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Recuperando lo robado por Scardya

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-Al fin llegas. Dime, ¿has tenido un buen viaje?

-…

-Oh… Sí… y me arrepiento por ello, me sobrepasé demasiado. Pero no tuve más opción, un deseo es un deseo.

-…

-Me lo esperaba. Parece que no te ha gustado mucho.

-…

-Sí, tienes razón. Siento eso también. No era mi intención incomodarte.

-…

-¿Qué por qué? Bueno… Básicamente, porque sé que no quieres ir todavía.

-…

-Además, tienes una responsabilidad muy grande ahora.

-…

-No, realmente.

-…

-Lo sé… Mi amigo también lo está.

-…

-Acércate, voy a ayudarte.

-…

-Confía en mí, estará bien. Ten, llévate contigo a estas dos avecitas.

-…

-Sólo no dejes que vuelen muy lejos mientras vas. Y saluda a mi buen amigo de mi parte.

Por muy irónico que pareciera, ya no existían sonrisas, no existía la alegría. La felicidad y el bienestar de Palacio habían muerto junto con el oráculo de Kou. Se había llevado con él el gozo y la ventura tan característica del lugar arábigo. Posiblemente, este sitio no fuera a recuperar ese ambiente familiar del que todos solían disfrutar. No después de haber pasado por algo así de nuevo. Primero fue ella, la joven princesa, que fue sometida también por los hilos de Al-Thamen; Dunya Musta'sim, quien también murió en su cuarto asignado, en ese mismo Palacio. Ya fue doloroso la primera vez, más para Aladdin y Alibaba que para el resto, puesto que no tenían apenas roce con ella, pero aun así… Y ahora había ocurrido con Judal. ¿Acaso estaban condenadas todas las víctimas que la organización se había encargado de tomar, fuera cual fuera la razón de su muerte? Así parecía, pues todos y cada uno de sus miembros más reconocidos, se hubieran arrepentido después o no, perecieron. Cuestión de tiempo de que cada una de estas víctimas terminara falleciendo sin salvación, pues así se creía ser su injusto destino. Destino que Al-Thamen les había enmarcado al engañarles sobre su verdadero significado.

Dos eternas horas transcurridas desde que el magi oscuro cerró eternamente sus ojos, cargadas de lamentos. Suficiente tiempo para que la desgarradora noticia se supiera por cada rincón del Palacio, sin embargo, de la edificación no salió. El resto de generales que no estuvieron presentes, y que desconocían lo que estuvo ocurriendo, se encontraba ahora al otro lado de la puerta, posiblemente tan destrozados como los que estaban en el interior de la habitación. No se sentían lo suficientemente cercanos como para permitirse verle, por muchos deseos que tuvieran. Ellos también se habían encariñado bastante, y les dolía no tener la confianza propia para entrar. En ella, Aladdin no paraba de respirar descontroladamente, de rodillas en el suelo, pues sus ojos azules ya se habían secado y su cuerpo estremecido no podía manifestar más tristeza, tocando su límite. Aun así, se le hizo imposible frenar su pesar con ese característico hipo lastimero, habiendo sido iniciado anteriormente, justo cuando vio el rukh oscuro del azabache marcharse, dejando vacío e inactivo su cuerpo. Ese estado de sequía y desolación también se manifestó en los demás presentes, ellos tampoco podían detener todavía su mala ventilación pulmonar debido a la angustia. El rubio y la fanalis estaban cada uno al lado del pequeño magi en el mismo estado que este, ambos con la cabeza gacha. Yamuraiha se cubría desesperada el rostro, siendo incapaz levantar su vista, pues sabía que si lo hacía, gritaría amargamente. El moreno espadachín no pudo hacer más que golpear la pared con el puño, tragándose sus propios sollozos en silencio. Ja'far estaba en un estado similar al de la maga de agua, sólo que en lugar de ocultar sus ojos, desviaba la cabeza cubriéndose la boca. El gran pelirrojo ni siquiera pudo soportar estar ahí por más tiempo cuando el chico les abandonó, por lo que terminó marchándose del cuarto, dando un sonoro portazo. Estaban agotados de tanto llorar a pesar de no poder detenerse aún, sin embargo, el Rey, todavía sobre esa cama, no parecía acercarse a su límite, sollozando a la misma intensidad que al principio, escondiendo el rostro en la sábana, sobre el pecho del magi, y aferrándose a esta tela. Sus lágrimas no perdieron en ningún momento la continuidad, siendo casi infinitas a medida que las dejaba correr por su rostro tenso y arrugado. Sus quebrados gemidos mostraban que tan roto estaba. Se sentía tan exánime por dentro. Ni siquiera con la muerte de su madre llegó a soltar una mísera lágrima. No sólo había perdido a Judal, sino que se había ido también su entusiasmo por continuar vivo. Desde que él oráculo apareció en su vida se convirtió en algo de lo que ya no podía prescindir aunque no se diera cuenta. Se había acostumbrado a tenerle en mente siempre, pensando en dónde estaba, qué hacía, quién le acompañaba, qué buscaba, por qué hacía o no una cosa o la otra. Se había transformado en la necesidad principal que le empujaba inconscientemente a seguir, ya fuera para bien o para mal. Y ya no le tenía. No tenía su razón para continuar vivo. No podía vivir sin él, más bien, no sabía vivir sin él. ¿Qué haría a partir de ahora? Se encontraba perdido, abandonado en un laberinto de sufrimiento sin inicio ni fin. Lo tenía decidido al cien por cien. No se alejaría de ese cuerpo, no se movería de esa cama ni aun cuando ya no pudiera llorar más, se quedaría ahí hasta que muriera de inanición. Ahora esa era su meta, morir y encontrarse con el oráculo para regresar juntos a la corriente de rukh, al principio y el final de todo. Sabía que este podía volver ahí, a ese gran núcleo, pues su rukh no estaba teñido por completo, al igual que el suyo. Era más fácil provocar a la muerte por propia cuenta, y era la forma más rápida para ir con él, pero no se atrevía a abandonar ese bello cascarón vacío de cabellos trenzados. Esperaría paciente su final sobre ese colchón, al lado del único y más hermoso recuerdo físico que le quedaba de él. Tal vez le llevara días, semanas, e incluso meses, pero no le importaba. Estaba seguro de que Judal también le esperaba sin prisa en alguna parte. Sólo era cuestión de tiempo…

-Sin. -le llamó Ja'far, casi sonando afónico. –Mira. –llamó su atención con esa palabra, haciéndole levantar la cabeza. Escuchaba una especie de aleteo. No fue el único en mirar hacia la ventana.

-Vaya… Lo que me temía…

-Yunan. –el Rey casi murmuró su nombre. Observaron cómo el magi errante entraba levitando, para empezar a descender sin prisa hasta el suelo de la habitación, justo al otro lado de la cama, el contrario al que Sinbad estaba sentado e inclinado.

-Oh, Sinbad… te ves muy mal. –no pudo evitar poner una mueca, en extremo, triste al ver el rostro del monarca. Húmedo por las lágrimas que aún salían rebeldes por sus dorados ojos cristalinos, y tan rojo debido a la irritación de estas. No le hizo falta nada más para comprender el porqué.

-¿Qué haces aquí? –su voz ronca y pesada mostraba qué tanto había estado sufriendo en las últimas horas. El magi de La Gran Falla observó entonces al joven tendido en la cama, que parecía dormir profundamente en un sueño placentero. Eso no hizo más que hacerle sentir más lástima.

-Los magis podemos sentir cuándo uno de los nuestros muere. –su rostro se transformó más aún en tristeza, regresando la mirada al Rey. –Sentir eso no es algo muy agradable, aparte de la preocupación por no saber quién de nosotros ha sido el desafortunado. Por eso vine. En su momento pensé que podía haber sido el nuevo magi de Reim, pero en cuanto noté que la energía desprendida venía de aquí… -empezó a jugar con sus manos. –Creí que había sido Aladdin, pero según me iba acercando más me convencía de que me equivocaba, porque sentía que su rukh estaba bien… -desvió su mirada hacia el magi oscuro, y la volvió de nuevo hacia Sinbad. –Lo siento… -se hizo un breve silencio. –Y… ¿Ya lo sabe la Familia Real de Kou? –aquello hizo tensarse a más de uno, y el Rey no fue la excepción. No había caído en ello. ¿Cómo demonios les dirían que su oráculo había fallecido?... Oh, dios… Conociendo a Kouen, en cuanto se enterara, no tardaría en entrar en estado de guerra contra Sindria. Y el monarca estaba seguro de que con el aprecio que sus primos y hermanos menores sentían hacia el azabache no se lo pensarían dos veces tampoco. Se volverían completamente locos y desearían venganza por todos los medios. Sabía que si él moría de inanición, cosa que ya tenía planeada, Ja'far sería más que capaz de continuar con el reino, como siempre había estado haciendo, puesto que él, lo único que hacía era rellenar bulto con la imagen de Rey. No habría casi ninguna diferencia en el país si Sinbad estaba o no. Pero si tenía el peligro de Kou latente… No podía dejarle eso al albino. No podría morir tranquilo si el Imperio Kou les declaraba la guerra. Él necesitaba morir sabiendo que su gente estaría bien. Aun así, tan egoísta. Yunan vio cómo el oficial pecoso negaba con la cabeza en respuesta. –Ya veo… No sé por qué Judal esté aquí, pero creo que en Kou deberían saber lo que acaba de pasar. –miró por unos momentos al hombre sobre la cama, que aún no se separaba ni un centímetro de ese cuerpo tan pálido como la porcelana. –Hay que hacerlo, no podemos esconderles esto. Lo malpensarían todo. Hay que enviarles una carta, como mínimo... –no había más opciones, de una manera u otra terminarían en conflicto, seguro.

-Yo lo haré… -Ja'far caminó hasta la puerta al mismo tiempo que se limpiaba las mejillas, y salió, cerrando después.

El magi errante miró una vez más el tranquilo rostro blanco del oráculo, con pesadumbre y confusión. No se le hizo normal que un magi tan joven muriera así como así si no era por falta extrema de magoi o por asesinato.

-¿Qué le pasó? –nadie dijo nada por unos segundos, hasta que Yamuraiha habló:

-Fiebre. Apareció de la nada, intentamos todo para detenerla, pero… -pareciera que su cuerpo acababa de recuperar líquidos, ya que no tardaron en aparecer lágrimas nuevas en sus ojos azules. Con ello lo único que provocó fue que el resto se sintiera peor. Sinbad tuvo que apoyar su frente en el pecho del magi oscuro para no mirarla. Aunque tampoco estaba ayudando demasiado, puesto que la razón por la que él lloraba no era ella, sino el chico en el que se estaba posando. El rubio del sombrero cambió su mueca, siendo ahora una de exclusiva confusión.

-¿Fiebre…? –una fiebre matando a un magi. Si fuera sólo eso estaría mucho más confundido, puesto que los magis gozaban de una salud de hierro. Por eso es que eran capaces de vivir aproximadamente más de doscientos años si se mantenían bien, aunque, de momento, sólo había sido Scherezade quien lo consiguió. Pero, la maga había dicho también… -¿… que aparece de la nada? –él había leído algo parecido sobre una fiebre así, mortal, pero el apartado del tema en el que estaba escrita esa información trataba sobre… Sus ojos celestes se abrieron desmesuradamente, consiguiendo que ahora fueran ellos los confusos. Rápidamente, observó al Rey y pasó unos cuántos segundos clavándole la mirada sin poder relajar sus pupilas, asustando un poco a este. –Creo que tenemos un problema… Un gran problema. –el magi errante volvió la mirada a la maga de agua, creyendo haber visto un libro sujetado por ella, un libro que él también tuvo, del que se aprendió el índice, pero que nunca leyó con interés el interior. De ahí es de donde le sonaba haber atisbado tal información. –Es una de las copias del libro que recopila la historia de los magis, ¿cierto? –Yamuraiha asintió. – ¡Rápido, ábrelo! ¡Página novecientos veinticinco, capítulo seis, punto dos, apartado cuatro! –el resto se estaba quedando a cuadros con ese magi mientras la mujer pasaba páginas en completo descontrol. Yunan empezó a caminar en círculos, agarrándose el gorro y casi con lagrimitas nerviosas asomando. –Madre mía, madre mía, madre mía, madre mía…

-Ay… -Aladdin soltó un quejido, estaba empezando a asustarse demasiado, por lo que el magi de ojos celestes se vio obligado a parar y calmarse. No quería que el pequeño llorara otra vez, pues se veían en su carita redonda las marcas secas del llanto anterior.

-No puede ser… -la maga de agua comenzó a tiritar, casi resbalándose el libro de las manos por lo que acababa de leer. Levantó la vista, asombrada y un poco atemorizada.

-¡Déjame ver! Sé dónde está escrita cada cosa pero nunca leí nada en realidad. –se acercó nervioso a ella y leyó el apartado que él mismo indicó. –Lo que pensaba… -envió una mirada furtiva a Sinbad por unos segundos sin que este se diera cuenta. -Pero… -esas lagrimitas tan características de él hicieron aparición de nuevo. –Ya no pone nada más… ¡Ni… ni siquiera sé que es lo que puede pasar ahora! ¡Esto nunca había ocurrido antes aunque esté escrito! ¡¿Y si se altera el curso del destino?! ¡O peor, el curso del mundo!

-Yunan, si has venido hasta aquí para esto, por favor, márchate. –Sinbad no estaba en condiciones de seguir escuchando sandeces.

-¡N… no! ¡Sinbad, esto…! –se calló, pues Yamuraiha se puso delante de él. Lo agradeció muy en el fondo, puesto que era bastante sensible y la situación le estaba afectando.

-Escucha, Sinbad. –trató de sonar seria aunque estuviera aún entristecida e impactada. –No lo vi antes, pero el libro… Dice que lo magis… ellos… que hacen… -estaba comenzando a tartamudear debido a la presión y los nervios que le causaba visualizar en su mente lo que el monarca había hecho para que tal cosa se diera. Un poco incómodo eso. - …su cuerpo… los…

-¡Sólo dilo! –el Rey casi estalló al mismo tiempo que Ja'far abría la puerta, un poco alterado por los gritos.

-¡Judal estaba encinta!

Silencio, tanto dentro como fuera del cuarto, el cual no estaba cerrado todavía.

Sharrkan, Alibaba y Morgiana, y posiblemente el resto de generales del pasillo, pensaron que ambos magos habían perdido la cordura por la muerte del oráculo. Sin embargo, Aladdin, después de todo lo que desconocía sobre los magis y lo que sabía que había entre Sinbad y Judal, no pudo hacer más que fiarse. No podían estar mintiendo.

-… Eso es impos…

-¡Cállate y escucha! –la maga de agua alzó el orgullo con unas pocas lágrimas por encima de él, cansada de que ese hombre fuera tan testarudo y desesperante. Dirigió su emborronada mirada al libro y comenzó a leer exactamente donde estaba lo que debía explicar. -El acto de procrear no es exclusivo de las mujeres en esta raza Legendaria de magos. Los magis varones poseen una anatomía interna ligeramente distinta a la de los hombres humanos o magos promedio, que les permite jugar ambos roles biológicos de crianza, pudiendo así no sólo ofrecer engendro a otros u otras, sino también ser ellos mismos quienes porten en su interior al "producto" del acto carnal con otro humano, mago o magi. Es una medida drástica para preservar más que sólo un pequeño grupo de ejemplares. –tragó un poco de saliva, nerviosa. –El tiempo de crecimiento del embrión se estima en, aproximadamente, nueve meses en humanas y magas. Sin embargo, en ambos sexos de los magis tiene una duración de cuatro meses y alguna semana incluida… -tuvo que parar, ni siquiera ella podía analizar aún lo que leía, siendo ya la segunda vez que lo hacía. Yunan se asomó por detrás, leyendo para sí mismo lo demás. Justo cuando, un muy impactado, Sinbad estuvo por abrir la boca, el magi rubio habló:

-Aquí dice que en cuanto el primer mareo haga su aparición el apetito aumentará, y que tendremos antojo de dulce, pero que se nos debe prohibir si no son frutas. –continuó ojeando para sí, encontrando lo que le sonaba. –Aquí está lo que sospechaba… Pone que si ingerimos, aunque sea, un trozo de dulce, sufriremos de una fiebre alta que puede llegar a matarnos, y que no podemos comerlos hasta pasado el primer mes… -pausó, confuso y tenso. –Pero… no pone nada de lo que puede pasar si uno muere por la fiebre… Parece que nadie lo descubrió… -miró al Rey. –Hasta ahora. -el monarca no daba crédito, recordando esa broma que el oráculo le había jugado en el pasillo, resultando esta verdad. Y ni siquiera el chico lo sabía. –Sinbad… Judal ingirió dulce…

-Demasiado… -su abierta mirada dorada se clavaba en la sábana mientras llevaba su mano, temblorosa, a su cabeza.

-¿Cuánto?... –pareciera que Yunan estuviera a punto de llorar también.

-… Once bollos entre anoche y hoy… -todo aquello salió como un susurro por su boca. ¿Cómo era posible? Era una situación tan absurda, tan ridícula. Pero por ella fue que Judal… Regresó a mirarle, sin poder creer aún lo que había escuchado, viéndole exactamente con la misma expresión de calma desde hacía dos malditas horas. Por muy burda que fuera esa situación, había terminado matándole de verdad. Dirigió su cristalina e inundada mirada a donde creía que estaba el abdomen del magi oscuro bajo las cobijas, y posó su mano sobre él de forma inconsciente. Justo ahí era donde debía de haber un inicio de vida. Pero… ya no importaba. El oráculo no iba a volver… y lo poco que hubiera estado dentro de su vientre se había ido con él… A la única descendencia que habría aceptado tener con la mayor de las alegrías la había perdido junto con el amor de su vida. Si tan sólo lo hubiera sabido antes… Si tan sólo se hubiera parado a ojear, al menos, ese libro que siempre se encontraba tirado por múltiples sitios, hubiera evitado esa fiebre… Vio cómo Aladdin, ya de pie y bastante impactado, se palmeaba la tripa, confuso. Atisbó a Yunan haciendo lo mismo sobre la ropa, pero con un deje más curioso. Desvió rápido la cabeza, ignorándoles y dirigiéndola otra vez al delgado cuerpo tendido, sintiendo cómo el llanto volvía intensificado. Escondió el rostro entre el cuello y el hombro del muchacho, tomándole por los hombros en un diminuto abrazo. Escuchó unos pasos ligeros.

-¿A… a dónde vas? –preguntó cómo pudo el magi más pequeño de los tres. Yunan se volteó con una sonrisa lastimera.

-A prepararme para cuando nazca el nuevo magi. –aquello sobresaltó un poco al resto, pero bastante al monarca, que aún no se movía de su posición, ni tenía pensado hacerlo.

-¿Nuevo… magi?

-Sí, Aladdin. –se dio la vuelta entero. –Cuando un magi muere, hay diferentes formas de reemplazarle. La sustitución es la más común; un magi nuevo nace. Después está la encarnación, con cuerpo y vida diferentes, pero con la misma conciencia y recuerdos que en la anterior, estos los va recuperando a medida que va creciendo. La otra es el renacimiento, que es cuando el magi vuelve vivo con su cuerpo como lo dejó al morir.

-¿Cómo ocurrió con Titus? –preguntó.

-Sí, Titus pasó por el renacimiento, aunque apareció con un cuerpo nuevo en realidad, un cuerpo que fue esculpido a su imagen antes de que el original se… calcinara. Fue más un "milagro" que un renacimiento. –suspiró sonoramente. –Hay muchas posibilidades de que ahora ocurra una sustitución, puesto que es la más rápida y normal. Quiero estar cerca del nuevo magi desde su nacimiento, porque… con Judal no lo hice, y por culpa de eso di vía libre para que le raptaran y fuera exterminado todo el lugar en donde nació, con un destino que no debía de haber tenido. – ¿estaba… echándose la culpa de la muerte del oráculo acaso? –Debí de haber guiado a Judal un poco, igual que hice con Sinbad. Pero… -miró hacia abajo, apenado. –Ya es muy tarde para lamentarse. –empezó a soltar unas pocas lágrimas sin querer, limpiándoselas al instante. Puso un pie sobre la jamba de la ventana, a punto de irse, sin embargo… Se giró rápidamente con el rostro desencajado, encontrándose a Aladdin y a Yamuraiha con una mueca exacta a la suya. Eso que acababa de sentir… Entró de nuevo sin perder el tiempo. Los tres magos no podían creer lo que estaban viendo en ese momento. Aquello era…

Los dos chicos jóvenes, Sharrkan y Ja'far dejaron salir un sonido que expresaba incredulidad segundos después de que los magos ya lo supieran.

El Rey notó un muy pequeño movimiento bajo su cuerpo, impactándose y extrañándose al sentirlo. Parpadeó un poco, sin moverse, hasta que se decidió a incorporarse sobre ese cuerpo delgado para observarlo. No dejaban de correr lágrimas por su cara enrojecida. Esos ojos… esos entreabiertos ojos carmesí le estaban mirando. Dejó escapar un suspiro demasiado rápido, tapándose la boca mientras su sollozo se intensificaba cada vez más. Terminó de culminar en un llanto desconsolador cuando sintió las frías manos del magi oscuro en sus mejillas, limpiándole en vano los húmedos caminos que dejaba caer de sus ojos dorados. No pudo soportarlo más. Se lanzó de nuevo sobre él, abrazándole como si fueran a volver a arrebatárselo a la fuerza, percibiendo cómo esas manos se deslizaban a su espalda, correspondiendo, lo que le hizo esconder el rostro en la almohada, pues no quería dejar sordo al oráculo.

-Pareces un mocoso llorando así... –susurró con una ligera risa burlesca. Tras aquello todo se transformó drásticamente, convirtiéndose en un ambiente de esperanza y felicidad para todos, riendo y llorando al mismo tiempo sin poder creer lo que acababan de presenciar. Judal había regresado con ellos.

Yunan sonrió al ver la escena, pero rápido cambió su objetivo, siendo ahora el magi más pequeño, quien también realizaba una bella sonrisa abierta al mismo tiempo que reía.

-Parece que tu amigo volvió a realizar otro "milagro". –rio divertido. Aladdin le miró con sus ojos más que brillantes.

-Sí… -el niño de cabello azul se llevó la mano al pecho, justo encima de donde tenía colgada su flauta. –Gracias… Ugo.

En cuanto la estancia se calmó, relajando a los que ahí estaban, los generales que se la pasaron fuera regresaron más tranquilos, aunque impactados por lo que acababan de saber sobre su Rey y ese muchacho, a sus quehaceres, a excepción de Masrur, quien volvió a entrar. Lo que los tres magos habían visto anteriormente fue cómo el rukh negro del tercer magi regresaba a su cuerpo, devolviéndole el funcionamiento y la vida.

Ninguno había dicho nada sobre el porqué de la situación, tan absurda como peligrosa, que le había llevado a enfermar de tal forma para luego morir, pues podría convertirse en un tema bastante incómodo. Pero con saber quién había sido el causante que inició todo, les sobraba. Y ya sabían perfectamente la identidad del demente sexual que había dejado "marcado" a ese magi. Y no refiriéndose a esas marcas amoratadas que habían conseguido ver en la clavícula de este y en el cuello del monarca. Pareciera que les hubieran llovido madrazos a los dos de lo notorios que eran. Aunque lo que había ocurrido, realmente, no fue culpa de nadie. Ninguno de ellos se dio cuenta en su momento del estado en el que se encontraba el joven, por lo que no pudieron tampoco informarse correctamente sobre lo que le había estado pasando para poder sobrellevarlo de forma correcta y sin riesgos. Pero, lo que de verdad les costaba imaginar era cómo el adulto había hecho tal cosa. Siempre supieron que a Sinbad le gustaba demasiado "jugar", pero en todo momento fue con mujeres, y todas ellas sin mucha diferencia de edad a la suya y con monumentales senos. ¿Cómo era que se había cruzado tan de repente al otro lado de la calle? Y por si fuera poco, con un adolescente. Aquello tenía una simple respuesta; amor. Porque para él no era lo mismo una relación por sexo que una relación por sentimientos verdaderos. Y el Rey los había encontrado, irónicamente, en su joven "enemigo". Aunque hubiera dejado de serlo hacía ya un tiempo. Los generales no eran tontos, y pudieron darse cuenta un poco más atrás, o al menos sospechado, de que su Rey se había encariñado de más con el oráculo. Sobre todo cierto albino que había irrumpido, furtivamente y por error, esa mañana en la sala de estar mientras ambos dormían en el sofá, sin una mísera prenda de ropa encima y únicamente cubiertos por una sábana. Si habían hecho algo la noche anterior, que era obvio que sí, no podía haber dado tiempo siquiera para que el fluido del adulto cuajara en el interior del magi, por lo que pensó que ya habían realizado ese acto carnal más de una vez, a las espaldas de todo el mundo. Era un hecho; el hombre de cabello lila había sucumbido ante los encantos naturales del azabache. Y eso no era todo, sino que este también se vio atrapado bajo el orgullo, la leve crueldad y la galantería del monarca. Se habían cazado mutuamente sin darse cuenta, hasta que todo eso pudo salir a relucir.

Sinbad ya había dejado de soltar lágrimas desde hacía un rato, sin embargo, no deshizo aún su abrazo sobre el chico, extrañando, y casi molestando, a este.

-Hey, ya vale. –posó sus manos sobre los brazos fornidos del Rey, apartándole un poco. –Ni siquiera sé a qué venía tanto lloro. –el monarca se incorporó levemente, mirando esos ojos rojos que tanto amaba.

-¿Cómo te encuentras? –preguntó, ya más relajado, pero aún con su voz ronca, ignorando lo último dicho por el magi, o más bien, no dándose cuenta de que lo había dicho. Acarició la frente del magi oscuro, gustándole lo que notaba en ella.

-Sigo cansado y con frío. –aquello ya no era por fiebre, sino por haberse quedado, literalmente, frío durante dos horas. Y hasta que volviera a recuperar su temperatura tibia pasaría un rato. Y lógico era que estuviera cansado, pues estar lleno de energía después de haber vuelto a la vida no era lo normal.

-¿Quieres una manta más? –ofreció. –Aunque después puede que te sientas acalorado por tener tanta tela encima. –sonrió.

-No es como si no pudiera quitármela si me molesta, idiota. –tenía razón, era una manta, no una fogata. En cuanto Sinbad hizo amago de levantarse, Masrur ya le estaba colocando otra de esas cobijas que había en el armario. El monarca le miró un poco sorprendido mientras el pelirrojo la abría y la dejaba caer sobre el magi, pero se lo agradeció rápido con una sonrisa. Podía notarse que el fanalis había estado igual de preocupado que ellos aunque hubiera tenido que salirse de allí, tal vez por la impotencia del momento. Judal desvió la mirada hacia un lado, observando al magi "extra". -¿Y este anciano? –eso había pinchado un poco el corazón de Yunan, provocando que se pusiera una mano sobre el pecho, dolido y levemente tembloroso de una forma cómica. Le había llamado anciano… Pobrecito. –Meh, da igual. –se movió un poco, girándose otra vez hacia el Rey, que aún estaba sentado en el borde de la cama. –Tú, que sabes sobre dormir, se supone que cuando uno duerme se despierta bien, ¿por qué me siento tan cansado? –preguntó, pero no dejó un espacio para que le respondiera alguien. –Y encima tuve un sueño raro. -se frotó uno de sus ojos. El monarca le miraba con un pequeño deje de curiosidad y confusión, aunque pronto cambió a uno triste.

-No es posible que hubieras soñado algo.

-Pues lo hice, y fue con el gigante azul que el enano tenía, ese que casi me mata, pero tenía la cabeza puesta. Decía unas cosas muy raras, que tenía una responsabilidad que no me quiso explicar, y también dijo que le diera saludos al bicho. -pausó, viendo cómo a Aladdin se le iluminaba el rostro, pero sin decir nada, acto que ignoró. –Además, ¿no fuiste tú quien dijo que siempre se sueña algo al dormir? –la mueca apenada de Sinbad se intensificó más.

-¿De verdad piensas que estabas durmiendo?...

-Eh… ¿Sí? –el comportamiento del Rey le estaba empezando a confundir.

-Judal… no es posible que hubieras soñado algo porque no te dormiste.

-¿Cómo que no? –no entendía nada, el lugar donde estaba tendido parecía indicar lo contrario. Sabía que había tenido fiebre y, que tal vez, hubiera delirado a causa de ella. Y también que empezó a sentirse muy somnoliento hasta que, según él, se durmió sin darse cuenta. Pero nada más, las fiebres siempre solían hacer sentir así a todos los que las padecían en algún momento, ¿no?

-Falleciste. –esta vez fue el magi rubio quien contestó, haciendo que el oráculo le mirara de nuevo, esta vez con una ceja arqueada.

-Nah, aún sigo aquí. –seguía sin enterarse, y no le cuadraba.

-Crees que soñaste porque estuviste con Ugo y después te despertaste. Pero en realidad habías muerto. Fuiste llevado al Palacio Sagrado porque él llamó a tu rukh, y desde allí te trajo de vuelta al mundo para que continuaras viviendo. Es a lo que se le llama milagro, puesto que no suele ser algo fácil de realizar. Ugo ha debido de usar mucha energía para traerte. –el del sombrero se cruzó de brazos, sabiendo perfectamente de lo que hablaba, pues él ya había muerto algo así como ocho veces y tuvo la suerte de mantener siempre la misma conciencia. El magi oscuro entrecerró los ojos.

-… En serio, ¿una jodida fiebre matando a un magi como yo? No me hagas reír. –se burló. Ni siquiera el estar tendido en una cama en plena recuperación de salud disminuyó su egocentrismo. Si él supiera… Nadie le dijo nada de momento, puesto que no estaban seguros de si era correcto hacerle saber ya la verdadera razón de todo el asunto, la razón de esa fiebre iniciada por ingesta de dulces que, a partir de ahora, Sinbad le prohibiría. Ante el silencio, miró de nuevo al monarca con una sonrisa ladeada. –Ha sido un buen intento, pero no os ha salido la broma. La próxima vez practicad más. Aunque he de admitir que os visteis muy creíbles fingiendo llorar, eso sí me lo tragué. –con demasiada tristeza le estaba mirando el Rey, tanta que… Su mueca burlesca cambió a una apenada y nerviosa, resbalándole una gota de sudor frío por la sien. –Oh… -se había terminado dando cuenta de que no era mentira. –Joder… -se tapó los ojos con las manos, molesto y algo decaído. –No entiendo nada.

-No es necesario que lo entiendas ahora. –el adulto suspiro, relajándose. -¿Quieres que nos vayamos para que puedas descansar en condiciones? –no le respondió, ya se había deprimido.

-Yo me voy ya. Me alegra que todo se haya arreglado, y que haya podido servir de ayuda. –Yunan salió por la ventana, y estando fuera se giró hacia ellos, sonriente. –Espero que nos volvamos a ver, y felicidades, Judal. –este le miró con una mueca de desaprobación.

-Hoy no es mi cumpleaños, tarado. –lo dijo un poco tarde, pues el magi de ojos celestes ya no estaba. Pensó que este era estúpido. Muy estúpido.

Aunque no lo pareciera, a Ja'far le había costado horrores sacar del cuarto a Aladdin y a Alibaba. No querían dejar al magi oscuro sólo, no después del tremendo rato que les había hecho pasar. Necesitaban acompañarle para sentirse tranquilos, pero no pudo ser, pues el albino ordenó a Masrur que los tomara a ambos por debajo de los brazos, sacándoles de allí inmediatamente. Si se quedaban, de seguro no iban a dejar descansar al oráculo. Una vez que no quedó nadie para molestar, Sinbad le dedicó una sonrisa a Judal y se levantó de la cama, dispuesto a irse también a lo suyo, mas no alcanzó a dar dos pasos siquiera. El magi le había agarrado del faldón, impidiendo que avanzara. Se giró hacia él, un poco sorprendido por el acto.

-No te vayas. –el monarca pudo verlo; el muchacho estaba a punto de llorar, y no sabía por qué. La reciente preocupación controló los movimientos del adulto, volviendo a sentarse a su lado y acercándose un poco a él al mismo tiempo que le acariciaba la mejilla.

-No me iré si no quieres. –le respondió con una sonrisa reconfortante. El oráculo apretó los labios. –Judal… pensé que te había perdido… Dime… ¿cómo demonios voy a continuar si no estás?... Incluso ya estaba planeando mi propia muerte para ir contigo… ¿Ves lo que me provocas?

-Yo… no quise… Lo… Lo siento…–no pudo evitarlo, un par de pequeñas lágrimas se escaparon de sus ojos carmesí. Sinbad le limpió esas gotas translúcidas con los dedos, y después tomó su mano para besarla con suavidad, transmitiéndole calma.

-No… Yo lo siento por mencionarlo así. No lo pienses más, has vuelto… y eso es lo que importa ahora. –sonrió, no sin sentirse un poco decaído. Aunque comenzó a pensarlo, si el magi se había librado de esa fiebre gracias a Ugo, no sólo habría regresado él, sino también… Miró por inercia el lugar en donde debía estar oculto el pálido vientre.

-Tenía miedo de morir. Y al final, lo hice… y ni siquiera me di cuenta. –tan impotente, tan desprotegido. –Si mi destino es la muerte, ¿por qué se ha empeñado ese gigante idiota en traerme? ¿Para que vuelva a pasar otra vez?

-No vas a morir otra vez, Judal.

-¿Quién te lo asegura?... –la lógica de los magis, tal vez, pues ya se sabía que era difícil que uno muriera tan fácilmente. Al menos si no estaba… preñado.

-Tu destino no es morir. Eres un magi, uno muy resistente, ¿recuerdas? No hay forma de que vuelvas a irte así. –sonrió. –Además, no ocurrió porque fuera o no tu destino, fuimos todos los que tuvimos parte de culpa por andar de ignorantes con el estado en el que te encontrabas. Sobre todo yo. Me avisaste de los mareos que tenías y no lo tomé con la importancia suficiente. –tal parecía que el Rey era propenso a culparse casi por todo.

-Aún sigo sin entender por qué. –quería explicaciones sobre la razón por la que, según él, enfermó. Aunque las estuviera pidiendo de forma indirecta.

-Nada de lo que debas preocuparte. –hombre avispado. –Por cierto, Judal. –llamó su atención, consiguiendo que esos ojos rojos le miraran directamente. –Me hiciste el hombre más feliz del mundo por unos segundos, aunque fuera en el momento más doloroso por el que pasé.

-¿Huh?

-Me dijiste "te amo". –sonrió, tratando de retener nuevas lágrimas de alegría.

-¿Qué? –aquello le descolocó por completo. –No lo dije. –consiguió que el monarca borrara su felicidad, convirtiéndola en confusión y sorpresa poco agradable.

-Sí lo dijiste.

-No.

-Sí. –ante eso, el magi oscuro bufó de manera muy pausada y forzada, como si se estuviera desesperando.

-¿De dónde te sacas eso? Deja de montarte cuentos. –parecía que no se acordaba, tal vez por haberlo corroborado en un momento de poca lucidez. Observó extrañado cómo el Rey se entristecía.

-Entonces… ¿no sientes eso por mí? ¿No me amas, Judal? –aquello impactó de sobremanera al oráculo, dejándole sin habla durante unos eternos segundos. Este desvió la mirada hacia el otro lado.

-No he dicho eso, idiota… -sintió sus mejillas calentarse. –Sólo digo que yo no te dije "te amo", y ya.

-Supongamos que es cierto lo que aseguras... Igualmente, ¿significa que sí me amas? –silencio, Judal tardó en contestar.

-Puede… -eso era un "sí" rotundo, cambiado por un "puede" a causa de la vergüenza. Sintió cómo Sinbad le tomaba del rostro y le giraba la cabeza sobre la almohada, obligándole a mirarle.

-Ni siquiera me dejaste decírtelo también porque te marchaste antes de que pudiera hacerlo… -se acercó hasta quedar a unos centímetros. –Yo también te amo, Judal. –aunque el magi ya se lo esperaba, este no pudo evitar sentirse un poco impactado, notando como su corazón había dado un ligero salto. Beso sus labios, que ya habían recuperado su bello tono rosado, de forma lenta, extasiándose con su suave tacto. Tan irresistibles, como una droga de la que se había vuelto dependiente. Y lo mejor de ello, era que le correspondían con una dulzura tan impropia del dueño de ellos, una dulzura que sólo él conocía. Algo le extrañó en ese momento. Esos labios habían dejado de seguir los suyos, por lo que se separó un poco para observar el por qué se habían detenido. El oráculo tenía una mano en la cabeza, con una mueca molesta y los ojos cerrados. Se había mareado de nuevo. El Rey suspiró con una pequeña sonrisa lastimera. -Ahora sí, más vale que descanses. –dio un último beso, esta vez en su frente. Se fue levantando sin prisa, deslizando su mano a lo largo de todo el cuerpo cubierto del magi oscuro mientras lo hacía, hasta detenerse, con una rodilla sobre el colchón y dejando esa mano sobre su delgado vientre. El azabache le observaba, aquello no pareció molestarle ni confundirle, pues sabía que a Sinbad le gustaba tocar su cuerpo, fuera la zona que fuera. Se sentía halagado por ello, ya que confirmaba que su estructura era muy envidiable y deseada. El monarca se levantó, apartando sin querer hacerlo su mano. -Volveré en un rato largo, quiero que descanses lo suficiente. –sonrió, para terminar dirigiéndose hacia la puerta y marcharse, no sin antes volver a mirarle con cariño.

Fue entonces que el magi se acomodó un poco, dispuesto a dormirse, aunque con un leve miedo por si volvía a pasarle lo mismo de antes. Cerró los ojos, suspirando para relajarse, repitiéndose mentalmente que todo estaba bien.

Se sentía un poco mal por ocultarle algo que él mismo debió ser el primero en saber. Serían sólo cuatro meses, un periodo demasiado corto, a su parecer, por lo que no tardaría nada en crecerle la parte baja del abdomen. Si el oráculo continuaba sin saberlo todavía, cuando comenzara a ensancharse de seguro empezaría a emparanoiarse pensando que habría engordado, y como posible consecuencia, terminaría haciendo ejercicio en exceso y dejando de comer, y eso no era para nada recomendable estando gestante. Iba a cuidarle a como diera lugar, estuviera donde estuviera. Sus generales ya se habían enterado, no de la mejor de las formas, pero ya se había deshecho de ese gran peso. Ya no tenía que seguir ocultando nada con respecto a ese magi. Su gente de Palacio le dio el visto bueno, la persona a la que amaba había vuelto con él después de haberle dado un susto de muerte, literalmente, y no sólo eso, sino que también traía en su vientre a su futuro hijo. ¿Qué más podía pedir?

-Ya han pasado como tres horas desde que le dejamos descansando, ¿no crees que deberíamos ir a supervisarle? –por primera vez, Ja'far le dio la oportunidad de pausar su papeleo, y eso le puso, en exceso, feliz.

-¡Vamos! –ah… Su sonrisa estúpida lo decía todo por él. El albino no pudo hacer más que llevarse una mano a la cara con una ligera sonrisa. Ese Rey no tenía remedio.

Ambos estaban acercándose por el pasillo cada vez más al cuarto del oráculo, mas se sorprendieron cuando vieron a este caminar ligero con rumbo contrario. Contra más se acercaba, más podían ver su estado. Andaba con las manos en la espalda, y con un leve ritmo en sus pasos, ritmo que hacía bailar de un lado a otro su larga trenza. Pero cuando repararon en su cara… Sinbad tuvo que parpadear un par de veces. La piel blanca de su rostro brillaba reluciente, y sus mejillas se teñían en un delicado tono rosa. La sonrisa de idiota fue lo que más les llamó la atención, parecía que hubiera tomado algún tipo de sustancia de lo risueño que se veía.

-Se ha recuperado rápido. –comentó el oficial, cruzándose de brazos con una gota fría de sudor y una sonrisa nerviosa.

-Bueno, es un magi, al fin y al cabo. –el mencionado llegó rápido a ellos. Pero para su sorpresa, pasó de largo. Ambos se giraron, un poco confusos y dolidos por haber sido ignorados de tal forma. Rápidamente, el Rey se volvió a colocar delante del chico, tan confuso como curioso, cortándole el paso. -¿A dónde vas tan contento? ¿Estás seguro de que estás lo suficientemente bien para salir? –menuda pregunta estúpida esa última, se le veía perfectamente en la cara que sí lo estaba.

-Me apetecen dulces~. –dio un rodeo, pero abrió un poco sus brillantes ojos carmesí al chocar con algo que no estaba en el desvio. Sinbad se había movido otra vez, cerrándole el paso. -¿Qué haces?

-Eso sí que no lo voy a permitir, tendrás que prescindir de los dulces por una pequeña temporada.

-¿Hah? –ahora sí, el oráculo regresó a su mueca molesta. –Grábate esto bien en la cabeza, Rey idiota, por mucho que te lo creas, no eres mi dueño. Hago lo que quiero cuando quiero, y lo mismo con la comida. Como lo que quiero y cuando quiero.

-Me da igual. No hay más bollos para ti. –el albino comenzó a tensarse ante la escena. No tenía buena pinta… Sobre todo por el cambio drástico en la expresión del chico. Estaba mirando al monarca con esos mismos ojos crueles, fríos y odiosos que usaba en el pasado cuando se enfrentaban y cuando algo no le agradaba en plena pelea. Una muy mala señal, y el adulto se dio cuenta. Estaba viendo a ese Judal que tanto deseaba matarle. Tragó duro. No podía, ni quería tener de nuevo uno de esos enfrentamientos tan violentos y peligrosos con él. No sería capaz de hacerle daño, mucho menos poniendo en riesgo con ello a esa vida que ambos habían creado y que se encontraba acogida en el vientre del azabache. A parte, porque el oráculo había subido de nivel su poder, teniendo ahora un poderoso báculo negro en lugar de una varita, y sería mucho más complicado que antes. Esos enfrentamientos en los que ambos terminaban bastante heridos. Pensaba que ya se había erradicado esa parte tan desequilibrada y homicida del magi oscuro, por lo que no esperó que esa mirada regresara, sobre todo dirigida hacia él, como si… le odiara. –Las frutas son más sanas. Además, también tienen sabor dulce. –intentó arreglar la situación, de verdad que no quería que Judal empezara una pelea similar a las que antes provocaba. Siguió observándole, esperando una reacción decente por su parte, sin embargo… El magi hizo un movimiento rápido con el brazo al mismo tiempo que comenzaba a brillar su mano, mas no alcanzó a realizar lo que fuera que tenía pensado, pues Ja'far no tardó en atarle con sus hilos rojos. El oficial, siendo conocedor también de su estado, no se encontraba cómodo inmovilizándole. Sinbad no cabía en su asombro. ¿Judal había ido a atacarle sin apenas dudar?

-Mantente quieto si no quieres empezar a echar chispas. –amenazó con electrocutarle con el poder de Baal que residía en sus hilos, aunque realmente ni siquiera se atreviera a hacerlo, y el Rey también lo sabía. El oficial era perfectamente consciente, por lo que el monarca no se preocupó en exceso por ello. Tenía en cuenta que había una vida más ahí, y que podía cargársela si hacía algo que resintiera físicamente al oráculo. Ambos escucharon, tensos, las carcajadas de este.

-¿A qué esperas? No es propio de ti dudar cuando soy a quien tienes que herir. –incitó, con una sonrisa socarrona. Estaba provocándole. –No me digas que justo tú has conseguido sentir aprecio por mí, con lo que me odiabas. Pensé que sólo me estabas soportando.

-Me es irrelevante si te daño o no, pero no puedo hacerlo ahora, así que, por favor, compórtate. Recuerda que esta no es tu casa, Judal. Nadie dudaría en matarte si te revelas. –no se le daba bien decir cosas que no eran del todo ciertas, y estaba empezando a sudar por ello. Al igual que su Rey, él tampoco sentía las ganas de tener que enfrentársele. Este miró la mueca del azabache tras escuchar eso, y tal parecía que le había dolido aquello último.

-Judal… -Sinbad se acercó un poco, bastante herido sentimentalmente. -¿Ibas a atacarme? –vio como este le sonreía al mismo tiempo que bufaba, para luego abrir la mano que anteriormente se le había iluminado y dejar caer un cubito, no muy grande, de hielo al suelo para mostrarle su verdadera intención.

-Si lanzarte un trozo de hielo a la cabeza es atacarte, sí, iba a hacerlo. –rio al imaginarse la cara que se le habría quedado al Rey si se lo hubiera tirado. Hubiera sido bastante graciosa. Pero no pudo ser, pues tanto este como su visir, le habían malinterpretado por completo. Bueno, tal vez el monarca no tanto, puesto que no se lo esperó, pero el albino sí, ya que estuvo a la defensiva. Podía notarse que aún no confiaba demasiado en él. Escuchó al oficial suspirar a la vez que le soltaba.

-Me hubieras avisado en voz baja de que era eso y no te habría detenido. –aquello sobresaltó un poco al adulto. ¿Le habría dejado golpearle con un pequeño, pero duro, trozo de hielo? Con esos dos de dúo, estaba seguro de que su autoestima terminaría por los suelos.

-Lo apuntaré para la próxima. –vale, eso terminó de matar al Rey por dentro. Encima esperaban una próxima vez… Estaba seguro de que los vería a los dos juntos planeando mil y una torturas especialmente sólo para él.

-¿Por qué me odiáis? –su voz sonó tan lastimera.

-No haces como se debe tu trabajo y desesperas a cualquiera.

-Acabas de negarme un puto bollo. –hablaron, uno detrás de otro, con tanta coordinación que parecía que hasta lo habían ensayado.

-Bien, bien. –suspiró de forma sonora, dando a notar su desacuerdo. –Lo de Ja'far lo puedo entender, pero… -miró al oráculo. –Ya en serio, no debes comer más bollos por un tiempo. Como ya he dicho, las frutas también son dulces y sé que te gustan por eso. No te cuesta nada intercambiarlos. –aún no se atrevía a decirle que la razón por la que no podía ingerirlos era porque, en ese primer mes, a esa clase de dulces se les consideraba casi veneno para los/as magis encinta, por causarles fiebre alta. No lo entendía del todo todavía, pero así estaba escrito en esa "guía histórica e informativa" sobre magis. Aunque no pudieran seguir ocultándoselo por mucho tiempo más. El posible nacimiento se daría en, más o menos, cuatro meses, y dentro de dos semanas Judal cumpliría medio mes desde la concepción. Al ir tan rápido ese proceso en ellos, pronto se le vería hinchado y sospecharía de más. Apenas ellos se acababan de hacer a la idea de que iba a haber un niño con ellos en poco tiempo, y no cualquier niño. Un niño, tal vez niña, hijo/a de Sinbad, Rey de los Siete Mares, y de un magi bastante poderoso de esa Era, futuro/a príncipe o princesa del Reino de Sindria. ¿Eso convertiría a Judal en Rey también?... Malditos los magis y malditos sus cuerpos biológicamente avanzados.

Y pensar que Judal había estado muerto hacía unas cuantas horas, y ahora se le veía tremendamente feliz con un enorme bol lleno de trozos de frutas, sentado en el suelo de uno de los patios, acompañado de Sinbad y su visir, habiéndoseles sumando el magi más pequeño y la fanalis, y viendo con atención cómo Alibaba se enfrentaba en entrenamiento contra Sharrkan con el equipo Djinn.

-Mejora rápido su técnica. –Ja'far tenía que decirlo, ese rubio cada día le impresionaba más.

-Se ha acostumbrado bien a la espada de Amón. –el Rey se cruzó de brazos, satisfecho y orgulloso. Escucharon al magi oscuro chasquear la lengua.

-No es para tanto. Ahora mismo, Kouha le superaría en eso.

-¿Tú crees? –el monarca no pudo evitar curiosear un poco.

-Aunque casi me mata ayer, sí, lo creo. –se metió un trozo de fruta en la boca.

-¿Por qué pone esa cara? –fue Aladdin esta vez quien habló, dirigiéndose hacia el albino. Los otros tres se giraron a él, encontrándole más nervioso de lo normal, casi con un ligero tembleque y mirando a la nada con ojos desorbitados. Este se volteó hacia Sinbad, como si estuviera a punto de estallar en pánico.

-La carta… -susurró, pero de forma sonora.

-¿Qué cart…? –pasó como una flecha por su memoria de Rey. Los dos que entrenaban habían escuchado eso y se habían parado en seco, tan pálidos como los otros cuatro, a excepción del magi más mayor.

-¿Qué carta? –esta vez fue el azabache quien lo preguntó, el único que no sabía de qué iba el tema.

-Yunan nos aconsejó informar con una carta al Imperio Kou sobre tu muerte, y Ja'far lo hizo casi al instante… -esa carta ya había salido de Sindria, con siguiente destino a las manos de Kouen.

Silencio incómodo. El oráculo les miró con una expresión de póker.

-Ahora sí vamos a morir todos.


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