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Recuperando lo robado por Scardya

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"Anteriormente…

Judal no pudo evitar soltar una risa nerviosa.

-¿En serio?

-Sí. –lo tenía claro, hasta que Judal no le diera un motivo, no iba a ceder.

Se sorprendió de sobremanera cuando vio pasar la varita de Judal de refilón a un centímetro de su cuello y escucharla clavarse en la pared tras él. Eso era nuevo. -¡¿Acaba de usar la varita en sí como arma blanca?!"

Sinbad se quedó estático en su lugar, observando cualquier posible movimiento sospechoso, como el que acababa de presenciar. Escaneaba con la mirada a Judal, evitando dejar huecos. El muchacho había empezado a alterarse, su respiración se había hecho más pesada, sus músculos estaban notablemente tensos, y su rostro era ocultado por la sombra que el flequillo caído le otorgaba.

-Con que sí, ¿eh?... –pudo escuchar cómo susurraba. No supo en qué momento había pasado, pero el magi ya lo tenía enganchado de la tela.

Judal pareció empujar fuertemente a Sinbad, golpeándole la cabeza y espalda peligrosamente contra la pared de la estancia, provocando un sonoro sonido seco.

-¡Agh! –como había sido de esperar, el dolor agudo no tardó en hacer presencia en el cuerpo del rey. Eso era algo que no había visto venir, y fue por esa razón por la que se hizo daño. En sí, Judal no era para nada fuerte, y haberse confiado de ese dato le había hecho bajar la guardia, olvidándose de que no era necesaria la fuerza para estampar a otra persona.

Y había sido así, el chico apenas había usado la fuerza, le bastó con un empujón y un pie, estratégicamente colocado, detrás de los de Sinbad para casi terminar tumbándole, medio atontado.

-¡Muy bien, Rey! ¡Esa es tu decisión definitiva! ¡¿Verdad?! –gritó, dejándose llevar de nuevo por la ira y casi ahogando a Sinbad con su propia vestimenta, a lo que este trató de aflojar la presión de la tela en su cuello, apretando las manos de Judal hacia sí.

-En ningún momento he…

-¡¿Pues sabes qué?! –interrumpió el magi, el cual parecía no poder escucharle. -¡Que tú y yo nos veremos las caras en el infierno!

Definitivamente, Sinbad pensaba que algo serio le pasaba a ese niño en la cabeza. Ese comentario le había dejado completamente desencajado, y no iba a quedarse con la duda.

-¡Sin! ¡¿Qué alboroto es ese?! –tanto Sinbad como Judal, se quedaron estáticos por un momento, justo en la misma posición en la que el azabache agarraba la ropa del monarca, y este cubría las manos más pequeñas con las suyas, solo que ahora ninguno de los dos aplicaba ni una sola gota de fuerza, cada uno mirando fijamente al otro sin expresión alguna y en completo silencio.

Silencio que fue roto por unos suaves pasos aproximándose. Judal reaccionó de forma inmediata, huyendo por donde había venido. Se subió a la alfombra que levitaba fuera de la enorme ventana y encaró de nuevo a Sinbad con una profunda y amenazadora mirada rojiza, mirada que el rey trató de mantener. Tanto odio, tanto resentimiento en esos ojos nacidos de la sangre más pura.

-Acabas de condenarte a voluntad, Sinbad. A partir de ahora, no te atrevas a lamentar todo lo que le pueda ocurrir a tu adorada Sindria. –ahora sí, Sinbad se estaba empezando a arrepentir de algo que no sabía muy bien qué era.

-Tus amenazas son siempre las mismas. No puedes hacer nada en contra de Sindria. –empezó a sudar frío.

-No seré yo quien lo haga. Tal vez ni siquiera siga aquí cuando pase. –pausó. –Se acabó, Sinbad. Has regalado la victoria a quienes menos debías.

Sinbad se apresuró hacia la ventana, ya completamente confuso y desesperado por tanto secretismo.

-¡¿Qué quieres decir con…?!

-¡SINBAD! -el rey se dio la vuelta para encontrar en la puerta una vista no muy agradable. Ja'far. Y no uno amigable, sino uno que parecía haber venido del mismísimo inframundo. -¿Qué demonios andabas haciendo? ¡Deja de jugar con lo que sea que juegues y ponte a terminar tus papeles, maldito vago! ¡Rey irresponsable! –gritó, lanzándole varios pergaminos a la cabeza, como si no hubiera tenido suficiente con Judal.

-¡Ay! ¡Ya! ¡Eso duele! –trató de detenerle con quejas mientras se cubría con los brazos, cosa que no funcionó.

Tras haber terminado de maltratar la cabeza de Sinbad, salió dando un gran portazo.

El hombre de cabello lila se sobó su ya destrozado cráneo, y observó la ventana. Como esperaba, el magi ya se había marchado. Pero no sin haberle dejado una sensación terrible de inquietud, inseguridad, ¿y por qué no? Miedo también.

Nunca antes el muchacho había sido tan poco lógico y sin sentido. De alguna forma, le asustaba. Esas reacciones en él no habían sido, realmente, muy típicas del Judal que conocía. Ahora que lo pensaba, que hubiera acudido en busca de ayuda ya era preocupante. Judal nunca habría hecho eso sin una muy buena razón. Su preocupación iba en aumento, y darse cuenta de que el chico se había dejado ahí su varita la aumentaba más.

Observó el objeto, aún clavado en la pared. Se acercó y lo sacó sin esfuerzo. No pudo evitar quedarse mirándolo por un rato, sosteniéndolo, completamente lleno de dudas, temor, confusión.

Tenía en sus manos el arma principal del magi, un arma que no había sido tocada por nadie más que por este. De alguna forma, se sentía afortunado por ello, pero por otra parte, era algo por lo que asustarse.

Trató de despejarse con un ligero movimiento de cabeza, y guardó la varita en uno de los pliegues de sus ropas, pliegues que habían sido especialmente confeccionados para esa tarea.

Recogió los pergaminos que, anteriormente, Ja'far le había lanzado, y salió en dirección a su despacho.

No supo a qué hora había terminado, pero lo había hecho. El tener a Judal y a su extraño comportamiento rondando por su mente la gran parte del tiempo le había complicado la tarea. Esa parte de ser rey era la que más detestaba. Tan pesada y aburrida. Pero por el bien de su país debía realizarla. Era la única razón por la cual no se negaba en rotundo a ella.

Caminó hasta su habitación, y una vez allí, soltó su cabello y se desnudó para meterse en la cama. Se quedó tumbado boca arriba, mirando el alto techo, recordando y repitiendo en su memoria una y otra vez la situación a la que se había visto sometido. Esta vez no iba a ser tan fácil sacar al Sol Negro de su cabeza, y mucho menos, ignorar ese leve sentimiento de preocupación que incitaba inconscientemente al rey a querer protegerle, como si fuera una víctima más. Aquella noche iba a tornarse muy larga, y él lo sabía.

Un sonoro estruendo fue lo que le robó el sueño que Morfeo, tan gentilmente, le había regalado. Se sentó, alterado, tratando de mantener su mente despierta. D lo único que pudo darse cuenta era de que estaba anocheciendo. -¿Pero cuánto tiempo llevo dormido? –era de esperarse después de no haber pegado ojo en toda la noche anterior. Golpes, explosiones, gritos. Suficiente para que el rey, como un rayo de luz solar, se vistiera y se preparara a enfrentarse a lo que fuera que estuviera pasando.

Qué sorpresa no tan grata se llevó.

Una enorme y forzada barrera de agua era lo que protegía el palacio, la cual parecía poder derrumbarse en cualquier momento. Podía escuchar las voces de sus generales. Parecían estar peleando. Entonces, una persona cruzó por su cabeza: Judal.

De forma inmediata, descartó al muchacho de culpable, ya que sin su varita, este no podía enfocar el magoi de forma eficaz que formaba sus ataques. El arma la tenía él en uno de los bolsillos ocultos de su ropa. Palpó por encima de la tela, y definitivamente, seguía ahí.

Sin perder más el tiempo, corrió hacia el origen del ruido. Y llegó. Sus pasos se detuvieron de forma brusca, y no pudo más que tornar su rostro en una mueca de sorpresa mezclada con pánico. Menudos días llevaba últimamente.

Ahí estaban sus generales, protegiendo y reteniendo a toda costa al enemigo. Más bien, los enemigos. -¡¿Al-Thamen?! ¡¿Por qué están aquí?!

Uno de los magos de la organización dejó de atacar la barrera al presenciar a Sinbad en escena, y ordenó a sus compañeros detenerse con un movimiento de brazo.

-A usted es a quien necesitamos. –señaló con el dedo en dirección a Sinbad, de forma acusatoria. Este respondió con una dura mirada cargada de odio. Odiaba a Al-Thamen con todo su ser, y jamás perdonaría todos los actos atroces que cometieron, tanto en el pasado como en el presente.

-¿Por qué estáis aquí? –preguntó sin retractarse.

-Usted bien lo sabe, Majestad. –escupió el enmascarado. – Entréguenos al Oráculo.

Tanto Sinbad como sus compañeros se confundieron ante aquella petición, orden, mejor dicho.

-¿De qué diablos están hablando? –preguntó Yamuraiha, aun manteniendo la barrera acuática sobre ellos.

-Sinbad, Rey de Sindria y líder de La Alianza de los Siete Mares, ha raptado al magi del Imperio Kou y lo mantiene oculto en su palacio. –sentenció el que parecía ser el líder de aquel grupo de magos. Los generales no podían creer lo que estaban oyendo. Miraron de forma inmediata a Sinbad, buscando el alivio de que aquello no fuera cierto.

-Yo no he hecho tal cosa. –respondió, serio y muy confiado de lo que decía, ya que él, en ningún momento, llegó a ese extremo. Pero no era suficiente para convencerlos, por lo que no pudo más que optar por una solución temporal para mantener la calma de sus compañeros y evitar que sospecharan de más. –El Oráculo de Kou y yo no hemos mantenido ningún tipo de contacto. –sentenció, consiguiendo su propósito de aliviar a los presentes, pero no duró demasiado por cierta interrupción.

-El magi; Judal, no ha regresado al Imperio. –estalló la tensión. Pero el mago del velo no tuvo suficiente con ello. –Ayer nuestro Oráculo salió del continente minutos antes de que el sol alcanzara su punto más alto, con supuesto rumbo hacia estas islas. Debía regresar antes de medianoche, sin embargo, no ha sido visto desde su partida.

Lo sabía, tenía que haberlo visto venir. Involucrarse en esos encuentros sorpresa iba a traerle malas consecuencias. Pero no era eso lo que más le preocupaba, sino que Judal había desaparecido de forma tan repentina que ni Al-Thamen había sido capaz de prevenirlo. Desde que el azabache hizo presencia el día anterior en su cuarto con esa actitud no dejó de sentirse inquieto. No pudo dejar de preguntarse por qué el magi quería deshacerse de la organización a la que él mismo pertenecía. El por qué le había pedido ayuda a él, o al menos, lo intentó. El por qué estaba tan alterado. Y para rematar toda esta mezcla de emociones negativas, ahora Judal no daba señales.

Ja'far y Masrur no pudieron evitar mirar a su rey con un deje de desconfianza, le conocían bien, y algo ocultaba.

-Con que el estruendo que se escuchó anoche en tu habitación fue eso. –comento Ja'far con voz suave. Todos los generales pasaron a mirar ahora, sorprendidos, a Sinbad, mientras que este mantenía el duelo de miradas con el encapuchado que levitaba tras la barrera.

Había sido pillado. Aunque no le dio mucha importancia, ya no se podía hacer nada.

-Está bien, lo admito. Judal ingresó ayer a mi palacio. –algunas miradas se tornaron en una leve decepción. –Pero debo decir en mi defensa, que lo hizo sin consentimiento y de forma ilegal, eso lo cataloga como una infiltración. –pausó. –Sin embargo, abandonó el palacio poco antes de medianoche. Por lo tanto, desconozco su actual paradero.

Ante una explicación tan precisa, el mago chasqueo la lengua, desconfiado.

Los generales ya no sabían si volver a preocuparse o volver a sentirse tranquilos. Estaban hechos un manojo de nervios. Aunque, de alguna forma, ya se esperaban algo así de su rey.

-No podemos fiarnos de la palabra de un humano que está a la mitad del pozo. –comentó, refiriéndose a la "maldición" que Sinbad cargaba. –Podemos sentir el rukh del Oráculo provenir de este lugar. Si no lo devuelven, nos veremos obligados a sacarlo nosotros mismos. –ante la amenaza, Yamuraiha reforzó la barrera, haciendo reír siniestramente al mago. –Si esa es su respuesta… -alzó el brazo hacia el cielo. Los demás encapuchados hicieron el mismo movimiento. Luz negra comenzaba a concentrarse sobre cada uno de ellos, y con un rápido deslizamiento, lanzaron aquellas esferas irregulares de energía oscura al mismo tiempo, rompiendo de inmediato la barrera y alcanzando a Sinbad y a sus generales, los cuales ya estaban cansados de haber estado defendiendo anteriormente. Cada uno pudo evitar recibir un golpe fatal. Aprovecharon la gran cantidad de polvo levantado para equiparse.

Rápidamente, Sinbad vistió el equipo djinn de Baal, y lanzó un potente rayo a través de la nube grisácea que, anteriormente, había sido levantada, en dirección a los enemigos, para luego salir levitando de ella.

-¿De verdad piensan que pueden intentar algo? Qué ilusos. –y es que, era verdad, Sinbad sólo se bastaba para derrotar a un grupo tan reducido de magos, independientemente, de que pertenecieran a Al-Thamen.

-¡SINBAD! –gritó el albino, desesperado. A ninguno de ellos le quedaban más reservas para atacar después de haberlas gastado en la pelea anterior a la aparición del rey.

Una aguda y dolorosa punzada en su espina dorsal le tomó por sorpresa, dejándole completamente paralizado. No supo en qué momento uno de ellos pasó a posicionarse detrás de él. ¿Cómo era posible? Ni siquiera lo había visto venir. Qué lamentable.

Sus recién invocadas fuerzas se estaban decayendo a un ritmo impresionante. Podía sentir como una aguja de tamaño considerable drenaba todo su ser.

Aquel extraño artefacto se clavó un poco más, desgarrando su piel y dejando la sangre fluir en el exterior de su cuerpo, adornando con ríos de color rojo oscuro su marcada espalda.

Su equipo djinn seguía vistiéndole, mas ya no poseía el poder de este. Tanto su energía como todo su cuerpo habían sido bloqueados, aun levitando en el aire.

Entonces pudo darse cuenta, la nube de polvo que había sido levantada por el ataque de Al-Thamen no estaba formada únicamente de polvo. Esos malditos magos habían metido en ella una especie de gas, seguramente, creado por ellos. Un gas que reducía considerablemente las habilidades de quien lo inhalara. Pero él apenas lo había respirado, no entendía cómo había llegado hasta tal punto de debilidad. Y lo supo, supo que Al-Thamen ya se esperaba eso, y le cogieron desprevenido en su peor momento para clavarle aquella cosa, que parecía bloquear cualquier tipo de energía, tanto física como mágica.

Sus generales sí habían inhalado aquello, y se encontraban al borde del agotamiento. Pudo verlos luchar por mantener su respiración. Estaban al maldito límite.

Sinbad estaba en graves problemas, su posición no le favorecía; de espaldas a los muros y paredes de su palacio, y de frente a aquel grupo de horribles personas. Completamente solo, paralizado en el aire y sin fuerzas.

No era justo, habían jugado sucio. Muy sucio.

Observó sin poder hacer nada cómo cargaban su ataque final. Ataque del cual él sería el receptor.

Sabía que era muy poderoso, sabía que era muy resistente, sabía que podía sobrevivir a muchas cosas. Pero justo en ese momento ya no lo era. Se había convertido en un simple humano promedio más por culpa de aquellos repugnantes trucos.

Iba a morir. Y no podía hacer nada para evitarlo. Nada…

Sus generales observaban con horror la escena. Ellos también se habían dado cuenta.

¿Por qué le estaba pasando esto? ¿En qué se había equivocado? Como un destello, aquel recuerdo, aquellas frases cruzaron su mente.

-Acabas de condenarte a voluntad, Sinbad. A partir de ahora, no te atrevas a lamentar todo lo que le pueda ocurrir a tu adorada Sindria.

-Se acabó, Sinbad. Has regalado la victoria a quienes menos debías.

Casi sintió sus dorados ojos arder de rabia y arrepentimiento. Al final lo comprendió. Judal estaba avisándole, y no le hizo caso. No confió en él en un momento desesperado para ambos. Rechazó aquella buena oferta de "trabajemos juntos por el mismo objetivo". Objetivo que ahora estaba a punto de acabar con su vida. Todo por no escucharle como debía. -¿De verdad... voy a perder? No... yo ya perdí... en el momento en que le rechacé... fue ahí cuando perdí... -suspiró de forma pesada.

-Parece que… todo se acaba aquí… -permitió como último desahogo que sus ojos se humedecieran. –Perdóname, Judal… -los cerró, esperando su inevitable derrota, siendo consciente de los gritos de terror de sus generales al presenciar algo que jamás pensaron que verían.

-Perdóname…


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