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Recuperando lo robado por Scardya

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Estrés, estrés y más estrés. Eso era lo único que rodeaba la atmósfera por donde Judal pasaba. Sacaba problemas de donde no había. Cabreaba y desesperaba a toda persona que se le cruzara por el camino. Lo peor de ello era que si alguien se atrevía a recriminarle algo, el azabache tendría dos respuestas; meterle a esa persona una reverenda paliza o hacerle sentir la peor escoria del mundo por hacerle llorar. Sí, Judal llevaba siendo 50% apatía y 50% llanto. No importaba si era por un simple postre, capricho, o por una situación tonta, sus reacciones a cada una de estas se balanceaban entre insultos y lloros, en incluso en ocasiones se entremezclaban.

¿Y cómo pasó Sinbad todo ese tiempo? Intentando alejar al magi de cualquier cosa que pudiera irritarle de más, pero era imposible. TODO le molestaba, incluido el rey. Cuando Judal se lo confirmó con la frase "cierra la puta boca, deja de joder y lárgate a donde no te vea la maldita cara" casi fue él quien estuvo a punto de llorar. Le sentó como cinco patadas en el estómago y tres en la entrepierna. Pero lo soportó, repitiéndose una y otra vez en su cabeza que realmente no era su Judal el que hablaba, sino las condenadas hormonas revolucionarias que se estaban liberando continuamente a causa del embarazo. La última vez que le vio en su estado de ánimo normal fue el día siguiente a la cita falsa con Alibaba. Ese día, ambos despertaron muy melosos y disfrutó de su compañía en la cama como nunca. Y lo más irónico fue que esa mañana no hubo sexo, se la pasaron dándose los mimos y cariños más cursis que ninguno de los dos pensó que alguna vez serían capaces de expresar y soportar. A ojos ajenos hubiera sido dulcemente vomitivo. El color rosa había inundado por completo esa habitación con tanta caricia y tanto jugueteo. En ningún momento se tocaron para hacer el amor. Aunque a Sinbad, desde que regresaron de Kou, ganas no le faltaron. Estuvo mucho tiempo sin poder hacer suyo al magi. Ahora más, pues si en ese día agotador, junto con el siguiente de mimos no lo hizo…

El cambio a mal de Judal fue apenas ese mismo día por la tarde, justo después de que Aladdin terminara por confirmar con ellos dos quién fue realmente Jahan, sus intenciones, y el porqué de ese rukh tan extraño. Yamuraiha lo camufló de tal manera que fue visto de esa rara forma. La prueba irrefutable fue la mano vendada del azabache, pues él vio cómo "esa chica" golpeaba el suelo con la misma mano en el puerto. También después de que el contenedor de Alibaba fuera rápidamente arreglado y devuelto, todo sin que este se diera cuenta.

Y de aquello ya había pasado un mes…

Sonaba increíble, pero era cierto; Sinbad llevaba un mes sin tocar al magi oscuro. Y con ese mes se cumplían dos de embarazo, aproximadamente. Tan corto el periodo de gestación de un magi… Ya tenía recorrida la mitad del camino, y su vientre, completamente imposible de ocultar, usara la ropa que usara, confirmaba eso. Estaba grande, muy abultado, pero eso no era lo máximo que podía crecer, para su desgracia. Si ya tenía dolores de espalda y cadera a sólo la mitad de lo que le quedaba… No imaginaba el resto. Iba a morir de dolor, e incomodidades tendría mil.

La sensibilidad emocional que hacía llorar a Judal, situación que no solía ocurrir a menudo en un estado normal, se debía, como se mencionó antes, a las hormonas que segregaba. Pero esa apatía excesiva y el continuo mal humor eran causados únicamente por los dolores lumbares y de piernas. Su peso había subido, y no precisamente por comer. Es más, estuvo evitando la comida durante un par de semanas. Las náuseas hicieron aparición también el día siguiente a cuando regresaron del Imperio Kou. Parecía que le había llegado todo de golpe y al mismo tiempo al pobre magi. Durante ese periodo de tiempo sintió que iba a devolver hasta el agua que tomara. Odiaba sentirse enfermo. Por suerte, esas náuseas duraron sólo la primera mitad de ese mes, y agradeció que fuera corto el periodo de vómitos. Se le hizo jodidamente asqueroso. Al menos, su mal humor era menor que cuando estuvo así, pero no desapareció del todo. Las náuseas le cabreaban más y le provocaban asquearse de sí mismo.

Quién iba a decir que Judal fuese tan "delicado". No sólo eso, sino que su ritmo cardíaco había aumentado y sufría de continuo cansancio. Y eso preocupaba a Sinbad. Aún tenía ese ligero trauma de cuando el magi murió. No estaba preparado aún para que Judal durmiera más de doce horas seguidas sin mover ni un solo músculo. Se sentía tenso y asustado cuando el azabache dormía durante el día. No hacía su trabajo como debía, rendía mucho peor que normalmente, y Ja'far se dio cuenta. Mas no podía dejarle ir porque el magi estaba bien y en buenas condiciones, en realidad. No podía ceder al pequeño miedo del monarca sin una razón sólida, y por lo tanto, no le permitió dejar en pausa su trabajo. El prohibirle abandonar sus quehaceres, irónicamente, hizo el efecto contrario en el rey, dándole la energía necesaria para querer terminar lo antes posible.

Aproximadamente, sesenta días de embarazo, dos meses ya… El tiempo se les estaba pasando demasiado rápido. En sus ratos libres, Sinbad leía y releía una y otra vez el mismo punto del libro de los magis, todo lo referente al embarazo. Y si Judal estaba despierto, lo leía con él. Casi se lo sabían de memoria. Le impresionó mucho el hecho de que la anatomía interna de los magis varones fuera distinta. Ni el azabache estaba enterado, y obviamente, seguro que ningún magi, a excepción de Yunan, tampoco. Era una anatomía complicada y sencilla al mismo tiempo. Existía como una especie de útero que quedaba aislado de todo y sin función alguna, sólo conectado al resto por un fino canal que se unía al recto. Un canal que se abría exclusivamente durante un orgasmo. Si el hombre que hacía de pareja no llegaba al mismo tiempo, ni en el momento indicado, no había posibilidad de fecundación. El nivel de dificultad para conseguirlo era MUY alto, y Sinbad lo hizo a la primera. Lo sabía, y se felicitaba a sí mismo por ello. Había conseguido la gran hazaña de encintar a un magi, y no a cualquier magi, sino al más complicado de tratar, el más cerrado a cualquier tipo de situación. Había hecho una tarea difícil con un magi difícil. Y aun así, NADIE le felicitó por ello en ningún momento. A veces sentía que el cariño de sus compañeros era fingido y que le odiaban con sutileza.

Cuando Judal no dormía, estaba cabreado, y cuando no estaba cabreado o dormido, estaba sensible aunque no lo pareciera. Había que escoger con cuidado las palabras, miradas y gestos que se le dirigirían cuando se encontraba en este último estado de neutralidad, porque podía terminar enfadado o llorando, o los dos al mismo tiempo. Era imposible saber cómo iba a reaccionar.

No podía moverse de posición en la cama. Leyó que si se tumbaba boca arriba dañaría sus órganos internos por presionarlos con el peso del crío. Y boca abajo era obvio que no. No le quedaba más remedio que estar siempre de un lado. Al menos tenía dos para ir cambiando si se cansaba de uno. Despertó a las primeras horas de la tarde, y obviamente, Sinbad no estaba en la habitación. Pero supo que estuvo ahí hacía un rato, pues en la mesita de noche de su lado había una bandeja con una cantidad muy gentil de comida, la comida del mediodía. Aunque este ya se hubiera pasado. Podía llevar ahí como una hora. La llevaba observando hacía un buen rato, sin haberse movido. No se atrevía a hacerlo. Estaba demasiado cómodo así, tanto que apenas sentía ningún dolor. Si se movía se jodería todo su bienestar y buen humor. El primer buen humor que tenía desde hacía cuarenta malditos días, poco más de un mes soportando su propio humor terrible.

Luchaba contra su estómago vacío y ruidoso, y estaba perdiendo la batalla. No quería continuar estando tan adolorido. Por una vez que no le dolía… Sabía que el calor calmaba eso, pero no podía hacer magia, y Yamuraiha no estaba ahí. Ahora que se daba cuenta, ¿por qué no le pidió que hiciera uno de esos inventos suyos para él? Como una almohada, o un cinturón de tela, que desprendiera calor, o algo parecido. Tanto mal humor y malestar provocaban que hasta se despistara de sí mismo.

No podía más, necesitaba comer. El crío le estaba manipulando de una forma muy cruel. Ya lo veía, iba a salir igual de indomable y testarudo que él, y eso no iba a ser algo positivo, pues ambos podrían encararse continuamente. O tal vez no, quién sabe. De igual forma, su apetito voraz no se calmaba por mucho que durmiera. Y hablando de dormir, durante todo ese mes lo estuvo haciendo en exceso, durmiendo hasta la hora que se le antojara. Fácilmente se despertaba por la tarde, como ahora, comía un poco, y volvía a dormirse hasta el día siguiente. Quien lo viera pensaría que era pariente de las plantas y vegetales. Pero sólo ocurría algunos días, no todos. El resto de ellos, en los que el dolor no le afectaba tanto, salía a "socializar" con los idiotas, según él. Y obviamente, ver a su estúpido rey. Porque, aunque no lo pareciera, necesitaba de su presencia para sentirse cómodo mentalmente. Ya podía insultarle, golpearle y hacerle lo peor, que el rey no se iba a alejar de él para buscar paz, y Judal tampoco lo haría. Sobre todo ahora que reclamaba mimos extra, más que de costumbre.

Se incorporó como pudo, y como era de esperarse, el dolor de espalda hizo su aparición. Lo aguantaba como podía, con cabezonería y sin soltar ni un solo quejido para no sentir su orgullo siendo resquebrajado. Un estúpido crío que ni siquiera nacía aún no podría con él, no se dejaría vencer tan fácil.

Lamentablemente, el dolor se fue intensificando hasta niveles catastróficos y se vio obligado a volver a tumbarse de lado, ahora sin su comodidad y alivio anteriores. Se jodió a sí mismo nada más hacer un simple movimiento. Su rápida derrota fue suficiente para hacerle llorar por milésima vez en todo ese tiempo inaguantable. Su labio inferior tembló y lo apretó con el superior, haciendo fuerza con la mandíbula mientras se le humedecían los ojos.

Estaba solo en esa enorme habitación y nadie podía estar con él porque todos tenían trabajo y quehaceres. Nadie dejaría sus tareas para ir a consolarle e intentar menguar su dolor con magia, o con algún masaje o alguna sesión de mimos, y le importaba poco de quien fueran. Como si era Ja'far quien lo hacía, le daba igual mientras consiguiera sentirse mejor. Por Salomón, estaba embarazado, en una condición delicada y sensible, y aun así no le asignaron una compañía diaria. Eso no estaba bien, y había sido un error gordo por parte de Sinbad, quien pensó que él solo podía hacerse cargo de su magi. Sabía que el rey iba a sus aposentos nada más terminaba su trabajo y que no volvía a irse a menos que hubiera una emergencia. Pero la mayoría de este tiempo Judal se lo pasaba durmiendo, sin poder disfrutar de que el rey estuviera veinte de veinticuatro horas con él. ¿Qué haría en la habitación cuando dormía? ¿Le observaba hasta dormirse también, o se entretenía con alguna cosa?

Le dolía la espalda, la cadera y tenía un hambre de mil demonios. Y no podía hacer nada para remediarlo.

-Sinbaaad… -dijo su nombre en un largo quejido, acurrucado en la cama. Quería y necesitaba sus atenciones. Lloraba con fluidez y no se molestaba en mantenerse en silencio. De su boca salían gemidos, hipos y lamentos, y de sus ojos rojos lágrimas que no se detenían hasta llegar a la tela de la almohada, donde morían al secarse. Quería sentirse bien, justo como estuvo antes de que comenzara a crecer su vientre. Sin dolor, sin cambios de humor que ni él mismo entendía, sin incomodidades, sin hinchazones de tobillos, sin pesos extra. Con magia, con rendimiento suficiente para realizar actividades, con capacidad para hacer de todo, incluido caerse de un árbol. Tan afectado se encontraba que empezaba a considerar si fue una buena decisión aceptar tener un niño tan a la ligera. Si le hubieran avisado antes de que lo iba a pasar incluso peor que una mujer humana, se lo habría planteado dos veces. No sabía realmente si arrepentirse o no, pero de nada servía. No había vuelta atrás, y ser consciente de que quedaban, aproximadamente, cincuenta días más para entrar en la fase temprana le ponía nervioso y le asustaba. Ese segundo mes estaba finalizando demasiado pronto a su parecer. Si no estuviera tan sensible e inválido se golpearía la cabeza para quedar inconsciente a propósito y dormir, así al menos no se enteraba del dolor cervical.

La gran puerta se abrió, dejando pasar a una de las sirvientas. Judal no se coscó de ella, demasiado centrado estaba en llorar sonoramente, mas sin llegar a alzar mucho la voz. A parte de que tenía los ojos cerrados.

La mujer se sintió mal cuando lo encontró así. Fue mandada a supervisar si había despertado y comido. Cerró la puerta y se encaminó hacia su objetivo, viendo la bandeja intacta sobre la mesa. Llegó al lado de la cama y se atrevió a inclinarse un poco. En verdad se le veía afectado.

-¿Quiere que me lleve la comida? –no lo dijo con normalidad. Observaba tantas emociones juntas y tan distintas en ese rostro que incluso a ella le estaba afectando. Consiguió que entreabriera sus, ahora cristalinos, ojos carmesí.

-No… -su orgullo se fue por la ventana al usar ese tono de niño pequeño desconsolado, continuaba hambriento y se sentía solo. Quería comer, pero el dolor le impedía incorporarse, y no podía tragar tumbado, se podría ahogar fácilmente.

La sirvienta no necesitó más para saber por qué Judal se negaba a que se llevara la comida aunque no hubiera probado bocado. Pobre muchacho. Si tan sólo su rey hubiera sido más cuidadoso… De todas las veces que rechazaba pretendientas y se negaba en rotundo a la idea de dar herederos, terminó de una forma tan particular. Y no era algo malo, si no fuera porque "la madre" era un chico demasiado joven que tendría que soportar los horribles síntomas multiplicados por tres por el simple hecho de ser un magi varón. Se apiadaba tanto de él. Sólo era un niño todavía. Estaba segura de que ni siquiera llegaba a tener veinte años.

No podía irse y dejarlo ahí, llorando sin consuelo alguno, por lo que probó a preguntar. Era una sirvienta, hacía lo que le ordenaban sus superiores y debía preocuparse por su bienestar, y este chico era uno de ellos ahora.

-¿Quiere que le deje solo? –no podía ofrecerse directamente, sería una falta de respeto. Vio con una ligera sonrisa piadosa cómo el magi oscuro negaba con la cabeza. Era un muchacho tan distinto a como lo era antes. Le malinterpretó por completo en el pasado, pensando que era un desquiciado cruel sin sentimientos. Pero los tenía, y muy a flor de piel. El dramatismo y la pasión que le ponía a las cosas, aunque algunas se salieran de control, eran pruebas de ello. Sólo necesitó ayuda, y por suerte, se la dieron. Ella tenía pensado servir con gusto a ese chico mientras estuviera solo por todo lo malo que pensó de él. Era un chiquillo joven aún, y la sirvienta ya era madre de tres hijos. Su instinto maternal era fuerte, y el hecho de ver a alguien más de veinte años menor que ella, llorando, sacaba ese instinto. Uno tan similar como lo tuvo la difunta esposa de Hinahoho, Rurumu. Se sentó en el borde de la cama y miró por un par de segundos la expresión tan lastimera del magi. El tremendo dolor y la tristeza de sentirse ajeno a su propio cuerpo por cambios tan drásticos como los de un embarazo predominaban en su rostro húmedo y enrojecido. Ella sabía lo que era pasar por eso, sabía cómo se sentía. También lloró mares en sus tres embarazos, y no era algo agradable por lo que pasar, pero valía la pena. Pasó una de sus manos por la mejilla del azabache, apartando varios mechones ondulados que se le habían pegado por las lágrimas. No recibió ningún rechazo ni queja, por lo que continuó, empezando a acariciar su cabeza en un intento inconsciente por distraerle de su espalda y caderas adoloridas. –Duele mucho, lo sé. Pero mire el lado positivo, durará poco y pronto estará bien. Imagine si fuera una mujer humana, serían siete meses más en lugar de dos. –la razón estaba de su lado. Aunque los síntomas fueran más intensos, el tiempo era muy corto. Incluso podía compensar. No consiguió una respuesta por parte del magi oscuro, pero sí que menguara sus lamentos. –Mi Rey cometió un error al no asignarle a alguien como compañía, no puede estar solo es su estado. Pero no podemos echarle la culpa, esto también es muy nuevo para él.

-Es el rey de los idiotas… -su apariencia débil y su tono entrecortado no solían encajar con sus insultos. Irónicamente, esta vez Sinbad sí que había sido "el rey de los idiotas", y la mujer estaba tan consciente de ello que no pudo negarlo y defender a su rey. –No… no debe de preocuparse por mí… tanto como dice si… me deja solo. –su cuerpo dio un leve espasmo por la respiración irregular del llanto, retomando este su nivel anterior. No se quedaba tanto en tiempo en la soledad de la habitación, sólo que tenía la mala suerte de que cuando despertaba, Sinbad estaba en las pocas horas que se dedicaba a sí mismo, aunque más que a eso, a su trabajo.

La mueca de la sirvienta mostraba desacuerdo. Ella misma había podido ver la obsesión que su rey tenía con el magi, una obsesión sana, pero profunda. Sinbad estaba haciendo todo lo posible por él, y tanto se centraba en las posibles dificultades y problemas que Judal pudiera tener que dejaba sin querer en un segundo plano lo más básico, como lo era mantenerle acompañado de alguien cuando se quedaba en la cama por molestias en su cuerpo o por no haberse despertado. El monarca se estaba esforzando a un nivel casi sobrehumano.

-Siento discrepar, no es mi intención contradecirle, pero déjeme recordarle que Mi Rey se preocupa mucho por usted, más que de él mismo o sus alianzas. –como que estuvo manteniendo una relación a escondidas con el oráculo de la nación rival. –Es la primera vez que vemos a nuestro rey tan risueño y ofrecido al amor. Nunca antes había pasado algo parecido. El rey Sinbad le ama con todo su corazón. –dejó la cabeza del azabache para tomarle de las manos. –Si viera el esfuerzo que Su Majestad hace todos los días por acabar su deber diario y poder regresar pronto a su lado… -ella había visto, antes de ir a supervisarle, cada movimiento y cada expresión del monarca cuando pasó por su despacho, y nada le sorprendió más que verle tan enérgico, deseoso de terminar todo lo antes posible. Y la razón de ello se podía encontrar delante de sus ojos ahora mismo. –Pero que se apure puede traer consecuencias a su rendimiento. Puede cometer algún error en sus papeles.

Judal no necesitaba nada más para sentirse aliviado y dejar de llorar. El simple hecho de escuchar en boca de una de sus sirvientas que Sinbad estaba trabajando con prisas y ánimos era satisfactorio, pues siempre solía hacerlo con parsimonia y aburrimiento, siendo empujado constantemente por Ja'far para que se diera vida y dejara de parecer un muerto andante. ¿Qué importaba si se equivocaba en algún papel? El caso era que terminara, ¿no? Para que pudiera estar con él. Lo que la mujer le había dicho fue suficiente para que volviera a intentar tomar las riendas de su cuerpo, ahora sin un solo rastro de lástima o tristeza, y se decidiera a probar a incorporarse de nuevo. No hicieron falta palabras, aún le costaba por el dolor, pero ella le ayudó a sentarse en el borde del colchón.

Sus trajes de oráculo no le servían teniendo el vientre de tal tamaño, no podía usar el cinturón de tela que traían, y por lo tanto, se abrían. Había empezado a llevar unas túnicas hechas exclusivamente para él, similares a sus trajes, pero con la diferencia de que no llevaban tantas capas, eran más holgadas y se abrochaban por una cremallera a lo largo de toda la espalda. Ahora mismo vestía una de ellas.

-Siempre es muy lento. Apuesto lo que sea a que termino esto y bajo yo antes de que levante el culo de la silla. –eso si se encontraba en condiciones de levantarse él. El lado bueno era que estaba recuperando su actitud después del bajón. Estar acompañado le hacía sentir bien de cierto modo.

La sirvienta se permitió reír un poco.

-Es muy posible, joven Magi. –al menos el chico estaba comiendo. Que no lo hiciera sería lo preocupante. El humor del azabache había mejorado considerablemente, pero era obvio que aún estaba adolorido. –Permítame ayudarle, sé que aún le está doliendo. –haber aguantado tres embarazos le daba ciertos conocimientos y podía deducir y anteponerse ante esa clase de problemas. La única respuesta que recibió fue un "mmh" de conformidad. Se posicionó detrás del azabache y apartó todo ese cabello a un lado. –Después de encontrará mejor, ya lo verá. –comenzó a deslizar la cremallera de la túnica hasta abajo, dejando al descubierto la blanca espalda del magi oscuro. Bajó un poco las mangas de los hombros para abrir más la prenda. A Judal no parecía importarle, aunque sí estaba curioso, mas no lo demostró. Se centraba más en comer. Sí que estaba hambriento. Era lógico, necesitaba abastecer de alimento dos cuerpos en lugar de uno. Las manos de la sirvienta empezaron a apretar con los dedos distintas zonas de la espalda baja y caderas del muchacho, quien se había encogido hacia atrás con un quejido.

Había pasado un muy buen rato retorciéndose y quejándose, pero no consiguió que la mujer se detuviera en la tortura. Lo estaba matando. Era un masaje muy bueno, y no precisamente por ser placentero, que no lo era. Sino por ser doloroso. Era de esos masajes que simulaban dejar el cuerpo más roto de lo que está, pero que en realidad te renuevan al poco rato. Incluso después de haber terminado de comer, el insoportable masaje continuó, sacándole más de una maldición. Por suerte, no era algo que fuera a durar mucho. Pocos minutos después de haber sido "torturado" y vestido se dio cuenta de que su anterior dolor apenas se notaba tanto. Esa mujer tenía unas manos cuidadosas a la vez que fuertes. Pudo levantarse, e incluso estirarse ligeramente. Ahora sí estaba en condiciones de recorrerse el palacio sin prisa y molestar a quien viera. Pero primero a por su objetivo principal; el rey.

-Hoy sí que no se libra de mí. –comenzó a caminar, colocando inconscientemente las manos debajo de su vientre. Se veía pesado, y ERA pesado. Y no, no estaba acostumbrado a ese enorme bulto todavía, le parecía algo ajeno a su cuerpo. Le fastidiaba que su planicie abdominal se hubiera ido de vacaciones, pero no podía hacer nada más que esperar para recuperarla. Por primera vez en su vida había decidido ser paciente. Fue seguido por la sirvienta, que tenía la bandeja en las manos. -¿Cómo lo sabías? Lo que me dolía, digo. –aún le costaba creer que unos cuántos minutos a manos de esa mujer le hubieran dejado como nuevo. Bueno, casi nuevo. Ambos salieron, cerrando Judal la puerta después.

-He tenido tres hijos, la experiencia es algo que no se va.

Debió imaginárselo, ella no tenía pinta de ser muy joven, pero tampoco llegaba a ser muy vieja. Tendría la misma edad que Gyokuen tenía. Al menos podía contar con una experta en el tema. Tomaron pasillos distintos, ella hasta la cocina, y él hacia el despacho de su querido idiota. No sin que antes la sirvienta se despidiera con cordialidad.

-¿Crees que ya habrá terminado? –silencio. –Nah, seguro que no. Por mucha prisa que se dé, antes le da una parálisis cerebral. ¿Piensas que al menos llevará hecha la mitad? –otro silencio, y segundos después, la risa del magi oscuro. Cualquiera que lo viera diría que estaba empezando a volverse loco, a perder la cabeza por completo. Aunque para algunos fuera un acto de ligera inestabilidad mental, para otros era una respuesta natural que demostraba salud maternal. Hablaba con el niño en su interior y continuaba la conversación como si este le respondiera de vuelta. No iba a corroborarlo directamente, pero a pesar del infierno que le estaba haciendo pasar, le había cogido cariño. Y lo que más extraño se le hacía era que tenía deseos de verlo, de abrazarlo y no soltarlo más. Con el único que había llegado a sentir eso fue con Sinbad, pero el rey ya no sería el único afortunado. Debería compartir la atención y el especial amor del magi oscuro con su pequeño también. Pero una cosa estaba clara. El azabache podía soportar cursiladas hasta cierto punto, si ambos se pasaban de pesados, Judal no dudaría en mandarlos a tomar vientos a los dos o echarles el cabreo encima.

Cuando llegó frente al despacho fue a abrir la puerta, sin llamar ni nada, como Pedro por su casa. Lo mejor de ello era que el magi no se llamaba Pedro, pero sí era su casa. Su casa… Sindria era su hogar… Se detuvo un momento a pensarlo, antes de tocar siquiera el pomo. Ahora vivía en el palacio de Sindria, pertenecía a este país, era el Magi y la pareja del Rey de los Siete Mares, Sinbad, y esperaban un bebé que sería el futuro príncipe o la futura princesa… Un revoltijo de emociones se le acumularon en el pecho, todas confundiéndose entre ellas, pero una predominaba. La felicidad. No notó en qué momento había empezado a llorar de nuevo, tal vez porque ahora lo hacía en silencio y sin intención. Le estaban ocurriendo cosas demasiado buenas como para que aquello fuera… la realidad. Una alucinación, un sueño de sus más profundos y anhelados deseos. Él, el magi condenado a vagar por la oscuridad y el odio no podía tener este bello destino. Era una mentira, una maldita y feliz mentira.

El portazo accidental que Ja'far le metió en la frente confirmó que no era un engaño. El dolor de cabeza era demasiado real como para ser una alucinación o un sueño. Se llevó una mano a la zona golpeada. Vaya, resultaba que sí era real, el destino que de verdad se merecía. Quisiera o no, debía acostumbrarse a ello, pues iba a estar acompañando a Sinbad de por vida. Y lo más motivador era que sí quería hacerlo.

-¡Oh, cielos! ¡Judal, lo siento! –el albino se alteró nada más darse cuenta de a quién había golpeado con la puerta. En otras circunstancias se hubiera reído, pues el magi no era débil en ese sentido y no habría pasado nada más que un enfrentamiento estúpido. Pero en su condición de ahora cualquier cosa podía tumbarle y dejarle sin sentido y con un severo traumatismo. El oficial no tenía intenciones de dañar a Judal de ninguna forma. Al menos, ya no. Ahora formaba parte de la gran familia que eran, y le trataría como tal. El resentimiento que le tenía había ido desapareciendo con el tiempo. Tal vez se llevaran… regular, pero no significaba que no le apreciara de cierta manera después de conocerle como se debía. Lo que le terminó de sobresaltar fue ver cómo se limpiaba unas lágrimas que parecían haber sido liberadas antes del golpe. Aun así, primero lo primero. Le apartó la mano de la frente para encontrarla roja. Se alivió cuando no vio rastros de sangre o de alguna herida. -¿Te mareas? –mostró tres dedos delante del azabache, quien tenía el ceño fruncido y con una mueca adolorida. -¿Cuántos dedos ves aquí?

-¿Me… tomas el pelo? –aún podía sentir la puerta de tan fuerte que le dio. –No hay ningún dedo ahí.

Ja'far comenzó a asustarse. ¡Demonios, tenía tres dedos puestos delante de sus narices! Esa no era la respuesta sana y correcta. Decidió probar una vez más.

-Repetiré otra vez. –acercó su mano al rostro de Judal, encargándose de que sus dedos invadían su campo visual. -¿Cuántos dedos ves?

-¡Ya he dicho que ninguno! ¿Y sabes por qué? –agarró al oficial por la telas de su uniforme, confundiéndole por unos momentos. En realidad, ya se había acostumbrado a esa clase de arrebatos. –Porque esa es tu mano después de que te los haya arrancado cacho por cacho. –el golpe no le dejó traumatismos, pero sí un bonito enfado.

El albino, más que molesto o indignado, se sentía incómodo. El azabache no se estaba dando cuenta, pero el mantenerle en esa cercanía para aferrarle las ropa a modo de amenaza provocaba que el redondo vientre de este se pegara al abdomen plano del pecoso. El roce era muy raro y tenso. Tener una barriga de embarazo, de una persona, pegada a él no era uno de sus pocos caprichos de la vida.

-Me disculpé nada más verte. Déjalo así, por favor te lo pido. –no tenía ganas de discutir, y estaba demasiado incómodo. Necesitaba alejarse y dejar de sentir ese enorme vientre. Pero tampoco quería presionarlo por accidente si se movía, podría hacer daño a los dos seres que tenía delante.

Judal le soltó con una ligera brusquedad y se alejó, cruzándose de brazos. Bien, lo dejaría así. Tampoco estaba por la labor de empezar una discusión. No quería terminar de fastidiar el buen humor que la sirvienta le había hecho recuperar. Se le hizo raro que el rey no saliera a ver qué pasaba. No habían estado muy silenciosos, había que decirlo.

-¿Y Sinbad? –no se anduvo con rodeos, quería ver a su hombre.

-Salió hace unos minutos a la ciudad.

El magi alzó una deja con confusión. ¿Qué tanto tenía que hacer el monarca en la ciudad?

-¿Para qué?

-Dijo que necesitaba hacer algo en el mercado. No le des muchas vueltas, Sinbad siempre hace cosas extrañas, y lo sabes. –tanta razón en esas palabras que Judal respondió con un fallido intento por ocultar una pequeña risa. Ja'far aún recordaba cuando el azabache se subió a uno de los árboles del jardín y Sinbad se sentó debajo. Lo encontró olisqueándole el pelo. Definitivamente, su rey era un caso perdido muy vergonzoso y raro. –Lo que haya ido a hacer deber ser importante como para irse de esa forma, así que deja que termine sus cosas primero. –y es que Sinbad llevaba pareciendo el sirviente de Judal durante todo ese tiempo, que le diera un respiro para salir y no olvidar a qué olía el aire fresco. –Pero lo que haya ido a hacer no es lo que me importa ahora. –miró con un poco de seriedad al azabache, consiguiendo que este alzara una ceja. –Has estado llorando de nuevo.

La sensibilidad del magi fue tocada en lugar de su orgullo. Parpadeó un par de veces y se apresuró a limpiarse lo húmedo de sus mejillas, pues no lo hizo antes y fue por eso que el oficial se dio cuenta.

No… -negarlo cuando era tan obvio le hizo ver como un niño temeroso por ser criticado. Ja'far suspiró. Si había algo que le preocupara o doliera debía decirlo. Aunque últimamente llorara casi por todo, debía tomarse la confianza de desahogarse con quien fuera. En ese palacio, todos estaban dispuestos a darle minutos de su tiempo si se trataba de malestar emocional.

-¿Pasó algo o te sientes mal? –debía mantener en buenas condiciones a la pareja de su rey. Además, tampoco era que se sintiera muy animado sabiendo que Judal podía estar deprimido o adolorido. Más si este no decía nada, tal vez por orgullo, por pena, por falta de confianza o por cualquier otra cosa. –Si es por dolor puedo ir a buscar algún calmante, no me cuesta nada.

El magi oscuro chasqueó la lengua. Había que admitirlo, le gustaba que se preocuparan al fin por él. Toda su vida siendo tratado como un objeto de poder le terminó dejando huecos muy inestables junto con un pensamiento de negatividad sobre que no le importaba a casi nadie. Pero ere sentimiento era sólo una ilusión suya, pues incluso Ja'far estaba ofreciéndose por su bienestar. Y lo sabía, era incómodo, sí, pero también agradable. Sentir apoyo y preocupación genuina del resto de personas, sobre todo si estas habían sido alguna vez enemigos. No se estaba dando cuenta, pero tenía una expresión de pena e indecisión que estaba provocando una sonrisa empática en el albino.

-Iré de todas formas. Es mejor cogerlo ahora por si te sientes adolorido luego. –después lo dejaría en la habitación del rey, la que ya compartía con el magi. –Aladdin, Alibaba y Morgiana están en la sala de estar, ve con ellos si te aburres. Acaban de terminar hace nada sus entrenamientos. –fue una sugerencia más que una orden, aunque tenía parte de esta también. El hecho de que Judal estuviera en un estado frágil no significaba que no pudiera crear problemas. Es más, era un incentivo si se le añadía su inestabilidad emocional. Si estaba fuera de los aposentos de Sinbad debía de estar bajo vigilancia.

El azabache frunció el ceño con torpeza y se mantuvo en silencio mientras observaba cómo Ja'far se alejaba por el pasillo. Se había quedado en blanco y no fue capaz de responder nada a tiempo. Su agilidad mental también había decaído con todo lo del embarazo. Se sentía rabioso, tanto que, irónicamente, le haría caso e iría a desahogarse con el trío de amigos.

Fue un trayecto rápido con pasos firmes y fuertes, dejando ver a su alrededor el aura de ira. En ningún momento dejó apretar la mandíbula. Hasta le dolían los dientes. Abrió la puerta de la sala sin ningún tipo de cuidado y la cerró del mismo modo al entrar, sin pararse y sobresaltando del susto a los tres jóvenes. Interrumpió la comida entre horas del magi más pequeño, la siesta del rubio y los estiramientos finales de la fanalis.

-Mha… ¿Por qué esa cara? –Alibaba fue el primer curioso en preguntar al atisbar una expresión tensa en él, sentándose en el sofá en el que, hasta hace nada, estuvo tumbado y frotando sus ojos adormilados. Su cuerpo dio un bote al sentarse el magi oscuro de una forma tan violenta.

-Esa monja puritana… -gruñó para después tirarse de los pelos, que por cierto, no se los había recogido antes de salir del cuarto y los llevaba sueltos, arrastrando por el suelo. No necesitó ninguna insistencia más para continuar hablando. -¡Me cabrea! ¡Algún día de estos me lo voy a cargar! ¡Se cree que porque me trate bien me va a agradar más! ¡Por favor! ¡¿Quién es tan imbécil como para creerse que lo hace por caridad?! ¡¿Preocupado por mí?! ¡Y un cojón que se coma! ¡Lo hace por obligación, el muy falso! –terminó las quejas con un grito rabioso. Necesitaba desquitarse con lo que fuera. Cogió lo primero que vio, una almohada, la dirigió velozmente en una dirección aleatoria y la golpeó con todas sus fuerzas contra lo que fuera. Terminó estrellándola contra la cara del esgrimista, estampándole de rebote contra el respaldo del sofá.

-¿Y… pof qué tengo que pagaf yo?... –la almohada cayó de su cara segundos después de hablar. Su nariz se había puesto roja y se despeinó por completo.

-En realidad no lo pagas, estabas en la trayectoria de la almohada. –Morgiana sí se había dado cuenta de que la intención del azabache no fue golpearle a él.

-Que yo estaba… -sonaba tan creíble como estúpido. Viniendo de Judal, ya no debía extrañarse de nada que viera, escuchara o sufriera. Aladdin se acercó al sofá donde los dos más mayores estaban y se sentó en el suelo frente a ellos, sosteniendo en sus manos los panes dulces que comía.

-Pero el señor Ja'far no es así. Él de verdad se preocupa por ti ahora. –dio un esponjoso bocado. El otro magi le sonrió con amargura.

-Una broma muy buena, pero no sabes mentir ni actuar. No cuela, enano.

-No miento, es cierto que lo hace.

En el fondo lo sabía. Sabía que las intenciones y atenciones del pecoso para con él habían sido genuinas en gran parte, el rukh de este lo estuvo demostrando bien claro durante su conversación. Pero la incapacidad de aceptar del todo que no correspondía a esa "no enemistad" le hacía sentir similar a como se sentía cuando Al-Thamen le obligaba a crear lazos con personas que poco le importaban, y viceversa. Demonios… De nuevo se encontraba en blanco. Tomó el cojín que se había quedado en el regazo del rubio y se lo pegó a la cara con fuerza, tapándose y soltando un grito mucho más potente que el anterior. Gracias a que fue acallado por la esponjosidad de la almohada no reventó los tímpanos de esos tres.

-Judal, calma. –la pelirroja se acercó también y se sentó al lado del magi, sobre el reposabrazos. Le sobó la cabeza un poco. No necesitaba decir o hacer mucho tampoco, ahora era fácil entrar en el magi oscuro con pocos actos y palabras. Pero sería sólo durante ese periodo de tiempo que duraba la gestación. Justo como pensó, el azabache se relajó, apartando la almohada de su rostro y lanzándola a quién sabe dónde. Terminó otra vez en la cara de Alibaba, quien alcanzó a cogerla tarde, después de que ya le hubiera dado. Al menos, esta vez no fue fuerte.

-¿Podrías dejar de usar mi cara como diana? –intentaba cambiar de tema. El que mantenían no hacía bien al magi oscuro. Ah… pero este le alzó una ceja y frunció la otra.

-No he usado tu cara como diana. Será que es tan horripilante que hasta las almohadas tratan de asfixiarte para que mueras, te entierren bajo tierra y no haya que verla más. –Judal, 1; Alibaba, 0. Lo había dejado por los suelos con eso. Y ni siquiera hubo realmente un motivo, el pobre rubio no hizo nada más que pedir en forma de pregunta que dejara de golpearle. Ahora al que hacían mal era a él. Su cara de depresivo lo confirmaba. -Eh, no importa. No dejaría que te enterraran estando yo delante. -¿el primer "halago" sincero del magi caído hacia el esgrimista? ¿Era eso un "si estoy yo para impedirlo, lo haría"? Sí, difícil de creer, pero lo era.

-Ninguno de nosotros dejaría que te enterraran. –corrigió Morgiana con una mueca amistosa, viendo asentir después al magi más pequeño.

Suficiente para que Alibaba recuperara sus sonrisa con unas lagrimitas extra. Justo iba a abalanzarse sobre ellos y expresar su agradecimiento por la sinceridad cuando se escuchó profundo, pero muy bajo. Jamás había escuchado algo parecido. Y no fue el único, los otros tres tenían la misma expresión confusa que él. Excepto que…

Inmediatamente, Judal se sujetó el vientre con asombro. Ese sonido no había podido salir de él, ¿o sí? No le hizo falta más tiempo para saber qué fue. O más bien, quién fue. Un segundo sonido similar al anterior se oyó de nuevo, más fuerte y acompañado de una sensación que ya conocía, pero que la solía recibir desde fuera de su cuerpo. Golpes. Ahí fue cuando el resto terminó por entender, iluminándoseles las caras al instante.

-¿Acaba de…? -¿pegarle por dentro? Sí, lo había hecho. Dos veces en menos de diez segundos.

-¡Son patadas! –la fanalis parecía emocionada por ello.

-¡Quiero escucharlo otra vez! –Aladdin se abrazó por sorpresa al enorme vientre del azabache, sin poder reaccionar este a tiempo para evitarlo.

-¡Eh, no hagas eso, enano! –trató de apartarlo, pero se le había enganchado a la panza cual garrapata. Desistió con un resoplido. No podía forzar nada así.

-¡Yo también quiero oír! –Alibaba se sumó al más joven y pegó su oreja también. Morgiana se dio la libertad de acercarse con la misma intención, pero sin aplastar su mejilla contra el vientre del magi. No como los otros dos. Judal alzó los brazos en gesto de molestia y soltó un gruñido. Ya qué…

Se tiraron así como medio minuto, ignorando las quejas del magi oscuro, hasta que volvieron a escuchar otra patada después de oír un insulto dirigido hacia el rubio. Una lo suficientemente fuerte como para que los dos que estaban pegados la sintieran en sus caras. Se apartaron con la mayor emoción del mundo y con las sonrisas más grandes. Tal parecía que al crío le agradaba Alibaba y le estaba defendiendo cada vez que el azabache le insultaba.

-¡Lo sentí! ¡Sentí al bebé golpear! –Aladdin no cabía en sí.

-¡Lo sé, yo también! ¡Fue como si me golpeara a través de Judal! –y el esgrimista tampoco. Incluso la pelirroja reía con un bonito sonrojo al imaginarse de forma literal cómo ese bebé golpeaba con sus piececitos las mejillas de ambos chicos. Miró al magi más mayor, que parecía estar como reprimido.

-¿No duele cuando golpea?

-No, sólo molesta. –fue lo único que respondió. La escasez de palabras hizo que Morgiana torciera un poco la boca. Estaba confirmado, Judal estaba raro. Ella intentaría que le dijera por qué mientras el rubio y el pequeño magi continuaban fantaseando juntos en voz alta.

-No parecer muy contento.

-¿Debería? –la miró de reojo.

-¡Claro! Tu bebé acaba de dar sus primeras patadas. Se supone que ese es uno de los momentos más especiales para una madre. –no sabía mucho, pero creía que era algo lógico. Vio con extrañeza cómo el azabache bajaba la cabeza. -¿No… no sientes que sea especial?

¿Qué si no lo sentía? Oh, sí. Lo sentía, y muy intensamente. Pero no supo cómo debía reaccionar, cómo pensar. Se había olvidado de que en momento así pensar estaba de más, así que decidió dejar que sus emociones y cuerpo respondieran por él. No se formó una sonrisa en su rostro hasta después de empezar a llorar por tercera vez en el día. Una sonrisa que era alegría pura. Desprendía tantas buenas emociones que hizo detenerse a Aladdin para observarle. Era un espectáculo de luces blancas y negras que se habían tomado una tregua para revolotear juntas alrededor del magi más mayor. Jamás vio que rukh oscuro y rukh blanco pudieran si quiera tocarse, pero lo estaban haciendo en ese bello baile. Vio con tremenda felicidad ir a abrazar desde su anterior sitio en el sofá a Judal, igual que ahora estaba haciendo Morgiana desde el otro lado, ambos acompañando el llanto del azabache con risas. Aladdin sentía que iba a llorar también.

-¿Estoy escuchando risas y lloros al mismo tiempo? –Sinbad se dejó ver por la puerta, curioso por tal combinación de sonidos. Tal parecía que acababa de llegar. Se sorprendió con la escena, pero no le preocupó, pues aunque estuviera viendo sollozar a su encanto también tenía una de las sonrisas más hermosas. Sin sumarle que estaba siendo abrazado por ambos lados con entusiasmo. Los pocos segundos que llevaba ahí fueron suficientes para que se le contagiara una sonrisa similar a la de los tres que no soltaban lágrimas. –Hey~. –se acercó con calma. -¿Qué pasa aquí?

-¿Si se lo digo va a llorar también, tío Sinbad? –al pequeño magi se le escapó una risita.

-¿Y eso? –la del rey también pudo escucharse.

-Sinbad. –el mencionado se giró hacia el dueño de su voz favorita y se terminó de acercar del todo para arrodillarse frente a él y quedar, más o menos, a la altura de su pecho, viendo cómo Judal se limpiaba los ojos y le miraba con un envidiable brillo de vida en su tono carmesí, y siendo liberado de los brazos de los otros dos. El monarca se tomó la libertad de acariciar su vientre mientras se deleitaba con esos ojos. –El crío me pateó. Creo que no le gusta que fastidie a este. –señaló al rubio que acababa de soltar una carcajada al escucharlo, pero sin dejar de hacer contacto visual con su hombre de cabello lila, quien ahora se veía en un ligero impacto.

Segundos de silencio sin dejar de mirar esos orbes rojos. Por un momento, el magi oscuro pensó que se había quedado privado, pero desechó la idea cuando le vio bajar su mirada dorada hacia su vientre, aún con esa expresión incrédula.

-Respondió cuando Judal insultó a Alibaba. Pruebe a hablarle. –el chico de cabello azul se colocó al lado del rey. Este pareció reaccionar, considerando la opción. Nada le haría más feliz en ese momento que una respuesta de su bebé, una prueba de que realmente estaba ahí, de que le escuchaba.

Dejó su mano sobre la panza del azabache, la que estuvo acariciándola antes, y acercó un poco su rostro. Estaba nervioso, mucho. Era la primera vez que hacía algo así. Y esos nervios iban en aumento sabiendo que no era cualquier bebé al que iba a hablarle, sino a su propio hijo.

-Hola… -su voz tembló por unos segundos a causa de la tensión. Por culpa de ello sacó risas reprimidas en los más jóvenes. Se ruborizó un poco de la vergüenza, pero continuó. -¿Sabes quién soy? Si lo sabes, pégale una patadita a mamá. –se pudo escuchar un "no abuses o le diré que te haga lo mismo cuando esté fuera" por parte del magi oscuro antes de sentir otro ligero golpe del interior de ese vientre. Sinbad tembló de regocijo y emoción por unos momentos antes de apoyar su mejilla sobre este. –Nada haría más feliz a papi que otra patadita, ¿lo harías por mí? –el monarca estaba teniendo suerte hoy, pues fue respondido de vuelta con otro golpe. Fue demasiado. Levantó la cabeza, observando ese gran bulto con esfuerzo. Tapó su boca para no hacer obvio que estaba apretando la mandíbula, intentando no ser él quien llorara ahora. Vaya, Aladdin tuvo razón en eso. Se estaba sintiendo tan hiperactivo emocionalmente, y era un exceso de sentimientos lo que acababa de tener. Nunca experimentó al parecido, y lo más intenso que pudo ocurrirle alguna vez ni siquiera se le acercaba. Esto era otro nivel, uno muy fuerte. Y sólo por un motivo tan simple como el hecho de que su hijo afirmó escucharle con unas pataditas. Como bien dijo Morgiana, era un momento muy especial. Se levantó y se inclinó hacia delante, envolviendo al azabache en un abrazo y escondiendo los ojos en su hombro. –Judal, gracias. –el nombrado alzó una ceja.

-¿Gracias por qué?

-Por aceptarme, por quererme, por ofrecerte a mí, por completarme y cambiar mi destino. Por darme un hijo… -pausó para soltar la bomba. –Por hacerme verdaderamente feliz.

La expresión impactada y sorprendida del magi oscuro indicaba qué tan desprevenido le había pillado todo eso. Sin cambiar esa mueca, de sus ojos volvieron a salir lágrimas. Y segundos después regresó a ser ruidoso, aferrándose con fuerza al rey. Demasiados sentimientos en tan poco tiempo, juraría que si seguía sollozando por momentos el resto del día iba a terminar sin una sola gota de agua en su cuerpo.

Los tres compañeros de aventuras se sentían a desbordar de alegría y satisfacción, sobre todo Aladdin. Tal vez, a primera vista no fuera a ser una familia estable, pero sólo se necesitaba ver el empeño de Judal por mejorar y el amor puro que Sinbad le profesaba para cambiar de opinión. Podía verlo, el niño rebosaba de energía cuando ambos se juntaban. Incluso puede que demasiada energía… Su expresión sonriente se desvaneció a una un poco seria. ¿Qué clase de ser iba a salir de una unión como esa? Si el rey fuera un hombre normal, estaría tranquilo, pero no lo era. Además de que no había información en sí sobre el bebé en el libro, sólo del embarazo. La enorme cantidad de energía que desprendía no podía ser humana, pero tampoco se asimilaba a la de un magi. Y lo más inquietante, esta energía no se dejaba analizar desde el exterior, haciéndole imposible a Aladdin saber nada, ni siquiera algo tan simple como el sexo del bebé. Nada. ¿Qué demonios estaba creciendo en el vientre de Judal?

El resto del día transcurrió tranquilo. El azabache no se separó ni un momento del monarca, y al revés tampoco. Se encontró lo suficientemente bien como para cenar y pasar el rato posterior a ella con sus compañeros de vivienda. Hubo el, siempre, agradable y familiar ambiente alegre en el comedor, durante y después de la comida. Sin duda, era algo que el magi disfrutaba ya sin complicaciones. Nunca ocurrió algo como eso en el Imperio Kou, y si pasó, él nunca lo supo. Cierto que comía en una sala similar, pero era acompañado únicamente por Gyokuen al otro lado de la larga mesa, siendo rodeados en todo momento por los sacerdotes de Al-Thamen. Tan acompañado de gente y tan solo al mismo tiempo. Pero ya no iba a pasar por ello más. La emperatriz no seguía viva, la organización tampoco, y él tenía un nuevo hogar al que pertenecer, un nuevo país al que proteger, un rey y pareja al que servir y amar, y una nueva familia a la que apreciar. La suya se la arrancaron de sus pequeñas manos. Pues ahora sería él quien creara una nueva.

Frotó uno de sus ojos, habiendo dejado de poner atención a cualquiera de las cuántas conversaciones de la mesa hacía un rato atrás. Su sitio en el comedor había sido cambiado por su nueva posición de Magi de Sindria, estando ahora entre Sinbad y Masrur. El primero se dio cuenta de su movimiento.

-¿Estás cansado? –no recibió una respuesta. –Creo que deberías ir a dormir ya. –dejó que Judal se inclinara hacia su lado y le abrazara el cuello.

-Llévame. –cerró los ojos, apoyando su cabeza en el hombro del rey. Este liberó una risa suave y se las apañó para alzar al azabache en sus brazos y levantarse, dando una disculpa al resto antes de ir a sus aposentos.

No se encontraba adolorido, ni volvió a tener molestias, pero si se sentía… caprichoso. Aunque era una sensación un tanto extraña. Disfrutaba de ser cargado por el monarca, era una sensación de cariño y protección que le encantaba. Y la forma tan cuidadosa en la que fue depositado en la cama le hizo sonreír. Sinbad también podía ser diligente de vez en cuando. Este se sentó en el borde, subiendo una pierna doblada para poder estar de cara a él, después de dejarle de lado sobre el colchón.

-Me alegra que te encuentres mejor, me tenías hecho un manojo de nervios todo este tiempo. –tanto mal humor, siestas y dolores afectaron a la sensibilidad del rey también.

-Eso te pasa por pensar, antes no lo hacías y te iba bien. –bromeó, sacándole una ligera risa al adulto.

-En algún momento tenía que hacerlo.

-Pensar es malo para ti, deberías dejar de hacerlo. –sonrió ladino, acariciando el brazo del monarca.

-No te metas tanto conmigo, me vas a hacer creer que de verdad soy idiota. –obviamente, no iba en serio nada de lo que decían.

-Eres idiota. –corrigió. Deslizó su mano hasta la pierna doblada de Sinbad, pasándola por su muslo cubierto. Este miraba cada movimiento con atención. –Muy idiota. –no le dio tiempo al rey para reaccionar, tirando de él con la otra mano y pasándola con rapidez por detrás de su nuca, juntando sus bocas

Suficiente. El monarca no era de los que pasaban mucho tiempo en sequía, y sin embargo, soportó todo un mes. Su autocontrol acababa de ser completamente destruido por el propio Judal. Si eso quería, decidió que ahí se acabaría su espera. No importaba que el azabache estuviera más avanzado en su gestación, el libro de los magis le daba el visto bueno al sexo en cualquier momento, siempre y cuando se cuidaran las posturas y el esfuerzo físico. La comodidad ahora era clave. Introdujo su lengua ansiosa sin permiso después de notar con ligero dolor cómo el magi apretaba y tiraba de su cabello lila. Parecía que él no era el más necesitado ahí. Jugó en el interior de la cavidad bucal contraria con energía, sacando múltiples y chocantes sonidos húmedos. Liberó un suspiro grave. Sin haberse dado cuenta, el azabache había colado la mano por debajo de su ropa y había comenzado a frotarle de todas las formas posibles.

Al fin, su paciencia iba a ser recompensada.


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