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Recuperando lo robado por Scardya

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"Anteriormente…

-Acepto. –vio cómo el bello rostro de Jahan se iluminaba como si de una estrella se tratara.

-¡Gracias! ¡Juro que no se arrepentirá de esto! –se abrazó a él con todas sus fuerzas, siendo totalmente aceptada y correspondida. Los brazos del rubio la rodeaban con entusiasmo. Alibaba se sentía tan feliz. Sin embargo, estando en ese reconfortante abrazo, ninguno de los dos podía verse la cara, y la muchacha lo sabía. Ella sonrió de forma ladeada, mirando al frente con perversión. –Je, al final resultó tan fácil poner la estrategia en marcha… Qué tipo tan idiota…"

El chico deshizo el abrazo y le tomó por los hombros con una radiante sonrisa.

-Avisaré de que pasaré el día contigo entonces. –se le hacía tan irreal. Incluso podía escuchar el latir de su propio corazón. -¿Me acompañas o esperas aquí? –ella estuvo a punto de responder alegre, sin embargo, su mueca no tardó en transformarse en lástima.

-Pero… ¿el Rey de Sindria no se enfadará si entro en su Palacio? -se le notaba nerviosa.

-No lo creo. -esa sonrisa destilaba tanta confianza. No pensó que con lo coqueto que era Sinbad con las mujeres fuera a echarla. -¿Vienes?

-¡Sí! -sonrió, mas su adorable rostro se tornó en sorpresa cuando Alibaba le tomó de la mano, aunque pronto volvió a curvar sus labios rosados, ahora con un tierno sonrojo.

Ambos entraron al Palacio, sin embargo, la joven continuaba un poco tensa. El rubio iba a avisar a sus amigos de que iba a pasar el día fuera, con ella. No siempre se tenía la oportunidad de presentarse una admiradora enamorada.

Les encontró rápido donde los dejó, en los jardines, sentados sobre el pasto y algo agotados por el entrenamiento.

Morgiana y Aladdin no dejaron oculta su curiosidad al ver a la muchacha, pero una cosa era clara; la joven era muy bella. ¿Habría venido buscando empleo de bailarina de Palacio? Si era así, no les cuadraba que estuviera con el esgrimista y no con Sinbad o Ja'far.

La pareja se acercó rápido a ellos.

-¡Hola! -el magi fue el primero en saludar con entusiasmo. Había sido notorio hasta desde lejos, esa chica ya tenía un buen par de razones para caerle bien.

-Hola... -apretó ligeramente el agarre con el ex príncipe. Este lo notó, y le devolvió el apretón, transmitiéndole calma. Parecía tímida a los ojos del niño, tal vez desconfiada. Este pudo darse cuenta de la cercanía que la pareja se traía.

-¿Eres amiga de Alibaba? -preguntó sin dejar de lado su alegría.

-Huh... -muy tímida y desconfiada. Extraño se le hizo al rubio, pues con él no se mostró así, aunque podía ser algo normal.

-Ha venido desde Balbadd sólo para verme. -por el tono utilizado podría decirse que estaba tremendamente orgulloso de esa hazaña, pues las apariencias dictaban que había viajado sola, y Balbadd tenía cierta distancia con Sindria.

-Está muy lejos. -comentó la pelirroja con obviedad.

-Sí, pensé que no sobreviviría al viaje, pero me ayudaron muchas personas en el trayecto. -se rascó la mejilla, nerviosa. Aladdin se sospechaba la razón de tanta ayuda; era bella. Demasiado como para no hacerlo.

-Y aquí estás. -felicitó el joven, a lo que ella sonrió ampliamente, recuperando la confianza.

Pero... Había algo extraño en ella que hizo inquietarse al joven magi. Algo que no encajaba, difícil de comprender. Un rukh tan... raramente típico. Ni siquiera la persona más mediocre poseía un rukh así de simplón a la vez que grande. El rukh de cada ser viviente tenía como mínimo dos características propias de este, pero el de ella... No tenía nada, sólo que el número de aves luminosas era bastante superior en ella. Muy superior. Podía compararse con la cantidad que él mismo poseía. Pero aun así, la energía que desprendía era tan simple y sencilla. Tan inesperadamente normal. La monstruosa cantidad de aves que ella tenía no encajaba con el comportamiento tan normal de estas. Sentía una ligera corazonada que le alertaba sobre la joven, como si tuviera deficiencia de sinceridad. Sin embargo, acababa de conocerla, ¿quién era él para juzgarla tan pronto?

-Hoy pasaré el día con ella por la molestia que hizo en venir, se lo merece.

-Oh, está bien. -el magi sonrió de forma sincera. Si sólo era un día tampoco había demasiado por lo que debiera alarmarse. Alibaba no era tonto, o eso creía... -¿Cuál es tu nombre?

-Jahan. -ella respondió, ahora con un poco más de soltura.

-Es muy bonito. -para Morgiana lo era, le agradaba cómo sonaba.

-Iré a avisar a Judal también, puede que me esté buscando si ha vuelto y no me ha visto aquí.

-¿Ju... Judal?... -a la muchacha de cabello largo pareció ponerle nerviosa ese nombre, incluso le soltó la mano al ex príncipe.

-Huh... Sí. -Alibaba se extrañó ante la reacción inesperada de Jahan, mirándole con confusión, al igual que la pelirroja. Pero la mirada azulada no era para nada confusa, sino algo seria, tal vez de más. -¿Ocurre algo?

-¿Ese no es... el que empezó a lanzar hielos en las calles de los suburbios en Balbadd?... -jugó con sus manos. Al cerciorarse del silencio, continuó. -Yo era... era una de las personas que subsistían ahí, estaba con mi padre... Sé su nombre porque escuché al Rey de Sindria decirlo cuando bajó hasta los suburbios... -comenzó a temblar un poco, impactando al rubio. Con que ella también había sufrido las injusticias del mal gobierno de Ahbmad Saluja. Aquello no hizo más que aumentar su aprecio por ella. Había resistido tanto para convertirse en la hermosa joven que era ahora. Tan llena de fortaleza a los ojos miel del muchacho. -¿Por qué está aquí? Él es... una mala persona... -sintió una mano sobre su hombro, provocando que se girara hacia el esgrimista, pues fue él quien la posó. Este le sonreía.

-No te preocupes. Ha pasado mucho tiempo desde aquello. Y puedo asegurar que Judal ha cambiado a como lo viste ese día. -y aun teniendo las buenas razones para no temer, ella continuaba tensa.

-Id vosotros, nuestra energía no da para nada ahora. -Aladdin rio nervioso. Tenía razón, y ninguno de los otros dos pareció darse cuenta al acercarse. El magi y la fanalis luchaban por mantener su postura sentada, con ligeros tembleques en sus extremidades. Una escena cómica que hizo reír a Alibaba.

-Bien, bien. Nos vemos en la noche. -se despidió de ellos y se llevó con él a Jahan al interior del Palacio, de nuevo.

¿En dónde podría encontrarse Judal? Lo más obvio era que estuviera con Sinbad, andaba pegado a él como solapa prácticamente desde el día siguiente a la celebración. La pregunta era ahora, ¿dónde estaba el Rey? En su despacho pudiera ser, aunque lo dudaba. Teniendo al magi oscuro como compañía en su despacho no era una combinación decente en cuanto a intento de trabajo se refería. El comedor era una opción más posible, el azabache habría aumentado su apetito en todo el tiempo que había transcurrido, y después de lo que pasó con los bollos era obvio que iba a estar bajo la vigilancia de los ojos dorados. O tal vez se encontraran en los aposentos del adulto para... Sacudió su cabeza, evitando pensar de más. Casi estuvo a punto de visualizarlo y eso por poco provoca un traumante sonrojo en él.

-¿Pasa algo, Príncipe Alibaba? -la joven se inclinó un poco hacia delante para verle mejor, con curiosidad. El rubio se exaltó ligeramente al notarle.

-No, no. Sólo pensaba. -se limitó a responder. Demasiado avergonzado.

-Oh. -ella le dedicó una bonita sonrisa y se enderezó en su sitio, continuando la caminata como se debía.

Sin embargo, ninguno de los dos trató de ocultar su sorpresa al ver al Rey encaramado a una puerta. La puerta que daba al estudio de magia.

-Vamos, llevas más de veinte minutos, ¿qué tanto haces ahí dentro? -parecía estar hablándole, más bien, reclamándole a alguien.

La pareja terminó por acercarse, habiéndose puesto la joven tensa de nuevo.

-¿Yamuraiha no te abre? -se permitió bromear un poco, llamando la atención de Sinbad.

-No es... -pero se quedó en impacto, embelesado al instante por la muchacha. Sonrió, girándose hacia ella y le tomó con delicadeza de la mano, y esta no alcanzó más que aumentar sus nervios. -No pensé que tendría tal bendición paseándose por mi Palacio. Siéntase como en su casa, señorita. -besó el dorso de su delicada mano, llevándose una mirada retadora por parte del rubio. El más joven apartó él mismo la mano de su acompañante. Debía tener cuidado con ese hombre si Jahan se encontraba con él. La reputación de galán del Rey con las damas hermosas ya no le parecía tan admirable como antes.

-¿Por qué no tratas de convencer a Yamuraiha para que te abra? Parecías insistir, debe de ser algo importante. -chico listo y algo temerario al encarase así con el adulto, y de eso la muchacha se dio cuenta. Sólo le faltaba ponerse a temblar a la pobre del temor que aparentaba tener.

-¿Huh? -el Rey le miró curioso, hasta que consiguió reaccionar con una leve risa melódica. -No es Yamuraiha quien está dentro, es Judal. -ahora sí consiguieron que la de ojos magenta tiritara levemente, y no pasó desapercibida. Ambos hombres se preocuparon, irónicamente, siendo Sinbad el que parecía haberse alterado más, como si temiera algo grave. -¿Te encuentras bien? -tampoco se acordó de los modales reales. Ni falta que le solían hacer. Se sorprendió ligeramente cuando la joven se agarró al brazo de Alibaba, sacándole al rubio una conmovedora risa. -Parece que os lleváis bien, ¿antiguos amigos?

-No del todo, ella sí me conocía desde hace mucho por ser el príncipe de Balbadd, pero yo no. -una diminuta gota de sudor frío bajó por su sien, estaba un poco avergonzado por ese hecho. -Justo venía a buscar a Judal para decirle que estaré todo el día fuera.

-¡¿Y a mí eso qué me importa?! -se escuchó esa reconocible voz al otro lado de la puerta. Esa contestación le dolió un poco al ex príncipe, pues pensó que en algún momento estaría interesado en pasar el rato con él.

-Sal de ahí, ya sabes que no puedes usar magia. -Sinbad no tardó en volver a su objetivo.

-Sí puedo. -contrarrestó con sorna.

-¡Judal, no te atrevas! -intentó girar el pomo en vano. Estaba bloqueado. -¡Te vas a hacer mal! -sin respuesta. Los dos jóvenes le miraban en silencio mientras suspiraba. -Al menos ábreme.

Unos cuantos segundos hicieron falta para que la puerta se abriera de golpe, dejando ver a un Judal ofuscado. Pero la mueca se borró al iniciar contacto visual con la visitante. Carmesí y magenta parecían leerse entre ellos. El magi arrugó el ceño, y eso llamó la atención de los otros dos. ¿Qué demonios pasaba ahí? ¿Podría haber notado lo mismo que Aladdin antes?

Así hasta que el oráculo pareció aburrirse, regresando su mirada hacia la del Rey.

-¿Qué quieres?

-Sólo quiero asegurarme de que realmente no estás usando ma... -un fuerte portazo casi le aplana la cara. Tan potente que hizo bailar su cabello lila en el aire. Se había quedado parado en el sitio por unos segundos. -¡Judal, tómatelo en serio! ¡No debes jugar con estas cosas ahora! -golpeó la puerta un par de veces con el puño.

-¡Que no voy a hacer magia, sólo quiero leer la teoría tranquilo! ¡¿No tienes que ir a firmar tus papeles y pergaminos?! -el magi alzaba la voz para hacerse escuchar. Recibió un corto silencio. Había calado al adulto.

-Está bien. Confío en que no hagas nada más, así que no me defraudes haciendo hechizos o cosas así. -soltó un ligero gruñido y se rascó la cabeza, dirigiéndose de nuevo a la pareja, aunque más en concreto al rubio. -Ya viste, le da todo igual.

-Siempre le ha dado todo igual, es su forma de ser.

-Cierto. -se sobó un poco la cabeza. -Debería empezar a trabajar, estoy seguro de que se me acumuló mucho papeleo durante el tiempo que estuvimos fuera. -soltó un quejido de desacuerdo. Cómo odiaba su trabajo. Después miró con una sonrisa a Jahan e hizo una leve reverencia. -Un placer, señorita. Espero que disfrute de su visita en Sindria. -le guiñó de forma discreta uno de sus ojos dorados, provocando en ella un sobresalto que el esgrimista notó, por lo que la apretó un poco más a él en lo que el Rey empezaba a caminar para perderse por el pasillo.

Ambos se quedaron mirando en esa dirección.

-¿Ves que el Rey Sinbad no es tan estricto?

-Humm... -aún parecía estar confundida. Demasiados nervios en tan poco tiempo, tal vez. -Pero es un poco...

-¿Coqueta? ¿Directo? -soltó una risa graciosa. -Es fan de las mujeres. -no podía decir nada negativo sobre eso en realidad, pues él también lo era. Su sonrisa se borró cuando Jahan frunció el ceño, parecía que no le había agradado escuchar eso. -¿Todo bien?

-Sí. –tan seca. Eso pareció alertar un poco al rubio.

-Pero no está soltero, ¿sabes? Y aunque admire la figura femenina, su pareja es un hombre. –la joven le miraba sin ningún tipo de expresión en especial, como si no fuera sorprendente. –Sinbad le quiere mucho, y muy en serio. No sé si su… novio… -¿por qué a todos les costaba decir esa palabra? –sienta con la misma intensidad, pero le corresponde, y creo que eso es lo importante. –había conseguido hacerla sonreír otra vez.

-Yo creo que sí lo siente con la misma intensidad. –la atención de Alibaba fue captada aún más. ¿Cómo podía saber ella si eso era cierto o no? Ni siquiera le había revelado la identidad de esa persona. Tal vez una de las cualidades de esa chica era ser muy observadora y había terminado pillando la relación de esos dos antes.

-¿Cómo sabes eso?

-Sólo es una corazonada. –esta vez fue ella la que tomó la iniciativa para tomarle la mano. -¿A dónde vamos a ir ahora? –el entusiasmo podía notársele a la legua.

-¿Te parece si vamos al mercado? –los ojos magenta de la joven mujer se iluminaron.

-¡Sí! –comenzó a reír animada mientras corría por el pasillo, arrastrando a Alibaba con ella. Qué pareja más exótica.

En ningún momento dejaron de correr, al menos el rubio. Jahan se había cansado a los dos minutos después de dejarse llevar por la emoción, por lo que se vio cargada por el ex príncipe sin que ella le dijera nada. No pareció importarle, incluso le rodeó el cuello con los brazos, aunque fue más por seguridad. La llevó así durante todo el camino, y lo mejor es que no se había cansado, ni siquiera sus brazos se sentían resentidos. Era la fuerza del amor, o eso pensaba él. Sí, Alibaba estaba yendo muy rápido en su cabeza, pero era para eso, sólo tenía un día y quería sentir qué era realmente tener pareja. Y a ella le agradó la idea. ¿Por qué no, si ambos estaban de acuerdo? Y fue ella quien lo propuso, otra ventaja más.

Jahan abrió más los ojos, iluminándosele al ver la cantidad de personas y puestos que había, todos tan distintos. Se bajó de los brazos del ex príncipe y le tomó de nuevo la mano, volviendo a arrastrarlo con ella hacia el interior de la calle.

Se pararon por cantidad de tiendas, todas de objetos y alimentos diferentes. En ningún momento dejaron de sonreír. El rubio consentía un poco a la muchacha, queriendo comprarle cada cosa que veía que le gustaba, pero todas las rechazó antes de que las pagara. Ella no quería ser tan aprovechada. Aunque sí le pidió varias veces ver su cuchillo, ese que contenía a Amón. Parecía estar interesada en él.

Llevaban ya un buen rato paseando por todo el mercado, y en ningún momento sus ánimos decayeron. Jahan desvió la mirada hacia uno de los lados, completamente fascinada por lo que acababa de ver. Tiró del brazo del esgrimista, arrastrándolo hacia ahí por tercera… Ya qué, la cuenta de cuántas veces lo hizo se perdió.

-¡Mira! –no tuvo suficiente con estar cerca, sino que tuvo que señalarlo. Su dedo apuntaba a un domador de halcones. El hombre llevaba un grueso guante de cuero cubriéndole la mano y el brazo, y sobre este uno de estos animales.

En cuanto el rubio lo vio, su sonrisa abierta se amplió, haciendo brillar sus ojos miel. Era un ave grande y magnífica, se quedó embobado con ella. Pero en lo que Alibaba se centraba en eso, la joven se había despegado de su lado, entrando en un callejón pequeño cercano. En cuanto lo hizo se apoyó en la pared, cruzándose de brazos.

-Si tratas de asustarme, ya lo jodiste. No tienes madera de mercenario. –su tono fino y delicado despareció por uno un poco más brusco.

Una grave y suave risa se escuchó desde arriba. La joven desvió su cabeza hacia esa dirección sin prisa y con una sonrisa, observando la figura masculina, sentada sobre uno de los anchos muros, y cubierta por ropas de calle, ocultando todo su cuerpo y parte de su rostro y cabeza.

-Cuánta terquedad, jovencita. –ante eso, Jahan soltó unas carcajadas con desplante.

-No te burles de mí, estúpido. Recuerda quién es el que me necesita en acción.

-Usted perdone. –se disculpó con tono bromista. Parecía haber confianza. –Entonces, ¿lo tienes?

-¿Por qué tanta prisa, galán? –lo tenía muy calado. –Deja que me divierta un poco más, tenemos hasta la última hora de sol. –le dedicó una sonrisa socarrona. Y a juzgar por la mirada del hombre, pareció no agradarle mucho lo dicho por ella.

-Lo sabes perfectamente. –no parecía enfadado, e intentaba sonar no muy serio.

-Celoso.

-¿Y qué si lo soy? –recibió como respuesta una risa melódica por parte de la muchacha.

Esa pregunta de conformidad ya se ha escuchado antes varias veces…

-Nunca niegas cuando te acuso de ser algo.

-¿Eso es un problema? Se llama aceptación personal y sinceridad, cariño. –cielos, le había llamado cariño. Eso no se lo esperaba demasiado. Desvió su cabeza con el ceño fruncido. Evitaba que se viera el sonrojo que tenía. Qué tipo más idiota, le avergonzaban esas cosas, y él lo sabía perfectamente. La sonrisa victoriosa que el hombre tenía no era visible por la tela que tapaba su boca. Podría haberse deducido esa mueca por sus ojos, pero también estaban ocultos por la sombra de la prenda que tenía sobre la cabeza. –Consíguelo y tráemelo. Y no dejes que se sobrepase, no me gustaría tener que tomar medidas.

-Wouh… ¿En serio serías capaz de hacerlo? –ella soltó un suspiro satisfecho y habló antes de que respondiera. –Qué poco confías en mí.

-Confío en ti, pero no en él. Al menos no de esta forma. Ambos sabemos la necesidad amorosa que tiene. –vaya, sonaba preocupado de verdad, y eso sorprendió a Jahan. Pero pronto soltó una risa adorable y aguda, tapándose un poco la boca con el dedo índice doblado.

-Bien, bien. –se incorporó de la pared y se dio la vuelta hacia la salida, pero no avanzó. –Sólo el cuchillo, ¿cierto? La funda se la dejo puesta.

-Exacto. Que no sienta que se lo has quitado. Necesito ese contenedor lo antes posible. –volvió a hacer reír a la muchacha.

-Suenas como un villano. Me gusta. Deberíamos jugar a eso más tarde, sería divertido verte en modo malvado. Pero no como ya eres, sino malvado de verdad. –dicho eso caminó hacia la salida del callejón, levantando la mano como despedida, sin mirar hacia atrás y dejando al hombre ahí, aunque con una sonrisa interesante.

Buscó con la mirada al rubio. No estaba donde le había dejado. Tampoco era que hubiera estado tanto tiempo sin él. ¿Dónde demonios se había metido tan pronto? No pudo darle tiempo a alejarse mucho, debía de estar por algún lado. Empezó a caminar al mismo tiempo que revisaba con la mirada cada rincón de la amplia calle.

¿Qué rayos? Ni que se hubiera evaporizado en el aire. Por alguna razón, estaba empezando a preocuparse. Incluso se llevó de forma inconsciente el puño al pecho. El idiota tenía que venir a perderse justo cuando le acompañaba. Menuda suerte la suya.

Ya llevaba demasiado rato buscando, tanto que optó minutos atrás por preguntar a cada persona que veía, y ninguna le dio buenas noticias. Estaba empezando a ponerse nerviosa. Encima de que se estaba esforzando también por el rubio… En el fondo le agradaba. Era estúpido, idiota, vergonzoso, débil, patético, pero le entretenía, suficiente con ser entretenido para que le gustara.

Se mordió el labio, no había señales de él. ¿Cómo diablos iba a cumplir con su cometido si el desgraciado se había ido? ¿Se atrevió a dejarla plantada? En cuanto apenas empezaba a pensar esa clase de cosas, sintió cómo unos brazos le agarraban la cintura por detrás y la levantaban en el aire. Y lo primero que se le pasó por la cabeza fue… -¡¿Un secuestro?! ¡Oh, dios, no! -empezó a patalear justo cuando la voz de la persona empezaba a formar carcajadas. Ella se detuvo de golpe, con la cara desencajada y empezando a ponerse roja.

-¡Eso ha sido de mal gusto, tonto! –en verdad se había asustado. Sentía que se le salía el corazón del pecho. Alibaba no pareció molestarse por ese pequeño insulto, es más, le hizo gracia que saliera de una boca tan delicada.

-Lo siento. –se disculpó con una sonrisa feliz, soltando en el suelo a la muchacha. Ella se giró sólo para hacerle un puchero de enfado, el cuál le sacó un fuerte rubor al ex príncipe. La ironía de eso fue que, nada más ver la cara roja de Alibaba, el rostro de Jahan fue contagiado por ese mismo color, y ella lo sintió por el calor que sus sonrojadas mejillas empezaban a desprender. Desvió la cabeza de golpe, avergonzada. Esas reacciones hicieron que el rubio volviera en sí. Para sus ojos ella era un ángel por poseer tanta belleza. Y eso que vio muchas en locales, pero ninguna como la de ella. Tan hermosa y sin un solo rastro de maquillaje en su piel. Era la belleza más pura y natural que jamás pudo presenciar.

Miró por unos momentos una de sus manos, tan fina, tan delicada, y con una manicura perfecta. La tomó con la suya y la acercó a sus labios, posando en su dorso un suave beso, casi un roce. La joven lo observó con la boca entreabierta, ahora más ruborizada que nunca, y con sus ojos rosa magenta bien abiertos. Ahora todo su rostro se sentía caliente, orejas incluidas. Estaba sofocándose mucho. Apartó la mano de forma cuidadosa y se pegó al ex príncipe en un abrazo, escondiendo la cara en su pecho. No quería que la viera así de roja, de seguro parecería un tomate, o una manzana. Alibaba soltó una risa ligera, correspondiendo el gesto al pasar un brazo por la cintura de ella, mientras que con la otra mano acariciaba su ondulado cabello azul oscuro.

-¿Estás bien? –no había preocupación realmente, sólo un tono alegre. No había razones para tenerla. –Siento haberte asustado.

-Mph… -fue lo único que Jahan respondió contra las telas del rubio. Sí que se estaba avergonzada. Ese adorable sonido volvió a sacarle otra risa al chico. Era tan tierna. –Perdón… -dijo sin despegarse de las ropas del otro. El esgrimista cambió su mueca contenta por una curiosa, y como si la joven la hubiera visto, esta respondió. –Te llamé tonto… -oh, con que eso era. Alibaba sonrió con empatía. Sabía que eso no había sido dirigido como un insulto realmente. Además, tampoco era una palabra grave, incluso se podía catalogar como una cariñosa en ocasiones.

-Fue sin querer, no es una mala palabra, no pasa nada. –trató de calmarla masajeando su espalda. Ella se apartó despacio tras unos segundos de confort, ya más tranquila. Se llevó las manos hacia atrás, miró al muchacho por otros segundos más y volvió a sonreír como ella sabía. Pero de lo que no fue consciente era de que estaba despertando sentimientos nuevos en el rubio con ellas.

Él sentía su corazón palpitar, lo escuchaba fuerte, y su pulso se aceleraba al mismo tiempo que sentía un nudo en el estómago y una fuente de lava hirviendo desbordándose en todo su pecho.

Alibaba se estaba enamorando de verdad, no era sólo gusto por ella.

¿Cómo demonios podía alguien enamorarse el primer día de conocerse? O eso pensaba el rubio; que acababa de conocerla...

-¿A dónde quieres ir ahora? Ya nos recorrimos todo el mercado, estoy seguro de que te conocerás hasta las piedras. –consiguió hacerla reír de una forma sumamente hermosa, con unas carcajadas melódicas y muy agradables de escuchar. Ojalá pudiera oírlas todos los días. Eran como el tratamiento para la felicidad. Y ver cómo sus ojos se cerraban al hacerlo y cómo mostraba sus perfectos dientes blancos. Hasta en eso se fijaba. También en cómo sus mejillas sonrosadas intensificaban su color natural al hacerlo.

Simplemente, hermosa.

-Humm… -Jahan se llevó un dedo al mentón.

Ah… Claro. Qué tonto. ¿Cómo iba a saber ella los lugares de Sindria si era la primera vez que venía? Podría enseñarle el mejor valle de la isla. Ese lugar detrás del bosque que parecía sacado de una historia de fantasía. Ahí era donde las enormes aves del sur anidaban. Sinbad nunca alteró esa zona, quiso mantenerla al natural, sin obstaculizar a la naturaleza. Justo como el resto de sus islas más pequeñas.

-¡Te enseñaré un sitio que te va a encantar! Ven. –volvió a tomarla de la mano y se la llevó hasta la entrada.

Ambos salieron rápido de la ciudad, pasando por las afueras hasta llegar a la zona de vegetación, la zona donde empezaba lo más salvaje de la isla. Alibaba iba delante, adentrándose y atravesando él primero el espeso follaje verde.

-El tamaño de las plantas no es normal. –no lo dijo con desplante, sonaba más bien curiosa.

-En Sindria la palabra "normal" no tiene sentido, es lo divertido de este país. Y del Rey Sinbad. –él tampoco lo era.

-Oh, ya veo. No se comporta como un rey "normal", pero me gusta eso. –hizo comillas con los dedos, pero eso fue una mala decisión. El no ir apoyándose para poder hacer ese gesto le ocasionó un tropiezo. Por suerte, el rubio se dio cuenta a tiempo cuando giró la cabeza hacia ella, en un principio para sonreírle, aunque ahora para evitar que se cayera. Puso los brazos delante y Jahan terminó sobre ellos. El esgrimista soltó un suspiro de alivio.

-Por poco. –estaba notando algo extraño, eso que sujetaba con sus manos no era el abdomen de la joven, lo que se suponía que iba a sostener. Eso era…

-Prín… príncipe Alibaba… -la voz quebrada y avergonzada de la chica le hizo darse cuenta del todo. Los colores se le subieron a la cara, exactamente como a la muchacha le estaba pasando al sentir sus pechos siendo tocados.

-¡Lo siento! –se apartó de golpe hacia atrás, siendo él ahora el que se tropezó con una raíz que sobresalía del suelo y cayendo de espaldas.

El rostro alterado de ella al ver su caída lo decía todo. Se inclinó rápidamente hacia un adolorido rubio.

-¿Te has hecho daño? Perdón, fue mi culpa… -en el fondo sabía que no le había ocurrido nada, la mueca del chico lo expresaba bien. Ella trataba de aguantarse a la risa.

-Sí, sí. No ha sido nada. –se sentó y rascó su cabeza, un poco avergonzado. Veía en la muchacha una sonrisa tensa, bastante graciosa además. –Pff… -él también intentaba aguantarse.

Pero Jahan, al oír ese bufido de esfuerzo, estalló en carcajadas, para que dos segundos después le pasara lo mismo al joven esgrimista. Mira que no caerse uno para que se cayera otro…

Ambos reían sin control, llegando hasta las lágrimas del esfuerzo. Alibaba empezaba a encogerse y a patalear inconscientemente, y la joven se agarraba el abdomen con un sonrojo muy intenso de reír. El ex príncipe se levantó, aun riendo, y fueron menguando poco a poco hasta que sólo quedaron risas flojas. Los dos se limpiaban las lágrimas con una sonrisa y algunos jadeos divertidos.

Pero la diversión se detuvo cuando la sonrisa de ella se desvaneció y sus ojos se entrecerraron, dejando su cuerpo ceder ante la gravedad. Alibaba alcanzó a sostenerla por los hombros, también sin su expresión divertida. Ahora se veía preocupado.

-¿Qué ocurre? Jahan, ¿te sientes mal? –en verdad sonaba MUY preocupado. Jahan sólo soltó un pequeño jadeo, llevándose la mano a la frente y tapando por ello uno de sus ojos. El rubio pudo saber que se había mareado. Eso le hizo sospechas si la salud de la joven no era sana del todo. -¿Tienes hambre? Hay un manzano cerca, puedo ir. No tardaré nada. –sugirió. Tal vez sólo se debiera a que no comió en condiciones, o algo así. Sentó con cuidado a la muchacha al pie de un árbol. –Vuelvo en un minuto.

-Espe… -tarde. Ya se había adentrado en la espesura del bosque. La chica cerró los ojos con un suspiro y se apoyó en el tronco. ¿Cómo iba a saber que reírse así le haría sentir débil por unos momentos? Eso sí que no se lo esperaba. Aunque resultaba un poco obvio si lo pensaba.

Sólo un poco más de tiempo.

Abrió los ojos y bajó la mirada hasta su abdomen. Sonrió al mirarlo. –Tan empático y amable… Patético. –posó la mano sobre este. Se sentía idiota cuando le trataban así, de forma tan… suave, por no decir delicada. Casi le daban escalofríos esos tratos, pero era lo que había.

Justo como Alibaba prometió, regresó con ella en aproximadamente un minuto. Muy puntual y exacto. Ambos se sonrieron antes de que se arrodillara a un lado y le ofreciera una manzana con muy buena pinta. Un color rojo muy intenso el de su piel, eso significaba dulce. Iba a disfrutarla bien.

-Prueba. –y el rubio lo pudo deducir, por eso la escogió entre el resto. Estaba seguro de que le gustaría. Jahan le sonrió de vuelta.

-No era necesario, de verdad. –bajó su mirada a la fruta. –Pero lo agradezco mucho. –no esperó más para darle una mordida.

Dulce. Muy dulce. Cielos, le encantaban las frutas dulces. Más bien, le encanta el sabor dulce. Sus mejillas sonrosadas y su pequeña sonrisa eran obvias mientras masticaba y degustaba. Le sacó una diminuta risa al ex príncipe por esa tierna mueca. Pero ese sonido hizo que ella se detuviera a mitad de morder de nuevo, mirando con sus ojos magenta a Alibaba en una pose estática. Eso pareció hacerle más gracia.

-¿Qué pasa?

-Nada. –sonrió de forma dulce, tan dulce como la manzana que volvía a ser atacada.

-Tal vez fuera mejor que no avanzáramos. –miró al poco cielo que se veía, pues el follaje de los árboles lo tapaba. Pero era posible saber que estaba atardeciendo. Los destellos rosas empezaban a aparecer, y no tardarían en tornarse naranjas. –Pero podríamos ir a la playa, estando allí no se nos hará tarde. –y así evitar que Jahan perdiera su embarcación. Realmente no quería que se marchara, pero debía. No podía quedarse en Sindria, pues Alibaba no tenía planeado quedarse a vivir allí, y Aladdin y Morgiana tampoco. Si la joven se quedaba, terminaría sola aunque tuviera de compañía a… No, tener de compañía a Judal no le iba a hacer bien a la muchacha. El pequeño trauma que el magi oscuro le hizo coger en Balbadd no iba a irse así sin más. Definitivamente, no podía quedarse. Y no podía llevarla con él, la expondría a peligro. En un caso así no se podía elegir. Pero… Demonios… Por alguna razón, no quería dejarla. Le agradaba muchísimo. Le gustaba en serio. Ella conseguía hacerle sentir calor todo el rato, tensión en su estómago, emborronar su mente. ¿Por qué las cosas debían de ser tan complicadas?

-¿La playa? –Jahan parpadeó un par de veces, más curiosa que confusa. Soltó una risa ligera para sorpresa del rubio. Se acercó y le abrazó el brazo, apoyando su mejilla en el hombro del chico. –No me importa donde estemos si es contigo. –aquella inocente confesión hizo dar un vuelco al corazón de Alibaba, regalándole de paso un potente sonrojo.

Sin pensar, tomó en su mano uno de los mechones ondulados de la joven. Lo observó detenidamente mientras lo acariciaba. Un color azul oscuro tan intenso, casi parecía negro. Casi. ¿Antes no era más claro? Tal vez se debiera a que ahora el sol no reflejaba en sus hebras, sino que eran oscurecidas por la fresca sombra de altos y vestidos árboles. Eso debía ser. La forma perfectamente ondulada le recordaba al cabello de Judal cuando estaba suelto. Sólo que el de ella no tocaba el suelo. El del magi ni con la trenza conseguía que dejara de alcanzarlo. No tocaba el piso cuando la solía llevar, por la simple razón de que la mantenía siempre oscilante en el aire gracias a la magia, ya levitara, caminara, corriera o estuviera sólo de pie. El movimiento negro ondulante nunca cesaba, nada más cuando se sentaba o tumbaba.

El tener el cabello ondulado no era tan exclusivo en realidad, muchas mujeres y hombres lo poseían, y su padre fue uno, Incluso él mismo podría si lo dejaba crecer. Qué coincidencias más inverosímiles.

Pero había algo que en nadie había visto, nada más en el azabache y en Jahan; la suavidad. Era como tocar terciopelo. ¿Y si ella utilizaba los mismos métodos acondicionadores que el magi oscuro? Eso podía significar que posiblemente fuera una goi genio. Le hacía sospechar de cuántas cosas podía saber y cuántos conocimientos poseía. Uh… ¿Muy inteligente para ser una ciudadana de clase baja? No, eso era una tontería. Sinbad también lo fue y terminó convirtiéndose en una de las presencias más admiradas e importantes del mundo. Aunque tenía de su parte que el mismo rey nació como "milagro". ¿Debía de tener eso en cuenta?

Estaba empezando a pensar más detenidamente sobre quién era en verdad esa muchacha de apariencia inocente y pura que tenía recargada en su hombro. El hecho de conocer los trucos capilares que un magi difícil de satisfacer usaba requería muchos conocimientos, aunque no lo pareciera o eso creía. Judal no utilizaba cualquier cosa, por muy buena que fuera.

Miró hacia arriba para descifrar el color del cielo. Pudo ver un destello rosa. Estaba empezando a atardecer.

-Deberíamos salir del bosque ya si queremos pasar tiempo en la playa. –se levantó después de que Jahan le escuchara y soltara. Le ofreció la mano para ayudarla a levantarse. Aunque ella estuvo a punto de hacerlo sola, antes de mover un músculo de sus finas extremidades sonrió, cautivando una vez más al esgrimista. Tomó su mano y fue alzada con delicadeza. –Podríamos dar un paseo, o construir con arena. –comenzaron a caminar, aún tomados de la mano.

-¿Y por qué no las dos cosas? –mordió la manzana que aún tenía. Quedaba poco para que la terminara. Alibaba se rió.

-También es una opción, pero el tiempo que queda…

-No pasa nada, podemos pasar un rato con cada cosa. –el rubio sonrió. Normalmente era él quien solía pensar así, pero desde que ella llegó tenía su mente un poco atorada. Lo que hacen las hormonas en un hombre…

Salieron del espeso bosque para ser bañados por los rayos rosados del sol. Estos daban un destello muy intenso en los ojos magenta de Jahan, como dos hermosas peonías en flor. Un espectáculo de un solo color que atraía miradas, y con ellas corazones.

Caminaron sin prisa, sin pausa, pasando de nuevo por la entrada de la ciudad. No fueron más de diez minutos lo que transcurrió hasta tocar arena suave con sus pies descalzos.

-Se te meterá en los zapatos si no te los quitas. –avisó, dando paso un silencioso consejo indirecto. El rubio lo captó rápido y se los quitó, sosteniéndolos con su mano libre. Ah, pero ahora ambas las tenía libres. La muchacha se había soltado y empezado a trotar hacia la orilla, girándose un par de veces hacia atrás y haciendo bonitas señas con los brazos para incitar al ex príncipe a seguirla. Cielos, iba a matarlo de ternura con sus sonrisas y muecas alegres. Como si hubiera sido hipnotizado, salió tras ella. Pero era complicado correr en la arena seca y profunda. Amortiguaba sus zancadas.

Jahan debía admitir que se veía gracioso intentando darse prisa en un terreno acolchado que le frenaba. Se le hacía divertido el esfuerzo por no verse desesperado al querer ir rápido sobre esa arena. La joven se detuvo un momento a contemplar el horizonte. Un escenario marítimo de brillantes tonos rosas y violetas que se reflejaban en el agua limpia, haciendo iluminarse. Se le escapó una sonrisa sincera sin que se diera cuenta.

Volvió de su pequeña ensoñación cuando Alibaba tomó su mano de nuevo, observando el mismo paisaje.

-No es tan bello como tú. –la muchacha giró su cabeza hacia él con sorpresa. Apretó los labios, avergonzada y sonrojada. Rayos… Bajó la mirada a sus pies descalzos, con los cuales comenzó a jugar, ronzándolos el uno contra el otro.

-Gracias… -podía saber por intuición que el rubio estaba sonriendo satisfecho. Notó en su mejilla unos labios fugaces que hicieron activarse sus sistemas de alerta, girándose de cuerpo entero hacia el esgrimista y mirándolo con un nivel de impacto mayor que anteriormente. Cielo santo, iba a matarla de un infarto por el exceso de nervios. ¡Le había besado la mejilla! Su vergüenza estaba tan aumentada que se cubrió con las palmas de las manos ambos mofletes, ahora muy rojos, presionándolos un poco.

Ese adorable gesto hizo reír al ex príncipe. Este se sentó en la arena húmeda sobre la que estaban. La marea había bajado y ya no alcanzaba esa zona. Era perfecta para moldear.

-¿Sabes hacer castillos de arena? –el cambio de tema relajó un poco a la muchacha, que soltó un silencioso suspiro de alivio.

-No… Nunca pisé una playa. –Alibaba abrió sus ojos con sorpresa. Balbadd era una ciudad marítima. ¿Cómo que no había pisado nunca una playa? Oh, olvidó el hecho de que Jahan vivía en los suburbios. Ahí la libertad estaba muy limitada, él mismo lo vivió. Qué idiota se sintió por eso. –Pero me gusta. No pensé que la arena fuera tan suave. –se alzó el vestido para no sentarse sobre él y presionarlo contra la arena húmeda. Eso lo mancharía de más. Pero al hacerlo, mostró ciertas zonas de ella que, por suerte o desgracia del rubio, estaban cubiertas por ropa interior. Aunque pudo deducir por la forma de esta que eso era… un… ¿tanga? ¡Por el amor de Salomón! Tuvo que taparse la parte inferior de su cara para no hacer visible ese hilo de sangre que escurría de su nariz. En realidad, que Jahan llevara ese tipo de ropa interior evitaba también que esta se manchara. Suerte, tal vez.

Sus piernas eran tan blancas. Le recordaba al color de piel que Ja'far y Judal tenían. Ambos poseían un tono pálido muy similar. No le sorprendería si tuvieran algún antepasado común, pues también disfrutaban de chinchar a Sinbad de vez en cuando.

Y ahora que lo pensaba con más detenimiento... ¿No tenían Jahan y Judal demasiadas similitudes? Pero eran tan distintos...

Observó con atención cómo la joven arrejuntaba un montoncito de barro y lo aplastaba contra la superficie, creando un simple bulto.

-¿Qué es? –tuvo miedo de preguntar. La sensibilidad de la muchacha estaba en juego.

-Un bulto en la arena. –así, sin pan ni nada. Ni siquiera pareció molestarse en construir algo. Tan satisfecha que se quedó con esa protuberancia de barro. Al rubio le bajó una gota de sudor frío por la sien al tiempo que soltaba una risa floja.

-¿Por qué no intentas algo mejor? Un pequeño castillo está bien para empezar. –comenzó a hacer lo mismo que Jahan hizo en un principio para crear una base sobre la que empezar a moldear. A partir de ahí, la joven lo imitó a su manera.

Un rato después ya habían acabado, y los resultados fueron bastante inesperados. La sonrisa de la chica no podía expresar más satisfacción y regodeo. Su creación era simple, pero bien hecha y detallada. Hasta tenía un pequeño foso alrededor del castillo, y las puertas y ventanas eran conchas que encontró. Un castillo adorable y trabajado. Sorprendente para ser el primero que hacía.

Alibaba no daba crédito, su cara de muerto andante era suficiente. Su creación era una pena, deforme y con las conchas muy mal repartidas y colocadas. Estaba planteándose si debió empezar a moldear desde un principio.

-¿Lo hice bien? –a pesar de lo evidente, Jahan pidió la aprobación del rubio. No iba a dar por válida su creación si él no lo hacía primero, o eso daba a entender. El esgrimista sonrió con dificultad. Menudo ridículo había hecho delante de ella.

-Es muy bueno, yo pensaba que te costaría más. Eres una buena artista. –terminó alagándola con dulzura. Los sentimientos pudieron con él, haciéndole olvidar su mal rato.

-¿De verdad? –el rostro iluminado y emocionado de la joven era la verdadera obra de arte ahí. Si los padres de ella estuvieran presentes, el rubio no dudaría en felicitarles por crear a un ser tan terriblemente bello. Ellos eran los verdaderos artistas.

-Sí, me cuesta creer que no lo hubieras hecho antes. Tienes mucho talento. –se levantó sin prisa y sacudió su ropa, obviamente manchada. La muchacha lo imitó, sólo que ella sacudió su trasero, por debajo del vestido, y sus piernas. El esgrimista fingió ignorar el sonido de bofetada que se oyó cuando la joven se limpió los cachetes. Que no falte el autocontrol.

Hicieron lo mismo con sus manos, y cuando estuvieron limpias, el ex príncipe tomó la de ella de nuevo, empezando ambos a caminar por la orilla, ahora dejando que el agua que subía mojara los pies de los dos, borrando sus huellas. Tenía la temperatura perfecta para relajarse.

El largo silencio era de todo menos incómodo. La atmósfera tranquila les hacía disfrutar de la compañía del otro, lejos de sentirse ajenos.

Alibaba se detuvo un momento a admirar de nuevo el horizonte que el océano proporcionaba. Naranja. Estaba empezando a anochecer. Eso le recordaba que en poco la embarcación que Jahan tomaría podría estarse preparando. Posiblemente, en menos de una hora. Se dio la vuelta al sentir una caricia en su brazo. Los ojos preocupados de ella se estaban clavando en los suyos. El rubio le sonrió entonces. No se sentía del todo bien con esa mirada dolorosa.

-No es como si no fuéramos a vernos más. Nos cruzáremos más adelante, tenlo por seguro.

-Eso espero. –al menos, consiguió que ella le devolviera la mueca. –Confío en ti. Creeré siempre en tus palabras. –rayos, eso le hizo sentir expectativas, justo lo que menos quería que las personas vieran en él. Pero sabía que la muchacha no lo había hecho intencionalmente, y que tampoco esperaba expectativas de él. Fue sólo un comentario con las palabras equivocadas.

-¿Tanto me admiras hasta llegar a ese punto de fe en mí? –se sentía alagado y asustado al mismo tiempo.

-Sí. –no hubo ningún atisbo de duda en esa respuesta, o no lo pareció haber. Debía de ser una muy buena actriz para poder hacer eso.

Suficiente para que una descarga sacudiera la razón del chico. Alibaba se puso de frente a ella y le acarició la mejilla, pero en ningún momento volvió a apartar esa mano, la otra continuaba sosteniendo la de la joven. Posó sus labios sobre los de ella. Tan suaves y levemente húmedos. Un manjar que nunca creyó que probaría debido a su mala suerte en el amor. Y aun así la seguía teniendo, pues ella debía volver después de esto. Era una sensación magnifica el poder besar con sentimientos de por medio. Le hacía sentir su cuerpo ligero y su cabeza vacía de pensamientos.

Había empezado a notar su mano mojarse, y se había extrañado. Rompió el beso y se separó un poco para mirarla. Su pecho se encogió cuando vio el rostro de Jahan un poco rojo, pero sobre todo siendo adornado por unas lágrimas cristalinas y una expresión dolorosa.

Demonios… la había hecho llorar.

Ahora se sentía estúpido, idiota, imbécil, de todo lo que fuera insultante por no haber tomado en cuenta su opinión primero. Tal vez ella no quiso besarle en ningún momento, y él, tan desesperado, forzó un beso. Por si fuera poco, disculparse no iba a ser muy útil, Jahan ya estaba llorando en silencio y no parecía detenerse. No podía hacer nada para reconfortarla, la había fastidiado. Pero sus manos seguían entrelazadas, y pudo darse cuenta de eso. No le había soltado en ningún momento. ¿Y si fueron sólo nervios? Eso significaba que ella no se había sentido forzada, sino tensa y confusa. Eso debía ser si aún se negaba a soltar su mano, la cual estaba apretando.

Alibaba fue quien la soltó, pero no para separarse, todo lo contrario. Abrazó con fuerza a la joven, sintiendo su indecisión de si debía corresponder o no. La chica tembló un poco e hizo sonoro su llanto. El rubio pudo saber con eso que había algo más detrás de esos lloros, algo que desconocía y que estaba masacrando a la muchacha por dentro. Pero, ¿qué era? ¿Y por qué le afectaba tanto? Cada vez estaba más confuso con ella.

No iba a abandonarla así y dejar que se fuera sola al puerto. El puerto… ya debía de ser la hora. No, aún no. Esperaría un poco más, dejaría que se desahogara, escondida en su pecho, antes de ir a ningún sitio.

Después de unos minutos en los que el llanto pareció cesar, Alibaba se decidió a hablar.

-Lo siento. –no sabía si la culpa era realmente suya, pero no perdía nada con disculparse. No recibió respuesta, Jahan continuaba escondiendo el rostro contra él. –Jahan. –al momento en el que la nombró, ella se dejó ver con su rostro enrojecido y mejillas irritadas y húmedas. Frotó sus ojos sin atreverse a mirar los miel del rubio. –Hay que ir al puerto. –nada le dolió más que decirle eso después de lo ocurrido. Ella sólo asintió, en verdad se veía afectada. Pudo ver que el temblor de su cuerpo había cesado, pero no lo hizo en sus piernas. Se veían débiles. Iba a caer en la arena si se atrevía a dar un solo paso, así que se tomó la libertad de alzarla en sus brazos. Pero antes se agachó para ponerse los zapatos. Para su sorpresa y suerte, inmediatamente, ella le rodeó el cuello con los brazos y apoyó la cabeza en su hombro. -¿Estás cómoda? –el tono bromista que utilizó consiguió sacarle una sonrisa a la muchacha. Sí, estaba cómoda, y eso le sacó la sonrisa a él ahora. Estaba más calmada, y eso era lo que le importaba.

Parecía que en serio necesitaba esas muestras de afecto. Ella se había puesto como muy… sensible de repente. Aunque no era de extrañar. Ya se estaban dirigiendo al puerto, y una vez allí debían tomar caminos distintos. Alibaba hacia el palacio y Jahan hacia el barco que la llevaría de vuelta a Balbadd.

-Llegamos. –avisó, poniendo a la joven en el suelo. Ambos observaban la embarcación, y no precisamente con entusiasmo.

Sin avisar, la muchacha abrazó con fuerza al esgrimista, y cómo no, él correspondió al mismo nivel. Después de unos largos segundos, ella se fue soltando despacio.

-Deberías marchaste antes de que cierren las puertas del palacio, y ya no hay sol. Tus amigos estarán preocupados por ti. –aconsejó por el bien del ex príncipe. Verla marchar no se le iba a hacer muy ameno, y eso ella lo sabía. La razón la llevaba. Fue abrazada una vez más.

-Prometo que nos volveremos a ver, ¿de acuerdo? –sin embargo, ella no respondió, aunque para él eso fue una afirmativa.

¿Sería cierto lo que el rubio le aseguró de que volverían a verse? Ni siquiera él lo sabía, pero mantenía esa esperanza. La esperanza de volver a ver esos ojos magenta, llenos de alegría y pureza. Ah, pero esos ojos no existían…

Ambos se sonrieron y se dieron la vuelta al mismo tiempo, quedando uno de espaldas al otro. Jahan comenzó un caminar lento, como si no quisiera llegar a la embarcación. Sin embargo, Alibaba llevaba un paso amplio y rápido, como si no pudiera soportar el hecho de ver cómo se iba ella primero.

Jahan se detuvo y se dio la vuelta, pero para ese momento el rubio ya no estaba. Se había girado tarde. Pasó unos pocos segundos mirando en esa dirección.

-Jovencita, si va a tomar el barco, dese prisa o lo perd… -al hombre que supervisaba el navío no le dio tiempo a terminar de hablar, pues se encontró a sí mismo en el suelo, con la joven encima de él y siendo rozado su cuello por un filo que centelleaba cuando se movía de ángulo. Un filo perteneciente al contenedor metálico de Alibaba. Se lo había sacado de su funda justo en el primer abrazo, en el mercado. Un movimiento rastrero. Mas casi todo lo que hizo y fingió lo fue.

-Cierra esa boca sucia y escucha bien, apestoso. Si alguien pregunta, yo SÍ subí al barco con rumbo a Balbadd, ¿queda claro? –notó el ligero temblor del hombre debajo de ella. –No me gustaría que me decepcionaras, tendría que tomar medidas… -deslizó el cuchillo sobre su piel, haciendo un corte superficial, tan superficial que la sangre se quedó con poco espacio para poder salir. -… violentas.

-¡Está bien! ¡Subiste al barco, lo diré si preguntan! –estaba desesperado. No era un hombre muy fuerte y musculado, que se dijera.

-Buen chico. –se levantó con calma, viendo después cómo el hombre hacía lo mismo y desataba el nudo que mantenía el barco unido al puerto. Estaba tenso al tener la mirada penetrante de muchacha sobre él. Estaba seguro de que no dudaría en matarlo. ¿Quién demonios era ella?

Una vez que se aseguró de todo, el barco partió, y su trabajo ahí terminó. Pero esa chica… ¿podía irse a casa? Ella continuaba mirándole… Para ser una mujer, era muy imponente. Nada que ver con la chica dulce que vio cuando ese rubio estaba con ella. Observó estático el gesto que ella le hizo con la mano. Sabía perfectamente lo que significaba; que se marchara. Y eso hizo, no tardó nada en desaparecer del lugar con paso apresurado.

Jahan se quedó cruzada de brazos, mirando un punto vacío en alguna parte. El muy imbécil del ex príncipe la había besado… Sus labios se juntaron de más y su mandíbula tembló de presión, al igual que sus piernas. Se tapó la boca en un gesto inconsciente y cerró sus ojos con fuerza. El llanto en la playa fue una de las cosas que si fueron reales, que sí sintió realmente. ¿Y cómo le hizo sentir? Mal, muy mal. Terminó desplomándose de rodillas en el suelo, las piernas le fallaron. No quiso en ningún momento que eso sucediera, bajó mucho la guardia con él a causa de lo ameno y agradable que se le estuvo haciendo el día. Sentía de nuevo esas ganas de llorar, de gritar. Pero no lo hizo. En su lugar, golpeó el suelo con el puño. La fuerza que usó hizo que sus nudillos se hirieran y comenzaran a sangrar. Escocía y dolía, pero no era peor que el dolor que estaba sintiendo en su interior.

Unos ojos azules llegaron a tiempo para ver ser realizado ese acto de crueldad contra el suelo, mas no el resto de lo que ocurrió antes.

Por suerte, el rubio había llegado a tiempo. Sinbad le preguntó por su día, pues la cara con la que entró era de pura decisión y ánimos. ¿Una despedida se supone que debe de dar esas reacciones? Pues no, pero ya todo el mundo conoce a Alibaba, ¿cierto? Esa despedida no hizo más que llenarle de determinación para aumentar su esperanza de ver a Jahan en un futuro. Además, se lo había pasado genial, a excepción de esos pocos minutos en la playa. Pero aun así, ¿quién no estaría feliz después de una nueva experiencia agradable? Ese chico no tenía remedio.

Terminó de desenredar su cabello lila para meterse en la cama, estaba cansado, y mucho. Ese día acababan de volver del Imperio Kou, y nada más horas de llegar Ja'far le metió de nuevo en pilas de papeles, con nada más un rato libre. Y eso que el albino también viajó. Su obsesión por la perfección era desesperante.

No podía pensar en nada más que en descansar, desconectar de una vez. Nada más echarse la fina sábana por encima de su cuerpo desnudo cayó en sueño. Demasiado agotado como para esperar a hundirse en él.

La puerta de la gran habitación empezó a abrirse con lentitud, dejando pasar a una figura, aparentemente femenina y de cabellos ondulados. La única luz reflejada en el gran y poderoso puñal que portaba reflejaba en sus ojos, dando destellos de un magenta intenso. Caminó con sus pies descalzos hasta un lado de la cama, observando fijamente al rey de Sindria dormitar. Alzó el arma blanca, poseedora del Djinn, Amón, provocando con el movimiento que una estela luminosa recorriera toda la hoja, siendo apuntada hacia abajo, hacia el cuerpo del rey. La poca luz de la habitación hizo ver en su rostro una sonrisa amplia, ladina, con una mirada tensa y ligeramente irregular. Con la otra mano pasó una pluma por la mejilla del hombre de piel morena. Este abrió un poco los ojos y se giró hacia donde creyó que venía la incomodidad. En cuanto vio esa figura en pose de clavarle un arma, abrió sus ojos de golpe y dio un salto hacia el otro lado para apartarse, sin dejar de mirarla.

-¡JOD…! –se quedó quieto un momento, aún sobre el colchón, pero sentado. Observó detenidamente a la persona, para después soltar un suspiro y dejarse caer de nuevo, tumbándose. Escuchó una femenina risa muy melodiosa a la vez que graciosa.

-Grabaré para siempre esa reacción en mi memoria. Hasta casi dices una grosería. Tienes que cuidar más esa lengua sucia. –bajó el brazo y lo colocó en jarra, apoyando el dorso de esa mano ocupada en su cadera. Su otra mano tiró la pluma y la apresuró a encender una de las lámparas del monarca, dejándose ver el cuarto en condiciones.

-¿Y eso me lo dice usted a mí, jovencita? –la persona nombrada le sacó la lengua como respuesta, haciendo reír a Sinbad. –Esta será la primera y la última vez que consigas asustarme. -se apoyó sobre el codo. -Pero aún sigo sin entender el porqué de tanto embrollo. –suspiró.

-Ya te lo dije, el idiota me estaba deprimiendo.

-¿Qué costaba contratar a una mujer para que pasara el día con él?

-Hey, deja de quejarte, Rey estúpido. Al menos tengo lo que querías. –le lanzó el puñal que contenía a Amón sobre una almohada. –Se matan dos pájaros de un tiro.

-Aun así, me hiciste de tener que vestirme con ropa de calle e ir a revisar cómo ibas. Judal, ese callejón no era muy amplio para colarse sin ser visto, ¿sabes? –y es que se preguntaba, ¿cómo demonios habían llegado a esa situación? Se puso a recordar desde el principio, casi parecía increíble.

"-Aquí estabas. –sonrió, caminando hasta quedar de tras de ellos. Los chicos se giraron. –Vine a avisarte de que ya todo está hecho.

-Ah, pues bien. –no le prestó demasiada atención. Miró de reojo al rubio, viéndole tan apagado, tan melancólico. Volvió a dirigir su mirada al Rey y se levantó de golpe. –Sinbad, tenemos que hablar.

El monarca se tensó al escuchar esa frase, más por el hecho de que había usado su nombre de pila en ella. Mala señal solía ser. Era una de las oraciones más temidas en una relación, pudiendo significar problemas graves, e incluso el fin de esta. El azabache tomó al adulto de la muñeca y casi lo arrastró al interior del Palacio, dejando a Alibaba solo, observando el entrenamiento de sus otros dos amigos.

Ambos se metieron de nuevo al palacio, encontrándose Sinbad bastante tenso. ¿Había hecho o dicho algo que enfadara al magi? Oh, cielos, estaba empezando a montarse películas dramáticas dentro de su cabeza.

-¡Ese idiota me está desesperando! –Judal se agarró de los pelos. En serio, Alibaba le sacaba de sus casillas cuando se ponía en modo depresivo, cosa que casi nunca pasaba.

-Hey. -le tomó con suavidad los brazos para que dejara de tirarse del pelo. -Relájate. Sé que estar cerca de él cuando está así es desesperante como dices, pero no se puede hacer nada. Que su vida amorosa no exista no tiene que repercutir en nadie más que en él.

-Pero Sinbad, es que... ¡Ngggh! -ni siquiera sabía cómo responder ya. Estaba muy frustrado porque su principal entretenimiento de ocio, Alibaba, se había estropeado temporalmente a causa de deficiencia de contacto femenino.

-Woh, woh. ¿Y esos nervios? -Yamuraiha se acercó a ellos a causa del alboroto. -Judal, creí que ya sabías que debías mantenerte tranquilo, o ese pequeño tirará de tu magoi más que de costumbre.

-¡Sí, ya lo sé!

-Pues deja de gritar y relájate. -en respuesta, el magi oscuro soltó un rugido de rabia. Sí que le había afectado. Su actitud, iremediablemente ofensiva, y las hormonas del embarazo no hacían una buena combinación.

-Mírame. -Sinbad le tomó el rostro con ambas manos y le obligó a mirarle. El ceño fruncido del azabache continuaba ahí. -Si tanto te molesta que esté así, intentaremos algo, ¿bien? Pero primero cálmate.

Judal le hizo caso, no porque se lo dijera, sino porque era consciente de que DEBÍA relajarse, y no por él mismo. Más bien, por cierto bichito parásito que le succionaba la energía cuando le venía en gana. Inspiró con lentitud y fuerza una buena cantidad de oxígeno, acto que también le hizo cerrar los ojos. Cuando sus pulmones estuvieron llenos, liberó el aire con un gran y largo suspiro. Se sorprendió un poco, pues cierto era que ahora se sentía más calmado. Vaya, era un buen remedio eso de respirar, y muy eficaz. Si alguien se lo hubiera dicho antes se habría ahorrado muchos enfrentamientos y peleas que sólo sirvieron para darle más problemas. Pero sobre todo, habría controlado de mejor manera sus rabietas. A buenas horas se enteraba de este pequeño truco respiratorio.

-¿Mejor? -el magi le asintió una vez como respuesta.

-¿Y se puede saber a qué venía tanto grito? -el rey suspiró al escuchar a la maga.

-El idiota de Balbadd está deprimido y me frustra. ¿Dónde queda mi entretenimiento si no me responde como debe a las provocaciones? -a los insultos indirectos y a las bromas de mal gusto. No era divertido si a la víctima de todo eso le importaba poco o nada por el pésimo estado de ánimo.

Una gota de sudor frío y una sonrisa nerviosa adornaron las caras de los dos adultos. ¿Qué realmente Judal ha cambiado? Casi nada, seguía siendo el mismo magi descontrolado, irritable, cruel y desesperante de siempre, pero sólo un poco menos. Ah... Así parecía ser su naturaleza.

-¿Y por qué está deprimido? -el monarca soltó los brazos del azabache después de escuchar la pregunta de ella.

-Mal de amores. -respondió, usando las palabras correctas para el diagnóstico. -El muchacho nunca ha tenido siquiera una cita, no me extraña mucho que esté así.

Yamuraiha se llevó una mano a la frente ante esa respuesta. ¿Por qué los hombres jóvenes le daban tanta importancia a ese tema? No lo sabía, y nunca lo sabría, eran un enigma. Ella tampoco tuvo de eso y no la veían deprimiéndose por ello. Pero era un caso a parte, en su vida de maga lo único que le importaba era la magia, obviamente. Y para rematar, tampoco veían a Ja'far comportándose así, y tampoco tuvo una cita con nadie. Ni intenciones tuvo nunca.

-¿Y tenéis algún plan descabellado y enrevesado para animarle o algo así? -por supuesto, lo decía en broma.

-Sí. -y esa respuesta por parte del magi oscuro le dejó estática en su lugar. ¿Era en serio? ¿Qué podían hacer ellos dos con una situación así? Cómo máximo distraer al rubio con alguna tontería, pero conociéndolos... Cielos, esos dos estaban majaretas, y muy perdidos mentalmente. Tal para cuál.

-¿Sí? -esta vez fue la voz del rey la que se escuchó. ¿Ya tenían un plan? Ni se había enterado. Cierto que le había dicho que idearían algo, pero no el qué. Y Judal ya lo había pensado por los dos, sin avisar ni consultar.

El azabache tomó de las manos al monarca y a su subordinada, sin decir nada, y los arrastró, sin responder tampoco a las preguntas que le hacían a lo largo de cada pasillo que cruzaban. Hasta que terminaron delante del estudio de magia. Abrió la puerta y los empujó dentro, para después entrar él y cerrar.

-¿Por qué aquí? Sabes que no puedes hacer magia. -recordó al mujer de cabello azul.

-Yo no, pero tú sí. -la dejó en un corto silencio. Buen punto.

-¿Y se puede saber cuál es tu plan? No me has comentado nada. -el rey se cruzó de brazos, un poco dolido por ese hecho. No le consultó y no quiso decirle durante el trayecto.

-Bueno, esto es lo único que se me ha ocurrido. -le miró con seriedad. -Y no va a gustarte. A mí tampoco me agrada, pero es lo que hay. -se giró hacia Yamuraiha y puso los brazos en jarra. -Dijiste una vez que te gustaría dominar la Magia de Metamorfosis, ¿cierto?

Justo en ese momento, todos los cables de la cabeza de Sinbad conectaron entre ellos.

-¡Ah, no! De ninguna manera. -interrumpió, sabiendo ahora perfectamente cuál era la idea base de ese plan. -No vas a convertirte en mujer para Alibaba, me niego. -consiguió que Judal rodara los ojos con fastidio.

-Mi Rey, eso es muy desconfiado. -Yamuraiha negó con la cabeza, claramente, tratando de provocar a Sinbad y hacerle sentir un mal novio para que cediera. ¿La razón? Quería ayudar a Alibaba, y en el fondo era muy buen plan. Un poco arriesgado, pero un buen... No. Era un plan horrible y desesperado. A quién quería engañar, lo hacía por la magia. Judal parecía saber más que la última vez sobre la Magia de Metamorfosis y quería que se lo contara. Para su suerte, con lo que había dicho, consiguió que el monarca lo reconsiderara, pues su expresión preocupada e indecisa era obvia. -Está bien sentir celos, pero ahora no es momento de ser cabezota. -se escuchó de fondo una risa ligera, burlona, pero sin desplante alguno. Sinbad torció la boca.

-Venga, no será tan complicado. -Judal le posó la mano en el hombro con despreocupación. Aunque le gustaba mucho, en exceso, que su hombre se comportara posesivo con él. Era algo que, a su parecer, le hacía ver bastante sexy. Más de lo que ya se le hacía. -Escucha; Yamu me convierte en mujer, ella se convierte en mí y actúa para no levantar sospechas. Salgo fuera del palacio y finjo ser una tipa que admira al idiota. Le hago pasar el día conmigo en una cita falsa para que se deje de tonterías, y ya está. Así de fácil. Él estará feliz, yo podré picarle de nuevo, tú no estarás preocupado por mis nervios y Yamuraiha habrá aprendido a cómo usar esa magia que tanto se le resiste. Salimos todos ganando, no puedes negarte.

Ambos magos esperaron por una respuesta que tardaba en llegar. El ceño fruncido del rey hacía obvio su desacuerdo. Este pasó una mano por su cabello, despeinándolo un poco.

-Como se sobrepase... -¡aceptó! Victoria para los magos, los cuáles se lanzaron miradas furtivas de complicidad.

-Es Alibaba, no creo que lo haga. -rebatió la mujer. Razón no le faltaba, el rubio no era de esos. A menos...

-Pero nada de roces extraños, o me veré obligado a intervenir. -volvió a fruncir el ceño, cosa que le pareció bastante adorable a los otros dos.

-Aaww~. -el magi se puso delante de él y le pellizcó las mejillas. Eso no lo había hecho nunca, pero sintió el potente impulso de hacerlo. Su bonita mirada carmesí dio un cambio drástico, tornándose sombría, amenazante, muy afilada. -No me confundas con una de tus putas. -apretó con fuerza, empezando a hacerle daño a Sinbad, quien se estaba quejando un poco, sin saber a qué venía ese cambio de actitud. -No he visto que alguna se te haya acercado desde que estoy aquí, pero créeme que si lo llego a ver como muchas veces lo vi... -de sus ojos rojos salió un destello del mismo color, uno que parecía lleno de horrenda determinación homicida. Tan intenso fue ese destello que hizo tragar duro al rey. -No es necesario que te lo diga, ya sabes lo que puede pasar. -le soltó las mejillas de golpe, volviendo a colocar su típica sonrisa.

Yamuraiha no llegó a ver en ningún momento el rostro del magi durante esos segundos, ni tampoco alcanzó a escuchar esos murmullos. Pero se hacía una idea, el rukh negro del azabache se había vuelto violento por ese corto rato, y de repente volvió a calmarse. Ah... Hormonas... Iban a pasar calamidades con él durante los tres meses siguientes si continuaba así. O tal vez no. Todo dependía del entorno.

Sin esperar más, Judal se puso a explicarle a Yamuraiha el fallo que cometían con esa magia, un fallo estúpido. Resultaba que esa magia era de todo menos complicada. El hecho de pensar que lo era fue su primer error, pues no eran necesarias tantas órdenes hacia el rukh, por eso siempre salía defectuosa. Una vez visto el problema, después de un par de intentos, el éxito se hizo visible. Ya ambos transformados en quien se suponía que debían ser, pidieron opinión a Sinbad, que en ningún momento abandonó el estudio.

Judal como una joven mujer, ligeramente más bajo, con su mismo cabello, suelto, aunque más corto y más claro, de un tono azul. Al igual que sus ojos, más aclarados, habiéndose quedado estos magenta. Lo único que Yamuraiha hizo sobre el color de ojos y pelo fue aclararlo. Y lo que no tocó ni cambió fue el abdomen del magi, por si acaso. No se atrevió a hacerlo por alguna reacción que pudiera tener. Pero aún era disimulable con el vestido que ahora llevaba. Ni Sinbad ni ella habían visto el tamaño de su vientre a causa del vestido de oráculo que vestía antes, mas no había pasado un mes del todo, no debía de ser apenas visible todavía.

Y obviamente, Yamuraiha ahora se veía exactamente como Judal, tomando el detalle de copiar el vestido de oráculo.

-Desde aquí arriba las cosas se ven mejor. -bromeó la maga con la voz del azabache, pues Judal no era de estatura baja, pero ella sí. Ese cambio se le hizo brusco. Se sentía como si caminara sobre zancos que no existían. -Ah, no. Esto está mal. Un momento. -bajo las miradas confusas de los otros dos, se dio media vuelta, dejando pasar dos segundos para volver a girarse, con la diferencia de que ahora tenía el ceño fruncido y la boca torcida. Carraspeó, y observó a Sinbad por unos momentos. -¿Qué miras, Rey estúpido? -ni ella ni el monarca pudieron aguantarse las carcajadas después de hacer eso. Pero a cierto magi no le había hecho gracia.

-¿Vais a dejar de hacer el gili o tengo que intervenir? -esa voz femenina tan amenazante no encajaba con su rostro angelical. ¿Y esos dos eran los adultos ahí?

-Perdón, no pude evitarlo. No te enfades. -trató de calmarse la mujer con cuerpo de chico joven.

-Peor va a ser lo que me vas a hacer pasar con esto. -respondió el rey, dirigiéndose hacia la, ahora, bella jovencita. Judal sólo desvió la cabeza con molestia.

-Yo ya tengo pensado hasta tu nombre. -carraspeó una vez más. -Bien, el hechizo se deshará en nosotros por la noche. Tendrás tiempo. A partir de ahora serás Jahan, una ciudadana de Balbadd. Vivías en los suburbios con tu padre y admiras a Alibaba desde siempre, tanto que lo has seguido hasta aquí.

-Eso suena muy acosador. -le dedicó una mirada furtiva al rey, y este se la devolvió con un suspiro y una sonrisa. Le venía muy bien lo de acosador, pues él mismo acosaba a Sinbad de ese modo de vez en cuando antes de que pasara toda la movida con Al-Thamen. Aunque en ocasiones no era muy discreto, por esa razón el monarca terminó dándose cuenta. Incluso empezó a montarse películas sobre un posible atentado grande del Imperio o la organización por ello, cuando sólo era capricho del magi.

-Antes de que vayas a la entrada y de que yo avise a Alibaba, necesito que me hagas un favor. ¿Podrías intentar quitarle el contenedor metálico? Es urgente que lo tenga. -aquello confundió y alertó a Judal y a Yamuraiha, justo en ese orden.

-¿Para qué lo quieres? Sabes que un contenedor metálico sólo funciona con su dueño. No te sirve. -el magi lo dijo como si realmente no fuera nada grave. Cielos, y la maga de agua se estaba sintiendo incómoda, y lo peor, cómplice. Para sorpresa de ella, el monarca soltó una risa.

-Qué mala imagen tienes de mí, Judal. Más tarde cambiaré eso. -ambos entendieron el significado de esa frase. Una frase con doble sentido oculto. -Sharrkan vio algo que no le gustó nada en el cuchillo de Alibaba. Estuvo revisando durante sus entrenamientos y resulta que tiene una fisura en la empuñadura. Alibaba no se lo dijo ni siquiera a él. Supongo que para no preocupar a alguien con ello o por simple vergüenza al haber descuidado su contenedor. O tal vez no se dio cuenta. -ahora Yamuraiha podía respirar tranquila. -Si fuera la segunda opción, no me gustaría hacerle sentir peor, pero no podemos ignorar esa fisura. Necesito el contenedor para llevarlo a arreglar antes de que se rompa y Amón abandone el puñal. Quién sabe si tomará otro contenedor aleatoriamente o si regresará a un nuevo calabozo.

-Demasiadas palabras. -aclaró Judal. Se había liado un poco.

-No importa, sal ya a la entrada. Más tarde me buscaré las maneras para recordártelo.

Y antes de que alguno de los dos se moviera, Yamuraiha lo echó de su estudio. Ella ya tenía planes con esa nueva magia. Practicarla hasta la saciedad."

Después de su pequeño flashback mental, se sentó de nuevo sobre el colchón y tomó el cuchillo, revisándolo. Tal y como Sharrkan dijo, tenía una fisura. Por suerte, no parecía muy profunda. Aunque siempre era mejor prevenir que curar después.

-Habrá que llevarlo a arreglar. -justo en ese momento, la luz blanca que daba final al hechizo de Yamuraiha cubrió ese cuerpo femenino y lo moldeó en su brillo, dándole al magi a su apariencia original cuando la luz se disipó. Debió de pasarle lo mismo a la maga de agua al mismo tiempo.

-Sinbad.

El rey escuchó su nombre con un tono poco recurrido por el azabache. Sonaba como preocupado o triste, por lo que abandonó inmediatamente la tarea de continuar revisando el puñal y se acercó hasta sentarse de frente a él, en el borde de la cama. Le hizo sentarse a su lado. Algo no estaba bien con él. Judal sólo se dejó hacer, sin rechistar. Este bajó la cabeza y apretó los puños. Cuando fue a tomar una de sus manos, lo vio. Los nudillos de la mano derecha del magi estaba con una herida horrible, con sangre seca alrededor, y no tan seca en las aberturas donde ya no había piel ni carne. Tomó esa mano bajo una mueca de ligero terror.

-¡Cielo santo, Judal! ¡¿Qué demonios has hecho?! -observó por unos segundos esa herida sin obtener respuesta. Soltó la mano del magi oscuro y se levantó, dirigiéndose con paso rápido a uno de los cajones de la cómoda. De ahí sacó una botella pequeña llena de puro alcohol, algodón y vendajes. Sabía que cualquier daño que se hiciera ya no iba a curarse como antes. El niño tiraba de la energía del magi, y por lo tanto, la curación del rukh se hacía menos eficaz. Volvió a su sitio, mojando el algodón en el líquido transparente y tomando la mano del chico de nuevo, pasando el algodón con pequeños golpecitos por encima de toda la herida. Después frotó un poco por los bordes para limpiar los restos de sangre que se había secado. -Se suponía que era pasar un día agradable con Alibaba, no pelearte con lo que sea que te hayas peleado. -suspiró, desenredando los vendajes. -No puedes seguir así, no mientras estés en tu estado. No puedo protegerte por cada segundo que pasa. Créeme que lo haría sin dudar y estaría encantado de andar pegado a ti cada uno de esos segundos, pero es imposible. Y aunque no lo fuera, si lo hiciera te terminarías acostumbrando a eso, si te protejo en cada momento, ¿qué será de ti cuando yo ya no esté más? -envolvió la mano del azabache con los vendajes. Se le hubiera hecho extraño el silencio, pero ya había visto antes que algo estaba carcomiendo al muchacho. El hacer referencia a que algún día él ya no iba a estar más provocó que la melancolía de Judal aumentara.

Él no quería eso. No quería quedarse sólo de nuevo. Aunque en realidad no lo estuviera. Si todo salía bien, su hijo, o hija, estaría con él, ¿cierto? Se aferraba a eso, pero aun así, perder a Sinbad no estaba en sus planes. Lamentablemente... era el ciclo del destino. Como magi, podía vivir más de dos siglos, suficiente para ver morir a su rey, quien sólo era humano...

Vio, ahora con excesiva tristeza, cómo el monarca terminaba de tratarle y se levantaba para guardarlo todo de nuevo, volviendo a sentarse a su lado después. Agachó la cabeza otra vez, mucho más que antes. Su pecho dolía, le presionaba. Su garganta pesaba y sus ojos se humedecían sin remedio.

No quería que Sinbad muriera antes que él, quería tenerle hasta el último segundo de su larga vida de magi.

-No mueras... por favor... -sus ojos terminaron por desbordarse de lágrimas que no se molestaba en detener o limpiar. El rey no se sorprendió, pero eso no evitó que se sintiera casi como Judal se estaba sintiendo sólo con verle y escucharle. Acercó al azabache y lo abrazó contra su cuerpo, permitiéndole llorar en su hombro. Había pasado un tiempo desde la última vez que le consoló el llanto. De verdad que le dolía como más de mil dagas atravesando su corazón el verle así. Si no fuera por su aguante ante la propia tristeza, estaría acompañando en silencio los lloros del magi.

-No lo haré mientras tú sigas aquí. -separó un poco sus cuerpos y tomó el rostro rojo y dolido de Judal, limpiando esos caminos de agua salada con sus pulgares. -No debí decir eso, perdóname... -juntó sus frentes, buscando reconfortarle. Que el magi oscuro le sintiera. -Ahora dime, ¿por qué te dañaste? -era obvio que era una herida causada por un puñetazo, pero quería saber el por qué. Ahora si se sorprendió y preocupó cuando el llanto de Judal se intensificó. ¿Había vuelto a decir algo malo? Separó sus frentes para mirarle directamente, volviendo a limpiar, en vano, sus mejillas húmedas e irritadas. Deducía que podía ser por algo ocurrido durante esa cita falsa, y si fue Alibaba quien tuvo la culpa... -Judal, no pasa nada, tranquilo. ¿Es por algo que pasó con Alibaba? -vio al magi asentir con la cabeza una vez de forma débil. Lo suponía... -¿Qué pasó? -comenzó a acariciar uno de sus brazos.

-Yo creí... Pensé que... -liberó un par de hipeos, intentando regularizar su respiración. -... que no iba a... Bajé la guardia... Yo no... no quería... -se vio acallado por un nuevo abrazo, más fuerte que el anterior. Cerró los ojos con fuerza y se apretujó contra el pecho del rey.

-¿Te besó? -suficiente había dicho el magi para que él mismo pudiera adivinarlo. Le vio asentir con muy poco movimiento. No estaba furioso, ni siquiera llegaba a sentirse enfadado. Pero sí estaba molesto, mas sólo con el rubio. Judal no había participado, ni había sido tomado en cuenta. Su doloroso desahogo lo mostraba. Tal vez el magi se esperara un rechazo después de asentir, pero no iba a ser así. Sinbad acarició su espalda y cabeza. -Lo avisé en el callejón, Judal. -soltó un suspiro. Lo sabía, el magi oscuro no lloraba por el hecho del beso, eso era muy poco probable viniendo de una persona como el azabache. Lloraba porque se sentía infiel, cosa que no era. -Está bien, sé que no serías capaz de engañarme, confío en ti. También te lo dije, ¿cierto? -el muchacho volvió a asentir contra su pecho. -No fuiste tú quien tuvo la culpa, aunque tampoco podemos echársela a Alibaba. El pobre es el engañado aquí. -Judal se incorporó y se limpió él mismo, frotándose los ojos.

-Que se joda... Si no se hubiera puesto insoportable no habría sido engañado... -su respiración continuaba irregular, pero cada vez menos.

Lo más irónico de todo era que el rubio terminó volviendo al palacio bastante feliz, mientras que Judal lo hizo con cargos de conciencia bastante pesados. Sinbad se atrevió a soltar una ligera risa, tomándole de las manos.

-¿Ya estás mejor?

-Estás desnudo, idiota. -eso significaba "sí", pues lo dijo con una voz temblorosa, pero no de tristeza, sino de aguante de risa.

-Duermo desnudo, creí que ya lo sabías desde hacía mucho tiempo. -como ya se dijo antes, Sinbad siempre fue consciente del secreto, no tan secreto, acoso de Judal. Consiguió sacarle una sonrisa al fin. Bajó su vista dorada hasta el abdomen cubierto del magi y posó una de sus manos sobre él, sonriendo con un poco de bobería. -¿Cómo está? -el magi oscuro rodó los ojos, pero sin fastidio ni ninguna otra emoción negativa, más bien, como si pensara que este hombre suyo no tenía remedio.

-Igual de pesado que siempre. Como su padre. -sonrió más ampliamente ante lo que pensó después de hablar. Lo hubiera dicho, pero aún se sentía un tanto incómodo diciendo esa clase de cosas. No iba a decirle que tuvo un mareo en el bosque, le preocuparía sin motivo, y cuando Sinbad se preocupaba por él sin una razón conseguía estresarle y empeorarle el humor.

-¿Puedo verlo? -consiguió que el azabache pusiera mueca confusa.

-¿Cómo demonios piensas verlo? Está dentro, idiota. -no sonaba enfadado, al contrario. Llevaba usando un tono calmo desde que se tranquilizó. Para su sorpresa, el rey empezó a reír.

-El niño no, tu vientre. -subió su mirada a tiempo para ver cómo Judal apretaba los labios y fruncía el ceño con un sonrojo potente a causa de su fallo. El muy condenado sabía perfectamente cómo ser dulce y tierno cuando le convenía, o cuando se descuidaba. Pronto vio esa mueca ser cambiada por una más relajada.

-Haber empezado por ahí. De todas formas ibas a verlo, en Sindria siempre hace calor. Al menos ya entiendo el por qué duermes sin ropa. -se levantó y desató el cinturón de tela bajándose después las mangas desde los hombros hasta dejar descubierto todo su abdomen.

Y Sinbad que pensaba que no habría dado mucho tiempo a que se viera muy distinto... Sus ojos emocionados lo decían todo por él. Sentía su corazón latir con fuerza. No era un tamaño exagerado, pero ese vientre ligeramente abultado confirmaba que su pequeño estaba ahí, fastidiando de vez en cuando a su madre. El tiempo que pasó en Kou pareció estar bastante ocupado creciendo. Obviamente, los característicos abdominales del azabache no estaban ahí.

-No lo mires así... Me avergüenzas, idiota. -su voz temblaba por eso.

-¿Y cómo quieres que lo mire si es mi hijo quien está ahí dentro? -casi parecía ser él el que iba a llorar ahora. Hizo que Judal se mordiera el labio por esa respuesta en forma de pregunta. Acarició la protuberancia en el abdomen del magi y luego posó su cabeza de lado, pegando su oreja. Aquello hizo reír a Judal.

-No vas a oír nada, estúpido. Aún es pronto.

-Había que intentarlo. -se puso en pie y levantó el mentón del magi oscuro, besando sus labios después. Antes de romper el beso, desató el lazo de la trenza, liberando sus hebras onduladas, dejándolas ahora caer hasta reposar en el piso.

Sinbad volvió a meterse en la cama, apoyando el codo sobre la almohada.

-Ven, pasaron muchas cosas hoy, debes dormir. -Judal parpadeó un par de veces.

-¿Aquí? -en ningún momento desde su estadía ahí había entrado a los aposentos del rey. Ni para molestarle, ni para tener relaciones si quiera. -¿Qué pasa con mi habitación?

-No vas a usar más una habitación de invitados.

-¿Y eso? -aún no captaba.

-Ya no eres un invitado, Judal. -sonrió con alegría. -Eres mi magi, ahora esta es tu casa. Vives aquí desde que saliste del Imperio Kou. También eres mi pareja oficial, razón suficiente para que comparta mi habitación contigo. Aunque ahora es de ambos, no mía.

Todo eso que el monarca dijo le estuvo reviviendo todas esas emociones agradables, las que tanto había anhelado sentir durante tantos años. Florecían dentro de él cada vez con más fuerza, tanto que no era capaz de responder, y tampoco sabía cómo hacerlo. Estaba en un hermoso shock que le daba una calidez intensa a todo su cuerpo. Felicidad, emoción, agradecimiento, alegría, amor... Sobre todo ese último.

Cuando pudo reaccionar no tardó en desprenderse del todo de su traje de oráculo para meterse bajo las sábanas y abrazarse de inmediato al rey, quien no pudo evitar reír por esa reacción. Dormir con alguien era una sensación nueva para él. Una placentera y agradable. Le llenaba el pecho y le hacía sonreír sin que él lo quisiera. Sentir el calor de alguien a su lado mientras dormía le transmitía tanto sosiego y protección. Esos brazos que le abrazaban los sentía como si fueran los escudos más fuertes y resistentes del mundo, y estaban protegiéndole a él, y sólo a él.

¿Que si tenía planeado pasar toda su vida al lado de Sinbad? Sí, lo tenía.


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