los alimentos a las tiendas de la isla. -comentó Ja'far, habiendo entrado con el Rey al patio exterior del Palacio. Ambos vieron a Yamuraiha correr como alma que lleva el diablo hacia ellos.

-¡Sinbad! -le llamó a gritos, intentando controlar su respiración. Un par de segundos hicieron falta para que llegara a ellos y apoyara las manos en sus rodillas, tratando de recuperar el aliento. Le encaró rápido, siendo consciente de que el monarca le miraba, posiblemente, asustado por arribar de esa forma. Pero es que no era para menos. -¡Ju...! -tuvo que tomar otra bocanada de aire. -¡Judal...! -apenas podía explicar por la falta de oxígeno, pero con decir ese nombre fue suficiente para hacer que el Rey empezara a correr, agarrándole del brazo.

-¡¿Dónde está?! -iba a matar de asfixia a la pobre maga.

-Sharr... -volvió a tomar aire mientras era arrastrada al interior del Palacio, siendo seguida también por el albino. -Enfermería. -dijo simplemente a dónde debía ir, pues no estaba como para malgastar palabras en ese momento. -Sinb... ¡Un... jodido médico! ¡Ya! -avisó antes de que se perdiera más tiempo, alertando muchísimo más al hombre por escuchar las palabras "médico" y "jodido". Ella no solía decir vulgaridades, y para que lo hiciera, debía de ser algo desesperado.

-¡Iré yo! -el oficial pecoso se dio la vuelta, dispuesto a salir de nuevo a la ciudad a buscar al mejor médico de la isla.

Ambos llegaron rápido a la enfermería con el corazón en la garganta. Vio al espadachín sentado en una silla, apoyando los codos en los muslos y sujetando su frente con el dorso de las manos, como si estuviera inquieto. Masrur estaba parado a su lado, más tranquilo, aunque algo perdido. Pero para perdido Alibaba, quien iba de acá para allá en círculos, mordiéndose intensamente las uñas. Morgiana y Aladdin estaban en el mismo estado, a primera vista, que el fanalis, cuando por dentro estaban tremendamente preocupados, al lado de una camilla. Dirigió su vista a ella entonces, encontrando al oráculo tendido, con unos, muy, notorios temblores en todo su cuerpo. No necesitó observar más para acercarse desesperado, apretando con las manos el borde del fino colchón. Judal estaba sufriendo, y podía verse perfectamente en su rostro arrugado y lastimero. No pudo más que llevar su preocupación a otro nivel cuando notó que su piel estaba más pálida de lo normal, con sus mejillas en un tono rojo bastante poco sano, y con la boca abierta, dejando paso a una respiración pesada y muy agitada. Levantó la mirada hacia Yamuraiha, quien mojaba un paño con agua.

-¡¿Qué tiene?!

-¡Fiebre! ¡Una muy alta! -aquello encendió una luz en la cabeza lila. Por eso era que Judal tuvo frío antes. Se sintió tremendamente culpable en ese momento por no haberle tomado tanta importancia. Su estómago estaba revolcándose y el característico peso de la impotencia aparecía en su garganta. Posó su mano en la mejilla del magi. Estaba quemando, como si tuviera lava en lugar de sangre. Este abrió un poco los ojos, los cuales estaban cristalinos.

-Me duele... -se quejó con la voz más débil que había podido generar, tan similar a la de un llanto silencioso.

-¿Qué te duele? -Sinbad trató de verse lo más calmado posible frente a él, intentando transmitirle seguridad.

-Todo... -cerró los ojos de nuevo al mismo tiempo que soltaba un quejido. El Rey le tomó de la mano con las suyas y la acercó a sus labios, aunque sin besarla.

Antes de colocarle al oráculo el paño en la frente, sabiendo que este podía hacer descender un poco la temperatura, Yamuraiha observó con notoria tristeza esa escena, al igual que el pequeño magi. Ambos sabían perfectamente todo, y les dolía horrores ser testigos de algo así en un momento como ese.

-Te pondrás bien, ya lo verás. -sonrió con lástima la maga. Posiblemente tuviera razón, pero es que la situación no transmitía alegría, básicamente.

-Si esto es… lo que se siente con un Djinn de fuego… no quiero acercarme más a uno. -se quejó, sacando unas cuantas sonrisas débiles. Al menos no perdía su humor. -Más te vale… alejar a Amón de mí. -se dirigió al rubio, consiguiendo que se rascara la cabeza con una sonrisa nerviosa. La somnolencia llevaba presente en él desde que cayó en el pasillo, y no parecía dispersarse, todo lo contrario. Cada vez se sentía menos enérgico.

-El caso es, ¿dónde rayos ha cogido el frío para que le diera fiebre? –preguntó esta vez Sharrkan, quien lo llevaba pensando desde hace un rato.

-¿Es posible que hubiera sido en el Imperio Kou? –dudó la maga de agua, mirando a Sinbad.

-Puede ser. –el monarca lo consideró un poco, posiblemente tuviera mucho que ver con el par de desmayos que el magi tuvo allí. –Debiste de cobijarte mal por las no… -dejó de hablar, observando que el oráculo había cerrados los ojos. Suspiró sonoramente, apoyando la frente en el colchón, aún sujetando la mano pálida. Sabía que estaba dormido, pero eso no hacía más que aumentar su inquietud, puesto que los temblores seguían presentes.

Yamuraiha le quitó el paño húmedo de la frente y tocó su mejilla con el dorso de la mano. La mueca que puso no hizo sentir mejor al resto.

-La temperatura no baja. –se mordió el labio. Un paño siempre solía funcionar, aunque fuera por poco. Y que no hubiera descendido nada era preocupante. No supo si fue imaginación suya o no, por lo que volvió a posar su mano. El Rey y el resto de los presentes le miraban, buscando de ella respuestas. –Maldita sea… No sólo no ha bajado, sino que encima parece haber aumentado más. –su voz casi tembló al decirlo. Todos pudieron notar la tensión de Sinbad, quien se aferraba a la mano del azabache y apoyaba la cabeza de nuevo en el colchón, escondiendo su rostro. Sharrkan, Masrur, Alibaba y Morgiana sabían perfectamente que el Rey se había encariñado con Judal, al igual que ellos, pero no les encajaba esa reacción, puesto que esta estaba ligeramente a otro nivel. Que lo hiciera les confundió un poco, puesto que él parecía muchísimo más intranquilo. Igualmente, que el monarca estuviera así de mal no les hacía sentir mejor a ellos.

No pasó mucho tiempo cuando la puerta se abrió dejando ver al oficial albino, bastante cansado, siendo seguido de un hombre, aparentemente de unos cincuenta y pocos años, de ojos grises y cabello escaso de tono oscuro, sujetando un viejo maletín. El Rey no tardó nada en levantarse y recibirle, para después contarle entre él y Yamuraiha lo que habían presenciado en el chico, informándole también de que era un magi. Hizo todo tipo de preguntas para asegurarse al momento de verle de que no realizaba un diagnóstico erróneo. Podía notarse su profesionalidad. Tanta era que pidió a todos y cada uno de ellos, incluido a Sinbad, que salieran de la sala. Muy a su pesar, había que hacerle caso, pues el médico ahí era él.

No supieron cuánto tiempo llevaban esperando en el pasillo. Posiblemente, diez minutos. El ambiente no podía ser más desesperante y tenso. Un silencio incómodo que bañaba todo. El monarca no podía con su preocupación, era tal que ni pensar en condiciones podía. Se escuchó el pomo de la puerta, y esta se abrió, dejando ver al hombre que acababa de escoltar a Judal. El de cabello lila fue el primero en encararse, ansioso por escuchar que el oráculo de Kou se sanaría con un poco de tiempo, como era normalmente con las fiebres.

-El muchacho está bajo su tutela, ¿no, Majestad? –preguntó, asegurándose.

-Sí. –su voz había sonado, de más, ansiosa y levemente temblorosa.

-¿Le informo a usted, o permitirá a sus generales saber también?

-Todos deseamos saber la razón de su mal estado. –respondió.

-Bien. Lamentablemente, no he conseguido encontrar otro síntoma distinto a la fiebre que asegure que haya sido por exponerse al frío. Más bien, no hay ningún otro que ese, por lo que no es posible relacionarla con ninguna enfermedad existente. En mis años de trabajo nunca fui espectador de que una fiebre tan alta y resistente apareciera de la nada. –tomó una pausa, siendo consciente de que estaba cargándose las esperanzas del resto. –Como ustedes me dijeron antes, es muy complicado que un magi enferme, y si lo hace, apenas se notaría. Que esa fiebre haya afectado de tal forma a uno significa que puede ser muy peligrosa para él.

-¿Qu… que podemos hacer? –preguntó Aladdin, casi a punto de ponerse a llorar. Un suspiro por parte del médico rompió por dentro a todos, esperando lo peor.

-Lo único que queda es intentar por todos los medios descender su temperatura con vasos de agua y paños húmedos a partir de ahora. Me duele decir esto, puesto que aparte de médico, también soy persona. –pausó, alertando mucho más al resto. –El chico está al límite, y no tiene tiempo para más remedios que las toallas húmedas y la ingesta de mucha agua. Si su temperatura desciende con eso, pueden estar tranquilos. Pero si no ocurre y sigue como ahora, o aumentando… no lo logrará, por muy magi que sea. –Sinbad no podía estar más hundido, más desesperado, más asustado. ¿Cómo era posible, si hace un par de horas el azabache estaba perfectamente? O eso creía ver.

-Gracias por venir. Le agradecemos mucho su servicio. –Ja'far continuó hablándole mientras se lo llevaba a la salida, pues el Rey no parecía estar en condiciones de hacerlo, y se había dado cuenta. En cuanto este reaccionó, no tardó en volver a entrar a la enfermería, acercándose veloz al magi, y encontrándole exactamente como le había dejado al salir. Continuaba con leves temblores y quejidos aun estando dormido. Una de sus inspiraciones respiratorias tiritó debido al miedo. Tomó al azabache en sus brazos, dispuesto a llevarle a su habitación. Posiblemente estuviera más cómodo allí.

-Masrur, llena un balde con agua tibia y llévalo a la habitación de Judal. Yamuraiha, trae un vaso y una botella grande de agua. –ordenó mientras caminaba firme por el pasillo. No iba a arriesgarse a perder a la persona que había conseguido robarle tan furtivamente el corazón, y nunca lo haría.

En cuanto estuvieron cerca, Sharrkan se adelantó y abrió rápido la puerta de la habitación, dejando pasar al Rey. Este dejó con delicadeza el cuerpo tembloroso del magi oscuro y le arropó, sin perder más tiempo, con la sábana hasta el cuello, asegurándose de que le cubría por completo. Volvió a poner una mano sobre la frente del oráculo, desagradándole lo que notaba.

-Maldita sea… -apretó la mandíbula, sintiendo cómo el temor se apoderaba de él. La habría pedido a Yamuraiha que intentara sanarle con magia, pero si no se sabía el origen de esa fiebre mortal, era completamente imposible. Ni siquiera el mejor médico de la isla había conseguido descubrir la causa. Se acercó al armario, siendo observado por Sharrkan y los tres chicos. Sacó de él una gruesa y cálida manta y la abrió, dejándola caer sobre la sábana que tapaba el cuerpo del azabache. Se sentó en el borde de la cama, esperando impaciente a que la maga y el fanalis aparecieran con lo que les había pedido. Observó como el oráculo de Kou volvía a entreabrir los ojos.

-Tengo frío… -esa voz tan débil, lastimera, hizo que el corazón del monarca se apretara. Este le miró con pena, sin notar que le estaba tiritando el labio inferior. A pesar de que la había cubierto con más cobijas…

-Ya lo sé, Judal… Ya lo sé… -cuántas veces se había quebrado su alma ya por el sufrimiento del joven. Vio cómo Aladdin se acercaba por el otro lado de la cama. Posiblemente, estando igual de afectado que él, sabiendo lo empático que podía llegar a ser el niño.

-Te pondrás bien, ya lo verás. Só… sólo es fiebre… -casi estaba al borde del llanto. Ese mal presentimiento que todos atisbaron al principio no hacía más que extenderse.

-Aladdin… -el rubio solía quedarse ensimismado con el exceso de esperanza que el pequeño magi tenía siempre. No iba a negarlo, estaba igual de entristecido y asustado que él. Era cierto que Judal les había hecho daño, demasiado a decir verdad. Y nunca se disculpó por ello. Sin embargo, no pudo evitar sentir aprecio, cariño, hacia él desde que ingresó en Sindria. Y sabía que con Morgiana había pasado igual, aunque a la pelirroja nunca llegara a dañarla directamente como lo hizo con ellos. Le consideraban un amigo al que no les gustaría nada perder, después de todo.

Masrur y Yamuraiha aparecieron entonces con todo lo que el Rey les había ordenado, aunque ella tenía también un libro bajo el brazo. El fanalis no necesitó que Sinbad le dijera nada, sabiendo únicamente con su mirada lo que pedía. Dejó el balde en el suelo y mojó el paño en el agua tibia. Lo escurrió, colocándoselo después al oráculo, no sin antes haber apartado su flequillo con los dedos. Este se quejó un poco al notarlo, pues su tacto estaba extremadamente sensible, sumándole a eso que el dolor muscular en todo su cuerpo intensificaba cualquier tipo de roce, provocando que el más mínimo le pinchara.

La maga había dejado anteriormente el vaso y la botella sobre la mesita, y abrió el libro con ansias.

-Tiene que haber algo, cualquier cosa. –buscó en él lo que le interesaba, al mismo tiempo que Ja'far entraba al cuarto, observándola a ella primero.

-¿Y eso? –preguntó.

-Es un libro con todos los datos y estudios que se han recopilado a lo largo de la historia sobre los magis. Tiene que haber algo aquí que nos ayude. –su voz descontrolada sacaba a relucir que no estaba pensando con claridad. Fue entonces que el albino se acercó a Sinbad, bastante preocupado.

-¿Cómo está?

-Mal, Ja'far. ¿Acaso no lo ves? –estaba empezando a perder los estribos a causa de la presión sentimental.

-Lo siento… -no alcanzó más que a disculparse aun sin saber por qué si la culpa no era suya.

-No, perdón. Es que… esto es demasiado… -se llevó una mano a la cabeza, tratando de tranquilizarse. Él no solía hablarle de esa forma a su visir, y tampoco tenía el derecho para hacerlo, puesto que el albino no le dio nunca razones para ello.

Pasaron veinte minutos. Veinte condenados minutos en los que ya le habían cambiado el paño cuatro o cinco veces, en los que le habían dado un poco de beber con algo de dificultad, y en los que, a pesar de hacerlo, no parecía haber señales de que pudiera moverse. Sinbad le tocó de nuevo la mejilla. La temperatura del muchacho continuaba igual de alta, o tal vez más. Lo que el médico les dijo que hicieran no estaba funcionando.

-Nada… No encuentro nada. –la frustración que Yamuraiha cargaba le obligó a soltar una par de lágrimas de rabia.

El Rey observó al magi oscuro. Este no dejaba de sufrir, tendido en aquella cama, siendo víctima del terrible dolor que la fiebre le causaba en cada rincón. Su irregular respiración no pareció calmarse en ningún momento, y su rostro, extremadamente pálido, mostraba todo eso con mucha tensión. Aunque fueron sus mejillas las que hacían al excepción, siendo estas demasiado coloridas debido al calor tan intenso. Había empeorado tanto en tan pocos minutos… Acarició con el pulgar una de ellas, notando la peligrosa calidez, viendo cómo el chico volvía a entreabrir con parsimonia sus ojos cristalinos para mirarle. Una mirada tan cargada de pesadumbre.

-Sinbad… ¿me… voy a morir?... –un hilo de voz, casi inexistente, siendo sólo capaz de murmurar. Esa pregunta rompió el corazón del Rey, sumándole más peso a su garganta.

-No, Judal. Estarás bien. –tan lastimero y dolorido el tono que usó de forma inconsciente. No quería, de verdad que no quería ni pensar en eso. Otra siendo amenazado su amor. Ya estuvo a punto de perderle dos veces, siendo la primera en las que más sufrió, pues en la segunda apenas alcanzó a darse cuenta cuando le localizó en otro lugar que no era el Palacio del Imperio Kou. No soportaría pasar de nuevo por algo así. No con Judal. ¿Por qué esa mala suerte? Sabía que el magi estaba casi en la depravación, casi porque aún quedaba en él un ave blanca solitaria. Pero aun así, ¿de verdad tenía que pagar de esa forma todo lo malo que había hecho? Ni siquiera fue porque él quisiera hacerlo en realidad. ¿Por qué él y no los verdaderos culpables? Encima, tuvo que ser él mismo, junto con Kouen, quien les sentenciara de una maldita vez. Si no, ninguno de ellos pagaría nunca por sus actos. ¿Por qué Judal sí? ¿Porque era un magi? Eso era algo totalmente injusto. Mucho más que estuviera pasando exactamente cuando este ya había encontrado la libertad, la felicidad… el amor. Y aun así…

-Gracias… por todo... -aquello sorprendió de sobremanera a todos. ¿Judal acababa de dar las gracias? ¿Acaso la fiebre ya le estaba haciendo delirar? Eso no era para nada normal, y que lo hubiera hecho no les disminuía la inquietud.

-No las des. Si hacemos todo esto por ti, es porque queremos. –respondió Ja'far con una sonrisa lastimera, haciendo reaccionar al magi con una casi imperceptible sonrisa.

-Sinbad… siempre quise… decirte algo. Pero… se me olvida siempre por… distraerme con las peleas… -sacó los brazos como pudo, alzándolos un poco en gesto de petición hacia el hombre. El Rey se inclinó, acercándose, mas se sorprendió cuando el oráculo le tomó del rostro y le dio un dulce y tierno beso, importándole poco que hubiera más personas presentes. A estas casi se les sale el corazón del pecho, a excepción de tres de ellas. Sí, tres. Esas tres no podían hacer más que sentirse cada vez peor, cada vez más decaídas. En cuanto el beso se cortó, Judal deslizó sus manos hacia abajo para cubrirlas con las de Sinbad, quien notó que ya apenas había temblor en su cuerpo. Sin embargo, la temperatura continuaba aumentado, y que la tiritera del magi oscuro estuviera cesando aun con el exceso de calor no era una buena señal. El monarca se inclinó más, posicionándose sobre él y escondiendo el rostro en la almohada, al lado de la cabeza del muchacho, para que fuera sólo él quien escuchara lo que tenía que contarle, por si era algo vergonzoso. El azabache entendió perfectamente aquello. –Sinbad… iba a… decirte que… -pausó un poco, como considerándolo- … te amo. –el corazón del Rey dio un salto, el más potente que Judal le había provocado hasta ahora. Este nunca le había dicho que le quería, mucho menos que… le amaba. Ni siquiera él mismo, por temor, se atrevió a cruzar ese umbral por ser unas palabras tan profundas y cargadas de sentimiento. Pero siempre estuvo preparado para hacerlo.

-Judal, yo también te… -no se dio cuenta hasta ahora, dejando la frase en el aire. Las manos del magi de Kou ya no ejercían ningún tipo de fuerza, estando inmóviles entre las suyas. No podía ser. Levantó la cabeza. La mueca tensa y sufridora que el oráculo llevaba poniendo durante todo ese tiempo ya no estaba, siendo sustituida por una tan relajada, tan pacífica. Con esos labios blancos entrecerrados, aún con ese rubor nacido del exceso de temperatura y con sus ojos cerrados de forma suave. -… ¿Judal? –sin respuesta, sin sonidos, sin movimientos. La angustia se apoderó desde su abdomen hasta su garganta. Aún no, no podía. Tenía su cara cerca del rostro del chico, pero no era capaz de escuchar ni de sentir su respiración. Desesperado, se movió un poco y pegó su cabeza, de lado, en el pecho de este. Nada. No existían latidos ni pulso. Se incorporó con una mueca desencajada, aterrorizada, dentro de lo que creía ser una horrible pesadilla, observando al completo a Judal. Tan sosegado, tan calmado, tan durmiente. Escuchó un par de rodillas pequeñas desplomarse contra el suelo, pero no les prestó atención. Más bien, no podía analizar los ruidos ajenos. También oyó el inminente inicio de unos cuantos llantos y de unos pasos apresurados que salieron fuera, cerrando la puerta con fuerza tras de sí. No se lo creía, no todavía. –Si es una broma, no es divertida, Judal. No juegues conmigo. –sabía perfectamente que el magi era muy capaz de disimular con magia cualquiera de sus signos vitales con tal de burlarse, y era verdad, porque aunque su actitud hubiera pegado un cambio, su personalidad era la misma. Sin embargo… -… no es una broma… ¿cierto? –notó cómo unas lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas y su manos perder firmeza, aún sujetando las del oráculo. –No te vayas… Judal… Vuelve… -todo su mundo, todo su ser, se habían convertido en polvo. –Por favor… -la súplica que le hizo al cuerpo inmóvil del magi provocó que la tristeza del resto se descontrolara, haciéndoles llorar desconsoladamente. El hipo de su propio llanto hizo aparición al mismo tiempo que las lágrimas se deslizaban cada vez más fluidas por su rostro. Apretó los dientes, hundido, derrotado, lastimado. Había vuelto a quedarse sólo.

El magi oscuro no estaba. Le había perdido para siempre.

Judal había muerto.


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