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Recuperando lo robado por Scardya

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Ah... En verdad, Sinbad había conseguido cabrearle. Pero se sintió tan mal al mismo tiempo, pues este se estuvo torturando al pensar que ya no le quería y que iba a abandonarle. Se equivocó. No sería capaz de hacerlo después de todo. Si ya se sentía incómodo y con malestar cuando el Rey le dejaba solo para trabajar en su despacho, aunque fuera sólo por un par de horas, no imaginaba si estuviera solo de forma permanente otra vez. Se volvería loco ahora que se había vuelto mucho más dependiente, emocionalmente, de él. Cuando estuvieron a medio camino de Rakushou, en ese valle, realmente no sintió lo que estaba diciendo. El miedo se apoderó de él en ese momento. Un niño... No le agradaban. En realidad, no le agradaba casi nada que no fueran los alimentos dulces y Sinbad. Nunca se le pasó por la cabeza que los magis varones pudieran acoger un bebé en su cuerpo, ni siquiera lo pensó tampoco con las magis mujeres. Ahora se sentía tan estúpido al recordar que había bromeado con ello antes, asegurando que era imposible. Dijo tantas estupideces que no pensaba... y con ellas le había hecho daño al Rey. Mucho daño. No le importaba demasiado hacérselo físicamente, siempre y cuando no se pasara de bruto. Además de que el monarca era resistente. Pero de forma emocional... eso sí le dejaba un enorme cargo de conciencia. Sinbad era su centro, y si le rompía por dentro... De igual forma, no consideraba un error lo que habían hecho, pero su descontrolado comportamiento anterior le hizo entender al adulto lo contrario. Es más, aunque le costara horrores admitirlo, tampoco consideraba un fallo a ese crío que comenzaba a formarse dentro de él. Mas no significaba que estuviera bien con ello. Seguía excesivamente traumatizado todavía. Aunque no por el niño, sino por cómo demonios haría para sacarlo de ahí cuando llegara el momento. Eso era lo que le aterraba. Pues en realidad, ser la madre... ¿Madre? ¿Padre? O lo que fuera, del hijo de Sinbad era como... un sueño. Eso parecía. Tan irreal y afortunado. Bueno, afortunado lo tomaba un poco en duda, pero irreal sí. Recordó que el Rey se había llevado con él el libro de los magis. Vaya, ahora tendría que acompañarle en sus lecturas si quería ponerse al día de lo que estaba pasando y lo que terminaría por pasar. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Aún no lo asimilaba. Su reciente apetito y sus mareos cobraban todo el sentido. Al menos no se estaba muriendo otra vez. Y pensando en ello, tendría que leer también para saber cómo es que terminó yéndose al otro barrio, porque estaba seguro de que ese embarazo tenía algo que ver. Estaba en una situación tan confusa. Trató de no darle más vueltas, ya resolvería sus dudas más tarde con ese libro. Volvió a la realidad, deteniéndose en seco en el pasillo. Mirando al frente con una expresión seria. La persona que tenía delante le miraba del mismo modo.

Pasaron unos silenciosos segundos.

-Es hora de que cumplas tu promesa. -aquello hizo sonreír de lado al magi.

-¡Je! Hakuryuu, Hakuryuu~. Mi querido Hakuryuu. -canturreó, acercándose con ritmo. Al joven príncipe no le agradó nada esa actitud, por lo que endureció su rostro. -Dime, ¿me echaste de menos?

-Déjate de juegos, Judal. Sabes que nunca hubiera recurrido a ti.

-Pero lo hiciste. -le señaló con el dedo índice al mismo tiempo que se inclinaba hacia delante con una sonrisa. -Hay algo que me ha sorprendido, ¿cómo conseguiste cargarte tú solito a la arpía?

-No es de tu incumbencia. -respondió seco.

-Hah... -el oráculo se enderezó, colocando los brazos en su cintura y poniendo una mueca torcida con un falso puchero. -Qué malo.

-Termina de unirte a mí, Judal. Aunque no me agrade tenerte al lado, necesito tu poder por completo.

-No. -Hakuryuu abrió sus ojos celestes de sobremanera.

-¡¿Cómo que no?! ¡Yo ya hice mi parte, prometiste cumplir la tuya si lo hacía!

-Qué ingenuo. -consiguió echar la cabeza, ligeramente, hacia atrás al notar el aire romperse. El Cuarto Príncipe le estaba apuntando al cuello con su enorme lanza, por debajo del mentón. Su expresión volvió a ser seria e intimidante. -Lo que decía; eres un ingenuo. -ni siquiera el tener la hoja afilada del arma a menos de un centímetro de su piel le amedrentaba, y esta le pinchaba levemente cuando abría la boca para hablar. Hakuryuu terminó dejando caer su seriedad, cambiándola por gran molestia, y chasqueando la lengua.

-Explícate. -ordenó, ronco.

-Lo has hecho mal. -pausó. -Y ya sabes lo que pienso de los Candidatos a Rey que fallan una prueba, sea cual sea.

-¿Que... lo he hecho mal? -no lo entendía. -¡Prometiste que si maldecía mi destino y mataba a Gyokuen te convertirías en mi magi y me seguirías como tu Rey!

-Te equivocas. Tú me buscaste para acabar con la arpía. Te dije; si decides maldecir tu destino, puedo darte una mano. Ayudarte para deshacerte de ella cuando llegara el momento. Ese fue nuestro único trato. -la lanza se fue alejando despacio de su cuello. Su portador parecía haber recibido un duro golpe emocional, pues se desplomó de rodillas en el suelo. Judal se acercó un poco más. -Por si fuera poco, la mataste sin mí, prescindiste de mi poder. Se suponía que íbamos a hacerlo juntos. -caminó hasta quedar a su lado. Se agachó, mirando al frente y posando una mano en el hombro del otro. -Tus prisas por cumplir con tu venganza te han sacado del camino que te puse. Parecía que te importaba poco quedarte sin magi, preferiste satisfacer tus deseos de venganza antes que asegurarte de que el único magi que se ofreció a ti seguía con vida. -notó a Hakuryuu temblar, pero continuó hablando sin interesarle su estado. -Dime, ¿y si Al-Thamen me hubiera matado también? Tu magi a cambio de tus deseos contra tu madre. Me ofreciste a la organización por tan barato precio. -sonrió. -No me malinterpretes, pequeño Hakuryuu. No te guardo rencor, pero... -se levantó despacio, dejando de posar la mano en el otro. -Al final, maldeciste tu destino y caíste en la depravación para nada. Y créeme, yo ahí ya no tengo nada que ver. Ha sido culpa tuya. -sentenció, empezando a andar de nuevo y a alejarse, dejando al Cuarto Príncipe ahí. Sin embargo, se obligó a detenerse. El rukh se estaba alborotando.

No podía estarse por mucho tiempo más sin hacer nada. Era consciente de que tenía que darle su espacio al magi oscuro para que se desenfadara con él, pero se le hacía muy difícil no estar a su lado cuando se irritaba o estaba triste. Quería estar en sus malos momentos también. Si no lo hacía, sentía que le estaba dejando sufrir solo, y eso era lo que menos deseaba. Aunque, estaba seguro de que si le molestaba otra vez, este le volvería a agredir, pero no le daba demasiada importancia a eso. El oráculo no era precisamente muy fuerte, al menos de forma física. De verdad que no podía continuar sentado al pie de ese árbol, justo donde Judal le había dejado. Tenía que buscarle, y así aprovecharía para pedirle que le enseñara su cuarto. Tenía mucha curiosidad por saber cómo era la habitación del chico. Se levantó, mas en cuanto lo hizo, una potente explosión, cerca de donde se encontraba, se alzó por encima de los tejados del Palacio, destrozando parte de este. Todo su cuerpo sufrió un brusco cambio de temperatura al mismo tiempo que sintió su abdomen presionado, notando cómo su tráquea se había cerrado por unos segundos. Nadie en ese Palacio era lo suficientemente violento como para destruirlo de esa forma, a excepción de... No, no podía dejar que peleara. En su estado no debía usar magia, mucho menos para atacar o defender. Leyó que el magoi en un embarazo se reducía drásticamente, por lo que bastaban, mínimo cinco ataques mágicos para que se agotara. Sabía que Judal era resistente, pero si recibía algún mal golpe, aunque a él no le afectara demasiado, el niño podría...

Bien, acababa de llegar y alguien ya quería estropearle el resto del día, más bien, noche. Parecía que no había tenido suficiente con la discusión con Sinbad, no, señor. Consiguió detener un sorpresivo ataque de Hakuryuu al hacerlo chocar contra una esfera de magoi que había conseguido reunir con sus manos y lanzar a tiempo. Pero la colisión había destrozado todo el lugar, abriendo el techo y derrumbando las paredes, dejando sólo escombros y polvo. Ya no sabía quién era más infantil, si el Cuarto Príncipe por haber empezado a hacer berrinche, o él por responderle a la provocación de poder. Varios segundos después, la nube de polvo se disipó ligeramente, dejando salir de ella al otro muchacho a gran velocidad, vistiendo el equipo Djinn de Zagan, hacia él y apuntándole con la lanza de dos puntas, contenedor metálico de este, dispuesto a atravesarle. Ante un ataque como ese, normalmente le sobraba con un simple borg, pero no podía arriesgarse a que fuera roto. Algo en su interior le dijo que la mejor opción era sólo esquivarlo, y así lo hizo. Levitó rápido, casi formando un boquete en el suelo a causa de la presión del aire bajo sus pies. Hakuryuu ascendió hasta quedar delante de él, en silencio.

-Hoy no he venido nada contento, ¿y aun así piensas que es buena idea tocarme las pelotas, eh? -advirtió serio y con un deje de irritabilidad. -¿Olvidas la enorme desventaja que tienes si te enfrentas a un magi?

-¡Eres un traidor! -volvió a repetir el mismo movimiento, mas el oráculo ya lo había visto venir, por lo que no necesitó apenas esforzarse en esquivarlo.

-¡Jaja! Eso es lo que me dicen todos. -ese supuesto insulto le había subido el humor. Materializó rápido su báculo negro, tan imponente. Un arma mágica de una apariencia tan infernal como celestial que dejó en un leve shock al príncipe cuando lo vio. Sin embargo, no fue suficiente para que este pensara en dejar las cosas como estaban. -Pero no es cierto. Aquí el único traidor eres tú, que pensabas dejar que tu compañero magi fuera asesinado sólo por satisfacer rápido tu venganza.

-¡Nunca debí fiarme de ti, eres igual que ella! -le comparó con Gyokuen. Mala decisión. Otra esfera de magoi fue lanzada, y esta colapsó por sorpresa contra su cuerpo, enviándole velozmente al suelo. No llegó a estrellarse, pues consiguió enderezarse a tiempo. Aunque debía admitirlo, para haber sido un simple ataque de magoi, resultó ser más dañino de lo que pensó. No por algo los magis se catalogaban en la cima de los seres más poderosos del mundo.

-Jamás en tu miserable vida vuelvas a compararme con esa mujer. -ahora sí, estaba seriamente cabreado. Esa verdadera mirada de odio y repulsión regresó a sus ojos carmesí después de mucho tiempo.

-¡Ja'far! -le encontró al doblar una de las esquinas de los pasillos junto con Kouen. Kougyoku también les acompañaba. La joven princesa no pudo ocultar su vergüenza y sonrojo al verle, desviando la mirada hacia un lado y tapando su boca con las mangas del vestido.

-¡Sin! ¡¿Qué ha pasado?! -ante la pregunta, Sinbad no pudo evitar mirar al pelirrojo. Este ya se imaginaba quienes podían ser los causantes.

-Hakuryuu y Judal siempre han tenido sus roces, pero nunca había llegado a pasar algo como esto. -aquello hizo tensarse a los otros tres. -Vamos. -continuaron corriendo, cruzándose a Hakuei por el camino. Ella parecía llevar el mismo rumbo. Ni siquiera preguntó por la presencia del Rey de Sindria y de su visir, pues rápidamente supuso que estaban ahí por haber traído al magi oscuro. Kouen ya le había informado anteriormente de que era hora de que el oráculo regresara.

-¡Kouen! ¡Hakuryuu...!

-Lo sé, y seguro que sea por Judal. -no se detuvo, al igual que ninguno de ellos, sumándosele ahora la Tercera Princesa.

Los golpes, las explosiones y los sonidos chirriantes de la magia eran cada vez mucho más cercanos, hasta que llegaron al destrozo. Justo al mismo tiempo en el que ambas armas de cada uno de los chicos colisionaron entre ellas, formando una potente luz oscura al tocarse, enfrentándose en una especie de lucha de empuje. Tal fue la onda expansiva al hacerlo que tuvieron que agarrarse a lo que tuvieran a mano para no salir volando. Tanto furor rodeaba a ambos muchachos que el rukh negro de los dos era completamente visible, y este revoloteaba tan violento, tan brusco, alrededor de todo el sitio.

No supo por qué, pero se sentía agotado. ¿Cómo era posible? Jamás había experimentado cansancio en una pelea. Era un magi y podía obtener magoi de cualquier cosa viviente. Entonces, ¿cómo es que estaba tan fatigado? Apenas usó un par de ataques simples y magia de levitación. Ah, pero, ¿y si ese niño...? -Y yo que pensaba que no ibas a ser tan molesto. -ya tenía a alguien a quien parecerse, y no era él. Bien, tal vez no debió dejarse provocar y empezar a enfrentarse, pues no sería raro que la magia se le viera, considerablemente, reducida al tener dentro un crío tirando del magoi de su cuerpo. El magi notó las presencias, entre ellas, la de Sinbad, por lo que se le hizo imposible no desviar su mirada, de reojo, hacia él. Este trataba de sujetarse a una columna, que estaba partida a la mitad, y se tapaba el rostro con el brazo en alto debido al polvo y los trozos de escombros que la onda levantaba. No fue una buena decisión dejar de vigilar a Hakuryuu, aunque hubiera sido por un segundo. Este hizo un movimiento rápido, girando la lanza de forma circular y dirigiendo la hoja gruesa, pero afilada, hacia alguna zona más arriba del pecho del oráculo. La onda expansiva se detuvo.

Golpe certero.

El magi descendió de golpe y hacia un lado unos pocos metros a causa de la potencia del ataque, al mismo tiempo que el lazo blanco que sujetaba su trenza caía de manera lenta y ondulada, dejando su cabello suelto. A la vez también que el collarín dorado fue lanzado en la misma dirección en la que el azabache fue empujado, partido en dos, quedándose este con la cabeza agachada hacia el lado y ocultando con sus mechones negros casi toda su cara y pecho. Ninguno de los presentes podía salir de su ensimismamiento de horror, sobretodo el Rey, que sintió su corazón detenerse por completo. Escucharon una risa baja, pero melodiosa.

-¿Crees que puedes matarme con sólo rebanarme la garganta? -volvió a reír, esta vez más alto. -Observa bien, Hakuryuu. -levantó la cabeza, alzando levemente el mentón y dejando a la vista esa profunda cicatriz, que ni con ayuda del rukh pudo desaparecer. Nadie se esperaba que el oráculo del Imperio tuviera tal marca, pero si podían deducir a los responsables de ella. Hakuryuu le había hecho un corte a un lado de la mandíbula, y le escocía, pero no iba a hacerlo saber. -Ya me han cortado el cuello antes, y aun así sigo aquí. ¿Piensas que una segunda vez va a acabar conmigo? -su mirada abierta y con las pupilas contraídas era exacta a la de un psicópata descontrolado en ese momento. -¿Quieres cortarme la cabeza? -amplió mucho más esa sonrisa enfermiza. -¡Vamos! ¡¿A qué esperas?!

-¡Judal, basta! -el grito de Sinbad llamó la atención de todas las personas, desencajándolas por completo, pero el magi no pareció escucharle, y tampoco el Cuarto Príncipe.

Hakuryuu no tardó en lanzarse de nuevo con un grito de rabia. Rápidamente, el oráculo alzó su báculo, atrayendo al extremo de este, grandes y potentes rayos luminosos de electricidad, tan inarmónicos y agudos para el oído humano. Estos alborotaban el aire a su alrededor, moviendo con violencia su cabello negro en todas direcciones. La colocó en diagonal hacia abajo, aún siendo rodeada el arma por múltiples relámpagos, y delante de su cuerpo inclinado, esperando el momento estratégico. Sus pupilas negras se iluminaron de rojo justo al momento en el que el príncipe apretó su lanza, estando más cerca. Volvió a alzarlo, esta vez hacia delante, liberando con el movimiento toda la electricidad cargada hacia su rival. Sin embargo, este lo esquivó todo mientras seguía acercándose, ya demasiado. Pudo darse cuenta, se había vuelto más lento en comparación a cuando empezó, y sabía quién era el enano culpable. No le quedó otra al ver a Hakuryuu a menos de un metro. Le dio la vuelta a su báculo y lo utilizó como lanza, golpeándole con el otro extremo en el pecho al otro chico y disparándole a una gran velocidad, terminando este por estrellarse contra uno de los tejados, destrozándolo. Mas Hakuryuu se recuperó rápido y estuvo de nuevo delante de él en apenas unos segundos, atacando con movimientos simples, pero veloces, buscando clavarle una de las dos gruesas y afiladas puntas de su doble lanza. El oráculo esquivaba y bloqueaba con su báculo todos ellos, aunque por los pelos. El príncipe se había vuelto fuerte y él tenía sus habilidades reducidas.

-¡Hakuryuu, detén esto! ¡Ahora! -la expresión de Kouen sí que daba miedo, pero no pareció afectar al joven de cabello azul oscuro.

Lo único que pasaba por su cabeza era hacer pagar al oráculo por lo que le había hecho. Estaba cegado. Observó por unos milisegundos que Judal se había distraído, mirando de reojo a alguien otra vez, aunque poco le importaba quién fuera. Le pilló desprevenido una vez más, rodeándole el cuerpo e inmovilizándole con ásperas ramas de grosor considerable.

-¡Hey! -el magi no se molestó en ocultar su sorpresa y molestia.

-¡Hakuryuu! -su hermana estaba poniéndose nerviosa.

-¡Je! ¿Cambias de táctica? -Judal no podía mantenerse callado ni aun cuando ahora era él quien llevaba desventaja. Las ramas le presionaron casi de golpe, obligándole a soltar un quejido. Se dio cuenta segundos después de su estado. Esos trozos de madera le estaban presionando todo el cuerpo y haciéndole daño, incluido su vientre. Abrió los ojos de sobremanera cuando cayó en la cuenta. -¡Mierda, el crío! -ya no sabía qué hacer. No iba a pedirle al Cuarto Príncipe que se detuviera, se le caería el poco orgullo que le quedaba. Pero... un momento... ¿estaba preocupado por el niño? Vaya, eso sí que no se lo esperaba de sí mismo.

Sinbad también se dio cuenta, y estaba igual de asustado que el magi, tal vez más. Su rostro lucía tan desesperado y aterrorizado que Kouen, al verlo, tuvo que sospechar que algo andaba mal, pues jamás había visto que el Rey de Sindria se dejara llevar de esa forma delante de otras autoridades. Incluso su visir parecía a punto de ponerse a llorar.

No tardó apenas un segundo en equiparse a Astaroth, pero Hakuei se le adelantó con Paimon. Ella voló veloz hacia el joven príncipe. Le tomó fuertemente del brazo en cuanto llegó, sobresaltándole.

-Hakuryuu, suéltale. -se veía tan dolida. -Por favor. -su hermano tembló, apretando la mandíbula con rabia. Muy en contra de su voluntad, liberó al oráculo haciendo regresar las ramas de madera.

-¡Fuera! -ambos hermanos dieron un ligero salto de sorpresa. Judal le había dicho eso a Hakuei, pues estaba dirigiéndose a toda velocidad hacia el príncipe, dispuesto a continuar peleándose.

No lo consiguió. Ahora era Kouen quien le tenía agarrado, un poco fuerte para su gusto, también por el brazo, deteniéndole de golpe. El tirón le había provocado un ligero dolor en el hombro.

-Se acabó, Judal. -consiguió notar un ligero peso, dándose cuenta rápido de la razón. El magi oscuro no estaba haciendo uso completo de la levitación, dejándose sujetar levemente por él. ¿Por qué lo hacía? Igualmente, no iba a darle vueltas a algo tan irrelevante.

Maldito silencio. Estaba inundando todo el despacho del Primer Príncipe, y era incómodo. Demasiado incómodo. Habían dejado fuera de la habitación al Rey de Sindria y a su visir por ser una situación que sólo concernía al Imperio, aunque hubieran estado presentes en el incidente. Ambos chicos estaban sentados, cada uno en una silla, delante de la mesa, encontrándose Kouen al otro lado de esta, en la suya. Las dos princesas estaban de pie tras ellos, y allí había sido convocado Koumei también, a un lado del Primer Príncipe.

-Me cuesta creer que hayas sido tan imprudente, Hakuryuu. -este no cambió su mueca seria, aunque avergonzada. Estaba lleno de polvo, y de múltiples heridas y moratones de considerable tamaño. Justo al contrario que el magi, que lo único que tenía distinto era que su lazo había sido roto anteriormente, obligándose a portar ahora una coleta alta con un pasador que Kougyoku le había prestado al entrar al despacho, para que no se tropezara con su cabello. Y sin su collarín, que también había cedido al golpe y terminando por partirse, dejando a la vista esa marca en su cuello, que ahora parecía ser de poca importancia. No iba a preguntarle por ella por temor a incomodarle en exceso, pues estaba seguro de que había sido culpa de Al-Thamen, y no quería recordarle más esa condenada organización. Las piezas habían sido recogidas también por la princesa más joven. Aunque sí tenía todavía ese corte, no muy grande, en un lado de su mandíbula, exacto a la cicatriz de Hakuei, sólo que en diagonal. –Sabes perfectamente que Judal es un magi. Y posiblemente, con la derrota de Al-Thamen, el ser más poderoso en este mundo ahora mismo. ¿Cómo se te ocurrió la insensatez intentar enfrentarle? –sin respuesta. –Has tenido suerte de que Judal se estuviera reprimiendo. Si hubiera ido en serio ya no estarías aquí. –en realidad, no se estuvo reprimiendo, simplemente no dispuso del magoi suficiente para cargárselo. –Parte del Palacio ha quedado muy dañada y destruida. ¿Te haces una idea de cuánto tiempo llevará repararla? Tendremos suerte si sólo se tarda unos meses. –pausó. -No sé cuáles hayan sido tus motivos para atacar a Judal, pero no me interesan. Lo único que espero es que esto no vuelva a repetirse. –miró al oráculo, que estaba de brazos cruzados y con la cabeza ladeada. –En cuanto a ti, creo que ya es hora de que empieces a madurar y a dejar de comportarte como un niño pequeño ante una provocación. Eres tan culpable como él. Si simplemente hubieras ignorado…

-¿Ignorarlo? ¡Estuvo a punto de golpearme! ¡¿Qué coño querías que hiciera?! ¡¿Que no me protegiera?! –se alteró. -¡No es mi culpa que se haya roto todo! –Kouen no dejaba de atravesarle los ojos con la mirada. Imponía bastante, y esa era una de las pocas cosas que le agradaban del pelirrojo.

-No digo que no te protegieras. Pero no debiste seguirle la corriente. Tienes que cambiar esa actitud impulsiva. Al-Thamen ya no está aquí para defenderla. –al escucharlo, el magi oscuro chasqueó la lengua.

-¡Ah, claro! ¡Como es culpa mía que yo sea así! –se burló con molestia. Se levantó y apoyó de un golpe sus manos en el escritorio, dejando caer la ondulada coleta hacia un lado por encima del hombro, y encarando muy de cerca al Primer Príncipe con una mueca extremadamente seria. –Escúchame bien, Kouen, -dijo su nombre con desplante. –a mí jamás se me enseñó nada. Y tampoco nadie hizo el esfuerzo por ello. Así que, ahora apechugáis con lo que soy y con cómo soy, os guste o no. –una lucha de intimidación, rojo carmesí contra rojo bermellón. Una batalla de miradas que el oráculo cortó al mismo tiempo que chasqueó de nuevo la lengua, con rabia. Se enderezó y se dio la vuelta, comenzando a caminar con fuerza, dispuesto a salir de ahí.

-Judal… -Kougyoku no pudo evitar sentirse mal por él.

Observaban cómo el oráculo atravesaba la estancia, sobretodo Hakuryuu. Él, en realidad, nunca quiso matarle en ningún momento. Lo único que buscaba era desquitarse con él por lo que le había hecho, sin llegar a más. Tampoco había ido a cortarle la cabeza, pero sus palabras de provocación de habían hecho perder los nervios del todo.

Kouen frunció el ceño al verle caminar, pues tenía razón en lo que le había dicho. Nadie le enseñó lo que estaba bien y lo que estaba mal, y tampoco se preocuparon por hacerlo. Atisbó un movimiento extraño en él, lo que le hizo aumentar su atención. ¿Había tropezado con su cabello acaso? No lo creía, pues esa coleta estaba lo suficientemente alta como para no dejarlo arrastrar mucho. Pero entonces, no entendía la razón de ese… ¿tropiezo? Sin que ninguno de ellos se lo esperara, el magi se desplomó en el suelo, generando un sonido sordo al chocar contra este. Kouen se levantó de forma inmediata, al igual que Hakuryuu, casi tirando la silla hacia atrás. Corrió hacia él, y siendo imitado por Koumei, se arrodilló y enderezó levemente al oráculo, colocando una mano tras su nuca y otra en la espalda. A las princesas no se les hizo necesario moverse, pues el azabache había caído delante de ellas.

-Eh, Judal. –le llamó, viendo al oráculo consciente aún, pero por poco tiempo. Sus entrecerrados ojos carmesí parecían mirar un vacío delante de él, y sus párpados maquillados luchaban por no caer. Estos perdieron la batalla dos segundos después, cerrándose, y asustando mucho más a los presentes. ¿Qué demonios le acababa de pasar? No podía ser por Hakuryuu, apenas le había tocado un poco, y hasta hacía unos cuantos segundos estaba bien.

Pasó que se había alterado más de lo que debía hacerlo en su estado y había abusado de la magia. Aquello se convertiría en algo normal durante esos meses. No sería la última vez que le ocurriera lo mismo, no hasta que ese niño ya no estuviera en él, pero esto ellos no lo sabían, por lo que se alarmaron de sobremanera. No era común que un magi sufriera de algo así tan de repente.

-¡Judal! –la joven princesa estaba perdiendo al compostura, acercándose más de lo que ya estaba, y con lágrimas al borde de sus ojos.

Ese grito proveniente del interior del despacho consiguió sorprenderle, provocando que dejara de apoyarse en la pared. Miró a Ja'far con un deje de preocupación, obteniendo como respuesta el mismo gesto. Era lo que se temía; el magi había terminado cediendo al agotamiento. Le importó poco estar en territorio rival, pues no se lo pensó demasiado cuando fue a abrir la puerta. Sin embargo, se le adelantaron desde dentro. Kouen no tardó en dejarse ver, con el oráculo en brazos, dirigiéndose a paso apresurado hacia quién sabe dónde, siendo seguido por Koumei, pues aconsejó, más bien, ordenó al resto ellos que no les acompañaran. A Sinbad no le hizo ninguna gracia la forma en la que le llevaba, como si no existieran más maneras de cargar a alguien.

-Háganme el favor de acompañarme, si no es molestia. Tú también, Kougyoku. –les dijo con tono elevado, sin detenerse. La princesa, el Rey y el visir les cogieron el ritmo, hasta llegar a lo que parecía una enfermería privada. Dejó al azabache sobre la única camilla, y arrastró una pequeña silla para sentar en ella a la muchacha. Se quedó parado al lado de ella unos segundos, para después girarse y continuar prolongando el silencio, tensando a los otros tres con ello. Su hermano menor no se salvaba tampoco de esa mirada tan… intimidante. Suspiró sin generar ningún tipo de sonido. –Estoy seguro de que sólo es cansancio, sin embargo… Cuénteme, Rey Sinbad. ¿Le ocurrió algo a Judal en toda su estadía en Sindria? –ay, señor… El monarca no respondió de inmediato, mostrando una mueca pensativa, dándole a entender al Primer Príncipe que estaba memorizando. No era así, en realidad estaba batallando entre mentir o decir la verdad. El oficial presionaba con fuerza sus labios, jamás había llegado a experimentar tanto estrés en sólo un día. Si el Rey mentía, en menos de dos meses se haría obvia la falacia que se le ocurriera soltar gracias al ligero bombo que el chico tendría por vientre, y si decía la verdad, se arriesgaba a una guerra. O directamente, a que le mataran ahí mismo, pues no había traído sus contenedores metálicos con él. Qué estúpido. Y Ja'far no podría solo con ellos. -¿Y bien? –cómo le gustaba presionar al condenado pelirrojo.

-Ahora mismo no soy capaz de recordar algún incidente, a excepción de algunas discusiones con mi oficial, pero nunca llegaron a sobrepasar las palabras. –su tono serio convenció por poco a Kouen. Tampoco mentía, pues era cierto que no hubo ningún problema que él supiera, mas ya sabía que de eso no trataba el tema. Había escogido esquivar la pregunta de una forma casi invisible e inteligente. El príncipe más mayor pareció tener suficiente con eso, sin embargo… El de cabello lila pudo notar la mirada del otro príncipe sobre él. Este no se dio por satisfecho, aunque no habló. El hombre con perilla caminó hasta la puerta, y se detuvo.

-No creo que deban adjudicarse la molestia de supervisar a un miembro del Imperio Kou, por algo son nuestros huéspedes. Kougyoku se encargará de él. –salió sin decir más.

-Ah… ¡Sí! –se le notaba en su voz aguda; estaba nerviosa.

Sinbad se acercó hasta quedar al lado de ella, y posó la mano sobre su hombro, mas esta vez no fue capaz de sonreírle de esa forma galante en la que siempre lo hacía, sino que lo hizo de manera tranquila. ¿Por inconsciente fidelidad al oráculo, tal vez?

-No se preocupe, Princesa. Judal está bien, sólo necesita descanso. –aquello pareció calmarla, pues dio un pequeño suspiro. Aunque aún se le notaba un poco tensa, y sabía que era por su presencia. Dirigió su mirada entonces al magi oscuro. Con el leve ajetreo ni cuenta se había dado del nuevo peinado que portaba. Se le veía bastante bien, y atractivo. Muy atractivo. Casi tuvo que reprimir un gruñido de satisfacción ante tal vista. Observó después cómo Kougyoku se levantaba y se dirigía al armario, sacando de él una pequeña botella, posiblemente, llena de alcohol al natural, y un trozo de algodón. La joven lo empapó ligeramente con el líquido transparente y regresó a su sitio. Olía bastante, lo que confirmaba que sí era alcohol. No pudo evitar sonreír con gracia, pues irónicamente, Judal detestaba esa sustancia. La princesa posaba y rozaba con delicadeza el trozo húmedo de algodón sobre el corte que el magi tenía en la mandíbula, aun a sabiendas de que el rukh le sanaba cualquier cosa. Ella no podía evitarlo, y si aceleraba su curación con eso, mejor. Se dio cuenta de que se preocupaba por él, aunque nunca atisbó en el oráculo una cercanía con ella. Sólo una vez, cuando amenazó con traer la guerra a Sindria en nombre del Imperio Kou, diciéndole a la joven que su sueño siempre fue luchar por y para el Imperio, y fue sólo para molestarle a él, cosa que consiguió. Se le hacían tan lejanos y ajenos aquellos tiempos, y ni siquiera pasó demasiado desde que ocurrió. Se miraba ahora en el otro extremo de la situación. Aún le costaba trabajo creérselo, habían pasado de una relación llena de odio y resentimiento a una relación amorosa y carnal, pero sobretodo sincera, en poco tiempo, únicamente por haber pasado ratos juntos para llegar a comprenderse el uno al otro. Si lo hubiera sabido antes, habría invitado al azabache a la mínima oportunidad. Así le habría ahorrado parte del sufrimiento y todo el desastre con Al-Thamen. Sentía un poco de miedo al ver ese rostro durmiente de nuevo. Sabía que estaba bien, que no corría peligro. Sin embargo, su muerte le había dejado un desagradable trauma. Apenas habían pasado unas cuantas horas de eso. No sólo estaba preocupado por él, sino también por el niño. Había visto cómo el vientre de Judal era presionado por las gruesas ramas del ataque de Hakuryuu, y también su mueca de dolor. Rezaba al cielo, e incluso al infierno, para que su retoño no hubiera sufrido daños.

-Rey Sinbad, -la voz suave de Koumei se escuchó por primera vez. -¿les importaría acompañarme, por favor? –habló en plural, refiriéndose también a Ja'far.

-Por supuesto. –muy a su pesar aceptó. No quería separarse del magi oscuro hasta que se despertara, y menos ahora que se deleitaba con una nueva imagen de él. Se dio la vuelta para salir tras el Segundo Príncipe, no sin antes volver a observar al magi.

Kougyoku les vio marcharse, cerrando la puerta y dejándole al cuidado del oráculo. Se había dado cuenta. Los ojos de Sinbad reflejaron exactamente lo mismo que los suyos cuando ella misma le miraba. Pero esa mirada iba dirigida a Judal. Se volteó hacia el chico que aún dormía, y sonrió de forma triste.

-Eres muy afortunado, no sabes cuánto me gustaría estar en tu lugar. –soltó sin querer unas pequeñas lágrimas que pronto se limpió. Lo había visto. El Rey reflejó en sus orbes dorados amor hacia el oráculo, y esas cosas las deducía con facilidad. Por primera vez, deseó no ser tan observadora. –Pero soy feliz si tú lo eres también. –no pudo evitar humedecer sus ojos de nuevo. Sin embargo, no sabía si él correspondía al monarca, aunque de igual forma lo aceptaba.

No tardaron demasiado en ser guiados hasta la biblioteca en un silencio, común y normal para Koumei, pero incómodo para los otros dos. Ninguno sabía por qué el Segundo Príncipe les había pedido que fueran con él, y por si fuera poco, a un lugar usado para el estudio y la afición de la lectura. En cuanto entraron, se les hizo imposible con abrir la boca ante la inmensidad del lugar, tan repleto de pergaminos por todas partes, tanto en mesas como en estanterías. No le extrañaba que Judal tardara tanto cuando estuvo rebuscando los papeles de Kouen, sólo para terminar dándose cuenta de que se los había llevado. Para Ja'far era el paraíso. Aunque para Sinbad… Admitía que era un sitio impresionante, pero no era muy fan de la lectura. Continuaron siguiendo al príncipe, mirando cada cosa como si fueran niños. Ni siquiera la biblioteca de Sindria se le acercaba. Se detuvieron al ver que el de ojos rosas lo hacía, empezando a rebuscar con calma entre algunos pergaminos en una estantería. No sabían para qué demonios les había traído, y estaban muy curiosos por saber. Sacó un pergamino y se giró hacia ellos, ofreciéndoselo al Rey sin decir nada. Este lo abrió, y apenas pasaron unos milisegundos para que se pusiera pálido. El albino no pudo evitar perder un poco de su compostura al asomarse para leer al menos el título, quedándose después en el mismo estado que el monarca. ¿Cómo era posible que Koumei…?

-Embarazo en Magis. –dijo tranquilo el título de ese pergamino. Ante las descolocadas, y posiblemente asustadas, miradas de los otros dos, continuó. –Leí hace un tiempo todo el libro de la historia de los magis, aunque yo lo tengo separado en puntos por pergaminos. Pude darme cuenta sin problemas de lo que realmente le pasa a Judal sólo con observar su comportamiento y "síntomas". –hizo comillas con los dedos. –También estuve viendo la pelea, pero desde el otro lado. Su rendimiento en ella fue pésimo, y se movía más lento de lo normal. Y después el desmayo en el despacho. Los magis no son capaces de enfermar ni de agotarse así, y lo único que provoca esas cosas en un magi es un embarazo. Lo que terminó por confirmármelo fue su cara cuando Hakuryuu le presionó con sus ramas. Se veía asustado, y Judal nunca ha mostrado ese tipo de emociones, aun estando en situaciones peores. –el Rey y su visir aún no eran capaces de borrar su mueca de terror, como si fueran a ser asesinados. –El hecho de que Judal esté encinta no me sorprende, es algo natural. Lo que sí me descoloca es que haya sido tan pronto, aún es demasiado joven. –se rascó un lado de la barbilla. – ¿Debo suponer que es usted su "compañero de juegos"? –era demasiado obvio, Sinbad no era conocido precisamente sólo por sus hazañas, sino también por ser un cortejador de primera, no por algo le apodaban "El Galán de los Siete Mares". Este ya parecía competir con el color claro de los pergaminos de lo pálido que se estaba poniendo, y Koumei se dio cuenta. –No se preocupe, yo no soy quién para mencionar nada. –aquello hizo que el Rey y su visir recuperaran los colores junto con un suspiro de alivio.

-En verdad, no sé qué decir. –estaba completamente en blanco.

-Podría empezar por explicar cómo ha sido posible que Judal, con lo mucho que le odiaba y detestaba, terminará en esta situación. Digo, -carraspeó un poco. –un bebé no se forma… así porque sí. –no pudo evitar sonrojarse mientras desviaba la mirada y se frotaba el lateral de su cabeza, pero pronto se calmó, volviendo a mirarle. –Me gustaría saber cómo consiguió que Judal le soportara lo suficiente como para llegar a… hacer… eso. –y de nuevo se puso rojo. Sinbad no pudo evitar reír un poco, confundiendo al príncipe.

-Si le soy sincero, joven Príncipe, yo tampoco lo sé con certeza. Sólo sé que la convivencia nos hizo cada vez más cercanos, y terminó dándose una… relación.

-Oh. –Koumei abrió un poco los ojos, sorprendido. No se le pasó por la cabeza que el magi oscuro pudiera llegar a sentir algo por alguien que no fuera odio o repulsión. Aunque, ahora se le hacía un poco obvia esa insistencia del oráculo para que el monarca se uniera a él. Tal vez siempre sintió algo y ni siquiera el mismo chico se dio cuenta. –Le haré la misma pregunta que mi hermano, si me permite, pero en otro sentido. –pausó. -¿Le ocurrió algo en Sindria que le hiciera cambiar? –vio, confundido y algo preocupado, cómo la mueca del Rey se adornaba con una sonrisa melancólica. Aquello parecía ir para largo al observar cómo se sentaba en una silla. Le imitó, poniéndose cómodo, de frente a él. Ja'far simplemente continuó en su lugar, de pie y al lado de su Rey. A partir de ahí, el oído del pelirrojo se agudizó, escuchando con atención cada palabra que el hombre dijera. Este comenzó a explicarle todo desde el principio; sus inesperadas visitas, su petición de destruir a la organización, lo que fue capaz de hacer con tal de que un ataque de Al-Thamen no acabara con él, su experiencia en el interior de Judal junto con Aladdin y todo lo extraño que encontraron y quitaron de él y su estado de trance. Desde ahí le detalló el comportamiento que tuvo después, hasta ese momento, e incluso se atrevió a decirle, con un poco de miedo, que justo ese día había muerto y vuelto a la vida. La cara del Segundo Príncipe era todo un poema. En ningún momento supo que Judal tuviera tal problema mental desde tan pequeño por culpa de la presencia de la organización. Pero al menos había sido resuelto gracias a Sinbad, y sabía que no era algo que debiera despreciarse. Ignoró el hecho de que mataron al magi por accidente, pues fue justo eso; un accidente. Uno demasiado estúpido a decir verdad. –Woh… Perdone mi insolencia, pero me ha dejado sin palabras.

-No importa, el primero en quedarse sin palabras fui yo, de todas formas. –sonrió, para después transformar su rostro en preocupación. –Es una suerte que sea tan comprensivo, pero no sé si sea lo mismo con el príncipe Kouen. –hizo que Koumei pusiera la misma mueca.

-Mi hermano es muy difícil de tratar, cierto. Y tampoco es que su temperamento sea demasiado agradable. –se formó un silencio incómodo. No por ellos, sino por pensar en cómo se pondría el Primer Príncipe si se enteraba del embarazo del oráculo, porque el resto, tal vez, no era necesario que lo supiera. –Pero estese tranquilo, puede contar con mi ayuda en cuanto a este tema. –se levantó, siendo imitado por el monarca. -¿Por qué no va a ver si Judal ha despertado? Su historia ha durado como hora y media, ya debe de estar en pie. –recogió el pergamino que le ofreció al principio y lo colocó en su sitio.

-Gracias por su tiempo, príncipe Koumei. –y caminó con calma, pero ligero, hacia la salida, siendo seguido por un muy satisfecho Ja'far.

-Sentí que iba a morir. –suspiró con una sonrisa nerviosa.

-No has sido el único.

No tardaron en escuchar un pequeño alboroto detrás de la esquina que estaban por doblar. Curiosos, se acercaron más hasta llegar a ella, sólo para ser espectadores de una escena algo... ¿perturbadora?

-¡Suelta! ¡Yo no hice nada!

-¡¿Que no?! ¡Tengo las pruebas en la cabeza, desgraciado!

-¡Digo que yo no fui, fue Kougyoku!

-¡¿Qué?! ¡Eso es mentira! ¡¿Por qué mientes de forma tan descarada?! ¡Culpar a una señorita no es de caballeros!

-¡¿Sabes lo que me va a costar quitarme este desastre?!

-¡Aaay! ¡No tires, me vas a dejar sin cara!

-¡Así no tengo que seguir viéndola!

-Dios mío… -al albino le dio un leve tic en la ceja. Vio cómo Sinbad se acercaba a los tres, dispuesto a poner orden.

-A ver, a ver. –llamó la atención de los chicos, provocando que se detuvieran en la posición en la que estaban. La única que parecía fuera de peligro era la joven princesa, que se encontraba de pie al lado de los otros dos, ahora sonrojada. Pero estos… Kouha estaba tirado en el suelo, agarrando por los brazos a su agresor, quien era Judal. El magi, sentado sobre él para evitar que escapara, le tenía bien enganchado de las mejillas, tirando de ellas lo más fuerte que podía. ¿La razón? Al parecer, Kougyoku se quedó dormida mientras supervisaba al oráculo en la enfermería, y el chico de cabello rosa aprovechó para entrar y llenar de finas trencitas casi todo el cabello largo de este, que continuaba recogido en la coleta. -¿Qué pasa aquí?

-¿Que no es obvio, idiota? –cómo no, el primero en reñir fue el azabache. -¿Hace falta que te restriegue el pelo por la cara para que lo veas?

-Hey, no la tomes conmigo ahora, si el culpable es él.

-¡¿Qué?! –el Tercer Príncipe se alteró más. ¿Tan mal se le daba actuar que incluso el Rey de Sindria, que no estuvo con ellos, le culpaba?

-¡¿Ves?! ¡Hasta el Rey estúpido sabe que has sido tú! –sonrió victorioso, volviendo a tirar de los cachetes del otro.

-¡Aaay! ¡Vale, vale! ¡He sido yo, pero ya, déjame! –se le estaban escapando unas lagrimitas cómicas.

-No, no. Si no quería que confesaras, lo que quiero es hacerte sufrir.

-¡Nooooo!

-¡Sííí…! ¡¿Eh?! –se sorprendió de sobremanera al verse alejado del suelo y del cuerpo del príncipe, notando cómo era levantado por los costados y por debajo de los brazos. Kougyoku desvió inmediatamente la mirada, aún más ruborizada, pero ahora con un deje de tristeza. -¿Qué haces? Aún no he terminado con él. –se quejó, girando la cabeza para intentar mirarle.

-¡Jojo! Yo creo que sí, ya está lo suficientemente adolorido. –se alejó un poco de Kouha, que estaba sobándose los cachetes de forma circular en posición fetal, y plantó en pie al magi oscuro, dirigiendo su vista dorada a la muchacha. –Siento haber tenido que intervenir así, Princesa. –regresó su mirada a Judal, que miraba con una sonrisa ladeada al chico en el suelo. Del oráculo en general, pasó a observar la coleta. Una gota fría de sudor bajó por su sien y tomó en sus manos toda la melena. No le extrañaba que el azabache quisiera hacerle sufrir, le había llenado todo de trenzas finas. Con lo tardío que era deshacerlas cuando eran así. No era consciente de ello, pero Kougyoku observaba con atención y vergüenza, ya menos afectada emocionalmente al ver que el de ojos rojos no le alejaba ni parecía molesto. Le relajaba de cierto modo ese rostro tranquilo, un rostro que Judal no solía tener a menudo, pero que a ella le encantaba. -Va a ser difícil quitarlas... -Judal le arrebató la melena, sin fiarse por si la enredaba más.

-¡Kougyoku...!

-¡Ka Koubun me llamó hace un rato, no me gustaría hacerle esperar más! ¡N... nos vemos luego! -le interrumpió, empezando a correr hacia otra dirección. Mintió, no quería tener que ser ella la condenada en arreglar el desastre que Kouha le había hecho al magi.

No podía ser, su única buena opción había salido por patas. Miro al príncipe, que continuaba quejándose en el suelo. Ni de coña le pedía a ese que arreglara el estropicio en su pelo. Ya había tenido suficiente con él. Por lo que sus únicas y últimas opciones eran... Se dio la vuelta hacia el Rey, mirando de vez en cuando a Ja'far, que estaba un poco más allá. -Ugh... -La cara sonriente de Sinbad lo decía todo. No, él no. No se merecía si quiera tocarle el pelo. Volvió a dirigir su vista al albino, y este lo notó, no haciéndole demasiada gracia. Para ser sinceros, a ninguno de los dos le agradaría, pero no le quedaba otra. Caminó hacia él, ignorando al monarca, quien quedó confundido.

-Tú, monja.

-Ja'far. -no pudo evitar gruñir un poco.

-Como sea. -hizo un gesto de aleteo con la mano, restándole importancia. -Ayúdame con esto, eres el único aquí que parece fiable. -aquello hizo parpadear un poco al pecoso.

-... Bien. Pero sólo porque es lo primero bueno que me dices. -empezó a caminar, pasando al lado de Sinbad, y siendo seguido por Judal.

-Pero... ¿Y yo qué? -andó tras ellos, un poco dolido, y abandonando al joven príncipe.

-Nos prestarás tu habitación, seguro que es más grande que la mía. -sentenció con calma el oficial.

-Vale, vale. -suspiró de forma pesada.

No pasó mucho hasta que llegaron, entrando por la puerta corrediza estilo oriental. El magi oscuro no tardó en adjudicarse la cama, sentándose con las piernas cruzadas, esperando a que Ja'far hiciera lo mismo detrás de él, lo que este no tardó en realizar.

-Y más te vale no enredarlo más o Sindria perderá un oficial. -para él su cabello era lo más importante de todo. El albino hizo como que no escuchó que eso y se dispuso a separar cada trenza por un lado para evitar que se anudaran entre ellas. Sinbad observaba, de pie, delante del oráculo, y sintiéndose algo inútil.

-¿No puedo ayudar?

-¡No! Tú seguro que lo dejas peor.

-Deja de moverte. -le avisó. El magi oscuro le hizo caso. Todo fuera por su cabello. El oficial, en parte, alucinaba con el tacto. No imaginó que pudiera llegar a ser tan suave y agradable al tocarlo. Podría tirarse así horas y no se cansaría. Ahora entendía un poco la actitud del Rey en los jardines.

-Prometo no hacerlo, por favooooor. -junto las palmas de sus manos y agachó la cabeza en petición. ¿A quién no le encantaba deleitarse las manos con esa cabellera?

-¡Aaaargh! ¡Vale, pero como hagas algo mal, mueres! -vio cómo sus ojos dorados se iluminaban y se subía al colchón para posicionarse detrás de él, y al lado de Ja'far.

-No lo hará, yo superviso. Le dejaré lo que estoy haciendo ahora, así puedo centrarme en deshacer las trenzas que ya están separadas. Iremos más rápido. -el oráculo no le respondió, se sentía incómodo al tener más de dos manos encima. -Mira, empieza aquí. -eso se lo dijo al Rey, señalándole en donde se había quedado.

Dos horas. Dos malditas horas para desenredar y deshacer las condenadas trencitas de Kouha. Y es que, con esa longitud de pelo hasta daba miedo verlo. Tan ocupados estuvieron en ello que un sirviente tuvo que traerles la cena a la habitación, haciendo una pausa para comer, y regresando a la pesada tarea. ¿Cómo era posible que Judal lo tuviera tan bien cuidado? ¿Cuántas horas le dedicaba ese chico a su cabello? Ninguna, realmente. Lavaba, acondicionaba y secaba al aire. O cuando tenía prisa, con magia de viento y calor. Así de simple. Tal vez fuera la magia lo que le daba ese toque irresistible al tacto. Los tres habían cedido. Sinbad y Ja'far por el costoso trabajo, bien hecho al menos, y Judal por estar dos horas en la misma posición sin poder moverse. Derrotados por el pelo del magi oscuro, y tirados de cualquier manera sobre el colchón. Quién lo iba a pensar. El albino trató de levantarse como pudo.

-Demasiado por hoy, me voy a dormir. -hasta su voz sonaba agotada, y tenía las ojeras más notorias que jamás le salieron. Se paró en el suelo y caminó con pesadez hasta la puerta, murmurando cosas inentendibles al oído humano bajo las otras dos miradas, ambas igual de horribles, pero una de ellas levemente fruncida. Salió y cerró, luchando por mantener sus ojos abiertos. Podía quedarse perfectamente dormido en el pasillo mientras llegaba a su cuarto.

-Y luego el loco soy yo. -el oráculo estaba tumbado boca abajo, pero cambió hasta quedar mirando al techo.

-Me muero... -Sinbad no era capaz casi ni de moverse, tumbado de lado.

-Pues muérete en silencio.

-Qué cruel... -hizo un puchero.

-No más que tú cuando decidiste ocultarme lo de este. -se señaló con molestia el abdomen, girando la cabeza para mirarle. -Y suerte que a tu perro se le haya soltado la lengua en menos de un día.

-Judal...

-¿Por qué lo hiciste? -tan indignado. El monarca tardó en responder.

-Tenía miedo. Me aterraba pensar que pudieras rechazarme a mí o al niño. Creí que sería buena idea si te enterabas más tarde, pero en realidad... -soltó un suspiro. -Sólo retrasaba el momento por no tener el valor de enfrentarlo. -le miró con un deje de tristeza. -Lo siento. Comprendo que sigas enfadado conmigo, no ha estado bien. -el azabache suspiró derrotado, Sinbad le había terminado dando pena. Un gran Rey teniendo miedo y confesándolo así, sólo él era capaz de hacerlo.

-Ya da igual. Lo hecho, hecho está. -se sentó, recolocando un poco su coleta.

-Judal.

-Mmm. -le escuchaba, viéndole sonreír.

-¿Qué somos?

-¿Eh? -no había entendido eso.

-Nuestra relación. -se incorporó y gateó hasta sentarse al lado del magi.

-¿Pa... pareja? -desvió su mirada carmesí, avergonzado y un poco tenso. El Rey ya debía saberlo, ¿cierto? Notó cómo este le tomaba del mentón y le hacía mirarle. Esa sonrisa sincera, adornada con una amorosa mirada dorada, le calaba los huesos.

-Somos... novios, ¿no? -esa palabra englobaba tanto compromiso que el oráculo no pudo evitar ponerse más nervioso y rojo, desviando la cara de golpe.

-Supongo... -estaba tan avergonzado. Sinbad le besó la mejilla, acto que terminó por dejarle cual tomate, tapándose la cara con las manos. Le iba a dar un patatús ahí mismo. Montaría alboroto y le gritaría para desahogar esa vergüenza, pero si lo hacía corría el riesgo de que llamara la atención fuera de la habitación y de que Kouen le regañara por estar en una que no era la suya, y no era bonito cuando eso pasaba.

-¿Puedes apartarte un poco, cielo? -se destapó el rostro. No se dio cuenta de que el adulto ya estaba abriendo la cama, y él se lo impedía al estar sobre las colchas. Un momento... ¿cómo le había llamado?

-¡No digas eso! -se levantó de un salto, dándole la espalda, bastante tenso, aumentando, si es que se podía más, su sonrojo. El monarca terminó esa tarea y comenzó a desnudarse.

-¿Por qué no?

-¡Da vergüenza, y suena gay! -aquello hizo reír a Sinbad.

-Eres gay. -menuda aclaración. El magi se dio la vuelta de forma brusca para encararle, sin ser capaz de reducir sus colores.

-¡Pues... pues...! ¡Tú también eres gay! -le señaló acusador.

-Ahora claro que lo soy, y es por ti. -tan sincero y sonriente. Se desprendió de la última prenda y se metió en la cama.

-¡Ngh! -el oráculo se agarró de los pelos. Ese hombre le desesperaba.

-¿Me acompañas o te irás a tu cuarto? -apoyó el codo en la almohada y la mejilla sobre su mano, observando la corta indecisión del chico. Este no tardó en bufar y quitarse el pasador, dejando caer su cabello ondulado hasta el suelo, continuando después por sacarse la tela blanca de sus hombros y tirándola a cualquier lado. Para sorpresa del Rey, Judal no terminó ahí, pues le vio bajarse los pantalones y dejarlos donde caían. No pudo evitar sonreír, satisfecho con lo que tenía delante. -Eso es nuevo.

-Cállate, sólo es porque esas cobijas son muy gruesas y no tengo ganas de ponerme a sudar como un cerdo en plena noche. -se subió al colchón y se tumbó de lado hacia el monarca mientras este se encargaba de taparlos a ambos.

Se quedaron mirando unos segundos. Dorado y carmesí, oro y sangre.

-Te amo.

-¿Cuánto más piensas avergonzarme hoy, idiota? -no pudo evitar fruncir un poco el ceño.

-No tengo pensado dejar de hacerlo alguna vez. -acarició su suave muslo por debajo de las sábanas, reanudando de nuevo el demandante color rojo en las mejillas del azabache.

-Estúpido. -gruñó. Ante eso, Sinbad deslizó rápido su mano hasta el blando glúteo, y lo palmeó de forma sonora.

-¡Ay! ¡¿Otra vez?! -el manotazo le había picado. Ya le había hecho lo mismo en Sindria, sólo que ahora no tenía tela ninguna para opacar el cachetazo. Ese le iba a dejar la mano marcada. Lo único que recibió como respuesta fue una bonita sonrisa. Apretó los labios y frunció más el ceño. A veces se sentía un poco acosado, el Rey era muy poco pudoroso. Notó esa mano volver a centrarse en acariciar su muslo por completo.

-Me encantan tus piernas.

-Ya me lo habías dicho. -en parte, le gustaba cuando le decían que una parte su ser encantaba. Se sentía importante e inalcanzable sin saber por qué.

-Podría dormirme y seguir acariciándolas en sueños.

-Me halagas. -sonrió de lado, cerrando los ojos. Sinbad se incorporó y le dio un beso en la frente. No los abrió hasta que percibió algo que no se esperó. Sintió otro beso, pero no en alguna parte de su rostro, cuello o pecho. Lo sintió en el vientre, junto con un leve escalofrío por ello. Bajo su vista, muy confuso, encontrando al Rey metido entre las cobijas, pero pronto salió. -¿Qué demonios...?

-Sólo le daba las buenas noches al bebé. -rió un poco, volviendo a colocarse como estaba.

-Estás mal... -frunció el ceño, acurrucándose y rompiendo cualquier tipo de distancia que tuviera con el cuerpo del adulto. Qué incómodo le dejaba lo del niño. Sinbad volvió a reír, posando la mano sobre la cintura del oráculo y cerrando los ojos, acto que este también imitó, con un suspiro tranquilo. Ahora, muy posiblemente, se encontraran tres en esa cama.

No era fácil saber si era de día o de noche dentro de una de esas habitaciones. Las ventanas no eran su fuerte. Tal vez porque el Palacio no era realmente un lugar cerrado una vez se ingresaba en él, pues sus pasillos únicamente disponían de una pared y un techo, dejando el otro lado al aire libre con unas vallas muy bien fabricadas, conectando con algunos de los muchos patios interiores de los que disponía. Su reloj biológico dio la alarma, haciéndole una idea, más o menos, de qué hora era. Aunque no fue eso lo que terminó por espabilarle. Sentía algo fuera de lo normal... ahí abajo. Una descarga eléctrica le recorrió el cuerpo, soltando un gemido por sorpresa. Abrió sus ojos de una vez. Continuaba tapado hasta la cintura por las sábanas, pero bajo estas telas sobresalía un bulto de tamaño considerable que se movía al mismo tiempo que él notaba esas corrientes en su cuerpo. Se sentía húmedo, demasiado húmedo.

-¡Ngh! -intentó retener la voz, levantando las cobijas y encontrando una agradable vista. Sonrió de forma cómplice. -¿Tienes hambre, Judal? -este detuvo sus movimientos, dejándose su levantado miembro en la boca para mirarle. Una mirada lujuriosa y centelleante como jamás había visto. -Woh... -el magi vació su boca y sonrió con sorna ante el ensimismamiento del hombre.

-Ya era hora, tu amiguito era el único que me estaba haciendo compañía. -lo tocó un par de veces con el dedo, jugando. Si supiera cuánto le había costado decidirse a realizarle la felación o no por culpa de sus escrúpulos. Escrúpulos que ahora ya no tenía. Lamió sin avisar toda su longitud, provocando que Sinbad se encogiera con un ligero temblor. Le pareció tan divertida esa reacción que no pudo evitar reír. -Hey, Rey estúpido. -se incorporó y se sentó sobre el bajo vientre de este mientras le acariciaba el miembro que ahora tenía detrás. -Vamos a hacerlo. -gracias a que Judal se desprendió de sus pantalones la noche anterior el monarca podía ver la necesidad del oráculo, tan excitado. Se notaba con mirarle un poco en general para ver que tenía muchas ganas de una sesión de gritos. Sin embargo... No, Sinbad no podía cumplirle su deseo carnal. No hasta que... Este se estiró un poco hacia la mesa que tenía al lado de la cama, confundiéndole. -¿Qué demonios haces?

-Compruebo algo. -y efectivamente. Abrió el cajón de arriba y sacó ese libro tan importante. El magi lo comprendió entonces, y no le agradó nada.

-No... ¿es en serio? -ahora resultaba que cada cosa que hiciera la tenía que consultar ahí.

-No quiero cometer más errores que puedan ponerte en riesgo. -abrió el libro, encontrando rápido lo que buscaba. Después de unos segundos lo volvió a cerrar y a guardar. Judal se estaba cansando. Pronto se le iría el calentón.

-¿Y bien? -observó al detalle cómo el Rey se incorporaba, pero no sonreía. -Tsk, entiendo. Estúpido libro... -se apartó del cuerpo del adulto, y se dispuso a bajar de la cama para vestirse sus pantalones y su manto, pero no llegó a hacerlo. Lo único de lo que fue consciente era que sintió un tirón de su brazo y ya se encontraba boca abajo en el colchón. Sintió como un peso se le subía encima.

-¿A dónde crees que vas? -Sinbad le susurró al oído, con ambas manos a cada lado del azabache, sin dejarle escapatoria. El libro le había dado el visto bueno. Judal sonrió de lado, transformando después su rostro en una mueca lastimera.

-¿Qué va a hacer, Rey Sinbad? -su voz sonó falsamente quebrada y asustada. Este mordió su hombro, haciéndole soltar un quejido alto, por lo que no tardó en taparle la boca. Eso le sorprendió, no vio venir ese movimiento. El monarca sabía perfectamente que el oráculo se había lubricado antes para perder menos tiempo, pudo darse cuenta cuando se sentó sobre él.

-¿No es cierto eso que dicen de que tener sexo mañanero mejora el humor el resto del día? Pues voy a hacer que estés más contento que ayer. -se incrustó en él sin avisar.

-¡Mmmm! -gritó en la mano del Rey, doblando un poco más las rodillas para levantar las caderas y apoyando los codos. En parte, agradecía que Sinbad le tapara la boca, tanto por precaución a que escucharan su escándalo como por morbo. Le excitaba de más que lo hiciera. Por primera vez, quería ser sometido con autoridad. El de cabello lila empezó a moverse suavemente, pero sin ser lento, acto que comenzaba a volver loco al magi. -¡Mm...! -necesitaba más, y Sinbad iba a dárselo, por lo que aumentó.

La penetración se inició en un punto algo tardío del calentón, dando por hecho que ambos iban a durar bastante poco. Las continuas y enérgicas embestidas se volvían salvajes y violentas, haciendo estremecer al que las recibía, aún siendo privado de poder gritar con libertad. Pero eso sólo aumentaba más la lascivia, acercándoles al final del acto. Quien lo estaba teniendo difícil era el Rey de Sindria, que tenía que tragarse cada gemido. De un sólo golpe, liberó toda su esencia en el interior del oráculo, provocándole un fuerte espasmo que le hizo aferrarse a la almohada y terminar sobre las sábanas arrugadas. Cayó sobre él, apoyándose en los codos, más agotado por haber acallado su propia voz que por la sesión de sexo en sí, aunque no significaba que no lo hubiera disfrutado. Liberó entonces la boca de Judal, permitiéndole jadear con descontrol.

-Eres... un bestia. -sonrió, dándose la vuelta.

-Pero te encanta. -le devolvió el gesto, para después besarle con hambruna, siendo correspondido al sentir cómo su cuello era rodeado por los brazos del muchacho. Pero este se separó de golpe, confundiéndole. -¿Qué pasa?

-Nada, sólo me sentí raro por un segundo. -se estiró, estando aún debajo del cuerpo del Rey, haciéndole reír.

No debían tardarse demasiado, pues las embarcaciones ya se encontraban en el puerto. Habían salido del edificio, pero no del Palacio en sí, estando ahora en el gran patio exterior. Kouen, Kougyoku y Hakuei se encontraban allí para despedirles. Sinbad y Ja'far estaban de frente a ellos, agradeciéndoles por la estadía nocturna y el transporte. Y Judal a un lado, entre ambos grupos, con las manos entrelazadas tras su nuca. Por suerte, había encontrado otro lazo en el cajón en el que el monarca guardó el libro antes, por lo que ya podía portar su típica trenza.

-Eso es todo. Me alegra que hayan pasado una noche agradable en Kou. -el Primer Príncipe parecía tranquilo. -Su embarcación les espera, no creo que quieran perderla. No son muchas las que cruzan cerca de Sindria.

-Gracias por todo, príncipe Kouen. En verdad, aunque haya sido para devolver el favor, este recuerdo no quedará en el olvido. -se dio la vuelta con una sonrisa, aunque esa más bien se la dirigió al magi oscuro. -Nos vamos, entonces. -se dio la vuelta, siendo seguido por el albino, pero también por el oráculo. El pelirrojo frunció un poco el ceño en confusión.

-¿A dónde vas, Judal? -aquello hizo detenerse de golpe al mencionado y al hombre de ojos dorados, y tensarse al oficial de este. Esos dos lo habían olvidado por completo. Olvidaron que el chico ya no tenía por qué regresar a Sindria.

Sinbad y Judal se giraron de golpe hacia Kouen, quien sólo miraba al magi, como pidiendo explicaciones de por qué se había puesto a seguir como un patito al Rey. Este tragó en seco. Era cierto, el chico pertenecía al Imperio Kou. Lo de Al-Thamen se había terminado y ya no tenía motivos para irse con él. Bueno... los tenía, pero sólo Koumei, y, posiblemente, Kougyoku lo sabían. Ella parecía tan afectada en ese momento al ver el rostro de sorpresa de ambos. Pero nada se podía hacer realmente.

Sinbad debía volver a su reino, y Judal tenía que quedarse en el Imperio como su magi y sacerdote, el único mago del que disponía ahora la gran nación militar.


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