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Recuperando lo robado por Scardya

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"Anteriormente…

-Acabas de condenarte a voluntad, Sinbad. A partir de ahora, no te atrevas a lamentar todo lo que le pueda ocurrir a tu adorada Sindria. –ahora sí, Sinbad se estaba empezando a arrepentir de algo que no sabía muy bien qué era.

-Tus amenazas son siempre las mismas. No puedes hacer nada en contra de Sindria. –empezó a sudar frío.

-No seré yo quien lo haga. Tal vez ni siquiera siga aquí cuando pase. –pausó. –Se acabó, Sinbad. Has regalado la victoria a quienes menos debías.

Sinbad se apresuró hacia la ventana, ya completamente confuso y desesperado por tanto secretismo.

-¡¿Qué quieres decir con…?!

-¡SINBAD!"

El magi aprovechó la intromisión del albino para irse. No podía creerlo. ¡Había vuelto a rechazarle! Y no por la típica situación de siempre, que si hubiera sido esa, no le habría importado. -¡Rechazó mi petición de ayuda! ¡DE AYUDA! ¡¿Acaso es retrasado o qué?! ¡¿Es que no vio que bajo ningún concepto iría yo a pedirle algo?! ¡Y aun así lo hice! ¡Y va el muy imbécil y me dice que no sin ni siquiera pensar en mis motivos! –apretó fuertemente la tela de la alfombra con sus puños. Mala decisión. El control del magi sobre la prenda voladora volvió a dificultarse a causa de sus incontrolables nervios. Contra más se balanceaba la alfombra, más nervioso se ponía tratando de mantenerla, sobrevolando los pequeños islotes, normalmente deshabitados debido a su fauna y vegetación abundante, que también formaban parte de Sindria.

No le quedó más remedio que utilizar su propia magia. Palpó su manto, en donde solía guardar su varita, pero…

-Espera… ¿y mi…? –rebuscó por todas sus ropas a la vez que trataba de mantenerse sobre la, ya muy, descontrolada y brusca tela mágica. -¡¿La perdí?! –y entonces recordó lo que hizo con ella. -¡NO! ¡Se la lancé al idiota de Sinbad! –la alfombra terminó de retorcerse y Judal cayó de ella, observando en shock cómo esta se alejaba enredándose sobre sí misma sin un rumbo fijo y de forma aleatoria.

Se dio la vuelta en el aire para mirar hacia abajo mientras caía. Ni tiempo le dio a poder levitar, pues ya había entrado en el espeso follaje de un árbol.

Nunca en su vida se había sentido tan cansado. Incluso sentía sus extremidades pesadas. Podía notar en su cuerpo el leve escozor de los múltiples arañazos que las ramas de aquel árbol se habían encargado de tatuar en su piel. Su cabeza palpitaba como si fuera un tambor y dolía a rabiar. Su cuerpo recostado dio un bote. -Espera… yo no he hecho eso… -abrió los ojos con molestia, para encontrarse con un suelo de madera. Y no cualquier suelo. Parecía ser el suelo de una carreta. El sonido de las ruedas en movimiento y los temblores de aquella estancia se lo confirmaban. –Genial, me han recogido. No creo que esto se ponga peor. –Bendita frase maligna. Lo que sus ojos vieron después fue el estado de sus muñecas, ambas encadenadas por grilletes de hierro. -¡Oh! ¡Sí! ¿Y ahora qué? ¿Se puede empeorar más la situación? -Judal… Por el amor de dios, no pudiste pensar en otra maldita cosa.

Sí, porque no solo sus muñecas, sus tobillos también estaban amarrados. –Sí puede… -pensó rendido, observando con vergüenza sus extremidades inferiores.

Trató de romper la cadena que unía los grilletes de sus muñecas separando con fuerza sus manos. Y lo mismo intentó con la cadena que mantenía cerca ambos pies. Pero como era lógico, no funcionó. Y no sólo eso, sino que parecían estar hechos a prueba de magia. ¿Quién demonios había hecho esos grilletes?

-Al fin te despiertas, muchacho.

-¿Huh? –se incorporó un poco en el suelo después de haberse retorcido para observar al dueño de aquella voz veterana.

Un hombre bastante mayor, vestido con los peores harapos más sucios que había visto y con una barba grisácea también manchada, encadenado de manos y pies al igual que él, le sonreía.

-Has tenido una muy mala suerte, chico. –aclaró el viejo con pena. A lo que Judal se carcajeó sin poder evitarlo, sorprendiendo al barbudo.

-Siempre la tengo. –fingió limpiarse unas lágrimas con una sonrisa.

-Te lo tomas muy bien. ¿Siempre te pasan este tipo de cosas? –preguntó.

Judal se sentó tomando una postura con las piernas cruzadas.

-Nah, las cosas que me pasan son mil veces peores. –sonrió con un leve orgullo. Hizo contacto visual con la mirada atónita del anciano, borrando su mueca divertida y sustituyéndola por una aburrida y a la vez curiosa. –Por cierto, ¿qué es esto y a dónde nos dirigimos?

-Se nota que no vienes mucho por estos lugares de Sindria.

-¿Sindria? –se sorprendió. -¿Aún sigo en Sindria? –se golpeó mentalmente, ni siquiera había salido del país y ya tenía problemas.

Pero para problemas los que Al-Thamen le daría después por no haber regresado en toda una noche y parte del día siguiente.

Todo le estaba saliendo de perlas.

-Bueno, "Sindria", más bien es una isla que está dentro de su territorio. –aclaró.

-Ooooh. –levantó una de sus finas cejas.

-Al no estar habitadas, estas islas diminutas no son realmente tomadas en cuenta por el Rey. Las deja intactas para que hagan de… ¿Cómo decirlo? –se llevó el dedo al mentón. –¿De decoración, podría ser? Es por eso que los comerciantes de esclavos recurren a estos lugares.

-Jaja, este Sinbad de verdad que no se entera de nada. Y luego que parece espabilado y todo. –dijo más para sí mismo que para el hombre, cosa que sorprendió a este.

-¿Conoces al Rey Sinbad?

-¡Claro! –sonrió. –Siempre me lo termino encontrando a cada lugar al que voy, y siempre terminamos picándonos. –el anciano sonrió ante ese comentario.

-Parece que te llevas muy bien con él. En realidad, eres un muchacho afortunado.

-Seh, somos súper amigos. –dijo con sarcasmo, el cual el anciano no consiguió detectar, creyendo que era verdad, a lo que solo sonrió con más sinceridad. -Este viejo no me desagrada del todo, al menos me entretiene. –pensó.

El barbudo sonrió con pena, mirando al suelo.

-Nunca tuve la oportunidad de ver al Rey en persona. Hubiera dado lo que fuera por ese placer.

-Mmm. –hizo en señal de que estaba escuchando.

-Me gustaría tener algún día un encuentro con él, e informarle de la captura de esclavos que ocurre en este tipo de islas. –pausó. –Aunque no haya ni siquiera una sola aldea, sí hay algunas familias que viven aquí. Este es su hogar. Nuestro hogar. –levantó la mirada hacia Judal, quien también lo miraba de forma relajada, lo que le incitó a continuar. –Es por eso que quiero verle, quiero que detenga a los comerciantes ilegales de esclavos. El jefe de estos comerciantes sabe que viviendo aquí estamos desprotegidos, y nos raptan a los adultos, dejando a los niños abandonados. Y a veces, incluso matándolos. Sólo unos pocos jóvenes de tu edad son capturados también, aunque suelen ser niñas. –apretó los puños. –Tanto a estas muchachas como a los chiquillos como tú los… los venden como objetos sexuales. –su voz, ahora quebrada y levemente enrabietada, destilaba una gran impotencia, acompañada de un peso en la garganta.

-Humm. –se cruzó de brazos poniendo una mueca muy bien fingida de preocupación, mirando hacia otro lado. -¿En verdad van a venderme como esclavo sexual?

El anciano no pudo más que dedicarle una mirada completamente cargada de tristeza y compasión. A lo que Judal sonrió con confianza y con un deje de burla.

-No me mires así, viejo. Por supuesto que no van a venderme con ese propósito, no les dejaré hacerlo.

-¿Qué puedes hacer para evitarlo, chico? –preguntó con un deje depresivo.

-¡Muchas cosas! –exclamó con una extraña sensación de optimismo.

-¡DEJA DE ARMAR TANTO ALBOROTO, NIÑO! –gritó el conductor del carruaje, el cual también era ese jefe que el anciano mencionó anteriormente.

Sin moverse de su lugar, el rostro del magi se transformó drásticamente. Su sonrisa cayó al igual que sus cejas, y sus ojos rojos ahora centelleaban con una extraña luz oscura derrochante de resentimiento. ¿Quién se había creído ese para ordenarle callar?

El hombre mayor pudo jurar en aquel momento que se le había parado el corazón por un segundo al ser testigo de una expresión tan fiel al odio.

-No intentes algo de lo que puedas salir malparado. –advirtió con preocupación. Vio al joven levantarse sin prisa y en silencio, y encararse a la ventanilla que conectaba el asiento del piloto con el interior del carro, temeroso de lo que pudiera llegar a hacer.

Judal observó el cuello y la espalda de aquel hombre, que parecía estar bastante rollizo. –Vas a ver ahora, maldito cabrón. –coló su manos con lentitud por la rendija, tratando de no hacer sonar la cadena en ellas bajo la atenta y asustada mirada de su longevo acompañante. El magi empezaba a perder los nervios, otra vez. Los baches por los que el carruaje pasaba no eran una ayuda para mantener la cadena de los grilletes quieta. Tenía que darse prisa antes de que perdiera la oportunidad. Colocó su mano derecha sobre el jefe, sin tocarlo aún.

Al anciano le iba a dar algo ahí mismo. Tanta tensión no era buena para él.

-¡Ahora! –Judal presionó con fuerza un punto entre el cuello y el hombro del jefe, consiguiendo que gritara fuertemente y descarrilara la carreta del camino de forma brusca y asustando mucho más a su acompañante veterano, quien trataba de agarrarse a lo que podía. Hasta que el carruaje se detuvo. El magi soltó al hombre, el cual, de inmediato cayó desplomado, y se giró sonriente y satisfecho sacudiendo sus manos.-Ya está. –esa maniobra era uno de los pocos movimientos que había sido capaz de aprender exclusivamente de Hakuei. El viejo aún seguía mirándolo en silencio, anonadado, y Judal se dio cuenta. -¿Qué? Dije que no iba a dejar que me vendieran, mucho menos como esclavo sexual. Yo valgo mucho más que sólo eso. –fanfarroneó.

-Ya… -respondió no muy convencido. -¿Y cómo piensas liberarte, chico? La llave de las cadenas la tiene el jefe, y a través de esa ventanilla es imposible alcanzarla.

Judal se llevó las manos al pecho para señalarse. Iba a hacerlo con una mano, pero los grilletes no se lo permitían.

-Déjame eso a mí, viejo. –el magi era consciente de que no poseía la fuerza suficiente para derribar las puertas del carro. Pero, tal vez, lanzarse con su peso más la velocidad extra de un salto podría servir. Y así lo hizo.

Judal saltó inclinado hacia delante para terminar golpeando las puertas con todo su costado derecho, desde el hombro hasta el muslo, consiguiendo derribar las puertas. Ni falta que le hizo una maldita llave. Y luego le tachaban de poco inteligente…

Aunque también consiguió una dura caída y un enorme moratón nuevo que abarcaba todo su costado golpeado.

El viejo se levantó de su asiento sin poder creer lo que había estado viendo. A su parecer, era un chico muy osado.

-¡Pero qué niño tan brusco! ¿Te has hecho mucho daño? –se apresuró, bajando de la carreta.

-Nah. –respondió, levantándose como pudo. Aunque no lo pareciera, era difícil moverse con grilletes. No sabía cómo los esclavos lo conseguían de forma tan suelta.

Judal no perdió el tiempo. Caminó hasta la parte del piloto y le arrancó, literalmente, las llaves al jefe. Se sentó en el suelo del camino de tierra. Probó una en los grilletes de sus muñecas. No se abrieron. Probó entonces la misma llave en los de los tobillos. Tampoco.

El viejo se acercó hasta quedar tras él, y esperó, pudiendo observar la poca paciencia que tenía el joven azabache.

Metió todas y cada una de las llaves. Ninguna era la correcta. Estampó con fuerza las llaves en la tierra.

-¡Este maldito desgraciado no tiene la llave! –gritó, enrabietado.

-Me lo imaginaba… –dijo el anciano para sí mismo. –Creo que ya se esperaba que algo así pudiera pasar alguna vez, para no dejar movernos con soltura y evitar que nos alejemos mucho si se hubiera dado cuenta. –concluyó. –Suerte que le has dejado fuera de combate.- rio levemente con gracia.

-Argh. –se quejó al no poder liberarse del todo. –Pues nada. -Judal arrastró como pudo al dormido jefe fuera del camino de tierra bajo la atenta mirada del otro.

-¿Qué piensas hacer con él? –preguntó curioso.

-Voy a torturarle como nunca antes le han torturado en su triste vida. –sonrió de forma siniestra.

-Eh… ¿no crees que sería mejor solo dejarle aquí, muchacho? –aconsejó, pensando que la idea de Judal no era para nada viable.

El magi lo consideró. Tenía que volver, y no debía perder el tiempo en tonterías. Ya se le había olvidado.

-Tienes razón, viejo. – soltó de golpe entre la maleza al robusto hombre. Y observó atento cómo el barbudo se las apañaba, con grilletes y todo, para subir al asiento del piloto. -¿Oh? –no pudo evitar sorprenderse.

Ante ese sonido expulsado por la boca del muchacho, el anciano se rio jovialmente mientras Judal se acercaba.

-Aunque no lo parezca, soy conductor de carruajes de fruta. –le ofreció las manos, aún encadenadas, al magi para subir. -¿Vienes, chico?

Ahora Judal sí estaba sorprendido en serio. ¿Una persona que no conocía le ofrecía ayuda? ¿En qué mundo había terminado? No se lo creía.

-Yo… ah… -no pudo evitar tartamudear, nunca había estado en una situación como esa, y era… ¿agradable? Pero consiguió volver en sí, sintiéndose avergonzado y un poco estúpido. –No, tengo que volver a mi lugar. –así lo llamaba, porque no salía de él llamar al Imperio "casa" u "hogar".

-Por eso mismo, yo te llevo. No sé de dónde vengas, pero si estás aquí, no debe de ser un lugar lejano. Te llevaré al puerto y allí podrás tomar una embarcación. –Judal se rio, dejando un poco desconcertado al viejo.

-Tú no puedes llevarme. –ahora sí consiguió confundir por completo al hombre. El magi había visto su alfombra acercarse desde lejos hacia unos segundos. –Pero ella sí. –saltó en el aire, siendo recogido de pie por la prenda mágica, dejando completamente fuera de lugar al viejo.

-¡Eh… Eso es…! –no pudo articular más, tanto sus ojos como su boca se habían quedado abiertos de par en par.

-¡Exacto! –sonrió con sorna.

-¡¿Eres un mago?! –preguntó sin poder creer lo que sus ancianos ojos veían, siendo consciente de que parecía ser un objeto mágico de laberinto, pero uno que solo alguien con magia propia podía controlar.

-No solo un mago, viejo. -¿Cómo que no solo un mago? ¿Qué quería decir con eso? El hombre barbudo cada vez parecía soñar más. –Has tenido el enorme placer de convivir unas cuantas horas con, ni nada más ni nada menos, que uno de los cuatro magis de esta era. –cómo le encantaba fardar, al capullito este. Y para rematar su escena, el viento se había levantado, mostrando esta vez de forma perfecta su larga trenza, la cual bailaba hipnotizante en el aire. Por favor… que alguien le baje el ego.

-¡Magi! –exclamó, ya al límite de la emoción.

-Eso es. –se sentó en la alfombra.

-¿C… cómo podré pagártelo? –el pobre viejo aún no salía de su ensoñación.

-Con que me hayas contado cosas que ni Sinbad sabe sobre su país es más que suficiente. –sonrió de forma maliciosa.

-Joven Magi, se lo ruego, haga saber al Rey lo que está pasando. –pidió el hombre, juntando sus manos y haciendo reverencia ante Judal. Este se sorprendió un poco ante ese gesto.

-¿Huh? Sí, sí, como digas. –contestó, aunque estaba seguro de que al rato se le olvidaría. Tampoco le importaba demasiado.

Antes de levantar el vuelo, el viejo volvió a hablar.

-¡Muchísimas gracias, Magi! Acaba de arrojar luz en mi camino. De verdad. Siempre estaré muy agradecido por ello. Me ha salvado de un horrible destino como esclavo, nunca olvidaré este día. -¿Qué acaba de decir? –Judal no pudo evitar abrir los ojos de par en par, dejando su boca entreabierta. -¿Salvarle de un horrible destino? ¡Yo no he hecho tal cosa! ¡Se supone que mi trabajo es hacer lo contrario a eso! ¿En qué acabo de equivocarme? Bueno, no importa. Sólo es un malentendido.

-No es nada. –sonrió con falsedad. –Y ahora debo irme, me están esperando desde ayer y ya llevo mucho retraso. Sí… para retraso el que tengo yo. Mira que meterme en esta clase de problemas… -el magi se alejó en la alfombra en dirección contraria mientras el viejo le despedía con un jovial gesto de brazos, aún emocionado.

-Ugh, eso sí ha sido incómodo. Sólo espero no volver a encontrármelo más. –un escalofrío leve recorrió su cuerpo. Miró con detenimiento los cuatro grilletes, de los que ya se estaba empezando a hartar. Eran pesados y no le gustaba. Chasqueó la lengua, molesto.

No pudo evitar confundirse cuando observó, muy a lo lejos, otro objeto volador. -¿Pero quién…? –Agudizó su vista, y pudo distinguir a tres personas sobre una tela blanca. Por la tan rara combinación de colores los reconoció de inmediato. Azul, rojo y amarillo, ¿quiénes más podrían ser? Parecían tener rumbo hacia la principal isla de Sindria. -¿No se habían ido a hacer turismo a otro lado?

A su parecer, iban demasiado rápido. Pudo sentir las emociones negativas que en ese momento desprendían aquellos tres. Él no era estúpido, y lo percibió. Algo fuerte estaba pasando en Sindria, y no iba a perdérselo por nada del mundo. Que se jodan las normas de Al-Thamen, total, estaba seguro de que ya habían descubierto su escapada hace un rato largo.

Cambió su destino de ida para regresar a la gran isla por el lado contrario al de los otros tres. Iba ligeramente más adelante, por lo que llegaría un poco antes que ellos. No sabía qué podía estar pasando, ni la razón, ni quién estaba alborotando tanto Sindria, pero si el trío de idiotas dejaba sus planes de turismo de esa forma significaba que iba a valer la pena.

La barrera con la que solía toparse no estaba, algo que ya se esperaba. Se acercó lo suficiente para observar sin ser detectado. Pudo distinguir un grupo de magos de su organización atacando a Sinbad y a sus generales, formando una gran nube de polvo. -¡Jaja! Esto va a ser entretenido verlo. Mira que le avisé. –pensó, acomodándose en la alfombra, dispuesto a disfrutar el espectáculo al cien por cien.

Tanto Aladdin como Morgiana y Alibaba no podían creer lo que estaban presenciando. Era tan grave como parecía, e incluso más. Aún no llegaban a la batalla y ya estaban presos del pánico por el simple hecho de ver quién era el enemigo. Yamuraiha se había comunicado con ellos, a través del Ojo del Rukh que ella y Aladdin tenían, antes de que se montara todo el alboroto para que volvieran a apoyarlos debido a la mala pinta que la situación tenía.

-¡¿Por qué demonios están ellos aquí?! –gritó el rubio, sin comprender nada.

-¡No lo sé, pero hay que darse prisa! –concluyó el más chico, siendo apoyado por Morgiana.

Cuan fueron sus caras de horror cuando observaron a todos tendidos en el suelo al disiparse la neblina, a excepción de Sinbad, que aún seguía levitando. Pero no se movía.

-¡¿Por qué no ataca?! –ya sí, el joven Candidato a Rey iba a sufrir un ataque de nervios.

Aladdin analizó más la situación, y lo vio, tornando su rostro infantil con un gesto de desesperación total.

-¡Han drenado toda la magia del tío Sinbad y lo han paralizado! –aumentó la velocidad vertiginosa de la tela, poniendo más tensos a los otros dos.

-¡Aladdin, mira! –señaló la pelirroja con un dedo, inclinándose hacia delante.

Vieron como el grupo de magos acumulaba una gran cantidad de poder, preparando el golpe final.

-¡NO! ¡Ese ataque no se detendrá hasta alcanzar un objetivo! ¡Ni siquiera el poder de defensa de un magi puede detenerlo! ¡Lo van a matar! –a pesar de la gran velocidad que llevaban, Aladdin sabía que era completamente imposible llegar a tiempo, ni siquiera para poder desviar ese ataque hacia otro objetivo con el que poder colisionar.

Muy a su pesar, lo tuvo que admitir…

Sinbad iba a ser asesinado de forma definitiva.

-Este es el final de las aventuras de Sinbad. –sentenció el mago del grupo. –Fue un placer tenerle como enemigo, Rey de los Siete Mares.

La gran esfera irregular de poder se liberó rápidamente en dirección a Sinbad, quien ya estaba preparado mentalmente para aceptar su fin.

Y colisionó, formando una gran nube de humo a la vez que Sinbad fue expulsado violentamente de esta como si de un proyectil se tratara. Después de que el grupo de Al-Thamen fuera, literalmente, calcinado por la poderosa espada de Amón, el rey se estrelló contra Masrur, quien se había colocado de escudo humano para recogerle, acto que había hecho inconscientemente, sin saber qué demonios había pasado. Alibaba se había precipitado contra los magos y los había derrotado gracias al factor sorpresa. Pero una cosa era segura; Sinbad estaba vivo. Como que podía oírlo quejarse sentado en el suelo, ya sin su equipo djinn, al igual que los demás. Aunque eso no hizo que el temor se disipara, el fanalis se encargó de sacarle aquella dichosa aguja extraña de la espalda.

-¡Dame eso! –Yamuraiha se la robó de las manos, y la guardó para futuras investigaciones.

-¡Sin! ¡¿Qué…?! -se acercó el albino de pecas.

-No lo sé… -dio un quejido. -Ha sido como si algo me empujara de golpe.

-Todo tipo de defensa es inútil contra esa clase de ataques, no ceden hasta que colisionan con algo. Ese algo que te ha sacado de ahí ha debido ser alcanzado por él. -concluyó la maga observando aún con incredulidad la nube gris producto de la explosión.

Pero para incrédulos como se quedaron todos los presentes, incluidos Sinbad, Aladdin y Morgiana, al ver cómo de la gran nube humeante caía un cuerpo, precipitándose hacia abajo y golpeándose estrepitosamente contra el suelo, para terminar quedando completamente inmóvil.

Nadie se había atrevido a decir una sola palabra, o simplemente, no les salían, hasta que Ja'far lo hizo.

-No puede ser…

Seguido de Aladdin, con los ojos desencajados y llenos de horror.

-¡¿Es…?!

Pero fue un grito desgarrador, nacido de los pulmones de Sinbad, lo que sobresalió más que las voces de aquellos dos.

-¡JUDAL!


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