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Recuperando lo robado por Scardya

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Nervios, estrés, desesperación. Era lo que se olía en el aire que rodeaba a esas seis personas, pues Sharrkan se hizo como el que no sabía nada, desapareciendo de la escena. No quería tener nada que ver con ese problema, más por temor que porque no le interesara. Verse involucrado en un problema de tal calibre con el Imperio Kou no estaba en sus planes.

Esa carta explicaba con todo detalle lo que le había ocurrido al oráculo, desde su recaída en el pasillo estando con Yamuraiha hasta el empeoramiento de su salud a medida que pasaban los minutos, culminando en una muerte inminente y teniendo como últimas líneas escritas una terrible y dolorosa disculpa, ofreciendo a las máximas autoridades de Kou viajar hasta allí, dándoles su derecho de ver el cuerpo del magi. Tan perdido se encontraba Ja'far en ese momento que no pudo evitar no hacer caso al magi de La Gran Falla de forma inmediata. Y eso, posiblemente, les costara la vida a todos ahora mismo. El albino la había liado, pero bien. Y eso que era la primera vez que le pasaba. Yunan le había enredado. No, les había enredado, en plural, ya que todos, de alguna forma, tenían algo que ver.

-¡¿Dónde está?! –el oficial rebuscaba hasta por debajo de las mesas del despacho.

-¡No lo sé, no me acuerdo en dónde la dejé! –un desesperado Sinbad caminaba de un lado a otro con una copa vacía en la mano, la cual ya había rellenado de vino múltiples veces, anteriormente, ante el estrés, y sujetando bajo el otro brazo el libro que le salvaría la vida de ahora en adelante. La cantidad de alcohol que había ingerido para tratar de relajarse le iba a costar caro en un rato.

-¡Esto pasa por hacerle caso al loco ese! ¡¿Cómo demonios seguís los consejos de un neandertal que no sale de su jodida cueva más de dos veces al lustro?! –Judal tampoco estaba de mejor humor.

-¡Jaja! Neandertal… -a pesar de la enorme tensión, Alibaba encontró su momento para reírle la gracia.

-Judal, cálmate. –fue lo único que pudo decirle el Rey debido a la presión, no podía pensar con claridad. Pero sabía, gracias a haber ojeado un poco ese libro del que ya no iba a prescindir, que el oráculo no debía alterarse, ya que su pulso y circulación se verían acelerados y podrían provocarle un mareo innecesario más intenso que los que normalmente iba a tener.

-¡¿Que me calme?! –le encaró, rabioso. -¡Tu inútil perro nos ha metido en un problema muy gordo por haberle hecho caso al cavernícola! ¡Y encima, vas tú ahora y me pierdes la alfombra voladora! ¡Dime! ¡¿Cómo cojones vamos a llegar a tiempo para coger la maldita carta si no la encontramos?! –se agarró de los pelos, empezando a dar vueltas en círculos. Y es que, llevaban más de media hora buscándola por todos los salones y salas del Palacio. – ¡Si llega a Kouen, nos va a matar! –lo dijo más para sí mismo que para el resto.

-¡Un momento! –el monarca hizo que todos se detuvieran, tanto en movimientos como en pensamientos, dejando de golpe la copa en su mesa. -¡Creo que me acuerdo de dónde la dejé!

-¡¿A qué esperas?! –tanto el magi oscuro como Ja'far lo gritaron al unísono, lo que provocó que se miraran confusos. Ya era la tercera vez que decían algo al mismo tiempo. Aquello provocó un par de risas en el resto, a excepción del Rey, quien ya no estaba ahí, habiendo salido corriendo a su habitación a buscar la alfombra mágica que le "requisó" a Judal cuando llegó.

No podía evitarlo, sentía al albino como una ligera amenaza desde siempre, aunque no tuviera demasiado sentido. O tal vez sí, pudiera ser porque este tenía la completa confianza de Sinbad y viceversa, y eso le molestaba en exceso. Se ponía celoso cada vez que les veía conversar en los pasillos, o trabajando. En ese sentido, no confiaba para nada. Si llegaba a ver algo que fuera a más, estaría más que decidido a acabar con la vida del visir. Y si al Rey se le ocurría abandonarle por ello, sería él el segundo en morir. No dudaría en hacerlo si este pensaba en dejarle. Si no era suyo, no sería de nadie. Sin embargo, no soportaría volver a estar sólo, por lo que, muy posiblemente, también terminara con su propia vida después de ello. Agh, el amor se le hacía algo tan complicado y confuso.

No pasaron muchos minutos hasta que el monarca apareció con la tela y pasó de largo por el despacho, no sin decirles cuando cruzó por delante de la puerta abierta que le siguieran para ir al patio exterior.

Una vez allí, el magi de Kou le arrebató la alfombra de las manos y la alzó en el aire, dejando que se sostuviera ella sola, flotando. Sinbad se giró nervioso hacia el albino.

-Dime que no la enviaste a través de los botes carteros de emergencia. –botes extremadamente rápidos, únicamente usados para mensajes de emergencia, como su nombre indicaba. Se lo pidió, casi suplicó. Ante el incómodo silencio por parte del oficial, no tardó en subirse a la tela flotante. Esa condenada carta ya estaría cerca de las tierras del Imperio Kou. Tenían que detener el envío antes de que llegara a Rakushou fuera como fuera, aun si tenían que colarse ilegalmente. Era eso o morir a manos de Kouen y su terrible temperamento cuando se enojaba.

Ja'far también subió, seguido por un molesto Judal. Qué poca gracia le hacía al oráculo que, justamente, tuviera que ser él el visir de Sinbad. No podía haberlo sido el gigante pelirrojo o el espadachín alcohólico. No, señor.

-¿Y nosotros? –el rubio acababa de sentirse un poco ignorado junto con los otros dos.

-Esto no es un vehículo, y muchos menos una alfombra de carga. La mía no soporta más de tres personas. –pausó. –Y aun así, creo que nos pasamos de peso. –miró de reojo al Rey, quien se sintió un poco ofendido.

-¿Insinúas que estoy gordo? –aquello hizo que al magi más pequeño y a la fanalis se les escapara una risa nasal. Judal sonrió de lado, observándole directamente.

-¿Te consideras gordo?

-¡Claro que no!

-Entonces, ¿por qué lo dices? No he mencionado nada sobre eso. –amplió su sonrisa burlona. –Lo has dicho tú, no yo. –le encantaba hacer rabiar al monarca y enredarle. Vio cómo este se cruzaba de brazos y piernas, sentado, mientras empezaba a sonreír con un tic en la ceja.

-No importa, en algún momento te la voy a devolver, y será cuando menos te lo esperes. –su tono insinuante lo decía casi todo.

-Siento interrumpir vuestra charla "romántico-vengativa", pero… ¡Arranca ya esta cosa o vamos a terminar muertos! –Ja'far ya estaba de los nervios. Como para no estarlo. Iba a tener que soportar a esos dos durante un largo rato. Y lo peor era que el vino pronto iba a terminar afectando al más adulto por haber bebido de más antes.

El nombre que el albino le puso a la situación llamó bastante la atención de magi oscuro, aunque no para mal. De hecho, le había parecido gracioso

-¡Aladdin! ¿No tenías tú un turbante que también volaba? –la mueca entusiasmada del rubio hizo parpadear al niño.

-Ah, sí…

-Ni hablar. –interrumpió el oficial pecoso. –Si ya llamamos la atención así como vamos, no sería seguro que fuera otro objeto mágico más.

-Tiene razón, Alibaba. Se nos notaría. –esta vez fue Morgiana quien se puso de acuerdo. El esgrimista no pudo evitar suspirar.

-Está bien, no vamos. –agachó un poco la cabeza. En verdad que le hubiera gustado acompañar.

-Es por una buena causa, no te sientas mal. –el Rey le sonrió, tratando de hacerle sentir mejor.

-Argh… Escucha, idiota. –se tumbó boca abajo en la alfombra, quedando de frente al rostro del rubio. Demasiado cerca, según Sinbad, quien frunció un poco el ceño. –Si no llegamos a coger la carta y tenemos que meternos en la capital, iré al Palacio en un momento y le quitaré a la bruja tres de sus estúpidas coronas de flores y las traeré para vosotros, ¿bien?

-¿No que no debemos dejar evidencias si tenemos que colarnos? –preguntó el albino, no muy convencido. Judal giró la cabeza hacia él.

-¿Qué evidencia? Si desde que este le enseñó a hacerlas tiene casi más de treinta. Se pasa el día con las manos cargadas de flores cuando se aburre. Incluso a mí ya me ha regalado como quince. –escuchó a Alibaba reír, lo que le hizo volver a mirarle. Otra vez, el Rey pensaba que demasiado cerca para su gusto.

-Si tiene tantas, no creo que lo note… ¿No? –puso los brazos en jarra con una gran sonrisa. –Sí que me gustaría ver cuánto ha mejorado Kougyoku su técnica. –ante la afirmativa del ex príncipe, Judal sonrió. Aunque no lo pareciera a simple vista, al azabache le terminó agradando el rubio, siempre y cuando no se pusiera pesado, cosa que ocurría casi siempre, por desgracia.

En cuanto el monarca vio esa bella sonrisa, tomó al magi por las piernas y lo jaló un poco, arrastrándole más hacia el interior de la alfombra y alejándole unos cuantos centímetros de la cara del esgrimista. Tanto el oráculo como los otros tres chicos se confundieron, mirándole.

-Arranca ya. Nuestras vidas dependen de esa condenada carta, y también Sindria. No quiero una guerra por culpa de un malentendido así. –no se molestó en ocultar su tono serio. El magi oscuro se incorporó de rodillas y le dedicó una mirada ligeramente molesta.

-Vale, vale. –la tela comenzó a elevarse al tiempo que los tres amigos les despedían.

Avanzaron en el aire por encima de la ciudad, con rumbo hacia los botes marítimos de mensajería. Tenía a ambos hombres a cada lado, ofreciéndosele una vista panorámica de los dos, pudiendo así mantenerles vigilados. Vio cómo Ja'far se agarraba tenso, por lo que no pudo evitar soltar una risa burlona.

-Con que miedo a las alturas, ¿eh? –este le miró, molesto.

-No es miedo a las alturas. Esta cosa no parece firme siquiera. –los dos escucharon un leve quejido, proveniente de Sinbad, lo que les hizo girarse a él, encontrándole en la misma posición que el albino; de rodillas y aferrándose a la prenda mágica. -¿Ves? Él no está mejor.

-Exagerados… -suspiró con un deje de desaprobación. –Tampoco es tan inestable.

-Si tú eres inestable, es lógico que tu alfombra también lo sea. –eso había sonado a reto. Judal giró levemente la cabeza, mirándole un poco de reojo con una mueca no muy adorable.

-¿Me estás llamando desequilibrado? –uh…

-¿Acaso es mentira? –se estaba avecinando una tormenta…

-Sabes que puedo tirarte de aquí sin ningún esfuerzo, ¿cierto? –sonrió de forma malévola.

-Sinbad no te dejaría. –el mencionado no estaba escuchando debido a la concentración por mantenerse y al notorio efecto del alcohol que se le presentaba ahora. Lo dicho cabreó ligeramente al magi. Se había atrevido a meter al Rey de por medio aun cuando este no tenía nada que ver en la discusión.

-No uses su protección a tu maldito antojo sólo porque seas su inútil oficial. –su voz se había tornado demasiado seria.

-No la uso. Y no lo digo a malas, pero es obvio que se enfadará contigo si intentas algo que no debes. –avisó, bastante seguro de lo que decía. La alfombra dio un espasmo, casi desequilibrando a los tres de no ser porque estaban sujetándose. -¡¿Por qué hace eso?!

-¡Porque me cabreas! ¡¿Te piensas que es fácil controlar una de estas estando bajo presión?! –culpó. Y es que llevaba razón. Tal vez la prenda se manejara sola si se le indicaba un destino, pero quien ponía el control sobre ella debía evitar enfadarse y/o enervarse, o esta terminaría aturdiéndose debido al exceso de movimiento en el rukh.

-Ja'far, por el amor de Dios… no le hagas ponerse más nervioso… -el monarca, mientras se sujetaba preso de un violento tembleque a causa del susto, usó un tono más agudo de lo normal. Eso no hizo más que provocar que el azabache estallara en carcajadas.

-¡Nunca pensé que te oiría hablar de esa manera, es demasiado bueno! –se abrazó a sí mismo por el esfuerzo al mismo tiempo que continuaba riéndose y avergonzando al Rey.

Ya habían salido, desde hacía más de cuarenta minutos, de la isla, por lo que lo único que tenían debajo ahora era el hermoso mar azul, tan profundo y misterioso. Tan lleno de secretos como el joven magi, el cual había parado de carcajearse hacía bastante, quedándose tumbado boca arriba. Al mismo tiempo, el albino terminó por acostumbrarse a la estabilidad del objeto mágico. Sinbad no, pero tampoco parecía igual de tenso que antes, sujetándose ahora con menos nervios, aunque, posiblemente, tuviera algo que ver el efecto de la bebida. Incluso se permitió sentarse con las piernas cruzadas. Se asomó un poco por su lado, observando las cristalinas aguas, y a través de ellas, la maravillosa fauna que ocultaban. Esas especies de pescados no se encontraban en las costas de su isla, por lo que decidió que en algún momento, más adelante, volvería a ese punto sobre el que volaba para pescarlas, pudiendo escoger entre tantas variaciones. Estaba seguro de que serían realmente apetitosas. Y no sólo eso, sino que empujarían un poco más su comercio.

-He descubierto algo. –tantos peces de formas y tamaños distintos.

-¿Me has descubierto a mí? –ahí saltó el oráculo con su sonrisa arrogante. La pregunta bromista hizo reír a Sinbad.

-He descubierto que puedo elegir. –tan difícil de escoger sólo una para su banquetes reales.

-¿Y me has elegido a mí? –el Rey le miró con una sonrisa ladeada. Ja'far sólo trataba de ignorar, observando por su lado el mismo paisaje.

-El mar te ha puesto meloso. –se acercó, aunque no demasiado, pues sabía que el oficial continuaba presente. –Ponte un poco más y no me importará que me estés ignorando. –el magi oscuro se cruzó de brazos sin borrar su expresión.

-Sólo soy el resultado de tu elección. –el monarca se dobló un poco hacia delante para apoyar el codo en la rodilla y dejar reposar la cara en su mano, sin dejar de mirar a Judal.

-¿Y viste cómo lo hice? Tan fácil… Me pregunto si siempre será así.

-Si elijes lo que sea… -desvió la mirada, algo confuso. Lo que el adulto había dicho perdió ligeramente la lógica. ¿Se refería a que él era fácil? ¿O de qué demonios hablaba?

-¡Ah! ¡Vientos de la dificultad, soplad lejos de mí, porque yo soy la calma, yo soy lo simple, soy lo fácil, soy lo que ya es y siempre ha sido, porque sí! –se puso una mano el pecho con orgullo. Tal parecía que el alcohol ya le había alcanzado a la cabeza, pero de una forma bastante poética.

-¡Ole! –tras soltar eso como ánimo hacia el monarca, el magi se inclinó hacia el oficial con una mueca mucho más confundida que antes, y le susurró: -Dime que eso es por culpa del vino.

-Cómo lo sabes. –respondió al mismo volumen, dejando salir tras eso un suspiro. Eso era un sí. –Aunque no tomó tanto, en un rato se le pasará. Agradece que sólo esté saliendo su lado artístico.

-Estaba en lo viejuno, intentando transmutar lo malo, pero, ¿qué le pasa a la maldad ahora? Con lo que no la aguantaba, y ahora la frecuento, es como si se hubiera vuelto nociva. Me desquicia, me deshace… -los otros dos no podían dejar de mirarle como el loco que era en ese momento, sobre todo el oráculo, que tenía una expresión de completo trauma severo, levemente encogido hacia Ja'far, como buscando algún tipo de protección por su parte. –Y entonces, me pregunto; ¿por qué sigo yo conectado a esto? Me desconecté y me conecté al divino placer. Fue instantáneo y, -pausó, quedando en blanco unos segundos. -¡hala, a tomar vientos! –parecía que se le había atascado un poco la inspiración.

-No sé tú, pero esto promete. Voy a seguirle el juego, a ver cuánto más puede delirar. –le murmuró al albino con una sonrisa juguetona mientras se volvía a colocar recto, intentando recordar lo último que sí consiguió entender, aunque a duras penas… Algo de que él era fácil, o parecido a eso. Puso los brazos en jarra, dirigiendo su rojiza mirada hacia el monarca. -¿Ya has visto lo facilón que soy? –consiguió que los orbes dorados le observaran, acompañados de una sonrisa.

-Yo también soy facilón. –qué respuesta más tonta. Por supuesto que lo era, como que se le catalogaba de mujeriego. Aunque, más le valía ahora no hacer honor a ese título, o terminaría a veinte metros bajo tierra, tal vez más.

-Pero tú eres más necio. –le llamó tonto por toda la cara, mas el Rey no parecía enterarse.

-Ahora entiendo un poco eso de las anormalidades, todo está tan caóticamente disponible, y lo mejor que se puede hacer es desconectarse de lo que no se quiere y conectarse a lo mejor conocido. –vale, ahora sí, tanto Ja'far como Judal, pensaron que estaba seriamente afectado. Le había vuelto a cambiar de tema al oráculo, provocando que regresara a perderse mentalmente. El visir ya lo había decidido, cuando terminaran su "misión" escondería todo rastro de bebida con alcohol que hubiera en el Palacio.

-Ah… -intentó articular algo rápido para seguirle la corriente, pero ya era demasiada confusión.

-Me encantaría profundizar más, -volvió a mirar los ojos carmesí, y estos se abrieron un poco, mostrando un leve nerviosismo. -¿es verdad que eres fácil? –bien, al fin algo que el magi entendía y podía continuar enlazando.

-¿Es verdad que lo eres tú? –sabía la respuesta, pero quería que el adulto lo confirmara del todo, para aprovechar eso y tomar medidas con sus "admiradoras". Sin embargo, pensar eso no hizo más que empeorarle el humor, empezando a fruncir el ceño.

-Nademos en el lago de la facilidad. –y de nuevo saltó a otro tema. Su vocalización ahí había sido confusa de escuchar para el azabache.

-¿De la felicidad? –su entrecejo se arrugó más, él sólo buscaba un "sí" o un "no" a su pregunta, la cual parecía haber sido ignorada.

-De la felicidad-facilidad. –maldito demente. Judal ya estaba con ganas de meterle un sopapo, el Rey se estaba poniendo demasiado tonto e incomprensible.

-Pues sumérgete en el lago de la felicidad-facilidad, ya verás qué fácil te ahogas siendo feliz. –se puso de rodillas hacia él. Había alcanzado su límite, iba a tirarle de la alfombra al agua, o al menos esas eran sus intenciones. Pues en eso quedaron; intenciones. El albino le había llamado la atención con un carraspeo, por lo que tuvo que resignarse a volver a sentarse con las piernas cruzadas, al igual que sus brazos, y con un mohín de enfado. Sólo quería que Sinbad se callara de una condenada vez, pero si se lo pedía, el monarca tomaría lo que dijera como nuevo tema original para su… ¿monólogo poético? Sólo le quedaba una solución.

-… Tan poco sentido el de una madrugada temprana. Si el que despierta a deshoras se encuentra con todo cerrado…

-Sshh. –Judal le chistó, consiguiendo su objetivo al fin; el Rey se había callado. Sin embargo, este le miraba tan sorprendido y… ¿dolido?

-Hey… No me hagas "sshh"…

-Sshh. –volvió a repetir, siendo consciente de que estaba haciendo sentir un poco mal al monarca, quien puso la misma mueca que un niño cuando acababa de ser regañado. Al ver que el magi oscuro no iba a responderle nada más, se dirigió entonces a su visir, indignado.

-¡¿Le has oído?! ¡Me ha hecho…!

-Sshh. –el oficial también. Con eso, tal parecía que el adulto había terminado por entender sus indirectas "directas" al ver cómo presionaba sus labios y echaba sus cejas hacia atrás, dejándose caer de cara a la alfombra y quedando tumbado boca abajo en ella. Y también deprimido.

-No sabéis reconocer el talento. –la gruesa tela hacía que su voz sonara chocada y algo graciosa.

-Tú no tienes talento. –el oráculo respondió sin utilizar ningún tipo de tono en especial. Ante eso, Sinbad levantó la cabeza.

-Sí lo tengo, acabas de verlo, y además, no eres el único que sabe cantar bonito aquí. -Judal dio un leve salto, sorprendido.

-¿Y cuándo demonios me has escuchado a mí cantar? -sin respuesta, ahora era Sinbad quien le ignoraba a propósito, abriendo el libro que se había terminado llevando con él. -¿Y desde cuándo lees? –le escuchó suspirar de forma placentera y tranquila.

-Desde que supe que estás em… -se llevó un sonoro manotazo en el cogote por parte de Ja'far, que le hizo enterrar la cara en la alfombra. Este se había acercado por detrás del magi para hacerlo.

-Desde que sabe que estás en otro nivel de poder. Tu magia ahora es más poderosa, supongo. Y no sé por qué, pero le dio por querer entenderla leyendo el libro de la historia de los magis. –esa había sido una muy buena mentira, aunque no estuviera acostumbrado a decirlas. Sólo faltaba que el experto en ellas se la creyera, y para su sorpresa, el oráculo parpadeó un par de veces sin dejar de mirar sus ojos verdes, dirigiendo luego su vista carmesí hacia el hombre de cabello lila, aún con la cara apoyada en la tela, y empezó a reírse. No pensó que el azabache fuera realmente tan inocente, pues no lo pareció en ninguno de sus encuentros pasados. ¿Se debería acaso a la confianza que les había tomado?

-¿En serio estás tratando de entender algo que está completamente fuera de tu alcance? Recuerda que soy un magi, y por lo tanto, mi magia nunca dejará de mejorar, y será cada vez más complicada como para que un humano corriente logre entenderla. –alardeó. El Rey levantó la cabeza con una sonrisa.

-También es por eso que tengo que leerlo, quiero saber qué tan poderoso y magnífico podrá llegar a ser el niñ… -otro golpe más, exacto al anterior. Sólo que esta vez, Ja'far presionaba con fuerza su rostro contra la alfombra, acercándose con cara de pocos amigos a su oído, y susurrándole con tono molesto:

-Cierra la boca, Sin. ¿Se te ha olvidado que Judal todavía no sabe que le has fabricado una bomba a contrarreloj? –atisbó cómo levantaba la mano y formaba una "O" con sus dedos índice y pulgar, señal de que había entendido. Dejó de ejercer fuerza en su cabeza y volvió a su sitio. No se dio cuenta, pero el oráculo no le había mirado con buenos ojos al ser espectador de esa pequeña escena. Mientras, Sinbad levantaba la cabeza para continuar informándose sobre la gestación en magis, sus síntomas, los pros y los contras, y ya de paso, sobre las posibles habilidades y talentos innatos que podían manifestarse en el futuro bebé al ser alumbrado por un Magi de la Creación, mirando de reojo alguna que otra vez al que tenía al lado, por si se asomaba a cotillear el libro y tenía que apartarlo.

El ligero efecto de la bebida iba desapareciendo, y al haber sido una cantidad lo suficientemente moderada, a pesar de emborracharse un poco, no tendría que soportar dolores ni malestar.

-Judal, ¿crees que lleguemos a detener el envío antes de que llegue a Rakushou? –la velocidad a la que iba la alfombra no era lenta, pero tampoco suficiente. Estaba preocupado.

-No. –así de simple fue su respuesta.

-¿Y por qué demonios no haces que vaya más rápido? –al oficial le dio un tic en la ceja. ¿Acaso el chico estaba jugando o qué? Le sacaba de sus casillas.

-Estaba esperando a que alguno lo mencionara, así no podríais culparme de algo después.

-¿Culparte por qu…? –ni tiempo le dio al Rey a acabar su pregunta, pues la tela voladora había tomado una velocidad vertiginosa, casi tirándoles por sorpresa a él y a su visir. Aunque sí alcanzo a guardar el libro en uno de sus bolsillos, este tampoco era muy grande. Ambos tenían los cuerpos en el aire, prácticamente, de lo rápido que iba, consiguiendo agarrarse a duras penas con fuerza.

-¡SANTA MADRE DE SALOMÓN, NOS VAS A MATAR! –el sonido del aire romperse le taponaba los oídos, tanto a él como al monarca.

-¡ESTÁS COMPLETAMENTE LOCO! –fue el turno de Sinbad para gritar como un poseso.

-¡Y LO QUE TE ENCANTA QUE LO ESTÉ! –se notaba que el oráculo estaba acostumbrado a ello, y que lo disfrutaba al cien. Sólo había que ver esa sonrisa de diversión.

Sorprendentemente, estuvieron sobre las tierras del Imperio Kou como una hora después, muy poco tiempo comparado con el que se solía tardar en una embarcación. El haber mejorado notablemente su magia también se reflejaba en su alfombra, ya que esta se había hecho bastante más rápida que antes. Veían desde arriba, ahora a una rapidez decente, que los botes ya habían desembarcado, y estaban vacíos de mercancía. Eso, únicamente, podía significar una cosa.

-La carta ya está en la capital… -el Rey no pudo evitar ponerse pálido al decirlo. ¿Y si Kouen ya la había recibido y leído? Ninguno sobreviviría.

-No importa, esto no termina hasta que sepamos de verdad si Kouen la ha leído. –se quedó mirando con sus ojos rojos los botes por unos segundos, pero pronto dejó de hacerlo. –Al final habrá que colarse en el Palacio.

-Esto ya se está poniendo más serio… Quién sabe a lo que nos enfrentaremos si nos descubren en el Palacio Imperial. –se le era imposible seguir ignorándolo; tenía miedo. Por primera vez, se sentía desnudo ante el "enemigo", aunque no de forma literal. Todo ocurría según como él lo planeaba siempre. Tan seguro de sí mismo, en ningún momento de su vida prescindió de segundos planes, teniendo en cuenta el máximo número de opciones que era capaz de ver, pero ahora… No tenía nada. No sabía qué hacer, qué decir, cómo actuar. Últimamente, su cabeza no estaba donde debía estar, y conocía al causante. No era que culpara a Judal de su empeoramiento estratégico, ni mucho menos. Era sólo que jamás esperó que este pudiera quedar fecundado. Le impactó bastante, aunque, irónicamente, no fue eso lo que le terminó por aturdir, no. Fue el tremendo fallo que Ja'far cometió al haberle hecho caso de una forma tan ciega a Yunan. Eso fue lo que realmente no esperó, pues el albino era muy meticuloso y concienzudo con cualquier cosa. Pero ya nada se le podía hacer.

-¿Eres idiota? Ninguno de los dos va a entrar al Palacio, así no os arriesgáis a ser culpados por infiltración y espionaje. –al parecer, quien llevaba ahora las estrategias era el magi, como si hubiera cambiado de roles con el Rey.

-Me aterra decir esto porque sé lo que viene después, pero… -el oficial se agarró con fuerza de nuevo. –hay que llegar a Rakushou ya, acelera esta cosa. –una sonrisa ladeada fue lo que atisbó en el oráculo antes de empezar a volver a sentir la potente presión del aire por la velocidad extrema que había sido reanudada.

-¡Espe…! –distracción, una muy mala compañía. El monarca no alcanzó a reaccionar a tiempo. Sintió cómo su cuerpo era barrido de la alfombra, cayendo de ella. Su pecho dio un salto desagradable a causa de la sorpresa, mezclada con pánico, al verse cada vez más lejos y debajo del objeto mágico. Para su mala suerte, lo que tenía bajo su cuerpo ya no era agua, sino terreno rocoso. Una caída muy alta sobre rocas y piedras de gran tamaño, con bordes irregulares y afilados. Un dolor agudo le abrazó la pierna izquierda al mismo tiempo que su caída se frenaba en seco, sin embargo, era tal el daño que ni capaz de gritar fue. Se había quedado suspendido en el aire, de cabeza. Reaccionó rápido a pesar del dolor para esconder su entrepierna con el faldón, el cual se le había subido al estar al revés. La alfombra estaba detenida sobre él, habiendo sido atado en esa pierna por los hilos rojos de Ja'far, quedando este con medio cuerpo fuera de la tela. No era capaz de soportar por sí sólo su peso, por lo que tuvo que terminar cooperando con el oráculo, quien estaba a un lado suyo, exactamente en la misma postura y agarrando esos hilos de un poco más abajo para tirar de ellos lo máximo que pudiera, evitando también que el albino se viera arrastrado. Y lo mismo ocurriría si era este el que aflojaba, sería el azabache entonces el que caería. Lo peor era que la magia de levitación la había dominado sólo consigo mismo, por lo que no le serviría de nada con Sinbad. Y si la usaba, sería para recogerle él, cosa que tampoco funcionaría, pues ya era conocida su escasa fuerza y ambos terminarían cayendo.

-¡Por el amor de Dios, Sin! ¡¿Por qué demonios no te acostumbras a ponerte ropa interior?! –el visir gritó indignado, aunque no hubiera visto nada, en realidad. Que el Rey se tapara de esa forma en una situación así le había delatado la desnudez fácilmente.

-¡Qué desvergonzado! –era obvio que a Judal no podía importarle menos, usando así ese gracioso sarcasmo con una sonrisa divertida.

-¡Pero si tú tampoco llevas! –se defendió del magi, tratando de distraer y soportar el dolor de su pierna. Los hilos se la atrapaban demasiado fuerte, pero si no era así, terminaría resbalando. Su argumento puso completamente rojo al oráculo, tanto de vergüenza como de rabia.

-¡A que suelto! –amenazó con dejarle caer, a lo que los otros dos se pusieron, en exceso, más nerviosos.

-¡No, no, no, no, no! –vocalizó de manera rápida debido al terror que eso le había provocado. Sabía que Judal no tendría ningún reparo en soltar si se enojaba, por mucho que este le amara. -¡No lo dije en serio! ¡Si yo te quiero! –no tenía casi argumentos para enmendar su ofensa.

Hubo algo de lo que el magi no se había percatado hasta ese momento, y le hizo bastante gracia.

-Y sin contenedores metálicos, eh. –sonrió radiante, aunque se estuviera burlando. Ante eso, atisbó el rukh de Ja'far alterarse a niveles catastróficos.

-¡¿Encima sin tus contenedores?! ¡¿Sabes que si los tuvieras podrías haberte salvado tú solito?! –tampoco lo había notado, hasta ahora. -¡Ni Judal ni yo podemos dejar de tirar de ti, y tu peso supera nuestras fuerzas y no nos deja intentar nada para subirte! ¡¿Cómo piensas salir de esta ahora, genio?! -el Rey le respondió con una mueca escocida, pues tenía razón. -¡Y encima, la condenada carta ya estará en el Palacio Imperial! –estaban muertos.

-¡Pero de eso yo no tengo la culpa! –no estaba enfadado, ni mucho menos, sino tenso y algo asustado. -¡¿Quién fue el que la escribió y la envió?!

-¡Si no hubieras dejado entrar a Yunan no lo habría hecho! –el magi oscuro les miraba repetidamente de forma intercalada cuando cada uno hablaba.

-¡Si no hubiera sido una situación extrema no le habría dejado entrar! –era consciente de que el magi de La Gran Falla podía llegar a ser problemático a veces, pero sin malas intenciones.

-¡No habríamos pasado por una situación extrema si hubieras estado más atento! –el albino ya empezaba a perder la paciencia.

-¡Si no estuvieras todo el rato cubriéndome de papeles lo habría estado!

-Pff… -el oráculo se estaba divirtiendo con la escena.

-¡No habría escrito la estúpida carta si le hubieras prohibido los bollos! –ahí iba de nuevo.

-¿Qué? –ahora el azabache estaba confuso, observando a Ja'far, aunque sin borrar su mueca divertida. Este le ignoró, o no pareció oírle.

-¡Se los habría prohibido si Yamuraiha me hubiera informado de que existía un libro así para poder leerlo y saberlo de antemano! –era cierto, él lo había visto múltiples veces por ahí tirado, pero nunca supo de qué trataba, por lo que no se acercó tampoco. -¡Y sigo pensando que eres tan culpable como todos por haberle hecho caso a Yunan!

-¡Maldita sea, Sinbad! ¡No habría pasado si tú no hubieras dejado a Judal preñado!

Se hizo el silencio.

El mencionado giró su cabeza, con una expresión arrugada y mucho más confusa, con una sonrisa tensa, hacia el oficial. Pensó que también a él se le había ido la olla.

-… ¿Eh? –era definitivo para él, tanto trabajo debía de haber afectado al visir. Pero… si lo pensaba detenidamente, su repentino malestar, sus mareos, el comportamiento del resto, y cómo no, su pasada muerte empezaba a cobrar sentido. Y el silencio del monarca y la expresión culpable del albino eran más que obvias para entenderlo. ¿Y si se equivocó al asegurarle eso al Rey en el pasillo y realmente los magis, aunque fueran varones, podían…?

-Ay, no… -Sinbad notó cómo el rostro del magi, que ahora le miraba desde arriba, cambiaba a uno de sorpresa y leve terror.- Judal. –su llamada no fue respondida, sólo una mirada abierta y desencajada como jamás había visto aún en el oráculo.

La alfombra comenzó a descender para suerte del Rey, pudiendo llegar así al suelo sin tener que estrellarse. En cuanto la tela estuvo a menos de un metro de la superficie rocosa, Sinbad terminó sentado mientras Judal soltaba los hilos y Ja'far los desataba después de su pierna y los guardaba. El oráculo bajó por el lado contrario al del albino, y este se apresuró a hacer lo mismo, pero para acercarse a revisar la extremidad dañada del monarca.

-Lo… lo siento… yo no quería… Fue un accidente… -estaba bastante afectado por ambas cosas; por haberle hecho daño al hombre de cabello lila y por haber gritado lo que menos debía.

-No importa, no es nada, y… -suspiró. –en algún momento lo sabría. –observó, confundido, al magi caminar hacia el otro lado, de espaldas a ellos y alejándose. –Judal, ¿a dónde vas? –estaba muy preocupado, y más cuando el oráculo continuó andando en silencio, sin voltearse. -Judal. –continuó llamándole, pero este no se detenía ni para mirarle. –Espera… ¡Ah! –en cuanto apoyó la pierna para levantarse, el dolor en ella se intensificó, obligándole a sentarse de nuevo. Aquel sonoro quejido pareció detener los pasos del muchacho, pero sin girarse aún.

-Está rota. –Ja'far ya no podía sentirse peor.

-Da igual. –su mueca adolorida no era realmente tensa, por lo que se daba a entender que no era un dolor tan fuerte. Le habían pasado cosas peores que esa. Volvió a mirar al azabache, más concretamente, su trenza, pues esta tapaba su espalda. –Judal, perdón, yo…

-¿Perdón?... –murmuró lo suficientemente alto para que se le escuchara un poco. -¿Perdón por qué, Sinbad? ¿Por mentirme en la cara? ¿Por ocultarme lo que te sale de los cojones? –se giró bruscamente, encarándole desde su posición, mas con la mirada oculta por su cabello. -¿Perdón por implantarme un engendro por culpa de tu violación? –miró al pecoso por unos momentos. –Seguro que todo el mundo lo sabía menos yo. –todo lo que estaba diciendo con esa voz ronca estaba dañando el corazón del Rey. Eso de lo que se acababa de enterar no podía ser que fuera a causa de la última vez que mantuvieron relaciones, pues ni siquiera podía haber dado tiempo para concebir aún, y sólo lo hicieron dos veces. Por la fuerza, tuvo que ocurrir en la primera, en la que ni él mismo sabía del todo lo que estaba haciendo.

El oficial observó, desencajado, al monarca, no creyendo lo que había escuchado.

-… ¿Violación?

-No ocurrió así, te estás equivocando. –le estaba doliendo, y mucho, que realmente lo pensara.

-¡¿Me equivoco al decir que ni siquiera lo supe hasta casi la noche del día siguiente?! ¡¿Me equivoco al decir que no tenía razonamiento en ese momento?! ¡¿Me equivoco al decir que lo hiciste aun sabiendo que yo no era consciente?! –estaba tremendamente alterado y respiraba con fuerza.

Unos silenciosos segundos pasaron.

Ja'far casi rezaba para que el Rey respondiera un "sí".

-No. –al albino se le resquebrajó el sueño al escucharlo.

-Entonces… sí le… -sabía que era muy lujurioso, pero no que llegaría a tal punto. -¿Có… cómo fuiste capaz de hacer algo así, Sin?

-Es cierto que no se equivoca, pero no fue violación. Me lo permitió. –intentó explicar, en vano.

-¡Estaba ebrio, ni siquiera era capaz de recordar mi nombre! ¡¿Así es la forma en la que obtienes sexo con mujeres?! ¡¿Invitándolas a tus fiestas, esperando a que se embriaguen y no sean capaces de oponerse para aprovecharte después?! ¡A saber a cuántas más has dejado preñadas!

-¡Nunca he hecho algo como eso!

-¡¿Y si yo no hubiera querido que pasara?! ¡¿Tendría que haberte matado?! -un silencio más duro que el anterior, sólo el ligero sonido de la brisa acariciando el valle rocoso, más el inaudible ruido de la gran grieta que acababa de formarse en el alma y corazón de Sinbad. Jamás había experimentado un dolor similar. El magi caminó de nuevo, esta vez hacia ellos. Más concretamente, hacia la alfombra, y subió a ella. –Vamos a por esa puta carta. –los otros dos pudieron notarlo, su voz temblaba. Esperó a que el albino ayudara al Rey a subir, acto que no tardó mucho en realizarse.

Volvieron a elevarse y a avanzar velozmente, esta vez con mayor precaución, en silencio.

Ja'far no se atrevía siquiera a mover un músculo. Estaba viendo el, ahora pésimo, estado del Rey, tan similar a cuando le despertó en su despacho, pero ligeramente peor.

Ya no era la pierna lo que le molestaba, sino esa indescriptible y gran herida emocional que le provocaba dolor en el pecho y náuseas depresivas. Se había hundido. Engendro… ¿así era como Judal veía a su propio hijo? Y lo que había dicho… ¿significaba que se arrepentía de lo que hicieron, de lo poco que habían vivido, pero que fue sentido con el corazón? ¿Que se arrepentía de tener ese sentimiento de amor… a causa de un bebé? ¿Tanto odiaba Judal a uno, incluso si era suyo? Solían decir que un niño siempre mejoraba las relaciones, pero pareció tener el efecto contrario con ellos, al menos, por parte del oráculo, pues él no sólo aumentó su felicidad, sino que se sintió mucho más cercano al magi oscuro, si es que era posible. Su amor por él se había intensificado al saber que estaba en camino un hijo suyo, puesto que el chico iba a darle el milagro gratuitamente, pero… Ahora todo estaba en interrogante, una interrogante muy peligrosa. No podía sentirse más atemorizado, temiendo que al azabache se le ocurriera realizar alguna tontería grave que pudiera hacerle daño a ambos, tanto a él como al niño que tenía en su interior. Tenía que hablar muy seriamente con él, en privado, antes de que pasara algo de lo que realmente se arrepintiera.

Con la pausa que habían hecho para ayudar al Rey, posiblemente Kouen ya tuviera en sus manos el mensaje, pero ya no podían dar marcha atrás. Aún quedaba la opción de que no la hubiera leído.

-Ya no será necesario esconderse. Le pediremos a Kouen que utilice a Phenex. Si no ha leído la carta en ese entonces, la buscaré y la quemaré. –su tono no era para nada molesto, sin embargo, lo extraño era que se estaba dirigiendo al albino.

-Bien… -se sentía tan incómodo. Entendía que era una buena idea si el Primer Príncipe aceptaba sanar a Sinbad, pero tendrían que ponerle una excusa sobre su presencia. Ya pensaría en ella. El problema sería qué haría Judal. Una vez allí, posiblemente quisiera quedarse tras lo ocurrido, y la presencia de Al-Thamen ya era casi nula. Aunque el pelirrojo no les informó de nada aún, y este les dijo que no le dejaran salir de Sindria hasta que lo hiciera.

A Sinbad no le agradó nada esa idea. Tener que depender de Kouen de esa manera… ¿y dónde quedaba su orgullo? Ah… parecía que tendría que prescindir de él un rato. En ese momento, lo único que necesitaba sanar era esa herida que el rechazo del oráculo le había provocado. Lo pensó por un momento… Ahora sabía perfectamente cómo Judal se había estado sintiendo durante más de diez años, y eso que no era a él a quien rechazaba, sino al niño en su vientre. Si ese rechazo indirecto ya le era doloroso, el rechazo directo que el magi debió sentir por su culpa debió ser... Ni siquiera podía imaginarlo. No le extrañaba que estuviera tan sumergido en la oscuridad, en la corrupción. Era tan insoportable, como si le desgarraran por dentro. Desde que reanudaron el viaje, este no le había mirado ni una sola vez.

En cuanto descendieron hacia las puertas del Palacio Imperial, dos soldados tomaron pose defensiva, mas volvieron tranquilos a su puesto tras reconocer a su magi. Le tenían cierto respeto, más por temor que otra cosa. Se extrañaron cuando la alfombra descendió al suelo y vieron al Rey de Sindria y a su visir, dejando que fuera el oráculo se levantara.

Observaron cómo entraba a sus anchas y le veían desaparecer al girar la esquina de la entrada que vigilaban los soldados.

-Sin… -Ja'far continuaba sin poder sacarse la culpabilidad de encima, viendo al monarca en la misma postura desde hacía más de veinte minutos, tiempo que pasó desde el incidente, apoyando el codo en la rodilla de su pierna sana, que estaba doblada, y tapándose los ojos con la mano, por debajo del flequillo lila. Se veía perfectamente que estaba hecho polvo. Este no le respondió inmediatamente, lo que le hizo aumentar su malestar.

-¿Qué voy a hacer, Ja'far? Si le pierdo, yo no... -el peso en su garganta apenas le dejaba hablar con tono normal.

-Judal es muy difícil, te has puesto un objetivo demasiado complicado. Era obvio que ibas a salir dañado de esto. -pausó. -Tienes una relación muy tóxica, Sin, pero... -recordó cuando el magi se quedó dormido en el despacho, cuando tuvo esa pesadilla. -Creo que puede ser la única persona capaz de detener el avance de tu "maldición" sólo con su presencia. Es como un arma de doble filo. -con aquello le hizo sonreír levemente.

-Lo es.

-Aún me cuesta creerlo, pero él te quiere, Sinbad. Siempre lo ha hecho, no soy tan despistado como tú como para no darme cuenta. -le devolvió la sonrisa. -¿Que Judal es impulsivo? Sí, lo es. Pero eso no significa que no sea lo suficientemente inteligente y que no te ame como para terminarlo todo por un niño, y más sabiendo que ya no se puede remediar. -le escuchó suspirar de forma pesada. -Y él no va a hacerse daño para deshacerse de él, aunque no lo supieras, toma muy en cuenta tus sentimientos.

-Espero que tengas razón. -el albino no continuó hablándole, por lo que levantó un poco la cabeza, encontrándole bastante tenso, con la mirada al frente. Fue entonces que se destapó los ojos por completo para saber la razón.

-¿Por qué está aquí, Rey Sinbad? -la voz profunda y seria de Kouen hizo aparición. Atisbó que el monarca de Sindria y su oficial estaban sobre una alfombra, posiblemente de Judal, lo que explicaba cómo habían llegado. Pero el magi oscuro no estaba con ellos. -¿Dónde está Judal?

-Entró en su busca, Príncipe Kouen. Necesitamos su ayuda. -Ja'far sabía perfectamente de qué modo tenía que tratar con la realeza. Con Sinbad no contaba, puesto que él, a pesar de convertirse en Rey, tenía sangre plebeya. Y los que descendían de sangre azul siempre eran algo complicados de tratar, aunque no se aplicaba tampoco al magi oscuro por muy difícil que el chico fuera, quien también nació como simple pueblerino. -En nuestro viaje tuvimos un ligero percance del que mi Rey no salió ileso, su pierna izquierda acabó por romperse. Debido a la cercanía entre naciones, Judal consideró dirigirnos hasta aquí y no pudimos oponernos a su temperamento. De verdad, sentimos las molestias. -Sinbad estaba demasiado perdido y con el orgullo por los suelos como para responder él mismo.

-No importa. -cerró los ojos por un momento, como pensándoselo. Sabía que no estaba siendo fácil para ese Rey aceptar su situación de debilidad frente a él, dejando su vanidad Real a un lado. -Nos ayudaron a terminar con la organización, sería una grosería por mi parte, y por la del Imperio en general, no devolver el favor. Sin embargo, no es algo a lo que deban acostumbrarse. -avisó, sin abandonar su deje de seriedad. Desenvainó su espada y la posó sobre la pierna izquierda de Sinbad, quien le miraba también con seriedad. Una seriedad extrañamente mezclada con agradecimiento. Un fénix luminoso, de un tamaño no muy grande, abrazó la extremidad del monarca, comenzando a curar su interior; el hueso que había sido partido. Poco menos de un minuto hizo falta para que estuviera en perfecto estado, volviendo a envainarla en su sitio. Se dio la vuelta, volviendo a entrar por el gran portón, y se detuvo. -Acompáñenme, por favor. Hay asuntos que discutir. -su voz sonara igual que normalmente, pero el Rey y su visir no pudieron evitar tragar duro. Se levantaron y le siguieron al interior, no sin que el Primer Príncipe le ordenara a uno de los dos guardias de la entrada recoger la alfombra y llevarla al cuarto del magi oscuro. Que por cierto, ninguno de los "cómplices" sabía dónde se había metido. Tal vez, hubiera encontrado la carta, aunque no sabían si deshacerse de ella ya servía de algo. Kouen les había dicho que había asuntos que tratar, pero no cuáles. Igualmente, no parecía molesto, por lo que terminaron por pensar que no había revisado en correo aún. Y si el magi había encontrado el mensaje antes que al pelirrojo, que era lo que parecía, explicaba el por qué tardaba.

No fue hasta que llegaron al gran salón de recibimiento que comenzaron, con Kouen sentado en la silla imperial, de frente a los visitantes.

-Que hubieran hecho presencia en el Imperio Kou me ha sido realmente una ventaja. Exactamente hoy tenía planeado enviar un mensaje al Reino de Sindria, pero ya que su Rey está aquí, no me será necesario.

-Podría decirse que ha sido un golpe de suerte. -Sinbad respondió con una sonrisa culta.

-Me pareció ver un ligero cansancio en usted, Rey Sinbad, y tengo la impresión de que pudo ser por la característica mala actitud y comportamiento de mi magi. Espero que no le haya causado demasiados problemas en toda su estadía allí, tanto antes como después de la derrota de la organización.

-No se preocupe por trivialidades, Príncipe. -en el fondo, escuchar a Kouen referirse a Judal como "su magi" le había molestado.

-Como anteriormente he dicho, tenía planeado informar a Sindria a través de un mensaje en papel, pero no será necesario, puesto que puedo hacerlo ahora de forma directa. -pausó. -Los magos fugitivos de Al-Thamen aún no fueron encontrados, sin embargo, tenemos a varias tropas tras ellos. Sin rukh negro del que poder apoderarse sólo es cuestión de tiempo de que caigan. Razón suficiente para que Judal regresara de inmediato a donde pertenece; el Imperio Kou. -el Rey se puso demasiado serio al oírlo, y Ja'far no pudo hacer más que tensarse. -Es como usted ha dicho; un golpe de suerte. -pues entonces, el más adulto ya no era el afortunado. -La noche no tardará en caer, permítanme ofrecerles hospedaje hasta mañana. Dispondrán de una embarcación Imperial para regresar al Reino de Sindria. -tanto Sinbad como el oficial desviaron furtivamente sus miradas hacia una de las entradas sin puerta que se situaban tras la silla de Kouen, viendo en una de ellas al azabache, quien también les miraba. Este dejó caer de su mano lo que parecía ser ceniza. Captaron rápido lo que significaba; había destruido la carta. Le vieron sacudir sus manos para limpiarlas y entrar al salón en donde estaban. El oráculo caminó hasta ellos, deteniéndose al lado del pelirrojo y apoyando el codo en el respaldo de la silla al mismo tiempo que ladeaba su cuerpo. Kouen le miró de reojo, con un ligera sonrisa. -Con que aquí estás. -a Sinbad no le pareció gracioso.

-¿Y dónde demonios quieres que esté? -parecía molesto, bastante. Y los dos visitantes sabían la razón, mas para Kouen esa siempre había sido la actitud del magi, por lo que no se extrañó.

-Ya me han informado la razón de su presencia aquí, así que no es necesario que lo hagas también. -era por si el oráculo pensaba dar explicaciones.

-Igual, depende de si me da la gana o no decirte algo. -había algo en esa terrible actitud que al monarca le agradaba, y era que ni siquiera el Primer Príncipe se podía proteger de ella.

-Judal, -el pelirrojo le llamó la atención, agravando más su tono. -voy a preguntarte algo, y no me importa si hay alguien más delante. Y quiero que seas sincero por una vez en tu vida. -esa manera de hablar no le gustó nada a Sinbad, quien frunció un poco el ceño, esperando a que Kouen dijera lo que tenía que decir. -¿Quién mató en realidad a la Emperatriz Gyokuen? -aquello sobre saltó a los dos que tenía enfrente, sobre todo al Rey. No entendía esa pregunta, si el mismo Judal estuvo en todo momento con ellos, e incluso sintió el momento en el que ella fue asesinada y lo corroboró delante de ellos, dando por hecho que fue Hakuryuu. Lo que era lógico, pues él no les acompañó para sacarle del apuro en el que se metió. Para sorpresa de todos, exceptuando al Primer Príncipe, el magi comenzó a reír de esa forma irritante que anteriormente tenía.

-¿No me digas que piensas que fui yo? ¿Cómo pude hacerlo si estaban a punto de matarme también?

-Es obvio que fue Hakuryuu quien acabó con su vida, sin embargo... -eso hizo tensarse a los presentes. -¿Fuiste tú quien empujó a Hakuryuu para caer en la depravación y que hiciera el trabajo sucio por ti?

-¡¿Qué?! -Sinbad no podía creerlo. Siempre supo que el candidato favorito de Judal en Kou era Hakuryuu, pero nunca llegó a pensar que sería capaz de condenarle de tal forma, de usarle para beneficio propio. Aunque, ni siquiera sabía por qué no lo había visto venir, si conocía a la perfección cómo era el magi oscuro.

-Sí, lo hice, pero no me arrepiento. Os he hecho un favor. -al decir eso, el pelirrojo le miró curioso, dándole cabida a que continuara. -Gyokuen dejó entrar a la organización porque ella misma era su líder, a parte de ser también la magi traidora de Alma Toran, Arba. -ahora sí, todos estaban con los ojos bien abiertos, y eso confundió al azabache. -¿Me decís de verdad que no lo sabíais? Por favor, si después de que el enano explicara toda la historia era jodidamente obvio. -Kouen dio un ligero suspiro.

-Bien, no discutiremos más el tema por hoy. No has cometido realmente ningún delito en contra del Imperio, por lo que no se te puede decir nada. Pero Hakuryuu ya no va a volver como antes, Judal. Y eso me hace sentirme muy enfadado contigo. Tienes suerte de ser mi magi, porque si no, no hubiera dudado en hacerte pagar por hundir en la corrupción a alguien de mi familia. -eso pareció molestar en exceso al oráculo, que chascó la lengua. Este se alejó de la silla imperial y caminó enérgico hasta la salida, lado contrario por el que había entrado y que estaba tras Sinbad y Ja'far. Antes de llegar a la mitad del salón, en donde ambos se encontraban, su equilibrio falló, tambaleándose, y alertando de sobremanera a los otros tres, sobre todo a Kouen, quien no veía normal que a un magi le ocurriera algo así. El Rey reaccionó rápido para sostenerle de forma leve, sin llamar mucho la atención, mas el oráculo pronto le empujó de forma violenta, acto que no pasó desapercibido para el pelirrojo. -Cuida ese respeto, Judal. -este le miró con un ligero deje de odio.

-El puto respeto me lo paso por donde no brilla el sol. -escupió rabioso. Terminó de atravesar la estancia para salir irritado de allí.

-Desde luego... Más terco y no nace. -el príncipe se permitió soltar el comentario. -No se lo tome en cuenta, Rey Sinbad.

-No lo hago. -como que el único culpable de que el chico estuviera así era él. Observó a Kouen levantarse y caminar hacia ellos.

-Se le será asignada a su oficial una habitación. Usted ya sabe cuál es la suya, ya estuvo aquí una vez. -miró al albino, que estaba algo tenso. -Acompáñeme, le llevaré hasta el servicio del Imperio, ellos se encargarán de darle un cuarto. -el oficial no pudo evitar mirar con un deje de preocupación a su Rey, pero este pronto consiguió devolverle la confianza con una sonrisa.

En cuanto ambos desaparecieron se puso un objetivo; buscaría a Judal para hablar con él muy seriamente. Ese empujón que le había propinado no era una buena señal. No quería que el magi oscuro se sintiera así. No quería que le odiara, no de nuevo. Ya no soportaría como antes que lo hiciera. Buscó por los múltiples patios y pasillos. Ni rastro. Continuó caminando por varios más hasta que se detuvo a suspirar de forma pesada. Se presionó el puente de la nariz, el peso en su garganta no desaparecía, y la incomodidad en su pecho tampoco. Giró un poco la cabeza para observar el patio interior que tenía al lado, atisbando una trenza caer al lado del tronco de un árbol. Le había encontrado. No tardó en salir, viendo al oráculo, acurrucado de lado, en una de las ramas. Se acercó.

-Judal. -probó a llamarle. Sin respuesta. Le estaba ignorando, haciéndole el vacío. Exactamente como la última vez que se quedó en Kou y fue a hablar con él tras lo ocurrido en Balbadd. Sólo que esta vez, los motivos eran distintos. Supiró una vez más, de manera ronca, y se sentó al pie del tronco, apoyando la cabeza en este. -Ya no sé qué hacer, no puedo enmendar mi error. Yo... no creí que algo así pudiera pasar. Te he obligado inconscientemente a acoger un bebé que no quieres tener. Entenderé si me abandonas y me empiezas a detestar de nuevo. Sólo espero que... algún día puedas perdonarm...

-Cállate. -y Sinbad obedeció, dejando su cabeza caer ligeramente hacia abajo. Ahora sabía lo que sentían las mujeres con las que estuvo cuando cortaba relación con ellas, y no era para nada agradable. Notó un poco de frío al mismo tiempo que parecía que la luz del sol se había apagado. Levantó la mirada, encontando al oráculo delante. -Mira, Sinbad. Es cierto que estoy cabreado, muy cabreado. Pero no es por la estúpida razón del crío, sino porque me lo intentaste ocultar. -aquello abrió una luz en el mundo del Rey, volviendo a hacer brillar sus ojos dorados. -Todo el mundo lo sabía, y yo era el único imbécil ignorante. Odio ser el último en enterarse de las cosas. Y en cuanto al crío... -suspiró ronco. -Me impactó demasiado, esperaba menos que tú que pudiera pasar. Me traumaticé, y creo que aún sigo estándolo. Pero, -sonrió de lado. -prefiero ser yo quien tenga un bicho tuyo si así dejas de recurrir a putas. -vio cómo el monarca volvía a apoyar la cabeza en el árbol, en dirección hacia el cielo que se oscurecía lentamente, con los ojos cerrados y soltando un suspiro de alivio.

-No sabes cómo me alegra oír... ¡Agh! -recibió una patada en el muslo.

-Que te haya dicho el por qué de mi enfado no significa que deje de estarlo, idiota. Y podría sumarle a eso que por tú culpa mi bonito abdomen terminará hecho una sandía, pero no lo hago porque me das pena. Agradécelo.

Y Sinbad lo agradecía a un nivel inimaginable. Era exactamente como Ja'far había dicho. Judal, realmente, nunca rechazó a ese niño, y estaba dispuesto a tenerlo. Y no sólo eso, sino que no había dejado de amarle a pesar del enfado, el cual se le terminaría pasando.

Sinbad ya no podía ser más feliz.


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